Me voy a presentar brevemente, al ser esta una historia real, aunque no sea de total importancia: tengo actualmente veintidós años, soy estudiante de ingeniería y no hago nada fuera de lo normal en cuanto a mi vida. Salgo poco, estoy con amigos, aficionado por las PC, juego al fútbol, toco la guitarra... no mucho más. No soy un modelo en cuanto al físico, pelo corto, algo de barba, flaco, un par de tatuajes. Y esta es mi historia...
Durante un buen tiempo de mi vida, en especial el segundo año de la facultad, que me tuve que mudar por temas de distancia, viví en un edificio que como la gran mayoría de ellos, tenían locales abajo. En mi caso, un local donde vendían ropa para mujeres. Es una zona muy tranquila, pasan algunos que otros autos, no está muy poblada de gente pero tiene sus momentos de quilombo como en toda ciudad, aunque muy de vez en cuando. Yo generalmente aprovechaba algunos días para irme a lo de mis amigos o juntarme con ellos en la plaza a unas cuadras a jugar a la pelota; cuando no tenía muchas cosas de la facu encima, mi vida se resumía en eso.
Entre salidas y entradas del edificio, con el tiempo me fui dando cuenta de ciertos patrones o hábitos de las dos muchachas que atendían el negocio de ropa que les comentaba. En sus momentos libres, ambas se quedaban fuera del local tomando mate y charlando, eso cuando el calor no te derrite porque de otro modo estaban siempre dentro del lugar con el aire acondicionado. Las veces que habré pasado cerca de la puerta solo para sentir un poco de fresco luego de llegar de jugar al fútbol. Con los días, yo salía y las miraba de reojo porque con el tiempo, les fui tomando cierto cariño visual y una de ellas a pesar de que no era la modelo que generalmente se describe en este tipo de relatos, tenía sus encantos. Es una chica medianamente alta, de pelo negro y largo, rizado; flaca y por lo que en ciertas ocasiones pude notar, no tenía unas tetas impresionantes, eran normales, pequeñas y firmes; no destacaba por su rostro pero sí por su sonrisa y por sobre todas las cosas... un hermoso, redondito y jugoso orto que me tomaba la molestia de inocentemente mirarle si estaba de espaldas dentro del local.
Con los meses, pasando por ahí y viéndonos constantemente, alguna que otra vez largábamos un “hola y chau” repentino sin motivo alguno o una mirada de “sé que existís, no sos uno más que pasa por la vereda”; y me daban a entender, o a imaginarme por lo menos, que algo pasaba o eso intentaba convencerme porque la verdad es que la deseaba demasiado. Al mudarme, me sentía solo y en las carreras de ingeniería no es que sobren demasiadas chicas como para intentar conocer a alguien más; y yo no era el experto en relaciones sociales. Quería convencerme de que por alguna razón, los saludos, miradas y ciertas posturas que tomaban justo cuando yo pasaba significaban algo pero los días pasaban, incluso semanas y no había ningún indicio de que la situación mejorara. Y pensarán, por qué no fui yo a hablar con ellas: soy un tanto idiota para iniciar una conversación y no tenía motivos, ninguno, para entrar a un negocio de ropa para mujeres.
Antes de que mis esperanzas cayeran más y más, tuve la primera clara señal de que en realidad estaba en lo correcto, algo pasaba entre ellas y yo, particularmente entre Ana (la chica que les describí) y yo. Una tarde como la mayoría de las otras estaba saliendo para la facultad con mis cosas cuando sentí un llamado de atención por parte de la compañera de trabajo de Ana. Me frené y me giré y ambas empezaron a reírse, no me sentí del todo cómodo pero me quedé parado esperando a ver qué decían pero se seguían riendo. Les dije que estaba apurado y que no me podía quedar mucho tiempo... – Date una vuelta cuando vengas. – me volvió a decir ella, y entre risas, ambas se metieron al local con un comportamiento bastante infantil que no me afectó en absoluto, solo me causó gracia, por momentos me sentía en la primaria nuevamente viéndolas meterse al lugar entre saltitos y risas. Mi día continuó y volví como me lo habían dicho.
Pasé directamente al negocio que para mi fortuna, no había nadie y Ana se escondió detrás de un vestidor. Entré riéndome por su reacción y su amiga la alentaba a que saliera pero no quería. Me resultaba extraño para ser una chica de veintidós años como me había contado su amiga. Entre risas y chistes, empezamos a charlar, la típica charla de cuando no conocés a la persona y le comentás básicamente quién sos y qué hacés en este mundo. Palabras iban y venían, lo que acercó a Ana sabiendo que era inofensivo y no tenía ningún otro tipo de intención, por lo menos en ese momento, más que la de por fin charlar y acercarme a ellas, en especial a Ana. Fue una charla agradable, interrumpida dos o tres veces por unas mujeres que habían ido y me miraban extraño, y con motivos de sobra, qué hacía yo dentro de un negocio para mujeres, pero en fin, ahí estaba. Aprovechando que Ana estaba desocupada, su amiga me llamó fuera del local.
– No quiero alargar este jueguito, y tampoco sacarte tiempo, a ella le parecés lindo. No sé qué pensarás de ella pero todo esto es... bueno, esto. – me explicó rápidamente mirándola a ella.
– Aaah ya veo. ¿Estás segura? Porque yo tampoco quiero hacer el boludo acá. –
– ¡Es en serio! Haceme caso, porque ella no va a hacer nada. –
Solo faltaba que suene el timbre para que terminara el recreo, me sentía en la primaria por este tipo de cosas que sucedían. Le hice caso a la amiga y cuando se desocupó fui a hablar con ella. Nos dimos nuestros números de celular y con el pasar de las semanas fuimos charlando más y más. Teníamos ya cierto nivel de confianza, había ido una sola vez a quedarme con ellas a tomar algo, las acompañaba cuando estaba libre y pasábamos tiempo juntos. Un par de veces la dueña del lugar me decía que no fuera a joder porque no era bueno para el rendimiento de ellas dentro del local, no le di mucha importancia así que seguí yendo de igual manera.
Un sábado, eran casi las dos de la tarde cuando el sonido de tres mensajes de corrido me despertó. Como pude agarré el celular y era Ana que me escribía, fue una charla de un rato hasta que me explicó que ese día tenía que ir un rato a la tarde, yo en mi mente lo interpreté como que estaba al pedo hasta la hora que tenía que abrir el local así que la invité a mi depto y ella aceptó. Me cambié y más o menos ordené para esperarla.
