Entré en su despacho con la intención de preguntarle unas dudas sobre la asignatura que impartía en la universidad. La verdad es que en su asignatura siempre tenía dudas. Le prestaba tanta atención a él, a sus pantalones ceñidos a ese bonito culo, al intenso brillo de sus ojos, a la movilidad de sus dedos que tantas ganas tenía de sentir sobre mi piel, que normalmente no me enteraba de nada de lo que decía en la clase.
Nada más entrar por la puerta de su despacho, después de llamar inocentemente, me recibió con una sonrisa tan calida y cautivadora que me sentí humedecer y me hizo temblar las piernas.
— Pasa Anjana, pasa. ¿Alguna duda sobre mi clase de hoy? — me dijo mientras yo sentía como todo el calor de mi cuerpo se concentraba en mis pómulos sonrojados y....entre mis piernas.
“Si, ¿cuando me harás sentir tus dedos sobre mi piel?" pensé para mí en decirle pero de mis labios solo broto un tímido y tartamudeante si.
Me ofreció sentarme en una silla de cuero negro frente a su mesa y me interrogó con la mirada. Yo le expuse mis dudas sin poder quitarme de la mente sus labios que tanto me apetecía besar. Se levantó de su asiento. Colocó sus brazos sobre los brazos de la silla y con dulzura me empezó a explicar mis dudas. Yo podía sentir su aliento jugando en mi pelo. El calor de sus palabras atravesaba mi melena y erizaba los pelos de mi nuca. No pude evitarlo me eché a temblar.
En los brazos de la silla sus dedos jugueteaban tamborileando. Sus palabras dejaron de ser audibles para mis oídos. Solo podía pensar en aquellos dedos ágiles jugueteando entre mis piernas, en la cima de mi placer, en aquel lugar prohibido que yo ya sentía empapado.
Estaba nerviosa, alterada, excitada, cachonda, loca de deseo y sin saber realmente lo que hacia, en un impulso incontrolable, mecánico, agarré una de sus manos, la arranqué de apoyabrazos de la silla y la apoyé con fuerza contra mi sexo latente por encima de la tela de mi falda.
La apreté con fuerza con mis dos manos por si él reaccionaba intentando apartarla. No quería que se moviera de allí. No lo hizo.
Durante unos segundos se quedo quieto. Yo podía sentir el calor de su mano en mi húmedo sexo. Notaba la tela de mi tanga humedecido. Mi excitación era tal que mis pezones se endurecieron contra mi blusa y mordiéndome los labios empecé a contonear mis caderas contra su mano.
El no decía nada, no hacia nada. Podía sentir su respiración en mi cuello, su mano en mi sexo. Dios como lo disfrutaba.
Entonces él empezó a mover sus dedos. A tamborilear como había hecho antes en la silla pero ahora sobre mi coño. Al sentir sus dedos moverse de mi boca escapó un gemido de placer. Solté su mano y me aferré con fuerza a los brazos de la silla.
Con su otra mano apartó el pelo de mi cuello y empezó a besarme con dulzura, dejando restos de su humedad en mi cuello, en el lóbulo de mi oreja, casi en mis hombros. La mano que acariciaba mi entrepierna se detuvo un instante. Un "No pares por favor" se escapó de mis labios. El subió mi falda hasta dejar mis muslos a la vista. Yo abrí mis piernas. Mi tanga de color rosa chile tenía una enorme mancha de flujos a la altura de mi sexo. Estaba tan caliente.
El lo separó con la yema de sus dedos. Aquellos dedos mágicos que tantas ganas tenía de sentir sobre mi piel. Los deslizó por todo mi coño. Empapándose. Haciéndome gemir de placer. Luego empezó a masturbarme. Primero despacio. Rozándome. Pasando los dedos por cada poro de sensibilidad de mi empapado sexo. Después martilleo con delicadeza mi clítoris y por ultimo, haciéndome estallar en gemidos incontrolables, me penetró con dos de sus dedos.
Era tanto el placer que sentía que notaba como mi cuerpo se contraía y mi espalda se arqueaba buscando sentir más dentro de mí aquellos dos dedos. No pares, no pares, era lo único que era capaz de decirle entre gemido y gemido.
Entonces llamaron a la puerta. Ninguno de los dos dijimos nada. Yo contuve mis gemidos. Me mordía los labios hasta casi hacérmelos sangrar. Estaba al borde del orgasmo. Necesitaba llegar al orgasmo.
