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La hermana de mi mejor amigo (5)

- Continuación de este post -

- Tomás - grité en silencio, un poco para avisarle a Ana, otro poco para avisarle a Dios que esa era la persona que me iba a hacer conocerlo.

Ana me miró, sin entender, pero al ver mi cara apuntando hacia la puerta no hizo falta una sola palabra más. Cerró los ojos y se puso a llorar. No era la reacción que esperaba, pero tal vez ayudara un poco a calmarlo.

Mi - ahora posiblemente ex - mejor amigo, cerró la puerta lentamente, pero con los puños apretados. Se acercó a la cama, supongo que para golpearme, pero esta vez no cerré los ojos. Sin embargo, no era a mí a quien buscaba. Agarró a su hermana del cuello, y la levantó sin esfuerzo. Ella se tapaba la cara mientras pronunciaba unas palabras de forma casi ininteligible.

- No. Por favor Tomás. Otra vez no.

Yo permanecía inmóvil, tratando de comprender qué estaba pasando a mi alrededor, en qué mundo me había metido, y empezando a pensar si todo esto no sería más que un sueño. Ojalá lo hubiera sido.

- Pará Tomás. Le vas a hacer mal - se me ocurrió decir
- Vos callate porque si no te mato - dijo de forma muy creíble

Bajé mis ojos en forma de cobardía, solo para ver como él se estaba bajando su pantalón con una mano, mostrando su miembro totalmente erecto. La idea del sueño, de la eterna pesadilla, ya había perdido toda posibilidad. Ana se puso en una posición que parecía morbosamente conocida y pude ver como, con el pelo tapando su cara, era forzada a introducir el pene de su hermano en su boca. El problema era que la situación, lejos de disgustarme, me calentaba sobre manera; me sentía enfermo, pero completamente caliente.

Tomás dirigía con fuerza la cabeza de Ana, marcando el ritmo en el cual él deseaba sentir placer. Por momentos era bastante rápido, y por otros decidía ir lento, en parte para dejar respirar a quien le hacía gozar, y en parte para calmar su libido, asumo. Para mi sorpresa, en un momento dado él soltó sus manos, las cuales situó entrelazadas en su propia nuca, pero la niña que hacía instantes estaba llorando, no se detuvo. Al mirar un poco más en detalle, noté que esa niña de vista inocente se estaba dando placer a ella misma; no me había dado cuenta pero gemía entre arcadas. Con la otra mano sujetaba el falo que parecía haberla poseído.

Decidí dejar de ser un participante pasivo de la situación por más bizarro que fuera todo, ya que todos parecíamos estar disfrutando de lo que pasaba. Me disponía a colocarme por detrás de ella para darle placer a su joven cuerpo pero de forma brusca Tomás me frenó. Por un instante pensé que tendría la entereza de frenarme porque se dio cuenta de la tremenda locura que estaba sucediendo, pero no, me indicó que debía ocupar su lugar y que él iría atrás.

Ana se acostó con su espalda en el colchón con la cabeza en la punta, dejándola caer un poco, Tomás listo a besar el húmedo sexo de su familiar cercana, y yo, rendido al morbo absoluto. Ana hizo salir toda la experiencia esa noche. Empezó por besarme los testículos suavemente, succionando despacito primero, y casi comiéndolos luego. Empezó a subir con su lengua por el tronco, dando suaves besitos hasta llegar a la punta. Si bien era yo el que tenía que moverme por la posición en la que ella estaba, era ella la que tenía todo el control con su mano agarrando la base y lentamente pajeando. Pasó su lengua varias veces por la punta, haciendo subir mucho mi temperatura hasta que por fin decidió empezar a metérsela en la boca. Aunque no estábamos en la posición más cómoda, era muy excitante. Mi calentura me hacia empujar y hacérsela tragar toda, tanto que por momentos me empujaba porque se atragantaba. No sé cómo explicar la enorme excitación que me provoca hacer eso. En forma de venganza, ella me mordía y sonreía pícaramente. Por momentos paraba para descansar su respiración y aprovechar para gemir, mientras que pasaba todo mi sexo por su cara, o se lo golpeaba contra su lengua.

Perdido en mi locura, no me había dado cuenta de que Tomás estaba en su mundo, cojiéndose a su hermana como si fuera cualquiera menos un familiar suyo. No fue mucho tiempo después que salió del orificio en el cual se encontraba, acabó en el estómago plano de Ana, me pegó una leve cachetada y me dijo despreocupadamente que "de esto, ni una palabra" y simplemente se fue. Ana detuvo su dulce accionar, agarró unos pañuelos descartables de su mesa de luz, se limpió y me dijo lo más lindo e inesperado de la noche.

- Quiero que me desvirgues la cola

Confieso que hasta el momento no era tan experimentado en el sexo como algunos de mis amigos, así que nunca había hecho esto, pero siempre tuve la hermosa fantasía, y ese día, el día en que fui Dios y el Diablo, inocente y culpable, no podía hacer más que dejarme llevar y que fuera lo que tuviera que ser.

Ana, la hermosa Ana, con sus ojos impresionantes, su cuerpo cuidado, su cara angelical, se encontraba ahora con esta última apoyada en la almohada, con una mirada de lujuria que me partía al medio, la espalda levemente arqueada, dejando sus perfectas nalgas para mí. Lo único que se me ocurrió hacer en ese momento, fue pensar que tenía que lubricarla de alguna manera así que empecé a jugar con mi lengua y mis dedos. Algo debía estar haciendo bien porque sus gemidos no se dejaron esperar, si bien por momentos parecían de dolor. Por mi cabeza pasaba el eterno pensamiento de cuándo sería suficiente, si ya estaba listo o no, ya que no quería hacerle mal de ninguna manera. Pero sus palabras marcaron el momento.

- ¡Cojeme ya por favor! - suplicó entre suspiros

Hacia allá iba yo, más duro de lo que jamás había estado, me mojé con mi propia saliva todo el largo de mi pene, y de a poquito lo fui haciendo entrar. Ana mordió la almohada en señal de dolor y placer y yo me sentí infinito, alfa y omega. La presión que recibía mi joven miembro era enorme y única, parecía como la primera vez que había hecho el amor, quería terminar instantáneamente. No me parecía justo para el pedido casi desesperado de la niña que estaba recibiendo mi cuerpo, así que me forcé calma. Empecé sacando y metiendo la punta mientras que en cada entrada agregaba un poquito más de longitud. El momento llegó en que pude enterrar todo el largo de una sola embestida, con mis manos en sus cadera apretando fuerte para poder dominarla y manejarla a mi propio gusto. El paraíso era mío. Estaba listo para acabar pero no quería que eso se terminara así que salí y le induje un movimiento de posiciones por más perfecto que fuera el que estábamos abandonando.

Me acosté yo en la cama y ella sería ahora la que marcara el ritmo. De esta forma pude contemplar y masajear sus pechos gloriosos aunque de un tamaño no muy grande. Con mis manos podía cubrirlos todos son problemas. Ella no dudó en dejarse caer sobre la entereza de lo que la estaba penetrando y su cara no hizo más que excitarme más. Tenía una mirada de felicidad mezclada con violencia, lujuria con sufrimiento pero el infinito encanto de sus ojos ganaba siempre. Le informé que estaba por ponerle fin a la gloria y ella aumentó los movimientos y los gemidos ahogados. Y finalmente sí, las puertas del Olimpo me recibieron en la más espectacular de las eyaculaciones que aún al día de hoy he tenido.

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