La tercera partida con el nuevo reglamento la ganó Raquel, y fue otra vez Ana la que perdió.
Mientras tanto Sergio, trataba de entender lo que pasaba, porqué este súbito acuerdo de las mujeres para compartir sus maridos, y no podía entender que pasaba. Luego se preocupó por su mujer. Ella participaba, así que evidentemente, también le había sido infiel en algún momento, o iba a serlo en el futuro, dependiendo del tiempo que llevara esto. Ante esa situación, y como evidentemente el sábado era el día elegido para los intercambios, decidió vigilar a su esposa para ver de que iba esta situación.
El sábado siguiente, Raquel le dijo que iba a la casa de Ana, y a Sergio se le encendieron todas las luces de alarma. Apenas se había ido cuando salió para el domicilio de Pablo y Ana. Entró como la vez anterior, y nuevamente en la cocina, las chicas preparaban la tarde.
- La verdad que me molesta un poco que me vuelva a tocar de anfitriona, dijo Ana sonriendo.
- Pues tendrás que mejorar tu juego, porque si no las chicas terminarán comiendose todas a tu maridito y tu no recibirás ni un polvo, dijo Raquel también sonriendo.
- Pero es que el jueves estuve a punto de zafar, sino fuera por esa hermosa mano que recibió Luciana.
- Bueno, otra vez será, ahora veremos como me las apaño con tu maridito.
- Ten en cuenta que la semana pasada Luciana ya agotó la sorpresa.
- No te preocupes, que lo tengo claro, y ahora dejanos solos. Yo voy a sentarme en el comedor con él.
Dicho y hecho. Pablo estaba en la mesa arreglando una linterna, y Raquel se sentó a su lado.
Al rato Ana entró para pedir disculpas e informarles que tenía que salir. Raquel amagó con irse, pero Ana le pidió que se quedara, lo que ella aceptó. Pablo seguía con su trabajo, pero se notó en su mirada que la situación le llamó la atención. Era el segundo fin de semana que pasaba lo mismo.
Ana se fue, y claramente se veía que ya Pablo no estaba tan concentrado.
Por fin Raquel tomó la palabra.
- Que pena que Ana tuvo que irse.
- Si. El fin de semana pasado pasó lo mismo. No entiendo en que anda. Tendré que vigilarla un poco dijo sonriendo.
- Vamos, que no debes desconfiar de tu esposa. Ni tampoco puedes, en realidad, dijo enigmática.
Pablo la miró por encima de sus lentes.
- No entiendo. Porqué no puedo?
- Pues no eres justo el modelo de marido para eso, dijo Raquel sonriendo.
- ¿ Qué dices?
- Que Luciana me contó su visita del sábado pasado, dejó caer como al acaso.
Pablo se quedó pálido.
- Mira, no se que te contó, pero ten en cuenta que estás jugando con mi matrimonio.
- Me contó todo, con lujo de detalles, Pablo, y tanto Luciana como Ana son mis amigas. Te imaginarás que no voy a decir nada que pueda crear problemas.
Pablo respiró aliviado.
- Pues te agradezco el silencio.
- No me agradezcas. Espero de tí mucho mas que agradecimiento.
Pablo la miró sorprendido. No podía creer que la amiga de su esposa lo estuviera chantajeando.
- Me parece que no comprendo. No pretenderás que te pague.
- No con dinero, Pablito. Solo quiero el mismo tratamiento que recibió Luciana, y no volverás a saber de este tema.
Pablo se quedó de una pieza.
- Pero soy amigo de tu esposo, dijo tartamudeando.
- Y yo soy amiga de tu esposa, y digo que hoy me vas a echar un par de polvos, dijo levantándose y acercándose a besar y acariciar al macho.
Pablo, trató de alejarse, pero le resultó imposible frente a la decisión de la hembra. Cuando sus bocas se juntaron, las manos de ella ya estaban apretando su pedazo por encima de la ropa.
Pablo se quedó quieto y miró a la hembra.
- Dime una cosa Raquel. ¿ Todas Uds. son tan putas?
- ¿ Eso te preocupa?. Dijo Raquel sin dejar de acariciarlo.
- No. Lo que me preocupa es si mi mujer sabe la clase de putonas que tiene de amigas, solo eso.
- Tu disfruta y deja de pensar, dijo Raquel mientras le abría el cierre del pantalón y extraía una verga morcillona.De inmediato se arrodilló a sus pies y se la tragó.
Pablo quedó estático. Simplemente se dejó lleva por el placer que le estaba proporcionando esa hembra de manera inesperada.
Sergio desde afuera estaba asombrado del extraordinario trabajo bucal que estaba ejecutando hasta ese momento, su fiel esposa. No podía creer lo que veía.
Tuvo claro como venía el juego. Las mujeres en su juego de los viernes habían modificado el premio habitual de un postre, o una cena, y habían decidido merendarse al marido de la que perdía, y parecía que Ana era la que peor jugaba, porque dos veces seguidas le habían cepillado al marido. Esta idea le causó gracia. Era evidente que Raquel había perdido con Ana, algo que no pasaba normalmente, así que no muchos tendrían la posibilidad de montarse a Ana como había hecho él. Era una ventaja.
