El sábado por la tarde fuimos a visitar a Roxana, una amiga que tiene un hijo de la misma edad que el mío. Mientras los chicos jugaban en la sala con una pelota de plástico, nos pusimos a tomar mate en el balcón sin parar de cotorrear hasta que la pelota con la que jugaban el Ro y Mateo (el hijo de mi amiga) sale volando por sobre nuestras cabezas.
El departamento de mi amiga es contrafrente, por lo que la pelota no cae en la calle, sino en el interior de un depósito que está justo al lado del edificio. Desde el cuarto piso vemos como la pelota cae en el patio del mencionado depósito, dando unos cuantos rebotes hasta quedar arrinconada contra una pared.
-Ésta debe ser como la décima pelota que perdemos- me comenta mi amiga.
-¿Que pierden?- me sorprendo.
-Sí, cuando caen ahí ya las damos por perdidas- me explica.
-¿No vas a pedírselas?-
-Lo intenté pero no las devuelven- responde resignada -Además el tipo que cuida el lugar es un ogro, si lo ves seguro salís corriendo-
-¡Jaja! ¿Es para tanto?- me río divertida por su comentario.
-Mirá, prefiero dar por perdidas las pelotas que tener que verlo, es de lo mas desagradable, la primera vez que fui no sabés como me miraba, parecía como que me iba a saltar encima en cualquier momento... ¡AJJJJ...!- hace un gesto como de asco -Se me eriza la piel de solo pensarlo-
Sin embargo a mí se me erizaba otra cosa. Al contrario que mi amiga, a mí me gusta que me miren así, no me resulta escandaloso ni desagradable. No hay mejor halago que una de esas miradas. Y si bien ella trataba de demostrar de todas las formas posibles el rechazo que le provocaba ese sujeto, la verdad es que cuanto mas lo mencionaba, mas me entusiasmaba por conocerlo. Tenía que verlo con mis propios ojos, para comprobar si los cuestionamientos de Roxana eran reales o exagerados.
-Yo voy a buscar las pelotas- le digo entonces, poniéndome en pie de un salto, decidida a cumplir mi objetivo.
-No seas boluda, no vale la pena, mas tarde salgo y le compro otra- intenta convencerme.
-Nada de eso, es por principios, las pelotas son de mi adorado Mateo y su tía va a recuperárselas- le insisto.
Bajo a la calle, doy la vuelta a la manzana y golpeo la puerta del depósito. Al cabo de un rato la puerta se abre y del otro lado aparece el Ogro del cual me había hablado mi amiga. Grande como un ropero, panzón, desaliñado y con cara de pocos amigos. En síntesis, un tipo del cual saldrías corriendo espantada.
-¿Que querés?- me pregunta de mal modo, aunque con la vista clavada en mis gomas.
-Por favor, vivo en el departamento de al lado, a mi hijo se le cayeron algunas pelotas, ¿podrías devolvérmelas?- le digo con la voz mas dulce que puedo modular.
-Si estás buscando pelotas viniste al lugar preciso- me dice esbozando una lasciva sonrisa que lo afea aún mas todavía.
Tuve que disimular para no sonreírme también..., y es que me pueden esas frases de doble sentido.
-No te hagás el vivo, y dame las pelotas, te lo estoy pidiendo por favor- le insisto, fingiendo una mueca de rechazo.
-¿Y que me vas a dar a cambio?- me pregunta mirándome de arriba abajo con una mirada que hasta derretiría un iceberg.
-¿Que querés?- le pregunto desafiante.
Son muchos los hombres que se hacen los "machitos" por la espalda, pero pocos los que se animan a irte de frente.
-Si te lo digo voy en cana- repone sin que se le borre la sonrisa.
Miro hacia los lados, lo pienso un poco y le digo:
-Enseguida vuelvo-
En la esquina hay un Maxikiosco, y como hace calor, se me ocurre comprarle un pack de cervezas bien frías.
Vuelvo y se las ofrezco a cambio de las pelotas. Ni siquiera lo piensa, recibe las cervezas y abre la puerta, invitándome a pasar. Titubeo por un momento, pero... "El infierno está encantador..."
Entro y lo acompaño hasta donde tiene las pelotas, guardadas dentro de una bolsa de consorcio. Agrega a la colección la que acaba de caer y me las entrega.
-Gracias- le digo.
-De nada- repone y mientras voy de salida, agrega, mirándome ahora el culo: -Si querés podés quedarte a compartir las cervezas, me vendría bien un poco de compañía-
Pienso en mi amiga y en mi hijo que están arriba, esperándome, si no vuelvo enseguida, la turra de Roxana es capaz de llamar a la policía.
-Otro día- le digo, y aunque parece que se lo dijera de compromiso, se lo digo en serio. En verdad me gustaría tomarme una cerveza con ese tipo.
Cuando vuelvo con la bolsa repleta de pelotas, los chicos se ponen a saltar de alegría.
-Pero acá hay algunas que no son nuestras- dice Roxana al verlas.
-Ahora lo son, quién las reclama se las queda- le digo.
-¿Y como hiciste para que te las diera?- pregunta curiosa.
-Bussines are bussines...- le contesto intrigante.
