Fuimos con mi esposa a recorrer las sierras de Velazco en La Rioja.
Élida, mi esposa tiene 35 años. Hace mucho ejercicio por lo que se mantiene en buena forma y su carne es firme y musculosa, además de tener unas curvas espectaculares. Un par de tetas pequeñas pero firmes con pezones grandes, y un trasero firme y respingado, que hace que los hombres se den vuelta a mirarlo aunque vayan acompañados de sus parejas, lo que produce no pocos conflictos de parejas.
Su cabello enrulado castaño y sus ojos verdes, completan un cuadro digno de Boticelli.
Yo tengo 50 años, me llamo Ricardo y mi trabajo sedentario, me complica bastante. No es que esté gordo, tengo algunos kilos de mas, pero sin dudas que no tengo el estado físico de mi mujer y eso es un verdadero problema. Siempre digo que me pondré en forma pero nunca lo hago. Por lo demás nos llevamos muy bien en todos los aspectos, aunque imagino que los 15 años de diferencia ya empiezan a marcar alguna distancia en algunas cosas.
Apenas llegar al alojamiento, preguntamos por un guía que pudiera llevarnos a recorrer ese hermoso lugar, y nos recomendaron a un tal Fabián que era un especialista en esta tarea. Sin mas pedimos conocerlo.
Como a la hora se presentó en el hotel el guía. Era un hombre de unos 30 años, piel bronceada, cabello corto, un cuerpo sin dudas trabajado por la vida al aire libre. Vi en los ojos de mi mujer el impacto que le causó, pero no quise ser un aguafiestas, y lo contratamos para emprender al día siguiente el ascenso por una senda de dificultad media, por la que según él podíamos pasear sin ningún problema.
Al día siguiente madrugamos y nos preparamos para ascender. Calzado seguro y cómodo, una mochila con algún abrigo, agua, anteojos de sol y sombrero. Yo me vestí con un jogging amplio, y mi mujer unas calzar térmicas bien ajustadas que resaltaban sus piernas y trasero, una remera mangas largas ajustada, y un chaleco térmico. Se veía realmente muy bien. Daba mas ganas de tumbarla en la cama que se subir la montaña, pero todo estaba ya arreglado.
En la puerta del hotel nos esperaba nuestro guía. Sombrero, anteojos oscuros, una remera manga larga ajustada, y una calza corta por encima de la rodilla, que dejaba a la vista sus musculosas piernas, y lo que es peor, marcaba un pedazo bastante importante. Mi esposa no pudo menos que bajar la vista para observarlo cuando lo vio y de inmediato, tomando conciencia que estaba al lado mío, levantó la mirada y lo saludo de manera normal.
Subimos a una 4X4 con la que nos llegamos hasta el inicio de la subida, y una vez allí, luego de revisar nuestro equipo, emprendimos el ascenso.
El guía iba adelante y en los sectores mas complicados nos ayudaba a avanzar. Me extrañó que mi esposa solicitara ayuda, ya que su estado atlético debiera permitirle ascender sin esfuerzo, y lo que mas me cabreaba, es que el guía al ayudarla no perdía la oportunidad de tocarla. La abrazaba para recibirla cuando el estaba mas arriba, haciendo que sus tetas se clavaran en su pecho, y la empujaba del culo cuando tenía que ayudarla a subir y el estaba más abajo. La situación no me estaba gustando nada y luego de un rato, pasó lo inesperado. Mas preocupado yo por vigilar lo que hacía mi mujer con el guía, no miré donde pisaba y me torcí un tobillo.
- Ayyy, fue mi quejido al sentir el dolor. De inmediato el guía y mi mujer se acercaron donde yo estaba.
- Quédate quieto, dijo el guía, arrodillándose y tocando mi tobillo.
- Me duele, dije entre dientes.
Fabián se levantó luego de revisarme.
- Afortunadamente no se ha roto nada, es apenas una torcedura, que se solucionará con un día de descanso, hielo y unos analgésicos. Tendríamos que evaluar si regresamos. Con un cayado y ayuda no tendrás problema para descender.
