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Bailando en la oscuridad

Cuando a mis 40 años decidí separarme, parecía que el mundo se terminaba. Luego de 17 años de casada, mi esposo no había podido seguir escondiendo sus infidelidades, y yo me cansé de pasar por tonta con el único justificativo de mantener el matrimonio y la familia.
Mi hija no entendió al principio porqué su padre se iba del hogar, pero cinco años después, y ya en la universidad, todo le resultó claro y comprensible. Por supuesto, ella seguía queriendo y visitando a su padre, pero no me culpaba mas por la separación.
Con Carlos nos conocimos en la secundaria, y siempre estuvimos juntos, sabiendo que íbamos a terminar casados, lo que terminamos haciendo cuando terminamos nuestras carreras. El se graduó como arquitecto y yo como contadora, y ambos desarrollamos nuestras profesiones junto con nuestra pareja.
Carlos y Roxana ( ese es mi nombre) eramos el matrimonio modelo para todos nuestros conocidos, menos para los muy íntimos que conocían las permanentes aventuras de mi esposo con toda mujer que se ponía a su alcance.
Una vez separados, nuestros amigos se fueron alejando, como siempre ocurre cuando son amigos de los dos y la pareja se deshace. Yo me concentré en mi trabajo, afianzando un buen pasar, y en la crianza de mi hija, que junto a mi ex y con su generoso aporte económico, resultó relativamente fácil.
Pero de pronto, mi hija se fue a la universidad y a los 45 años tomé conciencia de que estaba ahora sí, totalmente sola.
Como mi oficina funcionaba a la perfección, yo disponía de mucho tiempo libre, sin que encontrara en que aplicarlo, fui asistiendo al gimnasio varias veces por semana, hasta que un día, mientras hacía unas compras vi un anuncio de la puesta en marcha de un taller para aprender a bailar tango.
La verdad que el baile siempre me gustó, a diferencia de mi ex que odiaba esa actividad, por lo que raramente lo hacíamos. Y si bien el tango no era mi pasión, pensé que era una buena práctica para cualquier otro ritmo.
Concurrí a la dirección anunciada y me informé sobre las condiciones, fundamentalmente si había que asistir en pareja, lo que me dejaba afuera, pero la recepcionista me aclaró que no era necesario. Es así que me inscribí y el viernes siguiente a la noche estaba entrando al salón. Como había otras actividades en el lugar, las clases comenzaban a las 9 de la noche y duraban hasta las 11. La recepcionista se retiraba luego que habían llegado todos los alumnos de tango.
Me vestí con un pantalón jogging suelto y una remerón largo que tapaba todo mi cuerpo. En el lugar había dos parejas mas que me saludaron muy amablemente, y al rato llegó el profesor. Un hombre de unos 35 años, moreno, con muy buen porte, seguramente por la actividad que realizaba con el baile. Se presentó para mí como Santiago, ya que los demás alumnos ya lo conocían, y comenzamos a hacer un precalentamiento para aflojar hombros, caderas, cintura y piernas.
Luego de un rato comenzamos a practicar como caminar, como movernos, y de a poco fuimos empezando a recorrer el salón en pareja, y en mi caso, forzosamente mi pareja era el profesor, que realmente se movía muy bien.
Las dos horas se pasaron volando y terminé agotada y transpirada. Pero además otras cosas me impactaron.
El baile era realmente excitante. La comunión con tu pareja era de tal nivel que equivalía a una relación física y espiritual mucho mas profunda. Me fui de allí deseando que la semana pasara rápido.
Entre clase y clase me dediqué a leer sobre la historia del tango y de la danza, descubriendo cosas interesantes. Su origen prostibulario, la prohibición de bailarlo en muchos lugares justamente por resultar tan sensual, y otras cosas, que ya las había leído y me habían parecido estúpidas, hasta que comprobé en carne propia que realmente el tango era tan excitante como decían. Que además, no había dos personas que lo bailaran igual, que el papel dominante lo tenía el hombre, y que al bailar reflejaba su personalidad.
