HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XXVII.
No muy seguido como él quisiera, cada diez o quince días dedico una tarde/noche para acompañar a mi viejo, cenar juntos y tomar unos vinitos. A veces llego a su casa más temprano de lo habitual y no lo encuentro, pero sé que seguramente está en el bar de a la vuelta tomando un café con sus amigos, una barra de cuatro o cinco jovatos donde el más joven debe andar por los 75 pirulos.
Esa tarde, como era temprano, fui directamente al bar. Efectivamente, allí estaba él, sentado en una mesa de la vereda, conversando con una señora que de lejos parecía muy elegante, aunque también algo veterana. “Cagamos, -pensé- el viejo está de levante…”.
Cuando llegué a la mesa reconocí a esa señora: era una tía mía que hacía -después lo calculamos- 36 años que no veía. En realidad no es tía, no nos une parentesco alguno; era una antigua amiga de mi mamá que incluso fue la madrina de bautismo de mi hermana. Claro, por entonces era una hermosa madura (MILF le diríamos hoy), rubia, con un sorprendente parecido a Catherine Deneuve, que apenas pasaba los 30 abriles. Recuerdo que yo era muy pibe pero me ratoneaba mucho con ella, sobre todo porque en verano usaba unos vestidos sueltos y escotados sin sostén y más de una vez, ante algún descuido de ella, pude espiarle las tetas en todo su esplendor. A sus rosados pezones le debo mis primeras pajas, encerrado en el baño, imaginando que se los besaba.
-- ¡Beatriz! ¿Cómo te va? –la saludé casi de rodillas frente a ella-
-- ¿Juan? ¿Vos sos Juan, no? ¡Juan! ¡Qué cambiado estás! ¡Con barba! ¿Y los rulos?
-- Jaja… Los rulos eran de cuando era joven… ¿Cómo estás, tanto tiempo?
Comenzamos así a conversar los tres, recordando viejas anécdotas. Confesó que seguía soltera, que nunca se había casado, preguntó por mi familia, mi ex, mis hijos, si tenía novia, dónde vivía y ahí fue que contó que había cobrado un importante retroactivo de la jubilación y con ese dinero más lo de la venta de su anterior departamento, se había mudado al barrio de mi viejo, concretamente a menos de dos cuadras.
Seguimos la charla varios minutos hasta que finalmente dijo que nos tenía que dejar porque quería enganchar al portero antes de que anochezca para que le repare un problema eléctrico en su nuevo departamento.
-- Esperá, quedate un rato más que después te acompaño y lo miro yo.
-- Si, es cierto que vos te dabas maña con esas cosas. Pero mejor vayamos ahora por si hay que comprar algo; más tarde va a cerrar la ferretería.
-- Bueno, vamos, si te deja más tranquila.
Le dije a mi viejo que si se hacía muy tarde no me espere a cenar, le dejé unos pesos para pagar los cafés y me fui con Beatriz a ver qué pasaba con la electricidad de su nuevo departamento después de saludarlo. Ella ya había arrancado y me había sacado unos metros de ventaja. Esos metros me dieron la oportunidad de verla caminar. De atrás, a pesar del ensanchamiento de sus caderas, no aparentaba la edad que tenía, cuando la alcancé y me puse a su lado noté que a pesar de los años mantenía un muy buen físico y sus tetas, que empezaban a ser amenazadas por la gravedad, aún llamaban mi atención.
Llegamos a su domicilio, un edificio hermoso por cierto, subimos al departamento y me llevó a un pasillo para mostrarme la caja del tablero eléctrico señalándome una llave que no podía subir. Inmediatamente me di cuenta que la térmica estaba falseada así que le dije que me espere mientras iba a comprar una nueva. Quiso darme el dinero, que no acepté, y salí hacia la ferretería. De paso, saqué del auto algunas herramientas que siempre llevo en el baúl y volví con el repuesto. Tomando las precauciones que la electricidad se merece, en menos de diez minutos el problema estaba solucionado.
-- ¡Gracias Juancito!
-- No fue nada.
-- Pero dejarme pagarte… Aunque sea el repuesto… ¿Cuánto te debo?
