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Azucena, la ninfómana mayor.

Los resultados del sábado por la noche fueron más que satisfactorios, Anselmo se recreó en complacer todas las fantasías imaginadas con Azucena, con su pene de caballo se aventuró en la reconquista de un espacio muy visitado más no superado. La energía de Azucena se caracterizaba por ser infinita y su cuerpo insaciable. Los tabúes y paradigmas habían quedado en las afueras de la puerta del motel. Para ello Anselmo se preparó como todo un luchador legendario, alimentándose con un menú energético, empleando horas en el gimnasio, durmiendo nueve horas diarias, estudiando a fondo los secretos de las artes amatorias del lejano oriente, practicando posiciones con meretrices y despertando dentro de sí un especial interés por conquistar el corazón de Azucena.

Su belleza lo podría dejar aniquilado en las primeras de cambio, su locura de creerse la mejor actriz porno amenazaría con encerrarlo en un laberinto, como en la pena y la vergüenza por la que tuvieron que atravesar tres de sus compañeros de la empresa que al enterarse de las cualidades ninfomaníacas de Azucena osaron en deleitarse levantándose a la chica que trabajaba en la frutería de la esquina. Una vez imbuido en el carrusel placentero que pertenecía a la bella Azucena, empezaban a confluir los aromas de las frutas silvestres que ella, con dedicación, acomodaba en su negocio. El derroche de sensaciones parecía no tener fin. La preparación mental era necesaria para no sufrir de una sobredosis de pasión. Dos, tres…ocho…quince orgasmos coleccionaba Azucena, mientras su amante no desmayaba, su gladiador la enfrentaba con una entereza que ella aprovechaba desde el rechinar de los grillos hasta trinar de los pajaritos que anuncian el alba.

Anselmo, más que el cuerpo de Afrodita, perseguía un corazón que se negaba a ser entregado, el superar con creces la demanda y exigencia que esperaba Azucena de los hombres. Aquellos ofrecimientos en los que fallaron sus tres amigos y que sin pelos en la lengua Azucena decidió delatar a cuanto curioso se interesara en conocer la historia, a cuanto chismoso de la empresa pasara a preguntarle mientras se tomaba una tizana o un jugo de naranja. La tortura y el chalequeo fue tal que los trabajadores tuvieron que renunciar y mudarse a otra ciudad. A partir de allí empezó a crecer la leyenda de Azucena, la mujer temible y voraz, a la que ningún hombre se atrevía a conquistar con la promesa de disfrutar los placeres comparados a una Jayna Oso o Esperanza Gómez. Los trabajadores nuevos que comentaban en el comedor lo rica y divina que estaba la chica de la frutería recibían una mirada de desaprobación de los más antiguos. Sólo Anselmo, a la callada, empezaba, para sus adentros a urdir un plan que le permitiera, a la postre, ser el hombre destinado a convertirse no en el más aguerrido sino en el más inteligente…un hombre enamorado.

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