Los lunes a la noche mi marido se junta con sus amigos a jugar al fútbol. Se van a una de esas canchitas que están bajo la autopista, juegan un rato y luego la siguen en una pizzería de las cercanías. Cuando llega, a eso de la una de la madrugada, yo ya estoy dormida, ya que al otro día tengo que levantarme temprano para atender al Ro e irme a trabajar.
Ya estoy acostumbrada a esa rutina. "Los partidos de los lunes son sagrados", suele decirme cada vez que intento siquiera esbozar algún plan para ese día en especial.
Cuando estábamos recién casados, me sentía como "la viuda de los lunes", pero con el tiempo fui aceptando esta costumbre suya y comencé a organizarme tiempo para mí. Salir con amigas, "amigos", o simplemente quedarme en casa mirando alguna película. Eso hasta que nació el Ro y ya tuve quién me hiciera compañía.
Obviamente que tras el nacimiento de mi hijo se me hizo más complicado salir de noche. No podía pedirle a mi suegra que se quedara a cuidarlo justo cuando mi marido no estaba. Por más que sea una santa, iba a terminar sospechando. Igual, alguna que otra vez me las arregle para escaparme, usando como excusa el cumpleaños de una amiga. Pero eso podía hacerlo solo en muy contadas ocasiones, cuando de verdad valiera la pena correr el riesgo.
Este lunes, tras despedir a mi marido con un beso, me lleve al Ro a mi cama y juntos nos pusimos a ver "La era del hielo". Ya habíamos cenado, por lo que disfrutábamos de un rico postre mientras nos matábamos de la risa con las disparatadas aventuras de Sid, Manny y demás.
En eso tocan el timbre. A esa hora no se me ocurría quién podría ser. Solo pensé en mi marido, que por alguna razón el partido de los lunes se había suspendido y volvía a casa temprano.
Dejo al Ro con la película y voy a abrir, pensando en por qué no abre él mismo la puerta, si tiene llave.
-No me digas que te dejaron...- digo al abrir sin poder terminar la frase debido a la sorpresa que me llevo.
No es mi marido quién está en el pasillo, sino Diego, vestido con ropa deportiva.
-¿Que hacés acá?- le pregunto de mal modo, ya que esa clase de sorpresas no me gustan para nada.
Por un momento albergo la esperanza de que mi marido lo haya mandado a buscar algo, no sé, una pelota, unas canilleras, cualquier cosa.
-Vine a verte, eso hago- me dice entrando como Pancho por su casa, sin pedir permiso ni nada.
Miro hacia ambos lados del pasillo para asegurarme que no haya ningún vecino indiscreto, y cierro la puerta, con él adentro.
-Diego, no podés venir así a mi casa, ¿y el partido?- le recrimino.
Diego es otro de los habitúes de los partidos de los lunes, aunque por lo visto para él no son tan sagrados como para mi marido.
-Ya deben estar por empezar, así que tenemos tiempo- me dice agarrándome de la cintura y atrayéndome hacia él.
Al tenerlo tan cerca alcanzo a sentir, con absoluta nitidez, que tiene la pija a media asta.
-¿Tiempo para qué?- le replico, haciéndome la inocente, ya que en verdad no quiero darme cuenta de lo que está maquinando.
-Para un polvo- me dice como si fuera algo que estuviera sobreentendido o que yo estuviera esperando con especial interés.
-Diego esto no es un telo, estamos en mi casa y estoy con mi hijo, por si no te diste cuenta- le digo, poniendo especial énfasis en las palabras "mi casa" y "mi hijo".
-¿Qué? ¿El Ro no está dormido todavía?- se sorprende, soltándome como si en cualquier momento fuera a abrirse una puerta y lo descubrieran con las manos en mi cintura.
-Estábamos viendo una película- le informo.
-Ah, entonces mientras él ve su película nosotros podemos...- me dice volviéndome a agarrar con fuerza.
-Podemos nada...- le digo, sacándomelo de encima no muy delicadamente.
Me doy la vuelta y avanzo hacia la puerta, para abrirla e invitarlo a que se vaya, pero antes de llegar a tocar el picaporte siquiera, me agarra de la cintura y me apoya por atrás. Estoy apenas con un camisón de raso, por lo que siento su erección amoldándose a la raya de mi cola.
