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Siete por siete (152): Cuando Hannah lavó la loza…




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Compendio I


Sé que quieres una explicación de por qué no te llamé el viernes.
Ocurrió de esta manera, ruiseñor: comimos fideos con mechada, (para que no olvido esos días que vivíamos solteros, juntos y mucho más humildes) en una velada agradable.
Cocí la carne, rellena con zanahorias y algunos dientes de ajo y quedó sabrosamente mezclada y blanda con la salsa. Los fideos, para variar, quedaron al dente y con un ligero sabor a leche y mantequilla, que tanto te agradan a ti.
Y por supuesto, la mesa estaba elegante, porque hice una cena romántica: flores en la mesa, velas y servilletas de tela.
Hannah quedó encantada y a pesar que me ofrecí a limpiar la mesa, para que conversara tranquilamente con su esposo, ella decidió tomar los platos, para que así nos acostásemos pronto.
Y mientras limpiaba el mantel y apagaba las velas, la observé colocarse el delantal y tomarse el cabello, con una cola de caballo dorada.
¡Lo sé y no podría explicártelo, incluso si estuvieras conmigo!
Supongo que ese es mi fetiche. Pero tú, mejor que nadie, lo sabes: me encantan las mujeres con el pelo largo y liso y más todavía, si se lo toman con una cola de caballo.
Barrí la mesa, echando las migas afuera de la cabaña, pero sin perder de vista a mi rubia compañera, que se meneaba enérgicamente mientras restregaba los platos.
Así que tras limpiar, me acerqué sigilosamente por detrás y la abracé por la cintura.
“¡Oye!” protestó nerviosa, pero más contenta al reconocerme. “¡Vamos! ¡Déjame lavar!”
Pero sus bermudas, Marisol, me parecían irresistibles: tiene tu trasero, o al menos, mantiene la misma proporción que tenías antes que las pequeñas nacieran y si pudiera compararlo con algo, serían dos trozos carnosos de jamón.
Y se meneaba rítmicamente, ya que también se le han pegado los malos hábitos de tu esposo de “cantar mientras lava y seca”, por lo que esa colita más me llamaba la atención.
“¡Vamos, Marco! ¡Déjame!” protestaba melosa, mientras la abrazaba por la cintura.
Fui respirando sobre su cuello, haciendo que se tensara con carne de gallina y fuera abriendo con cierta discreción sus piernas.
“¡Debes… dejarme… lavar… o mañana… no tendremos… platos limpios!” intentaba resistirse con palabras, mientras que pompas se arrimaban más a mi paquete.
“¡Nooo… me beses… así!” protestaba, mientras lamía su cuello como si tuviera crema. “¡Tu esposa… puede… llamar… o quizás… mi marido!”
Y comenzó a mirar más para el lado, en lugar de enfocarse en los platos, como si buscara besarme.
Pero mientras ella seguía restregando su menudito trasero sobre mi palpitante erección, yo iba masajeando sus pechos lentamente, subiendo y bajándolos.
“¡Déjame!... ¡Debo seguir… lavando!” seguía resistiendo, pero poniendo boca en anillo cuando la besaba.
“¡Puedo hacerlo después!” respondí, sobando sus pechos con toda calma.
“¿Cuándo… después?” volvió a protestar, posando la mano sobre la forma dibujada en mi pantalón. “¿A la noche?... ¿En la mañana?”
Pero yo no quería prestarle atención. Solamente, me preocupaba de adosar más y más mi paquete hacia su hendidura, mientras le besaba el cuello y la sobaba de los pechos.
“¡Ya… basta!... ¡Déjame!” trataba vanamente en resistirse, pero era evidente lo mucho que lo disfrutaba, por su manera de respirar.
Nos besamos con suavidad, con ella acariciando mi cara con sus manos espumosas y yo, con las mías, desabrochando con mucho descaro sus bermudas.
“No debemos… hacer esto… aquí…” murmuraba bien bajo, haciéndose la esquiva, pero en ningún momento rechazándome o moviéndose.
“¿Por qué? ¿No lo haces con tu marido?” pregunté, sabiendo la respuesta de antemano.
Al parecer, Douglas es “demasiado británico” o le debe pasar lo mismo que a mí me pasaba cuando veía a Margarita bailar: que no me calentaba.
Creo que desconoce lo libidinosa que puede llegar a ser Hannah, o bien, como tú dices, Hannah se pone más caliente conmigo que con él.
Pero con solo decirle eso, ella estaba muchísimo más dispuesta a experimentar.
