Capítulo 5
Mi madre fue por otra botella de vino, y en el tiempo que tardó, las tres nos pusimos a charlar sobre lo que estaba pasando y si queríamos ir más allá con esta especie de locura, porque eso era: ¡una locura! Todas estábamos calientes, especialmente mi hermana gemela, a la que le habíamos metido todo el dildo por el coño. La inocente Estefy, con su piel totalmente blanca, ahora estaba muy roja y sudaba un poco, de modo que prendimos el aire acondicionado del cuarto. Lorena, tranquila como siempre, no le veía lo malo a lo que estábamos haciendo. En cuanto a mí… bueno, me costaba creer lo que sucedía, y en cierta forma quería detenerme y a la vez no.
—Entonces ¿paramos o no? —pregunté finalmente.
—Yo digo que llevemos esto hasta el final, o sea, hasta que tu papá y hermano vuelvan —dijo Lorena.
—Yo no tengo problemas en seguir jugando —manifestó Ángela, y Estefy, bueno, como le estaba dando pequeños besitos al dildo como si fuera su juguete, ya me sabía su respuesta.
—De acuerdo, seguiremos, pero hay que decirle a mamá que lo que pase no debe salir de aquí ¿de acuerdo?
Todas aceptamos, e incluso entre nosotras tomamos la promesa de no contarle a nadie más. Mi madre llegó un rato después con una nueva botella de vino y tres copas más. Nos sirvió una a cada una y las tomamos en pequeños sorbos. A Estefy, que no le iba mucho el alcohol, dejó su bebida de lado.
—Y bien —comenzó mi madre —¿seguimos jugando? ¿a quién le tocaba girar?
—A mí —se apresuró Ángela y giró la botella. Ésta vez le apuntó a mamá.
—Reto.
—Creo que a estas alturas no tiene caso preguntar —mencioné.
—Te reto a… masturbar a Andrea.
La cara se me encendió de sólo imaginarme a mi propia madre haciéndome eso. Por otro lado, yo sí que estaba caliente y con la decisión de continuar y que todo quedara en secreto, no me pude resistir. Mi mamá se acomodó detrás de mí rápidamente y yo me deshice de mis shorts y de mis tanga. Por si eso no fuera suficiente, ella me despojó del camisón, de tal forma que en un dos por tres estaba totalmente desnuda frente a ellas.
—De acuerdo, aquí voy. No tengas pena, cariño, que soy tu madre.
—¿Pena? ¿quién dijo pena?
Me dio un beso en el cuello. Sentí un delicioso escalofrío cuando su lengua recorrió la piel de mi garganta. Poco a poco, su mano izquierda empezó a descender de mi hombro, delineando mis pechos, dirigiéndose al estómago hasta que finalmente llegó a mi estrecha entrada. En el momento que sus dedos se abrieron paso entre mis labios, dejé de ser su hija para convertirme en un mero ser que estaba ardiendo por dentro. Ella comprobó mi virginidad y se sorprendió. Todas, de hecho.
—Estás muy mojada… mi hermosa nenita, qué caliente estás por dentro.
Sus dedos se movían en círculos por todo mi coño. Yo cerré los ojos y arqueé la espalda para atrás mientras ella aumentaba la velocidad. Sin que pudiera hacer algo para detenerla, su boca cubrió la mía e intercambiamos una serie de besos franceses tan ardiente que me sentí en la puta gloria, y todo gracias a mi madre, que me estaba masturbando.
—Listo, listo —oí que decía Ángela y abrí los ojos. Estefy, con las piernitas abiertas, se pasaba tiernamente el dildo entre su vagina, como si contemplara la posibilidad de metérselo. Ángela y Lorena miraban con una sonrisa coqueta justo entre mis piernas. Era raro ver a Ángela, por cierto, que se parecía tanto a mí y con esa mirada perversa, perdí todos los tapujos. Moví mi mano hasta agarrar la de mi madre y le indiqué el ritmo que debería seguir.
—Ah… mamita… —exclamé entre jadeos. Ella me besó una vez más, y la punta de su lengua me recorrió los labios. Me masturbaba con más velocidad, más intenso, de diferentes maneras y yo gemía y me sentía en calma como una niñita en sus brazos, una niña muerta por el placer de la mano de su mamá.
Tuve un orgasmo delicioso.
—Eso fue excitante —Estefy seguía sudando un poco pese al aire acondicionado. Lorena y Ángela se estaban besando para cuando terminamos. Ahora le tocaba a mi mamá girar. Iba a hacerlo cuando sonó el teléfono y ella contestó. Se trataba de mi padre, que avisaba para decirle que ya volvía con unas compras para hacer el desayuno mañana.