Lo cierto es que mas allá del repulsivo rechazo que había provocado en mi amiga aquel sujeto, para mí resultó todo lo contrario. Reconozco que mas de una se cruzaría de vereda al verlo, hasta yo lo haría dependiendo de la circunstancia, pero..., el depósito, que mi amiga viviera al lado, el calor, las cervezas, todo me resultaba por demás excitante.
¿Viste cuando se te pone que te querés coger a alguien? No porque sea el mas lindo, el mas guapo o el mas pijudo, sino porque te lo TENES que coger. ¡SI O SI! Eso me pasaba con ese tipo, me lo tenía que coger, y sabìa que no me lo iba a sacar de la cabeza hasta que me lo cogiera. Así de simple.
El domingo por la mañana, día de los enamorados, a modo de festejo, con mi marido nos echamos un mañanero. Pero pese al polvo seguía con la idea fija. Así que después del mate y las facturas, le digo a mi marido que voy a la pedicura, que no tardo. Le pido prestado el auto y me voy al depósito que está junto al edificio de mi amiga.
No sé si el tipo estará, es domingo, pero debo intentarlo, sino voy a estar inquieta toda la semana.
Antes que nada me dirijo al mismo kiosco de ayer, a comprar otro pack de cervezas y algo mas. Recién entonces le golpeo la puerta.
Tras un par de intentos nadie contesta. ¡Dios mío! ¿Y ahora que hago? Me desespero e insisto, voy a tirar la puerta abajo si es necesario. Una mujer caliente es cosa seria.
Por suerte al cabo de un rato la puerta se abre, y el Ogro aparece todo greñudo y malhumorado. Claro está que el malhumor se le va cuando me ve ahí parada, con un extra delgado solerito de verano, y las cervezas en la mano.
-¿La invitación sigue en pie?- le pregunto con una sonrisa mas que demostrativa.
-¡Claro que sí!- exclama sorprendido -Pasá-
Cuando entro, cierra la puerta tras de mí y todo se oscurece. Soy Caperucita Roja y acabo de entrar en la guarida del Ogro, anhelando ser devorada.
Debería sentirme intimidada, pienso que cualquier mujer en sus cabales estaría temblando de miedo, pero yo no, definitivamente no estoy en mis cabales.
Me lleva hacia el patio en donde cayó la pelota de Mateo el día anterior, el que da al balcón de mi amiga. Me señala un banco de madera para que me siente y abre una cerveza para mí y otra para él. Chocamos las latas y con evidente doble intención pregunta:
-¿Viniste por mas pelotas?-
-Por un par que se me perdieron ayer- le digo, sin duda ni titubeo.
-¿Y te parece que yo las tengo?- inquiere, siguiéndome el juego.
-Estoy segura- asiento, sosteniéndole la mirada mientras me muerdo en forma mas que sugerente el labio inferior.
-Te di todas las que tenía, si querés podés revisarme- me dice, poniendo las manos en alto, como en una requisa.
-Me parece que eso es lo que voy a hacer, porque no te creo- le digo, levantándome y avanzando decidida hacia él.
-Adelante- me incita.
Aunque nos separa una voluminosa masa de grasa abdominal, la de su panza, empiezo por palparle los costados, rumbeando siempre hacia abajo, sin apartar mis ojos de los suyos. Me detengo a la altura de los bolsillos del pantalón, dejando que se pregunte si voy a hacerlo, si puedo llegar a ser tan puta... ¡Obvio que lo soy!
Meto las manos adentro y le toqueteo el abultamiento que se encuentra entre ellos. -Creo que encontré algo...- le digo, con una sonrisa de feliz cumpleaños.
-Vas a terminar estampada contra la pared- me dice serio y amenazante.
-¿Acaso te parece que vine por otra cosa?- le hago notar.
Sin darme tiempo a nada, se me echa encima, como un animal sobre su presa, me aprisiona entre sus brazos y me besa en una forma por demás brutal y salvaje.
-¡La calentura que me estás haciendo agarrar!- me dice, con el morbo y la lujuria impregnando cada rasgo de su voz.
¡Si supiera la que me hizo agarrar él!
Me suelto de la succión de sus labios y me hinco de rodillas en el suelo, ansiosa por "recuperar" mis pelotas.
Le saco la pija afuera, pero no la asalto de inmediato, solo me dedico a contemplarla y a acariciarla con ambas manos, como un tasador frente a la escultura mas bella y valiosa de su colección. Tal como imaginaba tiene tremendo vergón, gordo y pulposo, con un entramado de venas que le confieren un aspecto aun mas intimidante. La cabeza se destaca imponente y majestuosa por sobre ese amasijo de carne. "La cereza del pastel", pienso mientras la observo soltar, a modo de anticipo, unas densas gotitas por el agujerito de la punta.
Le sonrío desde abajo y empiezo a pajearlo, con las dos manos, disfrutando esa enérgica vibración que hace que se me revolucionen los pechos por debajo del corpiño. Así que me lo saco, junto con el solero. En tanga y sandalías, sentada sobre mis talones, reanudo mi tarea, con mas énfasis todavía, dejando ahora sí que mis tetas se sacudan y alboroten libremente. Le aprisiono con ellas la pija y le hago una turca que lo pone bizco de placer. Lo miro y me digo: "Sí, es feo, un ogro como dice mi amiga, pero ¡como me calienta!"
