Sábado 18 de junio, cumplo 34. Mi marido me regala un desayuno y un oso de peluche enorme, con un corazón en el pecho y un rotundo "TE AMO" en el centro.
Siempre fui fanática de los peluches, de todo tamaño, grandes, chicos, medianos. En San Justo mi cuarto de soltera está repleto de ellos. Creo que con los peluches me pasa lo mismo que con las pijas, me gustan todas, jaja.
Por ser mi cumpleaños podría no haber ido a trabajar, pero como solo era hasta mediodía, fui igual. A la noche celebraríamos con mi marido y unos amigos en algún boliche del Centro.
En la oficina mis compañeras me cantan el "Feliz Cumple" y me entregan el regalo que compraron con lo que se junta para el cumpleaños de cada una. Como es costumbre la agasajada lleva algo para compartir, así que lleve unos sándwiches de miga y gaseosa, por lo que prácticamente no laburamos.
Los socios que caían eventualmente me felicitaban y saludaban con un beso en la mejilla, aunque algún que otro zarpado, en el momento del beso, me susurraba alguna guarangada. ¡Tacheros tenían que ser!
A la una en punto salgo de la Compañía y por primera vez en mucho tiempo no tengo planeado nada que no sea ir a casa y relajarme con mi marido y mi hijo. Quizás ir al cine o a un pelotero, cualquier cosa con tal de pasarla en familia. Ya tendría tiempo a la noche para divertirme y hacer como que todavía estoy en mis veinte.
Tomo el 151 hasta Congreso y de ahí espero alguno que me lleve hasta mi casa, en Parque de los Patricios. Viene un 150 vacío pero me distraigo comprando unas golosinas en el kiosco que está en la esquina. Podría hacerle señas para que pare, con el escote que tengo seguro que lo haría, pero lo dejo pasar.
Vuelvo a la parada y al toque viene un 50, no tan vacío, pero igual me subo, total no es un viaje largo. Voy a pasar la tarjeta por la máquina, cuando escucho una voz que me dice:
-¿Que, ya no te acordás de los amigos?-
Sorprendida miro al chofer y recién reacciono.
-¡Juan Carlos!- exclamo como si me reencontrara con un amigo largo tiempo perdido.
En realidad no somos amigos, solo conocidos del bondi. En cierta ocasión (hace un par de años ya) había subido a su unidad y tenía la SUBE vacía, me había olvidado de recargarla. Por suerte me dejó pasar y desde entonces cada vez que subía a su colectivo no me cobraba el boleto. A modo de agradecimiento yo me quedaba a un costado y le daba charla hasta que llegaba a mi destino.
Nunca pasó nada, solo histeriqueo. Por supuesto que me daba cuenta de sus miradas y de ciertos comentarios de doble sentido que me hacía, y no voy a negar que me seducía la idea de echarme un polvo arriba de un colectivo, pero por razones ajenas a mi voluntad, el garche nunca pintó entre nosotros.
Como siempre me quedo a un costado, hablándole del tiempo que pasó desde la última vez que nos vimos, ya que por lo menos hacía mas de seis meses que no me lo cruzaba.
-Es que me cambiaron de turno- me comenta.
-Me imaginaba- le digo -Los sábados por lo general soy de tomar el subte en Once, ya que viaja menos gente, pero hoy no sé, se me dió por venir en colectivo-
-Se ve que estábamos destinados a encontrarnos- me dice poniendo voz de galán maduro.
-¿Sabés que si?- coincido haciéndome la sorprendida -Incluso dejé pasar uno que venía vacío, que sino, no estaríamos hablando ahora-
-¿Viste? No tenemos que dejar pasar esta oportunidad. Te invito a tomar algo- me propone queriendo aprovechar al máximo esa coincidencia.
-Pero si estás laburando- le hago notar.
-Llego a la terminal, me tomo un descanso y vamos- se entusiasma.
-No sé...- titubeo de verdad, no por hacerme la difícil -Quería llevar a mi hijo al pelotero-
-Una cerveza nomás- me insiste -Para ponernos al día-
¿Porque seré tan débil? Si ya tenía todo planeado. ¿Que clase de madre prefiere estar con un tipo antes que pasar tiempo con su hijo? Porque desde ya sabía en lo que esa cerveza iba a derivar. No era solo que el colectivero me tenía ganas, sino que yo también se las tenía a él. Además era mi cumpleaños, debería pasarlo en familia y no tomando con un extraño.
-Ok, dale, pero solo una eh, no quiero emborracharme- le digo a modo de aceptación.
Al escucharme, Juan Carlos se relame los labios, quizás saboreando por anticipado lo que muy pronto se imagina estar disfrutando.
Cuando pasamos de largo la parada en donde debería bajarme, le mando un mensaje a mi marido, para avisarle que estoy demorada. Que todavía voy a tardar un rato en llegar. Le pongo como excusa que mis compañeras se excedieron un poco en el festejo.
"Disfrutalo, te lo merecés", me escribe como respuesta. Y eso es lo que pienso hacer, precisamente, "disfrutarlo".
Durante el resto del recorrido sigo charlando con el colectivero como dos viejos amigos, contándonos cosas de nuestros hijos y del trabajo.
-¿Falta mucho?- le pregunto cuando agarra por Eva Perón.
-Ya casi llegamos... Parece que estás ansiosa- me dice.
-¿Vos no?- le replico.
-Desde que te vi en la parada que me muero de ansiedad- me asegura, mirándome por el espejo retrovisor con una volátil mezcla de morbo y lujuria.
Ya hace rato que se bajaron los últimos pasajeros, por lo que me quito el saco de mi uniforme, y acomodándome a su costado, le pongo mi busto casi sobre el hombro. Como me gustaría que detuviera el colectivo ahí mismo, en medio de la avenida, y me cogiera sobre uno de los asientos.
Antes de llegar a la General Paz está su terminal. Se detiene en la entrada y me dice:
-Bajá y esperame que yo en un toque estoy-
Chau a mi fantasía de garchar arriba de un bondi. Agarro mi saco, mi cartera, a los que había dejado encima del primer asiento, y con un tonito por demás sensual y motivador, le digo:
-No tardes- mientras desciendo los últimos peldaños de la escalera de adelante.
