Buenas !!!! mientras tanto no vaya a la playa y no tenga fotitos nuevas les dejo este relato.... no lo escribi yo es de una larrgaaa coleccion que tengo.
si les gusto y quieren mas ... avisen y publico mas !
Bueno ahi vamos !!!
Es mi ahijado. Tiene 18 años y se llama Mariano, Marianito hasta hace poco, aunque, luego de lo sucedido este fin de semana, dudo que alguna vez vuelva a llamarlo así en diminutivo. Sus padres estaban atravesando una de esas tantas crisis de pareja, y, con la intención de reconciliarse y disfrutar de una mini-luna de miel, decidieron hacer un viaje aprovechando el descanso largo de pascuas. Pero como no querían dejar a su hijo solo en la casa, debido a ciertos desordenes de conducta que había tenido, lo mandaron conmigo, su madrina. Por supuesto que ya había disfrutado de su compañía con anterioridad, varias veces, pero en esas ocasiones solo se trataba de un nene. En cambio ahora, ahora era todo un hombre. Cabe destacar que en la actualidad, o mejor dicho en el momento en que Mariano se instalaba en casa por unos días, yo estaba recién recuperándome de una larga demanda de divorcio, y para colmo de males. Alejandra, mi única hija, se había casado recientemente, abandonando mi casa. De modo que la presencia de mi ahijado, no pudo ser más bienvenida, aunque lejos estaba de imaginar lo que habría de suceder esa semana de pascuas.
La primera noche preparé una cena especial, milanesas con papas fritas, su plato preferido, luego de lavar los platos, fuimos al sofá a ver una película que había alquilado a tales efectos.
Por supuesto que no llegué a considerar, siquiera, lo que las escenas eróticas del film podrían causar en una mujer recién divorciada y en un pendejito con toda la vitalidad a flor de piel, así que en el momento más álgido de la trama, me levanté y, disculpándome, fui al baño. Cuando volví, Mariano ya no estaba. Fui a su habitación, golpee la puerta y le pregunté si se sentía bien. Me dijo que sí. que solo estaba un poco cansado. Ie desee buenas noches y bajé a la cocina con la intención de llevarle, como sorpresa, un pote de helado. Volví a su cuarto, y, golpeando apenas la puerta, abrí y entré.
Sorprendido por mi irrupción. Mariano se cubrió con la sábana casi hasta la cabeza.
Aunque lo que vi fue tan solo un parpadeo, de inmediato me di cuenta de que se estaba pajeando. Haciéndome la distraída me acerque a la cama y sentándome en el borde le convidé el helado.
-No, gracias, no quiero- Me dijo.
-Dale, es tu favorito, lo compre especialmente para vos-
-Está bien
Y, esforzándose por ocultar la perceptible erección que tenía, se sentó y comenzó a tomarlo, sin poder disimular en lo absoluto los obvios trastornos físicos que los chicos de su edad suelen atravesar. Entre las fogosas escenas de la película, y mi tentadora presencia, sensual y atractiva, Mariano estaba caliente, con toda la leche encima, alzado como solo puede estarlo un adolescente ávido sexo y pasión. Entonces pensé que él podría ser el remedio que tanta falta me hacía. Le miré adrede la exuberante carpa que se levantaba a la altura de su entrepierna, y le sonreí, dulcemente.
-Sabes que me separé de tu padrino ¿no?-
-Sí, mamá me contó-
-Encima Ale se casó y también se fue-
-Sí que garrón-
-Por eso me alegra mucho que estés acá, conmigo- Le dije, dándole un efusivo beso en la mejilla, muy cerca de los labios.
-Gracias, madrina-
-Bueno, ahora me voy a dormir, sólita aunque no me guste- le dije, y guiñándole un ojo me levanté y salí del cuarto, esperanzada en que hubiese entendido mi desesperado mensaje.
En mi habitación me puse enseguida el camisón y, antes de acostarme, dejé, a propósito, la puerta entreabierta, por las dudas. Era ya de madrugada cuándo, entre sueños, volví a sentir ese vivido calor que mi marido se había llevado consigo al abandonar mi cama. El voluptuoso ardor del cuerpo de un hombre, aunque no era mi marido quién se deslizaba entre las sábanas y se pegaba a mi cuerpo, proporcionándome ese placer que ya había comenzado a extrañar con locura.