Tiene que apoyarse contra la pared para no caerse cuando me pongo a chupársela, exagerando a propósito los ruidos de la succión, produciendo tanta espumita que tengo que escupir un poco para no ahogarme. Le escupo también los huevos, que le cuelgan pesadamente, esparciendo la saliva por todo su volumen. Curiosamente le cuelga mas abajo el derecho que el izquierdo, al revés de muchos, por lo que empiezo a comerme primero ese y luego el otro, mascándolos con sumo deleite. Para mí es todo un manjar, sobre todo esa partecita que está entre los huevos y el interior de los muslos, la que me pongo a lamer como si mi vida dependiese de ello. Me doy un verdadero atracón de bolas de Ogro, con pelos y todo.
-Que puta chupa pijas resultaste. ¿No habrás tirado las pelotas de tu hijo a propósito?- me dice con ese tono soez que ya es su marca registrada.
-Me descubriste- le digo, haciendo puchero y poniendo carita de culpabilidad.
-Si querías verga me lo hubieras dicho de entrada- se la agarra con mano firme desde la base y agrega: -A ver, abrí la boquita-
La abro, cerrando los ojos, como si esperase una sorpresa. Lo próximo que siento es su pija atravesándome la garganta. Reprimiendo la arcada que me provoca, cierro los labios en torno a tan imponente tubería y dejo que me coja por la boca. Aunque me ahogo, me atraganto, me pongo toda roja y hasta me saltan las lágrimas, el Ogro no cede en su abuso, llenándome hasta la tráquea con su carne. Siento sus huevos frotándose contra mi barbilla, y sus pelos envolviéndome la nariz.
Cuando me la saca, escupo aliviada una espumosa mezcla de saliva y líquido preseminal. Le miro la verga y está que explota, casi morada de tan dura que la tiene, con las venas bien marcadas y el glande casi como un globo. Me levanto y me saco la tanga, que ya está mojada a causa de mis propias humedades. Lo agarro por la pija y frotándola sobre los pelitos de mi concha, le pregunto:
-¿Me la vas a dar toda?-
-Te la voy a enterrar hasta el ombligo- me confirma.
Agarro el solero que quedó tirado en el suelo y de un bolsillo saco una cajita de preservativos. No sabía si él tendría, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo, así que los compré junto con la cerveza en el maxikiosco de la esquina.
-Que la pases lindo- me había dicho el muchacho que me atendió al despacharme la cerveza y los forros.
"La voy a pasar mas que lindo", pienso mientras abro uno de los sobres y extiendo yo misma el látex sobre aquel pedazo de Gloria.
Cuando ya está bien forrado, me refriego contra él, igual que antes, solo que esta vez hago que me recorra toda la hendidura, que está mojada y en llamas. Con un leve aunque preciso movimiento de su pelvis alcanza a meterme el globo de la punta, lo que me hace suspirar y hasta mear de placer. Siento como un chorrito de flujo se me escapa y me empapa la parte interior de los muslos. Nos besamos, o mejor dicho nos comemos las bocas, ya que no se trata de un beso ni de un chupón, sino de una literal muestra de lujuria.
Mientras su lengua da vueltas y vueltas dentro de mi boca, me levanta y me ciñe en torno a él, metiéndomela, ahora sí, toda y de una sola vez hasta lo mas profundo.
Colgada de su cuello, las piernas enlazadas en su ominosa cintura, echo la cabeza hacia atrás y suelto un grito de puro placer. Ni tiene que cojerme, de solo tenerlo adentro llego al orgasmo.
Lo primero que pienso es que si mi amiga estuviera en su departamento me escucharía gritar. Por suerte está en lo de la suegra, pero tampoco veo a nadie mas en los balcones. Es domingo, por lo que todos estarán de paseo, yo en cambio estoy ahí, garchando con el Ogro del depósito.
Me agarra bien fuerte de las nalgas y me coge así de parado, con un ritmo feroz y contundente. Me maneja a su antojo, empalándome una y otra vez en ese tronco gomoso y nervudo con el que me empuja las entrañas mas adentro todavía. Grito, jadeo, pataleo, no me privo de nada, entregándome por completo a esa cruel masacre por la que estoy dispuesta a inmolarme.
Sin soltarme, avanza unos pasos y me apoya la espalda contra la pared. Si creía que me estaba dando con todo, bueno..., estaba equivocada, porque ahora sí empieza a garcharme en serio.
No le aguanto el ritmo y vuelvo a acabar en medio de una estruendosa sucesión de gemidos y convulsiones, dejando un charco en el suelo con los fluidos que me arranca con cada pijazo. Las piernas se me sacuden y hasta se me acalambran debido al orgasmo, aunque no se trata de un orgasmo común y corriente, sino de uno brutal, salvaje y primigenio, como el que tendrían dos bestias en celo.
Me suelta y caigo al suelo, parada aunque a punto de derrumbarme. No llego a hacerlo, porque él me agarra y me da la vuelta, estampándome de cara contra la pared. Aunque es mucho mas grande que yo, se las arregla para ponerse a mi altura, doblando las rodillas y agachándose lo suficiente para que nuestros sexos coincidan. Con la punta recorre mi zanja, arriba y abajo, sintiéndose Amo y Señor, dominador absoluto. Me la pone entre los gajos y de nuevo, me la mete sin contemplaciones. Cierro los ojos y me dejo llevar por la bruma de la pasión.
No termina de llegar al fondo que me la saca y vuelve a entrar, mas adentro cada vez, levantándome unos cuantos centímetros del suelo con cada topetazo de su pelvis.
