- Lameme el orto. - me dijiste mientras dejabas caer un pequeño hilo de miel a través de tu culo. Allí donde empiezan a separarse las nalgas. Una cucharita de porcelana era todo tu instrumental, pero la manejaste con maestría para que bajase exactamente hasta depositarse en los alrededores de tu ano.
Estabas en cuatro sobre la silla blanca. Te habías bajado las calzas hasta las rodillas. Habías apoyado los antebrazos en la mesa de la cocina y estabas transformando ese desayuno dominical en un festejo de los cuerpos.
- Lamelo y no dejes nada.- Insististe mandándome a hacer lo que querías.
Habíamos tenido una noche tensa. Discutimos y quedamos medio molestos. Igual cojimos, pero fue un polvo triste. A la fuerza. De esos que te dejan un amargor y hasta preferís que no hubiesen sucedido.
Igual la mañana nos encontró abrazados como todos los días. Vos dándome la espalda. Yo con una mano entre tus tetas. Sentía la pija dura buscando tu ojete. El enojo me duraba, así que me levanté, me puse el boxer y fuí a la cocina a leer el diario en la compu con extraños pensamientos. Extrañaba esos días en que éstas cosas no sucedían.
Me hice unos mates. Escuché los pájaros cantando. Sabía que tenía un par de horas hasta que te levantaras. Siempre sucede lo mismo y de alguna manera, disfruto esas mañanas solo.
Una hora y cuarto después apareciste en la cocina. Te habías puesto las calzas verdes y usabas solo corpiño arriba. Justo como sabés que me calienta. Era evidente que no usabas ropa interior. "Está recontrafuerte" pensé para mí.
Me diste un pico cariñoso. Me sonreíste. Te ofrecí un mate y te sentaste a mi lado. No hablamos por unos minutos. Sentía que no tenía nada para decir. Miramos un rato por la ventana. Era un día caluroso y brillante.
Veía tus tetas aprisonadas por el corpiño. Sentí que me gustaban más día a día. Me miraste sonriendo y te lo sacaste, liberándolas de su encierro. Así, en tetas me devolviste el mate y seguimos viendo por la ventana. Veía tus pezones pequeños y rosados moverse con cada respiración tuya. Tenía ganas de chuparlas, morderlas, pellizcarlas. No lo hice. Tenía que mantener mi papel de enojo. Tomamos dos mates más cada uno y dijiste algo sobre el clima.
Yo respondí como si nada pasara. Así fuimos dejando caer algunas palabras y ablandando el clima tenso que había entre nosotros.
A esa altura era evidente que mi pija estaba al palo debajo del boxer. Abrí las piernas para que vieras mi erección. La miraste y seguiste con la cuestión del calor, las lluvias, las nubes y la tarde agobiante que nos esperaba.
Acá siempre hace un calor agobiante en verano.
- Me alcanzás la miel? - me pediste sonriendo. Me levanté, dejándote ver mi verga al palo y te dí la espalda para buscar el frasco dentro de la heladera. Cuando me volví hacía vos, ya estabas parada, bajándote la calza y subiéndote a la silla. Tu precioso orto me apuntaba en todo su esplendor. Vi tu ano redondo, hambriento, mirarme como cíclope dispuesto a la guerra. Me senté a tu lado y apoyé el frasquito de loza rojo con la cucharita de porcelana al lado tuyo sin decir nada.
Moría de ganas de empalarte sin esperar, pero preferí ver qué tenías en mente.
Fue ahí cuando agarraste la cucharita con dos dedos y la llevaste justo ahí donde las nalgas se separan y empezaste a dejar caer un pequeño hijo de miel hasta que se depositara en los alrededores de tu ano.
- Lameme el culo.- dijiste.
Me paré instantáneamente y bajándome el boxer, lo dejé caer entre mis tobillos al piso. Me agarré la pija y me paré detrás tuyo pajeándome.
- Lamemelo todo, que no quede nada.- repetiste.
- Abrimelo primero.- te contesté con la vista fija en tu ojete.
Apoyaste la cara en la mesa y con ambas manos empezaste a abrir y cerrar las nalgas, ofreciéndome tu agujero. Sentí que quería zambullirme en vos.
Después, con un dedo empezaste a pasar la miel en los alrededores del orto. Como si fuese gel lubricante. Y te lo empezaste a meter hasta la tercer falange. Querías mi pija adentro. Me lo dijiste.
- Todavía no.- te contesté acercándome a vos.
Ya habías metido el segundo dedo cuando te agarré la pija. Dura y lampiña. Con la cabeza un poco húmeda por algunas gotitas que se te iban escabullendo.
Me hinqué hacia el culo y corriéndote la mano con la cara, metí la lengua lo más que pude dentro de tu ano. Disfruté, gocé, cada centímetro que me metía en tu dulce ojete. Te sentí gemir y retorcerte. Sentía tu pija cada vez más dura.
Me senté en la silla y sin mediar palabras vos te sentaste sobre mi pija dándome la espalda.
Agarrándote la pija con la mano derecha y la teta con la izquierda, me dejé que me cojas. Deliramos de placer juntos. Sentí como estallaba dentro tuyo llenándote el orto de leche. Apoyé la frente extenuado en tu espalda. Sentí en ese momento mi mano llena de tu semen. Te la pasé por la cara y vos me la lamiste hasta tragarte todo. Después te levantaste volcando sobre mi pija toda mii gusca mezclada con miel.
