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Cogimos sin premeditación.

La tomé, a Adriana, por la cintura y “nos echamos a volar” los dos, con los labios en los labios, a la cama del dormitorio que ella, hasta ese día, sólo había compartido con mi amigo Diego su esposo, de acuerdo a lo que me dijo al terminar esa tarde de pasión.
Fueron dos polvos, convencionales, no por eso menos deliciosos.

Nos encontramos, de manera totalmente fortuita, en el negocio, Mister Pollo, cercano a la escuela en la que habíamos dejado minutos antes nuestras respectivas hijas, comprando supremas ella, milanesas yo, para la cena.
-Hola Carlos ¿Vos de compras a esta hora?-
-Adriana. ¡¡Qué casualidad!! Vine a dejar a Florencia en la escuela porqué Mariela (mi mujer) viajó a Neuquen por un tema de sucesión de su familia.-
-¡Uiii, estas sólo con la nena!! ¡Qué coincidencia, yo también acabo de dejar Keyla en la escuela y estoy sola con ella. Diego está en Asunción, vuelve mañana a la noche.-
Adriana es una brasileña rubia, 1,73 metros sin tacos, de cuerpo, ni espigado ni gordito, atractivo a despecho de la maternidad, que remata en dos largas y bien torneadas piernas. No es hermosa, sí bonita, agraciada y con arte para la conversación. Su leve acento portugués residual después de 5 años de vivir entre nosotros, hace aún más amena la charla. Difícil no sentirse atraído por ella por su físico y simpatía.
Salimos del negocio y, con la sola intención de saber en qué dirección encaminarnos al acompañarla, indagué:
-¿Viniste en el auto?-
-¡Sabes que no! Lo dejé en el taller para el service de garantía. Vine en un remis –
-¿Tenés tiempo? Vamos a tomar un café y té acerco yo a tu casa ¿Sí? –
-Yo cero apuro, pero ¿Vos no estás trabajando?-
La verdad que sí tenía trabajo pero me envolvió la sensación de que “el colectivo había parado, imprevistamente a mitad de cuadra, frente a mí y que no debía dejarlo partir sin subirme”.
Ya en el bar, hice el pedido al mozo y, con las disculpas del caso, fui al baño y desde allí avisé con el celular que no iría a la oficina.
De regreso junto a Adriana la atmósfera circundante a la mesa, poco a poco fue cargándose, señoreaba una especie de embriaguez que se delataba en las fugaces miradas, mutuas e inabarcables, sin aparente conexión con los temas de la conversación.
El desasosiego no tardó en llegarle a mi “anguila” que se desenrolló y tensó en el pantalón.
Cuando, más o menos una hora y media después del encuentro en la “pollería”, llegamos al edificio de su departamento, encontré, por suerte, un lugar muy cerca de la entrada, para el coche. Estacioné. Adriana no hizo ningún ademán ni muestra de actitud de despedirse. Bajamos, trabé las puertas y caminamos los escasos 5 o 6 metros que nos separaban del portón. Ella, siguió sin ningún gesto o palabra de despedida, introdujo la llave en la cerradura y lo entreabrió. Ahí sí yo sentí que tenía que “tirarme a la pileta”. La tomé del brazo y entramos al hall. El cierrapuertas cerró el portón.
-¿Qué haces Carlos? ¿No te vas?-
Su expresión quiso ser de extrañeza pero no era convincente.
-No. Me siento tan a gusto con vos que, si no tenés problema, me quedo un rato más-
No le había soltado su brazo, con una leve presión en el mismo, la invité a encaminarnos al ascensor. No protestó ni ofreció resistencia.
Mientras subíamos le susurré que estaba muy linda.
-Gracias- respondió con una tímida sonrisa y un leve rubor en las mejillas.
Quedé solo en el living comedor mientras Adriana fue a la cocina a dejar el bolso con las compras. Volvió, pocos minutos después:
-¿Queres tomar algo, Carlos?-
-Como ya te dije estas muy linda.-
-Muchas gracias. Me encanta que te guste lo que ves. Pero debes tener juicio, Carlos –
Me aproximé a ella y le rodee el cuerpo con mi brazo derecho a la altura de la cintura:
-Lo tengo: juzgo que estás irresistible. -
Su oposición al apretón fue escasa, para no decir nula. Asumí que estaba dispuesta a jugar fuerte y mi mano bajó hasta sus nalgas.
-Carlos vos sabés que no podemos: vos sos amigo de Diego, yo de Mariela, vos no podes “cagar” a tu esposa y tu amigo conmigo ni yo a mi marido y mi amiga contigo.”
-No vamos a lastimar a ninguno de los dos. Será un secretito sólo entre nosotros. Sos muuuuyyyy linda! No hay nadie más en casa, estamos los dos juntitos y con las pulsaciones a mil ¿Cómo evitar ponernos cariñosos?-
-¡Es una turrada, Carlos!.....paremos…-
A ese punto sobraban las palabras, los ojos clavados en los ojos, los pechos agitados, se mezclaron los alientos, los labios se fundieron en el primer beso. Le siguieron decenas, mientras mis manos recorrieron su cuerpo. Le abrí primero la blusa y desabroché el corpiño, le besé los pezones tersos, después fue el turno del cierre relámpago de su pantalón y su almeja ardiente recibió las primeras caricias de mi mano derecha, bombacha de por medio
La tomé por la cintura y “nos echamos a volar” hacia el dormitorio.
Los prolegómenos fueron breves: despojarnos mutuamente de toda la ropa, dejarse caer ella de espaldas, sobre la colcha, algunos segundos de besos en la boca, en el cuello y en la tetas y de caricias en la cachucha humedecida por el deseo y acomodarme entre sus piernas abiertas de par en par. Le entré sin dificultad alguna. Cogimos sin ahorro de caricias, besos, gemidos, suspiros y monosílabos. El goce fue superlativo.
Después del apoteosis del clímax nos quedamos abrazados, mi verga perdiendo temple dentro de su cueva. Intercambiando halagos y besos, aun superpuestos por largos minutos.
Luego de un higiénico paso por el baño, volvimos a la cama y, acostados lado a lado, alternando caricias, besos, reproches (sentidos pero tibios, amables, apenados por lo que les hicimos y no deberíamos habérselo hecho a nuestras parejas y amiga / amigo).
Tardaron un poco pero volvieron a avivarse las llamas de las primeras horas de la tarde. El segundo polvo no tuvo que envidiarle al primero, nada más que el plus que siempre nos da el estreno, la novedad.
No hubo tiempo para más. Nos higienizamos, nos vestimos, tomamos un té y, juntos, fuimos a buscar las nenas a la escuela.
El fin de semana siguiente, coincidimos las dos parejas, Adriana-Diego, Mariela-yo, en un evento social. ¡Qué morbo hacernos los “dolobus” los dos, charlando como de costumbre por fuera y por dentro, domando el deseo de besarnos y meter manos en los entrepiernas. Y nuestras parejas, sonrientes sin sospechar lo turros que fuimos (y, con certeza, volveremos a ser cuando se nos dé la ocasión.)

2 comentarios - Cogimos sin premeditación.

amigolo
Muy buen post. Van puntos. Te invitamos a pasar por nuestros nuevos posts. Besitos.