Me pongo a esperarlo en la vereda, junto a la ventanilla de la terminal, donde hay unos cuantos choferes reunidos, me imagino que algunos esperando el comienzo de su turno y otros saliendo. Un manojo de camisas celestes que nomás bajarme de una de sus unidades, me miran como hienas en celo. Encima había empezado a correr un viento frío que hacía que se me pusieran duros los pezones. Y como no tenía el saco puesto, estaba segura que se me traslucían a través de la camisa. No me atrevía ni siquiera a mirarme para corroborar tal impresión. Recién ahí me doy cuenta de porque quiso que me bajara en ese lugar, para exhibirme como un trofeo frente a sus compañeros. Como una vulgar demostración de quién la tiene mas larga. "Miren la minita que voy a cogerme", típico de hombres que piensan mas con la cabeza de abajo que con la de arriba. Pero bueno, yo también pienso mas con lo de abajo que con lo de arriba, así que...
Por suerte Juan Carlos aparece enseguida, antes de que sus colegas me sigan violando con sus miradas.
Los saluda estrechándoles las manos a algunos y se me acerca. Al ver que lo estoy esperando a él, le empiezan a decir toda clase de cosas, una de las cuales alcanzo a escuchar con absoluta claridad:
-Garchátela bien cumpa, hacé quedar bien a la 50-
Levantando el pulgar, Juan Carlos se sonríe todo ganador, me pone una mano en la cintura, y me lleva con él.
-No les hagas caso, son unos boludos- me dice.
Vamos a una parrilla que está en la esquina, los que atienden el lugar parecen conocerlo ya que lo saludan al entrar. Él les retribuye el saludo y les pide un par de cervezas y una picada. Nos sentamos a una mesa junto a la ventana. En una mesa cercana se encuentran otros choferes que también lo saludan, dedicándome alguna que otra ávida mirada.
-¿Seguís escuchando esa música tan estridente?- le pregunto haciendo referencia a la remera con el estampado de MEGADETH que tiene puesta debajo de la camisa celeste de la empresa.
Sabía de sus gustos metaleros, ya me lo había comentado anteriormente. Además de solo mirarlo una se daba cuenta que lo suyo no era precisamente la cumbia. Para que se hagan una idea, debe tener unos 40 y pico. El pelo entrecano, casi hasta los hombros. Siempre lo había visto con una muñequera de tachas, pero ahora que por primera vez lo veía en otro lugar que no fuera tras el volante del colectivo, me daba cuenta que también tenía un cinturón similar. Con tachas en forma de calaveras.
-Siempre- asiente bebiendo un trago de su cerveza -El metal es una religión. Megadeth es una religión y El Colorado nuestro Dios-
No sé demasiado sobre rock pesado, en realidad no sé nada, así que fui derivando la charla hacia otro lado.
-Que bueno venir a encontrarte, ¿después de cuanto?-
-Seis meses por lo menos- asiente haciendo memoria.
-¿Y tus hijos?- le pregunto.
Ya en una ocasión me había mostrado las fotos de sus hijos, dos pibes de 15 y 18, altos y pelilargos como él.
-¿Salieron metaleros como el padre?-
-Desde la cuna - me asegura -¿Y el tuyo?-
Le muestro algunas fotos del Ro que tengo en el celular.
-Precioso como la madre- me dice.
-Gracias- le agradezco, sonriéndome como toda madre babosa por su retoño.
No llegamos a terminar la cerveza ni la picada que, dejando una frase inconclusa, me dice:
-¿Vamos?- una sola palabra que por sí sola encierra tantas cosas.
-Dale, vamos- asiento, aceptando sin dudar su tácita invitación.
Nos levantamos y casi por acto reflejo nos tomamos de las manos. Los choferes de la otra mesa y los mozos sueltan algunas exclamaciones al ver lo presurosos que salimos del local.
Tiene el auto estacionado ahí nomás, a un costado de la parrilla, sobre León Suaréz.
-Sabés que no voy a llevarte a tu casa, ¿no?- me dice al ponerse en marcha.
-Me desepcionarías si lo hicieras- le digo con una sonrisa cómplice.
Desde el principio sabe adonde llevarme, ya que en apenas unos minutos entramos por el portón automático de un albergue transitorio.
Se estaciona en la cochera del telo, apaga el motor y sin poder aguantarse ya las ganas, se me tira encima.
-No sabés como me ponés hija de puta..., tiempo calentándome con vos..., me mostrás las tetas por el espejo..., me movés el culito cuando bajás..., me tenés loco...- me dice jadeante, metiéndome una mano por entre las piernas.
Me besa con fuerza mientras me acaricia por encima de la bombacha. Ya puedo sentir la dureza que se erige bajo su bragueta. Le agarro el bulto a través del pantalón y se lo aprieto. Suelta una exclamación y me devuelve la gentileza metiéndome un dedo en la concha con la tela de la tanga a modo de guante.
Apurados y excitados salimos del auto, él con una erección que le forma una prominente carpa a la altura de la bragueta. Pasamos por la recepción y casi corriendo entramos a la habitación que nos asignan.
Ya adentro, a solas con nuestros deseos e instintos, Juan Carlos me tumba de espalda sobre la cama y me abre de piernas. Ni siquiera me saca la bombacha, me la corre a un costado y entra a chuparme la concha como loco. Me muerde y estira los labios, me mastica el clítoris, me escupe adentro y esparce la saliva con la lengua, hasta me sopletea el culo el muy hijo de puta.
Con el rostro desencajado por la calentura, se desabrocha el pantalón y saca la poronga. Quiero chupársela, disfrutarla, pero antes que intente nada siquiera, me agarra fuerte de la cabeza y empieza a cogerme por la boca, firme, agresivamente, me la entierra tan adentro, que sus huevos se aplastan contra mis labios y los pendejos me envuelven la nariz.
