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Compendio I
A pesar que esa noche estuvo llena de percances bochornosos, en cierta forma me sirvió como guía cuando invité a salir en citas a Marisol y Lizzie, meses después.
Para empezar, esa noche abandoné la casa con demasiada prisa, avergonzado más que nada por la erección que mantenía en mi pantalón y deseando sentarme en la camioneta para disimularla y destemplarla.
Nery, en cambio, me trataba de seguir el paso, pero también, me daba la impresión que quería mantenerme caliente o tal vez, calentarme más todavía, porque caminaba delante de mí a un paso mucho más lento y constantemente, chocaba con su imponente trasero.
De hecho, recuerdo claramente que ella se restregó a propósito sobre mi miembro, mientras le abría la puerta de la camioneta y me miró de una manera enloquecedora cuando lo hacía.
Rápidamente, entré por el lado del conductor y ella, muy sonriente, me esperaba con ansiedad.
Pero antes de ingresar la llave en la ignición…
“¡Nery, no te ofendas! Pero… no te molestaría si te llevo a bailar, ¿Cierto?”
Ella rechistó, divertida por mi pregunta y por mi rostro preocupado.
“¿Qué decís, bebé? ¿Por qué habría de molestarme?”
“Es que… la última vez que te vi, me dijiste que tus amigos siempre te invitaban a fiestas… y francamente, sé tan poco de tus gustos, que no sé de qué otra manera agradarte…”
Su mirada tomó una tonalidad aún más suave y delicada y acariciando mi muslo, respondió:
“Bueno, bebé… donde querás llevarme, estará bien… al fin y al cabo, quiero estar con vos…”
Y de esa manera, pasamos al “Segundo momento bochornoso” de la noche…
Algo que tanto mi personal como también Hannah me reprochan constantemente es que yo aún mantengo mi celular sin conexión a internet.
Soy un “parasito”, tanto de las redes de Wi-fi de la faena, como las de mi casa y Marisol ha sabido aceptarlo, puesto que tiendo a enviciarme un poco con mi trabajo o los juegos en línea y además, mi personal me busca constantemente, pidiéndome consejos.
Incluso, mi número de contactos es limitado, conversando mayormente con Karen a través del whatsapp, mientras que Marisol mantiene su buen número de amigas y amigos, que en más de una ocasión, le han hecho una invitación indecorosa o bien, enviado una “foto accidental”, las cuales le divierte mostrármelas.
Como fuese, con mucha vergüenza, tuve que pedirle a Nery si podía usar su celular para buscar una discoteca, lo que le causó mucha gracia por mi ignorancia sobre la vida nocturna de Adelaide y fue curiosamente de esa manera que descubrí que la mayor parte de las discotecas se encuentran en los barrios aledaños a la universidad de mi esposa.
Sin embargo, durante el camino, aparte de lucir sus infinitas y preciosas piernas, con cada sublime movimiento y reajustando a ratos su menuda falda, que intencionalmente parecían exponer sus muslos carnosos, me propuso un inusual supuesto…
“Marco… imaginá que vos nunca conociste a Mari…” comentó, en voz baja y dudosa.
Al ver que mi atención se enfocaba momentáneamente en ella, deslizándome un poco de la pista, sonrió y se armó de valor...
“E imaginá que nosotras nos mudamos a su casa…”
Por suerte, llegamos a un semáforo en rojo, donde pude dedicarle toda mi atención.
Nery, más avergonzada todavía al verme cara a cara, le costó un poco más expresar su pensamiento.
“Vos… te habrías liado con Susi, ¿Verdad?”
Tuve que pensarlo un poco y mi respuesta llegó un par de cuadras después del cambio de luces, ante su expectación permanente…
“¡En realidad, no lo sé!” Respondí. “Y no lo digo porque ustedes sean bellísimas. Marisol fue la primera mujer que se me declaró.”
