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Siete por siete (161): Sandy, su armario y la hermana (II)




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Compendio I


“¿Y quién es Leon?” pregunté, tratando que bajara la voz.
“Leon es el novio de mi hermana.”
En esos momentos, estaba más que confundido. Sandy, que hasta esa tarde veía como una chica infantil y distraída (con amplias sospechas que era virgen), resultaba ser una pervertida mirona, que se calentaba viendo a su hermana tirándose a su novio, escondiéndose en lo que parecía ser el armario y que ahora se daba cuenta que era infiel.
Pero lo que más volaba mi mente era no saber cómo había terminado yo en ese armario, dado que soy el esposo de una de las amigas de confianza de Sandy y que originalmente, estaba ahí ayudándole en su trabajo de investigación.
No obstante, el morbo podía más en nosotros y luego de asegurarme que estaría más tranquila y callada, nos pusimos de pie nuevamente.
“¡Leon es un sujeto afortunado!” comentó el chico, de manera burlona, mientras que Danielle parecía limpiarse los labios de los restos de su corrida. “¡Te lo tragas como una verdadera puta!”
“¡Cállate, Nat!”Respondió Danielle, confirmando las sospechas de Sandy.
“¡No te enojes, Dee!” dijo él, con un tono más dulce. “¡Ahora sabes que es tu turno!”
Al parecer, a “Dee” le gustó la idea, porque se tomó el pelo y se puso de pie, ansiosa, alzando incluso su cola en anticipación.
Al igual que ella, Nat fue desnudando su camisa, hasta dejar ver su sostén y se quedó sorbiéndolos unos momentos…
“¡Nat, no seas malo!” pidió Dee, con una voz melosa. “Prometiste que sería mi turno…”
“¡Es solo una desviación breve, nena!” exclamó él, mientras acariciaba su cabeza en sus pechos. “¿Me dirás que Leon te los come mejor que yo?”
Pero admito que, al igual que yo, Nat hacía trampa, ya que también metía sus dedos dentro de la faldita, de una manera insidiosa, que le impedía procesar.
“¡No!... pero… fui obediente… me lo bebí… todo…” respondía, con espasmos en el cuerpo.
Mientras contemplaba el espectáculo, empecé a escuchar un leve y persistente tintineo metálico, acompañado con un tenue azote de madera, bastante cercano.
Giré en la dirección del ruido y aprecié no solamente a Sandy con la cremallera del pantalón abajo y dedeandose torpemente, pasando a llevar un colgador con sus movimientos, sino que también empezaba a gemir suavemente, como un sollozo.
En vista que parecía tan fuerte, que no podía acallarlo y que incluso, no pasaría mucho para que ellos se dieran cuenta del sonido, la envolví con mi cuerpo, le tapé la boca y con la otra mano, proseguí con su torpe masaje en su lugar, inmovilizándola con mi agarre e incrustando el índice en medio de su mojada hendidura.
“¡Vamos, Nat!... ¡Vamos, Nat!... ¡Prometiste que sería mi turno!” volvió a pedir Dee, mientras que Nat le daba lamidas a sus hinchados pechos.
“¡Está bien, muñeca! ¡Probaré lo tuyo!”
Y Nat fue bajando, con su lengua, hasta llegar al templo de placer de Dee. No conozco al tal Leon, pero Nat me causaba simpatía, ya que pensábamos igual.
Por lo que podía apreciarse, Nat también dedicaba bastante tiempo a dar chupones en el clítoris, que tensaban la mandíbula de Dee, en una sonrisa de nerviosa alegría, donde cerraba los ojos y contenía la respiración, manteniendo el placer.
Pero entonces, se agachó un poco más abajo, pudiendo deslizar al parecer su lengua en el interior de la vagina, causando que Dee literalmente se pusiera de puntillas en los pies del gozo que sentía y con un suspiro intenso que parecía embargar todo su ser.
Aprovechando que Nat la lamía de manera incesante, pude fijarme en mayor detalle del cuerpo de Dee: unos senos llamativos, de unos 92 cm., como los de los primeros meses de embarazo de mi esposa, que harían una vez y media el tamaño de los que Sandy tiene; una cintura delgada y unos hombros pequeños, midiendo 1.65 m, un poco más baja que su hermana menor y al igual que ella, de cabello oscuro.
