Finalmente acá estoy. La más que centenaria capital se agobia bajo los quichicientos millones de grados de temperatura a la sombra. Otra vez titular de más de un noticiero nacional. Record Guiness de calor. Siento el sudor que me cubre por completo bajo el sol abrasador del mediodía. Salgo de la terminal y un viento caliente, hirviendo me azota en la cara. Afuera nada se mueve. Pienso en que debo ser el único ser vivo que no duerme la siesta, o que por lo menos se ha animado a caminar en esas condiciones tan inhóspitas.
La pesadez me aplasta contra el piso. Pienso en cómo hacer para que la transpiración deje de brotar de cada uno de mis poros. Quiero estar medianamente presentable para la hora del encuentro.El encuentro tantas veces postergado, tantas veces imaginado, tantas veces deseado y consumido solos en la penumbra de nuestras vidas tan lejanas.
Cruzo la calle y la visión de la brea que corta en cuadros más o menos simétricos el asfalto me trae al recuerdo un libro de Saer que pintaba ésta ciudad llena de sopor como nadie. Era de aquí, como ella. Una vez se lo conté, no lo conocía.
Magia de la ciencia, la comunicación virtual genera esas relaciones tan reales, tan intensas, tan vívidas. Y por otro lado tan vacías, tan alejadas, tan extrañas. Dos personas pueden anhelarse, desearse, calentarse sin verse a la cara siquiera. Esta bien? No sé.
El deseo es la respuesta.
Siempre el deseo es la respuesta.
Llegué a la puerta del hotel bañado en sudor. Entré resoplando en el hall con la presión bajo cero y una sed horrorosa. Eran las 13:43. Lo vi en mi celular. Habíamos quedado que llegaba a las 15:30 cuando salía de su trabajo. Nunca le había visto la cara. La idea era pasar la tarde y después yo seguía con las cosas que venía a hacer.
La habitación era pequeña, casi minúscula. Una cama matrimonial con cabezal de bronce antiguo era lo único que entraba. Un televisor colgaba de una de las paredes. Una pequeña puerta pintada de blanco daba al baño. Era raro, porque el baño era enorme. Casi tan grande como la habitación en sí. Prendí el aire acondicionado al máximo. Me desvestí y desnudo me tiré en la cama. Estaba bastante nervioso, pero con la pija dura. Me la empecé a acariciar pensando por dónde empezar cuando llegase. Sus letras en el chat eran fuego que me incendiaba de calentura. Sus ruegos por mi pija me volvían cada vez más loco. Ya dije que nunca había visto su cara. Si sus tetas. las había mostrado en algunos fotos. Deseaba chuparlas, morderlas, lamerlas. Quería hundirme entre ellas y asfixiarme en nuestra calentura.
No podía más, me levanté y me metí bajo la ducha helada. No me aguanté y me hice una paja rápida. Cosas que uno hace porque sí. Pensando en eso que va a suceder y todavía no pasó.
Fresco y con la relajación de haber eyaculado me volví a tirar en la cama. Me dormí.
Tres golpes secos me despertaron de improviso. Sin entender demasiado dónde estaba me levanté sobresaltado y me paré junto a la puerta.
- Quién es? - dije y sentí mi propia voz ronca de dormido.
- Soy yo, Victoria.- dijo y escuché por primera vez su voz.
Abrí la puerta sin pensar y se me apareció en el pasillo. Estaba un poco despeinada y con la cara completamente mojada por la transpiración. Vestía una solera muy fina, pero larga hasta los tobillos de colores vivos. Traía una cartera bastante grande colgada del hombro. La ví sonreir dicéndome:
- Hola, que pasa, estas apurado?.-
Ahí caí en que estaba desnudo en medio del pasillo del hotel. Sonrojándome la agarré de la mano y la empujé dentro de la habitación cerrándo la puerta tras nosotros. La besé.
Sentí su olor, su aroma. Me gustó. Su piel estaba caliente y mojada. Su lengua se metió en mi boca hasta la garganta. Suave, pero firme en su calentura. Jugueteaba con la mía en un preludio de la tempestad que se avecinaba. Se separó de mi de improviso.
