HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XXI.
La señora de la limpieza.
Durante casi 10 años, desde que me separé y me fui a vivir solo, trabajó en casa una señora que me daba una mano con la limpieza del departamento. Una correntina grandota y más buena que el pan. Y digo trabajó porque un nefasto día me cuenta que al marido le había salido un trabajo en una obra importante en Misiones y entonces se mudaban a Posadas.
Fue una noticia tremenda porque soy incapaz, dada mi inutilidad en las tareas domésticas, de apenas planchar un pañuelo. Sin embargo, la correntina antes de irse por última vez intentó explicarme lo elemental como para mantener el derpa medianamente limpio. Fueron inútiles sus enseñanzas respecto a las virtudes de productos de limpieza con nombres como “Oxi”, “Gel”, “Vanish”, y no sé cuántas denominaciones más. Estoy seguro que me hubiera resultado más fácil entender los principios de la física cuántica que las aplicaciones de cada uno de esos frascos.
Inmediatamente comencé a tirar líneas por todos lados: familiares, amigos, compañeros de laburo, amigos de Facebook, para conseguir una reemplazante de la correntina. Finalmente, Nancy, la chica que hace limpieza en la oficina me comenta que su tía trabaja en casas de familia y tiene un par de días libres por semana para darme una mano. Sin dudarlo le di todos mis datos para que pasara por casa a conocer su lugar de trabajo. Por la tarde Nancy me confirma que al día siguiente, a las 9 de la mañana, vendría la tía a presentarse.
Esa noche compré una pizza para no ensuciar la cocina y antes de irme a dormir acomodé lo más que pude el departamento de modo que cuando llegue esta señora no se asuste del despelote y salga rajando.
9 en punto suena el timbre; era Rosana, mi salvadora.
Cuando la vi, mi primera impresión fue acompañada de un pensamiento: “pobre mujer”… Era fea, sin joda, muy fea. Su cara la asocié inmediatamente a la de Patora, la hermana de Patoruzú. Aunque debo reconocer que a pesar de la fealdad de su rostro, su cuerpo estaba más que bueno para una mujer de unos 45 años, vestía muy bien y se la veía muy pulcra en su aspecto y vestimenta. Por lo poco que hablamos, evidentemente era una mujer muy sufrida, sin esposo ni hijos, que había dedicado toda su vida a trabajar, imposibilitada de darse un mínimo lujito. Y fundamentalmente, muy educada.
Le mostré el departamento, le indiqué qué era lo que mínimamente necesitaba, echó un vistazo al stock de productos de limpieza (al que me agregó una lista de no menos diez más), le expliqué más o menos como manejar el lavarropas, acordamos la paga, los días de trabajo y el horario, y con todo de acuerdo me propone comenzar ese mismo viernes, lo que acepté sin titubear. Le entregué un juego de llaves y nos despedimos hasta entonces.
Durante las dos primeras semanas no nos cruzamos en ningún momento; yo salía a trabajar antes de que ella llegara y volvía después de que se iba, pero todos los martes y viernes era notoria la diferencia entre lo que era el derpa cuando salía y cuando volvía.
Hasta que un día que tenía mucha fiaca decidí no ir a la oficina y trabajar desde casa. Ese día debía venir Rosana así que me levanté temprano, me di una ducha, me vestí y acomodé la compu y todo lo necesario para el laburo en la mesa del comedor. En eso escucho la llave en la puerta.
-- Buen día, Rosana.
-- Buen día señor –no me tuteaba, yo sí-, ¿hoy no va a trabajar?
-- No, voy a trabajar desde acá. Si te molesto, decime, que me corro.
-- No se preocupe, empiezo por otra habitación. Permiso, me voy a cambiar…
-- Si, claro.
