De virgen a puta y esclava. Primera parte.
Esta es la historia de mi vida. Fui virgen hasta los 24 años. No es común, lo sé, pero es la rigurosa verdad. Lo fui hasta que conocí un lindo varón, alto y bien entrenado, un poco enfermo y bastante pervertido, unos quince años mayor.
Obviamente que existieron hombres anteriores. Pero fueron, apenas, suerte de novios adolescentes y de poco roce. Nunca antes había mamado una pija, ni me habían chupado la vagina. Tampoco hice –hasta entonces- una auténtica paja. El que más lejos hubo llegado, metió tímidamente dedos entre mis labios vaginales humedecidos, a la vez que yo acariciaba su erecto miembro. Otro me había chupado salvajemente las gomas, alcoholizado a la salida de un boliche, mientras –también borracha- hundía las manos en su pantalón para sobarle la pija. Y al que más caliente dejé, al cabo de una fuerte franela, terminó masturbándose a mi lado, desparramando su leche caliente sobre mi vientre desnudo.
Pero entonces lo conocí. Y vaya que sumé experiencias, cada una de ellas más caliente y perversa que la anterior.
Me desvirgó en un hotel, el noviembre pasado. Nos besamos dulcemente mientras nos desvestimos. Él por completo desnudo y yo en fina ropa interior (especialmente adquirida para la ocasión), nos arrojamos sobre la cama. Mordió mis labios, mi cuello y pezones. Pacientes descendieron sus besos hasta mi estrecha conchita. Comenzó a chuparla y jugó con su lengua, entre mis labios y clítoris. Obviamente, yo temblada de tan inaudito placer!
Me pidió, al cabo, se la chupara. A lo que accedí gustosa. Empecé por lamerle la punta de la verga, llenándola de saliva, agarrando firmemente su tronco. Me la metí entera en la boca, una y otra vez, con cada embestida de forma más rápida y profunda. Fue un punto de inflexión. Mis limitantes nervios cedieron al sentirlo jadear, entre que sujetaba mi cabello: - Seguí puta, que bien chupás la pija! Me ordenó me tocara la concha sin interrumpir mi labor, instrucción que seguí al píe de la letra.
De pronto se incorporó, tirándome bajo suyo. Se puso de rodillas y comenzó –de nuevo- a chuparme la raja. Cuando ésa suplicaba por ser penetrada, apoyó la punta de su miembro en la entrada: - Te dolerá cuando entre; pero dejará de hacerlo cuando la tengas del todo. Y vaya que no me mintió!
No fue tan simple, sin embargo. Aunque húmeda, lo angosto de mi conchita y el valladar del himen íntegro fueron, hasta cierto punto, un obstáculo para el tan grueso invasor. Grité con cada delicado empellón. Cuando estuvo toda adentro, cuando entraba y salía sin dificultad, me dijo: - Ya está; ya te estoy cogiendo. Sentía ardor y dolor. Pero a la vez placer y felicidad. Me calentaba verlo y sentirlo disfrutar de abrirme la concha vedada. Me puso en cuatro y comenzó a penetrarme de ese modo. Le pedí pronto volver a la posición inicial, porque me dolía. Lo hizo. Pero esta vez me la enterró con violencia; casi que pude sentir sus bolas en mi interior. Me cogió así hasta el orgasmo, llenándome de su leche.
Me cogió por primera vez. Y fue la gloria misma! Y sin saber que era, apenas, el principio de mi instrucción de disciplina. Ya les contaré como siguió….
Esta es la historia de mi vida. Fui virgen hasta los 24 años. No es común, lo sé, pero es la rigurosa verdad. Lo fui hasta que conocí un lindo varón, alto y bien entrenado, un poco enfermo y bastante pervertido, unos quince años mayor.
Obviamente que existieron hombres anteriores. Pero fueron, apenas, suerte de novios adolescentes y de poco roce. Nunca antes había mamado una pija, ni me habían chupado la vagina. Tampoco hice –hasta entonces- una auténtica paja. El que más lejos hubo llegado, metió tímidamente dedos entre mis labios vaginales humedecidos, a la vez que yo acariciaba su erecto miembro. Otro me había chupado salvajemente las gomas, alcoholizado a la salida de un boliche, mientras –también borracha- hundía las manos en su pantalón para sobarle la pija. Y al que más caliente dejé, al cabo de una fuerte franela, terminó masturbándose a mi lado, desparramando su leche caliente sobre mi vientre desnudo.
Pero entonces lo conocí. Y vaya que sumé experiencias, cada una de ellas más caliente y perversa que la anterior.
Me desvirgó en un hotel, el noviembre pasado. Nos besamos dulcemente mientras nos desvestimos. Él por completo desnudo y yo en fina ropa interior (especialmente adquirida para la ocasión), nos arrojamos sobre la cama. Mordió mis labios, mi cuello y pezones. Pacientes descendieron sus besos hasta mi estrecha conchita. Comenzó a chuparla y jugó con su lengua, entre mis labios y clítoris. Obviamente, yo temblada de tan inaudito placer!
Me pidió, al cabo, se la chupara. A lo que accedí gustosa. Empecé por lamerle la punta de la verga, llenándola de saliva, agarrando firmemente su tronco. Me la metí entera en la boca, una y otra vez, con cada embestida de forma más rápida y profunda. Fue un punto de inflexión. Mis limitantes nervios cedieron al sentirlo jadear, entre que sujetaba mi cabello: - Seguí puta, que bien chupás la pija! Me ordenó me tocara la concha sin interrumpir mi labor, instrucción que seguí al píe de la letra.
De pronto se incorporó, tirándome bajo suyo. Se puso de rodillas y comenzó –de nuevo- a chuparme la raja. Cuando ésa suplicaba por ser penetrada, apoyó la punta de su miembro en la entrada: - Te dolerá cuando entre; pero dejará de hacerlo cuando la tengas del todo. Y vaya que no me mintió!
No fue tan simple, sin embargo. Aunque húmeda, lo angosto de mi conchita y el valladar del himen íntegro fueron, hasta cierto punto, un obstáculo para el tan grueso invasor. Grité con cada delicado empellón. Cuando estuvo toda adentro, cuando entraba y salía sin dificultad, me dijo: - Ya está; ya te estoy cogiendo. Sentía ardor y dolor. Pero a la vez placer y felicidad. Me calentaba verlo y sentirlo disfrutar de abrirme la concha vedada. Me puso en cuatro y comenzó a penetrarme de ese modo. Le pedí pronto volver a la posición inicial, porque me dolía. Lo hizo. Pero esta vez me la enterró con violencia; casi que pude sentir sus bolas en mi interior. Me cogió así hasta el orgasmo, llenándome de su leche.
Me cogió por primera vez. Y fue la gloria misma! Y sin saber que era, apenas, el principio de mi instrucción de disciplina. Ya les contaré como siguió….
8 comentarios - Capítulo I: De virgen a puta esclava