—Tenemos tiempo para un giro más. Veamos… Lorena. Te reto a… hacer lo que quieras con Estefy porque la muy chica ya está como para agua para chocolate.
—¿Lo que quiera? Eso suena bien.
Sin darle tiempo para que Estefy protestara, Lorena gateó hasta la chica.
—¿Qué me vas a hacer?
—Lo que tú quieras, corazón. Sólo tienes que decírmelo. Estás completamente desnuda así que tú mandas.
—Yo quiero que… me comas las tetas.
—¿Cuales?
—¡Estúpida!
Todas nos reímos porque a Estefy le caía mal que habláramos de sus pequeñas curvas, en comparación a las nuestras, claro. Lorena le dio un tierno besito en los labios y luego con mucha delicadeza tocó los senos de mi joven hermana. Ella se acomodó con la espalda pegada a la cama y dejó que la novia de su otra hermana deslizara sus lengua por todo su busto.
Miré a Ángela para ver su reacción. No sonreía, pero tampoco se veía molesta. Simplemente era como si le diera igual ver a su novia degustar las tetas de su hermana menor. Yo sentí la mano de mi mamá sobre mi pierna, y a pesar de que no era reto para mí, abrí un poquito los muslos para dejar que su mano se perdiera entre los mojados pliegues de mi coño. Volvió a masturbarme con la misma intensidad de antes, sólo que ésta vez no cerré los ojos, pues quería ver a Lorena comprimiendo y estrujando las tetitas de Estefy. No paraba con una y ya se iba a la otra. Mientras lo hacía, mi hermana menor se estaba tratando de meter todo el dildo a la boca, lo cual era difícil dado el tamaño.
Ángela decidió actuar al fin y se acercó penosamente a Estefy. Intercambiaron una mirada y en pocos segundos, la lengua de mi gemela también se deslizaba por los pechos de la otra. La chica estaba en la gloria, y abría sus piernitas hacia mí para mostrarme su rosada y apretada rajita. En ese momento deseé ser un hombre para poder penetrarla, y escuchar sus gemidos de dolor, puesto que para alguien tan esbelta como ella, y virgen además, seguramente apretaría tanto que me haría eyacular en un dos por tres.
De repente oímos la puerta principal abrirse. Paramos en seco nuestra fiestecita. Nos vestimos y salimos del cuarto como si nada hubiera pasado, aunque estaba segura de que se habían formado nuevas relaciones entre las mujeres de la casa, y no estaba equivocada en lo absoluto.
A la media noche ocurrió otra cosa, pues yo me desperté con muchísima sed y fui a la cocina por un vaso con agua. Al regresar y volver a acostarme, en mi cama ya estaba alguien más. Tuve que reprimir un gritito de susto, pues con la oscuridad no lograba ver nada.
—Soy yo —susurró Estefy —. No podía dormir, no después de lo que pasó con la botella.
—¿Y qué quieres que haga? Joder ¿estás desnuda?
—Sí.
Tener a mi hermana menor desnuda en la misma cama que la mía era algo… extraño y excitante a la vez. La piel de Estefy, o mejor dicho, toda ella, estaba ardiendo como si tuviera fiebre, aunque yo sabía que era de otro tipo. Tragué saliva cuando ella me montó. La verdad es que nosotras nunca habíamos intimado como dos lesbianas. La masturbaba y eso era todo, pero por la intensidad de sus labios cuando me besó, supe que en ese momento mi adorada hermanita quería algo más. Acaricié sus piernas y puse mis manos en sus caderas. Dejé que su beso profundizara todo lo que ella quisiera, y especialmente cuando su lengua y la mía entraron en un intercambio delicioso de saliva.
—¿Pueden hacer menos ruido? —preguntó Lorena, en la otra cama —. Intento dormir.
—Lo siento. Estefy, creo que deberíamos detenernos.
—Pero yo quiero…
—He dicho que pares. Ve a dormir. Yo también tengo sueño.
¿Quién en su sano juicio deja a una chica tan caliente como Estefy? Pues al parecer, yo. Estefy hizo un mohín. Me mordió un cachete y volvió a su cama. Intenté volver a dormir, aunque fue imposible. Tenía tantas cosas en la cabeza como lo que había sucedido con mi padre, el incesto, Estefy. Era como si éste viaje nos estuviera ocasionando algo a todos, permitiendo que aflorara el lado más ardiente de cada quien.
