Perdido Por Mama 3
Me despertó el timbrazo del móvil, como cada mañana de lunes. A pesar de que eran las siete y media, bajé animado a la cocina, mi madre estaba allí, tomando un café. La cogí por detrás nada más verla, ella me apartó un segundo antes de que mi padre entrase en la cocina, anudándose la corbata. El desayuno fue fugaz, y apenas nadie habló, mi madre fue la primera en irse, apenas dos minutos después mi padre, yo recogí mis cosas y me dirigí a la parada de las cercanías para llegar a la facultad. Me había imaginado que en cuanto llegásemos a casa mamá y yo podríamos dar rienda suelta a todos nuestros deseos, pero mientras el tren traqueteaba en las vías me di cuenta que la rutina iba a ser un escollo difícil de romper. Antes de las ocho de las mañana todos habíamos salido de casa, mi madre solía ser la primera. Después, yo estaba en la facultad hasta las tres y media, comía allí y muchas tardes me quedaba en la biblioteca. Tanto daba que pasase la tarde en casa, pues mi madre no llegaba hasta pasadas las seis, y más o menos en media hora aparecía mi padre. El miércoles yo ya me subía por las paredes, apenas había robado un par de magreos y besos a mi madre. Ella se dio cuenta de mi situación y así esa mañana, antes de que sonase el despertador ella me despertó con una caricia.
-¿Mamá?.
Entre abrí mis soñolientos ojos y la vi, llevaba una camiseta de tirantes azul muy clara, las tiras del sujetador se liaban con las de la camiseta, de cintura para abajo solo vestía unas braguitas, algo más largas que las de días pasados, la cubrían más de media nalga, eran bonitas de color amarillo.
-¿Qué pasa, me he dormido?. Me incorporé y froté los ojos, busqué, a tientas, el móvil sobre la mesilla, para mirar la hora, eran las seis.
-No, tranquilo. Me quitó el teléfono de la mano y lo dejó de nuevo en su sitio.
-Ya que los dos últimos días no hemos tenido un momento para nosotros, se me ha ocurrido robarle algo de tiempo al día, ¿no te importará el madrugón?. Se inclinó sobre mí y me besó.
-Para nada. Contesté cuando sus labios me dejaron, ya estaba casi despierto del todo, aunque pensé que tal vez era todo un sueño.
-¿Papá?. -Tu padre aun duerme, así que no podemos hacer ruido. Me quitó de encima la ropa de cama. Vio el bulto en mis pantalones de pijama.
-No soy tan buena, así que imagino que te levantas siempre así.
-Bueno, ya que estamos aprovechémoslo.
Mis manos empezaron a buscar su cuerpo, le quité la camiseta y ella quedó en sujetador, era amarillo, igual que la tanga. Ella se subió en la cama, se sentó sobre sus rodillas, encima de mis piernas, nos besamos, fue el beso más largo que nos habíamos dado hasta la fecha. Nuestras lenguas se buscaban, anudaban y separaban, cuando nos separamos casi nos faltaba el aire. Bajó mi pijama un poco, por encima de mis calzoncillos ya asomaba mi polla. Cuando quedó libre apuntó al techo, mi madre lamió su mano derecha y la llevó a mi rabo, empezó a masturbarme despacio.
-Dime cariño, ¿cómo lo llevas?. Me miraba a los ojos desde arriba, ella quedaba por encima de mí, a pesar de que yo estaba algo incorporado.
-Esto, muy bien. Me encantaba el tacto de su piel, el masaje al que sometía a mi rabo era puro éxtasis.
-Me refiero a todo. Sé que estos días no he podido estar contigo todo lo nos hubiese gustado. Asentí, si por mí hubiese sido no habríamos salido de la cama. -Pero con el trabajo y tu padre, no creí que fuese a ser tan difícil la verdad. Pero no te preocupes, me voy a asegurar de que lo pasemos tan bien como te prometí.
-No me importa madrugar todos los días mamá. La hice reír.
-No creo que sea necesario, pero hoy le sacaremos partido.
Se echó hacia atrás y casi a cámara lenta se dobló sobre mí, hasta que su boca cayó sobre mi polla. Cerró sus labios justo antes del primer contacto, con lo que este fue un beso, después su lengua rodeó la punta en un rápido movimiento. Yo me agarraba al cochón con fuerza cuando ella ya tragaba mi rabo. Mi madre llevaba su melena recogida en una coleta, no pude resistirme a echar mano de la cola de caballo mientras su cabeza subía y bajaba. No le tiré del pelo, ni aumenté el ritmo de la felación, pues hasta el momento mi madre no había dado signos de que le gustase el sexo duro y francamente, yo no quería ni por asomo hacerle daño involuntariamente. Sin embargó, sí la tuve que dar un tironcito para avisarla de que estaba a punto de correrme, ella detuvo la mamada, me miró.
-¿Puedes aguantar un poco más?.
Su mano izquierda llevaba un rato dentro de sus bragas, pero no me percaté de que jugaba con sigo misma hasta que volvió a incorporarse.
-Claro, vamos. Hice ademán de levantarme, ella me detuvo.
-Yo encima mi niño.
Se deshizo de la tanga, las eché mano, me las llevé a la nariz y aspiré su aroma.
-Que guarro eres.
Se puso en cuclillas un segundo, agarrando mi polla la dirigió, después se dejó caer lentamente. La penetración fue más profunda que en nuestra primera vez, en el baño de casa de la abuela, o al menos me dio esa sensación. Ella se colocó de nuevo de rodillas, esa postura le era más cómoda. Mi madre buscó mis manos, yo intentaba quitarle el sujetador, las llevó a sus caderas. Empezó a moverse, ligera, con una mezcla de adelante atrás y arriba abajo. Era maravilloso tener el contoneo hipnótico de mi madre sobre mí, acaricié todo su cuerpo. Ella tuvo el control todo el tiempo, marcó el ritmo. Cuando estuvo cerca del orgasmo se movió más rápida, daba ligeros botes sobre mí, su duro culo sonaba ligeramente al chocar contra mis piernas. Yo me vine primero, mi madre aprovechó mi erección hasta el final, ella siguió moviéndose hasta llegar al orgasmo, esta vez hizo más ruido que en casa de la abuela, aun con esas no creo que mi padre nos oyese.
-Muy bien mi niño.
Se dobló sobre mí y me besó.
-Me voy a duchar que tengo que se me hace tarde.
Me dio un par de palmaditas en el pecho y se levantó.
-¿Nos duchamos juntos?. Pregunté sonriente.
-Otro día cariño.
Se levantó y se puso la camiseta, se la estiró hasta que le cubrió medio culo y su concha, lleno de mi leche. Salió de mi habitación con cuidado, mirando por si había alguien. Se dejó la tanga en mi cuarto, las guardé en un cajón de mi escritorio, me pareció gracioso y excitante tener esa prenda de ella guardada para mi uso y disfrute, esa misma tarde cayó una paja con ellas. A veces encontraba más placer en el juego que en la acción, si bien mi madre aun me tenía reservadas unas cuantas sorpresas. Mi padre ese día fue el último en despertarse, no se había enterado de nada. No me preocupaba mucho por él, más bien prefería alejar todo pensamiento de mi mente, lo que hacía con mi madre era un traición directa a él, pero no quería parar. Mi padre, por cierto, se llama Juan Carlos, es un buen tipo, abogado de carrera, trabaja en una empresa multinacional, en los servicios jurídicos. El resto del día fue una repetición de la rutina habitual, todos coincidimos en casa para la cena. Mi madre había preparado algo, y yo con la escusa de ayudarla, aprovechando que mi padre tenía que revisar unas cosas del trabajo, estuve incordiándola cariñosamente. Me senté a la mesa con un buen calentón, mi madre en frente, ella también estaba animada, pues su pie descalzo empezó pronto a subirme por la pierna, le di franco acceso a mi paquete para que me lo sobase. Mi padre tuvo que subir la voz para que le atendiésemos, nos habíamos abstraído por completo.
