A veces tengo recuerdos un poco borrosos de esos momentos. Fragmentos de imágenes mezcladas con olores y sabores. El aroma de sus flujos entre mis dedos sintiéndolos en el colectivo a las 3 de la mañana. La cama desecha, casi destrozada y ella vistiéndose apurada, siempre a oscuras. Sus pies descalzos al entrar a su casa. Los trajes de su marido colgados en pulcrísimo orden en el placard, asomados a nuestra lujuria. Flores, siempre flores a su alrededor. Su perfume de lavandas. Sus ojos fijos en mi mientras recibe el semen tan preciado. Su culo abierto y ella en cuatro patas pidiendome más pija.
La última vez que la vi fue una tarde de invierno. Su marido se había enterado dos semanas antes y entendí que no tenía otra opción que dejar el edificio.
Se enteró de la peor manera. Viéndome en su cama, con dos dedos de ella dentro de mi ano. No lo escuchamos entrar porque poníamos la música muy fuerte así los vecinos no sentían los gemidos de placer que casi gritábamos. Lo ví parado, petrificado en el dintel de la puerta del cuarto. Después entendí que hacía rato que estaba allí, viéndonos sin que nos diéramos cuenta. Una lágrima caía despacio por su mejilla derecha. La mano izquierda sostenía el saco que nunca llegó a colgar en el placard.
Ella me sacó los dedos del culo de manera brusca haciéndome doler. y empezó a querer darle una explicación que no valía la pena siquiera intentar estando así, desnuda, transpirada y lleno el culo de mi leche. Yo me puse de pie lo más rápido posible y agarrando lo que pude de mi ropa salí corriendo hacia el pasillo. Tomé el ascensor desnudo y me encerré en mi departamento por lo que restaba del día. Lo imaginaba intentando romper la puerta a las patadas con un cuchillo en la mano para sacarme las visceras.
Eso nunca pasó. Es más, nunca pasó nada.
Al otro día salí con miedo hacia el trabajo. Todo parecía normal. Como si la tragedia no se hubiese presentado la tarde anterior. Como si hubiese sido un sueño de esos que parecen tan reales.
Dos días, tres, cinco. Nada.
Al sexto día iba bajando con la bolsa de basura. El ascensor paró en el 2 y sentí que un frío escalofrío me subía por la espalda. La puerta se abrió y los ví. Estaban vestidos de gala, como si fuesen a una fiesta importante. Dudaron un segundo al verme, pero él la tomó de la mano y la guió dentro del pequeño cubículo. Nada dijeron, ni siquiera me miraron. Yo transpiraba y temblaba de los nervios. Esos segundos se me hicieron eternos. El golpeaba el piso con el taco de su zapato lustroso. Era el único sonido que se escuchaba. Fueron 27 golpes en total hasta llegar a la planta baja. Los conté porque era lo único en lo que podía concentrarse mi pensamiento. Veía la espalda de ella, descubierta en parte por el vestido y recordaba haberla tocado, lamido, chupado y acabado sobre ella. Su culo estaba igual de carnoso y apetecible como lo había tenido hasta hacía muy poco tiempo atrás. Sus pies redondeados estaban atrapados dentro de dos sandalias de tiras finas y tacos altos. Pensé en lo hermosa que era descalza.
Al llegar, abrieron la puerta y siguieron su camino hacia el exterior tomados de la mano sin siquiera reparar en mi. Yo quedé con la bolsa de basura, parado en el ascensor viéndolo irse como lo que eran, una feliz pareja casada hace 23 años que van a una fiesta. En ese momento decidí dejar el edificio.
Los preparativos y concreción de la mudanza duraron unos días. Un domingo por la mañana finalmente llegó el camión y tres empleados subieron todas mis pertenencias menos algunas cosas menores con rumbo a mi nuevo hogar.
Esa tarde volví a buscar las cosas menores que había dejado. Al abrir la puerta vi una hoja de papel doblada en dos. Decía:
"Veo que te vas. Seguramente es lo mejor que podamos hacer. Perdón por no haber pensado en ésto. Hoy mi marido no está, vuelve mañana. Si querés pasar a despedirte me gustaría darte un beso." y firmaba.
Dudé. Por más de una hora dudé caminando en círculos dentro del departamento vacío. Sintiendo la sangre hervir dentro de mis venas, deseando su cuerpo, recordando su calentura. Por otro lado pensaba en que debía dejar atrás esa locura y concentrarme en rehacer mi vida sentimental de manera más ordenada.
Finalmente me decidí por no verla. Empezar de nuevo en otro lado de la manera más saludable posible. Tomé mis cosas, cerré la puerta sintiendo que era la última vez, tomé el ascensor y marqué la planta baja.