Cuando me la saca, toda entumecida y pringosa, le paso la lengua a todo lo largo, saboreando esa espumosa mezcla de babas y leche con la que está impregnada.
El colectivero tiene una pija corta, aunque lo que le falta en longitud, lo compensa en grosor, ya que es lo bastante gorda y cabezona como para rajarme los labios si sigue insistiendo con cogerme la boca. Así que le muerdo suavecito los huevos, vuelvo a la punta y se la chupo con ansía y devoción, aunque sin llegar a comérmela toda. Me concentro principalmente en la cabeza y un poco mas, chupando y mordisqueando ese globo de carne por el cual fluyen las tibias y salobres gotitas de la vida.
-¡Ahhhh, siiiiii..., que bien chupás la pija...!- exclama entre plácidos suspiros, entregándose por completo a mi ávida degustación.
Me ahogo con tanta carne, pero aun así la mantengo dentro de mi paladar, caliente y pulsante, mojándose cada vez mas.
-¡Perá, perá, quedate así- me dice sacándomela de repente.
Me quedo boqueando en el aire, mientras se saca pantalón y calzoncillo, todo junto, y se me sienta encima, con ambas piernas a los costados de mi cuerpo. Me abre la blusa, me levanta el corpiño y poniéndome la pija entre las tetas, empieza a hacerse una turca.
-¡Que ganas tenía de cogértelas!- me confiesa, apretando una teta contra la otra, fluyendo entre ellas con firmeza y celeridad.
-Como te gustaba mostrármelas por el espejo, ¿no turra? Ahora mirá como te las cojo- me dice mientras se desliza por el túnel formado con mis ubres.
La tiene tan dura que parece de piedra, con las venas cinceladas a fuego sobre su gruesa superficie.
Me la saca de entre las tetas, me chupa y muerde como con rabia los pezones, me mete unos cuantos dedos en la concha y sacándolos chorreando flujo, exclama:
-¡Estás empapada!-
Como para no estarlo, con todo lo que me está haciendo.
Ahí es que se pone un forro, y echándose encima, me la mete sin mas dilaciones. Sigue sin sacarme la bombacha, ya que la tengo toda corrida hacia un costado, de modo que mi concha se muestra toda abierta, mojada y mas que dispuesta a recibirlo.
-¡Uhhhhh, que calentita estás..., sos puro fuego, mi amor!- me dice, empezando ya a moverse.
-¡Que buen garche te voy a pegar, mamita!- me asegura, lamiéndome toda la cara.
No le hago asco a sus lamidas, por el contrario, saco la lengua y nos lamemos mutuamente, en forma ávida y jugosa.
Pero no solo me lame, también me muerde, el cuello, las orejas, mientras me va llenando con esa carne dura y crecida que se acopla perfectamente a la mía. Cuando me la embute toda, empieza a moverse, no muy rápido, aunque cobrándose un mayor ritmo a cada momento. Me muevo con él, acoplándome a sus movimientos, sintiendo como me jadea en el oído. Entonces soy yo la que acelera y le dice:
-¡Fuerte..., mas fuerte!-
El colectivero me complace enseguida. No solo me coge él a mí, también me lo cojo yo a él. Nos garchamos con furia, como animales salvajes, empujándonos, golpeándonos, él arriba y yo abajo, sacándonos chispas cada vez que nuestros cuerpos chocan y se estremecen.
Estamos calientes, en llamas, a punto de explotar, devorados por la lujuria mas desenfrenada. Como consecuencia mi primer orgasmo llega enseguida, fuerte, vibrante, intenso. La descarga tan anhelada. Recién entonces me doy cuenta de lo mucho que deseaba garcharme a ese tipo.
Hundo la cara en su cuello y le muerdo el hombro, sintiendo que se me va la vida en esa acabada. Enlazo las piernas alrededor de su cuerpo y lo retengo conmigo, dentro de mí, dejando que esa sensación de gozo y placer se extienda hasta el último punto cardinal de mi anatomía.
Busco su boca y lo beso, agradeciéndole efusivamente ese polvo casi animal que acaba de regalarme.
Sale entonces de mi interior y ahora sí, me saca la bombacha. Primero la huele y se la refriega por toda la cara, poniendo los ojos en blanco, como si el olor que impregna la tela fuera el afrodisíaco que estimula sus mas bajos instintos. Luego me pone en cuatro y con sus ásperas y toscas manos, me amasa el culo.
-¡Las ganas que tengo de comerme este culito!- me dice dándome unas cuantas nalgadas -Cuando bajabas del bondi moviéndolo para todos lados..., (otra nalgada), me daban ganas de bajarme con vos y mordértelo todo- me dice dándome unas cuantas mordiditas, como queriendo sacarse esas ganas que, según dice, viene acumulando desde hace tiempo.
Cuando me la pone, ni siquiera tiene que empujar, ya que mi concha lo absorbe como una esponja. Me agarra entonces de la cintura y ahora sí, me coge él a mí, yo no me muevo, sino que me dedico a disfrutar de ese derroche de vigor y virilidad que me revienta las entrañas. Me entrego por completo, cediéndole mi alma y mi cuerpo para que me destroce a conciencia.
-¡Por el culo..., dámela por el culo!- le pido con una desesperación que me deja en evidencia.
-¿Querés por colectora? ¡Acá la tenés!- me dice el colectivero sacándomela de la concha y enfilando por donde le pido.
-¡Sos completita, eh!- agrega al sentir como se abre paso sin demasiado esfuerzo.
Algún raspón siento, un leve escozor, la tirantez del esfínter al estirarse, pero se trata de un dolor delicioso, agradable, casi necesario.
-¿Te gusta culear mamita, te gusta..., te gusta como te culeo...? Decime, dale..., decime que te gusta...- me incita entre empujones cada vez mas acelerados.
-¡Siiiiiii..., culeame que me gusta..., ahhhhhhh..., siiiiiiiiiii..., batime bien el culito, dale...!- le digo moviendo el traste de un lado a otro para que me provoque esa sensación de batidora que tanto me agrada.