- Oh, que pena, dijo mi mujer, ya estábamos cerca de una zona de cuevas que quería ver, dijo compungida.
- No se preocupen por mi. Los esperaré aquí. Sigan un rato con el paseo y luego regresan y descendemos. No quiero arruinarte el día, mi amor.
- No querido, si no te sientes bien, bajamos, dijo aunque con poca convicción para mi que la conozco.
- No Élida, no me duele nada, me quedo aquí y los espero. El paisaje es muy lindo y no hace nada de frío. El sol esta precioso. Fabián, déjame un cayado para poder moverme en este sector por cualquier cosa y sigan con el viaje.
Fabián se perdió unos minutos en la sierra y volvió con una rama bastante recta y resistente que limpió con su navaja y me enseñó como usarla para poder caminar sin problemas. La verdad que era una gran ayuda. Hecho esto emprendió de nuevo el camino, mi mujer me dio un beso y me dijo que regresarían pronto.
Miré la hora. Eran las 10 de la mañana. Me entretuve un rato mirando el paisaje, pero a los 15 minutos ya estaba aburrido de estar allí. Y comencé a preocuparme por lo que estaría haciendo mi esposa. Lentamente traté de seguir el sendero y comprobé que usando el cayado lentamente podía desplazarme sin forzar el uso de mi tobillo lastimado. Lentamente ascendí y encontré un tramo plano de unos 50 metros que resultaba fácil seguir, y luego giraba a la derecha y llegaba en una serie de cavernas, para luego elevarse en un plano de 45 ° y luego volvía a girar. Me dí cuenta que esa subida no podía hacerla así que me acerqué a las cavernas. Ingresé a una. Era pequeña. La recorrí y al final había una grieta que daba a la caverna de al lado. El sol entraba justo por la puerta así que se veía perfectamente todo el interior,menos el fondo que quedaba en penumbras. Me acerqué a la grieta y ví que salía en diagonal hacia el frente. Cuando me asomé me quedé paralizado. Fabián de frente a mí, estaba apoyado contra una piedra y mi mujer arrodillada delante de él le estaba chupando la verga. Retrocedí un paso y quedé en la oscuridad. Ellos no podía verme. Mi mujer seguía en su tarea totalmente concentrada y Fabián con la cabeza tirada hacia atrás gozaba como un marrano.
- Así mamita, así, sigue, sigue, la alentaba en un susurro. Y mi mujer reforzaba su esfuerzo. El chupeteo se escuchaba claramente.
- Déjame ver tus tetas, le ordenó, y mi mujer separándose un momento se quitó de un tirón la remera ajustada que tenía y sus tetas quedaron a la vista del macho. La muy perra no tenía corpiño aprovechando lo ajustado de la remera.
- Toda la mañana te las estuve mirando y sintiendo contra mi cuerpo, dijo mientras las tomaba con sus manos y comenzaba a magrearlas. Mi mujer colocó sus manos detrás de su cabeza para darle total libertad al macho y lucirlas a pleno. El se arrodilló frente a ella y comenzó a chuparlas con la misma dedicación que ella le había puesto a su verga. Yo, inexplicablemente, comencé a excitarme. En lugar de estar enojado, estaba caliente. Muchas veces había tratado de imaginarme como sería mi mujer con otro hombre, y ahora lo estaba viendo. Y valía la pena.
A pesar de que la temperatura ambiente no era alta, la especial ubicación de las cuevas y el sol que entraba, hacía que el ambiente fuera agradable y templado.
- A que esperamos, dijo Fabián, empujando a mi mujer para que quedara acostada en el suelo arenoso de la cueva. Élida se tiró hacia atrás y se quedó apoyada en sus codos.
Fabián se quitó de un tirón su remera, dejando a la vista un cuerpo trabajado, y musculoso y luego de puso de pie. Fue allí donde pude ver su herramienta. Era impresionante. Larga, gruesa, con una cabeza amoratada del tamaño de un durazno pequeño. Era una vara imponente.
Ya de pie, terminó de sacarse su calza corta, quedando totalmente despelotado, y mostrando un cuerpo realmente viril. Yo no podía ver el rostro de mi mujer, pero se notaba que no perdía detalle.
