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Hermanos sin tabu capitulo 1

Tener una hermana gemela no siempre es tan bueno como muchas personas imaginan. A pesar del incómodo hecho de que siempre nos confundan, existen otras cosas que no son lo que parecen. En total somos cinco personas en mi casa. Mi madre es una mujer que todavía se conserva joven, pues ella es de la opinión de que una mujer debe tratar de ser bella en todos los aspectos de su vida. Es bastante liberal y así nos ha educado desde que eramos niños. Su nombre es Alejandra, por cierto, y con su cabello lacio y sus generosas tetas, se gana incluso la envidia de nosotras.

El segundo es mi padre, Manuel, un hombre de casi 1.80 m de altura, y que es bastante atractivo, ya que es profesor de educación física y de los que sí trabajan, así que ya se pueden imaginar lo bueno que está. Lo que a mi madre más le gusta de él y a que nosotras nos cae bien que es siempre ha sido un hombre muy atento con su familia. Y algo inocente y muy apegada a mí, o más bien yo soy la cercana a él. Su nombre es Mauricio.

Mi hermana gemela Ángela, y es exactamente igual a mí. Ni siquiera se había tomado la molestia de cambiarse cosas como el color de su cabello, o la ropa. La razón es que se le hace divertidas todas las situaciones que se presentan a causa de la confusión. Por otro lado, Ángela es un poco putita, en mi humilde opinión, ya que su coquetería incluso llega a incomodar a nuestro padre, por la manera en la que pide las cosas y cómo se le embarra cuando le quiere sacar dinero y permiso para salir. Un detalle de mi gemela es que tiene novia. Sí, novia. Está en esa etapa en la que no se decide si le gustan las pollas o no, así que ¿por qué no abarcar las dos posibilidades?
El siguiente miembro de mi loca familia es Alec, nuestro hermano mayor. Actualmente está viviendo en un departamento en otra ciudad debido a sus estudios, por lo que lo extrañamos demasiado, especialmente yo, que era tan apegada a él como con mi papá, y desde que era niña siempre fuimos como los mejores amigos. Es un chico atractivo, de aspecto regio y muy cariñoso. Lo adoro.

La otra se llama Estefy, nuestra hermana menor. Ella también es un ángel para mis padres porque como todos dicen no importa cuántos años tenga, siempre será la consentida de la familia y la princesa de la casa. Por desgracia, Estefy se lo tomaba tan literal que hasta el día de hoy se comporta algo infantil. Ya no está en edad, pero bueno… ¿qué le vamos a hacer? Mi madre la consciente y hasta le da permiso de ir a sus fiestas con sus compañeritos de la escuela, mientras que yo tengo que hacer méritos para conseguir un jodido sí para salir a divertirme.
Y finalmente estoy yo, Andrea, la pequeña inadaptada del hogar, virgen por supuesto porque soy demasiado temerosa para que me rompan la vagina. Sí, puedes burlarte, pero sigo esperando al hombre indicado para que me quite la virginidad, aunque eso no significa que no haya tenido relaciones sexuales por detrás. El sexo anal para mí era una jodida bendición de los dioses, aunque no lo practicaba tan a menudo como quisiera. A diferencia de mi gemela, no me iba con el primer fulano guapo que se me cruzara encima, sino que yo era muy selectiva y eso no le agradaba a muchos chicos, pero ¿qué se le va a hacer? Así era yo, con un coño reservado e íntegramente limpio como el de un bebé. Gracias al cielo que por genética de mi madre ninguna de las tres éramos peludas.

La historia que les voy a contar comienza en un día de las vacaciones de verano, cuando finalmente los cinco de la familia estábamos en casa la mayor parte del tiempo. Mi padre que era profesor también gozaba de las vacaciones de sus alumnos, y mi madre, siendo prefecta de una secundaria, hacía lo mismo. Por un lado eso era bonito ya que todos convivíamos y nos divertíamos, sin embargo, viéndolo de otra manera, era realmente aburrido, y con el calor del verano, todavía peor. El aire acondicionado del cuarto de Estefy se había descompuesto, de tal forma que ella dormía conmigo, en mi litera, mientras que Ángela me dejó para ir a dormir en la cama de mi hermano. Mis padres, dueños de la casa, disfrutaban de su cama matrimonial, de su televisión de 40 pulgadas y de su propia computadora. Eran lo reyes. Nosotras las pobres esclavas.
—¡Andrea! —me llamó mi madre esa noche en la que yo me resignaba a que las cosas iban a seguir siendo aburridas —¡ Baja a cenar!
La hora de la comida era sagrada para mi mamá, que amaba vernos a todos juntos.
—Vamos, Andrea —dijo Estefy, bajando de su litera con un salto.
Nuestra hermana menor era la más delicada de nosotras, aunque no menos guapa por eso. De hecho ella conservaba una figura muy esbelta, con una cinturita delineada gracias a su blusita, y unos shortcitos muy cortos que sólo ayudaban a acentuar su trasero respingón.
—Ya voy, ya voy.
—Camina, tonta —me dijo y yo aproveché para darle una nalgada como castigo —¡auch! Mensa.
—Mensa, tú.
Nos llevábamos bien, mejor que con mi gemela.
En la cocina ya estaban todos reunidos. Incluso había venido Lorena, la novia de Ángela a la cual mis padres adoraban. Ya se los dije. Son muy liberales en cuanto a la sexualidad. Tenía entendido que mi madre tuvo relaciones sexuales con un primo cuando ella todavía era una niñita de once años. Eso era público para nosotros, y cuando nos lo contó…. Pues no nos sorprendió mucho. Después de todo ya estábamos acostumbradas a escuchar sus anécdotas que según ella nos la contaba para que no cometiéramos los mismo errores que ella.

