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Compendio I
Ayer fue un día especial en nuestras vidas. Por primera vez, acompañé a mi ruiseñor a la escuela donde daría clases.
Admito que me sentía triste cuando la fui a dejar, viéndola tan bonita y arreglada: sus Jeans celestes; su chaleco blanco, que ocultaba debajo una camisa veraniega semi escotada, pero que con el busto de mi esposa, se alzaban desafiantes y tentativos, incluso para mí; lápiz labial, perfume y su cabello castaño, tomado en cola de caballo.
Ni ella quería marcharse ni yo quería que se fuera. De hecho, los 2 deseábamos secretamente aprovechar los últimos y poquísimos minutos que compartimos aparcados en el estacionamiento para hacer el amor una vez más.
Pero en vista que podíamos ser sorprendido por algún pequeño y porque yo debía regresar a casa para cuidar a nuestras hijas, esos deseos quedaron pendientes.
Para mí, fue un tremendo golpe admitir que Marisol se ha vuelto una mujer. A pesar que fuimos pololos, nos entregamos nuestras virginidades, vivimos juntos, nos comprometimos, la llevé al altar, nos casamos, me acompañó a Australia y nos volvimos padres de 2 maravillosas princesitas, siempre la seguí viendo como aquella chica otaku que iba a la escuela y buscaba que le ayudase a estudiar para entrar a la universidad.
Cuando volvió a casa, alrededor de las 4, llegó rendida con ese cansancio en los hombros de un día bien trabajado y me resultó bastante difícil convencerla para que no se duchara ni se cambiara de ropa, ya que debíamos cumplir nuestras responsabilidades como padres.
Finalmente, cayó la noche. Lizzie empezó sus clases, las pequeñas estaban bañadas, alimentadas y durmiendo y la casa era para nosotros.
Ella sonreía con esos ojitos brillantes, mientras acariciaba su mejilla y suspiraba por mí.
“¿Sabes? Nunca tuve una profesora tan bonita como tú… “Le dije, haciéndola sonreír.
“¿Sí?... ¿Te habría gustado… tener una profesora como yo?” preguntaba, con ese tono dulce y tierno, mientras probaba sus labios una vez más.
“¡Habría sido más aplicado en historia!” respondí, respirando sobre su cuello, dándole cosquillas.
“¡Qué tonto eres!” se rió, muy coqueta. “¡Eres mejor para historia que yo!”
“Bueno… sí. Ahora, que he buscado yo mismo. Pero cuando era chico, no me gustaba.”
Ella se reía, mientras mis manos acariciaban su cálida cintura.
“¡Qué chico más malo! ¡Manoseando a la profesora!” protestó divertida.
“Por suerte, te dieron ese curso…” suspiré aliviado, besando su cuello, causándole un arrebato.
“¿Por qué?”
“Porque si hubiesen sido más grandes, los chicos se habrían enamorado de ti.”
“¿Cómo puedes ser tan celoso? ¡Son niñitos!” respondió, riéndose jocosamente.
“Es que Marisol… fueron 4 años en una escuela de hombres…” le expliqué lo que viví, enterrando mi cara en sus deliciosos pechos.
“¡Ay, este niñito!... ¡Cómo le gustan los pechos de la profesora!” replicó, abrazándome cariñosamente para que siguiera probando su generoso busto.
Palpé con mi mano su tibio vientre, deslizando mi mano debajo de sus pantalones, mientras besaba sus labios.
“¿A dónde va esa mano? ¿Voy a tener que castigarte?” preguntó, con una mirada seductora.
“¡A ver! ¡Si a este niñito le gusta manosear tanto a la profesora, veamos si le gusta que la profe le manosee!” dijo, desabrochando mi pantalón.
“¡Vaya, vaya! ¡Qué muchachito tan esforzado me tocó!” sonrió, al verla erguida por ella.
La empezó a estrujar suavemente, besándola con mucha ternura. Sus manos rozaban ligeramente mis testículos, con su boquita lujuriosa, deseando probarla entre sus labios.
“¡Vamos a ver qué tan rico sabe esto!” dijo, introduciéndola lentamente y disfrutando del sabor de la punta.
Me miraba con sus ojitos verdes, suspiraba y la iba engullendo lentamente, cediéndome un placer colosal.
Su lengua daba unos chasquidos extraños, mientras buscaba sacar más y más líquido pre seminal. Lo untaba por su cara y sentía su respiración, oliscándola.