En la puerta seguían insistiendo. Golpeaban cada vez con más insistencia en el cristal opaco que nos ocultaba de miradas indiscretas. El respondió:
— Un segundo por favor ahora le atiendo —Mientras aumentaba el ritmo de sus penetraciones en mi coño.
Le agarré su mano con las mías. Mi cuerpo se contrajo, mi sexo se convulsionó, mis labios sufrieron la mordedura de un brutal orgasmo contenido.
Después él fue hacia la puerta. Yo me coloque el vestido. Era el director que venía a preguntarle por los exámenes. Él me miró y sonriendo me dijo:
— Seguiremos con las explicaciones en otro momento...y no te preocupes profundizaremos un poco más en la materia —sonrojada me levanté y salí del despacho.
Sólo esperaba que él no tuviera que dar muchas explicaciones por la mancha de olor sexual que había en su silla.
Al día siguiente volví al despacho del profesor. Me había pasado la noche pensando en él, en la suavidad de sus manos, en como me había masturbado. Había pensado tanto en él y en aquel momento a su lado que había terminado masturbándome bajo mis sabanas susurrando entre gemidos su nombre.
Me había levantado con una decisión tomada. Aquello no podía acabar así, el profesor se merecía una recompensa por ser tan aplicado en sus explicaciones. Con una sonrisa entré en el despacho.
Él, al verme entrar en su oficina con aquellos pantalones vaqueros ajustados que remarcaban mi figura, con el pelo suelto cayéndome sobre los hombros y con una sonrisa maliciosa en la cara, no pudo evitar sentirse sexualmente atraído de nuevo. Él también había tenido que masturbarse en su casa recordando el olor de sus dedos cuando la joven se convulsionó apretando su mano.
Fue a levantarse para recibirme pero con un gesto le hice ver que no hacia falta.
— Tranquilo profesor, hoy no vengo a preguntarle dudas, solo a devolverle el favor de ayer.
Puso cara de no comprender pero en cuanto pasé al otro lado de la mesa y le dí un suave beso en los labios comenzó a entender.
Fue un beso calido en el que los labios se rozaron con dulzura. Después sintió la punta de mi lengua humedecerle la boca y por ultimo mi pasión juvenil besándole intensamente buscando entrelazar nuestras lenguas. Fue un beso tan intenso y pasional que no puedo evitar excitarse hasta que su sexo deformara la cremallera de su pantalón. Aunque él no podía saberlo aquel beso me había humedecido la ropa interior.
Dispuesta a compensar a mi profesor me arrodillé entre la silla y la mesa y con dulzura, malicia y deseo reflejados en mis ojos fui soltando el cinturón y la cremallera del pantalón.
El bóxer negro ajustado que llevaba se veía deformado por la tensión de su sexo. Desde tan cerca casi podía sentirlo latir bajo la tela. Sin pesármelo dos veces le di un beso. El cuerpo del profesor se convulsionó en la silla. Por encima de la tela fui recorriendo aquella polla con la que había soñado la noche anterior, desde la base de los huevos, que desprendían un calor que hacia arder mis labios, hasta la cima de aquel capullo que ya imaginaba rosado y húmedo.
Volví a sentirse tremendamente excitada. Mi sexo latía bajo mis braguitas blancas. Sin dejar de dar suaves besos al miembro erecto de mi profesor fue soltándome los pantalones vaqueros y buscando con la yema de mis dedos la humedad de mis braguitas.
Entonces llamaron a la puerta. El profesor se puso tenso y me empujó debajo de la mesa. Me quedé allí, quieta, con las manos metidas en mis pantalones vaqueros y con el olor de aquella polla a escasos centímetros de mi cara.
—Adelante, pase —dijo el profesor.
Una voz de mujer habló desde la puerta. Era una compañera de clase. Una chica tan guapa como odiosa con la que no me llevaba nada bien.
La joven tonteaba entre risitas y preguntas estupidas con el profesor. Él se mostraba nervioso. Escondida bajo la mesa, con mis bragas empapadas y aquella polla que tanto deseaba frente a mí, no se resistí más. Abrí el bóxer de mi profesor y extraje su pene que se quedo erguido. Tenía las venas marcadas, el capullo sonrosado se mostraba en pleno esplendor, de su punta brotaban pequeñas gotas de flujos que delataban la excitación de mi amante. Recogí aquellas gotas con la punta de mi lengua. Él se estremeció.