-Sentí como estoy- me dice frotándose lascivamente -Tengo los huevos llenos de leche por vos-
Me tiene apretada contra la puerta, arrinconada, sin posibilidad alguna de escape.
Sin dejar de frotarse, me agarra de las tetas y me las aprieta, y ya sabemos lo que pasa cuando me tocan las tetas. Me pongo súper caliente. Es algo que no puedo evitar, sé que después voy a arrepentirme, pero...
...Me doy la vuelta, me cuelgo de su cuello y lo beso con fruición, frotándome ahora yo por delante.
-Sos un hijo de puta...- le digo, derritiéndome por completo entre sus brazos.
Pero un momento..., mi hijo está en la otra habitación, ¿y si se le ocurre venir a ver porque su mamá tarda tanto?
Me despego de Diego y voy a mi cuarto, abriendo sigilosamente la puerta. El Ro duerme como un angelito. Lo cubro con una manta, le bajo el volumen a la película y vuelvo a la sala con Diego.
-Se durmió- le digo en un susurro.
-¡Es un campeón! La próxima voy a tener que traerle un regalo- se entusiasma.
-¿Por qué?- le pregunto -¿Por cogerte a su madre?-
-Ah, entonces sí vamos a coger- celebra volviéndome a apretar.
No puedo resistirme y enseguida ya estoy besándolo y restregándome contra su cuerpo. Trata de sacarme el camisón, pero antes de que llegue a hacerlo, lo aparto de un manotazo.
-¡No, acá no!- le grito, aunque enseguida bajo la voz -Mirá si se levanta y me encuentra cogiendo con su tío, voy a tener que hipotecar lo que no tengo para pagarle la terapia-
-¿Y donde entonces?- se impacienta, rozándome con la imponente carpa que tiene debajo del jogging.
Pienso un momento, y finalmente me decido por el lavadero.
-Vení- le digo y agarrándolo de la mano, me lo llevo conmigo.
Cuando llegamos, me saco el camisón por encima de la cabeza y quedándome en ropa interior, lo abrazo y me lo como a besos.
-No me podés hacer esto, Diego- le digo entre chupones y mordidas -Estoy en mi casa, con mi hijo y venís así...- agarrándole la pija por sobre el jogging -..., eso es jugar sucio-
Me hinco de rodillas en el suelo, y bajándole de un tirón el pantalón y el calzoncillo, dejo al descubierto la razón de mi locura. Se la agarro con las dos manos y me la meto en la boca, chupándosela con rabioso frenesí. Me la como entera, como me gusta, haciéndola llegar hasta lo más profundo de mi garganta. Se la chupo, muerdo y mastico con violencia, estirándole la piel casi hasta su misma raíz. Quiero que le duela, que sufra como lo sufro yo. No puede agarrarme de prepo en mi propia casa y sacarla tan barata.
Tras una buena mamada, se la suelto y se la escupo varias veces, bañándola con mi saliva. Bajo con la lengua hasta las bolas, y mientras lo pajeo se las chupo y recontrachupo, llenándome el paladar con esa calidez testicular que tanto me agrada.
Saciada ya de tanta poronga, me levanto y me saco el corpiño y la bombacha. Me apoyo contra el borde del lavarropas y separando las piernas me acaricio la concha. Tengo el clítoris duro e hinchado, del tamaño de un pulgar.
Diego se echa de rodillas ante mí, como yo antes, y me pasa la lengua por sobre los labios, lamiendo ávidamente las espesas gotitas de flujo que me cuelgan de los pendejos. Mete la puntita de la lengua adentro y me lambetea toda, haciendo que se me ericen hasta los pelitos de la nuca. Acabo de solo sentir el calor de su boca en mi sexo.
Diego saborea mi orgasmo y se levanta. Agarra el pantalón que está tirado a un costado y de un bolsillo saca un preservativo. Mientras se lo pone, me siento encima del lavarropas, acomodándome para recibirlo.
Hace un rato estaba viendo "La Era del Hielo" con mi hijo y ahora estoy ahí, desnuda, en el lavadero de mi casa, toda abierta y mojada, dispuesta a darle a mi mejor amigo el polvo que vino a buscar.
Con la pija más dura y erguida que nunca, Diego se ubica entre mis piernas, que aún están acalambradas por el reciente polvo y me la manda a guardar de una. Me aferro de sus hombros y suelto un prolongado suspiro al sentir tan fuerte clavada.