Total que no dormí. Ya era de madrugada, así que decidí salir y dar un paseo por la arena antes de que el sol saliera completamente. Para mi sorpresa, mi papá ya estaba en el patio, contemplando en su silla el mar. Soplaba una fresca brisa que me alzó el camisón que llevaba, aunque por suerte tenía puestas unas bonitas braguitas de encaje.
—¿Madrugando? —le pregunté y le di un beso en la cabeza.
—Hola, hija ¿qué haces a estas horas?
—Pensaba en ver el amanecer. Oye, papá, sobre lo que ocurrió en el muelle…
—Espero que no le hayas dicho a nadie. Mira… sé que estuvo mal, pero yo…
—No estuvo mal, es sólo que fue algo intenso y me ha estado dando vueltas en la cabeza. Ustedes nos criaron liberales, pero nadie mencionó nada de que podríamos tener incluso esa clase de intimidad.
—¿Qué no Estefy y tú…?
—Sí, pero somos hermanas. Tú eres mi padre.
—Ya veo. Entonces… ¿te arrepientes?
—No —me reí —. Fue… lindo.
—¿Lindo? ¡Jaja! Deberías decir que fue intenso. A mí también me gusto. Chupas bien.
Que tu papá te diga eso es extraño, aunque como hija, más extraño todavía.
—¿Quieres ir a ver el amanecer a otro sitio?
—¿A dónde, papá?
—Sígueme.
Subimos al coche. El camisón se me corrió un poco y mostró mucho mis piernas. Mi padre lo notó y durante todo el trayecto, inocentemente tenía sus manos sobre mis muslos y me acariciaba a penitas. Claro que yo ya estaba oliendo sus intenciones y me reía disimuladamente. Quise contarle que anoche mamá me dio la mejor masturbada de mi vida, y que me sentí tan unida a ella porque era capaz de hacerme sentir así de bien, y que también comenzaba a sentir algo diferente por él.
Papá me llevó hasta un sitio alejado y se estacionó cerca de una palmera. Bajamos y caminamos tomados de la mano un poco antes de detenernos en una playa tan tranquila y justo frente al sol, que ya comenzaba a asomarse. Tendió una toalla y nos sentamos.
—Entonces será un bello amanecer —dije, esperando a que él hiciera lo que fuera que se estaba proponiendo.
No sucedió así. Durante unos minutos nos la pasamos en silencio, viendo como el sol salía por encima del horizonte.
—¿Vamos a nadar un poco, hija?
—No traje bañador.
—Pues… podemos quitarnos la ropa —sugirió con mucha cautela. Yo me lo pensé dos veces porque naturalmente mostraba un poco de resistencia ante la idea de estar sin ropa frente a mi propio padre. Claro que… no fue tanta, y al final, en el fondo, esperaba que sucediera algo.
—Está bien.
Ni bien decirlo, mi padre se quitó la camisa y sus shorts. Su gran polla no estaba erecta, pero sí pude ver como se le inflaban las venitas por la sangre. Yo me sonrojé y aparté la mirada. Me quité el camisón y también las bragas. La brisa sopló y me enchinó la piel. Volví la vista a mi papá y él, sonriente, movió las caderas y su pene se balanceó graciosamente.
—Bueno, vamos a mojarnos un poco.
—¿Y si nos ven?
—Aquí nadie viene. Tranquila, hija.
Tomados de la mano caminamos hasta el agua, que estaba entre fría y templada. Las olas a penas rompían contra la arena. Nos sumergimos unos cuantos metros porque el nivel era bajo.
—¿Y bien, Andrea? ¿qué se siente bañarte desnudo con tu padre?
—Pues… raro, pero bien —dije con una tonta risa.
—Mira. El sol ya está saliendo más rápido.
Permanecimos uno junto al otro viendo como la mañana aparecía. Era tan hermoso y a la vez un espectáculo lleno de romance. No supe en qué momento la mano de mi papá, por debajo del agua, me tocó una nalga. Me reí y le miré con cierta coquetería. Fue entonces de que me di cuenta de que era un hombre muy atractivo, un maduro a toda regla, y no como los tontos muchachitos que me pretendían en la escuela.
—¿Qué andas tocando?
—Sólo compruebo cómo has crecido.
Bien, bien. Se sentía genial tener una mano grande tocándome el culo.
—Vamos a la arena —sugerí, cuando una extraña fuerza me movió.
Tomados de la mano regresamos a la playa y nos sentamos desnudos, puesto que sería estúpido vestirnos.
—Te la voy a mamar un poco pero no le digas a mamá ¿de acuerdo?
