Aconsejo primero leer la parte 1, 2 y 3
"Sarita y su perro cocker"
Sarita y su perro cocker - Parte 4 (final de la historia).
Ya habían pasado casi un mes de nuestro último encuentro con Sarita. Entre feriados, compromisos familiares y otras complicaciones, se me pasó llamarla y lo fui posponiendo uno y otro día. No es que no la entrañara, casi todos los días pensaba en ella, sobre todo al despertarme cuando me levantaba excitado recordando los encuentros anteriores.
La llamé por teléfono y la encontré de muy mal humor.
-¡Ah!, ¿Ahora te acordás que tenés una Ama? –me increpó- ¿Vos pensás que yo soy una putita que llamas cuando tenés ganas?. Una relación como la que estábamos construyendo requiere compromiso. Compromiso como el que tiene perro con su amo. El perro es fiel, siempre permanece a su lado. Vos no podes llamarte perro. Vos sos más parecido a un gato. El gato es egoísta, se va, vuelve cuando quiere, es cero compromiso, como vos.
-Te pido disculpas, tuve complicaciones, lo que pasa es que….
-¡Excusas! –me interrumpió- este no es el tipo de relaciones que yo busco. ¡Mejor no me llames más! Vos tenias que servirme a mí y no al revés –puntualizó.
-Sarita, te extraño, te deseo, quiero estar a tus pies como las últimas veces, quiero ser tu perro cocker como vos me dijiste. –Se lo dije casi rogando como último manotazo de ahogado.
Ella se tomó su tiempo y me dijo que la llamarla la semana siguiente y qué pensará seriamente sobre mi comportamiento. Esta frase me hizo sonreír para adentro, parecía que le estaba hablando a uno de sus hijos y no a un adulto. Por suerte ella no lo notó.
A la semana siguiente la llamé y quedamos en vernos a los dos días. Pero antes de cortar ella me advirtió:
-Sabes que me fallaste y que vas a recibir un castigo –me dijo con firmeza.
-Si, Sarita, tenés razón, haré lo que vos digas -conteste.
-Y ese castigó te va a doler…. –finalizó.
Llegado el día, asistí puntualmente al punto de encuentro. La esperaba venir del gimnasio y en ropa deportiva, pero ella apareció vestida con ropa casual y viniendo de otra dirección.
Llevaba una mini falda de jean, una botitas negras por debajo de la rodilla y una blusa ceñida al cuerpo. Estaba muy linda y sexy.
Me saludó con frialdad y esperamos en silencio un taxi.
Al subir al vehículo, me di cuenta que llevaba un tubo de esos que usan los arquitectos para transportar planos.
Durante el viaje, no charlamos, ella callada y yo un poco asustado. Solo cruzó charla con el taxista, lo que me hacía sentir peor.
Una vez en el hotel y siguiendo lo indicado en otras sesiones, me desnudé y me quede en cuatro patas en medio de la habitación.
Eso le agradó, pude sentir su sonrisa y su gesto de aprobación.
Sarita vestida, comenzó a caminar en forma lenta alrededor mío y me dijo….
-Perro, sabes que me fallaste, sabes que me desilusionaste y la única forma que te perdone es con un castigo ejemplar, que duela, que no te olvides.
Yo seguía en cuatro patas mirando al piso, de reojo pude ver que ella sacó del tubo guarda planos la fusta negra y siguió diciendo….
-Vas a sentir mi fusta, yo tengo planeados una cantidad de golpes, si vos querés que me detenga, tendrás que decir “basta”, pero si decís esa palabra de seguridad antes de mi cantidad fijada, no me veras mas. Si llegó a la cantidad de golpes que tengo planeados, serás perdonado.
Me quedé en silencio y ella tomó mi silencio como una aceptación a este merecido castigo.
Se tomó su tiempo y comenzó a darme fustazos en mi cola.
Uno, dos, tres. Entre uno y otro golpe se tomaba algunos segundos.
Cada golpe dolía más que el otro, yo pensaba para adentro mío: “¿qué hago acá?”, “¿por qué acepto este juego?”, “estamos locos, ella y yo”.
Cuatro, cinco, seis, siete…. No pude mas… como un chico empecé a llorar, las lagrimas caían de mis ojos.
Ocho, nueve, diez, once… no quería decir la palabra, pero cada vez dolía mas. Me sentía tan humillado y mas, llorando como un niño. No podía contener el sollozo.
Ella se detuvo, se sentó en la cama.
Yo seguía llorando en cuatro patas no podía parar de llorar y sollozar.