Se arrodilló a los pies de ella y le quitó las zapatillas, para luego poniendo las manos en su cintura, bajarle lentamente la calza ajustada, dejándola solo con su tanga.
- Eres tan sensual y atractiva como imaginé, le dijo recorriendo con su mirada todo su cuerpo.
- Mi esposo debe estar intranquilo, dijo Élida ansiosa de apurar lo que faltaba.
- No te preocupes por tu esposo, le dijo separando sus piernas y acomodándose sobre su cuerpo. Se apoderó de su boca y comenzó a besarla con largos besos húmedos, mientras una de sus manos dirigía su verga hasta la posición que ambos deseaban. Cuando la ubicó entre sus labios vaginales la soltó para dedicarse de lleno a besarla y pasarle la lengua por la cara, las orejas y el cuello. Mi mujer, abierta de patas, se aferraba con sus manos a la espalda del macho, como pidiendo que la poseyera, y no había nada que Fabián quisiera mas. Lentamente fue enfundando su manguera dentro de mi mujer. Salía unos centímetros y volvía a meterse hasta que la conjunción fue total. En ese momento mi mujer levantó sus piernas y envolvió los riñones del macho como si quisiera evitar que se saliera, lo que era evidentemente imposible por la forma en que la había clavado hasta el fondo, y no con una tachuela sino con un martillo neumático que ahora empezaba a funcionar a baja velocidad pero que amenazaba con partirla en dos.
Yo, inconscientemente desenfundé mi verga y comencé a masturbarme ante la erótica escena que presenciaba, olvidando que una de las participantes era mi fiel esposa. La escena era muy caliente, imposible de soportar sin excitarse.
Luego de unos minutos, mi esposa comenzó a gemir y suspirar, para terminar yéndose en un clímax salvaje, debajo de ese macho que la estaba bombeando ahora sin piedad alguna,y aunque la sintió acabar, no se detuvo, siguió al mismo ritmo, con lo que consiguió que ese orgasmo se extendiera segundo tras segundo, hasta hacerse interminable. Por fin, mi mujer quedó prácticamente inconsciente de placer.
En ese momento, Fabián se levantó. Su verga despedía vapor de lo caliente que estaba y el ambiente algo frío del lugar. Esperó unos minutos que Élida se recuperara. Por fin tomándola de las manos hizo de se arrodillara, quedando ahora su sexo frente a mí, en diagonal. Fabián se colocó a la grupa de la hembra y lentamente comenzó a guardar nuevamente su herramienta en el sexo de la hembra. Ahora desde mi lugar podía ver como esa verga entraba y salía del cuerpo de mi mujer. Yo comencé a acelerar mi paja, y por fin, cuando Fabián comenzó a inyectar todo su semen en mi esposa, acabé como un marrano. El muy hijo de puta, tiene que haberle tirado no menos de 7 u 8 chorros de lefa dentro de su vagina, y se quedó sobre su espalda agotado. Cuando sacó su verga, lentamente un río de semen comenzó a salir de la concha bien regada de mi mujer.
Me acomodé la ropa y salí sin hacer ruido. Lentamente volví a mi lugar y esperé. Eran casi las 11. Durante casi una hora el guía se había estado cogiendo a mi mujer. Eran 11, 15 cuando ambos descendieron con aspecto bastante cansado.
- Se los nota cansados, dije inocente.
- Si mi amor, no sabes lo que fue subir hasta las cuevas
- En circunstancias parecidas, uno siempre se agota de subir y bajar, dijo Fabián claramente con doble sentido.
Mi mujer se puso colorada.
- Bueno ahora te vamos a ayudar a descender, dijo el guía muy atento.
Por fin regresamos al hotel.
Me acosté envolviendo mi tobillo con hielo, y dediqué el resto del día a descansar, con la solícita atención de mi mujer, que al volver fue directo a bañarse, diciendo que estaba transpirada por el ascenso, aunque yo sabía que estaba transpirada y pegoteada por la cepillada que le habían dado.