—Bien…
Nada más decirlo, su polla empezó a ganar tamaño. Yo me arrodillé ante mi propio padre, de tal forma que su pene quedó justo a la altura de mi cabeza. Yo sabía que el frío hacía que el miembro de los hombres cambiara un poco su tamaño, y aunque él pasaba por lo mismo, lo cierto es que no había mucha diferencia. Me aclaré la garganta, puse mis manos sobre mis piernitas y me aproximé cuidadosamente al glande. Lo tanteé con la punta de la lengua, y luego le fui dado pequeños besitos por todo el tronco hasta la base. Lo tenía sólo para mí. Él era mi padre, el que me había dado la vida y ahora yo iba a darle un poco de placer, y yo también gozaría. Con mucho cuidado tomé su polla entre mis manos, abrí la boca y empecé a mamar suavemente, procurando meterme todo lo que me cupiera, remojándolo con mi saliva y sintiendo el sabor de la sal del agua de mar. Era como comer un delicioso filete de carne con muy buen sabor.
Chupé despacio al inicio, y poco a poco fui subiendo la intensidad. Movía mi cuello de adelante para atrás, de adelante para atrás. Sacaba su miembro sólo para poder respirar e inmediatamente volvía a mi trabajo. Con una mano jugaba con sus huevos, sopesando su peso, pellizcándolos y cuando me cansaba de mamar, levantaba su pene y lamía sus testículos que estaban sin un solo pelo. Que mi padre se rasurara las bolas me gustaba porque podía apreciar toda esa zona en plenitud.
—Ah… espera, hagamos otra cosa.
—¿Qué? —le pregunté.
Él se recostó en la toalla, la polla apuntando al cielo.
—Ehm… papá, por mucho que me guste mamártela, no voy a montarte.
—No es eso. Dame tu culito.
—Ah, bueno —me tranquilicé. Papá sólo quería comerme el coñito, tan lindo él.
Me acomodé con él en un 69, y cuando sus manos me abrieron las nalgas y hundió su boca en mi vagina, me empecé a reír. Su barba me hacía cosquillas. Qué feliz me sentía. Volví a mi trabajo, masturbándolo y luego mamando y mamando. Para una mujer, tener un pene grande es un reto, porque te lo quieres tragar todo y el cabrón no siempre se deja. No sólo ocurre con los penes largos, también con los gruesos. Mojé con saliva todo el glande y lo metí lo más profundo que pude. En las porno veía que las actrices lo hacían con facilidad, pero yo no pude, así que decidí chupar como una niña buena y no tratar de romper records ni nada parecido.
—Es bueno que seas virgen todavía —dijo mi padre, separándome más las nalgas como si quisiera rompérmelas. Su barba puntiaguda le daba una exquisita sensación a mi coño, y muchas cosquillas. Me nalgueó, pellizcó y mordió. Mi pequeño clítoris estaba en la gloria, y lubricaba tanto que me imaginé la boca de mi padre llena de mis jugos.
Lo masturbé con más fuerza y velocidad. ¡Dios! De verdad deseaba montarlo y que me rompiera el culo. No sería una mala idea ¿verdad? Iba a sugerirlo cuando, pero me daba un poquito de miedo. Por el momento yo prefería sólo esto.
Mamé durante un rato más. Pensaba en mi madre y en que se comía todo esto, y la envidié. Por otro lado también pensé en Alec y en si habría heredado estos atributos.
—Me corro —dijo mi padre y chupó mi vagina con más fuerza que antes, hundiendo su lengua todo lo que podía.
—Yo también, papá.
Los dos sabíamos qué hacer, y redoblamos esfuerzos. Sonará ridículo, pero justo cuando yo sentía una descarga de placer allá abajo, mi boca se llenó de semen caliente y dulce. ¡Qué manjar! La polla de mi propio padre bombeando leche a mi garganta, criándome como una niña pequeña de nuevo fue tan ardiente que no quería que se terminara. Él eyaculó y eyaculó una deliciosa mezcla que al final, cuando salió la última gota, me quedé con más ganas.
Su polla empezó a perder el tamaño como era natural. Mamé unos minutos más y luego me acomodé sobre él, para verle la cara.
—Te adoro, hija.
—Y yo a ti, papito.
Me sentía como una pequeña conejita. Lo amaba tanto, tanto como una hija puede amar a su padre, y ahora estaba segura de que quería volver a repetir con él muchas cosas. Le di un beso en la boca, y luego le entregué mis senos para que él jugara con ellos por un rato mientras yo veía el lindo amanecer.