Los tortolitos emprendieron el camino hacia el dormitorio y Sergio no quiso ver mas. Ya sabía lo que seguía. Volvió a su casa con un montón de ideas dándole vueltas en la cabeza.
Raquel, una vez en la cama, se subió encima de su desnuda pareja y se clavó hasta las cachas, comenzando a moverse como una posesa sobre ese trozo de carne que la llenaba la mar de bien. Pablo con sus manos sobando las tetas de la hembra gozaba plenamente del encuentro. De esa manera se fue el primer acto. Luego de una pausa razonable, fue el turno de Raquel de ponerse en cuatro patas, y soportar al jinete que desde atrás, recorría todo el interior de su sexo con su herramienta, para terminar llenándola nuevamente con todo lo que tenía.
Cuando Raquel volvió a su casa, su marido estaba mirando televisión muy tranquilo y no preguntó nada. Ella fue rápidamente a bañarse para sacarse el olor a macho que la inundaba.
Ana, nuevamente revisó el dormitorio y no hizo falta que acomodara nada. Esa noche, buscó a su marido, y a pesar del desgaste de la tarde, tuvo suficiente energía para echarle un buen polvo y hacerla acabar como una señora.
En la siguiente reunión de hombres de los viernes, nadie comentó nada.
Sergio en un momento dado sacó el tema de la rutina y los intercambios, y vio como Pablo se ponía colorado, mientras que los demás lucían de lo mas normal. O sea que todavía no habían agarrado una rosca. Era interesante. A él le había tocado una y el suertudo de Pablo había tenido 2. Ellos sin saberlo habían intercambiado esposas. Y anoche, seguramente la suerte de otro se había decidido. Sergio miró a sus compañeros, tratando de imaginarse a quien le tocaría el regalito al día siguiente. Iba a hacer un comentario, pero decidió esperar a que las cosas fluyeran.
El sábado, Sergio respiró aliviado. Su mujercita no había planteado de salir, lo que significaba que no había ganado ni perdido.
Llamó por teléfono a Pablo como al acaso, y el le dijo que estaba en casa con su esposa arreglando unas cosas. O sea que esta vez, Pablo tampoco había agarrado ficha. Y Ana tampoco.
La situación se resolvería entre Silvia, Luciana, Fernando y Daniel.
Todo estuvo mas claro, cuando al promediar la tarde Luciana llegó de visita y se encerró en el dormitorio con Raquel. Daniel era el afortunado y Silvia la ganadora.
En ese momento Silvia, vestida con una mini de escándalo, tocaba timbre en la casa de Luciana, como si no supiera que ella no estaba.
Daniel abrió y no pudo menos que sorprenderse de la imagen sensual que estaba en la puerta.
- Silvia, que placer, dijo sin poder evitar que sus ojos se clavaran en ese par de piernas que se mostraban en todo su esplendor.
- Hola Daniel, está Luciana?
- No Silvia, ha salido y dijo adonde iba. Solo que volvería a la nochecita.
- Que pena, dijo quedándose en la puerta y prácticamente obligando al macho a invitarla a pasar.
- Pero, pasa, no te quedes ahí, toma algo conmigo y después te vas.
- Gracias Daniel. ¿Hace calor verdad?
- Si, bastante.
- Me parece que de cualquier modo se me fue la mano con la pollera que me puse. ¿ Tu que opinas?, dijo pasando a su lado y mostrando el trasero mas deseable del grupo.
- Te queda bien, la verdad. Es un poco corta, pero tienes piernas para lucirlas, dijo sinceramente.
- Gracias por el piropo, Dani, pero la verdad que ya me siento un poco vieja para esta ropa, dijo sentándose en una silla y cruzando lentamente las piernas, dejando que la pollera subiera unos centímetros mas.
Daniel no puedo dejar de mirarla.
- No estás vieja, Silvia. Muchas jovencitas te deben envidiar esas piernas y ese trasero seguramente.
- Lo que pasa es que la rutina del matrimonio nos hace pensar en que ya no somos deseables. Mi marido jamás me elogia, dijo mientras cruzaba sus piernas hacia el otro lado.
- Tu marido debe estar muy conforme de tenerte a tu lado, seguramente.
- No se. Muchas veces pienso que tendría que escuchar otra opinión para saber si realmente valgo la pena como mujer.
Daniel se quedó callado. Era amiga de su mujer y la mujer de un amigo. No podía estar pensando lo que estaba pensando. Su verga comenzaba a latir dentro de su pantalón. Silvia estaba regalada y dispuesta a meterle los cuernos a su marido.
- Deja esas ideas. Voy a buscar algo para tomar, dijo para cortar la situación.
Fue a la cocina, tratando de calmarse, sin embargo no podía conseguir que su verga se tranquilizara. De solo pensar en tener esas piernas rodeándolo mientras el la clavaba profundamente, era suficiente para mantenerlo excitado como un adolescente. Acomodó su verga para que no se notara tanto y volvió con un par de cervezas.
- Gracias, dijo Silvia mientras se levantaba y se acercaba a la bandeja, estirándose al llegar de manera que su culito quedaba bien marcado frente a los ojos de Daniel que ya no sabía como hacer para no irse en seco.