Era Mariano, por supuesto, quién, tal como lo había deseado desde el primer momento en que la vi, puso su prominente erección justo entre mis nalgas.
-Madrina, perdóname, pero no puedo evitarlo- Me susurró al oído.
-No te disculpes, chiquito, te estaba esperando- Le confesé, y dándome la vuelta, lo enfrenté, acomodando el lindo apuntalamiento que ostentaba justo entre mis piernas, en las puertas de acceso a mi concha necesitada. Sin que hiciera falta nada más, nos abrazamos y nos besamos, rodando entrelazados, quedando yo arriba de él, montada en la posición adecuada para recuperar el tiempo que había perdido tras la separación de mi marido. Deslizando una mano por entre nuestros cuerpos, le agarré la poronga y la enfilé hacia su preciado objetivo. Como no duermo con ropa interior, su pija encontró enseguida el camino indicado, ensartándose entre mis gajos, amoldándose a mi caldeado interior. Un largo y emotivo suspiro escapó de mis labios cuándo lo sentí avanzar firme y vigorosamente, llenándome de a poco hasta llegar a rebalsarme con su impresionante volumen. No había dudas que Marianito ya era todo un hombre. Así lo sentía. Y más todavía cuando empecé a moverme, arriba y abajo, disfrutándolo en toda su magnífica pija.
-Vení chiquito, chúpame las tetas- Le dije, volcando mis tetas por sobre el escote del camisón y ofreciéndoselas en todo su esplendor. Con la desesperación característica de quién saborea por primera vez tales manjares, Mariano me chupó y mordió los pezones con unas ganas desatadas e incontrolables, agarrándome siempre con sus manos de las nalgas, acompañando la deliciosa cadencia que le imprimía a mis movimientos. El ensarte era gloriosos, una hermosura, lo más agradable y divino que pude haber experimentado jamás. Debido a nuestros propios fluidos, la garchada se hacia mucho más profunda y fluida cada vez. Acorde a su inexperiencia, luego de unas cuántas metidas y sacadas. Mariano alcanzó el clímax, acabando con el caudal de un pendejo que recién debutaba en el amor. Por un momento intentó salirse, quizás asustado por acabarme adentro, pero antes de que lo intentara siquiera, lo retuve entre mis piernas, obligándolo prácticamente a que descargara toda su lechita en mi interior. -No te preocupes, chiquito mío, vacíate tranquilo, dámela toda- Le dije, besándolo por todos lados, recibiendo su leche en lo más profundo de mi concha.
Esa noche dormimos juntos, de cucharita, contagiándonos el uno al otro, el calor de nuestra pasión. Al otro día nos levantamos tarde, o mejor dicho yo me levanté ya que él siguió durmiendo hasta que lo desperté con el desayuno preparado. Una bandeja con una taza de café con leche y galletitas con mermelada. Luego de que hubo devorado hasta la última miga, me dio las gracias y me preguntó si yo no iba a comer nada.
-¡Yo prefiero comer algo mucho más rico!- Le dije, haciendo a un lado la bandeja y manoteándole la pija que ya vibraba debajo de las sábanas. Nada mejor para comenzar el día que un buen polvo mañanero, y si éste te lo echas con el divino de tu ahijado mucho mejor.
Descorrí la sábana y tirándome de cabeza sobre ese hermoso banquete, se la chupé con ansias, devorando cada pedazo con el entusiasmo lógico y previsible de una mujer madura que vuelve, después de tanto tiempo, a chupar una buena pija. Me llenaba la boca con esa carne maciza y exuberante, con una mano le acariciaba los huevos, los cuáles caían seductoramente sobre las sábanas, peludos e hinchados a rebosar. Le pasé la lengua por ellos, lamiéndolos, saboreándolos, besándolos, acariciándolos con mis labios. No necesite mucho para ponerlo al palo de nuevo, volviéndome a empalar con las ganas todavía intactas, volviendo a sentir oirá vez esa sensación única e insuperable que mi cuerpo hacía tiempo había olvidado. Luego me volqué sobre un costado, haciendo que se pusiera encima de mí entre mis piernas abiertas, tan profundamente ensartado en mi interior que ya parecía ser parte de mí.
-Dale, movete mi amor .... adentro y afuera- lo guiaba, agarrándolo con ambas manos de las nalgas y mostrándole como tenía que hacer
-Siiiiíiiiiii ... así... adentro y afuera...ahhhhh... siiiiíiíiiiiiíi que bien lo haces... - Le susurraba, disfrutando plenamente de esas embestidas que mi ahijado me daba con un ritmo estremecedor.