Todavía no había terminado de gozar ese primer orgasmo que ya me encaminaba hacia el segundo.
Las penetraciones de Diego se acentúan, firmes y decididas, sacudiendo el lavarropas al ritmo que marca su pelvis. Creo que hasta podríamos haber hecho un lavado sin necesidad de encender la máquina.
De a ratos se separa, sin dejar de cogerme, como queriendo tener una visión más amplia de su verga perdiéndose en mi concha. En otras, me abraza y arremete con todo, como si buscara colarse todo él dentro mío.
Entre violentos espasmos de placer le araño la espalda y le muerdo el cuello, dejándole impresas en carne viva las marcas de mi pasión. Que las vea su esposa, que lo descubra y ponga fin a toda esta locura. Porque eso es lo que es: ¡Una locura!
Los dos estamos locos, no hay otra explicación para lo que hacemos. Dejándome toda la pija adentro, me levanta y me lleva en el aire hacia la pileta del lavadero. Me sienta en la mesada y me sigue cogiendo, metiéndomela hasta los pelos, hundiéndose en mí con fuerza y bravura. Lo agarro de la nuca y atrayéndolo hacia mí lo beso con desesperación mientras siento que me fulmina con cada empuje.
Al rato me la saca y me pide que se la chupe de nuevo. Me bajo de la pileta, me vuelvo a hincar de rodillas delante suyo y arrancándole el preservativo, se la chupo, saboreando con fruición el juguito preseminal con que tiene impregnada toda la pija.
Relamiéndome gustosa, me levanto y dándome la vuelta, me apoyo contra la pileta, ofreciéndole toda mi retaguardia. Diego se pone otro forro y avanzándome por detrás, me coge de parada. Bien agarrado de mis gomas me embiste con todo, sin pausa ni respiro, haciéndome saltar cada vez que me llega hasta lo más hondo.
Como si con eso no tuviera suficiente, levanto una pierna y apoyándola en el borde de la pileta, me abro más de lo que ya estoy, dejándome garchar hasta que vuelvo a sentir el placer implosionar en mí. Diego se frena y dejándomela adentro, las manos adosadas a mis pechos, me arrastra con él, echándose en el suelo conmigo encima. Siento ese furioso palpitar dentro de mí, así que empiezo a moverme, arriba y abajo, golpeándome los glúteos contra su pelvis cada vez que me la ensarto hasta los pelos.
Diego está tan caliente que la eyaculación se demora, aunque está ahí, inflándole los huevos, hirviendo, como en una olla a presión.
-¡Quiero..., acabarte..., en la..., boca...!- me pide entre roncos jadeos.
Diego ya se había acostumbrado a hacer conmigo lo que no hace con su esposa. Y acabarme en la boca era una de ellas. Según me decía, a Paula el semen le produce cierta aprensión. Por eso casi ni le chupa la pija, solo se la besa por los lados. Pero yo estaba dispuesta a ello y mucho más. Para eso estamos las amantes, ¿o no?
Me salgo de arriba suyo, le arranco el forro y con una mano se la agito con fuerza. La explosión llega violenta e impactante. El primer lechazo me da de lleno en los pechos, pero me agacho más todavía y metiéndomela en la boca, me trago todo el resto.
-¡Grrrrrrrr..., agggghhhhh..., buuuuffffff...!- gruñe Diego, tensando al máximo sus músculos, como queriendo expulsar de su cuerpo hasta la última gota de leche.
Echada ahí en el suelo del lavadero, me mantengo bien aferrada a su pulsante poronga, succionando con avidez el delicioso néctar de sus huevos.
¿Cómo puede haber mujeres que rechacen un banquete semejante?
No digo de andar tragando la leche de todos los tipos con los que una se acuesta, pero sí de los que suelen ser algo más que un simple garche. En el caso de Diego me asustaba que se haya convertido en más que eso, más que una aventura, más que un polvo de amigos borrachos, porque sentía que no podría manejar una situación así. Tenemos una amistad muy cercana como para disimular y fingir que no pasa nada, que no sentimos temblar el piso a nuestros pies cada vez que nos miramos.
No sé que pueda pasar, lo único que me importa en ese momento es saborear su leche, sentir como se derrama por mi garganta, y dejarme llevar por tan gratificantes sensaciones.