- ¿Todas las mujeres se sientes aburridas, como tú?, dijo y se arrepintió de inmediato por volver al tema.
- ¿ Tú no te aburres?, le preguntó tomando un sorbo.
- Yo quiero a mi esposa, se defendió Daniel
- No te pregunté eso. ¿ No piensas algunas veces en tirarte a otra mujer, solo para saber lo que se siente?, le preguntó mirándolo a los ojos.
- Bueno, las fantasías son naturales....
- Las realidades también, dijo Silvia volviendo a sentarse en la silla y cruzando nuevamente sus torneadas piernas.
- Mira, Silvia. No lo tomes a mal, pero me gustaría cambiar de tema.
- Perdón, no sabía que eras tan pacato, dijo ella riendo.
- No soy pacato, pero soy un hombre, comprende.
- ¿ Y eso que significa?
- Que respondo a los estímulos aunque no quiera.
- ¿ te estoy estimulando? Preguntó inocente.
- Tu sabes que sí.
- ¿ Y a qué?
- Vamos, Silvia. No juguemos con fuego, te lo pido.
- Lo que me pregunto es si tendrás una manguera para apagar el incendio dijo mirándolo con lujuria.
- No me busques.
- Eres muy cobarde, dijo levantándose, mejor me voy, y dándose vuelta enfiló hacia la puerta, bamboleando su culo mientras caminaba.
Daniel se levantó y la tomó de la cintura, deteniéndola.
- ¿ Por qué cobarde?
Silvia acarició con su mano su pierna derecha, desde la mitad del muslo hacia arriba, provocando que su corta pollera se levantar y mostrara su pierna completa. La mano de Daniel como si estuviera imantada, también hizo el mismo recorrido.
- No me excites si no estás dispuesto a llegar al final, dijo Silvia tomando la mano de Daniel contra su pierna.
Su otra mano dejó la cintura de la hembra, y lentamente se metió entre sus piernas, llegando a posarse sobre su bombacha, que se notaba mojada, como consecuencia de los diálogos producidos.
- Estás mojada, dijo Daniel, acercando su boca al oído de Silvia.
Ella lo dejó que la acariciara lentamente, que la frotara por encima de la fina tela de sus calzones. Su mano soltó la otra mano de Daniel, dejando que también la recorriera con ganas.
Cuando el macho sintió bajo su mano esas carnes firmes y torneadas, ya estaba perdido. No había forma en que se detuviera. Cuando su mano llegó por debajo de la pollera hasta las nalgas de la hembra, esos montículos firmes y notorios eran el paraíso. Imaginarse a esa perra en cuatro patas recibiendo los embates por atrás eran una película imperdible.
La dio vuelta de la cintura y la apoyó contra el respaldo de un sillón, mientras la besaba con desesperación, y conseguía que su bulto se ubicara chocara contra su adbomen. Daniel era al menos 15 cms. Mas alto que Silvia. La sentó sobre el respaldo y siguió besándola, mientras la hembra le envolvía los riñones con sus hermosas piernas.
Las manos de la hembra desabrocharon facilmente su pantalón y su cierre, y metiéndose dentro de su ropa, extrajeron la verga que estaba escondida hacia abajo para marcar lo menos posible la calentura de Daniel. Trabajosamente la sacó, y comenzó a masturbarla lentamente con manifiesta habilidad.
- Estoy desesperado, dijo Daniel entre beso y beso.
- A que esperas, le dijo Silvia sin soltar la herramienta.
Daniel corrió la tanga de Silvia, y recuperando el manejo de su verga la ubicó en la entrada de la cueva húmeda y caliente de la hembra.
- Hasta el fondo, papito, hasta el fondo, pidió ella, mientras con sus piernas lo acercaba y Daniel empujando hacia adelante fue entrando en su cuerpo, hasta que los dos chocaron, mostrando una conjunción perfecta y lujuriosa.
Tiraron así un buen rato, hasta que Silvia se dejó llevar por el clímax, y en ese momento le pidió a su pareja que le echara todo.
- Dame todo, todo, dijo y Daniel como si esperara la orden se metió hasta las cachas y comenzó a vaciarse. Se retiraba y volvía a entrar a fondo, donde un nuevo chorro de semen regaba a la hembra, y así varias veces, hasta que quedó allí, tratando de recuperar el aire.
Silvia estaba satisfecha. Daniel era un buen amante y las sensaciones de sentir otra verga que no fuera la de su marido, le había gustado mucho. Sintió como el macho se retiraba lentamente, mientras ella apoyaba sus pies en el piso, y de a poco, sintió como corría por sus piernas el semen del macho. Se arrodilló y con su boca capturó esa verga morcillona y pegajosa por los líquidos de ambos, y comenzó una fellatio profunda y suave.
- Hmmm, que bien la chupas, dijo Daniel, tomando la cabeza de Silvia para dirigir la mamada.