Ahora, no te pongas celosa. Cuando lo hago con Lizzie, va directo al grano: se sienta sobre el mueble de cocina, abre sus piernas, se saca el calzón (si es que lo lleva) y se desabrocha un par de botones de la camisa, para incitarme.
Pero también lo he intentado contigo.
¿Recuerdas ese domingo, que te ofreciste a lavar conmigo?
Yo mojé tus pechos ese día, aprovechando que mis manos estaban húmedas, para destacar esos portentosos senos que guardabas bajo esa camiseta blanca.
Esa tarde, te reíste, me dijiste “¡Ecchi!” y llenaste un vaso con agua, con el que me mojaste.
Pensaste que era un juego y estuvimos jugando un poco mientras lavábamos (sinceramente, ruiseñor, no puedo dejar de agarrar o pensar en tus pechos), pero los planes que tenía originalmente se diluyeron.
De cualquier manera, Marisol, sus bermudas cayeron con delicadeza y sensualidad y ese precioso traserito quedó a mi disposición.
“¡Vamos, Marco!... ¡Aquí no!” protestaba ella, sin darse cuenta de lo mucho que restregaba su cola sobre mí.
Me agaché y chupé uno de sus muslos.
“¡Marco!... ¡Ahh!... ¡Ya no hagas eso!” protestó, pero ya estaba muy húmeda.
Y yo, como el “chico malo” que soy contigo, subí por su cintura, apegué mi rostro sobre sus cabellos dorados y le pregunté.
“¿Por qué? ¿No quieres sentirla hoy?”
Y lo hacía, metiendo mi erección entre sus piernas. El calor que emanaba de ella era tremendo y se seguía quejando, restregando su sexo sobre ella o bien, cuando la sacaba y con completo descaro la metía entre sus nalgas.
“¡Solo… una vez!” respondió, empinándose de piernas y apoyándose del fregadero.
“¿Y por dónde la quieres?” pregunté, sonriendo con malicia.
Como podrás imaginarte, no quería contármelo.
Esa pienso que es una gran diferencia contigo, ruiseñor: porque tú sabes lo que quieres y cómo.
Ella todavía se deshace, sintiéndola cercana a su cuerpo.
Jugueteaba con ella, como un gato con un ratón, meneándome entre sus blanquecinas posaderas, regresando y rozándolas sobre su húmeda gruta, haciéndose que suspirara acalorada.
Lo hago unas 5 veces seguidas y puedo sentir su corazón acelerándose, puesto que no paro de restregar sus senos.
Tras mucho meditarlo, pienso que pudimos divertirnos mucho más de solteros, de haberme atrevido a sobar más tus pechos planos, Marisol, porque si bien los de Hannah siguen siendo medianos, son mucho más maleables que al principio, al punto que también puedo estirar sus pezones como lo hago contigo.
Pero como dicen, “pasó la vieja”… y debo consolarme con esos blanditos y regordetes flanes que escondes bajo tu sostén. ¡Pobrecito de mí!
Pero lo curioso fue que empezó a restregarse más y más profundo, ruiseñor. Y me sentí más duro todavía, porque a ella le parecía indiferente por donde se la metiera… mientras que lo hiciera.
Muy parecida a una preciosa gatita que aceptó ser mi mujer.
Pero finalmente, me decidí por su colita y como podrás imaginar, ella muy contenta por ello.
Es un asunto de proporciones, Marisol. Contigo y con Liz, me encantan porque las suyas son más carnosas y grandes.
Pero como Hannah es más pequeña, me parece una experiencia más excitante, porque al principio, parece como si no quisiera entrar y a diferencia de la tierna y virginal colita de tu amiga Diana, la de mi compañera de trabajo sí parece poder aguantarla.
Así que ahí estábamos, con ella afirmándose del borde del lavaplatos y aguatándolo como podía.
Y empecé a avanzar, lentamente, pero siempre es difícil y apretado.
Lo hacemos con frecuencia, ruiseñor, pero dado que a ella le gusta guardar las apariencias con sus hombres y al igual que a ti, la dejo “sentándose con una tremenda sonrisa” cada vez que lo hago, lo hacemos cada 3 o 4 días.
Como me pasa contigo, la cabeza entera entrará tras unas 2 o 3 estocadas, que van forzando la dilatación de su esfínter, pero pasando eso, empieza nuestra diversión.
¡Te digo! Es una experiencia distinta para mí, porque ver mi pene desaparecer en su interior pareciera darle mayor vida.
¡Y lo sé, querida! A ti también te encanta. Pero ella es más estricta y dura, con el resto del mundo y ver ese aspecto de ella, tan sumisa y pervertida, es un bono adicional.