Llegó y apenas abrí la puerta, no pude evitar dirigir mi mirada directamente a sus tetas, a pesar de que no eran muy grandes y notables, llamaba la atención y ella sonrió dándose cuenta del detalle. No le dimos mucha más importancia y pasó, con un jean que se lo tuvo que haber cosido sobre las piernas porque no entendía cómo ese culo entró ahí. Le serví algo de tomar y nos quedamos charlando en el sillón y la tele que acompañaba con sonido, no aportaba demasiado por lo pronto. Las horas pasaban y nosotros seguíamos charlando y tuve la fortuna de que por la tele pasaran una escena en una peli que no tenía idea de cuál era de una pareja teniendo sexo; ella se dio cuenta de eso y se puso algo colorada y yo empecé a reírme. Nos miramos, y sin motivo algunos nos empezamos a besar.
Un beso extenso, de los que no te permiten respirar, con el clásico sonido de los labios y la saliva chocando entre ellos, caricias apasionadas, roces y más roces. Logré acercarme a ella, besarla, me quedaba una sola cosa y era quedarme con esa cola así que sin dudarlo apoyé mi mano sobre uno de los cachetes de ese hermoso culo y suavemente se lo presionaba, ella gemía entre la mezcla de deseos y el ininterrumpido beso. Continuamos unos minutos más así hasta que la hora había llegado, eran las cinco en punto y tenía que ir a abrir urgente, nos habíamos dejado llevar demasiado. Nos despedimos y se fue pero no quería que esto terminara ahí.
Sabiendo que a las nueve tenía que cerrar, unos minutos antes fui al local y estaba ella sola escribiendo detrás del mueble donde cobraban y demás. Entré y ella sonrió, nos dimos un pico directamente. La invité nuevamente a mi depto pero me había dicho que tenía que volver a la casa. Me hacía jodas y me trataba como niño por ni siquiera tener los veinte años cumplidos todavía, yo enfrentaba sus teorías diciéndole que ella se fijó en mí a pesar de mis diecinueve años y ella se reía asintiendo con la cabeza. Le di la vuelta al mueble donde estaba y me paré detrás de ella, apoyándome suavemente sobre su hermoso culo y con ambas manos en su pancita, le decía al oído que me acompañe, que avisara a la casa que se quedaba armando listas, que inventara algo. Ella sonrió y empezó a sacar algo de cola para que la apoyara un poco más. – Convenceme. – me dijo con una voz seductora y desafiante.
Empecé a besarle suavemente el cuello, mientras con mis manos acariciaba su cintura y las piernas. Sabía por lo que me había contado que no era ninguna santa así que sabía que tenía camino libre a recorrer cualquier parte de su cuerpo en ese momento, quería que viniera conmigo. Seguí besándola, había dejado de escribir, estaba concentrada únicamente en lo que yo hacía. Pasé de las caricias en las piernas a su pancita, y de ahí fui bajando lentamente metiendo mi mano por dentro del jean deslizándome por su pubis, sentía unos pocos pelitos y notaba que su cuerpo lentamente se rendía a la tentación. Soltó la lapicera y se agarró directamente del borde del mueble agachándose un poco y separando las piernas lo que me permitió ingresar un poquito más hasta donde empezaba esa ya humedecida rajita que de a poquito intentaba mimar.
Todo el momento fue interrumpido por una luz que se proyectó contra los vidrios del local. Ella se asustó y me advirtió de que era la dueña del lugar. No podía irme, no había otra salida más que la puerta por donde iba a entra esta mujer, hasta que se me ocurrió esconderme en uno de los vestidores. Antes de cerrar la puertita de madera, llamé la atención de Ana y le señalé la puerta del depósito, entendió mi idea todavía no sé cómo, pero la llevó hasta ahí.
– ¿Qué tal el día Anita? – le dijo la horrorosa mujer con un perfume espantoso.
– ¡Bien! Bien, tengo todo anotado acá. –
– Bueno, cuando termines avisame y te dejo cerca de tu casa. –
– Sí, sí. Aunque... ¿tiene un minuto? Quería que viera algo del depósito. Creo que hay humedad. –
Sentía los tacones de la mujer golpear el piso una y otra vez y a Ana inventándole una historia de que ella sentía olor a humedad en el depósito. Abrí despacito la puerta, no estaban ninguna de las dos y salí corriendo como nunca en mi vida de ese lugar y me quedé sentado en una pirca cerca de las plantas que decoraban la entrada del edificio. Mis piernas temblaban, estaba helado del susto. Esperé unos minutos más, la mujer salió pero sin meterse a su auto, se iba caminando y cuando se alejó lo suficiente volví a asomarme. Ana se mataba de la risa por lo que había ocurrido y no podía creer que zafamos. Al final, la dueña del lugar volvía y la iba a llevar a Ana a su casa. Ese sábado terminó en la nada, y el domingo solo hablamos por celular.
Al otro día, estaba en la facultad cuando me llega un mensaje de Ana que la fuera a ver recién a la noche porque la dueña iba a estar toda la tarde pero que se iba luego. Ese mensaje por lo menos me mantuvo motivado y despierto el resto de horas que estuve encerrado en ese edificio hasta finalmente salir. Pasé por el negocio y solo saludé desde afuera, ella me vio, sonrió, me saludó y yo seguí mi camino. Ya en mi depto me duché por lo menos para la horita que podía llegar a estar con ella, estar presentable y cerca de las nueve bajé a saludarla, y efectivamente, estaba nuevamente solita. La saludé con un pico y nos pusimos a charlar un ratito. Miradas extrañas iban y venían esa noche en el local cuando le pregunté si quería terminar lo del sábado; su pícara sonrisa fue suficiente para darme a entender que era un sí.
Se acercó hasta la entrada, cuando pude notar que tenía una calza enterrada entre esos hermosos cachetes, caminaba sacando cola, como modelándome para que me calentara. Trabó la puerta y bajó unas cortinas opacas que usaban para cubrir el local del sol. Caminó hacia donde yo estaba desprendiéndose un par de botones de la camisa dejándome ver un hermoso corpiño rosado; lo primero que hice fue tocarme el jean para ver si tenía la billetera conmigo pensando en que quizá podía darse ahí mismo. Ella se fue acercando y nos empezamos a besar como en mi depto aquella vez, aunque sin tener que andar pasando números a ninguna libreta, ni nada por el estilo.