Me gustaba sentir su calor, su calentura, su aliento golpeándome en la cara, el sudor de su cuerpo mezclándose con mis propias efusiones. Nunca imaginé que pudiera llegar a sentir algo tan fuerte e intenso por ese bebito, al cual, dieciocho años antes, había amadrinado. Y ahora estaba ahí cogiéndome con el vigor y el entusiasmo de todo un hombre, regalándome el goce más sublime y hermoso que un macho podría dispensarle a su hembra. De nuevo, como la noche anterior, volvió a acabar tras unas cuántas embestidas, diluyéndose, ahora sí, tranquilamente en mi caliente interior. Cayendo sobre mí, entre intensos suspiros, se dejó ir, disfrutando con todo las sensaciones del polvo que se había echado con su madrina.
-¡Ahhhhhhhhhhh... qué bueno... esto es la Gloria!- Dijo conmovido, soltándome adentro un guascazo tras otro.
Bien aferrada a él, con mis piernas enlazadas alrededor de su cintura, elevaba mis caderas y lo atraía aún más hacia mí, deseosa por sentir hasta la última gotita que fuera a derramar.
-Ahhhhhhhh... siiiiiiiiiii... soltame todo... todo adentro... lléname con tu lechita- Le pedí, entre plácidos suspiros, disfrutando de ese torrente que se diluía dentro de mí. Cuándo se retiró, fue como si me hubiera sacado un tapón, ¡PLOP! y toda la leche que no había conseguido infiltrarse en mis conductos más íntimos, salió disparada hacia afuera. Me quedé un buen rato ahí, toda abierta y complacida, repleta de leche, sumamente satisfecha pese a lo rápido que había sido todo. Recién estábamos en viernes santo, así que el resto de ese fin de semana de pascuas lo pasamos encerrados en mi habitación, cogiendo a más no poder, matándonos a polvos. A mis 45 años jamás me habían garchado tanto. Y mi ahijado era el responsable. Aquel bebe que había amadrinado hacia años y que hoy se había convertido en el hombre que haría feliz. Mucho más de lo que había sido hasta entonces.
si les gusto y quieren mas ... avisen y publico mas !
Bueno ahi vamos !!!
Es mi ahijado. Tiene 18 años y se llama Mariano, Marianito hasta hace poco, aunque, luego de lo sucedido este fin de semana, dudo que alguna vez vuelva a llamarlo así en diminutivo. Sus padres estaban atravesando una de esas tantas crisis de pareja, y, con la intención de reconciliarse y disfrutar de una mini-luna de miel, decidieron hacer un viaje aprovechando el descanso largo de pascuas. Pero como no querían dejar a su hijo solo en la casa, debido a ciertos desordenes de conducta que había tenido, lo mandaron conmigo, su madrina. Por supuesto que ya había disfrutado de su compañía con anterioridad, varias veces, pero en esas ocasiones solo se trataba de un nene. En cambio ahora, ahora era todo un hombre. Cabe destacar que en la actualidad, o mejor dicho en el momento en que Mariano se instalaba en casa por unos días, yo estaba recién recuperándome de una larga demanda de divorcio, y para colmo de males. Alejandra, mi única hija, se había casado recientemente, abandonando mi casa. De modo que la presencia de mi ahijado, no pudo ser más bienvenida, aunque lejos estaba de imaginar lo que habría de suceder esa semana de pascuas.
La primera noche preparé una cena especial, milanesas con papas fritas, su plato preferido, luego de lavar los platos, fuimos al sofá a ver una película que había alquilado a tales efectos.
Por supuesto que no llegué a considerar, siquiera, lo que las escenas eróticas del film podrían causar en una mujer recién divorciada y en un pendejito con toda la vitalidad a flor de piel, así que en el momento más álgido de la trama, me levanté y, disculpándome, fui al baño. Cuando volví, Mariano ya no estaba. Fui a su habitación, golpee la puerta y le pregunté si se sentía bien. Me dijo que sí. que solo estaba un poco cansado. Ie desee buenas noches y bajé a la cocina con la intención de llevarle, como sorpresa, un pote de helado. Volví a su cuarto, y, golpeando apenas la puerta, abrí y entré.