Tomó su bolso y enfiló al dormitorio secundario. Un rato después salió vestida con su “ropa de trabajo” y créanme que casi me caigo de culo… En la cabeza se había colocado un pañuelo sujetándole el cabello y tenía puesto una especie de guardapolvo celeste clarito abotonado por delante que le llegaba hasta la mitad de los muslos, dejando al descubierto unas piernas que ni por putas imaginaba que tuviera; por su pronunciado escote asomaban un par de pechos sostenidos por un corpiño negro traslucido por la liviana tela del delantal. Al pasar tras de mí giré la cabeza para adivinar el culo que sostenían ese hermoso par de gambas: el guardapolvo trasparentaba una pequeña bombacha, también negra, que más debajo de la cintura se le perdía entre las nalgas… “¡Cómo me calienta esta mujer! Con la luz apagada o con la funda de una almohada en la cabeza, le doy hasta que Lamadrid gane la Libertadores” pensaba…
Ella comenzó con su tarea y yo siempre tenía algún motivo para ir donde ella: si estaba en la cocina yo iba a calentar agua para el mate, si iba al dormitorio yo iba a buscar un pañuelo. Finalmente me pidió que libere el comedor para poder barrerlo; me senté en un sillón del living y encendí la tele. Desde allí podía relojearla moviendo sus caderas con el ir y venir del lampazo, lo que descuidadamente le hacía subir la falda mostrándome cada vez un poco más de sus muslos, hasta que lo advertía y la volvía a poner en su lugar…
Terminado el comedor decidió comenzar con el baño.
-- Señor, ya está listo el comedor, voy a seguir con el baño, si lo necesita úselo ahora por favor.
-- No, no, está bien. Hacé lo tuyo.
-- Bueno, gracias.
Imaginarán la cantidad de veces que pasé por delante de la puerta abierta del baño solamente para espiarla agachada frotando la bañera o arrodillada limpiando el inodoro. Por un instante pensé en abordarla por detrás, así agachada, levantarle el delantal, arrancarle la bombacha y penetrarla de una hasta los huevos mientras ella me pedía más y más… “No, estoy loco”, me dije yéndome a sentar frente a la notebook tratando de esconder mi erección.
Me dediqué entonces a responder una catarata de mails que comenzaron a entrar, hice algunos llamados telefónicos y así pasaron las horas hasta que terminó su horario y ya vestida de calle me saluda desde lejos comunicándome que vuelve el viernes antes de cerrar la puerta. Ahí mismo me hice una brutal paja imaginando lo bien que la hubiera pasado cogiéndola toda la mañana…
El viernes fingí un principio de gripe para no ir a laburar y esperar a Rosana. Como todas las mañanas me levanté, me pegué una ducha, me vestí con ropa deportiva y me quedé a esperarla tomando unos mates mientras miraba un noticiero en la tele. Puntualmente abre la puerta:
-- Buen día señor, ¡qué sorpresa!
-- Hola Rosana, buen día.
-- Parece que hoy tampoco vas a trabajar… -comentó con su acento paraguayo, tuteándome a veces si, a veces no-
-- No, nos dieron asueto porque van a fumigar la oficina –mentí-.
-- Bueno. Permiso, me voy a cambiar…
Con mucho disimulo fui tras ella hacia mi dormitorio desde cuyo ventanal se ve el de la pieza donde ella se estaba cambiando, que tenía la persiana subida al tope. Sin que lo notara pude observar cómo se desvestía hasta quedar en ropa interior, lamentando no haber preparado la filmadora mientras me manoseaba la poronga. Otra vez ropa interior negra que apenas contrastaba con su piel algo trigueña. No había tenido oportunidad antes de reparar en sus pechos: redondos, bellos, de tamaño acorde a su cuerpo… En fin, si no fuera por su rostro era una hermosa mujer, que me calentaba y mucho. Antes de que se calzara el delantal corrí a mi sillón para que no sospechara de nada. Cuando volvió con su sensual guardapolvo celeste, le dije:
-- Hoy no tengo trabajo así que voy a estar por acá mirando la tele o la compu; si te molesto no tenés más que decírmelo.
-- No, está bien… Voy a empezar por la cocina, permiso. –Y allá fue deleitándome con la trasparencia de su delantal-.
Me aburrí del noticiero, cambié el mate y me traje la notebook para pelotudear un rato. Adrede, se me ocurrió buscar un video en alguna página porno. Encontré uno de maduras, lo puse en pantalla completa con el audio al mínimo y la invité a Rosana a tomar un mate:
-- Rosana, vení, ¿querés un mate? –le ofrecí en voz alta desde mi sillón-
-- No, gracias señor, no me gusta mucho el mate, prefiero el tereré –me responde asomando la cabeza por el pasaplatos-.