El ascensor es de esos viejos con puerta reja que se abre manualmente y se ve la pared interior del hueco. Recordé la última vez que la ví, dándome la espalda. Sus curvas redondeadas, el caer de su cabello sobre los hombros. Su culo grande y carnoso debajo del vestido de fiesta. Su perfume de lavandas. Se me paró la pija instantáneamente y se me nubló el pensamiento. Solo tenía una cosa en mente y era cogerla.
Abrí de repente la puerta y bajé en el segundo piso. Toqué el timbre con el corazón latiéndome a mil y la respiración agitada. Sentía los huevos hinchados. Escuché el ruido de la mirilla de la puerta corriéndose. Instantáneamente dos vueltas de llave liberaron la puerta y apareció ella. Vestida solo con un camisón violeta. Descalza como la deseaba. El pelo suelto y sus tetas casi saliéndose del escote, sin corpiño. Me sonrió y me agarró de la remera tirándome hacia adentro. Cerró con llave y una traba y nos besamos. Nuetras lenguas de entrecruzaron en una calentísima lucha por ver cual entraba más profundo dentro del otro. Su respiración agitada y su cuerpo pegado al mío me fueron empujando hacia la pared. Me arrinconó y me empezó a acercar la concha al bulto que estaba por explotar. Me abrazó con una de sus piernas y empezó a bombearme como si no pudiese esperar nada a ser cogida por mi pija. Mientras yo le agarraba las tetas y las amasaba con ganas. Enormes, bellísimas y redondeadas tetas de mujer en serio. Le saqué el camison y empecé a chuparlas y lamerlas con voracidad. Las llenaba de mi saliva y sus pezones se ponían cada vez más duros y parados. Mientras me fue desabrochando el cinturón e hizo caer los pantalones hasta mis tobillos. Se arrodilló frente a mi y me empezó a chupar la pija, intentando metérsela entera hasta la garganta. Alguna arcada hizo pero yo deliraba de placer de sentirme dentro de su boca. Me pajeaba y acariciaba los huevos con la otra mano. Sus ojos fijos en mi y su boca llena de mi miembro me hicieron delirar de placer. Le dije que parara que iba a acabar. No dijo nada pero siguió. Y casi instantáneamente me derramé entero dentro de su boca, llenándola de semen. Un hilito blanco de líquido empezó a caer por su comisura. Se levantó y besó profundamente. Su lengua, me leche dentro suyo, sus tetas pegadas a mi, su cuerpo deseoso me hicieron calentar enseguida y ya tenía la pija dispuesta para seguir.
La tiré al piso sobre la alfombra. Boca arriba se abrió de piernas y me empezó a mostrar los labios de la concha. Se tocaba el clítoris en círculos. Yo buscaba entre las cosas que traía una caja de forros. Cuando la encontré me lo puse y empecé a cogerla con todo el impetu que pude. La bombeaba con todas mis fuerzas. Se escuchaba el choque de nuestros cuerpos como si fuese un aplauso más grave y mojado. Salían flujos de su concha a raudales, sentía como se me iban humedeciendo los huevos. Seguí así, chupandole de vez en cuando las tetas. Ella entró en extasis y acabó ruidosamente agarrándome fuerte contra sí. Me dió un beso en la mejilla y me dijo susurrándome al oído.
- Seguí cogiéndome que mi marido está en la puerta de la habitación y quiere ver.-
Un temblor de susto me recorrió el cuerpo. Levanté la vista y efectivamente vi a su marido parado en la puerta de la habitación. Desnudo y agarrándose la pija, pajeándose. Su miembro era grande, más de lo normal y estaba duro como un garrote.
- Dale, cogeme, el solo va a mirar. - Me dijo ella ofreciéndome nuevamente la concha y abriéndose los labios.
Lo que me podría haber ahuyentado, en realidad me calentó más. El morbo del asunto me puso como loco y me tiré sobre ella ensartándola hasta los huevos nuevamente y cogiéndola con fuerza. A los segundos su marido ya no existía para mi. Cogía descontrolado con esa mujer que me calentaba a morir.
- Dame por el culo.- Me dijo dándose vuelta y poniéndose en cuatro. Se pasó la mano por la concha y con los propios flujos que de ella salían fué lubricándose y haciéndose camino con los dedos dentro del ano. Yo lo chupé un poco más para sumar mi saliva y le apoyé la cabeza de la pija justo en la entrada. Fuí haciéndome lugar de a poco hasta que estuvo toda adentro y empecé a bombearla. Ella gemía como loca mirando a su marido que seguía pajeándose en el mismo lugar sin decir nada. Vi su espalda nuevamente y el culo enorme que se abría para mi. La cogí fuerte y la sentí acabar aflojándose. La Cogí un poco más y acabé yo a mi turno dentro de su ogete.