Cuando ya no queda nada más por exprimir, me levanto y voy corriendo a mi habitación. El Ro sigue dormidito, completamente ajeno al mundo de depravación y lujuria en el que se halla inmersa su madre. Lo dejo con sus sueños inocentes y vuelvo al lavadero con Diego, que ya se está vistiendo.
-Diego- le digo -Esto no puede volver a pasar. Además, decime, ¿cómo entraste?-
-El portero me conoce de hace años- me explica.
-Sí, te conoce- asiento -Por eso mismo, ¿qué te parece que puede llegar a pensar que vengas a verme cuando M..., no está en casa? Porque te aseguro que sabe muy bien que los lunes se va a jugar a la pelota-
Diego se queda pensando, evidentemente no había tenido eso en cuenta.
-No te preocupes, no creo que piense mal- se defiende.
Me quedo mirándolo como diciéndole: ¿te parece?
Lo despido en la puerta igual que a mi marido, con un beso. Llevo al Ro a su cama y me acuesto, sintiendo que cada día que pasa todo este asunto se vuelve más complicado.
Cuando llega mi marido me hago la dormida, no vaya a ser que quiera hacer el amor y encuentre todo abierto y dilatado. Si bien hace como una hora que se fue, aun siento a Diego dentro de mí, como si mi sexo se resistiese a reconocer su ausencia.
¡Dios! ¡En que quilombo estoy metida!
Ya estoy acostumbrada a esa rutina. "Los partidos de los lunes son sagrados", suele decirme cada vez que intento siquiera esbozar algún plan para ese día en especial.
Cuando estábamos recién casados, me sentía como "la viuda de los lunes", pero con el tiempo fui aceptando esta costumbre suya y comencé a organizarme tiempo para mí. Salir con amigas, "amigos", o simplemente quedarme en casa mirando alguna película. Eso hasta que nació el Ro y ya tuve quién me hiciera compañía.
Obviamente que tras el nacimiento de mi hijo se me hizo más complicado salir de noche. No podía pedirle a mi suegra que se quedara a cuidarlo justo cuando mi marido no estaba. Por más que sea una santa, iba a terminar sospechando. Igual, alguna que otra vez me las arregle para escaparme, usando como excusa el cumpleaños de una amiga. Pero eso podía hacerlo solo en muy contadas ocasiones, cuando de verdad valiera la pena correr el riesgo.
Este lunes, tras despedir a mi marido con un beso, me lleve al Ro a mi cama y juntos nos pusimos a ver "La era del hielo". Ya habíamos cenado, por lo que disfrutábamos de un rico postre mientras nos matábamos de la risa con las disparatadas aventuras de Sid, Manny y demás.
En eso tocan el timbre. A esa hora no se me ocurría quién podría ser. Solo pensé en mi marido, que por alguna razón el partido de los lunes se había suspendido y volvía a casa temprano.
Dejo al Ro con la película y voy a abrir, pensando en por qué no abre él mismo la puerta, si tiene llave.
-No me digas que te dejaron...- digo al abrir sin poder terminar la frase debido a la sorpresa que me llevo.
No es mi marido quién está en el pasillo, sino Diego, vestido con ropa deportiva.
-¿Que hacés acá?- le pregunto de mal modo, ya que esa clase de sorpresas no me gustan para nada.
Por un momento albergo la esperanza de que mi marido lo haya mandado a buscar algo, no sé, una pelota, unas canilleras, cualquier cosa.
-Vine a verte, eso hago- me dice entrando como Pancho por su casa, sin pedir permiso ni nada.
Miro hacia ambos lados del pasillo para asegurarme que no haya ningún vecino indiscreto, y cierro la puerta, con él adentro.
-Diego, no podés venir así a mi casa, ¿y el partido?- le recrimino.
Diego es otro de los habitúes de los partidos de los lunes, aunque por lo visto para él no son tan sagrados como para mi marido.
-Ya deben estar por empezar, así que tenemos tiempo- me dice agarrándome de la cintura y atrayéndome hacia él.
Al tenerlo tan cerca alcanzo a sentir, con absoluta nitidez, que tiene la pija a media asta.
-¿Tiempo para qué?- le replico, haciéndome la inocente, ya que en verdad no quiero darme cuenta de lo que está maquinando.