Ella llevo mi cabeza a su regazo y me comenzó a acariciar, tal vez le di lastima. Yo seguía llorando…. Me sentía un tonto pero no podía detenerme.
Abrió sus piernas, subió su pollera, corrió su bombacha y puso mi boca en su concha, estaba empapada, ella se había excitado cuando me había castigado, podía sentirlo. No me dijo nada, mientras lloraba comencé a besar su rayita y como un bebé que le dan el pecho, mientras besaba y succionaba, el juego de su concha me fue calmando. En mi boca se mezclaban el jugo se su excitación, mi saliva y mis lagrimas. Ella fue dejando su frialdad para ser más sensible y cariñosa. Y así acabó.
Sin mediar palabra, y sin hacerme cambiar de mi posición de perro, se inclinó, buscó mi pene con su mano y comenzó a masturbarme hasta que también acabe, quedando mi semen desperdigado por el piso.
Se paró y se fue a lavar al baño. Me paré y me miré al espejo. Tenía muchas marcas en la cola, en las piernas y en la parte baja de la espalda. Lo primero que pensé y me preocupó como ocultaría esto en casa. Entendía que dolor pasaría en unos días, pero había algo que se había roto entre Sara y yo.
Sarita volvió y me dijo que nos íbamos. Me lavé me vestí y nos fuimos.
En el taxi no hubo palabras… no siquiera para el taxista. Me costaba estar sentado, el pantalón hacia doler al rozar con la zona golpeada. Lo disimule como pude.
Llegamos a su esquina, me dio un beso en la mejilla y me dijo “llámame”. Y se fue.
Los días fueron pasando y el dolor duró al menos 10 días. Me dolía sentarme y por eso me ponía una crema como la que usan los deportistas para los dolores musculares. Otro esfuerzo extra era que mi esposa no me vea las marcas, ni se diera cuenta de la crema que me estaba poniendo.
A los 15 días, Sarita me llamó a mi trabajo y antes que le dijera nada, me preguntó como estaba, si se me había pasado el dolor. Le agradecí la preocupación y le dije me parecía que tendríamos que dejar de vernos.
Ella con calma me dijo que llamaba para pedirme disculpas y que quería explicarme todo. Que necesitaba tomar un café conmigo. Y para ponerle un toque de humor, bromeo diciendo “…quédate tranquilo que la fusta queda en casa…”. Así arreglamos para 2 o 3 días siguientes.
En eso días, me quedé pensando en nuestro juego inicial y en lo que habíamos terminado. Por lo que busque por Internet sobre el sadismo como práctica sexual, de ahí profundizando apareció la dominación-sumisión y de ahí al BDSM, una sigla que yo hasta el momento desconocía y seguramente Sara también. Aprendí sobre los roles en los juegos de dominación, sobre la palabra de seguridad y sobre los límites que se pactan a esa clase de relaciones que se denominan: SSC - Sano, Seguro y Consensuado.
Quedamos en encontrarnos en un café. Llegué quince minutos antes a la cita, pero ella ya estaba seria sentada en el bar.
-Carlos, tengo que disculparme -me dijo para empezar.
Me quede callado, pensé que lo mejor era dejarla hablar.
-En esos 15 días que dejamos de vernos, Alberto, mi esposo me anunció que se iba de casa y yo estaba muy mal anímicamente y cuando vos me llamaste luego de tantos días y nos vimos, me desquité con vos, que nada tenias que ver en esto… todo lo contrario- me dijo casi con lagrimas en sus ojos.
-Sos una buena persona y no merecías ese abuso de mi parte. Sé que no te agradó el castigo y también se que lo aguantaste por lo que yo te genero y por tu deseo de seguir viéndonos. También me doy cuenta que me seguís la corriente en todos mis juegos sexuales, porque te gustó y te gusta estar conmigo.
No pude más que perdonarla, comprendí su situación. Además lo que decía era real, a mi esta mujer me gustaba mucho y me estaba enamorando de ella.
Con Sara nos seguimos reuniendo varias veces más, tomamos café, charlamos, me fue contando de sus cosas.
Sin forzar nada y en forma natural, esta relación Ama-perro se fue convirtiendo en una relación entre pares. Ella valoro mi comprensión y el soporte anímico que le daba. Y dejo de verme como un perro excitado, para verme como un hombre, al que podía amar, además de compañero de juegos eróticos y sus fantasías.
Hoy día con Sara somos amantes, nos vemos con cierta periodicidad. Ella se arregló con su esposo que al mes volvió arrepentido y acepto todas sus condiciones. Tal vez ahora Sara, tenga al perro en su casa.
