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Piedras preciosas

A medida que Tara se aproximaba a casa, una sonrisa aparecía en sus labios. Quedaban lejos aquellos momentos en los que los ratos en casa se habían convertido en los peores de su adolescencia, bajo el yugo opresivo de su madre la que apenas la dejaba, salir con chicos o incluso invitar a sus amigas a casa a ver una peli.

Cuando giró la llave de la puerta para entrar en casa, encontró a su madre, al cómo debía estar, con una sonrisa en los labios, de rodillas, esperando a recogerle la cartera. Para cualquiera que no fuera Tara la escena hubiera sido mucho más extraña si además se hubiera percatado de que la madre de tara se encontraba totalmente desnuda a excepción de una alianza turca en el dedo índice de su mano derecha y aquellos ojos vidriosos e inexpresivos.

La madre de tara pese a estar en bien entrados los 40 años de edad, tenía un aspecto envidiable, que distaba mucho del que había tenido solo dos meses atrás. Su pelo rubio bien cuidado, su vientre plano, piernas bien torneadas y un pecho operado que parecía demasiado grande para que pudiera darle a la madre de Tara una movilidad correcta, hacía que pareciera la hermana mayor de su hija, siendo dos Barbies casi idénticas.

A diferencia de su madre, Tara, contrastaba por unas piernas largas y musculosas, un pecho natural y ojos verdes y muy vividos.

Cath, la madre de Tara, nada más ver a su hija entrar se lanzó a besarle los zapatos tal y como la habían enseñado, sin embargo, Tara la detuvo con un ademán.

- Mami, hoy tienes que descansar y no gastar fuerzas, ten en cuenta que es tu puesta de largo.

Cath observó a su hija con una mirada vacía carente de expresión, como si no acabará de entender lo que su hija acaba de explicarle, por lo cual Tara siguió explicando.

- Hoy vas a tener el honor de recibir en mi casa a todas mis amigas y como eres la reina de la fiesta, vas a comerles a todas el coñito.

- A Cathy le gusta comer coñitos – comentó con entusiasmo al mismo momento que daba pequeños botes y hacia que sus tetas se bambolearan arriba ya bajo.

Mientras Tara comía, nadie dijo nada, de vez en cuando tara soltaba un gemido suavizado por los sonidos guturales que realizaba su madre mientras le introducía la lengua en su sexo. Para Tara, la hora de las comidas había cambiado mucho, antes era la hora de discutir, ahora en cambio era un momento de paz y tranquilidad en la que ella disfrutaba de la mesa entera para ella sola mientras debajo de ella su madre aliviaba los calores que había sufrido durante sus horas de clase

Un gemido más largo de lo habitual seguido de un pequeño espasmo indicó que Tara había alcanzado el clímax, y que era la hora de comer de Cathy que se lanzó ávidamente a por los jugos de su hija, dejando todo su sexo limpio. Terminada la comida, Tara se dispuso a echar una siesta mientras su madre se ocupaba de los quehaceres domésticos.

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- ¡¡Tara!! No te alejes mucho – le advertía su profesora – y ni se te ocurra meterte en esa cueva. A saber que puedes encontrarte ahí-.

Tara hizo caso omiso a las recomendaciones de la profesora, si iba a ser la única vez que iba a estar en Grecia, debía explorar todo lo que pudiera, y más si cabe aquella región de magnesia una de las más místicas y extrañas del mundo.

Tara entro en una cueva, su acceso estaba oculto entre unas sabinas, en el interior una especie de pinturas rupestres daban la bienvenida. Una de ellas mostraba a alguien que parecía el jefe de la tribu, sostenía en alto lo que parecía una piedra, alrededor una multitud de figuras que se postraban ante él.

Tara observó alrededor y de repente se sintió poderosamente atraída por una serie de minerales que se encontraba desparramados por el suelo. Se acercó a ellas y cuando las toco, tuvo una extraña sensación, se vio a sí misma como emperadora del mundo.

Para cuando quiso salir de la cueva todo el autobús la estaba esperando y la profesora desde lejos hizo un ademán de reprimenda, pero a medida que Tara se acercaba le cambió el semblante.

- No me riña profesora no me he alejado nada – Contestó Tara con soberbia, esperando una riña de su profesora.

- No te preocupes Tara, si no es molestia esperar por ti.

El semblante de tara en seguida pasó de la incredulidad a una cara de comprensión y ésta a una mueca de bravuconería.

