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Compendio I
Ya van unos 3 turnos que lo he intentado.
“¡Bien! ¡Es hora de levantarnos! ¡Me voy a duchar!” digo, haciendo el ademán para levantarme, destapando las sabanas y flexionando las rodillas, para ponerme de pie.
Como un resorte, ella se afirma a mi cuello y me inmoviliza fogosamente.
“¡No! ¡No te vayas! ¡Quédate 5 minutos más! ¡Por favor!” me solicita.
Y ese “¡Por favor!” (Pleaase) es largo, melodioso y lastimero, que desde la primera vez que lo escuché, me hace sonreír.
La miro a los ojos y ella me sonríe coqueta, como si ya hubiese logrado su cometido.
“¡Tengo que levantarme!” le insisto. “Hay muchas cosas por hacer…”
Y sigo forcejeando, tratando de liberarme. Pero ella también sabe que solamente con palabras, no podrá convencerme.
“¡Es temprano! ¡Queda tiempo! ¡Vuelve a la cama y quédate un poco más! ¡Son solo 5 minutos! ¡Te prometo que solamente será eso!” me responde, mirándome con ojos melosos.
Miro por segunda vez el reloj. Es entre las 9 y cuarto y 9:20 de la mañana.
Tampoco se trata que ella esté insatisfecha. Las 2 horas que llevamos en la cama se han esfumado en un santiamén y hemos hecho el amor un par de veces, pero sigue insistiendo que me quede otro poco más.
“¡Queda tiempo!” ese es su argumento y todas las veces, me hace dudar.
Suspiro y me resigno, lo que a ella ilumina más en su mirada. Sé bastante bien que no serán solo 5 minutos. Ni ella los respetara, ni yo me acordaré.
Y vuelvo a su regazo, recibiéndome con una mirada luminosa. La abrazo por la cintura y la beso profundamente en los labios. Ella suspira y sigue sonriendo, mientras que sus caricias la van guiando, como los días anteriores, a lo que rellena el pantalón de mi pijama, ya sea para pajearme, chuparme o lo más seguro, depositarlo en su feminidad.
Lo más gracioso es que cuando vuelvo a la cama, ella estira sus piernas sobre las sabanas, como si estuviera ansiosa y da un suspiro maravilloso, de relajación, mientras empiezo a besarla por el cuello.
Mis manos palpan sus caderas delgaditas y vuelve a estirarse en gozo, mientras que mi lengua se regocija de sus labios dulces.
Y cuando ella abre sus piernas y siente la punta de mi glande, momentos antes de penetrarla por 3era vez en la mañana, le pregunto cuándo se tomará un día libre y conocerá a otro tipo que no sea yo.
Entonces, ella suspira y sonríe, abrazándome con fuerza, lanzando un suave y cariñoso lamento cuando me vuelvo a enterrar en ella.
Lizzie es una chica deliciosa.
Con sus 22 primaveras; una cintura delgada; un trasero carnoso y respingón; unos pechos generosos, con pezones gruesos y areolas rosadas muy grandes y seductoras, complementadas con una actitud coqueta y desafiante, la hacen ver como un delicioso manjar de mujer.
Sigue siendo muy preocupada de su apariencia y tanto su brillante cabello castaño como su impecable y blanquecina sonrisa son sus principales atractivos, rematando con mejillas pecosas y unos coquetos ojos negros.
Y lo que hacemos por las mañanas, no lo puedo hacer ni con Hannah ni con mi querida Marisol. Las 2 son muy responsables y el tiempo siempre va en nuestra contra.
Por las mañanas, durante el turno, Hannah me mira melosa (por cierto, está muy contenta que debido a su casamiento y luna de miel, no solamente atrasara sus vacaciones, sino que además pasara la navidad conmigo) y lo más seguro es que también desee quedarse un poco más conmigo. Pero los horarios de trabajo son infranqueables.
Y Marisol aprovecha de dormir hasta tarde. Hacemos el amor intensamente el viernes, atendiéndola como se lo merece y la pobre queda rendida, que a duras penas se puede levantar para dar pecho a las pequeñas.
Retomando el tema, Lizzie es bastante fogosa, al punto de ser una de esas chicas “calientapollas”, que usan bermudas cortos y que destacan sus nalgas y camisetas cortas, que enmarcan sus pechos y a la vez, exponen su sensual ombligo y cintura.
Imagino que si Marisol tiene admiradores en la universidad, ella también debe tenerlos en su instituto. Pero por alguna extraña razón, ella se rehúsa a salir con ellos, siendo que está completamente soltera y no tiene una pareja.
Al menos, no una que yo conozca.
No obstante, lo que más me atrae de ella es su astucia: Ella sabe que a Marisol le agrada sentirse “cornuda” y que no es mi única amante.
De hecho, aunque no lo hemos discutido al detalle, ella sabe que algo pasó entre la familia de mi mujer y conmigo, los días que regresé a mi tierra, porque le parecía raro que me perdiera tantas horas con mi cuñada, la prima de Marisol y que acompañara hasta tan tarde a mi suegra en el trabajo.
Pero aun así, no ha dicho mucho y en el fondo sabe que le soy relativamente fiel a ella y a mi esposa.
Mientras la penetro y le beso las mejillas, le insisto que como su jefe, ella debe salir en días libres. Que lo que estoy haciéndole, debería hacerlo otro.