Me la mete bien al fondo y dejándomela ahí clavada, me agarra de las tetas, me levanta pegando mi espalda a su pecho y entre roncos jadeos me acaba adentro. Pese al forro puedo sentir los violentos golpes de la leche contra el látex.
-¡Que puta divina resultaste...!- me susurra al oído, con la respiración agitada.
Luego, recostados en la cama, desnudos los dos, disfrutando todavía la emotividad del polvo que nos acabamos de echar, le confieso lo que representa ese día para mí:
-Hoy es mi cumpleaños, 34 pirulos cumplo-
-¡No me digas!- se sorprende -¿Y éste era tu deseo, cogerte a un colectivero?-
-¡No..., jajaja!- me rió -Te dije, pensaba llevar a mi hijo a un pelotero, además lo lógico hubiera sido que me cogiera a un colectivero de la 34, ¿no te parece?-
-¿Entonces?-
-Entonces..., ¡apareció ésta!- le digo agarrándole la pija y pegándole una apretadita.
Pese a la reciente descarga todavía está a media asta, medio morcillona, como queriendo mas.
-Mi deseo era echarme un buen polvo..., y me lo eche- le confieso a la vez que empiezo a deslizar mi mano en torno a su verga, haciéndole una pajita suave y melosa. -¿Y vos?-
-¿Y yo qué?-
-Me cogiste hasta el apellido, supongo que te habrás sacado las ganas, ¿no?-
-Bueno..., en realidad me queda un caprichito por cumplir- se apura en aclarar.
-¿Cual?- le pregunto curiosa.
-Que te la tragues-
-¡Jajaja...!- me rió, sin soltarle la pija -Pero la del cumpleaños soy yo, a mí me tendrías que cumplir los..., caprichitos-
-¿Y que caprichito te falta?- quiere saber.
-Bueno, por ejemplo..., soplar la velita- le digo mientras me acomodo entre sus piernas y comienzo a besarle la cabeza de la pija -Aunque un velón también sirve...- agrego con una pícara sonrisa, pasándome la punta de la chota por sobre los dientes, como lavándomelos con ella.
A causa de la paja que le estaba haciendo, tiene el glande hinchado y enrojecido, supurando ya por la punta densas gotitas de pasión. Le paso la lengua todo alrededor, lamiendo y besando esa piel tersa y suave, no necesito mucho mas para ponérsela dura como un caño. Sin soltársela, entro a comerle la cabeza de a poco, hasta llenarme la boca con ese fruto natural que parece estar en su punto justo de maduración. Cuando empiezo a chupársela, los suspiros y jadeos del colectivero inundan la habitación del telo. Escucharlo gozar de esa manera, como si le estuviera succionando la vida a través de la pija, me motiva a ponerle mas empeño todavía.
Junto con mis labios empiezo a mover mis manos, una encima de la otra, ambas rodeando ese tronco grueso y nervudo que se erige como la atracción principal de la fiesta de cumpleaños que celebro en un albergue transitorio de Mataderos. Estoy de festejo con un colectivero de la línea 50. Chupándole la pija a full después de que me cogió por todos los agujeros.
Ya puedo sentir la vibración, el estremecimiento, ese instante previo a la descarga. Trato de meterme lo mas que puedo en la boca y apretando los labios en torno a tan macizo volumen, lo sigo pajeando hasta que acaba. La leche se derrama en mi paladar, espesa, cálida y abundante. Es tanto lo que eyacula, que no puedo evitar tragarme una buena cantidad, sin embargo alcanzo a retener lo suficiente para abrir la boca y mostrarle la palma de mi lengua cubierta con su leche. -A ver..., escupite un poco en las tetas y frotátelas- me pide.
Así lo hago. Me escupo en ambos pechos y me los froto sensualmente mientras hago buchecitos de leche.
El colectivero abre los ojos como platos, tratando de abarcar cada uno de mis gestos.
-Ahora tragátela- me ordena -Tragátela toda...-
Abro la boca, le vuelvo a mostrar que la tengo llena con su leche, y sin mas me la trago, exagerando un poco para que se escuche bien el ruido de la tragada. Entonces, vuelvo a abrirla y moviendo la lengua arriba, abajo y hacia los lados, le muestro que ya no tengo nada, que me tragué todo, hasta la última gota.
-Después de esto no puedo pedirte mas, me diste todos los gustos- expresa con singular fervor.
-Vos también- le digo relamiéndome gustosa los labios -Y no creas que hago esto con cualquiera-
Salimos del telo pasadas las seis de la tarde. De nuevo vamos a la terminal de la 50. Según me dice le queda otra vuelta. Así que me deja en la primera parada de Eva Perón para que lo espere. Aprovecho para llamar a mi marido y decirle que "ya me liberé de mis amigas" y que voy para casa.
-¿La pasaste bien?- me pregunta.
-De diez- le digo -Después te cuento-
No sé que le iba a contar ya que en vez de estar con amigas me la había pasado garchando con el colectivero, pero seguro algo se me iba a ocurrir. Siempre se me ocurre algo.
Estoy cortando con mi marido cuando veo venir su unidad. Soy la única en subir. Lo saludo con una sonrisa y sin pagar el boleto me acomodo en el primer asiento. Cuando me bajo en mi parada, el colectivo ya está medianamente lleno, así que nos despedimos apenas con una mirada.
Cuando llego a casa mi marido y mi hijo me esperan con mas regalos. ¡Mis dos amores!
Luego de abrir y agradecer hasta el último obsequio, llevamos al Ro al pelotero, y tras dejarlo en casa de mi suegra (¡Genia!), nos alistamos para romper la noche con amigos, pero esa ya es otra historia...
Siempre fui fanática de los peluches, de todo tamaño, grandes, chicos, medianos. En San Justo mi cuarto de soltera está repleto de ellos. Creo que con los peluches me pasa lo mismo que con las pijas, me gustan todas, jaja.
Por ser mi cumpleaños podría no haber ido a trabajar, pero como solo era hasta mediodía, fui igual. A la noche celebraríamos con mi marido y unos amigos en algún boliche del Centro.