-Pues eso, tengo que irme a Londres mañana. Me había perdido el principio de la conversación.
-¿Mañana ya?. Mi madre rápidamente volvió su atención, y su cabeza a mi padre, su pie seguía sobre mí. -No queda otra, Peláez no puede así que me tendré que hacerme cargo yo.
-Que malo es ser jefe. Comenté sarcástico.
-Lo malo es ser jefe y tener un jefe, hijo. Me replicó mi padre.
-El caso es que ya que me pasaré allí hasta el viernes, siento que sea tan apresurado pero no queda otra, mañana me acercas al aeropuerto y te llevas el coche. Me dijo a mí, asentí.
-Podías venir y pasamos el fin de semana en Londres, cariño.
Extendió su mano hasta coger la de mi madre, me dio un ligero ataque de celos, ella lo notó, o esa fue mi impresión.
-No lo sé, yo también tengo muchas cosas que hacer.
Se libró de él y me miró, su mirada tranquilizo el repentino gesto de enfado que había asomado a mi cara. Mi padre pareció algo decaído el resto de la cena, yo por el contrario estaba feliz, sin él en casa podríamos por fin dar rienda suelta a todas nuestras fantasías mi madre y yo. Si bien yo no fantaseaba más allá de poder acostarme con ella cuando me apeteciese, algo me decía que ella tenía mejores ideas. A la mañana siguiente mi madre no me hizo ninguna visita, normal, teniendo en cuenta que mi padre estaba levantado temprano. Tenía listas las cosas, feliz le llevé la maleta al coche, me traté de contener, pero lo cierto es que no podía evitar estar animado por su partida. Él seguía taciturno, pero no le hice mucho caso. Condujo hasta el aeropuerto y me quitó la sonrisa de la cara con una pregunta:
-Mario, cuando me llamaba por mi nombre no era bueno, estoy un poco preocupado...
-Me va bien en clase, bueno podría irme mejor pero que apruebo todo seguro. Le corté convencido de que los tiros iban por ahí, mi padre me exigía bastante en los estudios.
-No es eso. Es tu madre. Me acojonó.
-No sé cómo decir esto, no podía saber nada
-el otro día cuando fuimos donde la abuela, ella y tú pasasteis bastante tiempo juntos y..., mierda. -Nos pilló un atasco mañanero, me miró a los ojos, me dio miedo.
-¿Notaste algo raro en ella, miraba mucho el móvil o habló con alguien?. Negué.
-Veras me preocupa que ella pueda estar con alguien, ¿sabes algo?. Lo qué sea.
Me quedé unos largos segundos en silencio, relajándome del susto inicial, y pensando una respuesta. Por supuesto iba a mentirle, pero quería hacerlo de la mejor manera posible.
-No te preocupes papá, mamá te quiere. Miré a la fila de coches que empezaba a moverse.
-Ella no está por ahí con cualquiera. Eso no era mentira del todo.
-Espero que tengas razón. Nos movíamos otra vez.
-Aun así quiero que estés atento estos días, que serán paranoillas mías pero te lo agradecería. Además así me quedo más tranquilo, cuida de tu madre y bueno, ya sabes.
Asentí, y con una palmada en el hombro, tranquilizadora, apuñalé a mi padre, me convertí en Edipo del todo. Le despedí en la terminal y conduciendo fui hasta la universidad. Era el único de mis colegas sin coche, más que nada porque mis padres consideraban que era una responsabilidad que debía ganarme. Al verme llegar, en la berlina de lujo de mi padre, un amigo aplaudió sarcásticamente.
-Como te lo montas, dejas dos y te regalan un cochazo.
Me reí de la broma de Adrian.
-Ya ves, que menos. Salí chuleando.
-Es el coche de mi padre. Reconocí.
-Imagino. Vamos para adentro.
Le seguí a un soporífero día de clase. Se me hizo eterno, a base de mirar el reloj, me moría de ganas de volver a casa. Por fin llegó la hora de salir, mis amigos me invitaron a tomar unas cañas, rechacé la invitación. Conduje directo a casa, mi padre me había escrito un par de horas antes para decir que ya había llegado. Me encontré solo en casa, solo y Caliente me hice una paja con la tanga de mi madre, esa noche habían dormido debajo de mi almohada, aun seguían ahí. Mi madre tardó algo más de una hora en llegar, en cuanto entró en casa caí sobre ella. Acababa de oír la puerta, me apresuré al piso de abajo, salté las tres últimas escaleras, podría haberlas saltado todas. La cogí de la cintura y prácticamente la levanté. Busqué sus labios, y los encontré, junto con su lengua. La dejé en el suelo, ella se colgó de mi cuello. Nos tiramos un par de minutos comiéndonos las bocas como adolescentes. Empecé a meter mis manos bajo su ropa, a palpar su cuerpo prieto.
-Deja un poco para luego. Se separó de mí un segundo.
-Vamos a tomárnoslo con calma, que tenemos dos días.
-Yo tengo muchas ganas mamá. Avancé hacia ella.
-Vale, dame un segundo al menos, que necesito respirar. Dejó la chaqueta en el perchero.
-Acabo de llegar del trabajo, necesito tomar un pequeño descanso, me voy a dar un baño y seguimos.
Me dio un pico y subió escaleras arriba. Me lanzó una mirada que era prácticamente una invitación a que la siguiese. Ascendí las escaleras detrás de ella, entramos al baño principal, allí estaba la única bañera de la casa, además de una ducha de hidromasaje. Me pidió que la ayudase a desnudarse. Lo primero que hizo fue bajarse de los tacones, nuestras alturas se igualaron, ahora yo quedaba algo por encima. Se empezó a desabrochar la blusa, yo solo miraba hasta ese momento.
-Ayúdame con los pantalones.
Me agaché, y abrí sus pantalones. Le quedaban apretaditos, como ya dije mi madre era una mujer de pocas curvas, delgada y con aspecto de modelo, pero la ropa que usaba le quedaba siempre entallada, y así con un ligero esfuerzo fui dejando sus largas piernas al aire. Cuando le quedaron arrugados en los tobillos se limitó a dar un paso a un lado, ya tenía la blusa completamente desabrochada, pero aun la llevaba puesta.
-Sigue. Me dijo con voz melosa.
Mis manos subieron acariciando su piel, hasta estar de nuevo a la altura de sus caderas. Llevaba un tanga, negro de hilo, algo me decía que lo había escogido para mí. Como pude agarré y tiré, salivé ante la imagen de su concha, esos labios grandes que me encantaban. No me resistí a darle un beso, muy húmedo.
-No empieces, que solo quiero darme un baño. Mentía y jugaba conmigo.
-Deja que te limpie yo a lametones.
-No, quiero darme un relajante baño, luego jugamos.
