DUODÉCIMA PARTE: Majo y el renacer de una ilusión; Susana y una tentación
Completamos seis meses de relación. Atrás había quedado Javier. Del mismo modo Esperanza que ahora profesaba un profundo odio hacia mí. Lo importante era que Majo y yo estábamos rehaciendo nuestras vidas apoyándonos el uno en el otro. Su familia jamás lo avaló, pero en estos seis meses no los vimos ni una sola vez.
Decidimos que venderíamos su departamento ya que era el que tenía más cuotas por pagar. Tendríamos que seguir pagándolas pero sería más fácil hacerlo con el dinero de la venta, y al final, solo pagaríamos la hipoteca del mío. Escrituramos mi piso a nombre de los dos y nos embarcamos en una relación que en esos primero seis meses fue de ensueño. Disfrutábamos de cualquier momento que pasábamos como pareja, nunca nos faltaba un plan; salíamos a cenar, a pasear, al cine, a la cancha, de fiesta, a vernos con sus o mis amigos; y poco a poco fuimos recuperando la confianza.
Por supuesto que sexo había, la verdad bastante. Como mencioné anteriormente, Majo era una chica fogosa, algo tímida pero cuando la situación la calentaba perdía los cabales y no tenía problema alguno en desinhibirse. Era algo realmente espectacular, además del típico polvo en la cama; Majo y yo nos encargábamos de dar vida a nuestro deseo cogiendo casi en cualquier parte.
En el comienzo de la relación el primer lugar fue en nuestro trastero (bodega, sótano, cuarto de san alejo) del edificio. Un lugar oscuro, lleno de telarañas, con olor a encierro. Luego recurrimos a otro clásico, el auto. Tanto en el parqueadero del edificio como en una vía pública, eso sí, bastante desolada para no dejarnos en evidencia. Lo hicimos también en el cine, en la última función (11pm) de un miércoles. Recuerdo que esa vez entramos a ver 'El artista', empezamos a besarnos y luego Majo empezó a chupármela. Hasta ahí era bastante excitante y teníamos la certeza de que nadie nos veía. Luego ella se bajó la bombacha y se subió sobre mí; se movía muy despacio para evitar llamar la atención; nos asegurábamos de no hacer mucho ruido, ni respiración, ni gemidos, ni jadeos; claro que uno que otro se habrá escapado. Estábamos en la última fila y tres filas más adelante estaba un anciano que se dio cuenta de lo que hacíamos. El hombre guardó silencio, miraba con disimulo hasta que se cansó de hacerlo y se quedó viéndonos fijamente. Fue un polvo muy corto pero tremendamente excitante. Apenas terminamos, arreglamos un poco nuestra ropa y nuestra apariencia y salimos de allí rápidamente.
También lo hicimos alguna vez en el baño de un restaurante y en el de un bar. Quisimos hacerlo estando en el auto mientras lo llevábamos al autolavado, pero acá no hay de eso, así que nos quedamos con las ganas. También quisimos hacerlo en una casa en venta pero como sabíamos que sería imposible sacarnos de encima al vendedor, lo descartamos. Claro que no del todo, Majo pensó que sería similar hacerlo en una obra, una casa en construcción.
En esa ocasión entramos a la madrugada en una casa en obra. Fuimos directamente a lo que nosotros suponíamos sería en un futuro la cocina de este hogar. Debo confesarles que esa vez sentí algo de miedo. Primero por suponer que podría pasarnos una rata por encima mientras cogíamos o peor aún, por suponer que habría alguien encargado de la vigilancia que podría meternos un tiro apenas escuchara el más mínimo ruído. Pero nada de eso pasó, mis paranoicas suposiciones lo único que lograron fue incrementar mis niveles de adrenalina.
