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Compendio I
Han pasado tantas cosas durante estos días de reposo, pero si deseo mantener prolija la bitácora, necesito narrar también esta anécdota.
Alrededor del tercer o cuarto mes de embarazo de Fio decidí acudir al urólogo del hospital.
Era un muchacho joven, bastante profesional, rubio y de cabellos rizados, que no debía sobrepasar los 27 años, corpulento y ojos grises, con leves aires de malicia y picardía, de los cuales no me sorprendería que algunas de sus pacientes fuesen jovencitas coquetas, esposas insatisfechas y tal vez, una que otra enfermera o especialista libidinosa.
Me hice todos los exámenes de rigor: próstata, vesícula, cálculos renales, conteo de espermatozoides, etc., los cuales salieron sin complicaciones.
Por mi naturaleza, soy muy preocupado de la higiene personal y lo que menos deseo es que Marisol o Hannah se enfermen a causa mía. De hecho, solamente tendría relaciones sin preservativos con mi esposa, a pesar que a Marisol le ponga más fogosa saber que mi pene está húmedo con jugos de otras mujeres.
Consulté con el muchacho si era posible examinarme por enfermedades venéreas, dada mi promiscuidad.
Por un momento, creí que él mismo iba a tratarme, pero tras sincerarme con el número y naturaleza de las mujeres con las que me he involucrado, sonrió con una mirada indiscreta y me recomendó a otro especialista.
“No hay mejor mujer en la ciudad que conozca tan bien un pene como ella…” expresó, sonriendo por el juego de palabras, y añadió tras un breve silencio. “… en el sentido científico, por supuesto.”
Mi primera reacción fue que me estaba tomando el pelo, pero me explicó que no era así. La rama de la Urología abarca diversas áreas y él estaba enfocado a la medicina general. La especialista a la que él me estaba derivando había sido su maestra en la universidad y tenía un doctorado en Andrología, que es el estudio del aparato reproductor masculino.
“Ella me enseñó todo lo que sé… y más…” Recordó gratamente el muchacho.
En vista que la consulta de su colega se encuentra más cerca de mi casa que el hospital afiliado a mi compañía, solicité una hora.
La consulta es particular y pequeña. Cuenta con una recepción, algunos baños y la oficina de la especialista. De hecho, los exámenes que requieren uso de material médico más complejo son enviados al mismo hospital donde me atiendo.
La doctora es una mujer atractiva e inteligente. Debe bordear los 60 años, pero se ha mantenido bastante bien: una tremenda melena teñida rubia, semejante a una leona; un turgente par de pechos, que si cuelgan (todavía no los he visto), no dejan de ostentar en volumen; una cintura delgada y un trasero levemente caído, pero redondeado, ya que se nota su preocupación por la figura.
Sus labios son regordetes, nariz pequeñita, ojos verdes y su frente es bastante amplia, justificando su voluminosa melena. De mejillas levemente gordas y un mentón marcado, pero redondeado, son las únicas señas de sobrepeso en ella.
Durante mi primera consulta, le expliqué que soy “promiscuo” (prefiero que piensen que yo soy un pervertido a que piensen que Marisol es extraña) y que el motivo de mi visita se debía a que quería controlarme por posibles enfermedades venéreas.
Me ordenó bajarme los pantalones y al ver mi erección, me pidió que me recostara. Hasta ese momento, me parecía una sesión normal…
Cabe destacar también que desde que empecé a involucrarme con mi suegra y la prima de mi esposa, mi erección se mantiene en unos 15, 16 cm., de manera constante.
Para mí no es muy agradable, porque en ocasiones se destaca la forma en el pantalón y soy bastante pudoroso.
Incluso, no sé si será en broma o qué, pero Karen, la chiquilla rebelde que me encontraba cuando salía a trotar, dice que “si algún día decido volverme un puto, ella puede ser mi chula… siempre que le deje probar mi mercancía…”.
Regresando a esa primera vez, la doctora tomó un par de guantes de goma, se los puso en sus manos y comenzó suavemente a masajearme, mientras le contaba mis experiencias.
“¡No se detenga!” ordenó la especialista, subiendo y bajando su mano suavemente sobre mi falo. “¡Es solamente un ejercicio para relajar la tensión muscular!”
Aunque yo me sentía como si me estuvieran haciendo una paja delicada, me confié en lo que ella decía, puesto que me miraba muy seria a los ojos.
Le comenté que estaba casado con Marisol y que éramos muy fogosos en la cama, pero que ocasionalmente conocía a otra chica, congeniábamos y al final, le era infiel a mi mujer.
Nuestra primera sesión duró un poco más de una hora y su masaje no surtió efecto alguno sobre mí. Sin embargo, me mandó a tomarme un examen de esperma.
El otro especialista había mandado uno, pero la doctora insistió en que me tomara uno fresco.
“¡Nuevo paciente, nuevo examen!” sentenció, mientras me facilitaba el vaso y me echaba de su consulta.
Llegué a la recepción y consulté con Bianca dónde debía tomarme el examen.