Le encantaba negarme, mantener el control. No importaba mucho lo que dijera, todo aquello era un juego sin fin. Me dio la espalda, la quité la blusa y la besé el cuello. Solté el sujetador, ella abrió el grifo, el agua empezó a llenar la bañera. Agarré sus pechos, pellizqué sus pezones desde atrás. El agua cogía nivel, se libró de mí y metió el pie derecho, con cuidado, probando la temperatura. Debía de estar a su gusto, pues al poco entró completamente, en un grácil movimiento, algo exagerado tal vez, se hundió.
-¿Vas a quedarte ahí mirando?. Me preguntó.
-Si puedo. Le respondí, tenía una marcada erección.
-Haz algo mejor, frótame la espalda.
Me tendió la esponja. Así hice, remangándome, comencé a acariciar su espalda. Traté con cuidado su cuello, haciendo a un lado el pelo que ya se había mojado, tras sumergir la cabeza en el agua. Pasé a los hombros que masajeé con tanta maña como pude, ella gemía de gusto levemente. Bajé aun más, y más hasta olvidarme de la esponja y empezar a sentir sus nalgas en mi mano, totalmente sumergida. Mis dedos llegaron a una zona sensible, el agua me llegaba casi al hombro, mi madre estaba levantándose, apoyada en la bañera, un tanto para darme acceso allí. Confundí el agujero que buscaba, ella se revolvió un segundo. Me mojó la camiseta que llevaba.
-Lo siento cariño, pero por ahí no es.
Me reí. Empecé a desnudarme, en un momento estuve sin ropa. Ella me miraba con una cara que sabía me volvía loco, seguía siendo mi madre pero el gesto era el de una niña inocente, en su magníficamente conservado rostro de cuarenta. Di una patada a las prendas y me agaché junto a la bañera.
-No se te ocurra meterte, no cabemos.
Había adivinado mis intenciones. Si bien probablemente cabíamos, uno encima del otro, no me metí. En lugar de eso busqué, un pequeño taburete que sabía tenía mi madre para la ducha de hidromasaje. Lo encontré y lo acerqué a la bañera, la postura era perfecta. Mi madre había cerrado los ojos y se había estirado, ahora si daba la sensación de disfrutar del baño sin más. De no ser, porque, con disimulo, entreabría los ojos para mirarme, la hubiese dejado tranquila. Pero sabía que ella quería que siguiese, así que mi mano volvió a mojarse, esta vez bajé por delante, acariciando sus pechos, hasta encontrar su concha. La calenté, aun sin meterle los dedos, con golpecitos y caricias, ella ronroneaba sin mirar. Mi anular fue el primer expedicionario en su interior, que estaba tan húmedo como el exterior, el ronroneo subió de volumen. No empezó a gemir hasta que añadí otro dedo a la penetración. Entonces imprimió un cadencioso movimiento a sus caderas, acomodándose al jugueteó de mis dedos. Mi pulgar acariciaba sus clítoris y ella gemía con más ganas, era la vez que más la había oído gozar. Atrapó mi mano por la muñeca, dentro del agua, para que no dejase de masturbarla. Tuvo un orgasmo, uno sonoro, el primero, además durante el clímax, para volverme loco, gritó mi nombre. Volvió a abrir los ojos, para mirarme, se fijó en mi tremenda erección. Sacó su mano y me hizo una paja, me corrí sobre el agua, y en parte sobre su pecho. -Vete, déjame terminar el baño. -Se limpió mi semen con la mano. Con la otra mano me hizo un gesto para que saliese. Me fui del baño, recogiendo mi ropa antes de salir. La esperé en el salón viendo la tele, más bien mirándola sin más. Mi madre apareció por el salón, llevaba el típico modelito de andar por casa, una camiseta y unas mallas, me bajó un poco el lívido. Se sentó a mi lado, sin decirme nada, estuvo pendiente del concurso previo al telediario.
-En seguida cenamos.
Dijo ella sin apartar los ojos de las noticias que empezaban.
-¿Y luego?. Pregunté sonriendo como un tonto.
-Luego a dormir. Me contestó bromista.
-Vamos a hacerlo, en la vuestra cama, ¿verdad?.
-Sí, pero estate un poco tranquilo, que esto es algo especial porque tu padre está fuera, cuando él esté en casa te vas a tener que aguantar.
-Ya me había aguantado tres días y no podía más. -Por cierto. Recordé
-papá me ha dicho que te vigile. Solté como si tal cosa.
-¡¿Cómo es eso?. !. Exclamó enfada, no entendí su reacción la verdad.
-Pues que cree que tienes un lio, esta mañana en el coche me lo ha dejado caer.
-Será cabrón, así qué me tienes que vigilar. Seguía furibunda.
-Este hombre es idiota, soy yo a la que le sobran los motivos y va él...
Me reí, mi madre exageraba su reacción, más aun cuando mi padre estaba en lo cierto.
-¿Qué te hace tanta gracia?. Me preguntó.
-Joder mamá, que tu y yo nos lo hemos montado, así que, pues eso.
-¿Y qué?.
El enfado se volvió en un segundo hacia mí.
-Yo no soy ninguna guarra que se vaya tirando a todo bicho viviente.
-Bueno pues en el coche me soltaste toda la historia de que andabas necesitada. Le repliqué.
-Imagino que la cosa le viene de lejos, siendo tú una mujer tan atractiva y demás, yo le entiendo.
-Mario, nunca le he sido infiel a tu padre con un cualquiera. Me dijo muy seria.
-Lo que hemos hecho tú y yo es algo único. Y me parece que como sigas así de idiota se va a acabar muy pronto.
Se levantó y fue en dirección a la cocina.
-Mamá, no te enfades. Me había hecho la peor amenaza posible.
-Si lo sé no te digo nada.
-No es culpa tuya. Se detuvo a mitad de camino y se volvió a mirarme.
-Pero no te debería hacer gracia, si tu padre sospecha algo, si llega a enterarse de algo. Asentí.
-Me voy a poner la cena.
Se encerró en la cocina, preferí dejarla en paz un rato, había metido la pata. Siempre me pasaba al abrir la boca, con mi tía en el pueblo, ahora con mi madre, tenía que aprender cuando callarme. Mi madre me avisó cuando la cena estuvo lista, esta vez no hubo pie bajo la mesa, ni animación ninguna, ni siquiera conversación. Mantuve le silencio hasta que terminamos, mi madre aun parecía molesta, se excusó a su habitación. Me aparqué, decaído, delante de la tele, por haberla cagado me iba a quedar sin Follarmela. Para eso de las once, como no había nada que valiese la pena ver, me marché escaleras arriba. Pasé por delante de la puerta cerrada de la habitación de matrimonio, seguí para mi cuarto. Me detuve antes de llegar y regresé, golpeé la puerta un par de veces. No hubo respuesta, era pronto, o al menos no lo suficientemente tarde para que estuviera dormida, entré con cuidado. -Lo siento. -Dije al mismo tiempo que abría la puerta. Mi madre estaba sobre la cama, leyendo, con sus gafas puestas, en un sugerente conjunto de lencería roja. Me quedé atontado mirándola, recorriendo su cuerpo con los ojos. El sujetador y las braguitas eran de encaje, llevaba además un liguero a juego con el resto, y medias ataditas al mismo.
-Sí que has tardado. Me comentó.
-Ya creí que no venías.
-¿No estás enfadada?. Pregunté con cuidado.
-Un poco, pero prefiero no pensar en eso ahora. Se quitó las gafas.
-¿Te gusta?. Me preguntó por el atuendo, asentí.
-A tu padre no le va el rojo, prefiere el negro.
-Peor para él. Me mordía el labio inferior y frotaba el paquete.