Mi madre fue por otra botella de vino, y en el tiempo que tardó, las tres nos pusimos a charlar sobre lo que estaba pasando y si queríamos ir más allá con esta especie de locura, porque eso era: ¡una locura! Todas estábamos calientes, especialmente mi hermana gemela, a la que le habíamos metido todo el dildo por el coño. La inocente Estefy, con su piel totalmente blanca, ahora estaba muy roja y sudaba un poco, de modo que prendimos el aire acondicionado del cuarto. Lorena, tranquila como siempre, no le veía lo malo a lo que estábamos haciendo. En cuanto a mí… bueno, me costaba creer lo que sucedía, y en cierta forma quería detenerme y a la vez no.
—Entonces ¿paramos o no? —pregunté finalmente.
—Yo digo que llevemos esto hasta el final, o sea, hasta que tu papá y hermano vuelvan —dijo Lorena.
—Yo no tengo problemas en seguir jugando —manifestó Ángela, y Estefy, bueno, como le estaba dando pequeños besitos al dildo como si fuera su juguete, ya me sabía su respuesta.
—De acuerdo, seguiremos, pero hay que decirle a mamá que lo que pase no debe salir de aquí ¿de acuerdo?
Todas aceptamos, e incluso entre nosotras tomamos la promesa de no contarle a nadie más. Mi madre llegó un rato después con una nueva botella de vino y tres copas más. Nos sirvió una a cada una y las tomamos en pequeños sorbos. A Estefy, que no le iba mucho el alcohol, dejó su bebida de lado.
—Y bien —comenzó mi madre —¿seguimos jugando? ¿a quién le tocaba girar?
—A mí —se apresuró Ángela y giró la botella. Ésta vez le apuntó a mamá.
—Reto.
—Creo que a estas alturas no tiene caso preguntar —mencioné.
—Te reto a… masturbar a Andrea.
La cara se me encendió de sólo imaginarme a mi propia madre haciéndome eso. Por otro lado, yo sí que estaba caliente y con la decisión de continuar y que todo quedara en secreto, no me pude resistir. Mi mamá se acomodó detrás de mí rápidamente y yo me deshice de mis shorts y de mis tanga. Por si eso no fuera suficiente, ella me despojó del camisón, de tal forma que en un dos por tres estaba totalmente desnuda frente a ellas.
—De acuerdo, aquí voy. No tengas pena, cariño, que soy tu madre.
—¿Pena? ¿quién dijo pena?
Me dio un beso en el cuello. Sentí un delicioso escalofrío cuando su lengua recorrió la piel de mi garganta. Poco a poco, su mano izquierda empezó a descender de mi hombro, delineando mis pechos, dirigiéndose al estómago hasta que finalmente llegó a mi estrecha entrada. En el momento que sus dedos se abrieron paso entre mis labios, dejé de ser su hija para convertirme en un mero ser que estaba ardiendo por dentro. Ella comprobó mi virginidad y se sorprendió. Todas, de hecho.
—Estás muy mojada… mi hermosa nenita, qué caliente estás por dentro.
Sus dedos se movían en círculos por todo mi coño. Yo cerré los ojos y arqueé la espalda para atrás mientras ella aumentaba la velocidad. Sin que pudiera hacer algo para detenerla, su boca cubrió la mía e intercambiamos una serie de besos franceses tan ardiente que me sentí en la puta gloria, y todo gracias a mi madre, que me estaba masturbando.
—Listo, listo —oí que decía Ángela y abrí los ojos. Estefy, con las piernitas abiertas, se pasaba tiernamente el dildo entre su vagina, como si contemplara la posibilidad de metérselo. Ángela y Lorena miraban con una sonrisa coqueta justo entre mis piernas. Era raro ver a Ángela, por cierto, que se parecía tanto a mí y con esa mirada perversa, perdí todos los tapujos. Moví mi mano hasta agarrar la de mi madre y le indiqué el ritmo que debería seguir.
—Ah… mamita… —exclamé entre jadeos. Ella me besó una vez más, y la punta de su lengua me recorrió los labios. Me masturbaba con más velocidad, más intenso, de diferentes maneras y yo gemía y me sentía en calma como una niñita en sus brazos, una niña muerta por el placer de la mano de su mamá.
Tuve un orgasmo delicioso.
—Eso fue excitante —Estefy seguía sudando un poco pese al aire acondicionado. Lorena y Ángela se estaban besando para cuando terminamos. Ahora le tocaba a mi mamá girar. Iba a hacerlo cuando sonó el teléfono y ella contestó. Se trataba de mi padre, que avisaba para decirle que ya volvía con unas compras para hacer el desayuno mañana.