Lorena me saludó con una coqueta sonrisa, como siempre, porque le gustaba tanto que Ángela se pareciera a mí que incluso yo, a veces, era víctima de sus miradas lascivas. Me senté al lado de Estefy y cenamos en una animada charla sobre nuestros planes para las vacaciones. Surgieron ideas. Por ejemplo, Ángela quería ir a esquiar, pero no teníamos tanto dinero para un viaje tan lejano. Estefy optó por ir a la playa, aunque cuando mi madre le dijo que ésta vez se tendría que broncear, dejó la idea. Mi hermanita tenía la piel muy clara y no le gustaba quemarse. Mi madre deseaba ir al campo a estar con nuestra abuela y mi padre, bueno, él lo que la mayoría decidiera.
—¿Qué hay de ti, Andrea? ¿a dónde quieres ir? —me preguntó papá.

—Pues la idea de Estefy me gustó. La playa suena bien.
—Sí, vamos a la playa —me secundó mi gemela —. Si ella no quiere quemarse, ni modo. Yo me quiero broncear un poco y ponerme un bonito bikini.
—Yo también quiero un bikini —dijo Estefy —. Supongo que si todos aceptan, puedo sacrificarme.
—¿Y por qué no le preguntamos a Alec? Tengo entendido que viene mañana.
Las tres hermanas nos miramos emocionadas.
—¿Viene?
—Sí. Era una sorpresa pero ya qué. Así que Ángela, tendrás que desocupar su cuarto.
—Lo haré, mamá —la idea no le causaba mucha gracia. Estefy y yo estábamos más emocionadas de volver a ver a nuestro hermano.
Terminada la cena me metí a bañar en la bañera. Era relajante estar en el fresca, totalmente desnuda y enjabonada. Me la pasé pensando en mi hermano, y en que al fin íbamos a estar juntos todos, al menos durante las vacaciones. Ya me hacía falta conversar con alguien comprensivo como él.
En eso mi padre entró al baño. Yo me hundí en la espuma para que no me vieras las tetas y aparté la mirada cuando se sacó la polla para orinar. Por lo visto en nuestra casa no conocían lo que era tocar la puerta, y aunque no me molestaba mucho que él entrara sin avisar, sí había momentos donde necesitaba estar a solas.
—Te emociona que venga tu hermano.
—Mucho —finalmente pude verlo y él me sonrió. Yo me sonrojé un poco.
—Largo, pa-pi-to —dijo Estefy en tono despectivo. Él trataba a mi padre con algo más de confianza que nosotras. Él se limitó a reírse y le acarició la cabeza a mi hermana menor —¿me puedo bañar contigo?
—Claro, entra.
Estefy se quitó la ropa despacio y se metió conmigo a la bañera. A veces me daba por preguntarme si ella no era la hija de otro hombre, porque con sus ojos verdes, sus delicadas pequitas y su nariz diminuta no se parecía a nosotras. Incluso mi padre bromeaba con eso, y a Estefy le molestaba mucho.

Nada más tocar el agua se acomodó entre mis piernas, de tal manera que mis grandes tetas le tocaban la espalda. Eso era lo único que me gustaba de ella, que era muy tierna conmigo en ocasiones y dependía más de mí que de Ángela, la cual por ser tan sólo un par de años mayor ya se creía tener poder sobre todos. Solamente Alec la dominaba en ocasiones.
Olí el cabello de Estefy y le di un besito en la cabeza. Mi hermana inclinó el cuello como una señal de que necesitaba algo de amor de hermana, y yo, sonriendo, empecé a lamerle la delicada y blanca piel de su garganta. Ella soltó una risita y su cuerpo se estremeció. La besé despacio y con mucho amor. Poco a poco ella se fue relajando, hasta que comenzó a tocarse los senos y a pellizcarse las puntitas. Yo aproveché ese momento para cerrar mis brazos alrededor de su vientre y acariciarla.