Luego de un rato, nuevamente la herramienta estaba lista, y el macho hizo que se levantara y la llevó hasta la mullida alfombra del salón. En el camino le quitó toda la ropa, y cuando llegó al lugar estaba totalmente desnuda. Una vez allí, hizo que se pusiera en cuatro patas, mientras el también se desnudaba totalmente. Por fin, se acomodó en la grupa de la hembra como para montarla. Metió su mano en el sexo de la hembra que chorreaba líquidos, y comenzó a refregárselos en toda su entrepierna, en especial en el agujero de su culo, metiendo uno de sus dedos en él, lo que hizo gemir a la hembra. Siguió un rato con ese tratamiento, mientras Silvia por entre sus piernas jugueteaba con los huevos del macho que se iban endureciendo.
- Estás muy mojada, Silvia. Yo lo lamento pero hay algo que no puedo dejar de hacer, le dijo, mientras la tomaba de los cabellos, obligándola a quedarse quieta, y haciendo que gritara al sentir el tirón de cabellos.
Silvia se quedó quieta. No esperaba esa violencia del macho, pero la verdad que eso la calentaba aún mas. Hacía años que solo recibía sexo cariñoso y romántico. Era bueno sentirse una perra miserable, en manos de un bruto. Pero cuando sintió la cabeza de esa dura verga tratar de abrirse paso en su culo, protestó.
- No por ahí, Dani, me va a doler.
- Shh, quedate callada. Seré suave, pero no puedo dejar de poseer el mejor culito que he visto en mi vida, dijo mientras empujaba y conseguía que la cabeza de su vara traspasar el esfínter de la hembra, quien gritó ante la sorpresa.
- No grites, puta, no grites que ya está adentro. Tranquila que espero que dilates y lo disfrutes. Te aseguro que este culo nació para ser perforado, dijo soltando su cabello y tomando sus hombros.
Silvia comenzó a sollozar. El dolor era mucho, pero no tenía retorno. No podía escaparse de la sodomía.
- Despacio, por favor, que duele mucho, pidió.
- ¿ Qué pensabas cuando viniste a buscarme? ¿ Que no iba a hacerte el culito? Este culito es mío y lo vas a disfrutar. Después de hoy vas a rogar para que te lo rompan todos los días.
Lentamente Silvia se fue aflojando y el dolor fue cediendo mientras su culo se adaptaba a la penetración. Fue en ese momento cuando ella comenzó a tirarse hacia atrás para que la verga se metiera en ella.
- Te esta gustando, ¿verdad?. Yo me quedaré quieto y vos comete lo que quieras, le dijo
Y Silvia, lentamente fue empalándose hasta que sintió que los dos cuerpos se tocaban.
- Ya está adentro, Silvita. En un rato te voy a serruchar con toda mi alma y vas a acabar como una puta.
Dicho y hecho. Unos minutos después, Daniel comenzó a retirarse y a clavarla profundamente, afirmándose en los hombros de Silvia. Para colmo, como ya se había vaciado, no tenía ningún apuro en terminar el acto. Silvia sintió que le llegaba un orgasmo bestial y se dejó llevar, pero ese orgasmo parecía interminable porque el macho no paraba de bombearla, y luego de un rato empezó a pedirle al macho que se corriera de una vez, que no podía mas, pero Daniel no estaba dispuesto a hacerle caso, y sus arremetidas eran cada vez mas profundas y mas violentas, y Silvia comenzó a llorar de placer.
Ya no aguantaba mas. No sabía como hacer para terminar con esta enculada, y por fin metió su mano entre sus piernas y comenzó a acariciar las pelotas del macho, hasta llegar a aferrarlas y apretarlas con fuerza. Los suspiros del macho denotaban que ese tratamiento no estaba pasando desapercibido.
- Me corro puta, me corro, comete mis mocos, puta, puta, puta, dijo metiéndose hasta el fondo y dejándose ir. Luego, se derrumbó sobre Silvia arrastrándola en su caída, quedando los dos en el suelo.
Cuando Luciana volvió, su marido estaba trabajando en el jardín. No vio nada raro.
Sergio tenía decidido que hacer. Si Raquel pensaba que iba a seguir culeando a diestra y siniestra cuando le diera gana, no iba a ser tan simple.
Solo tenía que esperar que ella ganara, y un sábado la vio arreglarse con mucho detalle, y cuando anunció que iba a salir, la detuvo.
- ¿ Adonde vas?
- Voy a casa de Luciana, dijo sonriendo.
- O sea que hoy Daniel es el afortunado, dijo también sonriendo.
Raquel se quedó de una pieza.
- No sé a que te refieres.
- Fácil, Raquel. Tu ganaste el jueves. Y Luciana perdió. Y vas a cobrar la apuesta.
- ¿ Cómo sabes...., dijo y se dio cuenta que había confirmado todo.
- Me alegro que al menos no lo niegues.
- Pe,pe, pero...
- Sin peros, Raquel, sin peros. Uds han tenido una idea brillante para romper la rutina, pero me parece que le vamos a agregar una vuelta mas de tuerca.
- No entiendo.
- Muy simple. De ahora en mas cuando gane, ganará el matrimonio, y cuando pierda, también perderá el matrimonio.
- ¿ Y eso que significa?
- Significa que si tu vas a la casa de Sergio a que te atienda, llamas a Luciana a que venga a atenderme a mí, dijo tranquilo.