Estuvimos un buen rato con los besos y caricias, yo estaba al palo y dispuesto a lo que sea que quisiera hacer. – Cerramos y vamos a tu depto. – me dijo apretándome suavemente la pija por encima del jean. – Lo hagamos acá. – le dije sin pensarlo demasiado y su cara de asombro me hizo pensar que le dije algo inapropiado pero ella empezó a reírse. Me decía que por más que las cortinas taparan, cualquier persona que pasara y nos escuchara podía llegar a vernos lo cual para mí no era la gran cosa, así que volví a decirle que por qué no, estaba buena la idea. Ella empezó a sentirse un poco vergonzosa y comenzó a juguetear con su pelo creyendo que eso y el tiempo ahí sin hacer nada iban a convencerme, pero no, me acerqué a ella y empecé a desprenderle los botones que faltaban para sacarle la camisa que tenía puesta a lo que ella en ningún momento se resignó a que pudiera hacerlo. Le saqué la camisa y la dejé sobre el mueble y de un abrazo, le desabroché el corpiño por detrás y ella seguía sin oponerse, sabía que quería, solo necesitaba un poco de incentivo.
Tenía como bien había imaginado unas tetas normales, un poco pequeñas dirán algunos pero en formita, redonditas y los pezones un poquito más oscuros con respecto a su piel, se notaban unas tenues líneas de bronceado. La apoyé contra el mueble donde tienen todas las cosas para cobrar, me agaché un poco y empecé a besarle las tetas. Chupaba de esos ricos pezoncitos que lentamente iban poniéndose más y más duritos. Mientras le chupaba una de las tetitas, le acariciaba la otra suavemente para oír más y más gemiditos controlados para que nadie escuchara. Me agarró del pelo y suavemente me llevó a su boca para volver a besarnos mientras hábilmente me iba desabrochando el jean y tirándomelo hacia abajo.
Sacó un almohadón de uno de los sillones del local y lo tiró al piso, se arrodilló frente a mí y me terminó de sacar el jean. Me acariciaba la verga por encima de la tela hasta que sin bajarme el bóxer, metió su mano y me sacó la pija, su cara de asombro era para una foto. Lentamente me masturbaba y me miraba a los ojos, yo le acariciaba el pelo y a cada rato se fijaba en la entrada por si había alguien observando. – No hay nadie, lo sabés bien. – le dije para que no se maquinara en que alguien podría vernos y que quisiera finalizar cuando ni siquiera habíamos empezado. Tímidamente se metió toda la cabeza de mi verga en la boca, y sentía cómo jugueteaba con su lengua por dentro y me miraba con ojitos de cachorrita abandonada. Con los minutos fue ganando más valentía para ya empezar a chuparla con más energía, se metía una buena parte de mi pija en la boca, la sacaba y le pasaba la lengua por los todos lados, le escupía su saliva y se la volvía a meter siempre masajeándome los huevos.
No había muchas alternativas en cuanto a posiciones por las cosas que teníamos alrededor pensé, mientras intentaba bajarle suavemente la calza sin interrumpirle el pete que me estaba haciendo. Al rato se dio cuenta de lo que quería así que frenó y nos besamos nuevamente para que fuera un sin parar. Ella estando parada me resultó más fácil bajarle la calza para volverme loco con una tanguita diminuta, ínfima que le cubría a duras penas el pubis y se perdía en esos húmedos labios. Ambos miramos como un mostrador grande de madera que estaba en medio del local con zapatos y sandalias sobre sus respectivas cajas, me acerqué para hacerlas a un lado y la llevé a ella que al tener la calza a la altura de las rodillas se le imposibilitaba caminar bien. La senté en la base y la acosté quedándome su entrepierna a una altura perfecta para chupársela, tenía la tanguita totalmente enterrada en esa conchita que brillaba por su humedad. Antes de chupársela, agarré ambos extremos de la tanguita y se la movía de arriba hacia abajo para embadurnarla más en esos flujos exquisitos que de a poquito largaba.
Le sentía gemir sutilmente hasta que le di la primera lengüeteada que soltó un gemido que cualquiera fuera del local escuchaba con total claridad. La vi taparse la boca luego de ese grito y reír, al parecer era algo que no estaba en sus planes hacer en ese momento ya que lo que menos quería era llamar la atención. Se la empecé a chupar por todos lados enfocándome en su clítoris que se notaba por la excitación, se sentía el ruido de nuestra respiración, sus alternados gemidos y la mezcla de la saliva de mi lengua con los flujos de su exquisita conchita. Era difícil para ella controlarse las ganas de soltar toda esa excitación acumulada; oía como golpeaba la madera de la base donde estaba apoyada mientras con la otra mano se apretaba los pezones de las tetas.
Seguimos un rato así hasta que noté que sus piernas no aguantaban sostenerse en la posición, estaba perdiendo resistencia a cambio de los espasmos que lentamente la dominaban. La ayudé a levantarse y se abalanzó directamente sobre mi pija, sin almohadón, sin nada. Me la agarró con fuerza y se la mandó a la boca intentando sacarle algo que la satisfaga. La noté fuera de sí, y con la pija en la boca me decía. – En tu depto imagino que tendrías condones. – alcancé a entenderle entre su intento por hablar y la pija atragantada y le señalé mi jean. Gateando y con ese ojete danzando de lado a lado con cada gateada hasta mi jean me lo alcanzó, saqué de mi billetera un preservativo y me lo sacó de la mano. Lo abrió, se mandó la pija una vez más a la boca y lentamente me lo fue colocando.
– Vamos. – me dijo para que empiece. Ella sola sin que yo hiciera nada se puso en contra del amoblado donde le había chupado la concha, pero sin subirse. Tenía los pies en el piso pero se inclinó acostándose boca abajo donde antes tenía la espalda apoyada, se bajó la tanguita y se separaba los dos cachetes del orto con las manos. Sin dudarlo me escupí la mano, se la pasé un poco por los labios de la concha y se la fui enterrando lentamente. Noté como un movimiento de escalofríos en sus piernas, placer, excitación. Poco a poco se la fui metiendo hasta que ambos alcanzamos un ritmo adecuado para el momento. Cada cierto rato dejaba caer una gota de saliva en la grieta entre su culo y mi pija, y de a poquito le iba metiendo unos centímetros de mi dedo pulgar en la cola hasta que finalmente entró, empezó a darme señales de poco placer, era solo una molestia así que no insistí mucho más, pero los bombeos a su conchita continuaron más y más. Por momentos, notaba que quería separar más las piernas pero todavía tenía la calza y la tanga a la altura de los tobillos. Pisé ambas prendas y ella levantó las piernas quedando libre para abrirse más a ser cogida. En ese momento, la agarré de los muslos y la levanté un poco, se me hizo más fácil poder cogerla en esa posición donde sus piernas no me marcaban ningún límite, sus pies ya no tocaban el piso y ella contenía sus gritos y gemidos.