-Para un polvo- me dice como si fuera algo que estuviera sobreentendido o que yo estuviera esperando con especial interés.
-Diego esto no es un telo, estamos en mi casa y estoy con mi hijo, por si no te diste cuenta- le digo, poniendo especial énfasis en las palabras "mi casa" y "mi hijo".
-¿Qué? ¿El Ro no está dormido todavía?- se sorprende, soltándome como si en cualquier momento fuera a abrirse una puerta y lo descubrieran con las manos en mi cintura.
-Estábamos viendo una película- le informo.
-Ah, entonces mientras él ve su película nosotros podemos...- me dice volviéndome a agarrar con fuerza.
-Podemos nada...- le digo, sacándomelo de encima no muy delicadamente.
Me doy la vuelta y avanzo hacia la puerta, para abrirla e invitarlo a que se vaya, pero antes de llegar a tocar el picaporte siquiera, me agarra de la cintura y me apoya por atrás. Estoy apenas con un camisón de raso, por lo que siento su erección amoldándose a la raya de mi cola.
-Sentí como estoy- me dice frotándose lascivamente -Tengo los huevos llenos de leche por vos-
Me tiene apretada contra la puerta, arrinconada, sin posibilidad alguna de escape.
Sin dejar de frotarse, me agarra de las tetas y me las aprieta, y ya sabemos lo que pasa cuando me tocan las tetas. Me pongo súper caliente. Es algo que no puedo evitar, sé que después voy a arrepentirme, pero...
...Me doy la vuelta, me cuelgo de su cuello y lo beso con fruición, frotándome ahora yo por delante.
-Sos un hijo de puta...- le digo, derritiéndome por completo entre sus brazos.
Pero un momento..., mi hijo está en la otra habitación, ¿y si se le ocurre venir a ver porque su mamá tarda tanto?
Me despego de Diego y voy a mi cuarto, abriendo sigilosamente la puerta. El Ro duerme como un angelito. Lo cubro con una manta, le bajo el volumen a la película y vuelvo a la sala con Diego.
-Se durmió- le digo en un susurro.
-¡Es un campeón! La próxima voy a tener que traerle un regalo- se entusiasma.
-¿Por qué?- le pregunto -¿Por cogerte a su madre?-
-Ah, entonces sí vamos a coger- celebra volviéndome a apretar.
No puedo resistirme y enseguida ya estoy besándolo y restregándome contra su cuerpo. Trata de sacarme el camisón, pero antes de que llegue a hacerlo, lo aparto de un manotazo.
-¡No, acá no!- le grito, aunque enseguida bajo la voz -Mirá si se levanta y me encuentra cogiendo con su tío, voy a tener que hipotecar lo que no tengo para pagarle la terapia-
-¿Y donde entonces?- se impacienta, rozándome con la imponente carpa que tiene debajo del jogging.
Pienso un momento, y finalmente me decido por el lavadero.
-Vení- le digo y agarrándolo de la mano, me lo llevo conmigo.
Cuando llegamos, me saco el camisón por encima de la cabeza y quedándome en ropa interior, lo abrazo y me lo como a besos.
-No me podés hacer esto, Diego- le digo entre chupones y mordidas -Estoy en mi casa, con mi hijo y venís así...- agarrándole la pija por sobre el jogging -..., eso es jugar sucio-
Me hinco de rodillas en el suelo, y bajándole de un tirón el pantalón y el calzoncillo, dejo al descubierto la razón de mi locura. Se la agarro con las dos manos y me la meto en la boca, chupándosela con rabioso frenesí. Me la como entera, como me gusta, haciéndola llegar hasta lo más profundo de mi garganta. Se la chupo, muerdo y mastico con violencia, estirándole la piel casi hasta su misma raíz. Quiero que le duela, que sufra como lo sufro yo. No puede agarrarme de prepo en mi propia casa y sacarla tan barata.
Tras una buena mamada, se la suelto y se la escupo varias veces, bañándola con mi saliva. Bajo con la lengua hasta las bolas, y mientras lo pajeo se las chupo y recontrachupo, llenándome el paladar con esa calidez testicular que tanto me agrada.
Saciada ya de tanta poronga, me levanto y me saco el corpiño y la bombacha. Me apoyo contra el borde del lavarropas y separando las piernas me acaricio la concha. Tengo el clítoris duro e hinchado, del tamaño de un pulgar.