Mientras tanto Sergio, trataba de entender lo que pasaba, porqué este súbito acuerdo de las mujeres para compartir sus maridos, y no podía entender que pasaba. Luego se preocupó por su mujer. Ella participaba, así que evidentemente, también le había sido infiel en algún momento, o iba a serlo en el futuro, dependiendo del tiempo que llevara esto. Ante esa situación, y como evidentemente el sábado era el día elegido para los intercambios, decidió vigilar a su esposa para ver de que iba esta situación.
El sábado siguiente, Raquel le dijo que iba a la casa de Ana, y a Sergio se le encendieron todas las luces de alarma. Apenas se había ido cuando salió para el domicilio de Pablo y Ana. Entró como la vez anterior, y nuevamente en la cocina, las chicas preparaban la tarde.
- La verdad que me molesta un poco que me vuelva a tocar de anfitriona, dijo Ana sonriendo.
- Pues tendrás que mejorar tu juego, porque si no las chicas terminarán comiendose todas a tu maridito y tu no recibirás ni un polvo, dijo Raquel también sonriendo.
- Pero es que el jueves estuve a punto de zafar, sino fuera por esa hermosa mano que recibió Luciana.
- Bueno, otra vez será, ahora veremos como me las apaño con tu maridito.
- Ten en cuenta que la semana pasada Luciana ya agotó la sorpresa.
- No te preocupes, que lo tengo claro, y ahora dejanos solos. Yo voy a sentarme en el comedor con él.
Dicho y hecho. Pablo estaba en la mesa arreglando una linterna, y Raquel se sentó a su lado.
Al rato Ana entró para pedir disculpas e informarles que tenía que salir. Raquel amagó con irse, pero Ana le pidió que se quedara, lo que ella aceptó. Pablo seguía con su trabajo, pero se notó en su mirada que la situación le llamó la atención. Era el segundo fin de semana que pasaba lo mismo.
Ana se fue, y claramente se veía que ya Pablo no estaba tan concentrado.
Por fin Raquel tomó la palabra.
- Que pena que Ana tuvo que irse.
- Si. El fin de semana pasado pasó lo mismo. No entiendo en que anda. Tendré que vigilarla un poco dijo sonriendo.
- Vamos, que no debes desconfiar de tu esposa. Ni tampoco puedes, en realidad, dijo enigmática.
Pablo la miró por encima de sus lentes.
- No entiendo. Porqué no puedo?
- Pues no eres justo el modelo de marido para eso, dijo Raquel sonriendo.
- ¿ Qué dices?
- Que Luciana me contó su visita del sábado pasado, dejó caer como al acaso.
Pablo se quedó pálido.
- Mira, no se que te contó, pero ten en cuenta que estás jugando con mi matrimonio.
- Me contó todo, con lujo de detalles, Pablo, y tanto Luciana como Ana son mis amigas. Te imaginarás que no voy a decir nada que pueda crear problemas.
Pablo respiró aliviado.
- Pues te agradezco el silencio.
- No me agradezcas. Espero de tí mucho mas que agradecimiento.
Pablo la miró sorprendido. No podía creer que la amiga de su esposa lo estuviera chantajeando.
- Me parece que no comprendo. No pretenderás que te pague.
- No con dinero, Pablito. Solo quiero el mismo tratamiento que recibió Luciana, y no volverás a saber de este tema.
Pablo se quedó de una pieza.
- Pero soy amigo de tu esposo, dijo tartamudeando.
- Y yo soy amiga de tu esposa, y digo que hoy me vas a echar un par de polvos, dijo levantándose y acercándose a besar y acariciar al macho.
Pablo, trató de alejarse, pero le resultó imposible frente a la decisión de la hembra. Cuando sus bocas se juntaron, las manos de ella ya estaban apretando su pedazo por encima de la ropa.
Pablo se quedó quieto y miró a la hembra.
- Dime una cosa Raquel. ¿ Todas Uds. son tan putas?
- ¿ Eso te preocupa?. Dijo Raquel sin dejar de acariciarlo.
- No. Lo que me preocupa es si mi mujer sabe la clase de putonas que tiene de amigas, solo eso.
- Tu disfruta y deja de pensar, dijo Raquel mientras le abría el cierre del pantalón y extraía una verga morcillona.De inmediato se arrodilló a sus pies y se la tragó.
Pablo quedó estático. Simplemente se dejó lleva por el placer que le estaba proporcionando esa hembra de manera inesperada.
Sergio desde afuera estaba asombrado del extraordinario trabajo bucal que estaba ejecutando hasta ese momento, su fiel esposa. No podía creer lo que veía.
Tuvo claro como venía el juego. Las mujeres en su juego de los viernes habían modificado el premio habitual de un postre, o una cena, y habían decidido merendarse al marido de la que perdía, y parecía que Ana era la que peor jugaba, porque dos veces seguidas le habían cepillado al marido. Esta idea le causó gracia. Era evidente que Raquel había perdido con Ana, algo que no pasaba normalmente, así que no muchos tendrían la posibilidad de montarse a Ana como había hecho él. Era una ventaja.