- Profe, ¿Voy algo incomoda en un asiento, ¿podría tener para mi dos?- Comento a modo de pregunta pero sonó más bien como una orden que otra cosa

La perplejidad era un poema en la cara de su profesora, pero parecía reacia a doblegarse ante las exigencias del alumna, a lo que Tara hábilmente contratacó sin dejar que el cerebro de su profesora se recompusiera.

- Es que vera… - titubeó. He encontrado estas piedras y es incómodo para mi llevarlas encima

En ese momento abrió la bolsa y enseño las pequeñas piedras a la profesora. En ese momento pasaron varias cosas. La boca se entreabrió, y los ojos se tornaron levemente vidriosos y carentes de animación, al poco la profesora se recompuso y carraspeo.

- Es cierto Tara, debe ser incómodo para ti ir en un solo asiento, ocupa también el mío.

Tara ocupó sus dos asientos ante la mirada estupefacta de todos sus compañeros de clase y su profesora se fue a sentar en el asiento del copiloto del autobús, que no era más que una tabla que subía y bajaba.

Pasado un rato y por dos o tres veces, la profesora hizo ademán de levantarse y volver a ocupar su sitio, sin embargo una sombra le oscurecía el rostro y no se movía de su sitio

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Mamá Cathy estaba radiante y era la reina de la fiesta. Se encontraba de rodillas en el medio de un corro de amigas de tara, con sus enormes tetas colgando. No importaba que su cometido en ese momento fuera de mesita para la pizza, Cath se encontrara tan excitada de sentirse un objeto que su mano arremetía contra su rosada vagina continuamente y un pequeño charco comenzaba a formarse fruto de los numerosos orgasmos que había tenido. De pronto empezó a convulsionar y a acompasar rítmicamente sus movimientos y en el momento en el que estaba a punto de conseguir otro orgasmo.

- Para – dijo Tara con voz autoritaria. Cath emitió un sonido gutural muy similar al gruñido de algún tipo de animal, sin embargo retiro la mano y se quedó ahí parada.

Todas las amigas de Tara exclamaron asombradas.

- ¿Y obedece a todo lo que le mandas? - pregunto con intriga una de las amigas de Tara

- Al principio si quería rebelarse, - explicó - pero cuando tenía esos amagos es cuando yo sacaba la fusta

- ¡Qué interesante! ¿Puedo probar?

- Por supuesto, ya verás. ¡Mamá! Has sido muy desobediente, prepárate para unos azotes.

- Genial, a Cathy le gusta recibir azotes – dijo con un entusiasmo atípico poniendo el culo en pompa.

Cuando Jess, la amiga de Tara, comenzó con los fustazos, Cath solo sabía reírse con una risa totalmente artificial

- Ji ji ji, sí que he tenido que ser mala para que me des tan fuerte….

Después de una dura tanda de golpes el culo ya tenía una fina marca morada en ambas nalgas

- Jobar, al final con tanto azote voy a tener que ir todo el día a cuatro patas.

Una carcajada general estallo en el salón.

- Ahora vais a ver lo mejor, porque vamos a darle a mi madre su regalo – comento Tara con una medio sonrisa en los labios.

Sus amigas se extrañaron, pero dejaron hacer, al fin y al cabo ya sabían cómo se las gastaba Tara. Era mejor confiar en ella. Tara se levantó la falda, se arrodillo delante de su madre y aun simple gesto de la chica su madre se colocó en posición para lamer su coñito. El simple contacto de la lengua con el sexo de su hija hizo que tara gimiera profundamente para después suavemente empezar a mover sus caderas.

Las amigas de Tara se movían entre la incomodidad, la excitación y el asombro, sin embargo con el primer orgasmo de Tara, se fueron animando y desnudando sus cuerpos de tal manera que se iban colocando en la posición que había estado Tara momentos antes. Cathy que todavía no tenía permiso para volverse a tocar se removía inquieta pero sin descuidar su trabajo. Poco a poco fueron pasando todas las amigas de Tara por el trono de la Reina como así lo llamaba la propia Cathy la cual estaba encantada de ser el centro de atención. Cada vez que una chica se corría y dejaba paso a otra soltaba una frase del tipo: “Vaya, otra chica viene a darme un regalo” o “que afortunada soy” y desde aquel momento no podía decir nada más pues su boca quedaba a merced del coñito de turno

Aunque Cath había lamido diligentemente los coñitos de todas las amigas de su hija, algunas más de una vez, esta, se encontraban llena de flujos que recorrían toda su cara y parte de su cuerpo. Todas las amigas de Tara se encontraban exhaustas tumbadas en el suelo sin ganas de hacer nada.