-- ¡Por favor! –me hice el ofendido- Con esto estamos a mano…
-- ¡Juan! –se sorprendió al sentir mi mano acariciando su seno izquierdo- ¿Qué hacés? –preguntó sin siquiera hacer un intento de retirarla-
-- ¡Cuarenta años esperé este momento! –me sinceré-
-- Bueno, te lo ganaste, pero ya basta.
-- Dejame un poquito más… -insistí al tiempo que comencé a desabrocharle la blusa-
-- Juan…
No encontré resistencia alguna. Quité su blusa y su corpiño desnudando completamente sus pechos. Dejó que los acariciara y besara a mi gusto inclinando su cabeza hacia atrás de modo de entrega total.
-- Juan, soy una mujer mayor…
-- Y muy deseable, por cierto.
-- Ay, Juan…
Mientras besaba sus pezones deslicé una mano por debajo de su espalda para acariciarle el culo…
-- ¿Te sigo gustando, Juan?
-- Si, mucho. Me calentás. Mirá como estoy…
Desabroché mi pantalón, bajé el cierre de la bragueta y saqué por arriba del slip mi miembro casi completamente erecto. Lo miró con una mezcla de asombro y ganas, y sin que se lo pidiera se arrodilló frente a él y comenzó a mamármelo. Parecía que sabía perfectamente cómo hacerlo. Al rato le advertí que estaba por acabar y haciendo caso omiso a mis palabras continuó más ardientemente con su tarea, hasta que un pesado chorro de semen caliente le llenó la boca. Lo saboreó y lo tragó. Se incorporó, se vistió y me hizo saber que la deuda estaba saldada invitándome a irme.
-- Si se rompe algo más te llamo… La plancha no me anda muy bien, pero lo dejamos para otro día…
Volví a la casa de mi viejo y apenas entré lo pedí que me sirva un buen whisky mientras iba al baño. Al volver, me esperaba con el vaso en la mano.
-- Che, ¿viste que bien se mantiene Beatriz? –me pregunta- Está un poco gordita pero está muy bien, ¿no?
-- Si, viejo, mejor de lo que te podés imaginar…
No muy seguido como él quisiera, cada diez o quince días dedico una tarde/noche para acompañar a mi viejo, cenar juntos y tomar unos vinitos. A veces llego a su casa más temprano de lo habitual y no lo encuentro, pero sé que seguramente está en el bar de a la vuelta tomando un café con sus amigos, una barra de cuatro o cinco jovatos donde el más joven debe andar por los 75 pirulos.
Esa tarde, como era temprano, fui directamente al bar. Efectivamente, allí estaba él, sentado en una mesa de la vereda, conversando con una señora que de lejos parecía muy elegante, aunque también algo veterana. “Cagamos, -pensé- el viejo está de levante…”.
Cuando llegué a la mesa reconocí a esa señora: era una tía mía que hacía -después lo calculamos- 36 años que no veía. En realidad no es tía, no nos une parentesco alguno; era una antigua amiga de mi mamá que incluso fue la madrina de bautismo de mi hermana. Claro, por entonces era una hermosa madura (MILF le diríamos hoy), rubia, con un sorprendente parecido a Catherine Deneuve, que apenas pasaba los 30 abriles. Recuerdo que yo era muy pibe pero me ratoneaba mucho con ella, sobre todo porque en verano usaba unos vestidos sueltos y escotados sin sostén y más de una vez, ante algún descuido de ella, pude espiarle las tetas en todo su esplendor. A sus rosados pezones le debo mis primeras pajas, encerrado en el baño, imaginando que se los besaba.
-- ¡Beatriz! ¿Cómo te va? –la saludé casi de rodillas frente a ella-
-- ¿Juan? ¿Vos sos Juan, no? ¡Juan! ¡Qué cambiado estás! ¡Con barba! ¿Y los rulos?
-- Jaja… Los rulos eran de cuando era joven… ¿Cómo estás, tanto tiempo?
Comenzamos así a conversar los tres, recordando viejas anécdotas. Confesó que seguía soltera, que nunca se había casado, preguntó por mi familia, mi ex, mis hijos, si tenía novia, dónde vivía y ahí fue que contó que había cobrado un importante retroactivo de la jubilación y con ese dinero más lo de la venta de su anterior departamento, se había mudado al barrio de mi viejo, concretamente a menos de dos cuadras.