Estuvimos un buen rato así hasta que cambiamos, se giró para besarme y me empujó suavemente dando a entender que quería que me recostara en el suelo, y eso hice mientras la veía sacarse todo de encima para ya estar completamente desnuda. Se fue acercando a mí, yo ya estaba recostado y como con un movimiento de baile árabe, fue bajando apuntando esa preciosa vagina a mi verga dura y eréctil; se escupió la mano y se la pasó suavemente entre medio de los labios rosaditos y asentó ese precioso ojete sobre mis piernas, la pija dentro de su conchita, y soltando un desgarrador gemido que la hizo caer encima de mí para nuevamente besarme mientras de a poquito movía la cadera para sentir mi pija en lo más profundo. Apoyó ambas palmas de sus manos en mis hombros, y empezó a cabalgar salvajemente sobre mi pija. Sus piernas y su concha que me comía la pija me impedían poder vérmela y la veía a ella con los ojos entrecerrados, la boca abierta y sus gemidos al compás de cada enterrada de poronga; las tetitas le rebotaban sutilmente, se las agarraba de los pezones y detenía un poco su ritmo. Ella disfrutaba más.
Sin sacarle la pija de la concha, me intenté parar luego de un rato, agarrándola desde los cachetes de la cola y empecé a cogérmela en el aire. Ella pasó sus brazos por encima de mis hombros y me abrazaba. Sentía su tetitas cada tanto rozarme el pecho y la sentía gemir más y más con placer. Un rato así y otro rato en la posición que le dio fin a nuestra aventura. Caminé hasta acercarme a un sillón con forma de cubo mientras me la cogía, paré y la dejé sentadita ahí y le indicaba que se diera vuelta sobre el silloncito. – ¿Me vas a coger como una perrita? – me dijo sonriendo; le acerqué el almohadón y lo coloqué del otro lado del silloncito para que ella pudiera apoyar la cabeza en el piso, hice que se recostara en el sillón boca abajo y que se adelantara más y más hasta dejar sus piernas apoyadas; tenía su precioso ojete empinado y perfecto para cogérmela. Cuando entendió lo que tenía que hacer, se agarró nuevamente de los cachetes y me los abrió para darme camino a penetrarla una vez más y así fue. Antes de enterrársela, intenté nuevamente acceder a su permiso para hacerle la cola chupándosela y casi penetrándola con mi lengua; le pasé suavemente mi dedo del medio metiéndoselo un poquito pero sentí un sonido que sonaba más a disconformidad que placer, así que no insistí más. Le apoyé la pija en la entrada de la concha y con algo de saliva, empecé a bombearla otra vez, una y otra vez y gritaba aprovechando el almohadón para largar todos los gemidos que no pudo a lo largo de todo ese momento que vivimos juntos. Mi pija se deslizaba como la seda en esa conchita empapada en flujos y ella brotando de la excitación. Por la fuerza su cuerpo fue corriéndose más y más hasta quedar el silloncito detrás. Se terminó arrodillando mientras yo la seguía embistiendo, nunca la dejé de coger y fueron suficiente un par de chirlos más para que sus piernas se rindieran y empezara a jadear como loca. Veía como temblaba e intentaba conservar su postura de perrita pero en el instante me zambullí en esa conchita bañada en flujos y excitación lo que causó su grito final.
Así en cuatro como estaba y debilitada la volví a coger un rato más, ella con la poca energía que le quedaba atropellaba su hermoso culo contra mi pija, y yo ya me venía. Le metí otro chirlo para darle a entender que estaba por acabar y se dio vuelta instantáneamente, me sacó el preservativo y se metió la pija directamente en la boca mientras me pajeaba. Yo le acariciaba lo que podía de una de sus tetitas cuando sentí el caudal de leche salir de mi pija directamente a su boca; ni una sola gota de semen desperdiciada. Me la succionaba como si fuera una mamadera hasta limpiármela por completo. Me quedé en cuclillas mirándola con la poca luz que había en el momento, y se pasaba la lengua por los labios dejando un rastro blanco de esperma alrededor. – Te gusta la lechita, ¿no? – y asintió con un enérgico movimiento y sonriendo, contenta. La noté con algo de dificultad pero luego de unos segundos, me sacaba la lengüita para mostrarme que se había tragado todo el semen.
Nos quedamos los dos mirándonos unos minutos y empezamos a reírnos por lo que habíamos hecho. Pasó al baño para limpiarse un poco más mientras yo me vestía. Acomodamos las cosas como pudimos y la invité a mi depto para que pudiera darse una ducha rápida, estaba toda transpirada y cansada. Nos aseguramos de que todo estuviera como si nada hubiese ocurrido. Apenas salimos, dos chicas nos vieron cerrar y nos sonreían, nosotros nos miramos y pensamos lo inevitable, que nos estaban mirando, aunque al final no nos pudimos enterar si eso fue verdad o no. Ya en mi depto nos bañamos juntos, la vi deslumbrante como cuando la fui a visitar en un primer momento con esa preciosa calza. Avisó a la madre y la acompañé abajo hasta que la pasara a buscar.
Ya en mi depto nuevamente tirado en el sillón como si hubiese jugado cinco partidos de fútbol seguidos, me quedé mirando la tele y comiendo. Se me dio por ir al baño cuando noté que al lado del lavamanos, estaba la tanguita que tenía puesta con la calza; no dudé en sacarle una foto y enviársela a ella.
« ¿Alguna explicación sobre esto? »
« ¡Ups! Creo que me la olvidé... » (Con un par de caritas desentendidas).
« Le aviso señorita que si no pasa en los siguientes tres días hábiles, procederé a retirarla de su lugar. »
« ¿Puedo pasar a buscarla mañana después de trabajar? Creo que la voy a querer usar... para alguien... »
Y esa noche volvió a darse, una vez más...
Te saco un minutito: Quiero agradecer a las personas que dieron puntos, agregaron a favoritos, comentaron en mi post anterior que fue el primero para mí, no esperaba para nada ese gran resultado y recibimiento. Espero que hayan disfrutado este y los que se vienen. Mil gracias.