En la oficina mis compañeras me cantan el "Feliz Cumple" y me entregan el regalo que compraron con lo que se junta para el cumpleaños de cada una. Como es costumbre la agasajada lleva algo para compartir, así que lleve unos sándwiches de miga y gaseosa, por lo que prácticamente no laburamos.
Los socios que caían eventualmente me felicitaban y saludaban con un beso en la mejilla, aunque algún que otro zarpado, en el momento del beso, me susurraba alguna guarangada. ¡Tacheros tenían que ser!
A la una en punto salgo de la Compañía y por primera vez en mucho tiempo no tengo planeado nada que no sea ir a casa y relajarme con mi marido y mi hijo. Quizás ir al cine o a un pelotero, cualquier cosa con tal de pasarla en familia. Ya tendría tiempo a la noche para divertirme y hacer como que todavía estoy en mis veinte.
Tomo el 151 hasta Congreso y de ahí espero alguno que me lleve hasta mi casa, en Parque de los Patricios. Viene un 150 vacío pero me distraigo comprando unas golosinas en el kiosco que está en la esquina. Podría hacerle señas para que pare, con el escote que tengo seguro que lo haría, pero lo dejo pasar.
Vuelvo a la parada y al toque viene un 50, no tan vacío, pero igual me subo, total no es un viaje largo. Voy a pasar la tarjeta por la máquina, cuando escucho una voz que me dice:
-¿Que, ya no te acordás de los amigos?-
Sorprendida miro al chofer y recién reacciono.
-¡Juan Carlos!- exclamo como si me reencontrara con un amigo largo tiempo perdido.
En realidad no somos amigos, solo conocidos del bondi. En cierta ocasión (hace un par de años ya) había subido a su unidad y tenía la SUBE vacía, me había olvidado de recargarla. Por suerte me dejó pasar y desde entonces cada vez que subía a su colectivo no me cobraba el boleto. A modo de agradecimiento yo me quedaba a un costado y le daba charla hasta que llegaba a mi destino.
Nunca pasó nada, solo histeriqueo. Por supuesto que me daba cuenta de sus miradas y de ciertos comentarios de doble sentido que me hacía, y no voy a negar que me seducía la idea de echarme un polvo arriba de un colectivo, pero por razones ajenas a mi voluntad, el garche nunca pintó entre nosotros.
Como siempre me quedo a un costado, hablándole del tiempo que pasó desde la última vez que nos vimos, ya que por lo menos hacía mas de seis meses que no me lo cruzaba.
-Es que me cambiaron de turno- me comenta.
-Me imaginaba- le digo -Los sábados por lo general soy de tomar el subte en Once, ya que viaja menos gente, pero hoy no sé, se me dió por venir en colectivo-
-Se ve que estábamos destinados a encontrarnos- me dice poniendo voz de galán maduro.
-¿Sabés que si?- coincido haciéndome la sorprendida -Incluso dejé pasar uno que venía vacío, que sino, no estaríamos hablando ahora-
-¿Viste? No tenemos que dejar pasar esta oportunidad. Te invito a tomar algo- me propone queriendo aprovechar al máximo esa coincidencia.
-Pero si estás laburando- le hago notar.
-Llego a la terminal, me tomo un descanso y vamos- se entusiasma.
-No sé...- titubeo de verdad, no por hacerme la difícil -Quería llevar a mi hijo al pelotero-
-Una cerveza nomás- me insiste -Para ponernos al día-
¿Porque seré tan débil? Si ya tenía todo planeado. ¿Que clase de madre prefiere estar con un tipo antes que pasar tiempo con su hijo? Porque desde ya sabía en lo que esa cerveza iba a derivar. No era solo que el colectivero me tenía ganas, sino que yo también se las tenía a él. Además era mi cumpleaños, debería pasarlo en familia y no tomando con un extraño.
-Ok, dale, pero solo una eh, no quiero emborracharme- le digo a modo de aceptación.
Al escucharme, Juan Carlos se relame los labios, quizás saboreando por anticipado lo que muy pronto se imagina estar disfrutando.
Cuando pasamos de largo la parada en donde debería bajarme, le mando un mensaje a mi marido, para avisarle que estoy demorada. Que todavía voy a tardar un rato en llegar. Le pongo como excusa que mis compañeras se excedieron un poco en el festejo.
"Disfrutalo, te lo merecés", me escribe como respuesta. Y eso es lo que pienso hacer, precisamente, "disfrutarlo".
Durante el resto del recorrido sigo charlando con el colectivero como dos viejos amigos, contándonos cosas de nuestros hijos y del trabajo.
-¿Falta mucho?- le pregunto cuando agarra por Eva Perón.
-Ya casi llegamos... Parece que estás ansiosa- me dice.
-¿Vos no?- le replico.
-Desde que te vi en la parada que me muero de ansiedad- me asegura, mirándome por el espejo retrovisor con una volátil mezcla de morbo y lujuria.
Ya hace rato que se bajaron los últimos pasajeros, por lo que me quito el saco de mi uniforme, y acomodándome a su costado, le pongo mi busto casi sobre el hombro. Como me gustaría que detuviera el colectivo ahí mismo, en medio de la avenida, y me cogiera sobre uno de los asientos.
Antes de llegar a la General Paz está su terminal. Se detiene en la entrada y me dice:
-Bajá y esperame que yo en un toque estoy-
Chau a mi fantasía de garchar arriba de un bondi. Agarro mi saco, mi cartera, a los que había dejado encima del primer asiento, y con un tonito por demás sensual y motivador, le digo:
-No tardes- mientras desciendo los últimos peldaños de la escalera de adelante.