“¿Me va a seguir molestando, jovencito? ¿Se va a portar mejor?” me preguntaba, sujetando la punta del glande con la palma de su mano, cuando yo deseaba que la volviera a mamar.
“¡Vamos, Marisol, no seas mala!” le pedí.
“¡Me está faltando el respeto! ¿Sabe que lo puedo castigar, cierto?” protestaba, mientras la sobaba tan rápido, que pensé que me haría acabar de un momento a otro.
“¡Está bien! ¡Haré lo que me pida… señorita!... ¡Pero por favor, chúpemela!”
Ella se reía, sabiendo el poder que tenía sobre mí.
“Bueno, bueno… usted es mi alumno favorito, así que le daré un tratamiento especial.”
Nuevamente, su boca lo probaba como si se tratase de un helado y sus dedos, bastante agiles, subían y bajaban con la intención de hacerme acabar pronto.
Lo chupeteaba, lo dejaba respirar un poco y lo volvía a meter entre sus labios. Le acariciaba la cabeza, pero me paralizaba cuando hacía su técnica especial de succionarla completamente al vacío.
“¡Vamos, pórtese bien! ¡Tiene que darle toda la lechecita a su profesora!” demandaba ella, meneándola sin parar.
Fueron tales las ganas, que tuve que tomar su cabeza y obligarla a que la volviera a comer. Empuje frenéticamente unas 2 o 3 veces sobre sus labios, hasta que finalmente acabé.
Se ahogó un poco, pero la tragó completamente y le seguía dando lamidas, limpiándomela y realzándola con mucha facilidad.
“¡Ay, este niñito que no se cansa!” protestaba, sin parar de lamerla. “¿Tendré que chupársela otra vez?”
Supliqué porque no lo hiciera, dado que es insaciable y buenísima chupando. Además, quería atenderla a ella también…
“¡Ay!... ¡Síiii!... ¡Mi niñiito!... ¡Ahhh!.... ¡Sí!... ¡Ahí!... ¡Ahí!... ¡Lama más rico!... ¡Por favor!” exclamaba ella, mientras le devolvía el favor.
Alce sus muslos, por encima de mi cuello y ella no paraba de suspirar, ya que tenía acceso completo a su rosada y peladita intimidad.
Luego que quedara un poco “más relajada” y más dispuesta a que jugásemos juntos, subí a sus labios para besarla.
“Señorita, ¿Le puedo comer los pechos?”
Su mirada era completamente lujuriosa.
“¡Ay, niñito! ¿Será posible que los tenga que probar todos los días?”
“¡Es que sus fresitas son tan dulces y puntiagudas!” respondí.
Quería desnudarse, para dejarme el campo abierto, pero yo estaba disfrutando de esa fantasía de hacerlo con una profesora, teniéndola con el sostén a medio desabrochar y su camisa plegada como una capa.
Lo mismo pasaba con sus pantalones y su calzoncito blanco, con su tierna y solitaria cintita rosada en el centro, cuya humedad ya era notoria.
Nos besamos y seguimos acariciando, como los buenos amigos que hemos seguido siendo desde siempre.
“Y bueno… yo creo que es hora de probar… “algo más profundo y grande”…” comentó ella, muy coqueta.
La seguí besando. Me estaba volviendo loco.
“¿Y me va a tomar nota, señorita?” consulté, lamiendo su cuello y sabiendo lo fogosa que se pondría…
“¡Síii!... ¡Siii!... ¡Lo voy a evaluar!... ¡Y evaluar mucho!... ¡Así que esfuércese bastante!” respondía, mientras trataba de ajustar mi aparato sobre su entrada.
Entré lento y suavemente. Ella lo apreció, con la respiración cortándose y mordiéndose deliciosamente el labio inferior.
Se veía tan tierna y coqueta, que le di algunos besos en la comisura de sus labios, mientras ella aguantaba cómo me iba deslizando en su interior.
“¡Ya!... ¡La ejecución, muy buena!... ¡Pero ahora, tengo que ver la práctica!” dijo ella, cuando paré de meterla.
Me reí, porque inesperadamente se había salido de su rol de profesora y me recordó mis lecciones para conducir.
Pero ella también se rió conmigo, pensando también que debemos estar medio locos.
Y empecé a moverme despacio, afirmándome de las caderas de mi mujer y rozando mi pecho sobre sus senos, mientras la besaba con bastante pasión.