Mis gemidos y jadeos se incrementan aun mas en esta posición, haciendo que vuelva a mojarme en una forma que, sumado al calor, amenaza con deshidratarme en pocos segundos.
Me coge así, desde atrás y contra la pared, por un buen rato, bufando como un poseso, mordiéndome las orejas y hasta pasándome la lengua por toda la cara.
Ahora sí caigo al suelo cuando me suelta, desmoronándome como una muñeca rota y desarmada, doblándome sobre mí misma.
El Ogro se saca la poca ropa que todavía lleva puesta, se acomoda entre mis piernas y me sigue cojiendo ahí mismo, en el piso de aquel patio. Estamos al descubierto, pero no nos importa, la calentura es demasiado fuerte como para poder racionalizar algo.
En medio del garche, pega una frenada, agarra la lata de Quilmes que quedó a un costado y bebe un sorbo, pero no lo traga, sino que me besa, pasando la cerveza de su boca a la mía. Yo sí me la trago, cerrando las piernas en torno a su cuerpo y atrayéndolo hacia mí para que me siga fifando. Así lo hace, haciéndome vibrar hasta el último hueso con cada ensarte. Levanto la cabeza y veo como esa mole de carne enfundada en látex entra y sale de mi cuerpo, arrasando con todo lo que se le pone adelante.
Es un Ogro no solo de aspecto, sino también como coje, sin delicadeza ni ternura, lo cual no estoy buscando. Si estoy allí, en el patio trasero de ese depósito, es porque quiero sexo duro y salvaje. Quiero que me rompa, que me destroce, que me haga doler de tanto metérmela..., quiero volverme a casa rengueando, y mentirle a mi esposo sobre la causa de mi renguera.
Dispuesto a cumplir mis tórridos deseos, el Ogro me la saca, hace que me ponga en cuatro y reanuda sin pausa aquel delicioso sacrificio. Me agarra de la cintura y se manda con todo, me ensarta hasta lo pelos, porque eso es lo que es, UN ENSARTE, no una penetración.
No me da ni un respiro, tampoco se lo pido, moviéndome con él en una cadencia acorde a nuestros ímpetus. Sin embargo, no puedo seguirle por mucho tiempo el tren, y caigo derrumbada, de cara al piso, incapaz de realizar un solo movimiento mas. Pero él sigue, echado sobre mí, moldeándome la concha a imagen y semejanza de su verga. Entra y sale, entra y sale, entra y sale, hasta que... ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!
Pese al forro siento como la explosión de su orgasmo se expande por todo mi cuerpo, regando de placidez hasta los rincones mas lejanos. Me deja literalmente KO, al borde casi del desmayo.
¿Como me vuelvo a casa ahora?, me pregunto, sintiendo que las piernas no me responden.
Dejándome ahí tirada, en el patio del depósito, como a un objeto al que se usa y se deshecha, el Ogro se levanta, se saca el forro cargado de semen y lo tira a un costadon como a mí. Entre nebulosas de placer lo veo caminar hacia un cuarto trasero. La verga, aún a media asta, se le bambolea hacia los lados con cada paso.
-Podés usar el baño- me dice cuando vuelve.
Como puedo me levanto y casi arrastrándome voy al baño mientras él se queda tomando otra cerveza. Me pego una ducha y regreso al patio por mi ropa, pero..., el Ogro está de nuevo con la pija bien al palo. No puedo dejarlo en esas condiciones, me digo. Así que agarro otro forro y se lo pongo.
Está sentado en el banco de madera, por lo que me doy la vuelta, me separo las nalgas con mis propias manos y me le siento encima, haciendo que la punta de su verga se encaje en mi agujerito posterior, o sea en mi orto. Es muy grande. Demasiado. Me escupo varias veces en la mano y con esa saliva me lubrico la entrada, pero aún así resulta imposi... ¡¡¡AAAAAAGGGGGGGGHHHHHHHH!!!
El Ogro me sujeta de la cintura y me sienta de una, haciendo que su verga se me hunda hasta la mitad en el culo. Bueno, un poco menos de la mitad para ser sincera, pero lo que me entra, alcanza y sobra para sentir que me está rompiendo bien el ojete.
Pese al dolor me muevo arriba y abajo, sintiendo que los huesos de la pelvis se me desarman con cada empuje. Desde atrás me acaricia las tetas con sus toscas y ásperas manos, y hasta me hace una paja al ritmo de la culeada.
Pero esta vez es él quién no puede seguirme el tren. Lo siento pulsar y estremecerse, berrear como un poseso, así que me levanto de un salto y le saco el forro justo cuando la leche empieza a saltar para todos lados.
¡Sí que tenía las bolas cargadas...!
Unos cuantos lechazos me dan en la cola, en la espalda, y algunos me llegan hasta el cuello, muestra de la fuerza con que eyacula el Ogro.
Ahora sí, ¿como me vuelvo a casa?, me pregunto de nuevo. Como pueda, me respondo. Y así es como llego.
El Ogro me acompaña hasta el auto y me despide con una fuerte palmada en la cola. Otro moretón, pienso. Pero bueno, ¿que le hace una raya mas al tigre?
Eso sí, el resto de ese 14 de febrero lo pase con mi maridito, como debe ser...