-¿Puedes volver a ponerte las gafas?. Lo hizo, me miró por encima de estas.
-Así das un morbazo mamá, rollo profesora caliente. Se río.
-Poco te duran las preocupaciones mi niño.
La verdad es que ya no me importaba nada más que ella.
-Ven para acá, que te voy a poner unos deberes. Me acerqué.
-Me vas a hacer un cunnilingus, ya sabes, como el otro día, pero esta vez hasta el final.
-Hasta mañana si quieres. Le dije y me lancé a la cama.
-Desnúdate tonto, que vamos a hacer más cosas y no quiero perder un momento cuando empecemos.
Obedecí a mi madre, en todo. Me quedé en pelotas, la polla la tenía morcillona, pero eso no importaba entonces. Importaba quitarle a mi madre sus preciosas bragas de encaje rojas, desatando el liguero de las medias negras, para una vez hubieron pasado, volver a atarlo. Mi madre me preguntó por qué volvía a colocárselo, le dije que me daba más morbo de aquella forma. Tenía la concha perfectamente rasurado, sin un solo pelito. Empecé besándola el interior de los muslos, subiendo con mucha calma. Llegué a sus coño, lo acaricié por fuera con mi lengua, saboreando cada centímetro. Terminé de hundir mi cara entre sus piernas y me dediqué los siguientes diez minutos a darle todo el placer que ella me pidió, y algo más. Mi madre llegó al orgasmo, pero aun así continuó apretando mi cabeza contra sí, con lo que yo seguí y seguí. La segunda vez fue mejor, su concha se empapó una barbaridad, y ella tiró de mi pelo para apartarme la cabeza. En el momento que me separé, una ola de su flujo mojó las sábanas. -Eso ha estado muy bien mi niño. -Mi madre se abanicó con la mano, estaba un poco acalorada.
-Ahora te toca a ti, ponte cómodo.
Me tumbé boca arriba en la cama, más bien polla arriba. Ya estaba casi duro del todo, no tardé mucho en tener una erección de campeonato, bastó con el roce de sus labios. Su lengua tan genial como en el coche, me moría de gusto. Me comió los huevos y allí dije basta, me corrí. Le manché la cara, ella ni se inmutó, siguió mamándome hasta que terminé de soltar la última gota.
-Joder mamá, no me he podido aguantar. Le confesé.
-Tranquilo cariño.
Se llevó las gotas que tenía por la cara a los labios, después pasó su lengua.
-Voy a limpiarte y nos vamos a dormir, que hay que madrugar mañana.
Mi madre me dejó la polla reluciente, y cuando hubo acabado hice yo ademán de levantarme y ella me detuvo. Me llevó bajo las sábanas, dormimos abrazados. A mitad de noche me desperté, algo descolocado, ella me daba la espalda, me acerqué a ella, seguía con la lencería puesta, yo desnudo, me restregué contra su culo, me costó volver a pillar el sueño. Por la mañana me encontré solo en la cama cuando el despertador sonó, creí por un segundo que todo había sido un sueño. Luego empecé a buscar a mi madre. La encontré en la ducha, sin decir nada me uní a ella. Hicimos el amor bajo el agua, la cogí desde atrás, contra la mampara, fue un polvo rapidito y con el único propósito de salir de la ducha más sucios de lo que entramos. El resto del día no tuvo novedad, hasta que nos volvimos a encontrar en casa solos. Nos acostamos en su cama, esta vez esquivamos los preliminares para entrar en materia directos. A media tarde, ella me cabalgaba como una amazona, con fuertes movimientos de caderas, inundando el cuarto marital con el sonido del sexo entre madre e hijo. Era el tercer polvo del día, contando el de la ducha, nos vinimos casi a la vez, empezábamos a coordínanos a la perfección.
-A cuatro patas el siguiente. Le dije cuando estaba medio recuperado, estábamos tirados en la cama desnudos, una tarde de viernes.
-¿Me quieres follar como a una perrita?.
Me agarró la polla y me empezó a masturbar. Su móvil sonó en la mesilla.
-Es tu padre. -Me mostró la pantalla.
-Calladito.
-Si perrita.
Ladré con tono grave cuando ella contestaba.
-Cariño, ¿qué tal?.
Aun me tenía la polla cogida, se me ocurrió moverle la mano haciéndola de la muñeca.
-Se me ha pasado, todo bien.
Ella continuó con el bombeó mirándome con cara de guarra.
-Echando un mano a Mario con una cosa, un problemita, aunque parece que se complica por momentos.
La polla se me estaba poniendo dura más rápido a cada segundo que ella mantenía a mi padre al teléfono.
-Seguro que puedo ocuparme, entre los dos lo resolveremos.
Asentí riendo en silencio, estaba divertido y Caliente.
-¿Hasta el martes?. Te echamos de menos, sí, de verdad, no sé qué vamos a hacer sin ti el fin de semana.
Me emocioné tanto que casi me pongo a saltar en la cama, en lugar de eso tuve una idea peor.
-Ponte a cuatro patas.
Le susurré en el oído libre a mi madre. Tras un segundo de duda ella se colocó en la postura que la requerí, bueno más bien a tres patas, seguía sujetando el teléfono. Me ofreció el culo y me lancé a besar sus magnificas nalgas, las tenía durísimas y al mismo tiempo de una redondez perfecta. Me planté sobre mis rodillas, encima de la cama, y restregué mi polla por entre sus cachetes, noté la humedad de sus coño en la primera pasada, pero realice un par más de movimientos antes de ensartarla. Mi madre seguía conversando con mi padre, se mostraba más cariñosa, habíamos tenido una brevísima conversación al respecto, iba a intentar alejar las dudas de mi padre sobre su fidelidad, me recordó que yo debía seguirla el juego y no ponerme celoso. Acepté con una condición, que todos los días debíamos tener un rato para nosotros, sin importar si mi padre estaba en casa o no. Mí polla se deslizaba dentro de mi madre sin dificultad, estaba perfectamente lubricada, tan Caliente como yo. Me envalentoné conforme la conversación avanzaba y la di un par de azotes que hicieron que volviese la cara para mirarme. Con el calentón me dejé llevar, mi madre seguía al teléfono y yo me la follaba cada vez más fuerte.
Colgó apresurada, aguantando los gemidos, y nos entregamos al cuarto momento de placer combinado del día. Como era viernes después de una fugaz cena volvimos a encamarnos. No podíamos parar de follar, creí que no sobreviviría al fin de semana, no a ese ritmo. Las cosas no podían pintar mejor, nos lo estábamos pasando genial, hasta las doce del mediodía del sábado. Llamaron a la puerta, por suerte nos pillaron en un descanso. Mi madre fue a abrir, yo estaba en el salón, reconocí las voces. Era mi abuelo, el padre de mi madre, Eduardo y su mujer, veinte años más joven que él, de la edad de mi madre, Gema. Mi abuelo se fundió en un abrazó con mi madre, su pelo plateado, asomaba por encima de la cabeza de mi madre, se conservaba bien para sus sesenta y cuatro años. -Mario, ¿cómo está mi nieto?. -Bien abuelo. Estrechamos nuestras manos, todo el mundo dice que me parezco a mi abuelo, viéndole cara a cara, salvo por sus ojos, algo más clareados y alguna mancha en la piel, así como la diferencia de edad, era cierto que nos parecíamos. Un par de besos a Gema, mi madre y ella estaban tensos. El abuelo cogió a su mujer por la cintura, yo tenía mi mano en el culo de mi madre, todos sonreíamos.