Ella me reprocha, envolviéndome entre sus piernas, besándome para callarme y abrazándome muy fuerte, diciéndome que no. Que prefiere quedarse aquí, conmigo.
Le agarro los pechos y le estrujo sus pezones, explicándole que soy un hombre casado, un padre responsable enamorado de su esposa y que ella debe hacerme caso, porque soy su empleador.
Ella se resiste, lamiéndose los labios hinchados por mis besos, que el único motivo por el que aceptó mi trabajo, era para volver a tener sexo conmigo.
Entonces, me paro de la cama y abro sus piernas, estirándolas hasta mis hombros, porque quiero causarle dolor y hacerle entender.
“¡Eres lindísima!... ¡Búscate un novio!” le insisto, penetrándola con más violencia y afirmándome de su sensual cintura.
Ella gime y gime otra vez, apoyándose fuertemente con sus brazos en la cama, mientras sus pechos se sacuden desbocados, diciéndome que no.
Que no necesita más hombres. Que conmigo tiene suficiente.
Entonces, me afirmo de sus nalgas e incremento el impacto de mis embestidas.
Le pregunto dónde quedó la mesera coqueta, que seducía a los casados y que engañaba a su novio, sacudiéndola con suficiente fuerza para hacer vibrar todos sus cuerpos carnosos.
Arrebatada, se atreve a responderme que solamente buscaba uno… uno bueno, que le diera un poco de su tiempo y que la rompiera en la cama.
“¡No soy yo! ¡No soy yo!” le insisto una y otra vez, mientras me mira con sus ojos de perdida y suspira intensamente, mientras la entierro hasta el fondo.
Me doy cuenta que es inútil seguir protestando. Sus sonidos son netamente guturales y sus ojos entrecerrados están procesando a duras penas el placer que le estoy dando.
Más me frustra que sea tan testaruda y se la meto con mayor potencia, lo que le roba un alarido y un orgasmo demoledor.
Firmé contratos, estoy rompiendo reglas australianas y ella insiste e insiste en no tomarse días libres.
A veces, pienso que es una desagradecida. No le basta que le haya conseguido un hogar, que la hayamos adoptado en mi familia, las comodidades que le he brindado, con sus cuidados y que incluso la hayamos llevado con nosotros, de viaje al extranjero.
Para nada. Lo único que ella piensa, tan egoístamente, es que se lo meta y lo meta una y otra vez.
Que las plantas y flores que le traigo debería dárselas alguien que realmente la amara y no yo, que soy solamente su jefe y empleador que la quiere bastante y se preocupa de ella, su comodidad y que tenga un buen pasar.
Y es que simplemente, la quiero ver feliz. Quiero saber que encontrara a un tipo que le hará gozar como se lo merece y que la atenderá como una princesa, porque en el fondo sigue siendo una chiquilla, con cuerpo de mujer.
Que vea lo hermosa que se ve al alcanzar el éxtasis y lo tímida que se torna su mirada cuando pide que no, que por favor la dejen descansar.
Sé que es difícil resistirse, porque es bonita: su sonrisa deliciosa y sus mejillas enrojecidas, que medio ocultan sus infantiles pecas, con gotas de transpiración y sus suaves quejidos placenteros, a medida que recibe las embestidas.
Y sé que quiere formar familia, porque ocasionalmente me comenta lo linda que son las pequeñas y que le encantaría tener una también.
Aprovecho de insistirle que salga a una disco y que conozca alguien, pero ella me da una mirada enigmática, junto con una sonrisa y me dice que no. Que por el momento, está bien así.
Es el momento de revisar que tanto ella y Marisol se sigan tomando sus pastillas anticonceptivas con regularidad, todos los días.
Entonces, cuando la coloración de sus mejillas embarga toda su cara y las gotitas de sudor encienden los poros de su deleitable cara, suelto sus piernas y vuelvo a sus labios.
Lo hago parecido a los aviones, cuando se preparan para aterrizar: la beso en los labios, suavemente y ella me mira una vez a los ojos, disfrutando de mis besos.
La abrazo con ternura, porque aunque la quiero, también me hace enfadar y ella se queja cuando succiono sus hinchados pezones.
Y es en esos momentos, en donde está alcanzando un orgasmo, que yo aprovecho de eyacular.
La pobrecita se ve tan feliz al recibir mis jugos, que pareciera que le han dado el regalo más hermoso.
La miro profundamente a los ojos y puedo ver que se siente segura, contenta y conforme.
Es una lástima que no lo haga con un esposo o un novio que se preocupe de verla feliz y que se tenga que conformar conmigo, que ya estoy casado.
“¡Gracias!” me dice y me sonríe, mientras nos quedamos juntos, besándonos y brindándonos cariño.
Entonces, al poco rato, suena la distintiva voz de mi flaquita enojona.
“¡Liiiiiiizzzz!” llamando, para que la niñera le saque de la cuna.
Nuevamente, me he perdido uno de esos deliciosos momentos de ser papá, siendo la primera persona que ven mis hijas por la mañana.
Lizzie se viste apresuradamente, muy contenta, dejándome a solas en la cama y no para de mirarme ni de sonreír hasta que se va de la habitación.
Miro el reloj una vez más y me resigno otra vez. Son las 10:12.
Y mientras me pongo el pijama, pienso si aceptaría al día siguiente bañarse conmigo, para ahorrar tiempo y ver si definitivamente, podremos encontrar una solución al problema de sus permisos y días libres.
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1 comentarios - Siete por siete (130): 5 minutos más…