Post anterior
Post siguiente
Compendio I
Esa noche, tuve el sincero placer de apreciar a Susana como una verdadera caja de sorpresas.
Al principio, mientras marchábamos al hotel al que fui la noche anterior, notaba que su personalidad estaba “efervescentemente libre”, si es que tuviese que clasificarla de alguna manera.
Por algún motivo (que en esos momentos, ignoraba), la actitud de Susana era completamente diferente a la última vez que nos vimos.
A ratos, parecía una “muchachita loca” en vacaciones de verano y estaba seguro que podría haberla convencido para que se descubriera los senos y los mostrara por la ventana a los peatones, por los niveles de euforia e impaciencia que se le veía.
Pero en lugar de eso, hablaba de manera incesante y atropellada, suplicándome constantemente que “Por favor, pidiéramos la misma habitación que usé con su hermana” y que al momento de pedirla, “Le dejara hablar y cancelar a ella”.
Y si no fuese porque conozco bien a Susana, habría creído que se inyectó un estupefaciente.
Cuando llegamos a la caja, “colapsó”, en el sentido que no esperaba que fuese una cabina tan ordinaria como la que usan para las entradas a los estadios, mas aun así, mantuvo su garbo y gracia transandino.
Entonces, vi lo que intentaba hacer: quería hacerse pasar por Nery, tratando de actuar como ella, para ver si conseguía engañar a la cajera, que ni siquiera se inmutó, porque el día anterior apenas me prestó atención a mí, una vez que cancelé por adelantado y poco sentido le hizo el “estrambótico” actuar de Susana.
“¡Disculpá, querido, pero siempre boludeamos con Nery con los mayordomos de la embajada!” me explicaba, muy divertida. Pero repentinamente, me dio una agradable y coqueta mirada. “¡A todos les hemos visto las caras, salvo a vos!”
Y cuando llegamos al umbral de nuestra habitación, se “intimidó”…
Tenía las llaves en sus manos, pero estaba petrificada. No se atrevía a pasar, imaginando quién sabe qué cosas por tratarse de un motel y ni siquiera encendía el interruptor, para iluminar la oscura “boca del lobo”.
“¿Es tu primera vez?” pregunté, intuyendo el motivo.
Su vergüenza le hizo mover moderadamente su cabeza en afirmación…
Posé mi mano en su hombro y le animé.
“Como te dije antes, nada va a pasar, si tú no quieres que pase y yo no te voy a forzar. Pero tampoco quiero que te pases de frio.” Le expliqué, encendiendo el interruptor y diluyendo así todos sus terrores.
Su rostro mejoró notablemente al ver que era una habitación normal de un motel, sencilla y humilde, pero limpia.
Sin embargo, sus hombros seguían tensos…
“A ver, ¿Me dejas masajearte los hombros?” le pedí, sacándole mi chaqueta y ella se dejó hacer, sentándose en el sofá sin decir palabra, seguramente asimilando lo que ocurriría esa noche entre nosotros.
Empezó a suspirar más complacida, a medida que la iba insertando lentamente en la realidad.
“¡Oh, querido!... ¿Hay algo… que vos no sepás hacer bien?” comentó, agradada que mi pulgar se deslizara de manera suave por la base de su brazo derecho.
“Varias cosas… bailar, por ejemplo… tampoco puedo dibujar… y nunca he cortado leña con una motosierra…”
Ese último comentario le hizo reír y su mirada se veía mucho más tranquila y relajada.
“Y decíme… ¿Por qué quisiste… que anduviera con esta remera… todo el día?” preguntó, de manera disimulada, a pesar que el rubor de sus mejillas denotaba su interés.
“Es que ayer le comentaba a tu hermana sobre las bombachas y le preguntaba en qué se parecían las suyas con las que usan los gauchos del sur…” respondí, sentándome a su lado.
“Oh… entonces… ¿Vos preferís las bombachas?” preguntó, cerrando con fuerza sus muslos, en vista que ella usaba una tanga.
Por fortuna, ubiqué mi izquierda entre sus muslos y ella me dejó acariciarlo.
“No… porque si una mujer es hermosa y me interesa… la ropa es lo de menos…” dije, buscando lenta y delicadamente sus labios, haciendo que la fortaleza entre sus piernas decayera de forma abrumadora.
“¿Te incomoda si te desnudo?” consulté, besando sus labios y mejillas, de manera esporádica…
Dio un profundo suspiro…
“No… si vos querés…” respondió, dejándose admirar.
Era de algodón, bastante suave y podía percibir su fresco vientre. Ella se sobresaltó al tacto y empezó a respirar un poco más agitada…
“Disculpa mi ignorancia… pero ¿Ustedes reman?” pregunté, con el más genuino candor.