Sorprendido por mi irrupción. Mariano se cubrió con la sábana casi hasta la cabeza.
Aunque lo que vi fue tan solo un parpadeo, de inmediato me di cuenta de que se estaba pajeando. Haciéndome la distraída me acerque a la cama y sentándome en el borde le convidé el helado.
-No, gracias, no quiero- Me dijo.
-Dale, es tu favorito, lo compre especialmente para vos-
-Está bien
Y, esforzándose por ocultar la perceptible erección que tenía, se sentó y comenzó a tomarlo, sin poder disimular en lo absoluto los obvios trastornos físicos que los chicos de su edad suelen atravesar. Entre las fogosas escenas de la película, y mi tentadora presencia, sensual y atractiva, Mariano estaba caliente, con toda la leche encima, alzado como solo puede estarlo un adolescente ávido sexo y pasión. Entonces pensé que él podría ser el remedio que tanta falta me hacía. Le miré adrede la exuberante carpa que se levantaba a la altura de su entrepierna, y le sonreí, dulcemente.
-Sabes que me separé de tu padrino ¿no?-
-Sí, mamá me contó-
-Encima Ale se casó y también se fue-
-Sí que garrón-
-Por eso me alegra mucho que estés acá, conmigo- Le dije, dándole un efusivo beso en la mejilla, muy cerca de los labios.
-Gracias, madrina-
-Bueno, ahora me voy a dormir, sólita aunque no me guste- le dije, y guiñándole un ojo me levanté y salí del cuarto, esperanzada en que hubiese entendido mi desesperado mensaje.
En mi habitación me puse enseguida el camisón y, antes de acostarme, dejé, a propósito, la puerta entreabierta, por las dudas. Era ya de madrugada cuándo, entre sueños, volví a sentir ese vivido calor que mi marido se había llevado consigo al abandonar mi cama. El voluptuoso ardor del cuerpo de un hombre, aunque no era mi marido quién se deslizaba entre las sábanas y se pegaba a mi cuerpo, proporcionándome ese placer que ya había comenzado a extrañar con locura.
Era Mariano, por supuesto, quién, tal como lo había deseado desde el primer momento en que la vi, puso su prominente erección justo entre mis nalgas.
-Madrina, perdóname, pero no puedo evitarlo- Me susurró al oído.
-No te disculpes, chiquito, te estaba esperando- Le confesé, y dándome la vuelta, lo enfrenté, acomodando el lindo apuntalamiento que ostentaba justo entre mis piernas, en las puertas de acceso a mi concha necesitada. Sin que hiciera falta nada más, nos abrazamos y nos besamos, rodando entrelazados, quedando yo arriba de él, montada en la posición adecuada para recuperar el tiempo que había perdido tras la separación de mi marido. Deslizando una mano por entre nuestros cuerpos, le agarré la poronga y la enfilé hacia su preciado objetivo. Como no duermo con ropa interior, su pija encontró enseguida el camino indicado, ensartándose entre mis gajos, amoldándose a mi caldeado interior. Un largo y emotivo suspiro escapó de mis labios cuándo lo sentí avanzar firme y vigorosamente, llenándome de a poco hasta llegar a rebalsarme con su impresionante volumen. No había dudas que Marianito ya era todo un hombre. Así lo sentía. Y más todavía cuando empecé a moverme, arriba y abajo, disfrutándolo en toda su magnífica pija.
-Vení chiquito, chúpame las tetas- Le dije, volcando mis tetas por sobre el escote del camisón y ofreciéndoselas en todo su esplendor. Con la desesperación característica de quién saborea por primera vez tales manjares, Mariano me chupó y mordió los pezones con unas ganas desatadas e incontrolables, agarrándome siempre con sus manos de las nalgas, acompañando la deliciosa cadencia que le imprimía a mis movimientos. El ensarte era gloriosos, una hermosura, lo más agradable y divino que pude haber experimentado jamás. Debido a nuestros propios fluidos, la garchada se hacia mucho más profunda y fluida cada vez. Acorde a su inexperiencia, luego de unas cuántas metidas y sacadas. Mariano alcanzó el clímax, acabando con el caudal de un pendejo que recién debutaba en el amor. Por un momento intentó salirse, quizás asustado por acabarme adentro, pero antes de que lo intentara siquiera, lo retuve entre mis piernas, obligándolo prácticamente a que descargara toda su lechita en mi interior. -No te preocupes, chiquito mío, vacíate tranquilo, dámela toda- Le dije, besándolo por todos lados, recibiendo su leche en lo más profundo de mi concha.