Cuando levanté la vista el marido ya no estaba. Me levanté y me vestí arreglándome lo mejor que pude. Ella me acompañó hasta la puerta. No dijimos palabras. No hacían falta.
Subí a mi departamente para asearme un poco y salí a la calle.
Era de noche.
A veces paso por aquel edificio. Veo el balcón lleno de flores y me acuerdo de su aroma a lavandas.
La última vez que la vi fue una tarde de invierno. Su marido se había enterado dos semanas antes y entendí que no tenía otra opción que dejar el edificio.
Se enteró de la peor manera. Viéndome en su cama, con dos dedos de ella dentro de mi ano. No lo escuchamos entrar porque poníamos la música muy fuerte así los vecinos no sentían los gemidos de placer que casi gritábamos. Lo ví parado, petrificado en el dintel de la puerta del cuarto. Después entendí que hacía rato que estaba allí, viéndonos sin que nos diéramos cuenta. Una lágrima caía despacio por su mejilla derecha. La mano izquierda sostenía el saco que nunca llegó a colgar en el placard.
Ella me sacó los dedos del culo de manera brusca haciéndome doler. y empezó a querer darle una explicación que no valía la pena siquiera intentar estando así, desnuda, transpirada y lleno el culo de mi leche. Yo me puse de pie lo más rápido posible y agarrando lo que pude de mi ropa salí corriendo hacia el pasillo. Tomé el ascensor desnudo y me encerré en mi departamento por lo que restaba del día. Lo imaginaba intentando romper la puerta a las patadas con un cuchillo en la mano para sacarme las visceras.
Eso nunca pasó. Es más, nunca pasó nada.
Al otro día salí con miedo hacia el trabajo. Todo parecía normal. Como si la tragedia no se hubiese presentado la tarde anterior. Como si hubiese sido un sueño de esos que parecen tan reales.
Dos días, tres, cinco. Nada.
Al sexto día iba bajando con la bolsa de basura. El ascensor paró en el 2 y sentí que un frío escalofrío me subía por la espalda. La puerta se abrió y los ví. Estaban vestidos de gala, como si fuesen a una fiesta importante. Dudaron un segundo al verme, pero él la tomó de la mano y la guió dentro del pequeño cubículo. Nada dijeron, ni siquiera me miraron. Yo transpiraba y temblaba de los nervios. Esos segundos se me hicieron eternos. El golpeaba el piso con el taco de su zapato lustroso. Era el único sonido que se escuchaba. Fueron 27 golpes en total hasta llegar a la planta baja. Los conté porque era lo único en lo que podía concentrarse mi pensamiento. Veía la espalda de ella, descubierta en parte por el vestido y recordaba haberla tocado, lamido, chupado y acabado sobre ella. Su culo estaba igual de carnoso y apetecible como lo había tenido hasta hacía muy poco tiempo atrás. Sus pies redondeados estaban atrapados dentro de dos sandalias de tiras finas y tacos altos. Pensé en lo hermosa que era descalza.
Al llegar, abrieron la puerta y siguieron su camino hacia el exterior tomados de la mano sin siquiera reparar en mi. Yo quedé con la bolsa de basura, parado en el ascensor viéndolo irse como lo que eran, una feliz pareja casada hace 23 años que van a una fiesta. En ese momento decidí dejar el edificio.
Los preparativos y concreción de la mudanza duraron unos días. Un domingo por la mañana finalmente llegó el camión y tres empleados subieron todas mis pertenencias menos algunas cosas menores con rumbo a mi nuevo hogar.
Esa tarde volví a buscar las cosas menores que había dejado. Al abrir la puerta vi una hoja de papel doblada en dos. Decía:
"Veo que te vas. Seguramente es lo mejor que podamos hacer. Perdón por no haber pensado en ésto. Hoy mi marido no está, vuelve mañana. Si querés pasar a despedirte me gustaría darte un beso." y firmaba.
Dudé. Por más de una hora dudé caminando en círculos dentro del departamento vacío. Sintiendo la sangre hervir dentro de mis venas, deseando su cuerpo, recordando su calentura. Por otro lado pensaba en que debía dejar atrás esa locura y concentrarme en rehacer mi vida sentimental de manera más ordenada.
Finalmente me decidí por no verla. Empezar de nuevo en otro lado de la manera más saludable posible. Tomé mis cosas, cerré la puerta sintiendo que era la última vez, tomé el ascensor y marqué la planta baja.
El ascensor es de esos viejos con puerta reja que se abre manualmente y se ve la pared interior del hueco. Recordé la última vez que la ví, dándome la espalda. Sus curvas redondeadas, el caer de su cabello sobre los hombros. Su culo grande y carnoso debajo del vestido de fiesta. Su perfume de lavandas. Se me paró la pija instantáneamente y se me nubló el pensamiento. Solo tenía una cosa en mente y era cogerla.
