Hay días en los cuales tengo mucho que hacer y poco tiempo. Días a las corridas donde si cruzo a una amiga que no veo hace siglos, no tengo tiempo de abrazarla y tengo que conformarme con hacerme la distraída. Exactamente eso me sucedió ese martes.
Vi a Julia, una chica con quien compartí mi departamento por un año y medio, a los 18, cuando vine de la ciudad en el interior donde terminé el secundario hacia la capital del país para estudiar. Habíamos sido buenísimas amigas, pero ella tuvo que volver a Mercedes, su ciudad, cuando su padre se accidentó y no pudo trabajar más. Habíamos compartido grandes historias, incluso algunos mimos o besos esporádicos en las noches de vino y películas a media semana, la semana previa a empezar a preparar exámenes. Durante el resto del tiempo no existía esa tensión sexual, pero eran necesarias esas caricias subidas de todo cuando los nervios nos apretaban.
Yo venía casi corriendo por Avenida Corrientes cargando mi mochila de la facultad, un bolso con ropa del gimnasio y una pequeña bolsa de papel madera donde guardaba unos acrílicos que utilizaba para pintar, un hobbie que me acompaña desde muy chica.
Había sido una mala decisión pasar a comprar esos acrílicos porque la demora fue larga en la tienda y estaba llegando tarde a una clase que no me debía perder por nada del mundo. Y eso que recorté mi tiempo de gimnasio para poder saltearme la ducha.
Yo venía casi corriendo por Avenida Corrientes cargando mi mochila de la facultad, un bolso con ropa del gimnasio y una pequeña bolsa de papel madera donde guardaba unos acrílicos que utilizaba para pintar, un hobbie que me acompaña desde muy chica.
Había sido una mala decisión pasar a comprar esos acrílicos porque la demora fue larga en la tienda y estaba llegando tarde a una clase que no me debía perder por nada del mundo. Y eso que recorté mi tiempo de gimnasio para poder saltearme la ducha.
Dentro de todo mi apuro apenas tenía tiempo de mirar a la gente, pero el destino me hizo fijar la mirada en ella de casualidad y me obligó a frenar en seco. Al llegar a la esquina de Corrientes y Montevideo fue que la vi a Julia, caminaba en dirección al obelisco mientras miraba su celular. Estaba hermosa. Vestía calzas negras (leggins) y una remera sin mangas color blanco; seguramente eso fue lo que me hizo detenerme de toda mi odisea: las calzas revelaban esa hermosa cola que siempre envidié, mientras que la remera permitió que disfrute por unos segundos sus pechos con la mirada, se veían mejor de lo que recordaba, grandes, redondos, turgentes. Estaba un poco más delgada y me animaría a decir que más alta que la última vez que la vi, aunque ya desde el vamos Julia superaba por unos quince centímetros mi metro sesenta.
Fue una pausa hermosa, pero apenas noté que su cabeza giraba en mi dirección caí otra vez en la cuenta de que estaba llegando tarde a algún lugar y que tenía que mantenerme en movimiento. Miré para otro lado, me hice la distraida y seguí caminando con más prisa que antes.
De todas formas de ahí en más no pude dejar de pensarla, no se de donde, pero surgieron dentro mío fuertes ganas de volver a esa esquina y no solo abrazarla, sino volver a besarla y acariciarla como cuando eramos dos chiquitas nuevas en la ciudad. Tan solo imaginarlo me acaloró hasta mis partes más intimas y me hizo sonrojar.
Entre la alta temperatura de los últimos dos días y mis corridas, mi braguita color piel ya estaba un poco húmeda. Las imágenes en mi cabeza mientras corría, recordando el cuerpo de Julia y mis manos acariandola, sin dudas la humedecieron un poco más.
Más tarde en mi casa decidí guardarla así, con los aromas de la vez que Julia me hizo excitar sin siquiera mirarme.
Por suerte al poco tiempo de ese Martes nos volvimos a ver, pero esa es otra historia.
Si te agradó el relato, recuerda que mi tanguita está guardada conservando su aroma real y la puedes obtener en mi tienda consultando por mensaje privado.
No olvides dejarme tus comentarios!
Muchos besos ♥
Cathia.
Fue una pausa hermosa, pero apenas noté que su cabeza giraba en mi dirección caí otra vez en la cuenta de que estaba llegando tarde a algún lugar y que tenía que mantenerme en movimiento. Miré para otro lado, me hice la distraida y seguí caminando con más prisa que antes.
De todas formas de ahí en más no pude dejar de pensarla, no se de donde, pero surgieron dentro mío fuertes ganas de volver a esa esquina y no solo abrazarla, sino volver a besarla y acariciarla como cuando eramos dos chiquitas nuevas en la ciudad. Tan solo imaginarlo me acaloró hasta mis partes más intimas y me hizo sonrojar.
Entre la alta temperatura de los últimos dos días y mis corridas, mi braguita color piel ya estaba un poco húmeda. Las imágenes en mi cabeza mientras corría, recordando el cuerpo de Julia y mis manos acariandola, sin dudas la humedecieron un poco más.
Más tarde en mi casa decidí guardarla así, con los aromas de la vez que Julia me hizo excitar sin siquiera mirarme.
Por suerte al poco tiempo de ese Martes nos volvimos a ver, pero esa es otra historia.
Si te agradó el relato, recuerda que mi tanguita está guardada conservando su aroma real y la puedes obtener en mi tienda consultando por mensaje privado.
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28 comentarios - Como humedecí mi tanguita color piel (Con Fotos)
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