Y para la quinta estocada, ya entra casi entera, con mis bolitas rozando sus apetitosos muslos. Los gemidos que ella emite son una delicia y la tensión y el ardor de su trasero son impresionantes, sin olvidar que en esos momentos, el moño con el que se tomó el pelo comenzó a ceder y con cada penetración, amenazaba con soltarse más y más.
El vaivén se sentía tan agradable, como si estuviese en el mar: cuando me retiraba, podía sentir su carne replegándose al espacio que ocupaba mi glande, para nuevamente ser abierto por mi entrada.
Me afirmaba cariñosamente a su cintura sudorosa, con sus cabellos libres y ligeramente desparramados y ya la metía y la sacaba desde el fondo, con ella meneándose enérgicamente, cuando finalmente pude descargar.
Quedó agotada, despeinada y colapsó su cara cerca del grifo, por lo que yo me apoyé en su espalda. Su aroma a mujer sudorosa y su respiración más relajada me llenaban con sopor.
Pero todo eso duró hasta que agarré sus pechos, mientras besaba sus hombros. Estaban húmedos, Marisol y el agua se había enfriado o se excitó mucho, pero la situación era que sus pezones seguían duritos y el jugueteo con su sostén y su piel me volvía a empalmar y ella misma lo sentía.
“¿O-otra vez?” preguntó con temor, al ver que me retiraba de su colita, pero mis manos seguían afirmándose con determinación de su cuerpo.
Y fui avanzando por entremedio de sus piernas. ¡Adoro que sea tan pequeñita! Mi puntita alcanzaba a rozar su feminidad, como si la estuviera cortejando.
Hannah, completamente sumisa, alzó más su delicado trasero y podía ver parte de mis jugos aparecer de su delicado traserito.
Por lo que la empecé a ensanchar por su abertura delantera y de puro malo, a juguetear con mi pulgar con su ano, que como podrás imaginar, también le fascinó.
Pero a diferencia tuya, no le puedo decir que es mi “putita” o una “pervertida”, porque le sigue incomodando ser infiel a su marido (A pesar que algunos viernes, llama a Hannah para avisarle que saldrá con sus amigos por la noche y que probablemente, conozca a otras mujeres, algo que ella pareciera no darse cuenta o no le interesa, porque termina pasándolo bien conmigo), pero no tanto para dejar de serlo.
Lo que si surte efecto, irónicamente, es preguntarle si esas cosas las hace con él.
“¡No!... ¡Mi marido… no va… 2 veces… seguidas!” me responde, corriéndose a medida que la voy machacando de a poco.
“¿Y no… te mete dedos… como yo?” pregunté, metiendo ya el índice y el anular.
“¡Noo!... a él… le da asco… por atrás…” responde gozosa.
Pero yo me reía pensando en eso, puesto que como tú viste, ruiseñor, Iris, la cuñada de Hannah, tiene un trasero que nada envidia al tuyo y unos pechos bastante generosos, por lo que no me sorprendería que Douglas tuviera sexo anal con ella y más placentera se volvía la experiencia, porque no solamente estaba profanando la fidelidad de Hannah, sino que también estaba liberando toda esa faceta libidinosa, que hasta antes de conocerme, ella misma desconocía.
Acabé una vez más y esperamos, otra vez, en medio del silencio. La saqué de nuevo y contemplé su rostro: se veía preciosa, esplendida, con esos seductores pechos aun alzados y mojados y esa matita rubia y pegajosa, con restos de mi leche.
Y como una tormenta, la senté una vez más en el lavaplatos. Comía sus labios y la sujetaba de las piernas, mientras que sus ojitos azules parecían a punto de estallar en lágrimas de felicidad, tal vez, pensando que la llenaba más que su marido (a quien una vez más, tampoco pudo contestar sus llamadas), por tercera vez consecutiva.
Para cuando acabamos, eran casi la 12 de la noche y sus ojitos se entrecerraban con ternura, mientras que su rubia chasquilla se deslizaba sin oposición para medianamente cubrirlos, con la más bonita sonrisa dibujada sobre sus labios.
La tomé en brazos, la cargué hasta el catre para acostarla en ropa interior, volví una vez más a la cocina, para terminar de lavar los platos, buscar sus bermudas y finalmente, me acosté con ella, apegándome calientito a su espalda.


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1 comentarios - Siete por siete (152): Cuando Hannah lavó la loza…

pepeluchelopez
Intensidad sobre todo muy afortunado ti
metalchono
Todos tenemos nuestros días de vez en cuando. Lo importante es andar alerta y aprovechar las oportunidades.