Esa noche dormimos juntos, de cucharita, contagiándonos el uno al otro, el calor de nuestra pasión. Al otro día nos levantamos tarde, o mejor dicho yo me levanté ya que él siguió durmiendo hasta que lo desperté con el desayuno preparado. Una bandeja con una taza de café con leche y galletitas con mermelada. Luego de que hubo devorado hasta la última miga, me dio las gracias y me preguntó si yo no iba a comer nada.
-¡Yo prefiero comer algo mucho más rico!- Le dije, haciendo a un lado la bandeja y manoteándole la pija que ya vibraba debajo de las sábanas. Nada mejor para comenzar el día que un buen polvo mañanero, y si éste te lo echas con el divino de tu ahijado mucho mejor.
Descorrí la sábana y tirándome de cabeza sobre ese hermoso banquete, se la chupé con ansias, devorando cada pedazo con el entusiasmo lógico y previsible de una mujer madura que vuelve, después de tanto tiempo, a chupar una buena pija. Me llenaba la boca con esa carne maciza y exuberante, con una mano le acariciaba los huevos, los cuáles caían seductoramente sobre las sábanas, peludos e hinchados a rebosar. Le pasé la lengua por ellos, lamiéndolos, saboreándolos, besándolos, acariciándolos con mis labios. No necesite mucho para ponerlo al palo de nuevo, volviéndome a empalar con las ganas todavía intactas, volviendo a sentir oirá vez esa sensación única e insuperable que mi cuerpo hacía tiempo había olvidado. Luego me volqué sobre un costado, haciendo que se pusiera encima de mí entre mis piernas abiertas, tan profundamente ensartado en mi interior que ya parecía ser parte de mí.
-Dale, movete mi amor .... adentro y afuera- lo guiaba, agarrándolo con ambas manos de las nalgas y mostrándole como tenía que hacer
-Siiiiíiiiiii ... así... adentro y afuera...ahhhhh... siiiiíiíiiiiiíi que bien lo haces... - Le susurraba, disfrutando plenamente de esas embestidas que mi ahijado me daba con un ritmo estremecedor.
Me gustaba sentir su calor, su calentura, su aliento golpeándome en la cara, el sudor de su cuerpo mezclándose con mis propias efusiones. Nunca imaginé que pudiera llegar a sentir algo tan fuerte e intenso por ese bebito, al cual, dieciocho años antes, había amadrinado. Y ahora estaba ahí cogiéndome con el vigor y el entusiasmo de todo un hombre, regalándome el goce más sublime y hermoso que un macho podría dispensarle a su hembra. De nuevo, como la noche anterior, volvió a acabar tras unas cuántas embestidas, diluyéndose, ahora sí, tranquilamente en mi caliente interior. Cayendo sobre mí, entre intensos suspiros, se dejó ir, disfrutando con todo las sensaciones del polvo que se había echado con su madrina.
-¡Ahhhhhhhhhhh... qué bueno... esto es la Gloria!- Dijo conmovido, soltándome adentro un guascazo tras otro.
Bien aferrada a él, con mis piernas enlazadas alrededor de su cintura, elevaba mis caderas y lo atraía aún más hacia mí, deseosa por sentir hasta la última gotita que fuera a derramar.
-Ahhhhhhhh... siiiiiiiiiii... soltame todo... todo adentro... lléname con tu lechita- Le pedí, entre plácidos suspiros, disfrutando de ese torrente que se diluía dentro de mí. Cuándo se retiró, fue como si me hubiera sacado un tapón, ¡PLOP! y toda la leche que no había conseguido infiltrarse en mis conductos más íntimos, salió disparada hacia afuera. Me quedé un buen rato ahí, toda abierta y complacida, repleta de leche, sumamente satisfecha pese a lo rápido que había sido todo. Recién estábamos en viernes santo, así que el resto de ese fin de semana de pascuas lo pasamos encerrados en mi habitación, cogiendo a más no poder, matándonos a polvos. A mis 45 años jamás me habían garchado tanto. Y mi ahijado era el responsable. Aquel bebe que había amadrinado hacia años y que hoy se había convertido en el hombre que haría feliz. Mucho más de lo que había sido hasta entonces.
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