Diego se echa de rodillas ante mí, como yo antes, y me pasa la lengua por sobre los labios, lamiendo ávidamente las espesas gotitas de flujo que me cuelgan de los pendejos. Mete la puntita de la lengua adentro y me lambetea toda, haciendo que se me ericen hasta los pelitos de la nuca. Acabo de solo sentir el calor de su boca en mi sexo.
Diego saborea mi orgasmo y se levanta. Agarra el pantalón que está tirado a un costado y de un bolsillo saca un preservativo. Mientras se lo pone, me siento encima del lavarropas, acomodándome para recibirlo.
Hace un rato estaba viendo "La Era del Hielo" con mi hijo y ahora estoy ahí, desnuda, en el lavadero de mi casa, toda abierta y mojada, dispuesta a darle a mi mejor amigo el polvo que vino a buscar.
Con la pija más dura y erguida que nunca, Diego se ubica entre mis piernas, que aún están acalambradas por el reciente polvo y me la manda a guardar de una. Me aferro de sus hombros y suelto un prolongado suspiro al sentir tan fuerte clavada.
Todavía no había terminado de gozar ese primer orgasmo que ya me encaminaba hacia el segundo.
Las penetraciones de Diego se acentúan, firmes y decididas, sacudiendo el lavarropas al ritmo que marca su pelvis. Creo que hasta podríamos haber hecho un lavado sin necesidad de encender la máquina.
De a ratos se separa, sin dejar de cogerme, como queriendo tener una visión más amplia de su verga perdiéndose en mi concha. En otras, me abraza y arremete con todo, como si buscara colarse todo él dentro mío.
Entre violentos espasmos de placer le araño la espalda y le muerdo el cuello, dejándole impresas en carne viva las marcas de mi pasión. Que las vea su esposa, que lo descubra y ponga fin a toda esta locura. Porque eso es lo que es: ¡Una locura!
Los dos estamos locos, no hay otra explicación para lo que hacemos. Dejándome toda la pija adentro, me levanta y me lleva en el aire hacia la pileta del lavadero. Me sienta en la mesada y me sigue cogiendo, metiéndomela hasta los pelos, hundiéndose en mí con fuerza y bravura. Lo agarro de la nuca y atrayéndolo hacia mí lo beso con desesperación mientras siento que me fulmina con cada empuje.
Al rato me la saca y me pide que se la chupe de nuevo. Me bajo de la pileta, me vuelvo a hincar de rodillas delante suyo y arrancándole el preservativo, se la chupo, saboreando con fruición el juguito preseminal con que tiene impregnada toda la pija.
Relamiéndome gustosa, me levanto y dándome la vuelta, me apoyo contra la pileta, ofreciéndole toda mi retaguardia. Diego se pone otro forro y avanzándome por detrás, me coge de parada. Bien agarrado de mis gomas me embiste con todo, sin pausa ni respiro, haciéndome saltar cada vez que me llega hasta lo más hondo.
Como si con eso no tuviera suficiente, levanto una pierna y apoyándola en el borde de la pileta, me abro más de lo que ya estoy, dejándome garchar hasta que vuelvo a sentir el placer implosionar en mí. Diego se frena y dejándomela adentro, las manos adosadas a mis pechos, me arrastra con él, echándose en el suelo conmigo encima. Siento ese furioso palpitar dentro de mí, así que empiezo a moverme, arriba y abajo, golpeándome los glúteos contra su pelvis cada vez que me la ensarto hasta los pelos.
Diego está tan caliente que la eyaculación se demora, aunque está ahí, inflándole los huevos, hirviendo, como en una olla a presión.
-¡Quiero..., acabarte..., en la..., boca...!- me pide entre roncos jadeos.
Diego ya se había acostumbrado a hacer conmigo lo que no hace con su esposa. Y acabarme en la boca era una de ellas. Según me decía, a Paula el semen le produce cierta aprensión. Por eso casi ni le chupa la pija, solo se la besa por los lados. Pero yo estaba dispuesta a ello y mucho más. Para eso estamos las amantes, ¿o no?
Me salgo de arriba suyo, le arranco el forro y con una mano se la agito con fuerza. La explosión llega violenta e impactante. El primer lechazo me da de lleno en los pechos, pero me agacho más todavía y metiéndomela en la boca, me trago todo el resto.