“¡Pero vos sos un minazo!” exclamó, de forma efusiva.
Reí levemente…
“Eso piensas ahora… pero cuando Marisol me conoció, yo no destacaba del montón…”
“Pero si yo hubiese sido tu vecina… también habría andado loquita por vos…” confesó, auscultando mi rostro.
“¡Puede ser!” admití. “Pero aun así, tenía más amigas y si Marisol no me besa, nunca me habría enterado de lo que ella sentía.”
Al parecer, entre las conversaciones con mi esposa, había olvidado ese detalle. En efecto, aparte de Marisol, estaban Margarita, Sandra, Karina y su hermana Carola, Carolina…
Pero con ninguna de ellas pasé de la barrera de amigos, más que nada porque sus estilos de vida eran muy diferentes al que yo acostumbraba, a diferencia de Marisol, que era más afectiva, casera y tranquila.
“Incluso… creo que si ustedes se hubiesen mudado, me habría enamorado de ambas, pero nunca me habría declarado…” concluí, mientras estacionaba la camioneta, cuando llegamos a destino. “Y por favor, no creas que me habría enamorado por lujuria. Habría sido porque a pesar de verse iguales, ustedes me atraen de diferente manera y me habría sido muy difícil decidirme.”
Su rostro se veía muy dulce…
“Es que… ¿Sabés?... si vos hubieses sido nuestro vecino… también me habría gustado aprender contigo todo lo que pudiera.”
La discoteca que escogió era de música latina tropical, estilo que definitivamente yo no manejo, pero que ella dominaba con maestría.
En comparación con el resto de las parejas, Nery se movía con mayor soltura de caderas y sensualidad, sin olvidar que su reducida falda amenazaba con revelar un apetitoso secreto, con cada paso que daba, mientras que sus senos se sacudían deliciosamente al menor brinco.
Por ese motivo, sentía el escarnio de mis pares masculinos, ya que ella era una belleza inalcanzable y yo apenas me movía.
Aun así, su atención se enfocaba en mí.
“¡Andá, Bebé! ¿Por qué no me tocás?” preguntó, extrañada.
Por respeto, mantenía una distancia de alrededor de un metro, para no cortar su estilo de baile.
“Es que honestamente… no bailo esto…”
Ella sonrió, se dio vuelta y se acercó a mí.
Sacudió su enorme trasero muy cerca de mi entrepierna, rozándose despacio a ratos y podía sentir su calor, capaz de derretir icebergs y glaciares sin problemas.
Incluso, en una oportunidad ubicó el surco de su trasero de manera tal que envolviera mi erección, jugando conmigo.
“¡Eso, bebé! ¡Seguí mi ritmo!” me pedía, aunque yo quedaba completamente paralizado.
No contenta con eso, cruzó sus brazos para tomar mis manos y atraerlos hacia su cintura, envolviéndola de esta manera como si yo fuese una camisa de fuerza.
“¡Si, bebé! ¡Siii! ¡Sentíme cómo estoy por vos!” comentó con una voz seductora.
E imagino que por la manera que nos miraban el resto y por lo que sentía en mis pantalones, que debíamos estar dando un espectáculo bastante lascivo, porque a ratos, sentía que la punta de apresado miembro parecía levantar parte de la diminuta falda de Nery y en más de una ocasión, me pareció sentir el roce de su pantaleta.
“¡Eso, bebé! ¡Tocáme!... ¡Tocáme!... ¡Que me volvés loca!” decía en una voz suave, que se asemejaba a un jadeo.
Mientras ella subía y bajaba sobre mi dilatado miembro, del cual me sentía curiosamente atrapado porque soy bastante pudoroso, de alguna manera se las arregló para coordinar mis manos para que subieran y bajaran por su cintura, desde la altura de su vientre hasta la base de sus pechos, con quejidos bastante sensuales de su parte.