Estefy a diferencia de Ángela y de mí todavía no tenía relaciones de ningún tipo. Mi madre no estaba tan convencida de eso, pero yo sí, porque era su hermana mayor y la quería, así que me contaba de todo. Por supuesto que una parte se alegrara de que todavía no se hubieran ensartado a la pobre Estefy, así que mientras el hombre indicado aparecía en su vida, yo, como su hermana mayor, tenía toda la responsabilidad de darle un poco de placer cuando ella me lo pidiera.
—¿Te gusta?
Estefy asintió. Me giré para besarle el otro lado del cuello. Vi cómo movía sus manos hasta llevarlas a su delicada rajita. Comenzó a jadear suavemente mientras yo le daba mordidas en la oreja y le acariciaba el vientre.
—Así. Déjame mostrarte.
Sostuve su mano con la mía y la guié para que aprendiera cómo debía de masturbarse. Me sorprendía que para su edad todavía estuviera dándose cuenta de ese magnífico placer. Mi mamá nos había mostrado a mí ya Ángela el gusto por la masturbación. Claro, como toda buena madre que enseña a sus hijas la sexualidad y sin tabúes, había sido muy explícita. Y por explícita puedo decir que hasta vimos partes de ella muy encantadoras.

—¿Cómo van las clases? —preguntó mi gemela entrando intempestivamente a lavarse los dientes.
Estefy la miró con algo de severidad.
—Bien —dije, feliz.
—Largo, Ángela —gruñó Estefy —. Nosotras no las interrumpimos cuando estas con Lorena aquí.
—Ah, la minilesbiana —dijo Lorena molestando a Estefy como siempre. Era claro que la novia de mi hermana le gustaba hacerla enojar. Entró y cerró la puerta con llave.
—Ya, estoy perdiendo la concentración.
—Salgan —les pedí —, Estefy ya estaba a punto de llegar al climax.
Las dos pusieron ojos en blanco y riendo se fueron. Mi hermana volvió a relajarse.
—¿Podemos hacer otra cosa, Andrea?
—Sí, cariño.
Ella se giró hacia mí. Apoyó las manos en mis hombros y se levantó un poco, de tal forma que sus pequeños y jugosos pechos quedaron a tan sólo centímetros de mi boca. Yo la tomé de las caderas, y sonriendo, me metí uno de sus pezoncitos a la boca.
—No muerdas duro, que me duele.
—Te dejaré un chupetón —le guiñé un ojo —¿quieres que tu hermana mayor de deje uno?
—Lo que quiero es que me folles ya —se rió dulcemente.
—Eso no va a pasar, Estefy. Mamá aceptó que te enseñara a masturbarte, pero no que te follara.
—Bu. Cómeme las tetas al menos.

En eso estaba. Estefy cerró los ojos con visible placer mientras yo me degustaba ese delicioso par de pechos tersos y blancos. Bajé la mirada y vi la bella vaginita de mi hermana y tentada a probar cosas nuevas, deslicé una mano por su vientre hasta llegar a su coño. Eso hizo que ella se retorciera y soltara un gemido a mis oídos.
—Oigan, oigan, con calma —dijo papá entrando otra vez a lavarse los dientes. Estefy dio un gritito y se volvió a meter al agua. Yo di por terminada la sesión y salí desnuda. La mirada que mi madre me echó lo dijo todo.

De hecho cuando Ángela, Alec y yo eramos niños en casa se practicaba el nudismo como una forma de vida. Mis padres se habían unido a un grupo de gente que conocieron en una playa nudista. Ahora que ya no los frecuentaban pues ese recuerdo ya era muy del pasado, aunque no por eso teníamos vergüenza de mostrarnos.
Bueno, yo era la que menos pena tenía de que me vieran desnuda. Tanto Ángela como Estefy eran algo más reservadas en ese aspecto y ya no se veían tan seguras estando sin ropa frente a nuestros padres.
—Duérmanse temprano —fue lo único que nos dijo y salió rápidamente, algo sonrojado.
Estefy salió de inmediato. Estaba sonrojada, pero feliz y me dio un beso en el cuello y un apretón de nalga.
—Te veré en el cuarto —se envolvió con una toalla y salió.
Yo me quedé en el baño cepillándome la boca, e imaginando qué clase de fantásticas vacaciones íbamos a tener a partir de mañana, cuando nuestro querido hermano volviera a casa.

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