-- No importa, tomate uno que igual no está muy caliente…
-- Bueno, si, gracias –aceptó-
Cuando vino a buscarlo no le estiré el brazo con el mate sino que lo dejé bien cerca de mí para que se arrime y vea el monitor. Y así fue.
-- Uy, señor, perdone…
-- No, ¿por qué?. Tomá. –le ofrecí el mate, que aceptó mientras en la pantalla un joven con una poronga del tamaño de mi antebrazo se clavaba a una vieja por el culo-
-- Pero señor, ¡¿qué está mirando?!
-- ¿Te gusta?
-- No. –dijo sin esconder curiosidad-
-- Vení, sentate, descansá y tomate unos mates…
No se sentó a mi lado pero sí quedó de pie junto al posabrazos de mi sillón, sin quitar la mirada atónita del monitor.
-- No entiendo cómo la gente es capaz de hacer esas cosas para que todos lo vean –me dijo casi con indignación devolviéndome el mate vacío-.
-- Ayuda a que la gente descargue ansiedades, se suelte –le expliqué cuasi filosóficamente- ¿O me vas a decir que no sentís nada, acaso?
-- Y, si… -confesó ruborizada sonriendo con complicidad-
Le alcancé otro mate y deslicé mi mano por debajo del delantal apoyándola detrás de su muslo. Hizo un leve movimiento como tratando de evitar el contacto, pero mínimo, parecía que lo estaba esperando. Acaricié suavemente su pierna notando que no había resistencia alguna así que desnudé mi miembro dejando al descubierto una notable erección. Se perdió la parte de la película en la que el joven acababa sobre las nalgas de la vieja porque su mirada estaba fija en mi pene. Con mi mano acariciando sus nalgas se lo ofrecí:
-- ¿La querés? Es tuya –le dije tomando su mano y llevándola hacia la chota-
Casi sin darse cuenta comenzó a masturbarme suavemente con la vista clavada en el monitor, donde había cambiado la escena y ahora una rubia de tetas caídas le hacía una fellatio a un negro pijudo.
-- Chupámela como al negro… Vení…
Me puse de pie frente a ella y empujé sus hombros invitándola a arrodillarse. Con placer abrazó con sus labios la base del glande y sentí cómo lo recorría con su lengua. Confieso que poco faltaba para que acabe en su boca cuando le pedí:
-- Vamos al dormitorio…
-- Pero, señor…
-- Vamos.
Parados a los pies de la cama desabroché su delantal dejándolo caer al suelo, pasé mis manos por detrás de su espalda y desprendí su corpiño que lentamente fue deslizándose hacia abajo acariciando en su recorrido sus pechos descubriendo finalmente dos hermosas tetas con unos pequeños pezones negros y muy duros, que no tardé en besarlos alocadamente. Con su cabeza volcada hacia atrás se estremecía con mis mordisqueos. Suavemente la empujé hacia la cama dejándola tendida sobre ella. Rápidamente me quité toda la ropa y también su bombacha. Tenía la concha muy peluda. Acerqué mi cabeza a su entrepierna y entre caricias separé sus pelos para encontrarme con una hermosa vulva jugosa, carnosa, con un par de amplios labios que franqueaban la entrada a una caverna rosada y profunda… La besé y lamí con sumo placer. Un delicioso gusto a sexo invadía con sus jugos mi lengua.
-- Señor… -quiso decirme algo-
-- Shhhh…
Con una erección a pleno la tomé de las piernas acercando sus nalgas al borde del colchón. Sin que oponga resistencia separé ampliamente sus piernas y apoyé la cabeza de mi pene en la puerta de su concha. Con un suave movimiento de caderas hizo que penetrara el glande.
-- Ahhh!!! –exclamó con placer-
Suavemente se la introduje por completo hasta sentir la pelambre de su culo cepillándome los huevos. Entre gemidos comencé a bombear acompañado rítmicamente con movimientos de su cadera. Al poco rato sentí su orgasmo; fuertes contracciones vaginales junto con gritos de placer y leves emanaciones de flujo me permitieron comprobarlo. Fue en ese momento que intenté una penetración anal.