Me despertó el timbrazo del móvil, como cada mañana de lunes. A pesar de que eran las siete y media, bajé animado a la cocina, mi madre estaba allí, tomando un café. La cogí por detrás nada más verla, ella me apartó un segundo antes de que mi padre entrase en la cocina, anudándose la corbata. El desayuno fue fugaz, y apenas nadie habló, mi madre fue la primera en irse, apenas dos minutos después mi padre, yo recogí mis cosas y me dirigí a la parada de las cercanías para llegar a la facultad. Me había imaginado que en cuanto llegásemos a casa mamá y yo podríamos dar rienda suelta a todos nuestros deseos, pero mientras el tren traqueteaba en las vías me di cuenta que la rutina iba a ser un escollo difícil de romper. Antes de las ocho de las mañana todos habíamos salido de casa, mi madre solía ser la primera. Después, yo estaba en la facultad hasta las tres y media, comía allí y muchas tardes me quedaba en la biblioteca. Tanto daba que pasase la tarde en casa, pues mi madre no llegaba hasta pasadas las seis, y más o menos en media hora aparecía mi padre. El miércoles yo ya me subía por las paredes, apenas había robado un par de magreos y besos a mi madre. Ella se dio cuenta de mi situación y así esa mañana, antes de que sonase el despertador ella me despertó con una caricia.
-¿Mamá?.
Entre abrí mis soñolientos ojos y la vi, llevaba una camiseta de tirantes azul muy clara, las tiras del sujetador se liaban con las de la camiseta, de cintura para abajo solo vestía unas braguitas, algo más largas que las de días pasados, la cubrían más de media nalga, eran bonitas de color amarillo.
-¿Qué pasa, me he dormido?. Me incorporé y froté los ojos, busqué, a tientas, el móvil sobre la mesilla, para mirar la hora, eran las seis.
-No, tranquilo. Me quitó el teléfono de la mano y lo dejó de nuevo en su sitio.
-Ya que los dos últimos días no hemos tenido un momento para nosotros, se me ha ocurrido robarle algo de tiempo al día, ¿no te importará el madrugón?. Se inclinó sobre mí y me besó.
-Para nada. Contesté cuando sus labios me dejaron, ya estaba casi despierto del todo, aunque pensé que tal vez era todo un sueño.
-¿Papá?. -Tu padre aun duerme, así que no podemos hacer ruido. Me quitó de encima la ropa de cama. Vio el bulto en mis pantalones de pijama.
-No soy tan buena, así que imagino que te levantas siempre así.
-Bueno, ya que estamos aprovechémoslo.
Mis manos empezaron a buscar su cuerpo, le quité la camiseta y ella quedó en sujetador, era amarillo, igual que la tanga. Ella se subió en la cama, se sentó sobre sus rodillas, encima de mis piernas, nos besamos, fue el beso más largo que nos habíamos dado hasta la fecha. Nuestras lenguas se buscaban, anudaban y separaban, cuando nos separamos casi nos faltaba el aire. Bajó mi pijama un poco, por encima de mis calzoncillos ya asomaba mi polla. Cuando quedó libre apuntó al techo, mi madre lamió su mano derecha y la llevó a mi rabo, empezó a masturbarme despacio.
-Dime cariño, ¿cómo lo llevas?. Me miraba a los ojos desde arriba, ella quedaba por encima de mí, a pesar de que yo estaba algo incorporado.
-Esto, muy bien. Me encantaba el tacto de su piel, el masaje al que sometía a mi rabo era puro éxtasis.
-Me refiero a todo. Sé que estos días no he podido estar contigo todo lo nos hubiese gustado. Asentí, si por mí hubiese sido no habríamos salido de la cama. -Pero con el trabajo y tu padre, no creí que fuese a ser tan difícil la verdad. Pero no te preocupes, me voy a asegurar de que lo pasemos tan bien como te prometí.
-No me importa madrugar todos los días mamá. La hice reír.
-No creo que sea necesario, pero hoy le sacaremos partido.
Se echó hacia atrás y casi a cámara lenta se dobló sobre mí, hasta que su boca cayó sobre mi polla. Cerró sus labios justo antes del primer contacto, con lo que este fue un beso, después su lengua rodeó la punta en un rápido movimiento. Yo me agarraba al cochón con fuerza cuando ella ya tragaba mi rabo. Mi madre llevaba su melena recogida en una coleta, no pude resistirme a echar mano de la cola de caballo mientras su cabeza subía y bajaba. No le tiré del pelo, ni aumenté el ritmo de la felación, pues hasta el momento mi madre no había dado signos de que le gustase el sexo duro y francamente, yo no quería ni por asomo hacerle daño involuntariamente. Sin embargó, sí la tuve que dar un tironcito para avisarla de que estaba a punto de correrme, ella detuvo la mamada, me miró.
-¿Puedes aguantar un poco más?.
Su mano izquierda llevaba un rato dentro de sus bragas, pero no me percaté de que jugaba con sigo misma hasta que volvió a incorporarse.
-Claro, vamos. Hice ademán de levantarme, ella me detuvo.
-Yo encima mi niño.
Se deshizo de la tanga, las eché mano, me las llevé a la nariz y aspiré su aroma.
-Que guarro eres.
Se puso en cuclillas un segundo, agarrando mi polla la dirigió, después se dejó caer lentamente. La penetración fue más profunda que en nuestra primera vez, en el baño de casa de la abuela, o al menos me dio esa sensación. Ella se colocó de nuevo de rodillas, esa postura le era más cómoda. Mi madre buscó mis manos, yo intentaba quitarle el sujetador, las llevó a sus caderas. Empezó a moverse, ligera, con una mezcla de adelante atrás y arriba abajo. Era maravilloso tener el contoneo hipnótico de mi madre sobre mí, acaricié todo su cuerpo. Ella tuvo el control todo el tiempo, marcó el ritmo. Cuando estuvo cerca del orgasmo se movió más rápida, daba ligeros botes sobre mí, su duro culo sonaba ligeramente al chocar contra mis piernas. Yo me vine primero, mi madre aprovechó mi erección hasta el final, ella siguió moviéndose hasta llegar al orgasmo, esta vez hizo más ruido que en casa de la abuela, aun con esas no creo que mi padre nos oyese.
-Muy bien mi niño.
Se dobló sobre mí y me besó.
-Me voy a duchar que tengo que se me hace tarde.
Me dio un par de palmaditas en el pecho y se levantó.
-¿Nos duchamos juntos?. Pregunté sonriente.
-Otro día cariño.
Se levantó y se puso la camiseta, se la estiró hasta que le cubrió medio culo y su concha, lleno de mi leche. Salió de mi habitación con cuidado, mirando por si había alguien. Se dejó la tanga en mi cuarto, las guardé en un cajón de mi escritorio, me pareció gracioso y excitante tener esa prenda de ella guardada para mi uso y disfrute, esa misma tarde cayó una paja con ellas. A veces encontraba más placer en el juego que en la acción, si bien mi madre aun me tenía reservadas unas cuantas sorpresas. Mi padre ese día fue el último en despertarse, no se había enterado de nada. No me preocupaba mucho por él, más bien prefería alejar todo pensamiento de mi mente, lo que hacía con mi madre era un traición directa a él, pero no quería parar. Mi padre, por cierto, se llama Juan Carlos, es un buen tipo, abogado de carrera, trabaja en una empresa multinacional, en los servicios jurídicos. El resto del día fue una repetición de la rutina habitual, todos coincidimos en casa para la cena. Mi madre había preparado algo, y yo con la escusa de ayudarla, aprovechando que mi padre tenía que revisar unas cosas del trabajo, estuve incordiándola cariñosamente. Me senté a la mesa con un buen calentón, mi madre en frente, ella también estaba animada, pues su pie descalzo empezó pronto a subirme por la pierna, le di franco acceso a mi paquete para que me lo sobase. Mi padre tuvo que subir la voz para que le atendiésemos, nos habíamos abstraído por completo.
