Post anterior
Post siguiente
Compendio I
Hubo 2 eventos importantes esta semana, aunque deseo partir por el segundo, advirtiéndoles que tiene una connotación “más gris” a lo acostumbrado.
Al menos, una vez a la semana, me hago el tiempo de salir a trotar y me encuentro con Karen, mi “amiga de trotes”.
No la he descrito ni he hablado mucho de ella, ya que no quería tentarme. Pero tras lo ocurrido este fin de semana, dudo que pueda mirarla con otros ojos.
De partida, es una escolar y le quedan un año y 8 meses para poder votar (Si es que decide registrarse). Mide 1.65 aproximadamente y tiene cabello color castaño claro, tendiendo al miel, que algunos días soleados, incluso parece medianamente rubia, con cabellos rizados y cortos, alrededor de sus orejas y cuello y que le hacen ver relativamente tierna.
Afortunadamente, decidió deshacerse del mechón tricolor purpura-rosado-azul que tenía en uno de sus flequillos, porque según sus propias palabras, “No iba con su estilo”, aunque vive poniéndome los pelos de punta al decirme que desea tatuarse en la espalda.
Sus ojos son celestes, muy claros y su rostro tiene forma de gota de agua, con labios regordetes; una nariz alargada, fina y delicada; pómulos delgados y rosáceos, ya que siempre se maquilla y un leve arco entre las paletas de sus dientes, que cada vez que sonríe, me recuerda su inmadurez.
Sobre su físico, no hay mucho que decir: su mayor atractivo son sus piernas largas. Pero lo demás, le falta para mi gusto por formarse.
Y es una “chica mala” por cómo se le mire: se gana en la medialuna donde llego a trotar, porque vende hierba, aunque prefiere fumar cigarrillos; Falta constantemente a la escuela; Vive pegada al celular, por lo que es adicta a las redes sociales; No hay fin de semana sin al menos una fiesta donde la inviten y es muy promiscua.
Por lo general, no tiene un novio por más de una semana, ya que chico que le guste, se lo lleva a la cama y dado que yo no he caído en sus “irrisorios encantos”, tiene una leve obsesión conmigo.
Pero la relación más estable que tiene es con su profesor de Matemáticas. Según me ha dicho, el sujeto era un hombre decente, bien parecido y fornido, casado hace 2 años e incluso, está esperando a su segundo hijo.
Al principio, el pobre hombre la rehuía como la plaga, ya que en cada clase, Karen se sentaba en primera fila, dejándole ver sus piernas y la delgada ropa interior en su menuda falda y dado que ella faltaba constantemente, le acosaba a solas, esperando que le diera una oportunidad para subir sus calificaciones.
Y fue de esta manera que terminó arrodillada en su oficina, dándole una felación al sorpresivamente desarrollado y gordo miembro de su docente, con la que ha mantenido una “relación estable” por casi un año.
El maestro sabe que Karen es una puta (que incluso, se ha metido con su jefe, el Director de la escuela, en 4 oportunidades como mínimo, motivo por el que no ha sido expulsada todavía y que reciba “perdonazos increíbles” a sus faltas) y se juntan al menos 2 veces a la semana, en la casa de Karen, ya que su esposa rehúye al sexo, por temor de lastimar al bebé.
Además, dado que su madre trabaja gran parte del día, Karen puede llevarlo a él, a sus amigos, algún vecino, compañeros de clases o clientes (porque a veces cobra, con precios variando según el atractivo o tamaño de su comprador o compradores) y pasar la tarde entera sin salir de su habitación.
No obstante, lo que más le gusta de su maestro es su sumisión y que le puede obligar a darle sexo oral. Me ha contado (incluso, con escalofríos, recordando las agradables experiencias), que le tienta constantemente abriendo sus piernas y exponiendo su ropa interior, a lo que él siempre se abalanza y termina devorándola frugalmente, produciéndole un sinfín de orgasmos, tanto con su lengua como con la punta de su alargada nariz.
Sin embargo, eso le causa una tremenda erección, que Karen muy preocupada se encarga de complacer, lamiendo ávidamente su miembro o bien, lo que más le gusta, hacerlo 2 veces seguidas, sin dejarle desenfundar.
Pero en vista que su esposa no estaba de ánimos, Karen se encargaba de lamer su falo hasta literalmente dejarle seco y que al parecer, ha alzado sospechas de la mujer, por los constantes atrasos al regresar al hogar y la falta de deseo por buscar intimidad de su esposo.