Me pongo a esperarlo en la vereda, junto a la ventanilla de la terminal, donde hay unos cuantos choferes reunidos, me imagino que algunos esperando el comienzo de su turno y otros saliendo. Un manojo de camisas celestes que nomás bajarme de una de sus unidades, me miran como hienas en celo. Encima había empezado a correr un viento frío que hacía que se me pusieran duros los pezones. Y como no tenía el saco puesto, estaba segura que se me traslucían a través de la camisa. No me atrevía ni siquiera a mirarme para corroborar tal impresión. Recién ahí me doy cuenta de porque quiso que me bajara en ese lugar, para exhibirme como un trofeo frente a sus compañeros. Como una vulgar demostración de quién la tiene mas larga. "Miren la minita que voy a cogerme", típico de hombres que piensan mas con la cabeza de abajo que con la de arriba. Pero bueno, yo también pienso mas con lo de abajo que con lo de arriba, así que...
Por suerte Juan Carlos aparece enseguida, antes de que sus colegas me sigan violando con sus miradas.
Los saluda estrechándoles las manos a algunos y se me acerca. Al ver que lo estoy esperando a él, le empiezan a decir toda clase de cosas, una de las cuales alcanzo a escuchar con absoluta claridad:
-Garchátela bien cumpa, hacé quedar bien a la 50-
Levantando el pulgar, Juan Carlos se sonríe todo ganador, me pone una mano en la cintura, y me lleva con él.
-No les hagas caso, son unos boludos- me dice.
Vamos a una parrilla que está en la esquina, los que atienden el lugar parecen conocerlo ya que lo saludan al entrar. Él les retribuye el saludo y les pide un par de cervezas y una picada. Nos sentamos a una mesa junto a la ventana. En una mesa cercana se encuentran otros choferes que también lo saludan, dedicándome alguna que otra ávida mirada.
-¿Seguís escuchando esa música tan estridente?- le pregunto haciendo referencia a la remera con el estampado de MEGADETH que tiene puesta debajo de la camisa celeste de la empresa.
Sabía de sus gustos metaleros, ya me lo había comentado anteriormente. Además de solo mirarlo una se daba cuenta que lo suyo no era precisamente la cumbia. Para que se hagan una idea, debe tener unos 40 y pico. El pelo entrecano, casi hasta los hombros. Siempre lo había visto con una muñequera de tachas, pero ahora que por primera vez lo veía en otro lugar que no fuera tras el volante del colectivo, me daba cuenta que también tenía un cinturón similar. Con tachas en forma de calaveras.
-Siempre- asiente bebiendo un trago de su cerveza -El metal es una religión. Megadeth es una religión y El Colorado nuestro Dios-
No sé demasiado sobre rock pesado, en realidad no sé nada, así que fui derivando la charla hacia otro lado.
-Que bueno venir a encontrarte, ¿después de cuanto?-
-Seis meses por lo menos- asiente haciendo memoria.
-¿Y tus hijos?- le pregunto.
Ya en una ocasión me había mostrado las fotos de sus hijos, dos pibes de 15 y 18, altos y pelilargos como él.
-¿Salieron metaleros como el padre?-
-Desde la cuna - me asegura -¿Y el tuyo?-
Le muestro algunas fotos del Ro que tengo en el celular.
-Precioso como la madre- me dice.
-Gracias- le agradezco, sonriéndome como toda madre babosa por su retoño.
No llegamos a terminar la cerveza ni la picada que, dejando una frase inconclusa, me dice:
-¿Vamos?- una sola palabra que por sí sola encierra tantas cosas.
-Dale, vamos- asiento, aceptando sin dudar su tácita invitación.
Nos levantamos y casi por acto reflejo nos tomamos de las manos. Los choferes de la otra mesa y los mozos sueltan algunas exclamaciones al ver lo presurosos que salimos del local.
Tiene el auto estacionado ahí nomás, a un costado de la parrilla, sobre León Suaréz.
-Sabés que no voy a llevarte a tu casa, ¿no?- me dice al ponerse en marcha.
-Me desepcionarías si lo hicieras- le digo con una sonrisa cómplice.
Desde el principio sabe adonde llevarme, ya que en apenas unos minutos entramos por el portón automático de un albergue transitorio.
Se estaciona en la cochera del telo, apaga el motor y sin poder aguantarse ya las ganas, se me tira encima.
-No sabés como me ponés hija de puta..., tiempo calentándome con vos..., me mostrás las tetas por el espejo..., me movés el culito cuando bajás..., me tenés loco...- me dice jadeante, metiéndome una mano por entre las piernas.
Me besa con fuerza mientras me acaricia por encima de la bombacha. Ya puedo sentir la dureza que se erige bajo su bragueta. Le agarro el bulto a través del pantalón y se lo aprieto. Suelta una exclamación y me devuelve la gentileza metiéndome un dedo en la concha con la tela de la tanga a modo de guante.
Apurados y excitados salimos del auto, él con una erección que le forma una prominente carpa a la altura de la bragueta. Pasamos por la recepción y casi corriendo entramos a la habitación que nos asignan.
Ya adentro, a solas con nuestros deseos e instintos, Juan Carlos me tumba de espalda sobre la cama y me abre de piernas. Ni siquiera me saca la bombacha, me la corre a un costado y entra a chuparme la concha como loco. Me muerde y estira los labios, me mastica el clítoris, me escupe adentro y esparce la saliva con la lengua, hasta me sopletea el culo el muy hijo de puta.
Con el rostro desencajado por la calentura, se desabrocha el pantalón y saca la poronga. Quiero chupársela, disfrutarla, pero antes que intente nada siquiera, me agarra fuerte de la cabeza y empieza a cogerme por la boca, firme, agresivamente, me la entierra tan adentro, que sus huevos se aplastan contra mis labios y los pendejos me envuelven la nariz.
Cuando me la saca, toda entumecida y pringosa, le paso la lengua a todo lo largo, saboreando esa espumosa mezcla de babas y leche con la que está impregnada.
El colectivero tiene una pija corta, aunque lo que le falta en longitud, lo compensa en grosor, ya que es lo bastante gorda y cabezona como para rajarme los labios si sigue insistiendo con cogerme la boca. Así que le muerdo suavecito los huevos, vuelvo a la punta y se la chupo con ansía y devoción, aunque sin llegar a comérmela toda. Me concentro principalmente en la cabeza y un poco mas, chupando y mordisqueando ese globo de carne por el cual fluyen las tibias y salobres gotitas de la vida.