Nuestra actividad sexual era incesante y nuestro nivel de fantasía parecía no tener límites. Los dos armábamos listas con lugares en los que deseáramos tener sexo. Entre ellos no faltaban las norias (Rueda de la fortuna), monumentos públicos; por ejemplo hacerlo enfrente a la estatua del libertador (Bolívar, Artigas, San Martín), en un escenario deportivo, en un bosque, en el baño de un avión, en un mirador, en el metrocable (teleférico), en un probador, en el rincón más recóndito de una biblioteca; en fin, en casi cualquier sitio que se nos iba ocurriendo. Poco a poco fuimos tachando algunos de la lista y otros, por el contrario, fueron descartados al ver que se trataba de imposibles.Y todo nos iba muy bien, hasta el día que se nos dio por hacerlo en su oficina.
Recuerdo que un miércoles, a eso de las once de la mañana me salí del trabajo. Iba a almorzar con Majo y como su oficina quedaba algo lejos de la mía, tenía que salir con buen tiempo de anticipación. Cuando llegué, vi que Majo se despedía de algunos de sus compañeros de trabajo siendo ella la última en permanecer allí.
Majo trabaja en una agencia de modelaje. Por supuesto, ella no hace parte del staff de modelos; era de la parte comercial de la compañía.
Esa tarde llegué y entre en su oficina, tenía una pila de papeles sobre el escritorio pero el resto de las cosas estaban ordenadas. Le propuse salir a almorzar pero Majo dijo no tener hambre. “No tengo hambre, he tenido mucha presión acá en el trabajo. Tengo ganas de que me ayudes a relajarme”.
Sabía lo que Majo quería decirme con ello, pero hacerlo en su oficina se me hacía muy arriesgado por más que estuvieran todos afuera almorzando. Si alguien nos descubría Majo podía quedarse sin trabajo y el pago de la hipoteca se nos haría cuesta arriba. Pero Majo estaba decidida. Se levanto de la silla y camino hasta ponerse en frente al escritorio, se sentó allí quedando frente a mí. Abrió sus piernas y empezó a mirarme seductoramente. No decía nada, solo estaba allí en silencio; invitándome con su mirada a que la cogiera. De repente la situación empezó a parecerme extremadamente caliente. Corrí a cerrar las persianas y poner el cerrojo de la puerta. Caminé hacia ella y empecé a besarla mientras acariciaba su concha por encima de su bombacha. Con la otra mano acariciaba el rostro de majo. Majo correspondió mi beso pero solo por un par de minutos. Luego puso sus dos manos sobre mi cabeza y me empujó hacia abajo. “Quiero que me comas la vagina”. Acepté sus órdenes, accedí a ser su esclavo y complacerla. Corrí su bombacha hacia un costado y empecé a jugar con mi lengua sobre su vagina. Poco a poco se iba calentando y mientras eso ocurría, ella aprisionó mi cabeza con sus piernas, la rodeó sin darme escapatoria. De todas formas yo disfrutaba dándole sexo oral a Majo, de hecho era una de las cosas que más me gustaba hacer en la vida.
Majo decidió quebrantar el cerrojo que había impuesto con sus piernas, las estiró completamente mientras yo seguía allí besando su vagina. Ella pasaba sus pies por mi espalda, por ratos me hacía daño ya que enterraba la parte más puntuda de los tacones en mi espalda. Sus manos estuvieron aferradas al escritorio hasta que tomó mi cara para hacerme subir de nuevo a besarnos.
Me calentaba mucho verla con esa apariencia de ejecutiva, le sentaba muy bien el vestido; esa falda (pollera) ajustada a su cuerpo, esa camisa blanca que la hacía ver tan formal, pero que para ese momento estaba ligeramente desabotonada y permitía ver una parte de sus senos.
Nos besamos por un rato y de paso nos acariciábamos mutuamente nuestros genitales. Hasta que llegó el momento en que Majo no aguantó más, “házmelo ya”, decía ya con la respiración bastante agitada.
Solté la hebilla del cinturón, desapunté mi pantalón y lo bajé un poco, lo suficiente para estar cómodo y sacar mi pene. Lo introduje rápidamente en ella. Sabía que debíamos apurarnos; también lo hice porque estaba extremadamente excitado y no daba espera a cogerla. La embestía fuertemente allí sobre el escritorio y de a pocos este empezaba a deslizarse sobre el suelo. Majo me miraba fijamente; el deseo y la lujuría eran una constante en su mirada. Ligeramente fruncía el ceño, sus dientes se ajustaban entre sí mientras ella aspiraba aire, luego dejaba escapar unos ligeros gemidos, casi imperceptibles. Me agarraba fuertemente del culo para que la penetrara con más fuerza y más profundo.