-Pues eso, tengo que irme a Londres mañana. Me había perdido el principio de la conversación.
-¿Mañana ya?. Mi madre rápidamente volvió su atención, y su cabeza a mi padre, su pie seguía sobre mí. -No queda otra, Peláez no puede así que me tendré que hacerme cargo yo.
-Que malo es ser jefe. Comenté sarcástico.
-Lo malo es ser jefe y tener un jefe, hijo. Me replicó mi padre.
-El caso es que ya que me pasaré allí hasta el viernes, siento que sea tan apresurado pero no queda otra, mañana me acercas al aeropuerto y te llevas el coche. Me dijo a mí, asentí.
-Podías venir y pasamos el fin de semana en Londres, cariño.
Extendió su mano hasta coger la de mi madre, me dio un ligero ataque de celos, ella lo notó, o esa fue mi impresión.
-No lo sé, yo también tengo muchas cosas que hacer.
Se libró de él y me miró, su mirada tranquilizo el repentino gesto de enfado que había asomado a mi cara. Mi padre pareció algo decaído el resto de la cena, yo por el contrario estaba feliz, sin él en casa podríamos por fin dar rienda suelta a todas nuestras fantasías mi madre y yo. Si bien yo no fantaseaba más allá de poder acostarme con ella cuando me apeteciese, algo me decía que ella tenía mejores ideas. A la mañana siguiente mi madre no me hizo ninguna visita, normal, teniendo en cuenta que mi padre estaba levantado temprano. Tenía listas las cosas, feliz le llevé la maleta al coche, me traté de contener, pero lo cierto es que no podía evitar estar animado por su partida. Él seguía taciturno, pero no le hice mucho caso. Condujo hasta el aeropuerto y me quitó la sonrisa de la cara con una pregunta:
-Mario, cuando me llamaba por mi nombre no era bueno, estoy un poco preocupado...
-Me va bien en clase, bueno podría irme mejor pero que apruebo todo seguro. Le corté convencido de que los tiros iban por ahí, mi padre me exigía bastante en los estudios.
-No es eso. Es tu madre. Me acojonó.
-No sé cómo decir esto, no podía saber nada
-el otro día cuando fuimos donde la abuela, ella y tú pasasteis bastante tiempo juntos y..., mierda. -Nos pilló un atasco mañanero, me miró a los ojos, me dio miedo.
-¿Notaste algo raro en ella, miraba mucho el móvil o habló con alguien?. Negué.
-Veras me preocupa que ella pueda estar con alguien, ¿sabes algo?. Lo qué sea.
Me quedé unos largos segundos en silencio, relajándome del susto inicial, y pensando una respuesta. Por supuesto iba a mentirle, pero quería hacerlo de la mejor manera posible.
-No te preocupes papá, mamá te quiere. Miré a la fila de coches que empezaba a moverse.
-Ella no está por ahí con cualquiera. Eso no era mentira del todo.
-Espero que tengas razón. Nos movíamos otra vez.
-Aun así quiero que estés atento estos días, que serán paranoillas mías pero te lo agradecería. Además así me quedo más tranquilo, cuida de tu madre y bueno, ya sabes.
Asentí, y con una palmada en el hombro, tranquilizadora, apuñalé a mi padre, me convertí en Edipo del todo. Le despedí en la terminal y conduciendo fui hasta la universidad. Era el único de mis colegas sin coche, más que nada porque mis padres consideraban que era una responsabilidad que debía ganarme. Al verme llegar, en la berlina de lujo de mi padre, un amigo aplaudió sarcásticamente.
-Como te lo montas, dejas dos y te regalan un cochazo.
Me reí de la broma de Adrian.
-Ya ves, que menos. Salí chuleando.
-Es el coche de mi padre. Reconocí.
-Imagino. Vamos para adentro.
Le seguí a un soporífero día de clase. Se me hizo eterno, a base de mirar el reloj, me moría de ganas de volver a casa. Por fin llegó la hora de salir, mis amigos me invitaron a tomar unas cañas, rechacé la invitación. Conduje directo a casa, mi padre me había escrito un par de horas antes para decir que ya había llegado. Me encontré solo en casa, solo y Caliente me hice una paja con la tanga de mi madre, esa noche habían dormido debajo de mi almohada, aun seguían ahí. Mi madre tardó algo más de una hora en llegar, en cuanto entró en casa caí sobre ella. Acababa de oír la puerta, me apresuré al piso de abajo, salté las tres últimas escaleras, podría haberlas saltado todas. La cogí de la cintura y prácticamente la levanté. Busqué sus labios, y los encontré, junto con su lengua. La dejé en el suelo, ella se colgó de mi cuello. Nos tiramos un par de minutos comiéndonos las bocas como adolescentes. Empecé a meter mis manos bajo su ropa, a palpar su cuerpo prieto.
-Deja un poco para luego. Se separó de mí un segundo.
-Vamos a tomárnoslo con calma, que tenemos dos días.
-Yo tengo muchas ganas mamá. Avancé hacia ella.
-Vale, dame un segundo al menos, que necesito respirar. Dejó la chaqueta en el perchero.
-Acabo de llegar del trabajo, necesito tomar un pequeño descanso, me voy a dar un baño y seguimos.
Me dio un pico y subió escaleras arriba. Me lanzó una mirada que era prácticamente una invitación a que la siguiese. Ascendí las escaleras detrás de ella, entramos al baño principal, allí estaba la única bañera de la casa, además de una ducha de hidromasaje. Me pidió que la ayudase a desnudarse. Lo primero que hizo fue bajarse de los tacones, nuestras alturas se igualaron, ahora yo quedaba algo por encima. Se empezó a desabrochar la blusa, yo solo miraba hasta ese momento.
-Ayúdame con los pantalones.
Me agaché, y abrí sus pantalones. Le quedaban apretaditos, como ya dije mi madre era una mujer de pocas curvas, delgada y con aspecto de modelo, pero la ropa que usaba le quedaba siempre entallada, y así con un ligero esfuerzo fui dejando sus largas piernas al aire. Cuando le quedaron arrugados en los tobillos se limitó a dar un paso a un lado, ya tenía la blusa completamente desabrochada, pero aun la llevaba puesta.
-Sigue. Me dijo con voz melosa.
Mis manos subieron acariciando su piel, hasta estar de nuevo a la altura de sus caderas. Llevaba un tanga, negro de hilo, algo me decía que lo había escogido para mí. Como pude agarré y tiré, salivé ante la imagen de su concha, esos labios grandes que me encantaban. No me resistí a darle un beso, muy húmedo.
-No empieces, que solo quiero darme un baño. Mentía y jugaba conmigo.
-Deja que te limpie yo a lametones.
-No, quiero darme un relajante baño, luego jugamos.
