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Compendio I
Tenía pensado llevar a Marisol a su escuela este martes, en la camioneta…
“¿Por qué mejor no visitas a Lizzie como la otra vez? Ella también te ha extrañado…”
Me acompañó nuevamente, en puntillas, hasta la puerta de su dormitorio. Las cortinas estaban cerradas, por lo que la obscuridad era casi absoluta, exceptuando la luz que se colaba desde el pasillo.
Arrastrando mis pies por el suelo y tanteando el entorno con mis manos, inesperadamente palpé 2 cuerpos redondos, voluminosos y tibios con la punta de mis dedos…
Lo que sucedió después, es difícil de explicar: completa oscuridad, besos desenfrenados, manos desabrochando mi pijama y una fuerza invisible que me jalaba hasta la cama de Lizzie.
Traté de pedir ayuda a mi esposa, pero su única reacción fue cerrar la puerta del dormitorio, muy sonriente.
Imagino que se marchó, porque la fuerza invisible que me atrapaba terminó de desnudarme y los labios que chupaban mi falo eran de vicio.
Mientras estrujaba con verdadera desesperación mis testículos, pensaba en lo buena que son Marisol y Lizzie para las mamadas.
Estoy seguro que si ellas cobraran, ganarían fácilmente mi sueldo mensual en tan solo un par de horas. Y es que las 2 tienen demasiada “Vocación” en aquellas lides.
Por suerte, prefieren practicar casi a diario solamente conmigo y a modo de capear el aburrimiento, lo que puede durar por varias horas…
Pero en esa oportunidad, no quería hacerme acabar en su boca. Al menos, no en esos momentos. Luego de tenderme en la cama, sentí sus rodillas en torno a mis caderas y no tardé en palpar algo extremadamente húmedo y caliente sobre mi erección.
Quejidos suaves, mientras que sus manos tomaban mi herramienta empinada y la iba ubicando en su entrada. Su cuerpo empezaba a deslizarse muy despacio sobre mí, empalándose por efecto de la gravedad, para culminar con un agradable “ahh” en su máximo avance, a pesar que no entrara del todo.
Hacerlo completamente a obscuras fue muy interesante. Lizzie sabe muy bien de mi obsesión por los pechos, por lo que fue guiando mi mano hasta sus pezones hinchados, los cuales tomé y fui jalándolos, en movimientos circulares y caricias discretas, que no tardaron en hacerle fluir bastante entre las piernas.
Esa sensación de estrechez y de estirar tejido vivo, acompañada por suspiros candentes no tenía igual. Pensaba si Fred la haría sentir de esa manera, porque lo que es yo, desde que empecé a metérsela, no he parado de sentirla y es altamente adictiva.
“¡Ahh!... ¡Ahhh!... ¡Siii!... ¡Siiiii!... ¡Maaas!... ¡Maaaaas!” eran sus clamores victoriosos, cada vez más extensos, a medida que mi cuerpo lograba infiltrarse más y más en ella, con un flujo pegajoso entre mis piernas que empapaba hasta mis testículos.
Otro sublime quejido de sorpresa, cuando solté sus pechos y posé mis manos sobre su cintura, con fuerza, haciendo que su avance, que en un principio ella guiara, fuera conforme a mi deseo y si bien, se extendía entre 2 a 3 segundos más allá de lo que ella normalmente llevaba, el forcejeo adicional le hacía temblar de la emoción.
Entonces, en suspiros entrecortados, de esos que se asemejan a los sollozos, irguió su cuerpo y apoyó sus manos al lado de mis piernas, estirándose completa y buscando la penetración plena.
“¡Ufff!... ¡Uffff!...” resoplaba, restregando sus caderas como si hiciera un gran ejercicio, comprimiendo levemente mis testículos, a medida que su avance llegaba casi hasta la base.
Sus pechos se sacudían violentamente, con un peculiar sonido que no puedo imitar y que a pesar de ser más discretos que sus crecientes gemidos, en un nivel de meneo que podría describirse como demencial, igual eran perceptibles por mi audición.