Luego cambiamos. Ella apoyó sus manos sobre el escritorio y yo la penetré por detrás. No por el culo, por su vagina pero estando detrás de ella. Pensé en metérsela por el culo ya que el sexo anal se había convertido en una de nuestras constantes, por lo menos cuando estábamos en casa. Majo lo toleraba un poco más que hace seis meses, pero desistí. Sabía que de hacerlo, haríamos bastante ruído y lo que nos jugábamos no era poco. Los empellones se hicieron cada vez más fuertes, Majo se apoyaba solo de una mano contra el escritorio ya que la otra la usaba para tapar su boca. La cogía tan fuerte que la torre de papeles sobre su escritorio se había ido al piso. El escritorio emitía un chirrido al deslizarse sobre el suelo. La excitación creció tanto que rodeé a Majo con un brazo y con un jalón desabroché una buena parte de su camisa. Majo lo disfrutaba, por ratos gemía, por ratos jadeaba y en otros momentos solo sonreía, luego interrumpió, “Y vos que querías ir a almorzar…”, dijo en un tono burlesco. Luego de unos buenos diez o quince minutos no aguanté más y terminé por correrme en ella.
Cuando estábamos rehaciendo nuestra apariencia, acomodando nuestra ropa para hacer ver que no había pasado nada, alguien tocó la puerta. Majo dijo:
- Adelante
- No se puede, está con seguro
Era la voz de una mujer. Al parecer joven, al parecer algo enfadada. Majo se dirigió a su silla mientras yo abrí la puerta.
- Me podés explicar esto – Dijo la chica que entró firme y decidida en la oficina
- Este es el nuevo contrato de Playtex, ¿qué es lo que querés que te explique? – Dijo Majo sin vacilar ante la furiosa chica
- A ver… Tenés que entender que yo no hago publicidad de tampones. Soy una modelo de alto standing y esto es una burla contra mí
- ¿Una burla?, perdona querida pero trabajo es trabajo...
yo acomodaba mi corbata mientras veía discutir a las dos chicas. Majo, incluso discutiendo era hermosa, por lo menos para mí. La otra chica no estaba nada mal. De hecho creo que estaba bien; pero que digo bien, estaba muy buena.
Era una mujer de unos 1,75 de estatura, tez blanca y de muy buena apariencia. Unos muslos generosos, muy bien moldeados, se notaba que esta mujer hacía un gran trabajo por tener así sus piernas. Un culo impresionante; eran una nalgas macizas, firmes y de muy buena forma. Hasta acá creo que era el mejor culo que había visto en mi vida, por lo menos en persona. Sus senos eran normales, no muy grandes, tampoco pequeños. De una buena talla y en su sitio. Era una mujer de pelo corto, se rapaba a los costados; ese día, en el que la conocí lo llevaba rubio. Su ojos eran de color café, bastante normales al igual que su nariz, que no presentaba ningún tumulto o exceso; sus labios eran definidos y carnosos. En conjunto su rostro invitaba al pecado, al deseo.
- Susana, ya firmamos el contrato con ellos, así que si no querés hacer el comercial te podés ir buscando otro trabajo
- Qué novedad, siempre consiguiéndonos contratos basura. Majo, Sos una mediocre – Dijo la sensual chica abandonando la oficina en medio de una evidente ira
Susana fue para mí un flechazo. Ver a esta mujer me hizo reevaluar mi promesa de fidelidad hacia Majo. Finalmente decidí, “A Susana, me la tengo que comer”.
Este relato es 99% real. Los nombres de los personajes y algunas situaciones fueron modificadas para proteger la identidad de las personas.
DECIMOTERCERA PARTE: Un riesgo, un capricho, una obsesión; Susana.
