PARTE III (aquí parte II)
Otra noche durmiendo con calentura. Forzando el sueño y la mente para pensar en otra cosa. Otra trasnoche de esta mojada. De pensar si despertar a Ignacio o ir al baño a saciar sus deseos. Otra madrugada de pensar en pasar por el sexshop nuevo del centro para conseguir un juguete que sirva para saciar ese fuego sin levantar sospechas. Otra mañana de hacerse la dormida y ver como su marido abrochaba su pantalón e intentar ver su pija.
Vanesa había pasado otra mala noche. Y en mayor parte era por sus miedos, por sus calenturas, por sus envidias. Que va! Sus siete pecados capitales estaban puestos en el pajero de Cacho, que miraba a cuanta puta se le cruzaba por delante, salvo a ella. Decidió que eso no pasaría, ella no iba a entregarse, pero si iba a lograr que la miren. Se puso una tanga que apenas cubría su vulva, se la calzó bien arriba en las caderas y una calza gris, a la que le dobló el elástico para que le marcara más todo su cuerpo. Se puso una musculosa bien ajustada, que mostraba más de la mitad de las tetas.
La forma de estar vestida llamó la atención de Amanda, que le hizo un comentario al paso. Vanesa salió a ofrecerle a Cacho algo de tomar, habitualmente lo hacía. Este la saludo y, en esta ocasión, no pudo evitar mirar sus tetas, que estaban como en un mostrador, a la vista del todo el mundo. Vanesa se retiró pensando, gané, y movió su culo como nunca. Giró súbitamente y vio en Cacho la cara que ella esperaba. El rostro del pintor sobrepasaba de pajerismo, su boca estaba casi babeando, su mano en el bolsillo, sus ojos fijos en el triángulo de la tanga que asomaba por sobre el pantalón. Vanesa cerró la puerta de la casa y respiró, en realidad fue en gemido contenido. Pensó, listo, gané, se acabó. Pero no. Estaba más caliente que antes, estaba más mojada, más excitada. Tenía sus pezones duros.
Fue al baño, tenía su calza húmeda, su diminuta tanga no había alcanzado para contener sus jugos. Se la bajó, atinó a agarrar papel para limpiarse. El rose la éxito. Ya no tenía control sobre nada, se corrió la tanga y empezó a tocar su clítoris con un dedo, a mover sus caderas como si estuviese cogiendo, a apretar sus tetas que ya se habían salido de la musculosa. Imaginó los ojos de Cacho sobre ella, recordó su cara de pajero, su boca abierta, su mano en el bolsillo. Metió un dedo en su concha, dos, se movía frenéticamente hasta que acabó. Gimió. Temió ser escuchada por Amanda. Quedó sentada en el inodoro. Tratando de recuperarse. Agitada. Se limpió. Se miró en el espejo, se acomodó el pelo, se puso la ropa y salió.
Le dijo rápidamente que preparar a Amanda y se fue de compras. La paja la había liberado. Se paseó por delante de Cacho que ya no disimuló en lo más mínimo en mirarle el culo y las tetas. Si subió al auto y vio como el pintor se metía la mano en el bolsillo. Se está tocando la pija, pensó. Fue hasta el centro, entró disimuladamente al sexshop y se compró un consolador. Era una pija. Grande. Gruesa. De tamaño similar a la de Ignacio. Salió y fue a buscar a sus hijos. Volvió comieron y los llevó a la escuela.
Entró a su casa, Amanda se había retirado, y subió a su cuarto. Observó desde la ventana como Cacho miraba a cuanta mina que pasaba y se volvió a calentar. Decidió estrenar su juguete. Se quedó en tanga y musculosa. Corriendo la cortina se puso a chuparlo mientras jugaba con el rose de la tanga en su clítoris. Miraba como el pintor se babeaba con cuanta mina pasaba. Y se mojaba más y más. Se metió la pija de plástico hasta el fondo. La movió frenéticamente hasta acabar. Se encontró, como después de un lapsus, parada, con la tanga corrida a un costado, las piernas abiertas, las tetas afuera de su musculosa, el consolador aún adentro de su concha. Se lo sacó y fue corriendo al baño. Se acostó a dormir y durmió, hasta que la despertó la alarma para ir a buscar a sus hijos.
Esa noche Vanesa tuvo sexo con su marido. Fue salvaje. Duradero. Incluso anal, algo a lo que accedía cada tanto y en situaciones que para la pareja eran “especiales”. Al término de esa sesión frenética con Ignacio, Vanesa pensó que ya había terminado todo. Se durmió por un par de horas. Pero nuevamente se despertó. Su satisfacción no era completa. Estaba llena de pija, pero no alcanzaba. Dudó si se había convertido en una ninfómana, o si apenas era una obsesión por ese mirada por ese hombre que nada decía, que nada tenía, del que nada conocía….