Y tal vez, sea ese el motivo de su obsesión conmigo, puesto que tenemos edades similares. No obstante, nuestra relación es especial y completamente diferente.
De partida, la obligo a mantener una distancia de 8 pasos desde el punto que me paro a hacer ejercicios, para prevenir cualquier relación indecorosa. Originalmente, la distancia eran 15 pasos, pero en vista que usa ropa interior y no fuma hierba en esos días, he sido más flexible.
Aun así, la poco asertiva mocosa me ha dado el apodo de “niño perro” (Dog boy), ya que no se enteró de mi nombre hasta el verano pasado.
Y en segundo lugar, la interrumpo cuando me habla de sus experiencias sexuales, preguntándole el tipo de pantalones que usan los chicos, el color de sus zapatos, cómo van vestidos y detalles de esa índole, que la terminan distrayendo en su historia.
Aunque obviamente le hago enfadar, también le ha ayudado en fijarse en sus amantes un poco más y ya no es tan “fría” y “sin sentimientos” en sus encuentros.
Pero de la misma manera, mantenemos una amistad a través de whatsapp. Generalmente, durante las noches de los turnos libres, me llegan este tipo de mensajes de parte de ella:
“Mamá trabaja hasta tarde hoy. ¿Me haces compañía?”
“Me compré ropa interior nueva. ¿Quieres que te la muestre?”
“¿Todavía no te aburres de tu esposa? ¿No quieres venir a verme?”
Por supuesto, me he excusado que no puedo asistir, por estar con mi familia; que si me llega una foto de esas, rompemos toda amistad y que no estoy dispuesto a cambiar mi relación con mi mujer y mis hijas, por tener un amorío con “una chiquilla como ella”, lo que la saca de sus casillas, ya que se cree prácticamente una adulta.
Aun así, se consuela que veamos los mismos programas por televisión mientras está sola y comentemos de ellos a través del teléfono, lo que nos ha hecho más cercanos.
Pero también me he dado cuenta que se preocupa por mí.
“Imagino que no nos veremos hoy”, me llegó en una oportunidad, con un emoticón de rostro triste, un día que estaba lloviendo torrencialmente y no saldría a trotar.
A Marisol le parecen simpáticos sus mensajes e incluso, me da permiso para que la vaya a ver si lo deseo, pero no me atrae físicamente.
De hecho, en una oportunidad, Marisol ya la había conocido antes.
¿Recuerdas esa tarde en el verano, ruiseñor, cuando llevamos a las pequeñas a la playa de las piedrecillas y que encontraste una chica solitaria, con bikini negro, lentes oscuros y un sombrero blanco?
Pues esa jovencita era Karen y déjame decirte que no estaba de los mejores ánimos al ver que no le había exagerado en lo atractiva que luces.
Lo que más risa me dio fue cuando le preguntaste si quería jugar volleyball contigo. La encontraste tan simpática, tierna, graciosa, tímida, bonita y jovencita, que hasta intentaste hacerte amiga de ella y quedaste tan sorprendida cuando tuvo que marcharse de repente.
Pero como mencioné al principio, lo que tengo que contar hoy es “más gris”.
Eran alrededor de las 10 de la noche del sábado. Marisol y yo nos habíamos retirado a dormir. Empezábamos a intimar, cuando sorpresivamente vibra mi celular.
Llegan 3 mensajes consecutivos, pero no tengo muchos contactos en la ciudad, aparte de Lizzie y de mi esposa, que sé que están en casa.
Reviso el teléfono, preocupado y distingo 3 líneas que me hielan la sangre.
“Feling sik”(ciento nferma), un emoticón verde nauseabundo, “Com gt me” (Vn vuscarme).
Le muestro el mensaje a Marisol y esperamos impacientes la llegada de un cuarto mensaje, dando una referencia o lugar, algo que no ocurre.
Sé que es grave, ya que para molestia de Karen, la obligo a usar buena ortografía al mandarme mensajes y siento esa desagradable estocada fría en la espalda, pero tras 3 minutos, la llamada sigue muerta y sin respuestas.
Marisol también intuye que algo malo pasa. Como ella sí se maneja mejor en redes sociales que yo, busca el perfil de Karen y encuentra, aparte de una foto sexy de ella, mostrando su plano escote, que en su frivolidad, también ha informado que va a una fiesta, no muy lejos de nuestra casa.