Era un hecho que desde ese día tenía claro que deseaba estar entre las piernas de Susana. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo con tal de pasar un rato de concupiscencia con Susana. Pero no tenía idea de cómo acercarme a ella…
Completamos seis meses de relación. Atrás había quedado Javier. Del mismo modo Esperanza que ahora profesaba un profundo odio hacia mí. Lo importante era que Majo y yo estábamos rehaciendo nuestras vidas apoyándonos el uno en el otro. Su familia jamás lo avaló, pero en estos seis meses no los vimos ni una sola vez.
Decidimos que venderíamos su departamento ya que era el que tenía más cuotas por pagar. Tendríamos que seguir pagándolas pero sería más fácil hacerlo con el dinero de la venta, y al final, solo pagaríamos la hipoteca del mío. Escrituramos mi piso a nombre de los dos y nos embarcamos en una relación que en esos primero seis meses fue de ensueño. Disfrutábamos de cualquier momento que pasábamos como pareja, nunca nos faltaba un plan; salíamos a cenar, a pasear, al cine, a la cancha, de fiesta, a vernos con sus o mis amigos; y poco a poco fuimos recuperando la confianza.
Por supuesto que sexo había, la verdad bastante. Como mencioné anteriormente, Majo era una chica fogosa, algo tímida pero cuando la situación la calentaba perdía los cabales y no tenía problema alguno en desinhibirse. Era algo realmente espectacular, además del típico polvo en la cama; Majo y yo nos encargábamos de dar vida a nuestro deseo cogiendo casi en cualquier parte.
En el comienzo de la relación el primer lugar fue en nuestro trastero (bodega, sótano, cuarto de san alejo) del edificio. Un lugar oscuro, lleno de telarañas, con olor a encierro. Luego recurrimos a otro clásico, el auto. Tanto en el parqueadero del edificio como en una vía pública, eso sí, bastante desolada para no dejarnos en evidencia. Lo hicimos también en el cine, en la última función (11pm) de un miércoles. Recuerdo que esa vez entramos a ver 'El artista', empezamos a besarnos y luego Majo empezó a chupármela. Hasta ahí era bastante excitante y teníamos la certeza de que nadie nos veía. Luego ella se bajó la bombacha y se subió sobre mí; se movía muy despacio para evitar llamar la atención; nos asegurábamos de no hacer mucho ruido, ni respiración, ni gemidos, ni jadeos; claro que uno que otro se habrá escapado. Estábamos en la última fila y tres filas más adelante estaba un anciano que se dio cuenta de lo que hacíamos. El hombre guardó silencio, miraba con disimulo hasta que se cansó de hacerlo y se quedó viéndonos fijamente. Fue un polvo muy corto pero tremendamente excitante. Apenas terminamos, arreglamos un poco nuestra ropa y nuestra apariencia y salimos de allí rápidamente.
También lo hicimos alguna vez en el baño de un restaurante y en el de un bar. Quisimos hacerlo estando en el auto mientras lo llevábamos al autolavado, pero acá no hay de eso, así que nos quedamos con las ganas. También quisimos hacerlo en una casa en venta pero como sabíamos que sería imposible sacarnos de encima al vendedor, lo descartamos. Claro que no del todo, Majo pensó que sería similar hacerlo en una obra, una casa en construcción.
En esa ocasión entramos a la madrugada en una casa en obra. Fuimos directamente a lo que nosotros suponíamos sería en un futuro la cocina de este hogar. Debo confesarles que esa vez sentí algo de miedo. Primero por suponer que podría pasarnos una rata por encima mientras cogíamos o peor aún, por suponer que habría alguien encargado de la vigilancia que podría meternos un tiro apenas escuchara el más mínimo ruído. Pero nada de eso pasó, mis paranoicas suposiciones lo único que lograron fue incrementar mis niveles de adrenalina.
Nuestra actividad sexual era incesante y nuestro nivel de fantasía parecía no tener límites. Los dos armábamos listas con lugares en los que deseáramos tener sexo. Entre ellos no faltaban las norias (Rueda de la fortuna), monumentos públicos; por ejemplo hacerlo enfrente a la estatua del libertador (Bolívar, Artigas, San Martín), en un escenario deportivo, en un bosque, en el baño de un avión, en un mirador, en el metrocable (teleférico), en un probador, en el rincón más recóndito de una biblioteca; en fin, en casi cualquier sitio que se nos iba ocurriendo. Poco a poco fuimos tachando algunos de la lista y otros, por el contrario, fueron descartados al ver que se trataba de imposibles.Y todo nos iba muy bien, hasta el día que se nos dio por hacerlo en su oficina.