Élida, mi esposa tiene 35 años. Hace mucho ejercicio por lo que se mantiene en buena forma y su carne es firme y musculosa, además de tener unas curvas espectaculares. Un par de tetas pequeñas pero firmes con pezones grandes, y un trasero firme y respingado, que hace que los hombres se den vuelta a mirarlo aunque vayan acompañados de sus parejas, lo que produce no pocos conflictos de parejas.
Su cabello enrulado castaño y sus ojos verdes, completan un cuadro digno de Boticelli.
Yo tengo 50 años, me llamo Ricardo y mi trabajo sedentario, me complica bastante. No es que esté gordo, tengo algunos kilos de mas, pero sin dudas que no tengo el estado físico de mi mujer y eso es un verdadero problema. Siempre digo que me pondré en forma pero nunca lo hago. Por lo demás nos llevamos muy bien en todos los aspectos, aunque imagino que los 15 años de diferencia ya empiezan a marcar alguna distancia en algunas cosas.
Apenas llegar al alojamiento, preguntamos por un guía que pudiera llevarnos a recorrer ese hermoso lugar, y nos recomendaron a un tal Fabián que era un especialista en esta tarea. Sin mas pedimos conocerlo.
Como a la hora se presentó en el hotel el guía. Era un hombre de unos 30 años, piel bronceada, cabello corto, un cuerpo sin dudas trabajado por la vida al aire libre. Vi en los ojos de mi mujer el impacto que le causó, pero no quise ser un aguafiestas, y lo contratamos para emprender al día siguiente el ascenso por una senda de dificultad media, por la que según él podíamos pasear sin ningún problema.
Al día siguiente madrugamos y nos preparamos para ascender. Calzado seguro y cómodo, una mochila con algún abrigo, agua, anteojos de sol y sombrero. Yo me vestí con un jogging amplio, y mi mujer unas calzar térmicas bien ajustadas que resaltaban sus piernas y trasero, una remera mangas largas ajustada, y un chaleco térmico. Se veía realmente muy bien. Daba mas ganas de tumbarla en la cama que se subir la montaña, pero todo estaba ya arreglado.
En la puerta del hotel nos esperaba nuestro guía. Sombrero, anteojos oscuros, una remera manga larga ajustada, y una calza corta por encima de la rodilla, que dejaba a la vista sus musculosas piernas, y lo que es peor, marcaba un pedazo bastante importante. Mi esposa no pudo menos que bajar la vista para observarlo cuando lo vio y de inmediato, tomando conciencia que estaba al lado mío, levantó la mirada y lo saludo de manera normal.
Subimos a una 4X4 con la que nos llegamos hasta el inicio de la subida, y una vez allí, luego de revisar nuestro equipo, emprendimos el ascenso.
El guía iba adelante y en los sectores mas complicados nos ayudaba a avanzar. Me extrañó que mi esposa solicitara ayuda, ya que su estado atlético debiera permitirle ascender sin esfuerzo, y lo que mas me cabreaba, es que el guía al ayudarla no perdía la oportunidad de tocarla. La abrazaba para recibirla cuando el estaba mas arriba, haciendo que sus tetas se clavaran en su pecho, y la empujaba del culo cuando tenía que ayudarla a subir y el estaba más abajo. La situación no me estaba gustando nada y luego de un rato, pasó lo inesperado. Mas preocupado yo por vigilar lo que hacía mi mujer con el guía, no miré donde pisaba y me torcí un tobillo.
- Ayyy, fue mi quejido al sentir el dolor. De inmediato el guía y mi mujer se acercaron donde yo estaba.
- Quédate quieto, dijo el guía, arrodillándose y tocando mi tobillo.
- Me duele, dije entre dientes.
Fabián se levantó luego de revisarme.
- Afortunadamente no se ha roto nada, es apenas una torcedura, que se solucionará con un día de descanso, hielo y unos analgésicos. Tendríamos que evaluar si regresamos. Con un cayado y ayuda no tendrás problema para descender.
- Oh, que pena, dijo mi mujer, ya estábamos cerca de una zona de cuevas que quería ver, dijo compungida.