-- No, señor, por favor no –me imploró-
No insistí y volví a cogerla por la concha, no mucho tiempo más porque ya no había forma de evitar que acabara. Se la saqué apenas sentí el torrente de leche que subía desde mis huevos y acabé un espeso chorro de semen blanco y denso que contrastaba con la negrura de los pelos de su pubis. Se relajó y agotado me recosté a su lado acariciándole los pechos, aún tersos.
-- Gracias, señor. –me dijo luego-
-- Nada de gracias… ¿Querés darte una ducha?
-- Nooo, ésta es su casa…
-- Pero por favor! Vení, vamos a bañarnos juntos.
Bajo la tibia lluvia enjaboné todo su cuerpo acariciando cada centímetro de piel que cubría de espuma, esmerándome en su tajo. Luego fue su turno deteniéndose a enjabonar minuciosamente mi miembro semi erecto que no tardó en tomar la firmeza necesaria como para, así enjabonado, poder penetrarla por el culo sin mayores dificultades más que por una leve queja por el ardor que le producía que sin embargo era ínfimo comparado con el placer provocado. Era una belleza verla de espaldas, totalmente entregada al sexo, con las piernas separadas apenas flexionadas y sus manos, con los brazos extendidos hacia arriba, arañando los azulejos mientras yo tomándola de la cintura bombeaba en su culo y sus nalgas se sacudían con cada golpe contra mi pelvis. Solamente por respeto no acabé adentro. El semen que deposité al final de su espalda se escurrió rápidamente con el agua de la ducha.
Ese día se fue si llevarse el dinero de su jornal que yo rigurosamente le dejaba a diario sobre la mesa del comedor.
A partir de aquel día dejó de ser la señora simplemente “de la limpieza” para pasar a ser “polirrubro”. Repetimos esa situación muchas veces y hasta la he llamado varias noches para que me acompañe a cenar, mirar alguna porno, hacer el amor y dormir abrazados hasta la mañana siguiente.
Ya no pienso en su rostro, salvo cuando me ataca el sentimentalismo y pienso si no estaré enamorándome…
La señora de la limpieza.
Durante casi 10 años, desde que me separé y me fui a vivir solo, trabajó en casa una señora que me daba una mano con la limpieza del departamento. Una correntina grandota y más buena que el pan. Y digo trabajó porque un nefasto día me cuenta que al marido le había salido un trabajo en una obra importante en Misiones y entonces se mudaban a Posadas.
Fue una noticia tremenda porque soy incapaz, dada mi inutilidad en las tareas domésticas, de apenas planchar un pañuelo. Sin embargo, la correntina antes de irse por última vez intentó explicarme lo elemental como para mantener el derpa medianamente limpio. Fueron inútiles sus enseñanzas respecto a las virtudes de productos de limpieza con nombres como “Oxi”, “Gel”, “Vanish”, y no sé cuántas denominaciones más. Estoy seguro que me hubiera resultado más fácil entender los principios de la física cuántica que las aplicaciones de cada uno de esos frascos.
Inmediatamente comencé a tirar líneas por todos lados: familiares, amigos, compañeros de laburo, amigos de Facebook, para conseguir una reemplazante de la correntina. Finalmente, Nancy, la chica que hace limpieza en la oficina me comenta que su tía trabaja en casas de familia y tiene un par de días libres por semana para darme una mano. Sin dudarlo le di todos mis datos para que pasara por casa a conocer su lugar de trabajo. Por la tarde Nancy me confirma que al día siguiente, a las 9 de la mañana, vendría la tía a presentarse.
Esa noche compré una pizza para no ensuciar la cocina y antes de irme a dormir acomodé lo más que pude el departamento de modo que cuando llegue esta señora no se asuste del despelote y salga rajando.
9 en punto suena el timbre; era Rosana, mi salvadora.