A la semana siguiente concurrí ansiosa de seguir aprendiendo, y las observaciones de Santiago me resultaron útiles. Sin embargo me costaba entender lo que quería que hiciera y muchas veces me quedaba trabada.
- Tranquilícese. Tiene que escuchar con su cuerpo. No trate de mirar los pies porque eso no sirve. Tiene que sentir al otro, me aconsejaba con una sonrisa y sin tutearme, manteniendo una distancia que inspiraba respeto, por lo cual yo tampoco lo tuteaba.
Cuando empezamos con los ochos y variantes la cosa me resultó mas complicada, y me perdía muchas veces. Santiago con toda la paciencia me guiaba y me corregía. Pero yo no podía dejar de mirar los pies para tratar de seguirlo y lo único que conseguía era confundirme mas.
Habían pasado 4 ó 5 clases, y a pesar de todo mi empeño, me costaba entender lo que tenía que hacer.
Una noche, ya bastante decepcionada y avergonzada por no poder corregir mis errores ya había decidido que sería mi última clase.
Al llegar, subí al salón y me senté a esperar a los demás. Como a las 9 y 10 subió el profesor.
- Hola Roxana, me saludó mientras me daba la mano.
- Hola Santiago, dije seria.
- ¿ Cómo está?
-Y, mas o menos. La verdad que estoy bastante decepcionada por no poder adaptarme para bailar, y tengo decidido no venir mas, dije de un tirón.
Santiago me miró y sonrió.
- Me imaginé que algo así estaba pensando. Pero el problema es que no puede dejar de tratar de ver lo que estamos haciendo, en lugar de sentirlo en su cuerpo, en su piel, en sus brazos, en sus piernas. El tango es un sentimiento, y la conexión entre los bailarines pasa por el contacto no por las miradas.
- Si, ya me lo ha dicho muchas veces, pero, sabe que?. No termino de entender como funciona en la práctica.
- Por eso mismo, hoy decidí que me dedicaría solo a Ud. Les avisé a las otras parejas que hoy no había clases para que nos dejaran solos, si no le molesta.
Lo miré sorprendida.
- No, para nada Santiago. Le agradezco la deferencia, pero me parece que nada vamos a conseguir, dije decepcionada.
- Hace años que estoy en esto. Déjeme a mí que le aseguro que todo saldrá bien. Ahora, vamos a precalentar, dijo dirigiéndose a la pista. Me levanté y lo seguí no muy convencida.
Hicimos el precalentamiento, aflojamos columna, brazos y piernas, y luego comenzamos a caminar por el salón tratando de tomar el ritmo.
Luego puso música y comenzamos a bailar,apareciendo los problemas de siempre.
Santiago se detuvo.
- Voy a hacer algo para que se concentre, espere aquí.
Se dirigió a la entrada y apagó todas las luces. Quedé a oscuras, sorprendida, en el medio del salón. Solo la música mantenía su presencia.
De pronto un brazo me rodeó y una manó tomó mi mano.
- Ahora, aunque quiera ver los pies no va a poder. Tendrá que dejarse llevar y tratar de interpretar con el contacto entre los cuerpos lo que pretendo de Ud.
Y comenzó a bailar, lentamente, siguiendo el ritmo del tango. Al comienzo me sentí mas perdida que nunca, pero al pasar los minutos comencé a interpretar lo que el cuerpo de Santiago me decía. Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo lo siguiera. Lentamente noté como comenzábamos a complementarnos a la perfección.
- ¿ Así está mejor? Me dijo al oído.
- Si, Santiago. Ahora le siento perfectamente, contesté.
Lentamente su cuerpo se acercó al mío hasta que quedamos pegados, y a pesar de estar tan juntos, sin embargo no nos trabábamos y nos movíamos al unísono. La sensación era maravillosa.
Pero algo pasó. No se si fue el calor de los cuerpos tan cercano, el viril aroma de Santiago, la sensualidad de sus movimientos, pero noté que comenzaba a excitarme, como hacía mucho tiempo que no lo conseguía. En realidad, bastante tiempo antes de separarme ya mi marido no me excitaba y de eso habían pasado 5 años. Inconscientemente mi cuerpo se pegó mas a mi pareja, y lo rozaba permanentemente con mis caderas cuando giraba. De a poco, comencé a notar una dureza que golpeaba contra mi cuerpo cuando lo rozaba. Una dureza que a pesar de los años, resultaba inconfundible. Santiago se estaba excitando como yo, y su verga no daba lugar al engaño.