-¡Ahhhh, siiiiii..., que bien chupás la pija...!- exclama entre plácidos suspiros, entregándose por completo a mi ávida degustación.
Me ahogo con tanta carne, pero aun así la mantengo dentro de mi paladar, caliente y pulsante, mojándose cada vez mas.
-¡Perá, perá, quedate así- me dice sacándomela de repente.
Me quedo boqueando en el aire, mientras se saca pantalón y calzoncillo, todo junto, y se me sienta encima, con ambas piernas a los costados de mi cuerpo. Me abre la blusa, me levanta el corpiño y poniéndome la pija entre las tetas, empieza a hacerse una turca.
-¡Que ganas tenía de cogértelas!- me confiesa, apretando una teta contra la otra, fluyendo entre ellas con firmeza y celeridad.
-Como te gustaba mostrármelas por el espejo, ¿no turra? Ahora mirá como te las cojo- me dice mientras se desliza por el túnel formado con mis ubres.
La tiene tan dura que parece de piedra, con las venas cinceladas a fuego sobre su gruesa superficie.
Me la saca de entre las tetas, me chupa y muerde como con rabia los pezones, me mete unos cuantos dedos en la concha y sacándolos chorreando flujo, exclama:
-¡Estás empapada!-
Como para no estarlo, con todo lo que me está haciendo.
Ahí es que se pone un forro, y echándose encima, me la mete sin mas dilaciones. Sigue sin sacarme la bombacha, ya que la tengo toda corrida hacia un costado, de modo que mi concha se muestra toda abierta, mojada y mas que dispuesta a recibirlo.
-¡Uhhhhh, que calentita estás..., sos puro fuego, mi amor!- me dice, empezando ya a moverse.
-¡Que buen garche te voy a pegar, mamita!- me asegura, lamiéndome toda la cara.
No le hago asco a sus lamidas, por el contrario, saco la lengua y nos lamemos mutuamente, en forma ávida y jugosa.
Pero no solo me lame, también me muerde, el cuello, las orejas, mientras me va llenando con esa carne dura y crecida que se acopla perfectamente a la mía. Cuando me la embute toda, empieza a moverse, no muy rápido, aunque cobrándose un mayor ritmo a cada momento. Me muevo con él, acoplándome a sus movimientos, sintiendo como me jadea en el oído. Entonces soy yo la que acelera y le dice:
-¡Fuerte..., mas fuerte!-
El colectivero me complace enseguida. No solo me coge él a mí, también me lo cojo yo a él. Nos garchamos con furia, como animales salvajes, empujándonos, golpeándonos, él arriba y yo abajo, sacándonos chispas cada vez que nuestros cuerpos chocan y se estremecen.
Estamos calientes, en llamas, a punto de explotar, devorados por la lujuria mas desenfrenada. Como consecuencia mi primer orgasmo llega enseguida, fuerte, vibrante, intenso. La descarga tan anhelada. Recién entonces me doy cuenta de lo mucho que deseaba garcharme a ese tipo.
Hundo la cara en su cuello y le muerdo el hombro, sintiendo que se me va la vida en esa acabada. Enlazo las piernas alrededor de su cuerpo y lo retengo conmigo, dentro de mí, dejando que esa sensación de gozo y placer se extienda hasta el último punto cardinal de mi anatomía.
Busco su boca y lo beso, agradeciéndole efusivamente ese polvo casi animal que acaba de regalarme.
Sale entonces de mi interior y ahora sí, me saca la bombacha. Primero la huele y se la refriega por toda la cara, poniendo los ojos en blanco, como si el olor que impregna la tela fuera el afrodisíaco que estimula sus mas bajos instintos. Luego me pone en cuatro y con sus ásperas y toscas manos, me amasa el culo.
-¡Las ganas que tengo de comerme este culito!- me dice dándome unas cuantas nalgadas -Cuando bajabas del bondi moviéndolo para todos lados..., (otra nalgada), me daban ganas de bajarme con vos y mordértelo todo- me dice dándome unas cuantas mordiditas, como queriendo sacarse esas ganas que, según dice, viene acumulando desde hace tiempo.
Cuando me la pone, ni siquiera tiene que empujar, ya que mi concha lo absorbe como una esponja. Me agarra entonces de la cintura y ahora sí, me coge él a mí, yo no me muevo, sino que me dedico a disfrutar de ese derroche de vigor y virilidad que me revienta las entrañas. Me entrego por completo, cediéndole mi alma y mi cuerpo para que me destroce a conciencia.
-¡Por el culo..., dámela por el culo!- le pido con una desesperación que me deja en evidencia.
-¿Querés por colectora? ¡Acá la tenés!- me dice el colectivero sacándomela de la concha y enfilando por donde le pido.
-¡Sos completita, eh!- agrega al sentir como se abre paso sin demasiado esfuerzo.
Algún raspón siento, un leve escozor, la tirantez del esfínter al estirarse, pero se trata de un dolor delicioso, agradable, casi necesario.
-¿Te gusta culear mamita, te gusta..., te gusta como te culeo...? Decime, dale..., decime que te gusta...- me incita entre empujones cada vez mas acelerados.
-¡Siiiiiii..., culeame que me gusta..., ahhhhhhh..., siiiiiiiiiii..., batime bien el culito, dale...!- le digo moviendo el traste de un lado a otro para que me provoque esa sensación de batidora que tanto me agrada.
Me la mete bien al fondo y dejándomela ahí clavada, me agarra de las tetas, me levanta pegando mi espalda a su pecho y entre roncos jadeos me acaba adentro. Pese al forro puedo sentir los violentos golpes de la leche contra el látex.
-¡Que puta divina resultaste...!- me susurra al oído, con la respiración agitada.