Cuando la vi, mi primera impresión fue acompañada de un pensamiento: “pobre mujer”… Era fea, sin joda, muy fea. Su cara la asocié inmediatamente a la de Patora, la hermana de Patoruzú. Aunque debo reconocer que a pesar de la fealdad de su rostro, su cuerpo estaba más que bueno para una mujer de unos 45 años, vestía muy bien y se la veía muy pulcra en su aspecto y vestimenta. Por lo poco que hablamos, evidentemente era una mujer muy sufrida, sin esposo ni hijos, que había dedicado toda su vida a trabajar, imposibilitada de darse un mínimo lujito. Y fundamentalmente, muy educada.
Le mostré el departamento, le indiqué qué era lo que mínimamente necesitaba, echó un vistazo al stock de productos de limpieza (al que me agregó una lista de no menos diez más), le expliqué más o menos como manejar el lavarropas, acordamos la paga, los días de trabajo y el horario, y con todo de acuerdo me propone comenzar ese mismo viernes, lo que acepté sin titubear. Le entregué un juego de llaves y nos despedimos hasta entonces.
Durante las dos primeras semanas no nos cruzamos en ningún momento; yo salía a trabajar antes de que ella llegara y volvía después de que se iba, pero todos los martes y viernes era notoria la diferencia entre lo que era el derpa cuando salía y cuando volvía.
Hasta que un día que tenía mucha fiaca decidí no ir a la oficina y trabajar desde casa. Ese día debía venir Rosana así que me levanté temprano, me di una ducha, me vestí y acomodé la compu y todo lo necesario para el laburo en la mesa del comedor. En eso escucho la llave en la puerta.
-- Buen día, Rosana.
-- Buen día señor –no me tuteaba, yo sí-, ¿hoy no va a trabajar?
-- No, voy a trabajar desde acá. Si te molesto, decime, que me corro.
-- No se preocupe, empiezo por otra habitación. Permiso, me voy a cambiar…
-- Si, claro.
Tomó su bolso y enfiló al dormitorio secundario. Un rato después salió vestida con su “ropa de trabajo” y créanme que casi me caigo de culo… En la cabeza se había colocado un pañuelo sujetándole el cabello y tenía puesto una especie de guardapolvo celeste clarito abotonado por delante que le llegaba hasta la mitad de los muslos, dejando al descubierto unas piernas que ni por putas imaginaba que tuviera; por su pronunciado escote asomaban un par de pechos sostenidos por un corpiño negro traslucido por la liviana tela del delantal. Al pasar tras de mí giré la cabeza para adivinar el culo que sostenían ese hermoso par de gambas: el guardapolvo trasparentaba una pequeña bombacha, también negra, que más debajo de la cintura se le perdía entre las nalgas… “¡Cómo me calienta esta mujer! Con la luz apagada o con la funda de una almohada en la cabeza, le doy hasta que Lamadrid gane la Libertadores” pensaba…
Ella comenzó con su tarea y yo siempre tenía algún motivo para ir donde ella: si estaba en la cocina yo iba a calentar agua para el mate, si iba al dormitorio yo iba a buscar un pañuelo. Finalmente me pidió que libere el comedor para poder barrerlo; me senté en un sillón del living y encendí la tele. Desde allí podía relojearla moviendo sus caderas con el ir y venir del lampazo, lo que descuidadamente le hacía subir la falda mostrándome cada vez un poco más de sus muslos, hasta que lo advertía y la volvía a poner en su lugar…
Terminado el comedor decidió comenzar con el baño.
-- Señor, ya está listo el comedor, voy a seguir con el baño, si lo necesita úselo ahora por favor.
-- No, no, está bien. Hacé lo tuyo.
-- Bueno, gracias.
Imaginarán la cantidad de veces que pasé por delante de la puerta abierta del baño solamente para espiarla agachada frotando la bañera o arrodillada limpiando el inodoro. Por un instante pensé en abordarla por detrás, así agachada, levantarle el delantal, arrancarle la bombacha y penetrarla de una hasta los huevos mientras ella me pedía más y más… “No, estoy loco”, me dije yéndome a sentar frente a la notebook tratando de esconder mi erección.