-¡Grrrrrrrr..., agggghhhhh..., buuuuffffff...!- gruñe Diego, tensando al máximo sus músculos, como queriendo expulsar de su cuerpo hasta la última gota de leche.
Echada ahí en el suelo del lavadero, me mantengo bien aferrada a su pulsante poronga, succionando con avidez el delicioso néctar de sus huevos.
¿Cómo puede haber mujeres que rechacen un banquete semejante?
No digo de andar tragando la leche de todos los tipos con los que una se acuesta, pero sí de los que suelen ser algo más que un simple garche. En el caso de Diego me asustaba que se haya convertido en más que eso, más que una aventura, más que un polvo de amigos borrachos, porque sentía que no podría manejar una situación así. Tenemos una amistad muy cercana como para disimular y fingir que no pasa nada, que no sentimos temblar el piso a nuestros pies cada vez que nos miramos.
No sé que pueda pasar, lo único que me importa en ese momento es saborear su leche, sentir como se derrama por mi garganta, y dejarme llevar por tan gratificantes sensaciones.
Cuando ya no queda nada más por exprimir, me levanto y voy corriendo a mi habitación. El Ro sigue dormidito, completamente ajeno al mundo de depravación y lujuria en el que se halla inmersa su madre. Lo dejo con sus sueños inocentes y vuelvo al lavadero con Diego, que ya se está vistiendo.
-Diego- le digo -Esto no puede volver a pasar. Además, decime, ¿cómo entraste?-
-El portero me conoce de hace años- me explica.
-Sí, te conoce- asiento -Por eso mismo, ¿qué te parece que puede llegar a pensar que vengas a verme cuando M..., no está en casa? Porque te aseguro que sabe muy bien que los lunes se va a jugar a la pelota-
Diego se queda pensando, evidentemente no había tenido eso en cuenta.
-No te preocupes, no creo que piense mal- se defiende.
Me quedo mirándolo como diciéndole: ¿te parece?
Lo despido en la puerta igual que a mi marido, con un beso. Llevo al Ro a su cama y me acuesto, sintiendo que cada día que pasa todo este asunto se vuelve más complicado.
Cuando llega mi marido me hago la dormida, no vaya a ser que quiera hacer el amor y encuentre todo abierto y dilatado. Si bien hace como una hora que se fue, aun siento a Diego dentro de mí, como si mi sexo se resistiese a reconocer su ausencia.
¡Dios! ¡En que quilombo estoy metida!
28 comentarios - Amigo amante 4...
"Se la agarro con las dos manos y me la meto en la boca, chupándosela con rabioso frenesí. Me la como entera, como me gusta, haciéndola llegar hasta lo más profundo de mi garganta"
"...se la escupo varias veces, bañándola con mi saliva. Bajo con la lengua hasta las bolas, y mientras lo pajeo se las chupo y recontrachupo..."
"...y me pasa la lengua por sobre los labios, lamiendo ávidamente las espesas gotitas de flujo que me cuelgan de los pendejos."
"Diego está tan caliente que la eyaculación se demora, aunque está ahí, inflándole los huevos, hirviendo, como en una olla a presión."
"Echada ahí en el suelo del lavadero, me mantengo bien aferrada a su pulsante poronga, succionando con avidez el delicioso néctar de sus huevos."[/i]
No cabe duda amiga que la calentura sexual tu la llevas a flor de piel, porque aunque tratas de safar de esta incomoda situación con tu "amigo-amante", que se reflejan en estos diálogos..."¿Que hacés acá?- le pregunto de mal modo, ya que esa clase de sorpresas no me gustan para nada."[/i], aún así no desperdicias la ocasión para disfrutar de una exquisita sesión de intenso y caliente sexo...jajaja, aunque esa última frase (¡Dios! ¡En que quilombo estoy metida!)[/i]resume lo que pasa por tu mente pensando en el futuro!!
Excelente y exquisito relato como de costumbre querida, y para variar quedé a punto de explotar de la calentura linda!!
FELICITACIONES Mary... +10 Besos!!💋
LEO
Mi novia es de las que les da asco el semen, dice que si un día le acabo en la boca vomita jajjjajajaaja Y yo le digo que realmente no sabe tan malo