Los tortolitos emprendieron el camino hacia el dormitorio y Sergio no quiso ver mas. Ya sabía lo que seguía. Volvió a su casa con un montón de ideas dándole vueltas en la cabeza.
Raquel, una vez en la cama, se subió encima de su desnuda pareja y se clavó hasta las cachas, comenzando a moverse como una posesa sobre ese trozo de carne que la llenaba la mar de bien. Pablo con sus manos sobando las tetas de la hembra gozaba plenamente del encuentro. De esa manera se fue el primer acto. Luego de una pausa razonable, fue el turno de Raquel de ponerse en cuatro patas, y soportar al jinete que desde atrás, recorría todo el interior de su sexo con su herramienta, para terminar llenándola nuevamente con todo lo que tenía.
Cuando Raquel volvió a su casa, su marido estaba mirando televisión muy tranquilo y no preguntó nada. Ella fue rápidamente a bañarse para sacarse el olor a macho que la inundaba.
Ana, nuevamente revisó el dormitorio y no hizo falta que acomodara nada. Esa noche, buscó a su marido, y a pesar del desgaste de la tarde, tuvo suficiente energía para echarle un buen polvo y hacerla acabar como una señora.
En la siguiente reunión de hombres de los viernes, nadie comentó nada.
Sergio en un momento dado sacó el tema de la rutina y los intercambios, y vio como Pablo se ponía colorado, mientras que los demás lucían de lo mas normal. O sea que todavía no habían agarrado una rosca. Era interesante. A él le había tocado una y el suertudo de Pablo había tenido 2. Ellos sin saberlo habían intercambiado esposas. Y anoche, seguramente la suerte de otro se había decidido. Sergio miró a sus compañeros, tratando de imaginarse a quien le tocaría el regalito al día siguiente. Iba a hacer un comentario, pero decidió esperar a que las cosas fluyeran.
El sábado, Sergio respiró aliviado. Su mujercita no había planteado de salir, lo que significaba que no había ganado ni perdido.
Llamó por teléfono a Pablo como al acaso, y el le dijo que estaba en casa con su esposa arreglando unas cosas. O sea que esta vez, Pablo tampoco había agarrado ficha. Y Ana tampoco.
La situación se resolvería entre Silvia, Luciana, Fernando y Daniel.
Todo estuvo mas claro, cuando al promediar la tarde Luciana llegó de visita y se encerró en el dormitorio con Raquel. Daniel era el afortunado y Silvia la ganadora.
En ese momento Silvia, vestida con una mini de escándalo, tocaba timbre en la casa de Luciana, como si no supiera que ella no estaba.
Daniel abrió y no pudo menos que sorprenderse de la imagen sensual que estaba en la puerta.
- Silvia, que placer, dijo sin poder evitar que sus ojos se clavaran en ese par de piernas que se mostraban en todo su esplendor.
- Hola Daniel, está Luciana?
- No Silvia, ha salido y dijo adonde iba. Solo que volvería a la nochecita.
- Que pena, dijo quedándose en la puerta y prácticamente obligando al macho a invitarla a pasar.
- Pero, pasa, no te quedes ahí, toma algo conmigo y después te vas.
- Gracias Daniel. ¿Hace calor verdad?
- Si, bastante.
- Me parece que de cualquier modo se me fue la mano con la pollera que me puse. ¿ Tu que opinas?, dijo pasando a su lado y mostrando el trasero mas deseable del grupo.
- Te queda bien, la verdad. Es un poco corta, pero tienes piernas para lucirlas, dijo sinceramente.
- Gracias por el piropo, Dani, pero la verdad que ya me siento un poco vieja para esta ropa, dijo sentándose en una silla y cruzando lentamente las piernas, dejando que la pollera subiera unos centímetros mas.
Daniel no puedo dejar de mirarla.
- No estás vieja, Silvia. Muchas jovencitas te deben envidiar esas piernas y ese trasero seguramente.
- Lo que pasa es que la rutina del matrimonio nos hace pensar en que ya no somos deseables. Mi marido jamás me elogia, dijo mientras cruzaba sus piernas hacia el otro lado.
- Tu marido debe estar muy conforme de tenerte a tu lado, seguramente.
- No se. Muchas veces pienso que tendría que escuchar otra opinión para saber si realmente valgo la pena como mujer.
Daniel se quedó callado. Era amiga de su mujer y la mujer de un amigo. No podía estar pensando lo que estaba pensando. Su verga comenzaba a latir dentro de su pantalón. Silvia estaba regalada y dispuesta a meterle los cuernos a su marido.
- Deja esas ideas. Voy a buscar algo para tomar, dijo para cortar la situación.
Fue a la cocina, tratando de calmarse, sin embargo no podía conseguir que su verga se tranquilizara. De solo pensar en tener esas piernas rodeándolo mientras el la clavaba profundamente, era suficiente para mantenerlo excitado como un adolescente. Acomodó su verga para que no se notara tanto y volvió con un par de cervezas.
- Gracias, dijo Silvia mientras se levantaba y se acercaba a la bandeja, estirándose al llegar de manera que su culito quedaba bien marcado frente a los ojos de Daniel que ya no sabía como hacer para no irse en seco.