Le encantaba negarme, mantener el control. No importaba mucho lo que dijera, todo aquello era un juego sin fin. Me dio la espalda, la quité la blusa y la besé el cuello. Solté el sujetador, ella abrió el grifo, el agua empezó a llenar la bañera. Agarré sus pechos, pellizqué sus pezones desde atrás. El agua cogía nivel, se libró de mí y metió el pie derecho, con cuidado, probando la temperatura. Debía de estar a su gusto, pues al poco entró completamente, en un grácil movimiento, algo exagerado tal vez, se hundió.
-¿Vas a quedarte ahí mirando?. Me preguntó.
-Si puedo. Le respondí, tenía una marcada erección.
-Haz algo mejor, frótame la espalda.
Me tendió la esponja. Así hice, remangándome, comencé a acariciar su espalda. Traté con cuidado su cuello, haciendo a un lado el pelo que ya se había mojado, tras sumergir la cabeza en el agua. Pasé a los hombros que masajeé con tanta maña como pude, ella gemía de gusto levemente. Bajé aun más, y más hasta olvidarme de la esponja y empezar a sentir sus nalgas en mi mano, totalmente sumergida. Mis dedos llegaron a una zona sensible, el agua me llegaba casi al hombro, mi madre estaba levantándose, apoyada en la bañera, un tanto para darme acceso allí. Confundí el agujero que buscaba, ella se revolvió un segundo. Me mojó la camiseta que llevaba.
-Lo siento cariño, pero por ahí no es.
Me reí. Empecé a desnudarme, en un momento estuve sin ropa. Ella me miraba con una cara que sabía me volvía loco, seguía siendo mi madre pero el gesto era el de una niña inocente, en su magníficamente conservado rostro de cuarenta. Di una patada a las prendas y me agaché junto a la bañera.
-No se te ocurra meterte, no cabemos.
Había adivinado mis intenciones. Si bien probablemente cabíamos, uno encima del otro, no me metí. En lugar de eso busqué, un pequeño taburete que sabía tenía mi madre para la ducha de hidromasaje. Lo encontré y lo acerqué a la bañera, la postura era perfecta. Mi madre había cerrado los ojos y se había estirado, ahora si daba la sensación de disfrutar del baño sin más. De no ser, porque, con disimulo, entreabría los ojos para mirarme, la hubiese dejado tranquila. Pero sabía que ella quería que siguiese, así que mi mano volvió a mojarse, esta vez bajé por delante, acariciando sus pechos, hasta encontrar su concha. La calenté, aun sin meterle los dedos, con golpecitos y caricias, ella ronroneaba sin mirar. Mi anular fue el primer expedicionario en su interior, que estaba tan húmedo como el exterior, el ronroneo subió de volumen. No empezó a gemir hasta que añadí otro dedo a la penetración. Entonces imprimió un cadencioso movimiento a sus caderas, acomodándose al jugueteó de mis dedos. Mi pulgar acariciaba sus clítoris y ella gemía con más ganas, era la vez que más la había oído gozar. Atrapó mi mano por la muñeca, dentro del agua, para que no dejase de masturbarla. Tuvo un orgasmo, uno sonoro, el primero, además durante el clímax, para volverme loco, gritó mi nombre. Volvió a abrir los ojos, para mirarme, se fijó en mi tremenda erección. Sacó su mano y me hizo una paja, me corrí sobre el agua, y en parte sobre su pecho. -Vete, déjame terminar el baño. -Se limpió mi semen con la mano. Con la otra mano me hizo un gesto para que saliese. Me fui del baño, recogiendo mi ropa antes de salir. La esperé en el salón viendo la tele, más bien mirándola sin más. Mi madre apareció por el salón, llevaba el típico modelito de andar por casa, una camiseta y unas mallas, me bajó un poco el lívido. Se sentó a mi lado, sin decirme nada, estuvo pendiente del concurso previo al telediario.
-En seguida cenamos.
Dijo ella sin apartar los ojos de las noticias que empezaban.
-¿Y luego?. Pregunté sonriendo como un tonto.
-Luego a dormir. Me contestó bromista.
-Vamos a hacerlo, en la vuestra cama, ¿verdad?.
-Sí, pero estate un poco tranquilo, que esto es algo especial porque tu padre está fuera, cuando él esté en casa te vas a tener que aguantar.
-Ya me había aguantado tres días y no podía más. -Por cierto. Recordé
-papá me ha dicho que te vigile. Solté como si tal cosa.
-¡¿Cómo es eso?. !. Exclamó enfada, no entendí su reacción la verdad.
-Pues que cree que tienes un lio, esta mañana en el coche me lo ha dejado caer.
-Será cabrón, así qué me tienes que vigilar. Seguía furibunda.
-Este hombre es idiota, soy yo a la que le sobran los motivos y va él...
Me reí, mi madre exageraba su reacción, más aun cuando mi padre estaba en lo cierto.
-¿Qué te hace tanta gracia?. Me preguntó.
-Joder mamá, que tu y yo nos lo hemos montado, así que, pues eso.
-¿Y qué?.
El enfado se volvió en un segundo hacia mí.
-Yo no soy ninguna guarra que se vaya tirando a todo bicho viviente.
-Bueno pues en el coche me soltaste toda la historia de que andabas necesitada. Le repliqué.
-Imagino que la cosa le viene de lejos, siendo tú una mujer tan atractiva y demás, yo le entiendo.
-Mario, nunca le he sido infiel a tu padre con un cualquiera. Me dijo muy seria.
-Lo que hemos hecho tú y yo es algo único. Y me parece que como sigas así de idiota se va a acabar muy pronto.
Se levantó y fue en dirección a la cocina.
-Mamá, no te enfades. Me había hecho la peor amenaza posible.
-Si lo sé no te digo nada.
-No es culpa tuya. Se detuvo a mitad de camino y se volvió a mirarme.
-Pero no te debería hacer gracia, si tu padre sospecha algo, si llega a enterarse de algo. Asentí.
-Me voy a poner la cena.
Se encerró en la cocina, preferí dejarla en paz un rato, había metido la pata. Siempre me pasaba al abrir la boca, con mi tía en el pueblo, ahora con mi madre, tenía que aprender cuando callarme. Mi madre me avisó cuando la cena estuvo lista, esta vez no hubo pie bajo la mesa, ni animación ninguna, ni siquiera conversación. Mantuve le silencio hasta que terminamos, mi madre aun parecía molesta, se excusó a su habitación. Me aparqué, decaído, delante de la tele, por haberla cagado me iba a quedar sin Follarmela. Para eso de las once, como no había nada que valiese la pena ver, me marché escaleras arriba. Pasé por delante de la puerta cerrada de la habitación de matrimonio, seguí para mi cuarto. Me detuve antes de llegar y regresé, golpeé la puerta un par de veces. No hubo respuesta, era pronto, o al menos no lo suficientemente tarde para que estuviera dormida, entré con cuidado. -Lo siento. -Dije al mismo tiempo que abría la puerta. Mi madre estaba sobre la cama, leyendo, con sus gafas puestas, en un sugerente conjunto de lencería roja. Me quedé atontado mirándola, recorriendo su cuerpo con los ojos. El sujetador y las braguitas eran de encaje, llevaba además un liguero a juego con el resto, y medias ataditas al mismo.
-Sí que has tardado. Me comentó.
-Ya creí que no venías.
-¿No estás enfadada?. Pregunté con cuidado.
-Un poco, pero prefiero no pensar en eso ahora. Se quitó las gafas.
-¿Te gusta?. Me preguntó por el atuendo, asentí.
-A tu padre no le va el rojo, prefiere el negro.
-Peor para él. Me mordía el labio inferior y frotaba el paquete.