Simple aficionado por la escritura. Cualquier tipo de comentario, opinión o crítica será más que bienvenida ya sea en comentarios como en privado.
Durante un buen tiempo de mi vida, en especial el segundo año de la facultad, que me tuve que mudar por temas de distancia, viví en un edificio que como la gran mayoría de ellos, tenían locales abajo. En mi caso, un local donde vendían ropa para mujeres. Es una zona muy tranquila, pasan algunos que otros autos, no está muy poblada de gente pero tiene sus momentos de quilombo como en toda ciudad, aunque muy de vez en cuando. Yo generalmente aprovechaba algunos días para irme a lo de mis amigos o juntarme con ellos en la plaza a unas cuadras a jugar a la pelota; cuando no tenía muchas cosas de la facu encima, mi vida se resumía en eso.
Entre salidas y entradas del edificio, con el tiempo me fui dando cuenta de ciertos patrones o hábitos de las dos muchachas que atendían el negocio de ropa que les comentaba. En sus momentos libres, ambas se quedaban fuera del local tomando mate y charlando, eso cuando el calor no te derrite porque de otro modo estaban siempre dentro del lugar con el aire acondicionado. Las veces que habré pasado cerca de la puerta solo para sentir un poco de fresco luego de llegar de jugar al fútbol. Con los días, yo salía y las miraba de reojo porque con el tiempo, les fui tomando cierto cariño visual y una de ellas a pesar de que no era la modelo que generalmente se describe en este tipo de relatos, tenía sus encantos. Es una chica medianamente alta, de pelo negro y largo, rizado; flaca y por lo que en ciertas ocasiones pude notar, no tenía unas tetas impresionantes, eran normales, pequeñas y firmes; no destacaba por su rostro pero sí por su sonrisa y por sobre todas las cosas... un hermoso, redondito y jugoso orto que me tomaba la molestia de inocentemente mirarle si estaba de espaldas dentro del local.
Con los meses, pasando por ahí y viéndonos constantemente, alguna que otra vez largábamos un “hola y chau” repentino sin motivo alguno o una mirada de “sé que existís, no sos uno más que pasa por la vereda”; y me daban a entender, o a imaginarme por lo menos, que algo pasaba o eso intentaba convencerme porque la verdad es que la deseaba demasiado. Al mudarme, me sentía solo y en las carreras de ingeniería no es que sobren demasiadas chicas como para intentar conocer a alguien más; y yo no era el experto en relaciones sociales. Quería convencerme de que por alguna razón, los saludos, miradas y ciertas posturas que tomaban justo cuando yo pasaba significaban algo pero los días pasaban, incluso semanas y no había ningún indicio de que la situación mejorara. Y pensarán, por qué no fui yo a hablar con ellas: soy un tanto idiota para iniciar una conversación y no tenía motivos, ninguno, para entrar a un negocio de ropa para mujeres.
Antes de que mis esperanzas cayeran más y más, tuve la primera clara señal de que en realidad estaba en lo correcto, algo pasaba entre ellas y yo, particularmente entre Ana (la chica que les describí) y yo. Una tarde como la mayoría de las otras estaba saliendo para la facultad con mis cosas cuando sentí un llamado de atención por parte de la compañera de trabajo de Ana. Me frené y me giré y ambas empezaron a reírse, no me sentí del todo cómodo pero me quedé parado esperando a ver qué decían pero se seguían riendo. Les dije que estaba apurado y que no me podía quedar mucho tiempo... – Date una vuelta cuando vengas. – me volvió a decir ella, y entre risas, ambas se metieron al local con un comportamiento bastante infantil que no me afectó en absoluto, solo me causó gracia, por momentos me sentía en la primaria nuevamente viéndolas meterse al lugar entre saltitos y risas. Mi día continuó y volví como me lo habían dicho.
Pasé directamente al negocio que para mi fortuna, no había nadie y Ana se escondió detrás de un vestidor. Entré riéndome por su reacción y su amiga la alentaba a que saliera pero no quería. Me resultaba extraño para ser una chica de veintidós años como me había contado su amiga. Entre risas y chistes, empezamos a charlar, la típica charla de cuando no conocés a la persona y le comentás básicamente quién sos y qué hacés en este mundo. Palabras iban y venían, lo que acercó a Ana sabiendo que era inofensivo y no tenía ningún otro tipo de intención, por lo menos en ese momento, más que la de por fin charlar y acercarme a ellas, en especial a Ana. Fue una charla agradable, interrumpida dos o tres veces por unas mujeres que habían ido y me miraban extraño, y con motivos de sobra, qué hacía yo dentro de un negocio para mujeres, pero en fin, ahí estaba. Aprovechando que Ana estaba desocupada, su amiga me llamó fuera del local.
– No quiero alargar este jueguito, y tampoco sacarte tiempo, a ella le parecés lindo. No sé qué pensarás de ella pero todo esto es... bueno, esto. – me explicó rápidamente mirándola a ella.
– Aaah ya veo. ¿Estás segura? Porque yo tampoco quiero hacer el boludo acá. –
– ¡Es en serio! Haceme caso, porque ella no va a hacer nada. –
Solo faltaba que suene el timbre para que terminara el recreo, me sentía en la primaria por este tipo de cosas que sucedían. Le hice caso a la amiga y cuando se desocupó fui a hablar con ella. Nos dimos nuestros números de celular y con el pasar de las semanas fuimos charlando más y más. Teníamos ya cierto nivel de confianza, había ido una sola vez a quedarme con ellas a tomar algo, las acompañaba cuando estaba libre y pasábamos tiempo juntos. Un par de veces la dueña del lugar me decía que no fuera a joder porque no era bueno para el rendimiento de ellas dentro del local, no le di mucha importancia así que seguí yendo de igual manera.
Un sábado, eran casi las dos de la tarde cuando el sonido de tres mensajes de corrido me despertó. Como pude agarré el celular y era Ana que me escribía, fue una charla de un rato hasta que me explicó que ese día tenía que ir un rato a la tarde, yo en mi mente lo interpreté como que estaba al pedo hasta la hora que tenía que abrir el local así que la invité a mi depto y ella aceptó. Me cambié y más o menos ordené para esperarla.