El departamento de mi amiga es contrafrente, por lo que la pelota no cae en la calle, sino en el interior de un depósito que está justo al lado del edificio. Desde el cuarto piso vemos como la pelota cae en el patio del mencionado depósito, dando unos cuantos rebotes hasta quedar arrinconada contra una pared.
-Ésta debe ser como la décima pelota que perdemos- me comenta mi amiga.
-¿Que pierden?- me sorprendo.
-Sí, cuando caen ahí ya las damos por perdidas- me explica.
-¿No vas a pedírselas?-
-Lo intenté pero no las devuelven- responde resignada -Además el tipo que cuida el lugar es un ogro, si lo ves seguro salís corriendo-
-¡Jaja! ¿Es para tanto?- me río divertida por su comentario.
-Mirá, prefiero dar por perdidas las pelotas que tener que verlo, es de lo mas desagradable, la primera vez que fui no sabés como me miraba, parecía como que me iba a saltar encima en cualquier momento... ¡AJJJJ...!- hace un gesto como de asco -Se me eriza la piel de solo pensarlo-
Sin embargo a mí se me erizaba otra cosa. Al contrario que mi amiga, a mí me gusta que me miren así, no me resulta escandaloso ni desagradable. No hay mejor halago que una de esas miradas. Y si bien ella trataba de demostrar de todas las formas posibles el rechazo que le provocaba ese sujeto, la verdad es que cuanto mas lo mencionaba, mas me entusiasmaba por conocerlo. Tenía que verlo con mis propios ojos, para comprobar si los cuestionamientos de Roxana eran reales o exagerados.
-Yo voy a buscar las pelotas- le digo entonces, poniéndome en pie de un salto, decidida a cumplir mi objetivo.
-No seas boluda, no vale la pena, mas tarde salgo y le compro otra- intenta convencerme.
-Nada de eso, es por principios, las pelotas son de mi adorado Mateo y su tía va a recuperárselas- le insisto.
Bajo a la calle, doy la vuelta a la manzana y golpeo la puerta del depósito. Al cabo de un rato la puerta se abre y del otro lado aparece el Ogro del cual me había hablado mi amiga. Grande como un ropero, panzón, desaliñado y con cara de pocos amigos. En síntesis, un tipo del cual saldrías corriendo espantada.
-¿Que querés?- me pregunta de mal modo, aunque con la vista clavada en mis gomas.
-Por favor, vivo en el departamento de al lado, a mi hijo se le cayeron algunas pelotas, ¿podrías devolvérmelas?- le digo con la voz mas dulce que puedo modular.
-Si estás buscando pelotas viniste al lugar preciso- me dice esbozando una lasciva sonrisa que lo afea aún mas todavía.
Tuve que disimular para no sonreírme también..., y es que me pueden esas frases de doble sentido.
-No te hagás el vivo, y dame las pelotas, te lo estoy pidiendo por favor- le insisto, fingiendo una mueca de rechazo.
-¿Y que me vas a dar a cambio?- me pregunta mirándome de arriba abajo con una mirada que hasta derretiría un iceberg.
-¿Que querés?- le pregunto desafiante.
Son muchos los hombres que se hacen los "machitos" por la espalda, pero pocos los que se animan a irte de frente.
-Si te lo digo voy en cana- repone sin que se le borre la sonrisa.
Miro hacia los lados, lo pienso un poco y le digo:
-Enseguida vuelvo-
En la esquina hay un Maxikiosco, y como hace calor, se me ocurre comprarle un pack de cervezas bien frías.
Vuelvo y se las ofrezco a cambio de las pelotas. Ni siquiera lo piensa, recibe las cervezas y abre la puerta, invitándome a pasar. Titubeo por un momento, pero... "El infierno está encantador..."
Entro y lo acompaño hasta donde tiene las pelotas, guardadas dentro de una bolsa de consorcio. Agrega a la colección la que acaba de caer y me las entrega.
-Gracias- le digo.
-De nada- repone y mientras voy de salida, agrega, mirándome ahora el culo: -Si querés podés quedarte a compartir las cervezas, me vendría bien un poco de compañía-
Pienso en mi amiga y en mi hijo que están arriba, esperándome, si no vuelvo enseguida, la turra de Roxana es capaz de llamar a la policía.
-Otro día- le digo, y aunque parece que se lo dijera de compromiso, se lo digo en serio. En verdad me gustaría tomarme una cerveza con ese tipo.
Cuando vuelvo con la bolsa repleta de pelotas, los chicos se ponen a saltar de alegría.
-Pero acá hay algunas que no son nuestras- dice Roxana al verlas.
-Ahora lo son, quién las reclama se las queda- le digo.
-¿Y como hiciste para que te las diera?- pregunta curiosa.
-Bussines are bussines...- le contesto intrigante.
Lo cierto es que mas allá del repulsivo rechazo que había provocado en mi amiga aquel sujeto, para mí resultó todo lo contrario. Reconozco que mas de una se cruzaría de vereda al verlo, hasta yo lo haría dependiendo de la circunstancia, pero..., el depósito, que mi amiga viviera al lado, el calor, las cervezas, todo me resultaba por demás excitante.
¿Viste cuando se te pone que te querés coger a alguien? No porque sea el mas lindo, el mas guapo o el mas pijudo, sino porque te lo TENES que coger. ¡SI O SI! Eso me pasaba con ese tipo, me lo tenía que coger, y sabìa que no me lo iba a sacar de la cabeza hasta que me lo cogiera. Así de simple.