La mañana recién empezaba.
Estabas en cuatro sobre la silla blanca. Te habías bajado las calzas hasta las rodillas. Habías apoyado los antebrazos en la mesa de la cocina y estabas transformando ese desayuno dominical en un festejo de los cuerpos.
- Lamelo y no dejes nada.- Insististe mandándome a hacer lo que querías.
Habíamos tenido una noche tensa. Discutimos y quedamos medio molestos. Igual cojimos, pero fue un polvo triste. A la fuerza. De esos que te dejan un amargor y hasta preferís que no hubiesen sucedido.
Igual la mañana nos encontró abrazados como todos los días. Vos dándome la espalda. Yo con una mano entre tus tetas. Sentía la pija dura buscando tu ojete. El enojo me duraba, así que me levanté, me puse el boxer y fuí a la cocina a leer el diario en la compu con extraños pensamientos. Extrañaba esos días en que éstas cosas no sucedían.
Me hice unos mates. Escuché los pájaros cantando. Sabía que tenía un par de horas hasta que te levantaras. Siempre sucede lo mismo y de alguna manera, disfruto esas mañanas solo.
Una hora y cuarto después apareciste en la cocina. Te habías puesto las calzas verdes y usabas solo corpiño arriba. Justo como sabés que me calienta. Era evidente que no usabas ropa interior. "Está recontrafuerte" pensé para mí.
Me diste un pico cariñoso. Me sonreíste. Te ofrecí un mate y te sentaste a mi lado. No hablamos por unos minutos. Sentía que no tenía nada para decir. Miramos un rato por la ventana. Era un día caluroso y brillante.
Veía tus tetas aprisonadas por el corpiño. Sentí que me gustaban más día a día. Me miraste sonriendo y te lo sacaste, liberándolas de su encierro. Así, en tetas me devolviste el mate y seguimos viendo por la ventana. Veía tus pezones pequeños y rosados moverse con cada respiración tuya. Tenía ganas de chuparlas, morderlas, pellizcarlas. No lo hice. Tenía que mantener mi papel de enojo. Tomamos dos mates más cada uno y dijiste algo sobre el clima.
Yo respondí como si nada pasara. Así fuimos dejando caer algunas palabras y ablandando el clima tenso que había entre nosotros.
A esa altura era evidente que mi pija estaba al palo debajo del boxer. Abrí las piernas para que vieras mi erección. La miraste y seguiste con la cuestión del calor, las lluvias, las nubes y la tarde agobiante que nos esperaba.
Acá siempre hace un calor agobiante en verano.
- Me alcanzás la miel? - me pediste sonriendo. Me levanté, dejándote ver mi verga al palo y te dí la espalda para buscar el frasco dentro de la heladera. Cuando me volví hacía vos, ya estabas parada, bajándote la calza y subiéndote a la silla. Tu precioso orto me apuntaba en todo su esplendor. Vi tu ano redondo, hambriento, mirarme como cíclope dispuesto a la guerra. Me senté a tu lado y apoyé el frasquito de loza rojo con la cucharita de porcelana al lado tuyo sin decir nada.
Moría de ganas de empalarte sin esperar, pero preferí ver qué tenías en mente.
Fue ahí cuando agarraste la cucharita con dos dedos y la llevaste justo ahí donde las nalgas se separan y empezaste a dejar caer un pequeño hijo de miel hasta que se depositara en los alrededores de tu ano.
- Lameme el culo.- dijiste.
Me paré instantáneamente y bajándome el boxer, lo dejé caer entre mis tobillos al piso. Me agarré la pija y me paré detrás tuyo pajeándome.
- Lamemelo todo, que no quede nada.- repetiste.
- Abrimelo primero.- te contesté con la vista fija en tu ojete.
Apoyaste la cara en la mesa y con ambas manos empezaste a abrir y cerrar las nalgas, ofreciéndome tu agujero. Sentí que quería zambullirme en vos.
Después, con un dedo empezaste a pasar la miel en los alrededores del orto. Como si fuese gel lubricante. Y te lo empezaste a meter hasta la tercer falange. Querías mi pija adentro. Me lo dijiste.
- Todavía no.- te contesté acercándome a vos.
Ya habías metido el segundo dedo cuando te agarré la pija. Dura y lampiña. Con la cabeza un poco húmeda por algunas gotitas que se te iban escabullendo.
Me hinqué hacia el culo y corriéndote la mano con la cara, metí la lengua lo más que pude dentro de tu ano. Disfruté, gocé, cada centímetro que me metía en tu dulce ojete. Te sentí gemir y retorcerte. Sentía tu pija cada vez más dura.
Me senté en la silla y sin mediar palabras vos te sentaste sobre mi pija dándome la espalda.
Agarrándote la pija con la mano derecha y la teta con la izquierda, me dejé que me cojas. Deliramos de placer juntos. Sentí como estallaba dentro tuyo llenándote el orto de leche. Apoyé la frente extenuado en tu espalda. Sentí en ese momento mi mano llena de tu semen. Te la pasé por la cara y vos me la lamiste hasta tragarte todo. Después te levantaste volcando sobre mi pija toda mii gusca mezclada con miel.
La mañana recién empezaba.
12 comentarios - Lameme el culo, dijo.
saludo
" Vi tu ano redondo, hambriento, mirarme como cíclope dispuesto a la guerra."