De hecho, hubo un punto en donde las 4 parejas cercanas pararon de bailar completamente, con tal de observarnos y en esos momentos, fue que Nery giró por mi cintura, literalmente arrastrando sus senos por mi pecho y abrazándome muy emocionada, mientras que mis manos quedaban accidentalmente a la altura de su trasero.
“¡Eso, bebé! ¿Ves que yo no muerdo…?” sonrió traviesa, añadiendo con malicia. “… ¿A veces?...”
Los bajos restregones de su pierna entre mi muslo hacían quedar mi carnosidad a la altura de su ombligo y su mirada maliciosa parecía disfrutar de mi sufrimiento.
Por fortuna, mi agonía fue relativamente corta, porque cuando terminó la canción, recuperó un poco de la compostura (para lamento/alegría de los demás), disfrutando de mi petrificación y tomándome de una mano, me llevó hacia las butacas, movida seguramente por la piedad.
“¡Por eso me encantás, bebé! ¡Sos tan lindo como un nene!” exclamó de manera burlona.
“¡Disculpa que no haya bailado mejor! ¡Pero este no es mi ritmo!” traté de excusarme, volviendo lentamente a mis casillas.
“¡Lo que digas, lindo!” respondió, incrédula.
Y me frené en seco, sorprendiéndola y girándola de improviso…
Fue tan sorpresivo, que me miró absorta y por un par de segundos, bajó la guardia completamente.
“¡Es verdad! Incluso, hace un par de semanas, gané 150 dólares en un concurso. Pero si quieres, podemos esperar a que toquen un lento, para que veas que no bailo tan mal…”
Aparte de mirarme con sorpresa (porque hasta ese momento, había dejado que ella decidiera por mí e incluso, creo que fue la primera vez que salté a la acción), su mirada se fue tornando más temerosa…
“¿Queres… bailar un lento conmigo?” preguntó, en tono de duda.
“¡Por supuesto! ¿Por qué no?”
De esta manera, nos sentamos a esperar el dichoso lento, tomando nuestras bebidas (ella, un margarita, mientras que yo, un jugo de frutilla al natural) y aprovechamos de conversar.
“Imagino que debes salir a bailar con Antonio todo el tiempo...”Le dije, tras recibir mi refrigerio.
“¡No creas, bebé!” respondió, desilusionada. “Ese mino me busca solo para garchar…”
“¿Dónde le conociste?”
Sonrió levemente…
“Es mi compañero de cámara. El que me acompaña en terreno…”
“¿Y por qué no sales con él?”
Su sonrisa se volvió entre traviesa y levemente más triste…
“¿Porque su esposa no le deja?…”
“¿Es casado?” pregunté estupefacto, a pesar que no tenía moral para estarlo.
“¡Sí! Pero no creas que soy la única que se garcha.” Señaló entretenida, con un ligero reproche. “Ese mino se ha comido a todas mis compañeras…”
“¿Y qué opina de Susana?” pregunté, divertido por la extraña situación.
Estalló como si lo que hubiese dicho fuera un disparate, pero su respuesta llegó casi con un tono de indignación…
“¿Estás loco? ¡Ese gil ni siquiera sabe dónde vivo! Y estoy segura que si sabe que tengo una gemela, no me dejaría más tranquila…”
“¡Sí, debes tener razón!” respondí, comprendiendo.
Las 2 son atractivas de por sí y para cualquiera, representarían una gran fantasía llevárselas a la cama.
Se puso más tímida…
“Es por eso que le digo a Susi que es mi garche… ¿Entendés?... no quiero que la conozca…”
“¿Y es muy bueno?”
Ella volvió a sonreír con incomodidad…
“Bueno, bueno… no…” respondió, mirándome directamente a los ojos. “He tenido mejores… pero es “pijón”…”
“¡Vaya!”