Tomo mi ropa y me visto presuroso, asegurándole que si la encuentro, le llamaré de inmediato. Los ojos verdes de mi ruiseñor suplicaban que las alas del viento me llevaran hasta allá, lo más pronto posible.
Al llegar a la manzana, diviso un tremendo tumulto de jóvenes. Parece una fiesta tipo fraternidad, por el volumen de la música y la cantidad de invitados.
Mi instinto me obliga a encender la baliza amarilla de la camioneta, la cual llama inmediatamente la atención, temiendo seguramente que soy un policía y también me hace tomar la chaqueta reflectante que tengo en la camioneta, que sin percatarme, lleva la radio con la que me manejo en la faena. Bajo de mi vehículo y avanzo entre la multitud, que me abre paso, creyendo que soy algún tipo de paramédico.
Deambulo por un par de habitaciones, tratando mantener la calma al buscar a Karen y finalmente, diviso a una muñeca rubia, con falda de mezclilla corta y un suéter multicolor, que está siendo jalada a duras penas, tanto por una muchacha delgadita que la sujeta de las piernas, de unos 15 años, mientras que un enorme individuo, de unos 25 o 26, musculoso, rubio, atractivo y bastante alto, intenta llevarse la muñeca, tomada de la cintura.
“¡Niño perro!” Dice la muñeca al reconocerme, con una sonrisa desequilibrada y unas pupilas extremadamente dilatadas, ocasionándome un enorme pesar en mi corazón.
“¡Tú!” exclama la muchacha delgadita, llorando asustada y con una sonrisa nerviosa, sorprendida y esperanzada al verme, mientras que el otro individuo se detiene y me contempla mucho más serio.
Acaricié la mejilla de Karen y se la arrebaté al muchacho.
“¿Qué es lo que pasa?” pido explicaciones, mientras la ubico en el asiento donde estuvo sentada.
“¡Nada! ¡Solamente se sentía mal y la llevaba a mi habitación!” responde el sujeto, con una gran sonrisa y creyendo también que soy paramédico.
“¡Niño Perro! ¡Niño Perro!” (Dog boy! Dog boy!) Karen repite una y otra vez, sonriendo desequilibrada y eufórica, claramente intoxicada al auscultarla.
“¡Solo necesita un descanso!” Trata de bajarle el perfil el muchacho, impaciente por arrebatarla una vez más.
“¿Estás seguro? ¡Tiene la glotis inflamada!...” señalé, pensando en la primera cosa que se me vino a la mente, aunque no era así.
“¡Por eso! ¡Soy estudiante de medicina!” insistía el sujeto, saltando casi con impaciencia e intentando tomarla de nuevo, cosa que impedí.
Caí en cuenta de lo peligroso que podía ser ese tipo. Karen, incapacitada de esa manera, podía perfectamente ser violada e incluso peor.
Así que la dejé en el sofá y tomé oportunamente el transmisor que uso en la mina.
“¡Central, aquí unidad 24! ¡Tengo una muchacha intoxicada y necesito paramédicos, con una inyección de epinefrina, cambio!” traté de sonar lo más convincente posible.
Temía que se dieran cuenta de mi engaño, ya que un paramédico no necesitaría refuerzos, a menos que sea un accidente que involucre a varias personas, pero afortunadamente no se percatan de mi embuste, ni que la supuesta “Central” falla en darme una respuesta.
No obstante, el chico vuelve a tomar a Karen en sus brazos.
“¿Qué haces?” le dije, llamando ya la atención de todos los invitados en esa habitación. “¡Esa chica está a punto de entrar en paro cardiaco!”
El rostro de la chiquilla se llena de espanto, pero me preocupo más por el secuestrador.
El muchacho, al verse sorprendido, insiste en su mentira.
“¡No hay problemas! ¡Tengo sus medicinas arriba!”
“¿Sabes que si ella muere, podrían juzgarte por asesinato?” pregunté, tratando de sonar lo más imparcial posible.
Al escuchar eso, no solamente el chico se detuvo en sus pasos, sino que el resto de los invitados empezaban a murmurar.
Me la devolvió como si hubiese visto al diablo y aproveché de tomarla y llevarla a la camioneta. La mocosa se había quedado dormida y me doy cuenta que bajo su menuda falda, no hay ropa interior.
La otra muchacha me siguió todo el camino llorando hasta la camioneta y aun así, insistió en irse con Karen en el asiento trasero, mientras ella seguía inconsciente.