El domingo por la mañana, día de los enamorados, a modo de festejo, con mi marido nos echamos un mañanero. Pero pese al polvo seguía con la idea fija. Así que después del mate y las facturas, le digo a mi marido que voy a la pedicura, que no tardo. Le pido prestado el auto y me voy al depósito que está junto al edificio de mi amiga.
No sé si el tipo estará, es domingo, pero debo intentarlo, sino voy a estar inquieta toda la semana.
Antes que nada me dirijo al mismo kiosco de ayer, a comprar otro pack de cervezas y algo mas. Recién entonces le golpeo la puerta.
Tras un par de intentos nadie contesta. ¡Dios mío! ¿Y ahora que hago? Me desespero e insisto, voy a tirar la puerta abajo si es necesario. Una mujer caliente es cosa seria.
Por suerte al cabo de un rato la puerta se abre, y el Ogro aparece todo greñudo y malhumorado. Claro está que el malhumor se le va cuando me ve ahí parada, con un extra delgado solerito de verano, y las cervezas en la mano.
-¿La invitación sigue en pie?- le pregunto con una sonrisa mas que demostrativa.
-¡Claro que sí!- exclama sorprendido -Pasá-
Cuando entro, cierra la puerta tras de mí y todo se oscurece. Soy Caperucita Roja y acabo de entrar en la guarida del Ogro, anhelando ser devorada.
Debería sentirme intimidada, pienso que cualquier mujer en sus cabales estaría temblando de miedo, pero yo no, definitivamente no estoy en mis cabales.
Me lleva hacia el patio en donde cayó la pelota de Mateo el día anterior, el que da al balcón de mi amiga. Me señala un banco de madera para que me siente y abre una cerveza para mí y otra para él. Chocamos las latas y con evidente doble intención pregunta:
-¿Viniste por mas pelotas?-
-Por un par que se me perdieron ayer- le digo, sin duda ni titubeo.
-¿Y te parece que yo las tengo?- inquiere, siguiéndome el juego.
-Estoy segura- asiento, sosteniéndole la mirada mientras me muerdo en forma mas que sugerente el labio inferior.
-Te di todas las que tenía, si querés podés revisarme- me dice, poniendo las manos en alto, como en una requisa.
-Me parece que eso es lo que voy a hacer, porque no te creo- le digo, levantándome y avanzando decidida hacia él.
-Adelante- me incita.
Aunque nos separa una voluminosa masa de grasa abdominal, la de su panza, empiezo por palparle los costados, rumbeando siempre hacia abajo, sin apartar mis ojos de los suyos. Me detengo a la altura de los bolsillos del pantalón, dejando que se pregunte si voy a hacerlo, si puedo llegar a ser tan puta... ¡Obvio que lo soy!
Meto las manos adentro y le toqueteo el abultamiento que se encuentra entre ellos. -Creo que encontré algo...- le digo, con una sonrisa de feliz cumpleaños.
-Vas a terminar estampada contra la pared- me dice serio y amenazante.
-¿Acaso te parece que vine por otra cosa?- le hago notar.
Sin darme tiempo a nada, se me echa encima, como un animal sobre su presa, me aprisiona entre sus brazos y me besa en una forma por demás brutal y salvaje.
-¡La calentura que me estás haciendo agarrar!- me dice, con el morbo y la lujuria impregnando cada rasgo de su voz.
¡Si supiera la que me hizo agarrar él!
Me suelto de la succión de sus labios y me hinco de rodillas en el suelo, ansiosa por "recuperar" mis pelotas.
Le saco la pija afuera, pero no la asalto de inmediato, solo me dedico a contemplarla y a acariciarla con ambas manos, como un tasador frente a la escultura mas bella y valiosa de su colección. Tal como imaginaba tiene tremendo vergón, gordo y pulposo, con un entramado de venas que le confieren un aspecto aun mas intimidante. La cabeza se destaca imponente y majestuosa por sobre ese amasijo de carne. "La cereza del pastel", pienso mientras la observo soltar, a modo de anticipo, unas densas gotitas por el agujerito de la punta.
Le sonrío desde abajo y empiezo a pajearlo, con las dos manos, disfrutando esa enérgica vibración que hace que se me revolucionen los pechos por debajo del corpiño. Así que me lo saco, junto con el solero. En tanga y sandalías, sentada sobre mis talones, reanudo mi tarea, con mas énfasis todavía, dejando ahora sí que mis tetas se sacudan y alboroten libremente. Le aprisiono con ellas la pija y le hago una turca que lo pone bizco de placer. Lo miro y me digo: "Sí, es feo, un ogro como dice mi amiga, pero ¡como me calienta!"
Tiene que apoyarse contra la pared para no caerse cuando me pongo a chupársela, exagerando a propósito los ruidos de la succión, produciendo tanta espumita que tengo que escupir un poco para no ahogarme. Le escupo también los huevos, que le cuelgan pesadamente, esparciendo la saliva por todo su volumen. Curiosamente le cuelga mas abajo el derecho que el izquierdo, al revés de muchos, por lo que empiezo a comerme primero ese y luego el otro, mascándolos con sumo deleite. Para mí es todo un manjar, sobre todo esa partecita que está entre los huevos y el interior de los muslos, la que me pongo a lamer como si mi vida dependiese de ello. Me doy un verdadero atracón de bolas de Ogro, con pelos y todo.