— ¿Esta Usted bien profesor? —preguntó la inoportuna compañera de clase.
— Si, si muy bien —contestó él mientras me iba introduciendo su sexo hasta el fondo de mi boca.
Pese a lo comprometido de la situación no podía parar. Si me sacaba aquel erecto miembro de la boca estallaría en gemidos de placer por el roce de mis dedos en el coño y aquello terminaría por delatarnos. Además se sentía tan rico el sabor de mi profesor en la boca. Disfrutaba tanto de las gotas de néctar que aquella polla me regalaba que no me hubiera liberado de ella por nada en el mundo.
A cada beso, a cada lamida, a cada succión que le daba a aquel instrumento de placer notaba como crecía en mi boca y con ella mi excitación me acercaba más a mi orgasmo. El profesor a duras penas conseguía mantener una conversación coherente con su otra alumna y yo disfrutaba imaginando la cara que pondría aquella bobalicona si descubría lo que estaba haciendo bajo la mesa del profesor.
Entonces tuve una idea maliciosamente morbosa. Llevaría al orgasmo a mi profesor delante de aquella alumna.
Aceleré el ritmo de mi boca. Mamé, succioné, chupé, lamí, besé, me follé entre mis labios aquella verga cada vez más erecta y excitada. Me ponía más y más excitada imaginando las caras del profesor intentando mantener la compostura y cuanto mas excitada estaba con más ganas me masturbaba y chupaba aquella polla.
Adecué el ritmo de mis dedos al de la mamada que propinaba a mi deseado profesor buscando alcanzar juntos el orgasmo. Quería que mi sexo se vaciara de placer a la vez que mi boca se llenaba del placer de mi profesor.
Mi coño se contraía, aquella polla se convulsionaba apretada entre mis labios. Los dos estábamos al borde del orgasmo. No pude detenerme...me daba tanto morbo hacerle correrse delante de aquella alumna engreída.
Instantes después sentía brotar entre mis dedos el placer de un intenso orgasmo y como se me llenaba la boca del semen de mi profesor que no pudo evitar un jadeo al correrse.
Sonreí bajo la mesa al pensar en las caras de profesor y alumna mientras me relamía de gusto bajo la mesa.
Nada más entrar por la puerta de su despacho, después de llamar inocentemente, me recibió con una sonrisa tan calida y cautivadora que me sentí humedecer y me hizo temblar las piernas.
— Pasa Anjana, pasa. ¿Alguna duda sobre mi clase de hoy? — me dijo mientras yo sentía como todo el calor de mi cuerpo se concentraba en mis pómulos sonrojados y....entre mis piernas.
“Si, ¿cuando me harás sentir tus dedos sobre mi piel?" pensé para mí en decirle pero de mis labios solo broto un tímido y tartamudeante si.
Me ofreció sentarme en una silla de cuero negro frente a su mesa y me interrogó con la mirada. Yo le expuse mis dudas sin poder quitarme de la mente sus labios que tanto me apetecía besar. Se levantó de su asiento. Colocó sus brazos sobre los brazos de la silla y con dulzura me empezó a explicar mis dudas. Yo podía sentir su aliento jugando en mi pelo. El calor de sus palabras atravesaba mi melena y erizaba los pelos de mi nuca. No pude evitarlo me eché a temblar.
En los brazos de la silla sus dedos jugueteaban tamborileando. Sus palabras dejaron de ser audibles para mis oídos. Solo podía pensar en aquellos dedos ágiles jugueteando entre mis piernas, en la cima de mi placer, en aquel lugar prohibido que yo ya sentía empapado.
Estaba nerviosa, alterada, excitada, cachonda, loca de deseo y sin saber realmente lo que hacia, en un impulso incontrolable, mecánico, agarré una de sus manos, la arranqué de apoyabrazos de la silla y la apoyé con fuerza contra mi sexo latente por encima de la tela de mi falda.
La apreté con fuerza con mis dos manos por si él reaccionaba intentando apartarla. No quería que se moviera de allí. No lo hizo.