Recuerdo que un miércoles, a eso de las once de la mañana me salí del trabajo. Iba a almorzar con Majo y como su oficina quedaba algo lejos de la mía, tenía que salir con buen tiempo de anticipación. Cuando llegué, vi que Majo se despedía de algunos de sus compañeros de trabajo siendo ella la última en permanecer allí.
Majo trabaja en una agencia de modelaje. Por supuesto, ella no hace parte del staff de modelos; era de la parte comercial de la compañía.
Esa tarde llegué y entre en su oficina, tenía una pila de papeles sobre el escritorio pero el resto de las cosas estaban ordenadas. Le propuse salir a almorzar pero Majo dijo no tener hambre. “No tengo hambre, he tenido mucha presión acá en el trabajo. Tengo ganas de que me ayudes a relajarme”.
Sabía lo que Majo quería decirme con ello, pero hacerlo en su oficina se me hacía muy arriesgado por más que estuvieran todos afuera almorzando. Si alguien nos descubría Majo podía quedarse sin trabajo y el pago de la hipoteca se nos haría cuesta arriba. Pero Majo estaba decidida. Se levanto de la silla y camino hasta ponerse en frente al escritorio, se sentó allí quedando frente a mí. Abrió sus piernas y empezó a mirarme seductoramente. No decía nada, solo estaba allí en silencio; invitándome con su mirada a que la cogiera. De repente la situación empezó a parecerme extremadamente caliente. Corrí a cerrar las persianas y poner el cerrojo de la puerta. Caminé hacia ella y empecé a besarla mientras acariciaba su concha por encima de su bombacha. Con la otra mano acariciaba el rostro de majo. Majo correspondió mi beso pero solo por un par de minutos. Luego puso sus dos manos sobre mi cabeza y me empujó hacia abajo. “Quiero que me comas la vagina”. Acepté sus órdenes, accedí a ser su esclavo y complacerla. Corrí su bombacha hacia un costado y empecé a jugar con mi lengua sobre su vagina. Poco a poco se iba calentando y mientras eso ocurría, ella aprisionó mi cabeza con sus piernas, la rodeó sin darme escapatoria. De todas formas yo disfrutaba dándole sexo oral a Majo, de hecho era una de las cosas que más me gustaba hacer en la vida.
Majo decidió quebrantar el cerrojo que había impuesto con sus piernas, las estiró completamente mientras yo seguía allí besando su vagina. Ella pasaba sus pies por mi espalda, por ratos me hacía daño ya que enterraba la parte más puntuda de los tacones en mi espalda. Sus manos estuvieron aferradas al escritorio hasta que tomó mi cara para hacerme subir de nuevo a besarnos.
Me calentaba mucho verla con esa apariencia de ejecutiva, le sentaba muy bien el vestido; esa falda (pollera) ajustada a su cuerpo, esa camisa blanca que la hacía ver tan formal, pero que para ese momento estaba ligeramente desabotonada y permitía ver una parte de sus senos.
Nos besamos por un rato y de paso nos acariciábamos mutuamente nuestros genitales. Hasta que llegó el momento en que Majo no aguantó más, “házmelo ya”, decía ya con la respiración bastante agitada.
Solté la hebilla del cinturón, desapunté mi pantalón y lo bajé un poco, lo suficiente para estar cómodo y sacar mi pene. Lo introduje rápidamente en ella. Sabía que debíamos apurarnos; también lo hice porque estaba extremadamente excitado y no daba espera a cogerla. La embestía fuertemente allí sobre el escritorio y de a pocos este empezaba a deslizarse sobre el suelo. Majo me miraba fijamente; el deseo y la lujuría eran una constante en su mirada. Ligeramente fruncía el ceño, sus dientes se ajustaban entre sí mientras ella aspiraba aire, luego dejaba escapar unos ligeros gemidos, casi imperceptibles. Me agarraba fuertemente del culo para que la penetrara con más fuerza y más profundo.