- Mucho gusto caballero. - Me dijo riéndose y señalándome la verga que estaba tiesa a morir.
- Hola Victoria.-
- Esperame un segundo que me ducho y ya vuelvo con vos. Total ya esperamos tanto...- me dijo soltando su cartera sobre la cama y metiéndose en el baño sin decir nada más.
Me volví a acostar. Su rostro era diferente a cómo lo imaginaba. Fue como un golpe sorpresivo. Quizás no me gustara tanto como pensaba. Era un poco más gruesa de lo que mostraban las fotos. Pero su lengua me había hecho suya. La calentura que me hizo sentir ya era suficiente para tenerme en un puño. Solo quería cojerla. Y la pija me latía en esos largos segundos durante los que escuchaba el agua de la ducha caer en un ruido monótono. Imaginaba como iba corriendo sobre sus hombros hasta sus tetas enormes y preciosas, pasando por su panza hasta mojarle un poco la concha y de ahí por sus piernas hasta esos pies que había entrevisto bajo la falda y que estaba dispuesto a chupar en cuanto pudiese. Me moría por meterme en el baño, pero preferí respetar su momento de higiene. Ya volvería.
Recordé sus palabras escritas luego de una sesión de sexo virtual en la que habíamos acabado ambos. "Quería que me cojieras". Esas palabras me retumbaban desde la mañana. Finalmente la iba a cojer.
La ducha cesó y unos segundos después apareció desnuda y radiante. Con una toalla en la cabeza cual turbante y su cuerpo ya más fresco y con ganas de ser descubierto.
- Mucho gusto de conocerte, Alejandro. - Me dijo mientras se sacaba la toalla y se subía a la cama en cuatro patas por los pies hasta quedar acostada boca abajo a mi lado. Me volvió a besar y ésta vez fué muchísimo más electrico. Sentí que esa lengua explosiva me iba a hacer explotar de calentura sin siquiera tocarme con sus manos.
Disfrutamos ese besos eterno. Sentía su respiración agitada y como se empezó a mover resfregando la concha contra las sábanas. Yo me movía caliente también. Pero no nos tocábamos. Así.
Después me incorporé y empecé a besarle el cuello y la espalda. Sabía que los besos la volvían loca. Me lo había dicho muchas veces y finalmente lo estaba haciendo. Recorrí su cuello, mordí apenas los lóbulos de las orejas. Después fuí bajando poco a poco por su espalda. Esa ancha espalda que descubría y me calentaba cada vez más. Olía su piel, lamía a mi paso. Intentaba tenerla toda. Así fuí llegando a su enorme culo. Hermoso culo carnoso que me esperaba ansioso para ser también besado y lamido. Vi como se le iba poniendo la piel de gallina al paso de mi lengua y cómo se movía cada vez más intensamente con el roce de las sábanas.
Pasé mi mano derecha por el culo hasta llegar a acariciar su concha. La sentí muy húmeda y ella gimió caliente al contacto con mis dedos. Busqué su clítoris y lo sentí duro como una piedra. Parado y dispuesto a disfrutar. Así la empecé a acariciar con movimientos circulares mientras le besaba el cuello y la oreja.
- Me encanta tu concha húmeda. Me gusta hacerte poner loca de calentura.- Le decía en voz baja al oído.
- Si, si, si. Así.- repetía como en un mantra.
La sentía tan caliente que la empecé a acariciar con menos intensidad. No quería que acabara todavía. Me hinqué sobre su cadera y volví besar su espalda, bajando de a poco hasta llegar al culo. Ella lo levantó un poco, casi poniendose en cuatro.
- Lameme el culo.- me dijo ofreciéndomelo.
Lo hice con ganas. Con la desesperación del tiempo esperando hacerlo. Metiéndole dos dedos en la concha que chorreaba flujos por mi mano, empapándome de su calentura. Fuí metiendole la lengua en el orto. Sentí el amargor y el ojete apretándome la lengua. Sentí como se abría poquito para mí y sentí también como acabó casi a los gritos cayendo nuevamente boca abajo con la cara contra las sábanas.