“¡Pero no creas que me fijo en esas cosas!” confesó con un leve rubor, acercándose un poco más a mi lado. “Aunque vos no me creas… prefiero andar con un solo mino como lo hace Susi…”
Me llamó la atención la forma apocada en que lo dijo, por lo que le tomé la mano y traté de solidarizar con ella.
“¡Oye! Apenas te conocí una semana y me pareciste una chica dulce y solitaria, que quería enamorarse y nada más. No sé cómo lo hará Susana, pero yo no tengo mala opinión de ti.”
Al decirle eso, su rostro levemente floreció y hasta sus ojos cobraron un brillo especial…
“Es que cuando Susi se encama, lo hace con minos que le caen bien… ¡Vos sabés!... minos que la hagan sentir una mujer de verdad…” señaló, con un breve suspiro al final y no perdiendo mi mirada.
“Pero cuando las conocimos, Giacopo no me pareció uno de esos…”
Ella volvió a sonreír…
“¡Bueno, lindo!... no he dicho que Susi sea perfecta… además, el tipo tenía su enganche…” respondió en un tono picaresco.
“¿Acaso tú y él…?” pregunté, sugerentemente…
“¡No, boludo! ¿Cómo crees?” replicó indignada, pero levemente sonrosada. “Al mino no le faltaban ganas, eso sí… pero es por lo mismo que Toño es solo un garche… ¿Entendés?...”
Nos sonreíamos con complicidad y el lento que esperábamos tardaba en llegar, así que encontré el momento propicio para consultar una duda que me carcomía desde mucho tiempo…
“Nery, ¿Me dejas hacerte una pregunta estúpida?”
Le pareció muy gracioso…
“¡Bebé, vos no preguntás estupideces!” respondió con una hermosa sonrisa.
“¿Cómo son las bombachas?”
Volvió a rechistar, en parte por el trago que había bebido y en parte, por la manera candorosa que consulté…
“¡Marco, querido, no digas boludeces!” trató de llamarme a la compostura.
Pero yo insistí en el tema…
“¡No, Nery! Sé que suena estúpido de mi parte, pero lo único que he oído de bombachas ha sido la que usan los gauchos y por eso me llama la atención que las mujeres usen también…”
Se volvió a reír, pero me miró con mayor ternura...
“¡Sí, bebé! A lo mejor, tenés razón…” Y añadió, poniéndose más colorada… “Pero ¿Qué querés? ¿Qué me levante la pollerita y te las muestre?”
Nos mirábamos con la misma picardía. En el fondo, ella sabía también a dónde quería llegar y estaba dejándose engatusar…
“¡Eso es lo otro!” respondí, casi al instante. “Cuando mi mamá hablaba de polleras, se refería a una falda falsa, debajo de la que usaba…”
Volvió a reírse, cada vez más dispuesta…
“Entonces… ¿Vos querés que te dé lecciones de ropa?” preguntó, con un tono jocoso.
“¡Sería lo ideal! ¡No creo que tenga la oportunidad que una transandina tan hermosa y dispuesta como tú me enseñe!” respondí, aprovechando de descargar toda mi artillería…
Los halagos parecían embellecerla cada vez más…
“¡Pero vos sabés que no te podría enseñar acá! ¡Me daría mucha vergüenza!” comentó ella con desgano, aunque estaba seguro que podría haberle convencido de lo contrario, sin mucha dificultad…
“¡Lo sé!... además, a ellos no les interesa saber del nombre de tus prendas… por lo que estaba pensando llevarte a un lugar más privado… por un par de horas…” Le dije, alimentando su curiosidad.
“¿Más… privado?” preguntó, con una amplia disposición en su mirada…
“¡Sí! Pensaba yo en algo como una habitación de hotel… ¡Ya sabes!... Un lugar donde tengamos mayor privacidad…”
“¡Nada me encantaría más que darte una lección privada, bebé!” respondió ella, con una enorme satisfacción.
Y tras pagar la cuenta, nos marchamos del local, sin siquiera bailar el dichoso lento…
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