De pronto, se separó.
- Bueno, ya entendió, voy a encender las luces, dijo tratando de tranquilizarse, cosa que yo no estaba dispuesta a permitir.
- Espere, dije tomandolo de la mano, leí que el tango antes tenía muy mala fama por la forma en que se bailaba. ¿ Puede mostrarme como era?
Su mano se tensó.
- No Roxana, creo que por hoy ya bailamos lo suficiente. Otro día cuando estén todos lo explicaré, dijo tratando de soltarse.
- No quiero que lo explique. Sabe que no aprendo así. Quiero que lo hagamos, dije con doble intención.
- No quisiera que se ofendiera, dijo con una voz que mostraba que estaba listo para dejarse convencer, eran movimientos muy sensuales, cuya intención era conducir al acto sexual.
- No me voy a ofender. Además nadie puede vernos. Ni siquiera nosotros, dije riendo.
Volvió a acercarse lentamente y me tomó entre sus brazos, ahora mas posesivos. Comenzamos a movernos y alguno de sus pasos había que una de sus piernas entrara entre las mías y rozara mi sexo. La sensación era realmente excitante. Con mis limitaciones, cuando giraba aplastaba mi cadera contra su vara que estaba dura como una piedra. Nuestras respiraciones comenzaron a hacerse agitadas. Los dos lo notábamos. Mi cabeza reposó en su hombro y mi respiración entrecortada resonaba en su oído, tratando de que entendiera como estaba. Y lo entendió.
Hicimos una figura, y cuando volvimos a quedar enfrentados, su boca buscó la mía, y su muslo se clavó en mi entrepierna, mientras me traía contra su cuerpo, haciendo que su pierna rozara mi vagina con firmeza y sensualidad. Me colgué de su cuerpo y cerré los ojos.
De pronto, Santiago se separó.
- Disculpe, dijo, con una voz temblorosa.
- Deme mas, dije avanzando contra su cuerpo. Me colgué de su cuello y lo besé con desesperación. El me abrazó por la cintura y me sostuvo mientras nuestras bocas jugaban, se buscaban, se rozaban y al final se fundían mientras nuestras lenguas se enroscaban. Y de fondo, la música de tango era el marco ideal para lo que estaba por pasar.
Una de sus manos bajó por mi cuerpo hasta acariciar la parte de afuera de una de mis piernas, para luego subir hasta ubicarse entre ellas, y comenzar con uno de sus dedos a jugar sobre los labios de mi vagina. Ante esto, mi mano, buscó su cuerpo en la oscuridad, y por encima de su pantalón me aferré a esa vara bestial larga y gruesa. En ese momento sus manos se ganaron por debajo de mi remera para apoderarse de mis tetas y mis endurecidos pezones, clara muestra de mi estado que ya no podía, ni quería ocultar.
- ¿ Ahora me siente? Preguntó Santiago mientras magreaba mis tetas.
- ¿ Y Ud? Retruqué mientras mi mano acariciaba su verga.
- Creo que debemos dejarlo, antes que se nos vaya de las manos, dijo como para cumplir.
- Ya se nos fue de las manos, Santiago. Quiero seguir hasta el final. Quiero que me de todo lo que tiene, dije apretando su lanza por encima de su pantalón.
Agilmente, tomó mi remera y la levantó hasta conseguir sacarla por encima de mi cabeza, para lo que colaboré. Volvimos a abrazarnos y a besarnos, pero ahora sus manos avanzaban sobre mis pechos, metiéndose por debajo de mi corpiño, el cual desabroché y dejé caer para facilitar sus maniobras.