—Tenemos tiempo para un giro más. Veamos… Lorena. Te reto a… hacer lo que quieras con Estefy porque la muy chica ya está como para agua para chocolate.
—¿Lo que quiera? Eso suena bien.
Sin darle tiempo para que Estefy protestara, Lorena gateó hasta la chica.
—¿Qué me vas a hacer?
—Lo que tú quieras, corazón. Sólo tienes que decírmelo. Estás completamente desnuda así que tú mandas.
—Yo quiero que… me comas las tetas.
—¿Cuales?
—¡Estúpida!
Todas nos reímos porque a Estefy le caía mal que habláramos de sus pequeñas curvas, en comparación a las nuestras, claro. Lorena le dio un tierno besito en los labios y luego con mucha delicadeza tocó los senos de mi joven hermana. Ella se acomodó con la espalda pegada a la cama y dejó que la novia de su otra hermana deslizara sus lengua por todo su busto.
Miré a Ángela para ver su reacción. No sonreía, pero tampoco se veía molesta. Simplemente era como si le diera igual ver a su novia degustar las tetas de su hermana menor. Yo sentí la mano de mi mamá sobre mi pierna, y a pesar de que no era reto para mí, abrí un poquito los muslos para dejar que su mano se perdiera entre los mojados pliegues de mi coño. Volvió a masturbarme con la misma intensidad de antes, sólo que ésta vez no cerré los ojos, pues quería ver a Lorena comprimiendo y estrujando las tetitas de Estefy. No paraba con una y ya se iba a la otra. Mientras lo hacía, mi hermana menor se estaba tratando de meter todo el dildo a la boca, lo cual era difícil dado el tamaño.
Ángela decidió actuar al fin y se acercó penosamente a Estefy. Intercambiaron una mirada y en pocos segundos, la lengua de mi gemela también se deslizaba por los pechos de la otra. La chica estaba en la gloria, y abría sus piernitas hacia mí para mostrarme su rosada y apretada rajita. En ese momento deseé ser un hombre para poder penetrarla, y escuchar sus gemidos de dolor, puesto que para alguien tan esbelta como ella, y virgen además, seguramente apretaría tanto que me haría eyacular en un dos por tres.
De repente oímos la puerta principal abrirse. Paramos en seco nuestra fiestecita. Nos vestimos y salimos del cuarto como si nada hubiera pasado, aunque estaba segura de que se habían formado nuevas relaciones entre las mujeres de la casa, y no estaba equivocada en lo absoluto.
A la media noche ocurrió otra cosa, pues yo me desperté con muchísima sed y fui a la cocina por un vaso con agua. Al regresar y volver a acostarme, en mi cama ya estaba alguien más. Tuve que reprimir un gritito de susto, pues con la oscuridad no lograba ver nada.
—Soy yo —susurró Estefy —. No podía dormir, no después de lo que pasó con la botella.
—¿Y qué quieres que haga? Joder ¿estás desnuda?
—Sí.
Tener a mi hermana menor desnuda en la misma cama que la mía era algo… extraño y excitante a la vez. La piel de Estefy, o mejor dicho, toda ella, estaba ardiendo como si tuviera fiebre, aunque yo sabía que era de otro tipo. Tragué saliva cuando ella me montó. La verdad es que nosotras nunca habíamos intimado como dos lesbianas. La masturbaba y eso era todo, pero por la intensidad de sus labios cuando me besó, supe que en ese momento mi adorada hermanita quería algo más. Acaricié sus piernas y puse mis manos en sus caderas. Dejé que su beso profundizara todo lo que ella quisiera, y especialmente cuando su lengua y la mía entraron en un intercambio delicioso de saliva.
—¿Pueden hacer menos ruido? —preguntó Lorena, en la otra cama —. Intento dormir.
—Lo siento. Estefy, creo que deberíamos detenernos.
—Pero yo quiero…
—He dicho que pares. Ve a dormir. Yo también tengo sueño.
¿Quién en su sano juicio deja a una chica tan caliente como Estefy? Pues al parecer, yo. Estefy hizo un mohín. Me mordió un cachete y volvió a su cama. Intenté volver a dormir, aunque fue imposible. Tenía tantas cosas en la cabeza como lo que había sucedido con mi padre, el incesto, Estefy. Era como si éste viaje nos estuviera ocasionando algo a todos, permitiendo que aflorara el lado más ardiente de cada quien.