- ¿Todas las mujeres se sientes aburridas, como tú?, dijo y se arrepintió de inmediato por volver al tema.
- ¿ Tú no te aburres?, le preguntó tomando un sorbo.
- Yo quiero a mi esposa, se defendió Daniel
- No te pregunté eso. ¿ No piensas algunas veces en tirarte a otra mujer, solo para saber lo que se siente?, le preguntó mirándolo a los ojos.
- Bueno, las fantasías son naturales....
- Las realidades también, dijo Silvia volviendo a sentarse en la silla y cruzando nuevamente sus torneadas piernas.
- Mira, Silvia. No lo tomes a mal, pero me gustaría cambiar de tema.
- Perdón, no sabía que eras tan pacato, dijo ella riendo.
- No soy pacato, pero soy un hombre, comprende.
- ¿ Y eso que significa?
- Que respondo a los estímulos aunque no quiera.
- ¿ te estoy estimulando? Preguntó inocente.
- Tu sabes que sí.
- ¿ Y a qué?
- Vamos, Silvia. No juguemos con fuego, te lo pido.
- Lo que me pregunto es si tendrás una manguera para apagar el incendio dijo mirándolo con lujuria.
- No me busques.
- Eres muy cobarde, dijo levantándose, mejor me voy, y dándose vuelta enfiló hacia la puerta, bamboleando su culo mientras caminaba.
Daniel se levantó y la tomó de la cintura, deteniéndola.
- ¿ Por qué cobarde?
Silvia acarició con su mano su pierna derecha, desde la mitad del muslo hacia arriba, provocando que su corta pollera se levantar y mostrara su pierna completa. La mano de Daniel como si estuviera imantada, también hizo el mismo recorrido.
- No me excites si no estás dispuesto a llegar al final, dijo Silvia tomando la mano de Daniel contra su pierna.
Su otra mano dejó la cintura de la hembra, y lentamente se metió entre sus piernas, llegando a posarse sobre su bombacha, que se notaba mojada, como consecuencia de los diálogos producidos.
- Estás mojada, dijo Daniel, acercando su boca al oído de Silvia.
Ella lo dejó que la acariciara lentamente, que la frotara por encima de la fina tela de sus calzones. Su mano soltó la otra mano de Daniel, dejando que también la recorriera con ganas.
Cuando el macho sintió bajo su mano esas carnes firmes y torneadas, ya estaba perdido. No había forma en que se detuviera. Cuando su mano llegó por debajo de la pollera hasta las nalgas de la hembra, esos montículos firmes y notorios eran el paraíso. Imaginarse a esa perra en cuatro patas recibiendo los embates por atrás eran una película imperdible.
La dio vuelta de la cintura y la apoyó contra el respaldo de un sillón, mientras la besaba con desesperación, y conseguía que su bulto se ubicara chocara contra su adbomen. Daniel era al menos 15 cms. Mas alto que Silvia. La sentó sobre el respaldo y siguió besándola, mientras la hembra le envolvía los riñones con sus hermosas piernas.
Las manos de la hembra desabrocharon facilmente su pantalón y su cierre, y metiéndose dentro de su ropa, extrajeron la verga que estaba escondida hacia abajo para marcar lo menos posible la calentura de Daniel. Trabajosamente la sacó, y comenzó a masturbarla lentamente con manifiesta habilidad.
- Estoy desesperado, dijo Daniel entre beso y beso.
- A que esperas, le dijo Silvia sin soltar la herramienta.
Daniel corrió la tanga de Silvia, y recuperando el manejo de su verga la ubicó en la entrada de la cueva húmeda y caliente de la hembra.
- Hasta el fondo, papito, hasta el fondo, pidió ella, mientras con sus piernas lo acercaba y Daniel empujando hacia adelante fue entrando en su cuerpo, hasta que los dos chocaron, mostrando una conjunción perfecta y lujuriosa.
Tiraron así un buen rato, hasta que Silvia se dejó llevar por el clímax, y en ese momento le pidió a su pareja que le echara todo.
- Dame todo, todo, dijo y Daniel como si esperara la orden se metió hasta las cachas y comenzó a vaciarse. Se retiraba y volvía a entrar a fondo, donde un nuevo chorro de semen regaba a la hembra, y así varias veces, hasta que quedó allí, tratando de recuperar el aire.
Silvia estaba satisfecha. Daniel era un buen amante y las sensaciones de sentir otra verga que no fuera la de su marido, le había gustado mucho. Sintió como el macho se retiraba lentamente, mientras ella apoyaba sus pies en el piso, y de a poco, sintió como corría por sus piernas el semen del macho. Se arrodilló y con su boca capturó esa verga morcillona y pegajosa por los líquidos de ambos, y comenzó una fellatio profunda y suave.
- Hmmm, que bien la chupas, dijo Daniel, tomando la cabeza de Silvia para dirigir la mamada.