"Sarita y su perro cocker"
Sarita y su perro cocker - Parte 4 (final de la historia).
Ya habían pasado casi un mes de nuestro último encuentro con Sarita. Entre feriados, compromisos familiares y otras complicaciones, se me pasó llamarla y lo fui posponiendo uno y otro día. No es que no la entrañara, casi todos los días pensaba en ella, sobre todo al despertarme cuando me levantaba excitado recordando los encuentros anteriores.
La llamé por teléfono y la encontré de muy mal humor.
-¡Ah!, ¿Ahora te acordás que tenés una Ama? –me increpó- ¿Vos pensás que yo soy una putita que llamas cuando tenés ganas?. Una relación como la que estábamos construyendo requiere compromiso. Compromiso como el que tiene perro con su amo. El perro es fiel, siempre permanece a su lado. Vos no podes llamarte perro. Vos sos más parecido a un gato. El gato es egoísta, se va, vuelve cuando quiere, es cero compromiso, como vos.
-Te pido disculpas, tuve complicaciones, lo que pasa es que….
-¡Excusas! –me interrumpió- este no es el tipo de relaciones que yo busco. ¡Mejor no me llames más! Vos tenias que servirme a mí y no al revés –puntualizó.
-Sarita, te extraño, te deseo, quiero estar a tus pies como las últimas veces, quiero ser tu perro cocker como vos me dijiste. –Se lo dije casi rogando como último manotazo de ahogado.
Ella se tomó su tiempo y me dijo que la llamarla la semana siguiente y qué pensará seriamente sobre mi comportamiento. Esta frase me hizo sonreír para adentro, parecía que le estaba hablando a uno de sus hijos y no a un adulto. Por suerte ella no lo notó.
A la semana siguiente la llamé y quedamos en vernos a los dos días. Pero antes de cortar ella me advirtió:
-Sabes que me fallaste y que vas a recibir un castigo –me dijo con firmeza.
-Si, Sarita, tenés razón, haré lo que vos digas -conteste.
-Y ese castigó te va a doler…. –finalizó.
Llegado el día, asistí puntualmente al punto de encuentro. La esperaba venir del gimnasio y en ropa deportiva, pero ella apareció vestida con ropa casual y viniendo de otra dirección.
Llevaba una mini falda de jean, una botitas negras por debajo de la rodilla y una blusa ceñida al cuerpo. Estaba muy linda y sexy.
Me saludó con frialdad y esperamos en silencio un taxi.
Al subir al vehículo, me di cuenta que llevaba un tubo de esos que usan los arquitectos para transportar planos.
Durante el viaje, no charlamos, ella callada y yo un poco asustado. Solo cruzó charla con el taxista, lo que me hacía sentir peor.
Una vez en el hotel y siguiendo lo indicado en otras sesiones, me desnudé y me quede en cuatro patas en medio de la habitación.
Eso le agradó, pude sentir su sonrisa y su gesto de aprobación.
Sarita vestida, comenzó a caminar en forma lenta alrededor mío y me dijo….
-Perro, sabes que me fallaste, sabes que me desilusionaste y la única forma que te perdone es con un castigo ejemplar, que duela, que no te olvides.
Yo seguía en cuatro patas mirando al piso, de reojo pude ver que ella sacó del tubo guarda planos la fusta negra y siguió diciendo….
-Vas a sentir mi fusta, yo tengo planeados una cantidad de golpes, si vos querés que me detenga, tendrás que decir “basta”, pero si decís esa palabra de seguridad antes de mi cantidad fijada, no me veras mas. Si llegó a la cantidad de golpes que tengo planeados, serás perdonado.
Me quedé en silencio y ella tomó mi silencio como una aceptación a este merecido castigo.
Se tomó su tiempo y comenzó a darme fustazos en mi cola.
Uno, dos, tres. Entre uno y otro golpe se tomaba algunos segundos.
Cada golpe dolía más que el otro, yo pensaba para adentro mío: “¿qué hago acá?”, “¿por qué acepto este juego?”, “estamos locos, ella y yo”.
Cuatro, cinco, seis, siete…. No pude mas… como un chico empecé a llorar, las lagrimas caían de mis ojos.
Ocho, nueve, diez, once… no quería decir la palabra, pero cada vez dolía mas. Me sentía tan humillado y mas, llorando como un niño. No podía contener el sollozo.
Ella se detuvo, se sentó en la cama.
Yo seguía llorando en cuatro patas no podía parar de llorar y sollozar.
Ella llevo mi cabeza a su regazo y me comenzó a acariciar, tal vez le di lastima. Yo seguía llorando…. Me sentía un tonto pero no podía detenerme.