“¡Síiii!... ¡Así me gusta!... ¡Con más ritmo!...” pedía ella, tratando de contonearse, aunque mi cuerpo la tenía prisionera.
Podía sentir su calor y su aroma característico, a jaboncito perfumado. Me trataba de mover con suavidad, pero podía ver que levemente le dolía, aunque se mezclaba bastante bien con el gozo que sentía.
Se quejaba despacio, pero yo solamente veía a mi mejor amiga, con sus cabellos castaños esparcidos en la cama y esos ojos cerrados, como si el placer fuera a escaparse si me miraba y la besaba y tocaba como a ella le agrada.
Para cuando nos volvimos a besar, hacíamos el amor sin fantasear. Queríamos estar así de cerquita y las cuantiosas horas de separación y abstinencia de nuestra compañía y afecto parecían efímeros segundos.
La estaba metiendo entera y ella lo aguantaba lo mejor que podía, contoneándose discretamente.
“¡Siii, mi amor!... ¡Siii, mi amor!... ¡Ahí!... ¡Ahí!... ¡Síii!... ¡Ahhh!... ¡Justito allí!... ¡Justito allí!... ¡Síii!... ¡Bota tu juguito!... ¡Bótalo enterito!... ¡Ahhhh, qué rico!... ¡Qué rico!... ¡Estás tan adentrito, mi amor!... ¡Te quiero, te quiero y te recontra quiero!” me decía una vez más, mi antigua amiga.
Nos miramos y le hice cariño. Sabía que estaba cansada y no le iba a pedir más…
“Mi amor, ¿Me vas a dar por la colita? ¿O quieres dormir?” me preguntó, al ver que me separaba de ella, sin más intenciones.
“¡Debes estar cansada y mañana tienes clases en la universidad!” respondí.
“¡Síii!... pero este día no sería perfecto, si tú no me la metieras por detrás…” comentó, con un tono meloso y jugueteando con sus manos sobre mi pecho. “¿Por favor? ¿Solo un poquito?”
En vista que quería el final de un día perfecto, volví a descubrirme, lo que le hizo sacudirse de alegría. Me presentó su colita y le empecé a llenar de besos.
“¡No, amor! ¡No me des besitos! …. ¡Uhhh!” exclamó, al sentir mi lengua en su ojete.
Lamía todo su contorno y traviesamente, le mordía despacito, haciéndole gemir.
Quería hacerle jadear nuevamente, así que metí el índice en su interior y empecé a hacer movimientos circulares con él.
“¡No, amor! ¡Ese dedito no!... ¡El más gordito! ¡El que tira juguito!” pedía ella, pero yo solo jugaba.
“¿Cuál? ¿Este?” pregunté, sacándole un portentoso alarido cuando metí el anular también.
“¡No seas malo, amor! ¡Tú sabes cuál quiero!” demandaba ella, con la voz entrecortada.
Y seguí jugueteando con ella, afirmándome de sus caderas. Se sacudía ansiosa, mientras le presentaba la puntita a su estrecho agujero.
“¡No seas malo! ¡No seas malo!” protestaba con una voz casi felina, mientras deslizaba la puntita y me hacía el que erraba al ensartarla.
Sorpresivamente, en un sencillo movimiento, empecé a penetrarla, haciéndola jadear y gemir, a medida que me iba abriendo paso por su carnosidad.
“¡Uy, mi amor! ¡Te amo! ¡Te amo tanto!” se quejaba ella, meneándose a favor de la sodomía.
Yo seguía avanzando y su colita seguía tragando con gran calor y presión el bocadillo de carne que le tenía preparado. En su fuero interno, estaba candente y resbaladiza, mientras que su oquedad delantera ya descargaba algunos jugos del placer.
Finalmente, acabé con una embestida poderosa, que le hizo gemir un poco entre dolor, placer y suspenso. Me afirmé de sus caderas con bastante fuerza, descargando mis cálidos fluidos en su interior, los cuales ella recibía con bastante gusto.
“¿Lo he hecho bien, maestra?” le pregunté, mientras todavía seguía atrapado en su interior.
“¡Bastante bien, mi niño! ¡Bastante bien!” respondió ella, con un tono levemente compungida. “Pero vamos a tener que practicar más y más seguido, para que le salga perfecto.”
Y posteriormente, dormimos muy abrazados, sonriendo al pensar que soy su alumno favorito y más esforzado.
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1 comentarios - Siete por siete (141): Mi esposa, mi maestra