Llegó y apenas abrí la puerta, no pude evitar dirigir mi mirada directamente a sus tetas, a pesar de que no eran muy grandes y notables, llamaba la atención y ella sonrió dándose cuenta del detalle. No le dimos mucha más importancia y pasó, con un jean que se lo tuvo que haber cosido sobre las piernas porque no entendía cómo ese culo entró ahí. Le serví algo de tomar y nos quedamos charlando en el sillón y la tele que acompañaba con sonido, no aportaba demasiado por lo pronto. Las horas pasaban y nosotros seguíamos charlando y tuve la fortuna de que por la tele pasaran una escena en una peli que no tenía idea de cuál era de una pareja teniendo sexo; ella se dio cuenta de eso y se puso algo colorada y yo empecé a reírme. Nos miramos, y sin motivo algunos nos empezamos a besar.
Un beso extenso, de los que no te permiten respirar, con el clásico sonido de los labios y la saliva chocando entre ellos, caricias apasionadas, roces y más roces. Logré acercarme a ella, besarla, me quedaba una sola cosa y era quedarme con esa cola así que sin dudarlo apoyé mi mano sobre uno de los cachetes de ese hermoso culo y suavemente se lo presionaba, ella gemía entre la mezcla de deseos y el ininterrumpido beso. Continuamos unos minutos más así hasta que la hora había llegado, eran las cinco en punto y tenía que ir a abrir urgente, nos habíamos dejado llevar demasiado. Nos despedimos y se fue pero no quería que esto terminara ahí.
Sabiendo que a las nueve tenía que cerrar, unos minutos antes fui al local y estaba ella sola escribiendo detrás del mueble donde cobraban y demás. Entré y ella sonrió, nos dimos un pico directamente. La invité nuevamente a mi depto pero me había dicho que tenía que volver a la casa. Me hacía jodas y me trataba como niño por ni siquiera tener los veinte años cumplidos todavía, yo enfrentaba sus teorías diciéndole que ella se fijó en mí a pesar de mis diecinueve años y ella se reía asintiendo con la cabeza. Le di la vuelta al mueble donde estaba y me paré detrás de ella, apoyándome suavemente sobre su hermoso culo y con ambas manos en su pancita, le decía al oído que me acompañe, que avisara a la casa que se quedaba armando listas, que inventara algo. Ella sonrió y empezó a sacar algo de cola para que la apoyara un poco más. – Convenceme. – me dijo con una voz seductora y desafiante.
Empecé a besarle suavemente el cuello, mientras con mis manos acariciaba su cintura y las piernas. Sabía por lo que me había contado que no era ninguna santa así que sabía que tenía camino libre a recorrer cualquier parte de su cuerpo en ese momento, quería que viniera conmigo. Seguí besándola, había dejado de escribir, estaba concentrada únicamente en lo que yo hacía. Pasé de las caricias en las piernas a su pancita, y de ahí fui bajando lentamente metiendo mi mano por dentro del jean deslizándome por su pubis, sentía unos pocos pelitos y notaba que su cuerpo lentamente se rendía a la tentación. Soltó la lapicera y se agarró directamente del borde del mueble agachándose un poco y separando las piernas lo que me permitió ingresar un poquito más hasta donde empezaba esa ya humedecida rajita que de a poquito intentaba mimar.
Todo el momento fue interrumpido por una luz que se proyectó contra los vidrios del local. Ella se asustó y me advirtió de que era la dueña del lugar. No podía irme, no había otra salida más que la puerta por donde iba a entra esta mujer, hasta que se me ocurrió esconderme en uno de los vestidores. Antes de cerrar la puertita de madera, llamé la atención de Ana y le señalé la puerta del depósito, entendió mi idea todavía no sé cómo, pero la llevó hasta ahí.
– ¿Qué tal el día Anita? – le dijo la horrorosa mujer con un perfume espantoso.
– ¡Bien! Bien, tengo todo anotado acá. –
– Bueno, cuando termines avisame y te dejo cerca de tu casa. –
– Sí, sí. Aunque... ¿tiene un minuto? Quería que viera algo del depósito. Creo que hay humedad. –
Sentía los tacones de la mujer golpear el piso una y otra vez y a Ana inventándole una historia de que ella sentía olor a humedad en el depósito. Abrí despacito la puerta, no estaban ninguna de las dos y salí corriendo como nunca en mi vida de ese lugar y me quedé sentado en una pirca cerca de las plantas que decoraban la entrada del edificio. Mis piernas temblaban, estaba helado del susto. Esperé unos minutos más, la mujer salió pero sin meterse a su auto, se iba caminando y cuando se alejó lo suficiente volví a asomarme. Ana se mataba de la risa por lo que había ocurrido y no podía creer que zafamos. Al final, la dueña del lugar volvía y la iba a llevar a Ana a su casa. Ese sábado terminó en la nada, y el domingo solo hablamos por celular.
Al otro día, estaba en la facultad cuando me llega un mensaje de Ana que la fuera a ver recién a la noche porque la dueña iba a estar toda la tarde pero que se iba luego. Ese mensaje por lo menos me mantuvo motivado y despierto el resto de horas que estuve encerrado en ese edificio hasta finalmente salir. Pasé por el negocio y solo saludé desde afuera, ella me vio, sonrió, me saludó y yo seguí mi camino. Ya en mi depto me duché por lo menos para la horita que podía llegar a estar con ella, estar presentable y cerca de las nueve bajé a saludarla, y efectivamente, estaba nuevamente solita. La saludé con un pico y nos pusimos a charlar un ratito. Miradas extrañas iban y venían esa noche en el local cuando le pregunté si quería terminar lo del sábado; su pícara sonrisa fue suficiente para darme a entender que era un sí.
Se acercó hasta la entrada, cuando pude notar que tenía una calza enterrada entre esos hermosos cachetes, caminaba sacando cola, como modelándome para que me calentara. Trabó la puerta y bajó unas cortinas opacas que usaban para cubrir el local del sol. Caminó hacia donde yo estaba desprendiéndose un par de botones de la camisa dejándome ver un hermoso corpiño rosado; lo primero que hice fue tocarme el jean para ver si tenía la billetera conmigo pensando en que quizá podía darse ahí mismo. Ella se fue acercando y nos empezamos a besar como en mi depto aquella vez, aunque sin tener que andar pasando números a ninguna libreta, ni nada por el estilo.