Es simpática, bajita, medio rubia, rellenita y le gusta bromear con doble sentido. Cuando me mostró el baño, me dio a elegir entre una revista pornográfica, una Tablet con una película cachonda e inclusive, “darme una mano”, a lo que preferí hacerlo sin ayuda.
Resultó más difícil de lo que esperaba y tardé bastante. Pero logré mi cometido, pensando en Marisol y Diana lamiendo mi falo a la vez.
Sin embargo, el pequeñísimo receptáculo (parecido a los frascos donde se guardaban los rollos fotográficos) no alcanzó a cubrir el volumen completo de mi corrida, manchando parte del suelo y mis manos.
Tras asearme y limpiar con papel higiénico tanto el piso como el envase, volví a la recepción y le devolví el envase a Bianca.
Apretando su labio inferior con el índice y el pulgar y sin dejar de mirar el frasco, me avisó que se le había olvidado darme la bolsita para aislar la muestra y a sabiendas que el brillo exterior de la muestra no era solamente agua, la metió sin asco en la bolsa y suavemente, mordió la punta de su pulgar húmedo, mirando ocasionalmente el bulto que se mantenía en mi pantalón.
A la semana siguiente, me llamaron porque mis resultados estaban listos y puesto que estaba trabajando, acordé reunirme con mi uróloga al próximo periodo libre.
En la segunda reunión, mi uróloga me informó que el conteo de espermatozoides se mantenía alto y que también tenía buena motilidad, algo que yo sabía de antemano, porque tengo gemelas de casi 2 años.
Nuevamente, la doctora me mandó a la camilla, descubrí mi falo y esta vez, me aplicó una especie de loción.
“Un relajante muscular…” me dijo, aunque perfectamente podría haber sido un gel de glicerina.
Mientras me masajeaba, me pidió que le contara sobre la primera vez que le fui infiel a mi esposa y le pareció interesante y gracioso que fuera mi suegra…
“¿Te gustan las mayores?” preguntó en un instante que parecía estrujarme el glande.
“¡No!” le respondí. “Es que mi suegra es una tigresa en la cama…”
Los masajes prosiguieron con mayor fuerza, al punto que tuve que pedirle a la doctora que suavizara su agarre, porque me estaba doliendo.
Confundido, adolorido y prometiéndome que los cultivos de mi muestra estarían para la próxima sesión, me acerqué a pagar a Bianca.
Siempre sonriendo, la recepcionista me informó que de ahora en adelante, mis horarios de atención serían por la tarde, cerca de la hora de cierre, en vista que mi condición es “Especial”. Sus palabras me asustaron, creyendo que tenía algo grave, pero Bianca me aseguró que no era así…
“Casos como el suyo… que pueden “extenderse” por mucho, mucho tiempo… la doctora prefiere atenderlos más tarde…” señaló, y remarcando con malicia la palabra destacada.
(Cases like yours… which can “stretch” for a long, long time… the doctor prefers to attend them late…)
Marisol, por supuesto, me decía que no necesitaba ir al urólogo, que “yo estaba bien” y que “me estaba preocupando por nada…”
Pero en esos tiempos, como también me estaba involucrando con Megan (a quien no he vuelto a ver desde el año pasado, dado que obtuvo su Licenciatura en Historia y se graduó, sin avisarnos ni a Marisol ni a mí), necesitaba desahogar mis remordimientos con alguien más, sin importarme que aprovechando me hicieran una paja.
La tercera sesión fue bastante peculiar. Por algún motivo que no recuerdo, llegué cerca de 2 horas antes de lo acordado y conocí a la paciente que me antecedía.
Erika es una mujer delgada, morena, de 25 años, que padece de frigidez. Contó maravillas de la doctora, porque gracias a técnicas de estimulación personal, terapia psicológica y algunos suplementos medicinales, la relación con su actual pareja estaba mejorando a pasos agigantados.
Dejando el morbo de lado, le consulté si acaso tenían juego previo, antes de tener relaciones: si su pareja le daba sexo oral, le comía los pechos o si había intentado el sexo anal, mientras que Bianca seguía atentamente mis preguntas.
Respondió que por el momento, estaba recién aceptando que su pareja metiera dedos en su sexo, ya que a pesar de no ser virgen, el simple acto de masturbarse le causaba asco y no pasó demasiado para que la doctora le llamara.
Bianca, en cambio, me confesó que no tenía esos problemas. Que a ella “le gustaba el sexo duro y brusco, donde el hombre fuese el amo y señor…”, lo que me hizo reír, explicándole que también le gusta así a mi mujer.
Conversamos de posiciones y experiencias y al rato, Erika salió.
Nuevamente, la doctora me mandó a la camilla, me aplicó la loción y…
“¡Oh! ¡He gastado mis últimos guantes quirúrgicos!” dijo la doctora, mostrándome la caja vacía. “¿Te importaría si te masajeo con mis manos?”
Sus manos estaban tibias y mirando el prepucio, preguntó si me molestaba que lo descubriera. Al hacerlo, se alzó en sus casi 19 centímetros y comenzó a menearlo suavemente, una vez más.