Sin apagar la baliza y sin importarme si la policía me detiene, marcho a toda velocidad al hospital más cercano, que afortunadamente queda relativamente cerca de casa y lo veo cada día que acompaño a mi ruiseñor a la universidad.
Ingresamos a emergencias y por fortuna, es un sábado relativamente lento y la atención es casi instantánea. Mientras examinan a Karen y nosotros esperamos que nos llamen, la muchacha que me acompañó se presenta como Nancy.
Es evidente que es la “compañera de fiesta” de Karen: morenita, delgada, de curvas más agradables para la vista que su compañera, con un escote que se entrevé de su chaqueta de cuero dejando poco para la imaginación, al igual que sus pantaloncillos cortos, que muestran sus morenas piernas.
Me cuenta que se sorprendió al verme, ya que Karen le había hablado de mí: del “Deportista loco, que la trata como perro” e incluso, me mostró que la pequeña bribona me tomó una foto, sin darme cuenta, mientras tomaba un descanso.
Pero el misterio que nos envolvía la mente ambos era ¿Por qué estaba ahí yo? ¿Qué le había motivado a llamarme, teniendo amigos, novios e incluso, el profesor de Matemáticas?
¿Por qué, de todos ellos, me llamó a mí?
Finalmente, nos llaman al box donde atienden a Karen. Una hermosa doctora, de unos 25 años, rubia, con lentes y labios sonrosados, nos avisa que está bien, que se encuentra intoxicada, pero no hay rastros de sustancias peligrosas en su sangre, por lo que asume que el efecto se disipará con algunas horas.
Noto que me sonríe con ternura. Me dice que si bien, es algo que pasa con frecuencia en las fiestas, me felicita por mi manera de actuar: es la primera vez que atiende una situación como esa, donde la chica llega intoxicada y semi inconsciente, siendo que lo que más acostumbra es curar heridos por riñas en fiestas y que por lo general, casos así no llegan, a menos que para constatar una violación o identificar una causa de muerte.
Consulto cuánto debo por el examen de sangre, pero me dice que es gratis.
“Pro-bono, para samaritanos como usted…” me aclara la especialista, con una hermosa y humilde sonrisa.
Una vez más, cargo a Karen, con Nancy siguiéndome como una sombra y la acomodo en el asiento trasero.
Aprovecho de llamar a mi ruiseñor y colapso brevemente sobre mis rodillas, agotado. Apenas ha pasado hora y media de toda esa pesadilla, pero siento en mi cuerpo como si fueran 5.
Mientras recupero mi aliento, le pregunto a Karen si no va a llamar a sus padres o si desea que la lleve a su casa.
Me mira extrañada y me siento triste por no estar en mi tierra: los jóvenes son más independientes aquí y ella es una “Chica de la noche”. ¿A quién va a llamar?
Regreso a casa, que encuentro con todas las luces encendidas y subo a Karen, a uno de los dormitorios desocupados. Con el alboroto, Lizzie se levanta sonriente y piensa que soy yo con mi esposa, regresando de una cita.
Pero tras verme cargar a Karen, mi rostro serio y agotado y a Nancy, que lealmente se ha quedado al lado de su amiga, su semblante cambia y cierra una vez más la puerta de su habitación.
Le pido a Nancy si puede cuidar a su amiga, pero está tan asustada por ella, que ni siquiera duda en entrar en el dormitorio. Cubro a Karen y la dejo descansar, contemplando que sonríe dichosa y despreocupada de toda esta pesadilla.
Agotado y hambriento, bajo a la cocina. Pero un ángel me espera, con una taza de chocolate caliente y ojos verdes, para que le cuente lo ocurrido.
Me regocijo que Marisol sea mi mujer, porque me conoce mejor que nadie y voy narrándole la secuencia de eventos que me tocó presenciar. Con una creciente tristeza, voy apreciando cómo la aflicción empieza a embargarla a medida que le cuento todo y me siento pésimo, porque creo que nos ha arruinado la noche.
Desganado, tomo la mano de mi esposa y nos acostamos silenciosamente en nuestro lecho.
“¡Abrázame!” me pide Marisol, orden que obedezco al instante, entre las sabanas.
Su suspiro es pesado y cansino, sobre mi pecho. Acaricio sus cabellos y le digo lo linda que es y lo feliz que me hace.