A ella le causó mucha gracia, respondiendo con un coqueto “No”, levantándole lentamente su prenda hasta la altura de sus hermosos pechos.
“Y este debe ser el famoso corpiño, ¿No es así?” consulté, al verlo expuesto.
La mirada de Susana estaba cautivada con nuestro juego y movía con entusiasmo su cabeza en señal de aprobación.
“¿Te molesta si lo saco así?” pregunté, sin esperar una respuesta, posando mi rostro encima de sus senos y abrazándola.
Podía escuchar el latir apurado de su pecho y la mano que colocó sobre mi cabeza me dio a entender su respuesta.
“Vos sabes… que mis lolas no son tan grandes… como las de Nery…” exclamó ella, con la respiración acelerada, una vez que descubrí su cubierta.
Pero si bien sus pechos eran de menor tamaño, no dejaban de ser atractivos.
Era un hecho que Susana los días anteriores a su visita había surfeado, porque su piel se veía más blanca, pero enalteciendo la belleza y el rosado de su pezón.
“¡No!... ¡No!... ¡Esperá!” imploró ella, pero mientras mi boca probaba ese delicado marrasquino, mi izquierda se introducía entre la humedad de sus piernas, tornando sus protestas en ardorosos gemidos de placer.
Solo porque sus quejidos seguían manteniendo una connotación de protesta, me detuve tras alrededor de un minuto de ataque.
Grata fue mi sorpresa al ver su rostro, que parecía levemente ofendido por haberme detenido y me observaba confundida, sin saber si seguiría con mis atenciones o no.
Fue así que resumí el ataque, incrustando los dedos con mayor confianza entre sus piernas y apreciando el cuantioso volumen de sus fluidos, besando de una manera apasionada sus labios y succionando su lengua con ansiedad.
Los espasmos se volvieron cada vez más fuertes y sus ojos se entrecerraban firmemente, mirando al cielo y conteniendo apenas sus placenteros gemidos, hasta que llegué a un punto que tenía que llevarla a la cama.
La tomé en brazos y se mostró dichosa, con mi mano incitando constantemente su fuente de placer.
La tendí en la cama con delicadeza y ella me miraba ansiosa. Una vez más, no sé si era porque me recordaba a Nery o porque estaba demasiado excitado, pero me despreocupé de tomar un preservativo.
Me desabroché con desesperación y enfado la camisa que llevaba puesta, que muchos problemas puso para liberarme, mientras que ella desabrochaba con la misma rapidez mi pantalón y una vez que me liberó del bóxer, dedicó algunas chupadas deliciosas a la punta de mi falo.
Al verme libre, se acostó suavemente, posando sus manos sobre su vientre y deslizándolo de una manera inolvidable y delicada bajo su busto, cobrando matices que me hacían recordar retratos de pintores renacentistas, describiendo las divinidades elementales, que me sobrecogió enormemente, acrecentado más por el efecto en que sus cabellos se esparcían sobre la cama.
Ella, al verme pasmado y suplicante como una niña desvalida, me miró con cierta tristeza y desesperación y extendiendo sus manos al cielo, me pidió “¡Cogéme, por favor!”.
Y movido por el deseo de penetrar a esa diosa, cometí la grave falta de no contener mi impaciencia, dado que tras posar mi glande en la entrada a su templo de placer, apoyé mi cuerpo con desesperación, arrebatándole un gemido ahogado que la estremeció completa y turbó sus ojos en inesperado dolor.
“¡Lo siento!” traté en vano de disculparme, cuando me di cuenta que casi la mitad de mi herramienta había entrado de golpe.
Ella, sumida en éxtasis, tomó mi cabeza y me besó frugalmente.
“¡No, cariño!... ¡Seguí, por favor!” me pidió, casi con lágrimas, acostumbrándose a que mi erección extendiera sus contraídos tejidos.
Y empecé a bombear con torpeza, con ella suspirando y levantando sus piernas perfectas en torno a mis muslos, como si vanamente fueran guiando el ritmo que ella buscaba.
Pero a medida que nos empezábamos a acoplar, sus piernas me fueron envolviendo con mayor calidez, mientras que su delicioso cuerpo se sacudía en nuestro vaivén.
“¡Si, papito, siii!... ush… ¡qué rico sos, cariño!” decía ella, mientras la abrazaba por la cintura y me iba meneando cada vez más rápido.
Sus caderas eran fenomenales. El sudor de su cuerpo y la suavidad de su piel producían una sensación agradable y refrescante en mis dedos.