-Que puta chupa pijas resultaste. ¿No habrás tirado las pelotas de tu hijo a propósito?- me dice con ese tono soez que ya es su marca registrada.
-Me descubriste- le digo, haciendo puchero y poniendo carita de culpabilidad.
-Si querías verga me lo hubieras dicho de entrada- se la agarra con mano firme desde la base y agrega: -A ver, abrí la boquita-
La abro, cerrando los ojos, como si esperase una sorpresa. Lo próximo que siento es su pija atravesándome la garganta. Reprimiendo la arcada que me provoca, cierro los labios en torno a tan imponente tubería y dejo que me coja por la boca. Aunque me ahogo, me atraganto, me pongo toda roja y hasta me saltan las lágrimas, el Ogro no cede en su abuso, llenándome hasta la tráquea con su carne. Siento sus huevos frotándose contra mi barbilla, y sus pelos envolviéndome la nariz.
Cuando me la saca, escupo aliviada una espumosa mezcla de saliva y líquido preseminal. Le miro la verga y está que explota, casi morada de tan dura que la tiene, con las venas bien marcadas y el glande casi como un globo. Me levanto y me saco la tanga, que ya está mojada a causa de mis propias humedades. Lo agarro por la pija y frotándola sobre los pelitos de mi concha, le pregunto:
-¿Me la vas a dar toda?-
-Te la voy a enterrar hasta el ombligo- me confirma.
Agarro el solero que quedó tirado en el suelo y de un bolsillo saco una cajita de preservativos. No sabía si él tendría, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo, así que los compré junto con la cerveza en el maxikiosco de la esquina.
-Que la pases lindo- me había dicho el muchacho que me atendió al despacharme la cerveza y los forros.
"La voy a pasar mas que lindo", pienso mientras abro uno de los sobres y extiendo yo misma el látex sobre aquel pedazo de Gloria.
Cuando ya está bien forrado, me refriego contra él, igual que antes, solo que esta vez hago que me recorra toda la hendidura, que está mojada y en llamas. Con un leve aunque preciso movimiento de su pelvis alcanza a meterme el globo de la punta, lo que me hace suspirar y hasta mear de placer. Siento como un chorrito de flujo se me escapa y me empapa la parte interior de los muslos. Nos besamos, o mejor dicho nos comemos las bocas, ya que no se trata de un beso ni de un chupón, sino de una literal muestra de lujuria.
Mientras su lengua da vueltas y vueltas dentro de mi boca, me levanta y me ciñe en torno a él, metiéndomela, ahora sí, toda y de una sola vez hasta lo mas profundo.
Colgada de su cuello, las piernas enlazadas en su ominosa cintura, echo la cabeza hacia atrás y suelto un grito de puro placer. Ni tiene que cojerme, de solo tenerlo adentro llego al orgasmo.
Lo primero que pienso es que si mi amiga estuviera en su departamento me escucharía gritar. Por suerte está en lo de la suegra, pero tampoco veo a nadie mas en los balcones. Es domingo, por lo que todos estarán de paseo, yo en cambio estoy ahí, garchando con el Ogro del depósito.
Me agarra bien fuerte de las nalgas y me coge así de parado, con un ritmo feroz y contundente. Me maneja a su antojo, empalándome una y otra vez en ese tronco gomoso y nervudo con el que me empuja las entrañas mas adentro todavía. Grito, jadeo, pataleo, no me privo de nada, entregándome por completo a esa cruel masacre por la que estoy dispuesta a inmolarme.
Sin soltarme, avanza unos pasos y me apoya la espalda contra la pared. Si creía que me estaba dando con todo, bueno..., estaba equivocada, porque ahora sí empieza a garcharme en serio.
No le aguanto el ritmo y vuelvo a acabar en medio de una estruendosa sucesión de gemidos y convulsiones, dejando un charco en el suelo con los fluidos que me arranca con cada pijazo. Las piernas se me sacuden y hasta se me acalambran debido al orgasmo, aunque no se trata de un orgasmo común y corriente, sino de uno brutal, salvaje y primigenio, como el que tendrían dos bestias en celo.
Me suelta y caigo al suelo, parada aunque a punto de derrumbarme. No llego a hacerlo, porque él me agarra y me da la vuelta, estampándome de cara contra la pared. Aunque es mucho mas grande que yo, se las arregla para ponerse a mi altura, doblando las rodillas y agachándose lo suficiente para que nuestros sexos coincidan. Con la punta recorre mi zanja, arriba y abajo, sintiéndose Amo y Señor, dominador absoluto. Me la pone entre los gajos y de nuevo, me la mete sin contemplaciones. Cierro los ojos y me dejo llevar por la bruma de la pasión.
No termina de llegar al fondo que me la saca y vuelve a entrar, mas adentro cada vez, levantándome unos cuantos centímetros del suelo con cada topetazo de su pelvis.
Mis gemidos y jadeos se incrementan aun mas en esta posición, haciendo que vuelva a mojarme en una forma que, sumado al calor, amenaza con deshidratarme en pocos segundos.
Me coge así, desde atrás y contra la pared, por un buen rato, bufando como un poseso, mordiéndome las orejas y hasta pasándome la lengua por toda la cara.