Ella sonríe, con la alegría de un sol y nos besamos, suavemente.
Siento su aroma a jabón y sé que ella es mía. Que no hay otra mujer con la que quiera estar.
La voy abrazando, besando su cuello y acariciando su cuerpo, mientras que ella se envuelve a mi cuello como una blanquecina bufanda y entierra sus blandos senos en mi pecho, sabiendo que yo sería incapaz de dejarla desvalida o de lastimarla.
Porque ese es su mayor temor: que alguien abuse de ella, sin su consentimiento y está bien fundado, por amargos recuerdos de su juventud. Sin embargo, sabe que no soy así.
Vamos acariciando nuestros cuerpos y desnudándonos lenta y respetuosamente, con besos suaves y cariñosos, lo que me asombra, ya que me resulta completamente inesperado.
Pero no nos importa. Empiezo a acomodarme entre sus piernas con suavidad y muy despacio, apreciando la calidez y humedad de su interior, algo que ella también busca y disfruta, cerrando los ojos sin oponer resistencia.
“¡Eres perfecta!” le susurro despacio y con ternura, lo que le hace sonreír una vez más, con la misma timidez que la conocí.
La beso y la dejo que ella vaya arriba, ya que ella es la que necesita un mayor consuelo y quiero que se sienta en control.
Explora con completa libertad mi pecho, mis brazos, mis labios, sabiendo deliciosamente que no la tocaré sin que ella me lo pida.
En cambio yo me deleitaba apreciando su hermosura: su esbelta silueta, en la penumbra, con sus tiernos y delicados brazos, sacudiéndose lenta y maravillosamente, a medida que va buscando el placer.
Me besa de una manera esplendida y simplemente, la adoro, porque sé que ella es mi mujer. Cierra los ojos, muy contenta, disfrutando de mí y guía mis manos a sus caderas, para poder mostrarse plena.
Lo hacemos en completa parsimonia, dado que el espectáculo es completamente nuestro y puedo apreciar la magnificencia de sus encantos. Beso una de sus hinchadas fresitas y cede una exhalación maravillosa y placentera, que la llena de dicha y la hace fluir cálidamente entre sus piernas.
Voy bombeando despacio, apreciando su rostro gozoso y alegre, lo que ella disfruta bastante y nos vamos besando con mayor pasión, con algunos juegos de miradas suaves y sonrisas, a medida que nos empezamos a sacudir con mayor rapidez.
En esos momentos, no existe la lujuria, sino amor pleno, en su más pura expresión. Besos anhelantes, deseosos de nuestras lenguas que tanto tiempo han sido amigas y suspiros cómplices, entremezclados con alegría, travesura y pasión, sabiendo que puedo darle la felicidad que requiere con holgura.
Le confieso una vez más que la amo, que es perfecta y ella se conmueve con algunas lágrimas, feliz conmigo, porque sabe que no le estoy mintiendo y que sencillamente, no merezco un ángel tan dulce, suave y tierno para que sea mi esposa o la madre de mis hijas.
Nuestras miradas se tornan cada vez más profundas, con esos tonos de timidez que aún perduran entre nosotros, sin importar el paso de los años, porque todavía me sorprende que ella, tan preciosa, quiera tenerme en su interior y desee estar conmigo, sin importar el lugar.
Y de a poco, como si fuese un tempestuoso ocaso, empieza a cerrar sus ojos, donde oleadas de placer le empiezan a bombardear y me siento maravillosamente feliz, sabiendo que en mi pecaminosa humanidad, le estoy cediendo parte de esa felicidad.
Su expresión es tan alegre, como si agradeciera a la divinidad por habernos encontrado y una vez más, sus labios buscan los míos, inundándome con ese maravilloso sabor a limón que cada vez me sorprende y del que no puedo tener suficiente.
Puedo sentir los impacientes remezones con los que su pelvis embiste la mía, deseosa porque una vez más, volvamos a hacernos uno y la sensación es tan placentera, que pocas son mis fuerzas para resistirme. Sin embargo, alcanzo la divinidad junto con ella, al momento de cederle mi humana descarga y contemplar cómo el tiempo se detiene entre nosotros, con ella, paralizada con las constantes y cálidas pulsaciones que ansiosamente van llenando su interior y la manera que su respiración se corta de pura e inesperada dicha, finalizando con un ligero y acelerado quejido y ojos firmemente cerrados, deseando extender el sentimiento hacia el infinito.