Luego, recostados en la cama, desnudos los dos, disfrutando todavía la emotividad del polvo que nos acabamos de echar, le confieso lo que representa ese día para mí:
-Hoy es mi cumpleaños, 34 pirulos cumplo-
-¡No me digas!- se sorprende -¿Y éste era tu deseo, cogerte a un colectivero?-
-¡No..., jajaja!- me rió -Te dije, pensaba llevar a mi hijo a un pelotero, además lo lógico hubiera sido que me cogiera a un colectivero de la 34, ¿no te parece?-
-¿Entonces?-
-Entonces..., ¡apareció ésta!- le digo agarrándole la pija y pegándole una apretadita.
Pese a la reciente descarga todavía está a media asta, medio morcillona, como queriendo mas.
-Mi deseo era echarme un buen polvo..., y me lo eche- le confieso a la vez que empiezo a deslizar mi mano en torno a su verga, haciéndole una pajita suave y melosa. -¿Y vos?-
-¿Y yo qué?-
-Me cogiste hasta el apellido, supongo que te habrás sacado las ganas, ¿no?-
-Bueno..., en realidad me queda un caprichito por cumplir- se apura en aclarar.
-¿Cual?- le pregunto curiosa.
-Que te la tragues-
-¡Jajaja...!- me rió, sin soltarle la pija -Pero la del cumpleaños soy yo, a mí me tendrías que cumplir los..., caprichitos-
-¿Y que caprichito te falta?- quiere saber.
-Bueno, por ejemplo..., soplar la velita- le digo mientras me acomodo entre sus piernas y comienzo a besarle la cabeza de la pija -Aunque un velón también sirve...- agrego con una pícara sonrisa, pasándome la punta de la chota por sobre los dientes, como lavándomelos con ella.
A causa de la paja que le estaba haciendo, tiene el glande hinchado y enrojecido, supurando ya por la punta densas gotitas de pasión. Le paso la lengua todo alrededor, lamiendo y besando esa piel tersa y suave, no necesito mucho mas para ponérsela dura como un caño. Sin soltársela, entro a comerle la cabeza de a poco, hasta llenarme la boca con ese fruto natural que parece estar en su punto justo de maduración. Cuando empiezo a chupársela, los suspiros y jadeos del colectivero inundan la habitación del telo. Escucharlo gozar de esa manera, como si le estuviera succionando la vida a través de la pija, me motiva a ponerle mas empeño todavía.
Junto con mis labios empiezo a mover mis manos, una encima de la otra, ambas rodeando ese tronco grueso y nervudo que se erige como la atracción principal de la fiesta de cumpleaños que celebro en un albergue transitorio de Mataderos. Estoy de festejo con un colectivero de la línea 50. Chupándole la pija a full después de que me cogió por todos los agujeros.
Ya puedo sentir la vibración, el estremecimiento, ese instante previo a la descarga. Trato de meterme lo mas que puedo en la boca y apretando los labios en torno a tan macizo volumen, lo sigo pajeando hasta que acaba. La leche se derrama en mi paladar, espesa, cálida y abundante. Es tanto lo que eyacula, que no puedo evitar tragarme una buena cantidad, sin embargo alcanzo a retener lo suficiente para abrir la boca y mostrarle la palma de mi lengua cubierta con su leche. -A ver..., escupite un poco en las tetas y frotátelas- me pide.
Así lo hago. Me escupo en ambos pechos y me los froto sensualmente mientras hago buchecitos de leche.
El colectivero abre los ojos como platos, tratando de abarcar cada uno de mis gestos.
-Ahora tragátela- me ordena -Tragátela toda...-
Abro la boca, le vuelvo a mostrar que la tengo llena con su leche, y sin mas me la trago, exagerando un poco para que se escuche bien el ruido de la tragada. Entonces, vuelvo a abrirla y moviendo la lengua arriba, abajo y hacia los lados, le muestro que ya no tengo nada, que me tragué todo, hasta la última gota.
-Después de esto no puedo pedirte mas, me diste todos los gustos- expresa con singular fervor.
-Vos también- le digo relamiéndome gustosa los labios -Y no creas que hago esto con cualquiera-
Salimos del telo pasadas las seis de la tarde. De nuevo vamos a la terminal de la 50. Según me dice le queda otra vuelta. Así que me deja en la primera parada de Eva Perón para que lo espere. Aprovecho para llamar a mi marido y decirle que "ya me liberé de mis amigas" y que voy para casa.
-¿La pasaste bien?- me pregunta.
-De diez- le digo -Después te cuento-
No sé que le iba a contar ya que en vez de estar con amigas me la había pasado garchando con el colectivero, pero seguro algo se me iba a ocurrir. Siempre se me ocurre algo.
Estoy cortando con mi marido cuando veo venir su unidad. Soy la única en subir. Lo saludo con una sonrisa y sin pagar el boleto me acomodo en el primer asiento. Cuando me bajo en mi parada, el colectivo ya está medianamente lleno, así que nos despedimos apenas con una mirada.
Cuando llego a casa mi marido y mi hijo me esperan con mas regalos. ¡Mis dos amores!
Luego de abrir y agradecer hasta el último obsequio, llevamos al Ro al pelotero, y tras dejarlo en casa de mi suegra (¡Genia!), nos alistamos para romper la noche con amigos, pero esa ya es otra historia...
41 comentarios - El colectivero de la 50...
Te dejo puntos y te sigo! Sinceramente muy bueno!!!
De hecho se lo leí a ni novio y tmb se calentó!
Excelente ..y cumplimos el mismo día.
"Sin soltársela, entro a comerle la cabeza de a poco hasta llenarme la boca..."[/i]
Como me encanta hacer y que me hagan estas dos cosas que tu describes tan precisamente linda...ME VUELVEN LOCO!!
EXCELENTE relato querida como de costumbre, es una delicia llena de morbo y calentura poder leerte siempre preciosa...FELICITACIONES amiga!!
Y como siempre quedo ansioso a la espera de tu próxima "garche-aventura" querida!!
Besos querida Mary 💋
LEO
Mil gracias no tengo puntos para dejarte pero cuando tenga vuelvo y te os doy .
Bessoo
Sencillamente caliente !