“¡Ahhh!... ¡Ahhhhhh!...” exclamaba de manera apasionada, cuando ya mi forcejeo de cadera no se conformaba con que su cuerpo rebotara escondiendo mi masculinidad completa en su interior, sino que forzaba a su cuerpo para que no la sacara tan rápido y la meneaba en movimientos circulares, palpando completamente sus tejidos interiores.
Y de una manera abrupta y violenta, me descargué en su interior, rellenando su oquedad de jugos.
Suspirábamos transpirados y agotados por el tremendo esfuerzo, mientras que afuera se distinguía cómo empezaba a clarear levemente.
Encendió la lámpara de su mesa de noche y me sonrió, como si todo se tratara de una sorpresa y que fuera un verdadero misterio la identidad de mi captora…
“¿Sabes que estábamos haciendo un año atrás?” Preguntó melosa, sobando mi pecho con ternura, mientras yo seguía atrapado en su interior.
No me lo esperaba y tras la agitación, con suerte adivinaba que estábamos en septiembre…
“¡No, no lo sé!”
Volvió a sonreírme, con esos ojos coquetos y con ese truco de magia, que oculta sus pecas con el rubor de sus mejillas.
“¡Nos estábamos embarcando para ir a tu tierra!” me respondió, volviendo a alzarse sobre mí.
En realidad, se cumpliría exactamente un año (como quedó registrado en su pasaporte) el jueves 8. Pero podía entender su alegría, ya que cayó un día martes.
“¿Aun lo recuerdas?”
Empezaba a moverse con mayor velocidad.
“¡Nunca lo olvidaré, porque cumpliste lo que me habías prometido!” respondió, antes de saborear mi boca con su lengua ardiente.
“¡No fue para tanto!” dije yo, guiando su ritmo sujetando sus caderas. “Además… tampoco podía dejarte.”
Me abrazó por los hombros y rozó su busto sobre mi pecho.
“Cierto… porque hombres como tú son de palabra, ¿No?” consultaba ella, con sus ojos coquetos y desafiantes, mientras que su vaivén empezaba a ganar más y más consistencia.
Sentía la cabeza de mi glande hinchadísima, con ese leve dolorcillo punzante por haber acabado 2 veces seguidas (cuando mi esposa me hizo la mamada rutinaria y la que recién había tenido con Lizzie).
“Fred nunca… habría hecho eso… conmigo…” comentó, subiendo el ritmo y disfrutando poco a poco de la intensidad de sus azotes.
Poder apreciar el movimiento pendular de las ubres de mi niñera me volvían a revestir de fuerzas a mi tronco, mientras que ella se seguía meneando cada vez con mayor violencia.
“¡Te dije… que te necesitaba… para cuidar… a las pequeñas…!” exclamaba yo, estando en la gloria, sintiendo sus tejidos deslizándose sobre mí con una facilidad excepcional, causando una fricción que me quemaba.
Nos besamos de una manera desenfrenada, metiendo su lengua hasta los lugares más recónditos de mi boca.
“¡Siii!... porque… uhhhm… querías montarte… a Marisol… ahhh… y sus hermanas…” señaló, cerrando fuertemente los ojos y extremadamente excitada.
En realidad, nunca entendió o recordó que solamente Amelia era su hermana y que Pamela era la prima de mi ruiseñor. De hecho, se quedaba corta en razonamiento, porque también me había montado a mi suegra e incluso, a una de sus asistentes en la panadería.
Y acordarme de esas cosas, me terminó endureciendo más de lo que estaba.
Para esas alturas, nuestro vaivén era tremendo. Me quería cada vez más y más adentro y tras la primera penetración, era más fácil complacerla.
Por mi parte, me sentía maravilloso de estar golpeando con mi pértiga su fuente de miel con la movilidad de un pistón, mientras que mis labios se encargaban de degustar sus hinchados pezones y succionarlos, como los obscenos chupetes de carne que son y arrebatarle una marejada descontrolada de orgasmos…
Pero entonces, lo que era impensable para mí, se desencadenó…
“¡Uaaaa!... ¡Pappa!... ¡Mamma!... ¡Liiiz!...” era el sollozo desconsolado de mi gordita, que desvalida y atrapada en su cunita, me devolvía a la realidad como el más cruel de los despertadores.