Luego cambiamos. Ella apoyó sus manos sobre el escritorio y yo la penetré por detrás. No por el culo, por su vagina pero estando detrás de ella. Pensé en metérsela por el culo ya que el sexo anal se había convertido en una de nuestras constantes, por lo menos cuando estábamos en casa. Majo lo toleraba un poco más que hace seis meses, pero desistí. Sabía que de hacerlo, haríamos bastante ruído y lo que nos jugábamos no era poco. Los empellones se hicieron cada vez más fuertes, Majo se apoyaba solo de una mano contra el escritorio ya que la otra la usaba para tapar su boca. La cogía tan fuerte que la torre de papeles sobre su escritorio se había ido al piso. El escritorio emitía un chirrido al deslizarse sobre el suelo. La excitación creció tanto que rodeé a Majo con un brazo y con un jalón desabroché una buena parte de su camisa. Majo lo disfrutaba, por ratos gemía, por ratos jadeaba y en otros momentos solo sonreía, luego interrumpió, “Y vos que querías ir a almorzar…”, dijo en un tono burlesco. Luego de unos buenos diez o quince minutos no aguanté más y terminé por correrme en ella.
Cuando estábamos rehaciendo nuestra apariencia, acomodando nuestra ropa para hacer ver que no había pasado nada, alguien tocó la puerta. Majo dijo:
- Adelante
- No se puede, está con seguro
Era la voz de una mujer. Al parecer joven, al parecer algo enfadada. Majo se dirigió a su silla mientras yo abrí la puerta.
- Me podés explicar esto – Dijo la chica que entró firme y decidida en la oficina
- Este es el nuevo contrato de Playtex, ¿qué es lo que querés que te explique? – Dijo Majo sin vacilar ante la furiosa chica
- A ver… Tenés que entender que yo no hago publicidad de tampones. Soy una modelo de alto standing y esto es una burla contra mí
- ¿Una burla?, perdona querida pero trabajo es trabajo...
yo acomodaba mi corbata mientras veía discutir a las dos chicas. Majo, incluso discutiendo era hermosa, por lo menos para mí. La otra chica no estaba nada mal. De hecho creo que estaba bien; pero que digo bien, estaba muy buena.
Era una mujer de unos 1,75 de estatura, tez blanca y de muy buena apariencia. Unos muslos generosos, muy bien moldeados, se notaba que esta mujer hacía un gran trabajo por tener así sus piernas. Un culo impresionante; eran una nalgas macizas, firmes y de muy buena forma. Hasta acá creo que era el mejor culo que había visto en mi vida, por lo menos en persona. Sus senos eran normales, no muy grandes, tampoco pequeños. De una buena talla y en su sitio. Era una mujer de pelo corto, se rapaba a los costados; ese día, en el que la conocí lo llevaba rubio. Su ojos eran de color café, bastante normales al igual que su nariz, que no presentaba ningún tumulto o exceso; sus labios eran definidos y carnosos. En conjunto su rostro invitaba al pecado, al deseo.
- Susana, ya firmamos el contrato con ellos, así que si no querés hacer el comercial te podés ir buscando otro trabajo
- Qué novedad, siempre consiguiéndonos contratos basura. Majo, Sos una mediocre – Dijo la sensual chica abandonando la oficina en medio de una evidente ira
Susana fue para mí un flechazo. Ver a esta mujer me hizo reevaluar mi promesa de fidelidad hacia Majo. Finalmente decidí, “A Susana, me la tengo que comer”.
Este relato es 99% real. Los nombres de los personajes y algunas situaciones fueron modificadas para proteger la identidad de las personas.
DECIMOTERCERA PARTE: Un riesgo, un capricho, una obsesión; Susana.
Era un hecho que desde ese día tenía claro que deseaba estar entre las piernas de Susana. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo con tal de pasar un rato de concupiscencia con Susana. Pero no tenía idea de cómo acercarme a ella…
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