Total que no dormí. Ya era de madrugada, así que decidí salir y dar un paseo por la arena antes de que el sol saliera completamente. Para mi sorpresa, mi papá ya estaba en el patio, contemplando en su silla el mar. Soplaba una fresca brisa que me alzó el camisón que llevaba, aunque por suerte tenía puestas unas bonitas braguitas de encaje.
—¿Madrugando? —le pregunté y le di un beso en la cabeza.
—Hola, hija ¿qué haces a estas horas?
—Pensaba en ver el amanecer. Oye, papá, sobre lo que ocurrió en el muelle…
—Espero que no le hayas dicho a nadie. Mira… sé que estuvo mal, pero yo…
—No estuvo mal, es sólo que fue algo intenso y me ha estado dando vueltas en la cabeza. Ustedes nos criaron liberales, pero nadie mencionó nada de que podríamos tener incluso esa clase de intimidad.
—¿Qué no Estefy y tú…?
—Sí, pero somos hermanas. Tú eres mi padre.
—Ya veo. Entonces… ¿te arrepientes?
—No —me reí —. Fue… lindo.
—¿Lindo? ¡Jaja! Deberías decir que fue intenso. A mí también me gusto. Chupas bien.
Que tu papá te diga eso es extraño, aunque como hija, más extraño todavía.
—¿Quieres ir a ver el amanecer a otro sitio?
—¿A dónde, papá?
—Sígueme.
Subimos al coche. El camisón se me corrió un poco y mostró mucho mis piernas. Mi padre lo notó y durante todo el trayecto, inocentemente tenía sus manos sobre mis muslos y me acariciaba a penitas. Claro que yo ya estaba oliendo sus intenciones y me reía disimuladamente. Quise contarle que anoche mamá me dio la mejor masturbada de mi vida, y que me sentí tan unida a ella porque era capaz de hacerme sentir así de bien, y que también comenzaba a sentir algo diferente por él.
Papá me llevó hasta un sitio alejado y se estacionó cerca de una palmera. Bajamos y caminamos tomados de la mano un poco antes de detenernos en una playa tan tranquila y justo frente al sol, que ya comenzaba a asomarse. Tendió una toalla y nos sentamos.
—Entonces será un bello amanecer —dije, esperando a que él hiciera lo que fuera que se estaba proponiendo.
No sucedió así. Durante unos minutos nos la pasamos en silencio, viendo como el sol salía por encima del horizonte.
—¿Vamos a nadar un poco, hija?
—No traje bañador.
—Pues… podemos quitarnos la ropa —sugirió con mucha cautela. Yo me lo pensé dos veces porque naturalmente mostraba un poco de resistencia ante la idea de estar sin ropa frente a mi propio padre. Claro que… no fue tanta, y al final, en el fondo, esperaba que sucediera algo.
—Está bien.
Ni bien decirlo, mi padre se quitó la camisa y sus shorts. Su gran polla no estaba erecta, pero sí pude ver como se le inflaban las venitas por la sangre. Yo me sonrojé y aparté la mirada. Me quité el camisón y también las bragas. La brisa sopló y me enchinó la piel. Volví la vista a mi papá y él, sonriente, movió las caderas y su pene se balanceó graciosamente.
—Bueno, vamos a mojarnos un poco.
—¿Y si nos ven?
—Aquí nadie viene. Tranquila, hija.
Tomados de la mano caminamos hasta el agua, que estaba entre fría y templada. Las olas a penas rompían contra la arena. Nos sumergimos unos cuantos metros porque el nivel era bajo.
—¿Y bien, Andrea? ¿qué se siente bañarte desnudo con tu padre?
—Pues… raro, pero bien —dije con una tonta risa.
—Mira. El sol ya está saliendo más rápido.
Permanecimos uno junto al otro viendo como la mañana aparecía. Era tan hermoso y a la vez un espectáculo lleno de romance. No supe en qué momento la mano de mi papá, por debajo del agua, me tocó una nalga. Me reí y le miré con cierta coquetería. Fue entonces de que me di cuenta de que era un hombre muy atractivo, un maduro a toda regla, y no como los tontos muchachitos que me pretendían en la escuela.
—¿Qué andas tocando?
—Sólo compruebo cómo has crecido.
Bien, bien. Se sentía genial tener una mano grande tocándome el culo.
—Vamos a la arena —sugerí, cuando una extraña fuerza me movió.
Tomados de la mano regresamos a la playa y nos sentamos desnudos, puesto que sería estúpido vestirnos.
—Te la voy a mamar un poco pero no le digas a mamá ¿de acuerdo?