-¿Puedes volver a ponerte las gafas?. Lo hizo, me miró por encima de estas.
-Así das un morbazo mamá, rollo profesora caliente. Se río.
-Poco te duran las preocupaciones mi niño.
La verdad es que ya no me importaba nada más que ella.
-Ven para acá, que te voy a poner unos deberes. Me acerqué.
-Me vas a hacer un cunnilingus, ya sabes, como el otro día, pero esta vez hasta el final.
-Hasta mañana si quieres. Le dije y me lancé a la cama.
-Desnúdate tonto, que vamos a hacer más cosas y no quiero perder un momento cuando empecemos.
Obedecí a mi madre, en todo. Me quedé en pelotas, la polla la tenía morcillona, pero eso no importaba entonces. Importaba quitarle a mi madre sus preciosas bragas de encaje rojas, desatando el liguero de las medias negras, para una vez hubieron pasado, volver a atarlo. Mi madre me preguntó por qué volvía a colocárselo, le dije que me daba más morbo de aquella forma. Tenía la concha perfectamente rasurado, sin un solo pelito. Empecé besándola el interior de los muslos, subiendo con mucha calma. Llegué a sus coño, lo acaricié por fuera con mi lengua, saboreando cada centímetro. Terminé de hundir mi cara entre sus piernas y me dediqué los siguientes diez minutos a darle todo el placer que ella me pidió, y algo más. Mi madre llegó al orgasmo, pero aun así continuó apretando mi cabeza contra sí, con lo que yo seguí y seguí. La segunda vez fue mejor, su concha se empapó una barbaridad, y ella tiró de mi pelo para apartarme la cabeza. En el momento que me separé, una ola de su flujo mojó las sábanas. -Eso ha estado muy bien mi niño. -Mi madre se abanicó con la mano, estaba un poco acalorada.
-Ahora te toca a ti, ponte cómodo.
Me tumbé boca arriba en la cama, más bien polla arriba. Ya estaba casi duro del todo, no tardé mucho en tener una erección de campeonato, bastó con el roce de sus labios. Su lengua tan genial como en el coche, me moría de gusto. Me comió los huevos y allí dije basta, me corrí. Le manché la cara, ella ni se inmutó, siguió mamándome hasta que terminé de soltar la última gota.
-Joder mamá, no me he podido aguantar. Le confesé.
-Tranquilo cariño.
Se llevó las gotas que tenía por la cara a los labios, después pasó su lengua.
-Voy a limpiarte y nos vamos a dormir, que hay que madrugar mañana.
Mi madre me dejó la polla reluciente, y cuando hubo acabado hice yo ademán de levantarme y ella me detuvo. Me llevó bajo las sábanas, dormimos abrazados. A mitad de noche me desperté, algo descolocado, ella me daba la espalda, me acerqué a ella, seguía con la lencería puesta, yo desnudo, me restregué contra su culo, me costó volver a pillar el sueño. Por la mañana me encontré solo en la cama cuando el despertador sonó, creí por un segundo que todo había sido un sueño. Luego empecé a buscar a mi madre. La encontré en la ducha, sin decir nada me uní a ella. Hicimos el amor bajo el agua, la cogí desde atrás, contra la mampara, fue un polvo rapidito y con el único propósito de salir de la ducha más sucios de lo que entramos. El resto del día no tuvo novedad, hasta que nos volvimos a encontrar en casa solos. Nos acostamos en su cama, esta vez esquivamos los preliminares para entrar en materia directos. A media tarde, ella me cabalgaba como una amazona, con fuertes movimientos de caderas, inundando el cuarto marital con el sonido del sexo entre madre e hijo. Era el tercer polvo del día, contando el de la ducha, nos vinimos casi a la vez, empezábamos a coordínanos a la perfección.
-A cuatro patas el siguiente. Le dije cuando estaba medio recuperado, estábamos tirados en la cama desnudos, una tarde de viernes.
-¿Me quieres follar como a una perrita?.
Me agarró la polla y me empezó a masturbar. Su móvil sonó en la mesilla.
-Es tu padre. -Me mostró la pantalla.
-Calladito.
-Si perrita.
Ladré con tono grave cuando ella contestaba.
-Cariño, ¿qué tal?.
Aun me tenía la polla cogida, se me ocurrió moverle la mano haciéndola de la muñeca.
-Se me ha pasado, todo bien.
Ella continuó con el bombeó mirándome con cara de guarra.
-Echando un mano a Mario con una cosa, un problemita, aunque parece que se complica por momentos.
La polla se me estaba poniendo dura más rápido a cada segundo que ella mantenía a mi padre al teléfono.
-Seguro que puedo ocuparme, entre los dos lo resolveremos.
Asentí riendo en silencio, estaba divertido y Caliente.
-¿Hasta el martes?. Te echamos de menos, sí, de verdad, no sé qué vamos a hacer sin ti el fin de semana.
Me emocioné tanto que casi me pongo a saltar en la cama, en lugar de eso tuve una idea peor.
-Ponte a cuatro patas.
Le susurré en el oído libre a mi madre. Tras un segundo de duda ella se colocó en la postura que la requerí, bueno más bien a tres patas, seguía sujetando el teléfono. Me ofreció el culo y me lancé a besar sus magnificas nalgas, las tenía durísimas y al mismo tiempo de una redondez perfecta. Me planté sobre mis rodillas, encima de la cama, y restregué mi polla por entre sus cachetes, noté la humedad de sus coño en la primera pasada, pero realice un par más de movimientos antes de ensartarla. Mi madre seguía conversando con mi padre, se mostraba más cariñosa, habíamos tenido una brevísima conversación al respecto, iba a intentar alejar las dudas de mi padre sobre su fidelidad, me recordó que yo debía seguirla el juego y no ponerme celoso. Acepté con una condición, que todos los días debíamos tener un rato para nosotros, sin importar si mi padre estaba en casa o no. Mí polla se deslizaba dentro de mi madre sin dificultad, estaba perfectamente lubricada, tan Caliente como yo. Me envalentoné conforme la conversación avanzaba y la di un par de azotes que hicieron que volviese la cara para mirarme. Con el calentón me dejé llevar, mi madre seguía al teléfono y yo me la follaba cada vez más fuerte.
Colgó apresurada, aguantando los gemidos, y nos entregamos al cuarto momento de placer combinado del día. Como era viernes después de una fugaz cena volvimos a encamarnos. No podíamos parar de follar, creí que no sobreviviría al fin de semana, no a ese ritmo. Las cosas no podían pintar mejor, nos lo estábamos pasando genial, hasta las doce del mediodía del sábado. Llamaron a la puerta, por suerte nos pillaron en un descanso. Mi madre fue a abrir, yo estaba en el salón, reconocí las voces. Era mi abuelo, el padre de mi madre, Eduardo y su mujer, veinte años más joven que él, de la edad de mi madre, Gema. Mi abuelo se fundió en un abrazó con mi madre, su pelo plateado, asomaba por encima de la cabeza de mi madre, se conservaba bien para sus sesenta y cuatro años. -Mario, ¿cómo está mi nieto?. -Bien abuelo. Estrechamos nuestras manos, todo el mundo dice que me parezco a mi abuelo, viéndole cara a cara, salvo por sus ojos, algo más clareados y alguna mancha en la piel, así como la diferencia de edad, era cierto que nos parecíamos. Un par de besos a Gema, mi madre y ella estaban tensos. El abuelo cogió a su mujer por la cintura, yo tenía mi mano en el culo de mi madre, todos sonreíamos.
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