La tarde recién comenzaba.
La pesadez me aplasta contra el piso. Pienso en cómo hacer para que la transpiración deje de brotar de cada uno de mis poros. Quiero estar medianamente presentable para la hora del encuentro.El encuentro tantas veces postergado, tantas veces imaginado, tantas veces deseado y consumido solos en la penumbra de nuestras vidas tan lejanas.
Cruzo la calle y la visión de la brea que corta en cuadros más o menos simétricos el asfalto me trae al recuerdo un libro de Saer que pintaba ésta ciudad llena de sopor como nadie. Era de aquí, como ella. Una vez se lo conté, no lo conocía.
Magia de la ciencia, la comunicación virtual genera esas relaciones tan reales, tan intensas, tan vívidas. Y por otro lado tan vacías, tan alejadas, tan extrañas. Dos personas pueden anhelarse, desearse, calentarse sin verse a la cara siquiera. Esta bien? No sé.
El deseo es la respuesta.
Siempre el deseo es la respuesta.
Llegué a la puerta del hotel bañado en sudor. Entré resoplando en el hall con la presión bajo cero y una sed horrorosa. Eran las 13:43. Lo vi en mi celular. Habíamos quedado que llegaba a las 15:30 cuando salía de su trabajo. Nunca le había visto la cara. La idea era pasar la tarde y después yo seguía con las cosas que venía a hacer.
La habitación era pequeña, casi minúscula. Una cama matrimonial con cabezal de bronce antiguo era lo único que entraba. Un televisor colgaba de una de las paredes. Una pequeña puerta pintada de blanco daba al baño. Era raro, porque el baño era enorme. Casi tan grande como la habitación en sí. Prendí el aire acondicionado al máximo. Me desvestí y desnudo me tiré en la cama. Estaba bastante nervioso, pero con la pija dura. Me la empecé a acariciar pensando por dónde empezar cuando llegase. Sus letras en el chat eran fuego que me incendiaba de calentura. Sus ruegos por mi pija me volvían cada vez más loco. Ya dije que nunca había visto su cara. Si sus tetas. las había mostrado en algunos fotos. Deseaba chuparlas, morderlas, lamerlas. Quería hundirme entre ellas y asfixiarme en nuestra calentura.
No podía más, me levanté y me metí bajo la ducha helada. No me aguanté y me hice una paja rápida. Cosas que uno hace porque sí. Pensando en eso que va a suceder y todavía no pasó.
Fresco y con la relajación de haber eyaculado me volví a tirar en la cama. Me dormí.
Tres golpes secos me despertaron de improviso. Sin entender demasiado dónde estaba me levanté sobresaltado y me paré junto a la puerta.
- Quién es? - dije y sentí mi propia voz ronca de dormido.
- Soy yo, Victoria.- dijo y escuché por primera vez su voz.
Abrí la puerta sin pensar y se me apareció en el pasillo. Estaba un poco despeinada y con la cara completamente mojada por la transpiración. Vestía una solera muy fina, pero larga hasta los tobillos de colores vivos. Traía una cartera bastante grande colgada del hombro. La ví sonreir dicéndome:
- Hola, que pasa, estas apurado?.-
Ahí caí en que estaba desnudo en medio del pasillo del hotel. Sonrojándome la agarré de la mano y la empujé dentro de la habitación cerrándo la puerta tras nosotros. La besé.
Sentí su olor, su aroma. Me gustó. Su piel estaba caliente y mojada. Su lengua se metió en mi boca hasta la garganta. Suave, pero firme en su calentura. Jugueteaba con la mía en un preludio de la tempestad que se avecinaba. Se separó de mi de improviso.
- Mucho gusto caballero. - Me dijo riéndose y señalándome la verga que estaba tiesa a morir.