Me dediqué entonces a responder una catarata de mails que comenzaron a entrar, hice algunos llamados telefónicos y así pasaron las horas hasta que terminó su horario y ya vestida de calle me saluda desde lejos comunicándome que vuelve el viernes antes de cerrar la puerta. Ahí mismo me hice una brutal paja imaginando lo bien que la hubiera pasado cogiéndola toda la mañana…
El viernes fingí un principio de gripe para no ir a laburar y esperar a Rosana. Como todas las mañanas me levanté, me pegué una ducha, me vestí con ropa deportiva y me quedé a esperarla tomando unos mates mientras miraba un noticiero en la tele. Puntualmente abre la puerta:
-- Buen día señor, ¡qué sorpresa!
-- Hola Rosana, buen día.
-- Parece que hoy tampoco vas a trabajar… -comentó con su acento paraguayo, tuteándome a veces si, a veces no-
-- No, nos dieron asueto porque van a fumigar la oficina –mentí-.
-- Bueno. Permiso, me voy a cambiar…
Con mucho disimulo fui tras ella hacia mi dormitorio desde cuyo ventanal se ve el de la pieza donde ella se estaba cambiando, que tenía la persiana subida al tope. Sin que lo notara pude observar cómo se desvestía hasta quedar en ropa interior, lamentando no haber preparado la filmadora mientras me manoseaba la poronga. Otra vez ropa interior negra que apenas contrastaba con su piel algo trigueña. No había tenido oportunidad antes de reparar en sus pechos: redondos, bellos, de tamaño acorde a su cuerpo… En fin, si no fuera por su rostro era una hermosa mujer, que me calentaba y mucho. Antes de que se calzara el delantal corrí a mi sillón para que no sospechara de nada. Cuando volvió con su sensual guardapolvo celeste, le dije:
-- Hoy no tengo trabajo así que voy a estar por acá mirando la tele o la compu; si te molesto no tenés más que decírmelo.
-- No, está bien… Voy a empezar por la cocina, permiso. –Y allá fue deleitándome con la trasparencia de su delantal-.
Me aburrí del noticiero, cambié el mate y me traje la notebook para pelotudear un rato. Adrede, se me ocurrió buscar un video en alguna página porno. Encontré uno de maduras, lo puse en pantalla completa con el audio al mínimo y la invité a Rosana a tomar un mate:
-- Rosana, vení, ¿querés un mate? –le ofrecí en voz alta desde mi sillón-
-- No, gracias señor, no me gusta mucho el mate, prefiero el tereré –me responde asomando la cabeza por el pasaplatos-.
-- No importa, tomate uno que igual no está muy caliente…
-- Bueno, si, gracias –aceptó-
Cuando vino a buscarlo no le estiré el brazo con el mate sino que lo dejé bien cerca de mí para que se arrime y vea el monitor. Y así fue.
-- Uy, señor, perdone…
-- No, ¿por qué?. Tomá. –le ofrecí el mate, que aceptó mientras en la pantalla un joven con una poronga del tamaño de mi antebrazo se clavaba a una vieja por el culo-
-- Pero señor, ¡¿qué está mirando?!
-- ¿Te gusta?
-- No. –dijo sin esconder curiosidad-
-- Vení, sentate, descansá y tomate unos mates…
No se sentó a mi lado pero sí quedó de pie junto al posabrazos de mi sillón, sin quitar la mirada atónita del monitor.
-- No entiendo cómo la gente es capaz de hacer esas cosas para que todos lo vean –me dijo casi con indignación devolviéndome el mate vacío-.
-- Ayuda a que la gente descargue ansiedades, se suelte –le expliqué cuasi filosóficamente- ¿O me vas a decir que no sentís nada, acaso?
-- Y, si… -confesó ruborizada sonriendo con complicidad-
Le alcancé otro mate y deslicé mi mano por debajo del delantal apoyándola detrás de su muslo. Hizo un leve movimiento como tratando de evitar el contacto, pero mínimo, parecía que lo estaba esperando. Acaricié suavemente su pierna notando que no había resistencia alguna así que desnudé mi miembro dejando al descubierto una notable erección. Se perdió la parte de la película en la que el joven acababa sobre las nalgas de la vieja porque su mirada estaba fija en mi pene. Con mi mano acariciando sus nalgas se lo ofrecí:
-- ¿La querés? Es tuya –le dije tomando su mano y llevándola hacia la chota-
Casi sin darse cuenta comenzó a masturbarme suavemente con la vista clavada en el monitor, donde había cambiado la escena y ahora una rubia de tetas caídas le hacía una fellatio a un negro pijudo.