Durante unos segundos se quedo quieto. Yo podía sentir el calor de su mano en mi húmedo sexo. Notaba la tela de mi tanga humedecido. Mi excitación era tal que mis pezones se endurecieron contra mi blusa y mordiéndome los labios empecé a contonear mis caderas contra su mano.
El no decía nada, no hacia nada. Podía sentir su respiración en mi cuello, su mano en mi sexo. Dios como lo disfrutaba.
Entonces él empezó a mover sus dedos. A tamborilear como había hecho antes en la silla pero ahora sobre mi coño. Al sentir sus dedos moverse de mi boca escapó un gemido de placer. Solté su mano y me aferré con fuerza a los brazos de la silla.
Con su otra mano apartó el pelo de mi cuello y empezó a besarme con dulzura, dejando restos de su humedad en mi cuello, en el lóbulo de mi oreja, casi en mis hombros. La mano que acariciaba mi entrepierna se detuvo un instante. Un "No pares por favor" se escapó de mis labios. El subió mi falda hasta dejar mis muslos a la vista. Yo abrí mis piernas. Mi tanga de color rosa chile tenía una enorme mancha de flujos a la altura de mi sexo. Estaba tan caliente.
El lo separó con la yema de sus dedos. Aquellos dedos mágicos que tantas ganas tenía de sentir sobre mi piel. Los deslizó por todo mi coño. Empapándose. Haciéndome gemir de placer. Luego empezó a masturbarme. Primero despacio. Rozándome. Pasando los dedos por cada poro de sensibilidad de mi empapado sexo. Después martilleo con delicadeza mi clítoris y por ultimo, haciéndome estallar en gemidos incontrolables, me penetró con dos de sus dedos.
Era tanto el placer que sentía que notaba como mi cuerpo se contraía y mi espalda se arqueaba buscando sentir más dentro de mí aquellos dos dedos. No pares, no pares, era lo único que era capaz de decirle entre gemido y gemido.
Entonces llamaron a la puerta. Ninguno de los dos dijimos nada. Yo contuve mis gemidos. Me mordía los labios hasta casi hacérmelos sangrar. Estaba al borde del orgasmo. Necesitaba llegar al orgasmo.
En la puerta seguían insistiendo. Golpeaban cada vez con más insistencia en el cristal opaco que nos ocultaba de miradas indiscretas. El respondió:
— Un segundo por favor ahora le atiendo —Mientras aumentaba el ritmo de sus penetraciones en mi coño.
Le agarré su mano con las mías. Mi cuerpo se contrajo, mi sexo se convulsionó, mis labios sufrieron la mordedura de un brutal orgasmo contenido.
Después él fue hacia la puerta. Yo me coloque el vestido. Era el director que venía a preguntarle por los exámenes. Él me miró y sonriendo me dijo:
— Seguiremos con las explicaciones en otro momento...y no te preocupes profundizaremos un poco más en la materia —sonrojada me levanté y salí del despacho.
Sólo esperaba que él no tuviera que dar muchas explicaciones por la mancha de olor sexual que había en su silla.
Al día siguiente volví al despacho del profesor. Me había pasado la noche pensando en él, en la suavidad de sus manos, en como me había masturbado. Había pensado tanto en él y en aquel momento a su lado que había terminado masturbándome bajo mis sabanas susurrando entre gemidos su nombre.
Me había levantado con una decisión tomada. Aquello no podía acabar así, el profesor se merecía una recompensa por ser tan aplicado en sus explicaciones. Con una sonrisa entré en el despacho.
Él, al verme entrar en su oficina con aquellos pantalones vaqueros ajustados que remarcaban mi figura, con el pelo suelto cayéndome sobre los hombros y con una sonrisa maliciosa en la cara, no pudo evitar sentirse sexualmente atraído de nuevo. Él también había tenido que masturbarse en su casa recordando el olor de sus dedos cuando la joven se convulsionó apretando su mano.
Fue a levantarse para recibirme pero con un gesto le hice ver que no hacia falta.
— Tranquilo profesor, hoy no vengo a preguntarle dudas, solo a devolverle el favor de ayer.
Puso cara de no comprender pero en cuanto pasé al otro lado de la mesa y le dí un suave beso en los labios comenzó a entender.
Fue un beso calido en el que los labios se rozaron con dulzura. Después sintió la punta de mi lengua humedecerle la boca y por ultimo mi pasión juvenil besándole intensamente buscando entrelazar nuestras lenguas. Fue un beso tan intenso y pasional que no puedo evitar excitarse hasta que su sexo deformara la cremallera de su pantalón. Aunque él no podía saberlo aquel beso me había humedecido la ropa interior.