Se acomoda a mi lado y su belleza es inigualable, pudiendo sentir su suave, esponjoso y delicado cuerpo, sudoroso y jadeante, con una amplia sonrisa de ternura y felicidad, unas esmeraldas preciosas repletas de dicha y unos labios rosáceos y tiernos, que buscan los míos una vez más, manjar del cual no me puedo resistir y dormimos apegados uno al lado del otro, conmigo abrazándole con mucha firmeza por la cintura y amparándola de cualquier peligro.
Al día siguiente, Karen se despierta como a las 11 de la mañana, con una inusual alegría. Nos cuenta mientras desayuna que lo único que recuerda es haber aceptado la taza de café que el chico rubio le ofreció y que incluso, planeaba pasar la noche con él, como si fuera algo muy gracioso, sin importarle la preocupación tanto mía como la de Nancy y cuando le consulté sobre sus mensajes de texto, me vuelve a sonreír, diciendo que no los recuerda.
Su actitud me resulta tan molesta e irresponsable, porque aprecio tanto en el semblante de mi esposa como en el de Lizzie un leve reproche y el cuestionamiento de Nancy, que durante toda la noche se comportó como la más leal de sus amigas, que me hace estallar y le pido que nunca más me mande un mensaje como esos, siendo golpeada por la dureza de mis palabras.
Le remarco que estoy demasiado viejo para atender “muchachitas consentidas y frívolas” como ella y que si bien, mi esposa y yo vivimos un estilo de vida más lento y aburrido, fue porque nosotros lo decidimos y aceptamos las responsabilidades que vienen con ser adultos, descargando además, mi frustración por no poder regresar a mi trabajo tranquilo, a sabiendas que cualquier peligro pueda acontecerle y mi impotencia al no poder hacer algo al respecto.
Mi esposa y Lizzie me piden que no sea tan severo, pero no puedo contener mis sentimientos. Nancy vuelve a romper en llanto y Karen, en su arrogancia, baja levemente su mirada.
Alistan sus pocas pertenencias y las llevo en la camioneta, a sus respectivos domicilios, con una Karen inexplicablemente silenciosa y enigmática, no sabiendo si se encuentra triste o taimada.
Nancy se marcha, dándome las gracias, pero Karen sigue con un silencio sepulcral.
No obstante, al llegar a la esquina de la calle donde reside, detengo el vehículo y antes que baje, le tomo su mano y le pido disculpas.
No soy su padre para reprenderla y en realidad, ella puede vivir como más lo desee. Pero me sincero con ella, ya que su actitud me recuerda tanto a mi Pamela.
Le hablo de esa maravillosa chiquilla, “Recia y orgullosa, pero tímida y temerosa a la vez”, lo que sé que la conmueve por la manera de mirarme y le voy contando sinceramente cómo me fui enamorando de otra mujer, aparte de la que hoy es mi esposa y que hasta el momento antes de casarme, me hizo dudar si era la decisión correcta.
Le relato con mucho énfasis, que aparte de su cautivador cuerpo, pude apreciar un talento completamente desconocido, incluso para la misma Pamela y de esa manera, le planteo mis temores sobre las decisiones de su vida.
Le confieso que puedo llevar una vida tan libertina como ella, con la diferencia que en todo momento, está bajo mi control, preocupándome de no lastimar a mis amistades y a los que quiero. Finalmente, le digo que puede hablarme por mensajes, si lo desea, pero le imploro que no vuelva a preocuparme de esa manera…
“Sé que eres lista, y que en esta oportunidad, “pincharon tu bebida”” le digo, sonriendo amistosamente y acariciando su cabeza. “Pero lo único que te ruego es que tengas más cuidado.”
Libero el seguro de las puertas y remato besando su helada mejilla, con mucha ternura. Noto que algo siente por mis palabras y por lo inesperado de mi gesto, que no para de palpar con sus dedos la limpia mejilla, sonrosada de manera natural.
La dejo descender y me quedo mirándola, hasta que llega a la entrada de su casa. Voltea para mirarme una vez más, por si me he marchado y le hago un saludo, esperando que ingrese a su hogar.
Mientras me retiro, no paro de preguntarme si esto será lo que el futuro me depara con mis pequeñitas o si el amor de Marisol y el mío serán suficientes para hacerlas mujeres respetables.
Es una de esas preguntas que el tiempo responderá…
Post siguiente
1 comentarios - Siete por siete (156): Frívola