Mis manos buscaron el cierre de su pantalón. Lo abrí y me costó trabajo extraer el monstruo que tenía entre las piernas el macho. En la oscuridad no podía verlo pero mi mano apenas podía rodearlo, y podía aferrarlo con mis dos manos, sobrando todavía la cabeza. Nunca había tenido algo así en mis manos. Santiago desabrochó su pantalón dejando que cayera al suelo y descalzándose salió de su ropa quedando desnudo de la cintura para abajo. Mi mano buscó y encontró un par de pelotas grandes y duras que colgaban dentro de sus bolsas como si fuera un toro campeón. Este muchacho tenía un equipo de la hostia. Mientras lo tocaba sentí que me mojaba como nunca.
Quise agacharme para chupársela, pero no me dejó.
- Ya tendrá tiempo para juegos orales. Ahora no es el momento, me dijo al oído, mientras bajaba mi jogging.
Me saqué las zapatillas y cuando mi jogging bajó junto con mi bombacha que al arrastrarlo vino junto, me saqué todo quedando totalmente desnuda. Se quitó su remera quedando también totalmente desnudo. Su mano buscó mi sexo y se encontró con una charca mojada y preparada.
- Si me permite, quiero darle lo que necesita, me dijo al oído.
- Faltaba mas, dije tomándolo del cuello.
Con un movimiento armónico, levantó mi cuerpo del suelo, y mis piernas rodearon sus cinturas. Su verga latía contra mis labios vaginales.
- Acomódela, me dijo tranquilo y seguro.
Una de mis manos dejó su cuello y metiéndose entre mis piernas, tomé su verga, la pelé y la acomodé entre mis labios. Lentamente volví a colgarme de su cuello.
- Ahora es cuando, dijo, mientras hacía que mi cuerpo descendiera lentamente hasta conseguir que la hirviente cabeza de su vara cruzara la frontera. Nuestro viaje al placer había comenzado, y nada podría detenerlo.
Lentamente me fue penetrando, y me sentí llena como nunca. Jamás mi marido había conseguido hacerme sentir así.
Cuando estuve totalmente ensartada, Santiago comenzó a caminar lentamente por el salón. La música de fondo me hacía sentir en esos prostíbulos de principio de siglo, cuando los machos cepillaban a las mujeres en la pista de baile, y sin poder evitarlo comencé a acabar como una perra.
Sin dejar de caminar, me llegó hasta el banco donde nos cambiabamos el calzado. Una vez allí se sentó con una pierna de cada lado y lentamente me bajó hasta que mi espalda quedó sobre el banco y mis piernas subieron hasta colocarse sobre sus hombros. En esa posición comenzó a serrucharme profundamente. La sensación era increíble. Su verga recorría cada centímetro de mi vagina. Iba y venía. Se movía en forma circular como agrandando mi cueva, descansaba en el fondo, para luego retirarse casi por completo y luego volver a hundirse hasta el fondo y comenzar nuevamente su danza sexual. Mi orgasmo que nunca se había completado, seguía allí flotando elevándome y bajándome como olas del mar. Nunca sentí lo que estaba sintiendo. Nunca había hecho el amor con un verdadero macho, pensé, mientras me entregaba por completo. De pronto, su verga se estiró, se endureció, sus movimientos se aceleraron y como una tromba, explotó dentro de mí. Un líquido caliente e inconfundible me inundó, como lava ardiendo, y mi climax por fin se completó haciendo aullar como una gata en celo. Quedamos allí, los dos uno sobre el otro, tratando de recuperar el aire.
Por fin, Santiago se retiró. Un ruido como si descorcharan una botella anunció que su pistón de carne se había retirado de mi vagina. Tomó una toalla que había allí cerca y comenzó con delicadeza a limpiar mi sexo del cual brotaba chorro tras chorro de su semen grumoso y pegajoso. Lo curioso es que ese contacto suave de la toalla con mi sexo volvió a excitarme por completo. Esa noche estaba totalmente sacada. Me desconocía a mi misma.
Hizo que me diera vuelta sobre el banco y con agilidad me levantó de la cintura colocando mis piernas sobre sus hombros, quedando mi sexo frente a su cara, y entonces fue su boca la que se hundió en el. Creí que me moría de placer. Pero cuando se sentó en el banco, me encontré conque frente a mí tenía su verga morcillona pidiendo mi total dedicación. La capturé con mi boca y comencé a chuparla desenfrenadamente.