Y como si hubiese cierta simetría en lo sucedido anteriormente, Dee empezaba a cabalgar la boca de su amigo, acariciando suavemente sus cabellos, hasta que este le hizo acabar.
Suspiros intensos la sobrecogían, como si fuese un fuelle, pero en lugar de proseguir lamiendo, Nat la tiró en la cama.
Con una sonrisa muy dichosa, Dee abrió las piernas para su amigo. Nat tardó unos segundos, poniéndose el preservativo.
Pude apreciar con bastante detalle la manera que la felpuda vagina iba admitiendo lentamente el aparato de Nat, quien suspiraba poderosamente, como si hiciera un esfuerzo sobrehumano en contenerse.
Lo que más me llamaba la atención era que no le costó demasiado para meter toda su herramienta en el interior de Dee, al punto que solamente quedaban los testículos hinchados a la vista.
Dee gemía suavemente, a medida que su amigo entraba y salía de su interior. Sus pechos se sacudían levemente, producto del avance y retroceso del miembro viril.
Pero como buen muchacho, aprisionó esos pechos con ambas manos.
“¡Más rápido, maldito! ¡Más rápido!” le pedía Dee, con desesperación.
La voz airada de su compañera parecía infundir nuevas fuerzas en el muchacho, cuyos movimientos comenzaron a tornarse mucho más ágiles y poderosos, haciendo que ella gimiera cada vez más fuerte. Eventualmente, empezó a sentir poderosos orgasmos, reflejados en verdaderos bramidos de regocijo.
No obstante, el muchacho empezó a bufar como un toro, mostrando sus dientes, tratando de contener sus deseos por no acabar tan pronto y sorpresivamente, se quedó quieto, con esporádicas sacudidas, mientras se abrazaban el uno al otro.
Pero entonces, sentí un par de dedos sobre mi glande, apretándolo levemente. Divisé la mirada vidriosa de Sandy, pidiendo un descanso.
Ahí me percaté de la humedad de mi mano. Estaba tan pendiente de lo que ocurría afuera, que sin darme cuenta había seguido dedeando a Sandy y que no solamente, tenía el índice incrustado en su hendidura, sino que también había metido el anular y el del corazón, entrando y saliendo con bastante rapidez.
De hecho, si al principio mostró resistencia por el bozal que le puse con mi mano, ahora tenía la palma bastante babosa y me la tenía firmemente sujetada con su helada mano, para que no la moviera.
Y el vaivén que ella llevaba era increíble, ya que parecía subir y bajar con los movimientos de mi derecha, que continuaba masturbándola, pero a la vez, sacudiendo su cola encima de mi paquete.
Ni siquiera me había dado cuenta que la estaba “montando en seco” y que cada sacudida que le daba, hacía que enterrara sus nalgas sobre mi paquete.
Por supuesto que la seguí dedeando hasta que alcanzó un poderoso orgasmo y colapsó, agotada, sobre sus piernas.
Afuera del ardiente armario, los 2 también reposaban, recuperando las fuerzas, uno al lado del otro.
Pero Sandy se fue gateando hasta la puertecilla, con sus pantalones a la rastra. Mientras la seguía, pude entender el origen del olor que sentí apenas entré en aquel armario: eran sus jugos de corridas anteriores.
Cuando se sentó en la silla donde estuve trabajando, noté una combinación entre cansancio y pesar en su mirada.
“¡Es algo normal que tu hermana haga algo como eso! ¡No está casada con Leon… y está en su derecho de experimentar!”
Fue lo primero que se me vino a la cabeza.
Pero era evidente por la manera que me miraba que aquella preocupación había pasado a un cuarto plano.
Realmente, me sentía arrepentido por mis acciones. Ya no me miraba con la jovialidad y el respeto de esa mañana, sino que seguía cada uno de mis movimientos con mucha atención.
Podía percibir su nerviosismo y desconfianza por mi persona, como si en cualquier momento yo le fuera a saltar encima, motivo por el que decidí retirarme bastante triste de aquel lugar.