- Jess – Dijo Tara - ¿Tú has sido la que más veces se ha corrido no?

- Si – Contesto Jess, mientras aun acariciaba su sexo

- Creo, y seguro que mis compañeras de clase estarán de acuerdo conmigo, que como tú has sido la que más ha disfrutado, deberías ser la que la deje limpia, para otra próxima vez

- Tía ¿cómo te pasas no? No soy una sin cerebro como tu madre para hacer eso

- ¿qué insinúas? ¿Qué lo haga yo? Contesto Tara alzando el tono de voz

- No tía, perdona, pero lo pueden hacer el resto.

- Sí, claro. Pero tú eres la que más ha disfrutado, tendrás que hacer algún sacrificio.

- Vale tía, perdona no te cabrees, la llevare a la ducha.

- Veras cielo, eso no se limpia en la ducha. Las duchas no son para muebles ni complacedoras, son para las personas. Eso lo tendrás que limpiar con la lengua.

- Que va tía, ¿estás loca? ¿Cómo voy a hacer eso?

- Mira, eso es muy sencillo – dijo Tara agarrando a Jess suavemente por el cuello con la mano que llevaba el anillo.- Y ahora te tienes que inclinar.

Jess Comenzó con leves lametones a la cara y a las tetas de Cathy para luego comenzar con más lujuria con la boca, los labio y bajando hasta el sexo de Cath. Mientras lamia su sexo, su pulso se aceleró, su respiración se hizo más dificultosa y una sombra de enfado recorrió sus ojos e hizo ademan de levantarse, es esto, Tara volvió a colocar su mano sobre su cuello y con la otra mano libre comenzó a masturbarla suavemente, introduciendo primeramente dos dedos de golpe que hicieron dar un respingo a Jess, pero consiguiendo que su pulso se calmase.

La reticencia de Jess pareció cesar, y un aspecto vítreo, aparición en los ojos el resto del tiempo mientras se afanaba en dejar limpia a Cathy que con unos estertóreos jadeos indicaba que se encontraba muy cerca del orgasmo, que termino, cunado esta arqueo la espalda de una forma casi antinatural y se corría abundantemente sobre su abdomen, el cual era limpiado diligentemente por Jess. Al finalizar la limpieza, se detuvo pensativa, los ojos recuperaron su color miel habitual y preguntó confusa.

- ¿Qué ha ocurrido?

- Nada – contestaron al unísono el resto de amigas que habían asistido perplejas a aquella exhibición.

Jess no se encontraba muy convencida, pero ante la insistencia de sus amigas, y el hecho de no recordar nada, hicieron que se socavarán sus dudas, y pudo seguir disfrutando de la fiesta.

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Nada más llegar a casa, después de su viaje a Grecia, Tara subió corriendo a su cuarto, se encerró en él, cogió un anillo viejo y se puso a trabajar. Nunca se le habían dado mal las manualidades y tras unas horas de trabajo consiguió incrustar un fragmento pequeño de una de las piedras en el anillo. Lo pulió, le saco brillo y lo ajustó, d tal manera que parecía un anillo recién comprado. También aprovecho y se hizo un colgante con la una piedra que tenía el tamaño perfecto para eso.

Terminado el trabajo, ella se puso el colgante y bajo corriendo a la cocina a encontrarse con su madre.

- Mami, mira lo que te he traído de Grecia – Dijo Tara inocentemente – se trata de un juego de joyas del amor. Yo me quedo el colgante y tú te pones el anillo

- Muchas gracias cariño – dijo su madre a la vez que se lo probaba en el dedo índice

- Mamiii…

- Si, cariño.

- Sería posible cenar pizza hoy

- Tara, llevo toda la tarde en la cocina, preparando el asado

- Es que me haría mucha ilusión.

- A veces, Tara las cosas no pueden ser.

- MAMAA – se le escapó a Tara una voz algo más elevada que el tono normal de conversación.- La mejor madre del mundo haría lo posible para que su hija fuera feliz y ahora mi felicidad pasa por dejarme come pizza – dijo recuperando el tono normal.

Los ojos de Cath se volvieron por un segundo vidriosos para luego recuperar el tono verdoso.

- Por una vez, vale, pero que no se repita, sabes que no me gusta tirar la comida.

- Gracias mami. Tara se acercó a darle un beso a su madre, pero en lugar de eso le dio un azote cariñoso en el culo y salió escaleras arriba.

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