Por más que lo intentara, no podía perder el ritmo y me embargó un sentimiento desesperado, al ver que no solamente no podía sacarla del interior de mi niñera, sino que Lizzie tampoco me soltaba, deseando que le diera todo.
Por ese motivo y ante su sorpresa, tuve que voltearla y arremeter con mayor fuerza dentro de ella, no tanto deseando descargarme por mi propio alivio, sino que más bien, para deshinchar fácilmente mi herramienta y poder atender a mis atribuladas pequeñitas, motivo por el cual, mis embestidas duplicaron su fuerza.
Lizzie llegaba a poner los ojos en blanco y la cama zangoloteaba de manera impresionante, con un movimiento de cadera de mi parte, producto de los infaltables abdominales que hago cada semana y del suyo, de las cuantiosas sentadillas que practica cuando está a solas.
Entraba y salía de ella con fluidez, mientras que ella se quejaba lastimosamente, cerrando sus ojos, hasta que finalmente eyaculé en su interior en grandes cantidades.
Reposé un par de segundos, sobre su cuerpo sudoroso, haciendo caricias en su vientre y pidiendo que se calmara, para luego empezar a sacarla.
“¡Uhhh!... ¡Uhhhh!...” se quejaba, a medida que me seguía succionando como si quisiese todo mi remanente.
Salió con un sonido seco, botando todavía algunas gotitas de semen, mientras que ella llevaba sus manos entre sus piernas y se retorcía, como si deseara contener sus gotas.
Llegué al dormitorio de mis hijas todavía empalmado, pero tras cargarlas y arrullarlas, besándolas por turnos para que se calmaran y tuvieran un poco de paciencia, fui perdiendo mi esplendor de manera rápida.
Tardó cerca de unos 10 minutos Lizzie en reponerse y otros 10 minutos más en traer los biberones.
Pero las “efemérides” por nuestro primer aniversario estaban lejos de acabar: mientras me duchaba, se abrió la cortina y apareció ella, completamente desnuda.
Me abrazó y me besó, apretándome suavemente hacia su cuerpo. Sus manos simplemente bajaron y me la apretaron, empezando a estrujarla con calma y estudiando mis facciones.
No tarda mucho en agacharse y siento la calidez de su boca…
“¡Si ella cobrara…!” pensé, mientras sujetaba su cabeza de manera delicada, metiendo y sacándola de sus labios.
Pero otra vez, no me dejó acabar en ella. Me sonrió de manera picarona, limpiándose los labios de las tiras transparentes que todavía le colgaban, con ojos cargados de deseo.
Salió confiada de la ducha y se envolvió en la toalla, sabiendo que verle cubrir ese apretado trasero y sus pechos me vuelve a poner ansioso.
La besé con violencia, apretándola contra la pared y me senté en el excusado, donde su insaciable gruta me coronó por tercera vez.
Ya abiertamente me ardía, pero sus pechos y piel húmeda me ponen demasiado caliente, al igual que ella, que se limita exclusivamente a suspirar y a moverse cadenciosamente sobre mí.
Otra vez devoré sus pechos y ella se estiró una vez más, como la mujer completa que es, teniéndome en su interior. La descarga que me siguió, tras casi una media hora de cabalgata me dejó exhausto y es ella que, una vez satisfecha y sonriendo con complacencia, se terminó parando, cubriéndose nuevamente con la toalla y llevándose el monitor, sabiendo que no tengo fuerzas para más.
Luego, preparo el almuerzo y siento su pierna bajo la mesa, rozando mis rodillas...
Es insaciable…
Lavo los platos y ella se encarga muy presurosa de llevar a acostar a las pequeñas para la siesta.
Ni siquiera trae sus pantaletas al volver y cuando termino de guardar la loza, se tiende sobre el mueble, ofreciéndome su retaguardia.
La muy viciosa lo disfruta tanto como Marisol. Y qué decir que yo, que a pesar de sentir la cabeza resentida de tanto embiste, ni siquiera dudo en enterrársela por la cola.
Empecé como siempre, metiendo 2 dedos. Lizzie ya gozaba, en especial, cuando hacía “conejitos” en su interior, tras meterlos hasta el fondo y cuando pensé que estaba lo suficientemente lubricada, coloqué la cabeza hinchada en su ano.