Estuvimos un buen rato con los besos y caricias, yo estaba al palo y dispuesto a lo que sea que quisiera hacer. – Cerramos y vamos a tu depto. – me dijo apretándome suavemente la pija por encima del jean. – Lo hagamos acá. – le dije sin pensarlo demasiado y su cara de asombro me hizo pensar que le dije algo inapropiado pero ella empezó a reírse. Me decía que por más que las cortinas taparan, cualquier persona que pasara y nos escuchara podía llegar a vernos lo cual para mí no era la gran cosa, así que volví a decirle que por qué no, estaba buena la idea. Ella empezó a sentirse un poco vergonzosa y comenzó a juguetear con su pelo creyendo que eso y el tiempo ahí sin hacer nada iban a convencerme, pero no, me acerqué a ella y empecé a desprenderle los botones que faltaban para sacarle la camisa que tenía puesta a lo que ella en ningún momento se resignó a que pudiera hacerlo. Le saqué la camisa y la dejé sobre el mueble y de un abrazo, le desabroché el corpiño por detrás y ella seguía sin oponerse, sabía que quería, solo necesitaba un poco de incentivo.
Tenía como bien había imaginado unas tetas normales, un poco pequeñas dirán algunos pero en formita, redonditas y los pezones un poquito más oscuros con respecto a su piel, se notaban unas tenues líneas de bronceado. La apoyé contra el mueble donde tienen todas las cosas para cobrar, me agaché un poco y empecé a besarle las tetas. Chupaba de esos ricos pezoncitos que lentamente iban poniéndose más y más duritos. Mientras le chupaba una de las tetitas, le acariciaba la otra suavemente para oír más y más gemiditos controlados para que nadie escuchara. Me agarró del pelo y suavemente me llevó a su boca para volver a besarnos mientras hábilmente me iba desabrochando el jean y tirándomelo hacia abajo.
Sacó un almohadón de uno de los sillones del local y lo tiró al piso, se arrodilló frente a mí y me terminó de sacar el jean. Me acariciaba la verga por encima de la tela hasta que sin bajarme el bóxer, metió su mano y me sacó la pija, su cara de asombro era para una foto. Lentamente me masturbaba y me miraba a los ojos, yo le acariciaba el pelo y a cada rato se fijaba en la entrada por si había alguien observando. – No hay nadie, lo sabés bien. – le dije para que no se maquinara en que alguien podría vernos y que quisiera finalizar cuando ni siquiera habíamos empezado. Tímidamente se metió toda la cabeza de mi verga en la boca, y sentía cómo jugueteaba con su lengua por dentro y me miraba con ojitos de cachorrita abandonada. Con los minutos fue ganando más valentía para ya empezar a chuparla con más energía, se metía una buena parte de mi pija en la boca, la sacaba y le pasaba la lengua por los todos lados, le escupía su saliva y se la volvía a meter siempre masajeándome los huevos.
No había muchas alternativas en cuanto a posiciones por las cosas que teníamos alrededor pensé, mientras intentaba bajarle suavemente la calza sin interrumpirle el pete que me estaba haciendo. Al rato se dio cuenta de lo que quería así que frenó y nos besamos nuevamente para que fuera un sin parar. Ella estando parada me resultó más fácil bajarle la calza para volverme loco con una tanguita diminuta, ínfima que le cubría a duras penas el pubis y se perdía en esos húmedos labios. Ambos miramos como un mostrador grande de madera que estaba en medio del local con zapatos y sandalias sobre sus respectivas cajas, me acerqué para hacerlas a un lado y la llevé a ella que al tener la calza a la altura de las rodillas se le imposibilitaba caminar bien. La senté en la base y la acosté quedándome su entrepierna a una altura perfecta para chupársela, tenía la tanguita totalmente enterrada en esa conchita que brillaba por su humedad. Antes de chupársela, agarré ambos extremos de la tanguita y se la movía de arriba hacia abajo para embadurnarla más en esos flujos exquisitos que de a poquito largaba.
Le sentía gemir sutilmente hasta que le di la primera lengüeteada que soltó un gemido que cualquiera fuera del local escuchaba con total claridad. La vi taparse la boca luego de ese grito y reír, al parecer era algo que no estaba en sus planes hacer en ese momento ya que lo que menos quería era llamar la atención. Se la empecé a chupar por todos lados enfocándome en su clítoris que se notaba por la excitación, se sentía el ruido de nuestra respiración, sus alternados gemidos y la mezcla de la saliva de mi lengua con los flujos de su exquisita conchita. Era difícil para ella controlarse las ganas de soltar toda esa excitación acumulada; oía como golpeaba la madera de la base donde estaba apoyada mientras con la otra mano se apretaba los pezones de las tetas.
Seguimos un rato así hasta que noté que sus piernas no aguantaban sostenerse en la posición, estaba perdiendo resistencia a cambio de los espasmos que lentamente la dominaban. La ayudé a levantarse y se abalanzó directamente sobre mi pija, sin almohadón, sin nada. Me la agarró con fuerza y se la mandó a la boca intentando sacarle algo que la satisfaga. La noté fuera de sí, y con la pija en la boca me decía. – En tu depto imagino que tendrías condones. – alcancé a entenderle entre su intento por hablar y la pija atragantada y le señalé mi jean. Gateando y con ese ojete danzando de lado a lado con cada gateada hasta mi jean me lo alcanzó, saqué de mi billetera un preservativo y me lo sacó de la mano. Lo abrió, se mandó la pija una vez más a la boca y lentamente me lo fue colocando.
– Vamos. – me dijo para que empiece. Ella sola sin que yo hiciera nada se puso en contra del amoblado donde le había chupado la concha, pero sin subirse. Tenía los pies en el piso pero se inclinó acostándose boca abajo donde antes tenía la espalda apoyada, se bajó la tanguita y se separaba los dos cachetes del orto con las manos. Sin dudarlo me escupí la mano, se la pasé un poco por los labios de la concha y se la fui enterrando lentamente. Noté como un movimiento de escalofríos en sus piernas, placer, excitación. Poco a poco se la fui metiendo hasta que ambos alcanzamos un ritmo adecuado para el momento. Cada cierto rato dejaba caer una gota de saliva en la grieta entre su culo y mi pija, y de a poquito le iba metiendo unos centímetros de mi dedo pulgar en la cola hasta que finalmente entró, empezó a darme señales de poco placer, era solo una molestia así que no insistí mucho más, pero los bombeos a su conchita continuaron más y más. Por momentos, notaba que quería separar más las piernas pero todavía tenía la calza y la tanga a la altura de los tobillos. Pisé ambas prendas y ella levantó las piernas quedando libre para abrirse más a ser cogida. En ese momento, la agarré de los muslos y la levanté un poco, se me hizo más fácil poder cogerla en esa posición donde sus piernas no me marcaban ningún límite, sus pies ya no tocaban el piso y ella contenía sus gritos y gemidos.