- Hola Victoria.-
- Esperame un segundo que me ducho y ya vuelvo con vos. Total ya esperamos tanto...- me dijo soltando su cartera sobre la cama y metiéndose en el baño sin decir nada más.
Me volví a acostar. Su rostro era diferente a cómo lo imaginaba. Fue como un golpe sorpresivo. Quizás no me gustara tanto como pensaba. Era un poco más gruesa de lo que mostraban las fotos. Pero su lengua me había hecho suya. La calentura que me hizo sentir ya era suficiente para tenerme en un puño. Solo quería cojerla. Y la pija me latía en esos largos segundos durante los que escuchaba el agua de la ducha caer en un ruido monótono. Imaginaba como iba corriendo sobre sus hombros hasta sus tetas enormes y preciosas, pasando por su panza hasta mojarle un poco la concha y de ahí por sus piernas hasta esos pies que había entrevisto bajo la falda y que estaba dispuesto a chupar en cuanto pudiese. Me moría por meterme en el baño, pero preferí respetar su momento de higiene. Ya volvería.
Recordé sus palabras escritas luego de una sesión de sexo virtual en la que habíamos acabado ambos. "Quería que me cojieras". Esas palabras me retumbaban desde la mañana. Finalmente la iba a cojer.
La ducha cesó y unos segundos después apareció desnuda y radiante. Con una toalla en la cabeza cual turbante y su cuerpo ya más fresco y con ganas de ser descubierto.
- Mucho gusto de conocerte, Alejandro. - Me dijo mientras se sacaba la toalla y se subía a la cama en cuatro patas por los pies hasta quedar acostada boca abajo a mi lado. Me volvió a besar y ésta vez fué muchísimo más electrico. Sentí que esa lengua explosiva me iba a hacer explotar de calentura sin siquiera tocarme con sus manos.
Disfrutamos ese besos eterno. Sentía su respiración agitada y como se empezó a mover resfregando la concha contra las sábanas. Yo me movía caliente también. Pero no nos tocábamos. Así.
Después me incorporé y empecé a besarle el cuello y la espalda. Sabía que los besos la volvían loca. Me lo había dicho muchas veces y finalmente lo estaba haciendo. Recorrí su cuello, mordí apenas los lóbulos de las orejas. Después fuí bajando poco a poco por su espalda. Esa ancha espalda que descubría y me calentaba cada vez más. Olía su piel, lamía a mi paso. Intentaba tenerla toda. Así fuí llegando a su enorme culo. Hermoso culo carnoso que me esperaba ansioso para ser también besado y lamido. Vi como se le iba poniendo la piel de gallina al paso de mi lengua y cómo se movía cada vez más intensamente con el roce de las sábanas.
Pasé mi mano derecha por el culo hasta llegar a acariciar su concha. La sentí muy húmeda y ella gimió caliente al contacto con mis dedos. Busqué su clítoris y lo sentí duro como una piedra. Parado y dispuesto a disfrutar. Así la empecé a acariciar con movimientos circulares mientras le besaba el cuello y la oreja.
- Me encanta tu concha húmeda. Me gusta hacerte poner loca de calentura.- Le decía en voz baja al oído.
- Si, si, si. Así.- repetía como en un mantra.
La sentía tan caliente que la empecé a acariciar con menos intensidad. No quería que acabara todavía. Me hinqué sobre su cadera y volví besar su espalda, bajando de a poco hasta llegar al culo. Ella lo levantó un poco, casi poniendose en cuatro.
- Lameme el culo.- me dijo ofreciéndomelo.
Lo hice con ganas. Con la desesperación del tiempo esperando hacerlo. Metiéndole dos dedos en la concha que chorreaba flujos por mi mano, empapándome de su calentura. Fuí metiendole la lengua en el orto. Sentí el amargor y el ojete apretándome la lengua. Sentí como se abría poquito para mí y sentí también como acabó casi a los gritos cayendo nuevamente boca abajo con la cara contra las sábanas.
La tarde recién comenzaba.
7 comentarios - Lameme el culo, dijo. (II)
Gran relato!
jaja
Buenisimo tu relato!