Lo que no contaba era que todo lo ocurrido me había dejado con una erección terrible, ocasionándome un desagradable sentimiento de vergüenza, combinado con verdadera desesperación.
Me arrepentía de no haber seguido el consejo de mi esposa, porque en la camioneta, nadie se daría cuenta de mi erección.
El mayor problema era que tenía una de esas erecciones que no bajaría por su cuenta. A lo menos, necesitaba hacerme una paja y ahí estaba mi dilema y desesperación.
No me atrevía ir al baño a masturbarme, ante el riesgo que Danielle o su amante me sorprendieran de esa manera.
La otra opción era masturbarme en el dormitorio, ante la mirada atónita de Sandy, lo cual era imposible…
Pero lo que ocurrió después, no pude entenderlo.
De alguna manera, Sandy se acercó y se puso de rodillas, contemplando mi pantalón.
“Marisol dice que cuando te pasa esto, ella hace así…” dijo, desabrochándome con bastante soltura la cremallera del pantalón.
Y sin querer fanfarronear, cuando salió mi erección con bombos y platillos, se impresionó, ya que era el triple de gruesa de la de Nat e incluso, un poco más larga.
Me miró con bastante sorpresa, sonrió, abrió la boca y…
¡Simplemente, fue increíble!
Al igual que mi esposa, pensaba que el arte de la felación requería dedicación y práctica.
Pero Sandy era una “mamadora innata”…
“¿Lo hace incluso mejor que yo?” preguntó mi mujer con bastante preocupación.
Pero así era. Ni siquiera las mamadas de Pamela o las de mi suegra podrían compararse. Tal vez, la única que le haría mella sería las que me daba Celeste, cuando me echaba condimentos.
Le expliqué que subía y bajaba su cabeza bastante rápido e incrustándose más rabo en su boca con cada bocado.
Obviamente, Marisol se esforzó en imitarla y no solamente lo consiguió, sino que además, no pude contarle lo ocurrido hasta que me hizo acabar salvajemente en sus labios, tras haber combinado la técnica de su amiga con la chupada tipo aspiradora que mi esposa me da y que me dejó embrutecido por un par de minutos.
Pero es que Sandy ocupaba mucha lengua y la mamaba con desesperación, al punto que me era imposible retirarla de sus labios y cada vez, parecía devorar un pedazo más grande, haciéndome creer que comería hasta mis testículos también.
El único problema fue al momento antes de acabar. Mi esposa, Lizzie e incluso Hannah saben que la mejor opción es dejarla en la boca y tragar lo más que se pueda.
Pero en vista que Sandy carece de experiencia chupando penes, al sentir mis sacudidas, lo sacó de su boca, se quedó mirando mi miembro e irremediablemente, terminé acabando sobre su bello rostro con 4 poderosos chorros.
Pensé que quedaría asqueada, ya que eran bastante espesos y olorosos, cubriéndole los parpados, las mejillas, la nariz y los labios. Sin embargo, no dudaba en relamer un poco sus labios y untarse los restos de mi corrida con los dedos.
Y con la sencilla intención de ayudarla, busqué algo para que pudiera limpiarse, divisando lo que parecía un pañuelo de tela arrugado en el suelo.
Tras palparlo mejor, me di cuenta que estaba húmedo y al abrirlo, me di cuenta que no era un pañuelo, sino que eran sus pantaletas estilando en sus jugos.
A partir de ese momento, el morbo se apoderó de mí y tras cederle la prenda, para que se limpiara, ya no la vi más como la amiga sosa de mi esposa, sino como una chiquilla menuda y bastante sexy, con la que tenía unas ganas locas de acostarme.
Y mientras le miraba con verdadera malicia en mis pensamientos, ella me sonreía, muy amistosa, devolviéndome un inocente…
“¡Gracias!”


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1 comentarios - Siete por siete (161): Sandy, su armario y la hermana (II)

pepeluchelopez
Genial que mas sigue? Pendiente del siguiente! Saludos
metalchono +1
Ahí lo acabo de escribir. Saludos y espero que lo disfrutes.