Dispuesta a compensar a mi profesor me arrodillé entre la silla y la mesa y con dulzura, malicia y deseo reflejados en mis ojos fui soltando el cinturón y la cremallera del pantalón.
El bóxer negro ajustado que llevaba se veía deformado por la tensión de su sexo. Desde tan cerca casi podía sentirlo latir bajo la tela. Sin pesármelo dos veces le di un beso. El cuerpo del profesor se convulsionó en la silla. Por encima de la tela fui recorriendo aquella polla con la que había soñado la noche anterior, desde la base de los huevos, que desprendían un calor que hacia arder mis labios, hasta la cima de aquel capullo que ya imaginaba rosado y húmedo.
Volví a sentirse tremendamente excitada. Mi sexo latía bajo mis braguitas blancas. Sin dejar de dar suaves besos al miembro erecto de mi profesor fue soltándome los pantalones vaqueros y buscando con la yema de mis dedos la humedad de mis braguitas.
Entonces llamaron a la puerta. El profesor se puso tenso y me empujó debajo de la mesa. Me quedé allí, quieta, con las manos metidas en mis pantalones vaqueros y con el olor de aquella polla a escasos centímetros de mi cara.
—Adelante, pase —dijo el profesor.
Una voz de mujer habló desde la puerta. Era una compañera de clase. Una chica tan guapa como odiosa con la que no me llevaba nada bien.
La joven tonteaba entre risitas y preguntas estupidas con el profesor. Él se mostraba nervioso. Escondida bajo la mesa, con mis bragas empapadas y aquella polla que tanto deseaba frente a mí, no se resistí más. Abrí el bóxer de mi profesor y extraje su pene que se quedo erguido. Tenía las venas marcadas, el capullo sonrosado se mostraba en pleno esplendor, de su punta brotaban pequeñas gotas de flujos que delataban la excitación de mi amante. Recogí aquellas gotas con la punta de mi lengua. Él se estremeció.
— ¿Esta Usted bien profesor? —preguntó la inoportuna compañera de clase.
— Si, si muy bien —contestó él mientras me iba introduciendo su sexo hasta el fondo de mi boca.
Pese a lo comprometido de la situación no podía parar. Si me sacaba aquel erecto miembro de la boca estallaría en gemidos de placer por el roce de mis dedos en el coño y aquello terminaría por delatarnos. Además se sentía tan rico el sabor de mi profesor en la boca. Disfrutaba tanto de las gotas de néctar que aquella polla me regalaba que no me hubiera liberado de ella por nada en el mundo.
A cada beso, a cada lamida, a cada succión que le daba a aquel instrumento de placer notaba como crecía en mi boca y con ella mi excitación me acercaba más a mi orgasmo. El profesor a duras penas conseguía mantener una conversación coherente con su otra alumna y yo disfrutaba imaginando la cara que pondría aquella bobalicona si descubría lo que estaba haciendo bajo la mesa del profesor.
Entonces tuve una idea maliciosamente morbosa. Llevaría al orgasmo a mi profesor delante de aquella alumna.
Aceleré el ritmo de mi boca. Mamé, succioné, chupé, lamí, besé, me follé entre mis labios aquella verga cada vez más erecta y excitada. Me ponía más y más excitada imaginando las caras del profesor intentando mantener la compostura y cuanto mas excitada estaba con más ganas me masturbaba y chupaba aquella polla.
Adecué el ritmo de mis dedos al de la mamada que propinaba a mi deseado profesor buscando alcanzar juntos el orgasmo. Quería que mi sexo se vaciara de placer a la vez que mi boca se llenaba del placer de mi profesor.
Mi coño se contraía, aquella polla se convulsionaba apretada entre mis labios. Los dos estábamos al borde del orgasmo. No pude detenerme...me daba tanto morbo hacerle correrse delante de aquella alumna engreída.
Instantes después sentía brotar entre mis dedos el placer de un intenso orgasmo y como se me llenaba la boca del semen de mi profesor que no pudo evitar un jadeo al correrse.
Sonreí bajo la mesa al pensar en las caras de profesor y alumna mientras me relamía de gusto bajo la mesa.
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