Otro gemido extenso y vi cómo el anillo de su esfínter emblanqueció levemente.
A pesar que lo hacemos entre 3 y 4 veces a la semana, para que puedan disimular y sentarse sin tanto dolor, todavía sigue apretando demasiado y el avance es bastante lento, sin importar que tanto se relajen.
Incluso, usando saliva, vaselina o algún otro fluido no causa mayor diferencia en ellas, pero a pesar que les arde, lo disfrutan y más encima, restriegan su cola sobre mí todo el tiempo.
No me cabe dudas que para Lizzie, he sido el que más le ha dado por la cola, porque se queda muy quieta, aguantando cómo voy avanzando y suspira profundamente cuando me empiezo a retirar.
Y al igual que Marisol, se ha ido acostumbrando a las palmadas en sus cachetes, cuyo propósito es estimular la sangre y distraer del dolor inicial de la sodomización.
“¡Siii!... ¡Más fuerte!... ¡Más adentro!... ¡Por favor!... ¡Métela entera!” pide ella, pero no es fácil de complacer, porque quiere sentir hasta mis testículos.
Finalmente, la meto entera y la sensación punzante sobre mi glande parece una aguja, pero aun así, la calentura en mis testículos es tremenda.
Empiezo a arremeter más rápido, a medida que sus tejidos se van relajando. Por delante, ella fluye imparable y sus tetas se balancean, por lo que mis manos sádicas se agarran de ellas y empiezan a estirar sus pezones, obteniendo un bono de orgasmos adicional.
Tras casi una hora entera de sacudidas y donde no tengo más opción que afirmarme de sus poderosos muslos, casi forzando mi eyaculación, me corro por última vez, sintiendo el palpitar de su ano.
Ella reposa sobre el mueble, inmóvil y sin fuerzas y cuando logro sacarla, donde originalmente había un agujerito apretado, queda marcado un boquete del espesor de una botella.
De alguna manera, sacamos fuerzas y nos lavamos y adecentamos, para ver televisor en el living.
Sin embargo, vuelve a desabrocharme el pantalón y a lamer mi vara que estéticamente permanece hinchada, pero acalambrada y adolorida en toda su extensión.
Y aunque me alivia un poco su movimiento y se siente agradable golpear su paladar, no dejo de pensar en lo mucho que podría cobrar si fuera una profesional.
Dan las 4 de la tarde, pero a regañadientes, para de mamarme 15 minutos después, porque debe marcharse al instituto.
Trato de guardármela cuando ella se retira, pero es casi imposible: sigue erguida y dura y llega a ser hasta doloroso forzar el slip para cubrirle.
Duermo un poco y cuando ella vuelve, ya lista para marcharse, la mira una vez más, con intenciones de seguir mamándola, pero por suerte, se despide con un beso.
Trato de ver el televisor, pero la fatiga me embarga y empiezo a cabecear sin control…
Siento como si fuese un pestañeo, pero el dedo molestoso índice de Marisol pareciera llevar un buen rato empujando mi mejilla.
“¡Amor! ¡Amor!” se ríe divertida. “¡Despierta, por favor!”
La veo y luce celestial, como en la mañana: esa falda fucsia, tipo ejecutiva, que con suerte le cubrirá las rodillas; su camisa blanca, con sus portentosos pechos bajo un sostén del mismo color y sus viciosillos ojos verdes, alegres de verme despertar, me hace sentir brevemente que estoy en el cielo…
“¡Qué rico que despertaste y que me estabas esperando!” me dice, poniéndose de pie, levantándose la falda y bajándose la pantaletita, junto con tomarse el cabello en una cola de caballo y desabrocharse la camisa, sonriendo ante mi levemente más aliviada herramienta. “¿Sabes tú dónde estábamos un año atrás?”
Se ve exquisita y si bien, sé que me espera otra larga jornada, donde mi calentura sobrepasará el dolor de mi glande, no me interesa, porque la amo y su cuerpo me vuelve simplemente loco…
El miércoles, con suerte me pude levantar pasado el mediodía…
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1 comentarios - Siete por siete (168): Un año atrás…