“¡Cuánto te extrañe, querido! ¡Cuánto te extrañe!”
Sus besos no se quedaban atrás. Su dulce boca parecía un verdadero vórtice que buscaba llevarse mi lengua.
“¡Ahhh,siii!... ¡Tocáme, papá!... ¡Tocáme!... ¡Siii!... ¡Ahí!... ¡Qué rico, querido!”
Guiaba mis manos para hacer un improvisado sostén, mientras la bombeaba frenéticamente.
“¡Siii!... ¿Te gustan mis lolas, querido?... ¿Te gustan?... ¡Sii, campeón!... ¡metéla más!”
Se sentía estrecha y muy húmeda. Sus fluidos empapaban la base de mi falo y apenas entraban 3/4…
“¡Si, papá!... ¡Si, papá!... ¡metéla entera!... ¡Por favor!... ¡No jodás más!...”
Su comentario me hizo tanta gracia, que tras una embestida agarré vuelo y la inserté de golpe.
El alarido que pegó fue potente y me abrazó con mayor fuerza.
“¡Si, paapá!... ¡Metéla más, papito!... ¡Llenáme de pija, papá!... ¡Llenáme de leche, campeón!
Podía sentir las contracciones de su vagina, que se sacudían de manera desesperada. Entre sus piernas, fluía un cuantioso manantial y por la manera que enterraba sus uñas en mi espalda, llevaba al menos 2 orgasmos bajo la cintura.
“¡Sí, papá!... ¡Sí, papáaa!... ¡Qué verga, campeón!... ¡Qué verga!... ¡Metéla más!” pedía ella, replegándose fieramente por la cintura.
Yo aprovechaba de acariciar sus nalgas sudorosas, buscando entrar más y más adentro, a lo que ella manifestaba un grandioso disfrute, en el sentido que pude sentir la boca de su útero.
“¡Oh, papáaaa!... ¡Nadie… me la mete… como vos!... ¡Seguí hermoso!... ¡Seguí!...” solicitaba ella, muy abrazada de mi cuello.
Y fue entonces, dentro de ese divagar mental que uno hace buscando contener su orgasmo, que los constantes “Bebe” y “Querido” de las gemelas cobraron sentido, combinándose con lo escuchado el día que fuimos a la playa…
Que “cuando ellas conocen al chico correcto, se paran de cuidar”…
Y ahí, me encontré atrapado en un remolino descontrolado de emociones, porque mientras mi pelvis embestía con gozo, disfrutando la humedad y el calor que rodeaba mi glande y disfrutaba el caluroso abrazo que Susana me daba en el cuello, mi mente en vano trataba de frenarse, asumiendo que ellas no se estaban cuidando en lo absoluto y con ese temor terrible que pude embarazar a las 2.
“¡Oh, boludo!... ¡Llenáme!... ¡Llenáme de lechita!... ¡Te lo pido!...” remarcaba ella, a modo de súplica en mi oído, lo que me hizo descender en el borde más cercano a la locura que he sentido.
Porque en un breve par de segundos, me ocasionó completa lógica embarazar a las 2 hermanas, a sabiendas que Marisol no protestaría y que ellas mismas me habían incitado para lo mismo.
“¡Ahh, bebé!... ¡Ahh, bebé!... ¡No tan fuerte!... ¡Por favor!... ¡Me vas a matar!...”
Mas yo bombeaba con perfidia y en esos momentos, me sentí malo, llegando a imaginarme a Nery y a Susana en el cálido Nápoles, con sus vientres hinchados y contentas al saber que yo era el padre.
Y fue de esa manera que aterricé en mi orgasmo…
“¡No, papá!... ¡Pará!... ¡Paráa!... ¡Noooo!... ¡Boludazo!... ¡Me vas a matar!... ¡Ufffff!...”
Fue uno de esos que te hace sentir como manguera y que llegó a darme dolor en la punta de mi glande.
Como les dije, en esos momentos, me sentía malo e inserté mi falo lo más profundo posible, revolviendo discretamente los fluidos que desbordaban su útero, como si fuese un Cóctel revuelto por su aceituna.
“¡Qué corrida, papá! ¡Qué corrida!” exclamaba ella, con una sonrisa y mirada jubilosa. “¡Hace un año que no me hacían acabar tan bien!... y lo más lindo es que fuiste vos, otra vez…”
Y tras ese beso cariñoso, los mismos pensamientos que empleé para alcanzar mi orgasmo, se condensaron en mi cuerpo satisfecho, para generar arrepentimiento y sin poder comprender lo que había hecho…
Post siguiente
1 comentarios - Siete por siete (176): Géminis (XI)