Seguimos la charla varios minutos hasta que finalmente dijo que nos tenía que dejar porque quería enganchar al portero antes de que anochezca para que le repare un problema eléctrico en su nuevo departamento.
-- Esperá, quedate un rato más que después te acompaño y lo miro yo.
-- Si, es cierto que vos te dabas maña con esas cosas. Pero mejor vayamos ahora por si hay que comprar algo; más tarde va a cerrar la ferretería.
-- Bueno, vamos, si te deja más tranquila.
Le dije a mi viejo que si se hacía muy tarde no me espere a cenar, le dejé unos pesos para pagar los cafés y me fui con Beatriz a ver qué pasaba con la electricidad de su nuevo departamento después de saludarlo. Ella ya había arrancado y me había sacado unos metros de ventaja. Esos metros me dieron la oportunidad de verla caminar. De atrás, a pesar del ensanchamiento de sus caderas, no aparentaba la edad que tenía, cuando la alcancé y me puse a su lado noté que a pesar de los años mantenía un muy buen físico y sus tetas, que empezaban a ser amenazadas por la gravedad, aún llamaban mi atención.
Llegamos a su domicilio, un edificio hermoso por cierto, subimos al departamento y me llevó a un pasillo para mostrarme la caja del tablero eléctrico señalándome una llave que no podía subir. Inmediatamente me di cuenta que la térmica estaba falseada así que le dije que me espere mientras iba a comprar una nueva. Quiso darme el dinero, que no acepté, y salí hacia la ferretería. De paso, saqué del auto algunas herramientas que siempre llevo en el baúl y volví con el repuesto. Tomando las precauciones que la electricidad se merece, en menos de diez minutos el problema estaba solucionado.
-- ¡Gracias Juancito!
-- No fue nada.
-- Pero dejarme pagarte… Aunque sea el repuesto… ¿Cuánto te debo?
-- ¡Por favor! –me hice el ofendido- Con esto estamos a mano…
-- ¡Juan! –se sorprendió al sentir mi mano acariciando su seno izquierdo- ¿Qué hacés? –preguntó sin siquiera hacer un intento de retirarla-
-- ¡Cuarenta años esperé este momento! –me sinceré-
-- Bueno, te lo ganaste, pero ya basta.
-- Dejame un poquito más… -insistí al tiempo que comencé a desabrocharle la blusa-
-- Juan…
No encontré resistencia alguna. Quité su blusa y su corpiño desnudando completamente sus pechos. Dejó que los acariciara y besara a mi gusto inclinando su cabeza hacia atrás de modo de entrega total.
-- Juan, soy una mujer mayor…
-- Y muy deseable, por cierto.
-- Ay, Juan…
Mientras besaba sus pezones deslicé una mano por debajo de su espalda para acariciarle el culo…
-- ¿Te sigo gustando, Juan?
-- Si, mucho. Me calentás. Mirá como estoy…
Desabroché mi pantalón, bajé el cierre de la bragueta y saqué por arriba del slip mi miembro casi completamente erecto. Lo miró con una mezcla de asombro y ganas, y sin que se lo pidiera se arrodilló frente a él y comenzó a mamármelo. Parecía que sabía perfectamente cómo hacerlo. Al rato le advertí que estaba por acabar y haciendo caso omiso a mis palabras continuó más ardientemente con su tarea, hasta que un pesado chorro de semen caliente le llenó la boca. Lo saboreó y lo tragó. Se incorporó, se vistió y me hizo saber que la deuda estaba saldada invitándome a irme.
-- Si se rompe algo más te llamo… La plancha no me anda muy bien, pero lo dejamos para otro día…
Volví a la casa de mi viejo y apenas entré lo pedí que me sirva un buen whisky mientras iba al baño. Al volver, me esperaba con el vaso en la mano.
-- Che, ¿viste que bien se mantiene Beatriz? –me pregunta- Está un poco gordita pero está muy bien, ¿no?
-- Si, viejo, mejor de lo que te podés imaginar…
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