Estuvimos un buen rato así hasta que cambiamos, se giró para besarme y me empujó suavemente dando a entender que quería que me recostara en el suelo, y eso hice mientras la veía sacarse todo de encima para ya estar completamente desnuda. Se fue acercando a mí, yo ya estaba recostado y como con un movimiento de baile árabe, fue bajando apuntando esa preciosa vagina a mi verga dura y eréctil; se escupió la mano y se la pasó suavemente entre medio de los labios rosaditos y asentó ese precioso ojete sobre mis piernas, la pija dentro de su conchita, y soltando un desgarrador gemido que la hizo caer encima de mí para nuevamente besarme mientras de a poquito movía la cadera para sentir mi pija en lo más profundo. Apoyó ambas palmas de sus manos en mis hombros, y empezó a cabalgar salvajemente sobre mi pija. Sus piernas y su concha que me comía la pija me impedían poder vérmela y la veía a ella con los ojos entrecerrados, la boca abierta y sus gemidos al compás de cada enterrada de poronga; las tetitas le rebotaban sutilmente, se las agarraba de los pezones y detenía un poco su ritmo. Ella disfrutaba más.
Sin sacarle la pija de la concha, me intenté parar luego de un rato, agarrándola desde los cachetes de la cola y empecé a cogérmela en el aire. Ella pasó sus brazos por encima de mis hombros y me abrazaba. Sentía su tetitas cada tanto rozarme el pecho y la sentía gemir más y más con placer. Un rato así y otro rato en la posición que le dio fin a nuestra aventura. Caminé hasta acercarme a un sillón con forma de cubo mientras me la cogía, paré y la dejé sentadita ahí y le indicaba que se diera vuelta sobre el silloncito. – ¿Me vas a coger como una perrita? – me dijo sonriendo; le acerqué el almohadón y lo coloqué del otro lado del silloncito para que ella pudiera apoyar la cabeza en el piso, hice que se recostara en el sillón boca abajo y que se adelantara más y más hasta dejar sus piernas apoyadas; tenía su precioso ojete empinado y perfecto para cogérmela. Cuando entendió lo que tenía que hacer, se agarró nuevamente de los cachetes y me los abrió para darme camino a penetrarla una vez más y así fue. Antes de enterrársela, intenté nuevamente acceder a su permiso para hacerle la cola chupándosela y casi penetrándola con mi lengua; le pasé suavemente mi dedo del medio metiéndoselo un poquito pero sentí un sonido que sonaba más a disconformidad que placer, así que no insistí más. Le apoyé la pija en la entrada de la concha y con algo de saliva, empecé a bombearla otra vez, una y otra vez y gritaba aprovechando el almohadón para largar todos los gemidos que no pudo a lo largo de todo ese momento que vivimos juntos. Mi pija se deslizaba como la seda en esa conchita empapada en flujos y ella brotando de la excitación. Por la fuerza su cuerpo fue corriéndose más y más hasta quedar el silloncito detrás. Se terminó arrodillando mientras yo la seguía embistiendo, nunca la dejé de coger y fueron suficiente un par de chirlos más para que sus piernas se rindieran y empezara a jadear como loca. Veía como temblaba e intentaba conservar su postura de perrita pero en el instante me zambullí en esa conchita bañada en flujos y excitación lo que causó su grito final.
Así en cuatro como estaba y debilitada la volví a coger un rato más, ella con la poca energía que le quedaba atropellaba su hermoso culo contra mi pija, y yo ya me venía. Le metí otro chirlo para darle a entender que estaba por acabar y se dio vuelta instantáneamente, me sacó el preservativo y se metió la pija directamente en la boca mientras me pajeaba. Yo le acariciaba lo que podía de una de sus tetitas cuando sentí el caudal de leche salir de mi pija directamente a su boca; ni una sola gota de semen desperdiciada. Me la succionaba como si fuera una mamadera hasta limpiármela por completo. Me quedé en cuclillas mirándola con la poca luz que había en el momento, y se pasaba la lengua por los labios dejando un rastro blanco de esperma alrededor. – Te gusta la lechita, ¿no? – y asintió con un enérgico movimiento y sonriendo, contenta. La noté con algo de dificultad pero luego de unos segundos, me sacaba la lengüita para mostrarme que se había tragado todo el semen.
Nos quedamos los dos mirándonos unos minutos y empezamos a reírnos por lo que habíamos hecho. Pasó al baño para limpiarse un poco más mientras yo me vestía. Acomodamos las cosas como pudimos y la invité a mi depto para que pudiera darse una ducha rápida, estaba toda transpirada y cansada. Nos aseguramos de que todo estuviera como si nada hubiese ocurrido. Apenas salimos, dos chicas nos vieron cerrar y nos sonreían, nosotros nos miramos y pensamos lo inevitable, que nos estaban mirando, aunque al final no nos pudimos enterar si eso fue verdad o no. Ya en mi depto nos bañamos juntos, la vi deslumbrante como cuando la fui a visitar en un primer momento con esa preciosa calza. Avisó a la madre y la acompañé abajo hasta que la pasara a buscar.
Ya en mi depto nuevamente tirado en el sillón como si hubiese jugado cinco partidos de fútbol seguidos, me quedé mirando la tele y comiendo. Se me dio por ir al baño cuando noté que al lado del lavamanos, estaba la tanguita que tenía puesta con la calza; no dudé en sacarle una foto y enviársela a ella.
« ¿Alguna explicación sobre esto? »
« ¡Ups! Creo que me la olvidé... » (Con un par de caritas desentendidas).
« Le aviso señorita que si no pasa en los siguientes tres días hábiles, procederé a retirarla de su lugar. »
« ¿Puedo pasar a buscarla mañana después de trabajar? Creo que la voy a querer usar... para alguien... »
Y esa noche volvió a darse, una vez más...
Te saco un minutito: Quiero agradecer a las personas que dieron puntos, agregaron a favoritos, comentaron en mi post anterior que fue el primero para mí, no esperaba para nada ese gran resultado y recibimiento. Espero que hayan disfrutado este y los que se vienen. Mil gracias.
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11 comentarios - ~ La cariñosa de la tienda.