Continuará…
Parte IV
Otra noche durmiendo con calentura. Forzando el sueño y la mente para pensar en otra cosa. Otra trasnoche de esta mojada. De pensar si despertar a Ignacio o ir al baño a saciar sus deseos. Otra madrugada de pensar en pasar por el sexshop nuevo del centro para conseguir un juguete que sirva para saciar ese fuego sin levantar sospechas. Otra mañana de hacerse la dormida y ver como su marido abrochaba su pantalón e intentar ver su pija.
Vanesa había pasado otra mala noche. Y en mayor parte era por sus miedos, por sus calenturas, por sus envidias. Que va! Sus siete pecados capitales estaban puestos en el pajero de Cacho, que miraba a cuanta puta se le cruzaba por delante, salvo a ella. Decidió que eso no pasaría, ella no iba a entregarse, pero si iba a lograr que la miren. Se puso una tanga que apenas cubría su vulva, se la calzó bien arriba en las caderas y una calza gris, a la que le dobló el elástico para que le marcara más todo su cuerpo. Se puso una musculosa bien ajustada, que mostraba más de la mitad de las tetas.
La forma de estar vestida llamó la atención de Amanda, que le hizo un comentario al paso. Vanesa salió a ofrecerle a Cacho algo de tomar, habitualmente lo hacía. Este la saludo y, en esta ocasión, no pudo evitar mirar sus tetas, que estaban como en un mostrador, a la vista del todo el mundo. Vanesa se retiró pensando, gané, y movió su culo como nunca. Giró súbitamente y vio en Cacho la cara que ella esperaba. El rostro del pintor sobrepasaba de pajerismo, su boca estaba casi babeando, su mano en el bolsillo, sus ojos fijos en el triángulo de la tanga que asomaba por sobre el pantalón. Vanesa cerró la puerta de la casa y respiró, en realidad fue en gemido contenido. Pensó, listo, gané, se acabó. Pero no. Estaba más caliente que antes, estaba más mojada, más excitada. Tenía sus pezones duros.
Fue al baño, tenía su calza húmeda, su diminuta tanga no había alcanzado para contener sus jugos. Se la bajó, atinó a agarrar papel para limpiarse. El rose la éxito. Ya no tenía control sobre nada, se corrió la tanga y empezó a tocar su clítoris con un dedo, a mover sus caderas como si estuviese cogiendo, a apretar sus tetas que ya se habían salido de la musculosa. Imaginó los ojos de Cacho sobre ella, recordó su cara de pajero, su boca abierta, su mano en el bolsillo. Metió un dedo en su concha, dos, se movía frenéticamente hasta que acabó. Gimió. Temió ser escuchada por Amanda. Quedó sentada en el inodoro. Tratando de recuperarse. Agitada. Se limpió. Se miró en el espejo, se acomodó el pelo, se puso la ropa y salió.
Le dijo rápidamente que preparar a Amanda y se fue de compras. La paja la había liberado. Se paseó por delante de Cacho que ya no disimuló en lo más mínimo en mirarle el culo y las tetas. Si subió al auto y vio como el pintor se metía la mano en el bolsillo. Se está tocando la pija, pensó. Fue hasta el centro, entró disimuladamente al sexshop y se compró un consolador. Era una pija. Grande. Gruesa. De tamaño similar a la de Ignacio. Salió y fue a buscar a sus hijos. Volvió comieron y los llevó a la escuela.
Entró a su casa, Amanda se había retirado, y subió a su cuarto. Observó desde la ventana como Cacho miraba a cuanta mina que pasaba y se volvió a calentar. Decidió estrenar su juguete. Se quedó en tanga y musculosa. Corriendo la cortina se puso a chuparlo mientras jugaba con el rose de la tanga en su clítoris. Miraba como el pintor se babeaba con cuanta mina pasaba. Y se mojaba más y más. Se metió la pija de plástico hasta el fondo. La movió frenéticamente hasta acabar. Se encontró, como después de un lapsus, parada, con la tanga corrida a un costado, las piernas abiertas, las tetas afuera de su musculosa, el consolador aún adentro de su concha. Se lo sacó y fue corriendo al baño. Se acostó a dormir y durmió, hasta que la despertó la alarma para ir a buscar a sus hijos.
Esa noche Vanesa tuvo sexo con su marido. Fue salvaje. Duradero. Incluso anal, algo a lo que accedía cada tanto y en situaciones que para la pareja eran “especiales”. Al término de esa sesión frenética con Ignacio, Vanesa pensó que ya había terminado todo. Se durmió por un par de horas. Pero nuevamente se despertó. Su satisfacción no era completa. Estaba llena de pija, pero no alcanzaba. Dudó si se había convertido en una ninfómana, o si apenas era una obsesión por ese mirada por ese hombre que nada decía, que nada tenía, del que nada conocía….
Continuará…
Parte IV
5 comentarios - Vanesa y la pijita III
Excelente!