Ahora sí caigo al suelo cuando me suelta, desmoronándome como una muñeca rota y desarmada, doblándome sobre mí misma.
El Ogro se saca la poca ropa que todavía lleva puesta, se acomoda entre mis piernas y me sigue cojiendo ahí mismo, en el piso de aquel patio. Estamos al descubierto, pero no nos importa, la calentura es demasiado fuerte como para poder racionalizar algo.
En medio del garche, pega una frenada, agarra la lata de Quilmes que quedó a un costado y bebe un sorbo, pero no lo traga, sino que me besa, pasando la cerveza de su boca a la mía. Yo sí me la trago, cerrando las piernas en torno a su cuerpo y atrayéndolo hacia mí para que me siga fifando. Así lo hace, haciéndome vibrar hasta el último hueso con cada ensarte. Levanto la cabeza y veo como esa mole de carne enfundada en látex entra y sale de mi cuerpo, arrasando con todo lo que se le pone adelante.
Es un Ogro no solo de aspecto, sino también como coje, sin delicadeza ni ternura, lo cual no estoy buscando. Si estoy allí, en el patio trasero de ese depósito, es porque quiero sexo duro y salvaje. Quiero que me rompa, que me destroce, que me haga doler de tanto metérmela..., quiero volverme a casa rengueando, y mentirle a mi esposo sobre la causa de mi renguera.
Dispuesto a cumplir mis tórridos deseos, el Ogro me la saca, hace que me ponga en cuatro y reanuda sin pausa aquel delicioso sacrificio. Me agarra de la cintura y se manda con todo, me ensarta hasta lo pelos, porque eso es lo que es, UN ENSARTE, no una penetración.
No me da ni un respiro, tampoco se lo pido, moviéndome con él en una cadencia acorde a nuestros ímpetus. Sin embargo, no puedo seguirle por mucho tiempo el tren, y caigo derrumbada, de cara al piso, incapaz de realizar un solo movimiento mas. Pero él sigue, echado sobre mí, moldeándome la concha a imagen y semejanza de su verga. Entra y sale, entra y sale, entra y sale, hasta que... ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!
Pese al forro siento como la explosión de su orgasmo se expande por todo mi cuerpo, regando de placidez hasta los rincones mas lejanos. Me deja literalmente KO, al borde casi del desmayo.
¿Como me vuelvo a casa ahora?, me pregunto, sintiendo que las piernas no me responden.
Dejándome ahí tirada, en el patio del depósito, como a un objeto al que se usa y se deshecha, el Ogro se levanta, se saca el forro cargado de semen y lo tira a un costadon como a mí. Entre nebulosas de placer lo veo caminar hacia un cuarto trasero. La verga, aún a media asta, se le bambolea hacia los lados con cada paso.
-Podés usar el baño- me dice cuando vuelve.
Como puedo me levanto y casi arrastrándome voy al baño mientras él se queda tomando otra cerveza. Me pego una ducha y regreso al patio por mi ropa, pero..., el Ogro está de nuevo con la pija bien al palo. No puedo dejarlo en esas condiciones, me digo. Así que agarro otro forro y se lo pongo.
Está sentado en el banco de madera, por lo que me doy la vuelta, me separo las nalgas con mis propias manos y me le siento encima, haciendo que la punta de su verga se encaje en mi agujerito posterior, o sea en mi orto. Es muy grande. Demasiado. Me escupo varias veces en la mano y con esa saliva me lubrico la entrada, pero aún así resulta imposi... ¡¡¡AAAAAAGGGGGGGGHHHHHHHH!!!
El Ogro me sujeta de la cintura y me sienta de una, haciendo que su verga se me hunda hasta la mitad en el culo. Bueno, un poco menos de la mitad para ser sincera, pero lo que me entra, alcanza y sobra para sentir que me está rompiendo bien el ojete.
Pese al dolor me muevo arriba y abajo, sintiendo que los huesos de la pelvis se me desarman con cada empuje. Desde atrás me acaricia las tetas con sus toscas y ásperas manos, y hasta me hace una paja al ritmo de la culeada.
Pero esta vez es él quién no puede seguirme el tren. Lo siento pulsar y estremecerse, berrear como un poseso, así que me levanto de un salto y le saco el forro justo cuando la leche empieza a saltar para todos lados.
¡Sí que tenía las bolas cargadas...!
Unos cuantos lechazos me dan en la cola, en la espalda, y algunos me llegan hasta el cuello, muestra de la fuerza con que eyacula el Ogro.
Ahora sí, ¿como me vuelvo a casa?, me pregunto de nuevo. Como pueda, me respondo. Y así es como llego.
El Ogro me acompaña hasta el auto y me despide con una fuerte palmada en la cola. Otro moretón, pienso. Pero bueno, ¿que le hace una raya mas al tigre?
Eso sí, el resto de ese 14 de febrero lo pase con mi maridito, como debe ser...
19 comentarios - Caperucita y el Ogro...
besos Misko
Buenisimo el relato como siempre Mary, con esa forma tan deliciosa y caliente de narrar esos sabrosos detalles, que me hacen volver loco de calentura, y me revientan la cabeza (bueno las dos)...jajaja, y como de costumbre te digo, quedo ansioso a la espera de otra de tus "cachondas aventuras eróticas"
Van puntines y reco linda!! +10
Abrazos y besos preciosa!
Me la has puesto dura!!