Soltó mi sexo por un momento.
- Ahora sí es útil su dedicación. Si sigue así conseguirá muy pronto que esté lista para volver a disfrutarla, dijo volviendo a apoderarse de mi vagina. Su lengua iba desde mi clítoris hasta mi ano, y al volver se metía dentro de mi sexo y me hacía volar.
Para compensar traté de tragarme toda su verga, pero era imposible. Apenas si pude con un poco más de la mitad, cuando sentí que me llegaba a la garganta. Mis manos , mientras tanto jugueteaban con sus pelotas calientes y grandes. Y esa verga que estaba blanda al comenzar, comenzó a responder a mi tarea. En unos minutos estaba mas dura que al principio. Sintiéndola así me sorprendí de que la hubiera podido guardar toda. Era enorme.
Cuando Santiago sintió que ya estaba listo me bajó de sus hombros y me hizo poner en cuatro patas sobre el banco. El se ubicó a mi grupa y quedaba a la altura justa para que la conjunción fuera perfecta. Y lo fue. Avanzó y me clavó como los mejores. Un nuevo gemido salió de mi boca, pero era de puro placer.
Esta segunda vez, como ya se había vaciado, duró mucho mas. Su pistoneo era salvaje. Pensé que iba a partirme en dos por la forma en que me daba masa. Me hizo acabar un par de veces, mientras complementaba su verga con un par de dedos dentro de mi ano. Comencé a desear que me sodomizara, pero no me animé a pedírselo. No quería que pensara que era tan puta. Y me quedé con las ganas. El no trato de romperme el culo.
- Si está conforme, voy a correrme, dijo mientras su respiración se aceleraba.
- Espera, espera, dije frenándolo.
. ¿ Que pasa?, preguntó.
- Me gustaría verlo acabar. Lo quiero en mi boca, dije sorprendida de ser tan sucia.
- Como quiera, dijo desmontando y dando la vuelta al banco para quedar frente a mí. En esa posición me metió la verga en la boca y comenzó a cogerme por ese agujero como lo había hecho por el otro.
Pasaron unos cinco minutos hasta que por fin se vació hasta casi ahogarme. A pesar de que ya había acabado, era tal la calentura que volvió a echar un montón de lefa. Algo tragué pero no pude con todo y su leche cayó sobre mi rostro y mi cuello, para luego gotear hasta el piso.
Luego de un rato, y cuando ya estábamos bañados y vestidos y con la luz encendida, comenzamos a conversar como si nada hubiera pasado.
- Espero que haya entendido como es el tango, dijo
- Si Santiago. Realmente la falta de luz hizo que tuviera que esmerarme en entender las señales del cuerpo de mi pareja y creo que ahora todo va a ser mas fácil. Y el resto fue maravilloso, dije
- Le agradezco. Lamento no haber satisfecho todas sus fantasías.
- ¿ Como cual? Pregunté como sorprendida
- Ya se va a enterar el día que la tutee, dijo con una sonrisa maliciosa.
Desde ese día, no tuve mas problemas para bailar tango. Los viernes en la clase nos llevamos bien y los demás están admirados en la forma en que aprendí. Me convertí en la pareja fija del profesor cada vez que tiene una exhibición.
Cuando a la clase siguiente, al llegar, Santiago me saludó, diciendo ¿ Como estás Roxana? supe que después de hora ibamos a seguir practicando en la oscuridad, el tango prostibulario que es el que prefiero. Y con todas las variaciones.

7 comentarios - Bailando en la oscuridad

KaluraCD
Bailando en la oscuridad


Excelente !!

Gracias por compartir 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...
Blacknaked
El tango siempre termina en sexo,o en brutas calenturas,es una danza maravillosa.me calento el relato,te felicito.
youerick
Excelente post ojalá y te pasen más historias
vergacorti
Excelente relato, quería estar ahí en la oscuridad. Puntos y reco