—Bien…
Nada más decirlo, su polla empezó a ganar tamaño. Yo me arrodillé ante mi propio padre, de tal forma que su pene quedó justo a la altura de mi cabeza. Yo sabía que el frío hacía que el miembro de los hombres cambiara un poco su tamaño, y aunque él pasaba por lo mismo, lo cierto es que no había mucha diferencia. Me aclaré la garganta, puse mis manos sobre mis piernitas y me aproximé cuidadosamente al glande. Lo tanteé con la punta de la lengua, y luego le fui dado pequeños besitos por todo el tronco hasta la base. Lo tenía sólo para mí. Él era mi padre, el que me había dado la vida y ahora yo iba a darle un poco de placer, y yo también gozaría. Con mucho cuidado tomé su polla entre mis manos, abrí la boca y empecé a mamar suavemente, procurando meterme todo lo que me cupiera, remojándolo con mi saliva y sintiendo el sabor de la sal del agua de mar. Era como comer un delicioso filete de carne con muy buen sabor.
Chupé despacio al inicio, y poco a poco fui subiendo la intensidad. Movía mi cuello de adelante para atrás, de adelante para atrás. Sacaba su miembro sólo para poder respirar e inmediatamente volvía a mi trabajo. Con una mano jugaba con sus huevos, sopesando su peso, pellizcándolos y cuando me cansaba de mamar, levantaba su pene y lamía sus testículos que estaban sin un solo pelo. Que mi padre se rasurara las bolas me gustaba porque podía apreciar toda esa zona en plenitud.
—Ah… espera, hagamos otra cosa.
—¿Qué? —le pregunté.
Él se recostó en la toalla, la polla apuntando al cielo.
—Ehm… papá, por mucho que me guste mamártela, no voy a montarte.
—No es eso. Dame tu culito.
—Ah, bueno —me tranquilicé. Papá sólo quería comerme el coñito, tan lindo él.
Me acomodé con él en un 69, y cuando sus manos me abrieron las nalgas y hundió su boca en mi vagina, me empecé a reír. Su barba me hacía cosquillas. Qué feliz me sentía. Volví a mi trabajo, masturbándolo y luego mamando y mamando. Para una mujer, tener un pene grande es un reto, porque te lo quieres tragar todo y el cabrón no siempre se deja. No sólo ocurre con los penes largos, también con los gruesos. Mojé con saliva todo el glande y lo metí lo más profundo que pude. En las porno veía que las actrices lo hacían con facilidad, pero yo no pude, así que decidí chupar como una niña buena y no tratar de romper records ni nada parecido.
—Es bueno que seas virgen todavía —dijo mi padre, separándome más las nalgas como si quisiera rompérmelas. Su barba puntiaguda le daba una exquisita sensación a mi coño, y muchas cosquillas. Me nalgueó, pellizcó y mordió. Mi pequeño clítoris estaba en la gloria, y lubricaba tanto que me imaginé la boca de mi padre llena de mis jugos.
Lo masturbé con más fuerza y velocidad. ¡Dios! De verdad deseaba montarlo y que me rompiera el culo. No sería una mala idea ¿verdad? Iba a sugerirlo cuando, pero me daba un poquito de miedo. Por el momento yo prefería sólo esto.
Mamé durante un rato más. Pensaba en mi madre y en que se comía todo esto, y la envidié. Por otro lado también pensé en Alec y en si habría heredado estos atributos.
—Me corro —dijo mi padre y chupó mi vagina con más fuerza que antes, hundiendo su lengua todo lo que podía.
—Yo también, papá.
Los dos sabíamos qué hacer, y redoblamos esfuerzos. Sonará ridículo, pero justo cuando yo sentía una descarga de placer allá abajo, mi boca se llenó de semen caliente y dulce. ¡Qué manjar! La polla de mi propio padre bombeando leche a mi garganta, criándome como una niña pequeña de nuevo fue tan ardiente que no quería que se terminara. Él eyaculó y eyaculó una deliciosa mezcla que al final, cuando salió la última gota, me quedé con más ganas.
Su polla empezó a perder el tamaño como era natural. Mamé unos minutos más y luego me acomodé sobre él, para verle la cara.
—Te adoro, hija.
—Y yo a ti, papito.
Me sentía como una pequeña conejita. Lo amaba tanto, tanto como una hija puede amar a su padre, y ahora estaba segura de que quería volver a repetir con él muchas cosas. Le di un beso en la boca, y luego le entregué mis senos para que él jugara con ellos por un rato mientras yo veía el lindo amanecer.
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