Abrí de repente la puerta y bajé en el segundo piso. Toqué el timbre con el corazón latiéndome a mil y la respiración agitada. Sentía los huevos hinchados. Escuché el ruido de la mirilla de la puerta corriéndose. Instantáneamente dos vueltas de llave liberaron la puerta y apareció ella. Vestida solo con un camisón violeta. Descalza como la deseaba. El pelo suelto y sus tetas casi saliéndose del escote, sin corpiño. Me sonrió y me agarró de la remera tirándome hacia adentro. Cerró con llave y una traba y nos besamos. Nuetras lenguas de entrecruzaron en una calentísima lucha por ver cual entraba más profundo dentro del otro. Su respiración agitada y su cuerpo pegado al mío me fueron empujando hacia la pared. Me arrinconó y me empezó a acercar la concha al bulto que estaba por explotar. Me abrazó con una de sus piernas y empezó a bombearme como si no pudiese esperar nada a ser cogida por mi pija. Mientras yo le agarraba las tetas y las amasaba con ganas. Enormes, bellísimas y redondeadas tetas de mujer en serio. Le saqué el camison y empecé a chuparlas y lamerlas con voracidad. Las llenaba de mi saliva y sus pezones se ponían cada vez más duros y parados. Mientras me fue desabrochando el cinturón e hizo caer los pantalones hasta mis tobillos. Se arrodilló frente a mi y me empezó a chupar la pija, intentando metérsela entera hasta la garganta. Alguna arcada hizo pero yo deliraba de placer de sentirme dentro de su boca. Me pajeaba y acariciaba los huevos con la otra mano. Sus ojos fijos en mi y su boca llena de mi miembro me hicieron delirar de placer. Le dije que parara que iba a acabar. No dijo nada pero siguió. Y casi instantáneamente me derramé entero dentro de su boca, llenándola de semen. Un hilito blanco de líquido empezó a caer por su comisura. Se levantó y besó profundamente. Su lengua, me leche dentro suyo, sus tetas pegadas a mi, su cuerpo deseoso me hicieron calentar enseguida y ya tenía la pija dispuesta para seguir.
La tiré al piso sobre la alfombra. Boca arriba se abrió de piernas y me empezó a mostrar los labios de la concha. Se tocaba el clítoris en círculos. Yo buscaba entre las cosas que traía una caja de forros. Cuando la encontré me lo puse y empecé a cogerla con todo el impetu que pude. La bombeaba con todas mis fuerzas. Se escuchaba el choque de nuestros cuerpos como si fuese un aplauso más grave y mojado. Salían flujos de su concha a raudales, sentía como se me iban humedeciendo los huevos. Seguí así, chupandole de vez en cuando las tetas. Ella entró en extasis y acabó ruidosamente agarrándome fuerte contra sí. Me dió un beso en la mejilla y me dijo susurrándome al oído.
- Seguí cogiéndome que mi marido está en la puerta de la habitación y quiere ver.-
Un temblor de susto me recorrió el cuerpo. Levanté la vista y efectivamente vi a su marido parado en la puerta de la habitación. Desnudo y agarrándose la pija, pajeándose. Su miembro era grande, más de lo normal y estaba duro como un garrote.
- Dale, cogeme, el solo va a mirar. - Me dijo ella ofreciéndome nuevamente la concha y abriéndose los labios.
Lo que me podría haber ahuyentado, en realidad me calentó más. El morbo del asunto me puso como loco y me tiré sobre ella ensartándola hasta los huevos nuevamente y cogiéndola con fuerza. A los segundos su marido ya no existía para mi. Cogía descontrolado con esa mujer que me calentaba a morir.
- Dame por el culo.- Me dijo dándose vuelta y poniéndose en cuatro. Se pasó la mano por la concha y con los propios flujos que de ella salían fué lubricándose y haciéndose camino con los dedos dentro del ano. Yo lo chupé un poco más para sumar mi saliva y le apoyé la cabeza de la pija justo en la entrada. Fuí haciéndome lugar de a poco hasta que estuvo toda adentro y empecé a bombearla. Ella gemía como loca mirando a su marido que seguía pajeándose en el mismo lugar sin decir nada. Vi su espalda nuevamente y el culo enorme que se abría para mi. La cogí fuerte y la sentí acabar aflojándose. La Cogí un poco más y acabé yo a mi turno dentro de su ogete.
Cuando levanté la vista el marido ya no estaba. Me levanté y me vestí arreglándome lo mejor que pude. Ella me acompañó hasta la puerta. No dijimos palabras. No hacían falta.
Subí a mi departamente para asearme un poco y salí a la calle.
Era de noche.
A veces paso por aquel edificio. Veo el balcón lleno de flores y me acuerdo de su aroma a lavandas.
19 comentarios - Mi vecina la casada II
buen relato, van dos puntos