- No se preocupen por mi. Los esperaré aquí. Sigan un rato con el paseo y luego regresan y descendemos. No quiero arruinarte el día, mi amor.
- No querido, si no te sientes bien, bajamos, dijo aunque con poca convicción para mi que la conozco.
- No Élida, no me duele nada, me quedo aquí y los espero. El paisaje es muy lindo y no hace nada de frío. El sol esta precioso. Fabián, déjame un cayado para poder moverme en este sector por cualquier cosa y sigan con el viaje.
Fabián se perdió unos minutos en la sierra y volvió con una rama bastante recta y resistente que limpió con su navaja y me enseñó como usarla para poder caminar sin problemas. La verdad que era una gran ayuda. Hecho esto emprendió de nuevo el camino, mi mujer me dio un beso y me dijo que regresarían pronto.
Miré la hora. Eran las 10 de la mañana. Me entretuve un rato mirando el paisaje, pero a los 15 minutos ya estaba aburrido de estar allí. Y comencé a preocuparme por lo que estaría haciendo mi esposa. Lentamente traté de seguir el sendero y comprobé que usando el cayado lentamente podía desplazarme sin forzar el uso de mi tobillo lastimado. Lentamente ascendí y encontré un tramo plano de unos 50 metros que resultaba fácil seguir, y luego giraba a la derecha y llegaba en una serie de cavernas, para luego elevarse en un plano de 45 ° y luego volvía a girar. Me dí cuenta que esa subida no podía hacerla así que me acerqué a las cavernas. Ingresé a una. Era pequeña. La recorrí y al final había una grieta que daba a la caverna de al lado. El sol entraba justo por la puerta así que se veía perfectamente todo el interior,menos el fondo que quedaba en penumbras. Me acerqué a la grieta y ví que salía en diagonal hacia el frente. Cuando me asomé me quedé paralizado. Fabián de frente a mí, estaba apoyado contra una piedra y mi mujer arrodillada delante de él le estaba chupando la verga. Retrocedí un paso y quedé en la oscuridad. Ellos no podía verme. Mi mujer seguía en su tarea totalmente concentrada y Fabián con la cabeza tirada hacia atrás gozaba como un marrano.
- Así mamita, así, sigue, sigue, la alentaba en un susurro. Y mi mujer reforzaba su esfuerzo. El chupeteo se escuchaba claramente.
- Déjame ver tus tetas, le ordenó, y mi mujer separándose un momento se quitó de un tirón la remera ajustada que tenía y sus tetas quedaron a la vista del macho. La muy perra no tenía corpiño aprovechando lo ajustado de la remera.
- Toda la mañana te las estuve mirando y sintiendo contra mi cuerpo, dijo mientras las tomaba con sus manos y comenzaba a magrearlas. Mi mujer colocó sus manos detrás de su cabeza para darle total libertad al macho y lucirlas a pleno. El se arrodilló frente a ella y comenzó a chuparlas con la misma dedicación que ella le había puesto a su verga. Yo, inexplicablemente, comencé a excitarme. En lugar de estar enojado, estaba caliente. Muchas veces había tratado de imaginarme como sería mi mujer con otro hombre, y ahora lo estaba viendo. Y valía la pena.
A pesar de que la temperatura ambiente no era alta, la especial ubicación de las cuevas y el sol que entraba, hacía que el ambiente fuera agradable y templado.
- A que esperamos, dijo Fabián, empujando a mi mujer para que quedara acostada en el suelo arenoso de la cueva. Élida se tiró hacia atrás y se quedó apoyada en sus codos.
Fabián se quitó de un tirón su remera, dejando a la vista un cuerpo trabajado, y musculoso y luego de puso de pie. Fue allí donde pude ver su herramienta. Era impresionante. Larga, gruesa, con una cabeza amoratada del tamaño de un durazno pequeño. Era una vara imponente.
Ya de pie, terminó de sacarse su calza corta, quedando totalmente despelotado, y mostrando un cuerpo realmente viril. Yo no podía ver el rostro de mi mujer, pero se notaba que no perdía detalle.