Abrió sus piernas, subió su pollera, corrió su bombacha y puso mi boca en su concha, estaba empapada, ella se había excitado cuando me había castigado, podía sentirlo. No me dijo nada, mientras lloraba comencé a besar su rayita y como un bebé que le dan el pecho, mientras besaba y succionaba, el juego de su concha me fue calmando. En mi boca se mezclaban el jugo se su excitación, mi saliva y mis lagrimas. Ella fue dejando su frialdad para ser más sensible y cariñosa. Y así acabó.
Sin mediar palabra, y sin hacerme cambiar de mi posición de perro, se inclinó, buscó mi pene con su mano y comenzó a masturbarme hasta que también acabe, quedando mi semen desperdigado por el piso.
Se paró y se fue a lavar al baño. Me paré y me miré al espejo. Tenía muchas marcas en la cola, en las piernas y en la parte baja de la espalda. Lo primero que pensé y me preocupó como ocultaría esto en casa. Entendía que dolor pasaría en unos días, pero había algo que se había roto entre Sara y yo.
Sarita volvió y me dijo que nos íbamos. Me lavé me vestí y nos fuimos.
En el taxi no hubo palabras… no siquiera para el taxista. Me costaba estar sentado, el pantalón hacia doler al rozar con la zona golpeada. Lo disimule como pude.
Llegamos a su esquina, me dio un beso en la mejilla y me dijo “llámame”. Y se fue.
Los días fueron pasando y el dolor duró al menos 10 días. Me dolía sentarme y por eso me ponía una crema como la que usan los deportistas para los dolores musculares. Otro esfuerzo extra era que mi esposa no me vea las marcas, ni se diera cuenta de la crema que me estaba poniendo.
A los 15 días, Sarita me llamó a mi trabajo y antes que le dijera nada, me preguntó como estaba, si se me había pasado el dolor. Le agradecí la preocupación y le dije me parecía que tendríamos que dejar de vernos.
Ella con calma me dijo que llamaba para pedirme disculpas y que quería explicarme todo. Que necesitaba tomar un café conmigo. Y para ponerle un toque de humor, bromeo diciendo “…quédate tranquilo que la fusta queda en casa…”. Así arreglamos para 2 o 3 días siguientes.
En eso días, me quedé pensando en nuestro juego inicial y en lo que habíamos terminado. Por lo que busque por Internet sobre el sadismo como práctica sexual, de ahí profundizando apareció la dominación-sumisión y de ahí al BDSM, una sigla que yo hasta el momento desconocía y seguramente Sara también. Aprendí sobre los roles en los juegos de dominación, sobre la palabra de seguridad y sobre los límites que se pactan a esa clase de relaciones que se denominan: SSC - Sano, Seguro y Consensuado.
Quedamos en encontrarnos en un café. Llegué quince minutos antes a la cita, pero ella ya estaba seria sentada en el bar.
-Carlos, tengo que disculparme -me dijo para empezar.
Me quede callado, pensé que lo mejor era dejarla hablar.
-En esos 15 días que dejamos de vernos, Alberto, mi esposo me anunció que se iba de casa y yo estaba muy mal anímicamente y cuando vos me llamaste luego de tantos días y nos vimos, me desquité con vos, que nada tenias que ver en esto… todo lo contrario- me dijo casi con lagrimas en sus ojos.
-Sos una buena persona y no merecías ese abuso de mi parte. Sé que no te agradó el castigo y también se que lo aguantaste por lo que yo te genero y por tu deseo de seguir viéndonos. También me doy cuenta que me seguís la corriente en todos mis juegos sexuales, porque te gustó y te gusta estar conmigo.
No pude más que perdonarla, comprendí su situación. Además lo que decía era real, a mi esta mujer me gustaba mucho y me estaba enamorando de ella.
Con Sara nos seguimos reuniendo varias veces más, tomamos café, charlamos, me fue contando de sus cosas.
Sin forzar nada y en forma natural, esta relación Ama-perro se fue convirtiendo en una relación entre pares. Ella valoro mi comprensión y el soporte anímico que le daba. Y dejo de verme como un perro excitado, para verme como un hombre, al que podía amar, además de compañero de juegos eróticos y sus fantasías.
Hoy día con Sara somos amantes, nos vemos con cierta periodicidad. Ella se arregló con su esposo que al mes volvió arrepentido y acepto todas sus condiciones. Tal vez ahora Sara, tenga al perro en su casa.
2 comentarios - Sarita y su perro cocker - Parte 4 (final de la historia).