Luego de un rato, nuevamente la herramienta estaba lista, y el macho hizo que se levantara y la llevó hasta la mullida alfombra del salón. En el camino le quitó toda la ropa, y cuando llegó al lugar estaba totalmente desnuda. Una vez allí, hizo que se pusiera en cuatro patas, mientras el también se desnudaba totalmente. Por fin, se acomodó en la grupa de la hembra como para montarla. Metió su mano en el sexo de la hembra que chorreaba líquidos, y comenzó a refregárselos en toda su entrepierna, en especial en el agujero de su culo, metiendo uno de sus dedos en él, lo que hizo gemir a la hembra. Siguió un rato con ese tratamiento, mientras Silvia por entre sus piernas jugueteaba con los huevos del macho que se iban endureciendo.
- Estás muy mojada, Silvia. Yo lo lamento pero hay algo que no puedo dejar de hacer, le dijo, mientras la tomaba de los cabellos, obligándola a quedarse quieta, y haciendo que gritara al sentir el tirón de cabellos.
Silvia se quedó quieta. No esperaba esa violencia del macho, pero la verdad que eso la calentaba aún mas. Hacía años que solo recibía sexo cariñoso y romántico. Era bueno sentirse una perra miserable, en manos de un bruto. Pero cuando sintió la cabeza de esa dura verga tratar de abrirse paso en su culo, protestó.
- No por ahí, Dani, me va a doler.
- Shh, quedate callada. Seré suave, pero no puedo dejar de poseer el mejor culito que he visto en mi vida, dijo mientras empujaba y conseguía que la cabeza de su vara traspasar el esfínter de la hembra, quien gritó ante la sorpresa.
- No grites, puta, no grites que ya está adentro. Tranquila que espero que dilates y lo disfrutes. Te aseguro que este culo nació para ser perforado, dijo soltando su cabello y tomando sus hombros.
Silvia comenzó a sollozar. El dolor era mucho, pero no tenía retorno. No podía escaparse de la sodomía.
- Despacio, por favor, que duele mucho, pidió.
- ¿ Qué pensabas cuando viniste a buscarme? ¿ Que no iba a hacerte el culito? Este culito es mío y lo vas a disfrutar. Después de hoy vas a rogar para que te lo rompan todos los días.
Lentamente Silvia se fue aflojando y el dolor fue cediendo mientras su culo se adaptaba a la penetración. Fue en ese momento cuando ella comenzó a tirarse hacia atrás para que la verga se metiera en ella.
- Te esta gustando, ¿verdad?. Yo me quedaré quieto y vos comete lo que quieras, le dijo
Y Silvia, lentamente fue empalándose hasta que sintió que los dos cuerpos se tocaban.
- Ya está adentro, Silvita. En un rato te voy a serruchar con toda mi alma y vas a acabar como una puta.
Dicho y hecho. Unos minutos después, Daniel comenzó a retirarse y a clavarla profundamente, afirmándose en los hombros de Silvia. Para colmo, como ya se había vaciado, no tenía ningún apuro en terminar el acto. Silvia sintió que le llegaba un orgasmo bestial y se dejó llevar, pero ese orgasmo parecía interminable porque el macho no paraba de bombearla, y luego de un rato empezó a pedirle al macho que se corriera de una vez, que no podía mas, pero Daniel no estaba dispuesto a hacerle caso, y sus arremetidas eran cada vez mas profundas y mas violentas, y Silvia comenzó a llorar de placer.
Ya no aguantaba mas. No sabía como hacer para terminar con esta enculada, y por fin metió su mano entre sus piernas y comenzó a acariciar las pelotas del macho, hasta llegar a aferrarlas y apretarlas con fuerza. Los suspiros del macho denotaban que ese tratamiento no estaba pasando desapercibido.
- Me corro puta, me corro, comete mis mocos, puta, puta, puta, dijo metiéndose hasta el fondo y dejándose ir. Luego, se derrumbó sobre Silvia arrastrándola en su caída, quedando los dos en el suelo.
Cuando Luciana volvió, su marido estaba trabajando en el jardín. No vio nada raro.
Sergio tenía decidido que hacer. Si Raquel pensaba que iba a seguir culeando a diestra y siniestra cuando le diera gana, no iba a ser tan simple.
Solo tenía que esperar que ella ganara, y un sábado la vio arreglarse con mucho detalle, y cuando anunció que iba a salir, la detuvo.
- ¿ Adonde vas?
- Voy a casa de Luciana, dijo sonriendo.
- O sea que hoy Daniel es el afortunado, dijo también sonriendo.
Raquel se quedó de una pieza.
- No sé a que te refieres.
- Fácil, Raquel. Tu ganaste el jueves. Y Luciana perdió. Y vas a cobrar la apuesta.
- ¿ Cómo sabes...., dijo y se dio cuenta que había confirmado todo.
- Me alegro que al menos no lo niegues.
- Pe,pe, pero...
- Sin peros, Raquel, sin peros. Uds han tenido una idea brillante para romper la rutina, pero me parece que le vamos a agregar una vuelta mas de tuerca.
- No entiendo.
- Muy simple. De ahora en mas cuando gane, ganará el matrimonio, y cuando pierda, también perderá el matrimonio.
- ¿ Y eso que significa?
- Significa que si tu vas a la casa de Sergio a que te atienda, llamas a Luciana a que venga a atenderme a mí, dijo tranquilo.
3 comentarios - Premio en especies (3ra. parte)