Se arrodilló a los pies de ella y le quitó las zapatillas, para luego poniendo las manos en su cintura, bajarle lentamente la calza ajustada, dejándola solo con su tanga.
- Eres tan sensual y atractiva como imaginé, le dijo recorriendo con su mirada todo su cuerpo.
- Mi esposo debe estar intranquilo, dijo Élida ansiosa de apurar lo que faltaba.
- No te preocupes por tu esposo, le dijo separando sus piernas y acomodándose sobre su cuerpo. Se apoderó de su boca y comenzó a besarla con largos besos húmedos, mientras una de sus manos dirigía su verga hasta la posición que ambos deseaban. Cuando la ubicó entre sus labios vaginales la soltó para dedicarse de lleno a besarla y pasarle la lengua por la cara, las orejas y el cuello. Mi mujer, abierta de patas, se aferraba con sus manos a la espalda del macho, como pidiendo que la poseyera, y no había nada que Fabián quisiera mas. Lentamente fue enfundando su manguera dentro de mi mujer. Salía unos centímetros y volvía a meterse hasta que la conjunción fue total. En ese momento mi mujer levantó sus piernas y envolvió los riñones del macho como si quisiera evitar que se saliera, lo que era evidentemente imposible por la forma en que la había clavado hasta el fondo, y no con una tachuela sino con un martillo neumático que ahora empezaba a funcionar a baja velocidad pero que amenazaba con partirla en dos.
Yo, inconscientemente desenfundé mi verga y comencé a masturbarme ante la erótica escena que presenciaba, olvidando que una de las participantes era mi fiel esposa. La escena era muy caliente, imposible de soportar sin excitarse.
Luego de unos minutos, mi esposa comenzó a gemir y suspirar, para terminar yéndose en un clímax salvaje, debajo de ese macho que la estaba bombeando ahora sin piedad alguna,y aunque la sintió acabar, no se detuvo, siguió al mismo ritmo, con lo que consiguió que ese orgasmo se extendiera segundo tras segundo, hasta hacerse interminable. Por fin, mi mujer quedó prácticamente inconsciente de placer.
En ese momento, Fabián se levantó. Su verga despedía vapor de lo caliente que estaba y el ambiente algo frío del lugar. Esperó unos minutos que Élida se recuperara. Por fin tomándola de las manos hizo de se arrodillara, quedando ahora su sexo frente a mí, en diagonal. Fabián se colocó a la grupa de la hembra y lentamente comenzó a guardar nuevamente su herramienta en el sexo de la hembra. Ahora desde mi lugar podía ver como esa verga entraba y salía del cuerpo de mi mujer. Yo comencé a acelerar mi paja, y por fin, cuando Fabián comenzó a inyectar todo su semen en mi esposa, acabé como un marrano. El muy hijo de puta, tiene que haberle tirado no menos de 7 u 8 chorros de lefa dentro de su vagina, y se quedó sobre su espalda agotado. Cuando sacó su verga, lentamente un río de semen comenzó a salir de la concha bien regada de mi mujer.
Me acomodé la ropa y salí sin hacer ruido. Lentamente volví a mi lugar y esperé. Eran casi las 11. Durante casi una hora el guía se había estado cogiendo a mi mujer. Eran 11, 15 cuando ambos descendieron con aspecto bastante cansado.
- Se los nota cansados, dije inocente.
- Si mi amor, no sabes lo que fue subir hasta las cuevas
- En circunstancias parecidas, uno siempre se agota de subir y bajar, dijo Fabián claramente con doble sentido.
Mi mujer se puso colorada.
- Bueno ahora te vamos a ayudar a descender, dijo el guía muy atento.
Por fin regresamos al hotel.
Me acosté envolviendo mi tobillo con hielo, y dediqué el resto del día a descansar, con la solícita atención de mi mujer, que al volver fue directo a bañarse, diciendo que estaba transpirada por el ascenso, aunque yo sabía que estaba transpirada y pegoteada por la cepillada que le habían dado.
12 comentarios - Subiendo la montaña, se cepillaron a mi mujer ( 1ra. parte)