Ella me decía que no me preocupara. Que era natural y que esta vez, también estaba estimulando mis testículos, para ver mi irrigación.
Nuevamente, me pidió que le contara sobre la amante más caliente que había tenido y recordé a Fio.
Le dije de lo mojigata que era antes mi vecina y cómo fui corrompiéndola, poco a poco, hasta que dejó de ser virgen por todos lados. Mientras me masajeaba a un ritmo infernal, expuse la preocupación que tenía sobre si su hijo era mío o de mi vecino y que en esos momentos, estaba muy complicado, porque tanto el Jefe de Kevin, el sacerdote de su iglesia, unos chicos que trabajaban en el supermercado y yo la teníamos prácticamente como esclava sexual y que más encima, quedaba insatisfecha con su marido.
En la mitad de mi narración, Bianca entró en la consulta a darle una carpeta a la doctora, pero ni ella ni yo nos percatamos, hasta que parte de mi semen casi le salpicó en la cara.
Fue en esos momentos que la doctora me dijo que masajeándome de esa manera, mi órgano perdería rigidez, acariciando su muñeca por el constante movimiento de mano que me había dado.
Sin embargo, sabiendo cómo es mi cuerpo, le respondí que con un masaje así no bastaba y la prueba más evidente era que seguía apuntando al techo, suceso que maravillaba a las 2.
Luego de adecentarnos y limpiar un poco, me entregó los resultados de los cultivos y por fortuna, estaba todo en orden.
A pesar que su tratamiento había resultado un verdadero fiasco, consulté con la doctora si podía proseguir atendiendo mi caso, en vista que la cantidad de mis parejas sexuales sigue en aumento y me preocupa bastante que Marisol pesque algo por mi imprudencia.
Eso, aparte del alivio sexual y emocional que cada sesión me proporciona.
Las siguientes sesiones fueron más tranquilas, aunque siempre terminaba con mis pantalones abajo y ella sobándome, mientras le narraba mis desventuras.
Adquirimos mayor confianza y me contó que estaba casada con un pediatra, por más de 20 años y dado que su compañero era un par de años mayor que ella y el tiempo no les jugaba a su favor, confesó que tenían relaciones una o 2 veces al mes.
Por simple curiosidad, consulté si acaso se había inmiscuido con alguno de sus pacientes o alumnos, a lo que honestamente contestó que no. Que a lo sumo, en la universidad, tomaba a algunos de sus alumnos “más dotados” (dejándome en la duda si se refería a lo intelectual o físicamente) y les daba explicaciones graficas sobre los temas que le preguntaban, entre estos, el urólogo que me derivó a ella.
Con el pasar de las sesiones, me volví una especie de “cliente frecuente” (A pesar que nunca más la doctora me hizo eyacular) y ya deben ir unas 4 o 5 sesiones en donde Bianca ha ingresado en la consulta, para dejar algún documento, un recado o cualquier otra bobería que le permita ver mi aparato en acción.
Por su parte, la doctora sigue masajeándome con sus manos tanto el falo como los testículos, pero mantiene una actitud profesional y se enfoca en mí cuando le hablo y en un par de ocasiones que hemos vuelto a coincidir con Erika, a quien le ha contado que mi caso es todo lo opuesto y medio bromeando, la doctora agrega que “Tal vez yo pudiese asistirle mejor en su problema…”
Puesto que sigo atendiéndome cerca del horario de cierre, también Bianca me ha invitado en más de una ocasión a “Tomarme más muestras en el baño…” o que según ella, “Conoce un remedio casero e infalible, que puede ayudarme en mi problema…”, a lo que respondo que prefiero atenderme con la especialista.
No estoy diciendo que Bianca me desagrade por ser más rellenita, porque tiene un trasero formidable, una piel blanca, un rostro agradable y redondo y si bien sus caderas son anchas, los senos que porta bambolean de una manera tentadora.
Pero si tuviese que escoger entre ella y mi especialista, me quedo con la última.
Y ya finalizando (y contando el motivo de esta entrada), durante mi primera semana de vacaciones, tanto a Marisol como a Lizzie se les ocurrió darme 2 mamadas seguidas. No estoy seguro de cómo o quién empezó aquello, pero una le dijo a la otra que era capaz de hacerme correr 2 veces seguidas y la otra, por no ser menos, lo tomó como desafío personal.
Para el jueves, me sentía como un refresco en caja casi vacío, en vista que Marisol me desayunaba 2 veces, Lizzie me chupaba el doble cuando lavaba la loza al almuerzo y además, me pedía que lo hiciéramos en la cocina y por la noche, Marisol disfrutaba muy contenta que estuviese tan agotado y me costara tanto eyacular.
La uróloga se rió de mi experiencia, porque quedaba yo tan cansado por la tarde que no podía jugar con mis pequeñas tras su siesta y preguntó si acaso una mamada ayudaba en mi problema.
Respondí que no y por primera vez en todo este tratamiento, miró el glande resplandeciente como si tuviese intención de comprobarlo en persona…
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2 comentarios - Siete por siete (138): La uróloga