-- Chupámela como al negro… Vení…
Me puse de pie frente a ella y empujé sus hombros invitándola a arrodillarse. Con placer abrazó con sus labios la base del glande y sentí cómo lo recorría con su lengua. Confieso que poco faltaba para que acabe en su boca cuando le pedí:
-- Vamos al dormitorio…
-- Pero, señor…
-- Vamos.
Parados a los pies de la cama desabroché su delantal dejándolo caer al suelo, pasé mis manos por detrás de su espalda y desprendí su corpiño que lentamente fue deslizándose hacia abajo acariciando en su recorrido sus pechos descubriendo finalmente dos hermosas tetas con unos pequeños pezones negros y muy duros, que no tardé en besarlos alocadamente. Con su cabeza volcada hacia atrás se estremecía con mis mordisqueos. Suavemente la empujé hacia la cama dejándola tendida sobre ella. Rápidamente me quité toda la ropa y también su bombacha. Tenía la concha muy peluda. Acerqué mi cabeza a su entrepierna y entre caricias separé sus pelos para encontrarme con una hermosa vulva jugosa, carnosa, con un par de amplios labios que franqueaban la entrada a una caverna rosada y profunda… La besé y lamí con sumo placer. Un delicioso gusto a sexo invadía con sus jugos mi lengua.
-- Señor… -quiso decirme algo-
-- Shhhh…
Con una erección a pleno la tomé de las piernas acercando sus nalgas al borde del colchón. Sin que oponga resistencia separé ampliamente sus piernas y apoyé la cabeza de mi pene en la puerta de su concha. Con un suave movimiento de caderas hizo que penetrara el glande.
-- Ahhh!!! –exclamó con placer-
Suavemente se la introduje por completo hasta sentir la pelambre de su culo cepillándome los huevos. Entre gemidos comencé a bombear acompañado rítmicamente con movimientos de su cadera. Al poco rato sentí su orgasmo; fuertes contracciones vaginales junto con gritos de placer y leves emanaciones de flujo me permitieron comprobarlo. Fue en ese momento que intenté una penetración anal.
-- No, señor, por favor no –me imploró-
No insistí y volví a cogerla por la concha, no mucho tiempo más porque ya no había forma de evitar que acabara. Se la saqué apenas sentí el torrente de leche que subía desde mis huevos y acabé un espeso chorro de semen blanco y denso que contrastaba con la negrura de los pelos de su pubis. Se relajó y agotado me recosté a su lado acariciándole los pechos, aún tersos.
-- Gracias, señor. –me dijo luego-
-- Nada de gracias… ¿Querés darte una ducha?
-- Nooo, ésta es su casa…
-- Pero por favor! Vení, vamos a bañarnos juntos.
Bajo la tibia lluvia enjaboné todo su cuerpo acariciando cada centímetro de piel que cubría de espuma, esmerándome en su tajo. Luego fue su turno deteniéndose a enjabonar minuciosamente mi miembro semi erecto que no tardó en tomar la firmeza necesaria como para, así enjabonado, poder penetrarla por el culo sin mayores dificultades más que por una leve queja por el ardor que le producía que sin embargo era ínfimo comparado con el placer provocado. Era una belleza verla de espaldas, totalmente entregada al sexo, con las piernas separadas apenas flexionadas y sus manos, con los brazos extendidos hacia arriba, arañando los azulejos mientras yo tomándola de la cintura bombeaba en su culo y sus nalgas se sacudían con cada golpe contra mi pelvis. Solamente por respeto no acabé adentro. El semen que deposité al final de su espalda se escurrió rápidamente con el agua de la ducha.
Ese día se fue si llevarse el dinero de su jornal que yo rigurosamente le dejaba a diario sobre la mesa del comedor.
A partir de aquel día dejó de ser la señora simplemente “de la limpieza” para pasar a ser “polirrubro”. Repetimos esa situación muchas veces y hasta la he llamado varias noches para que me acompañe a cenar, mirar alguna porno, hacer el amor y dormir abrazados hasta la mañana siguiente.
Ya no pienso en su rostro, salvo cuando me ataca el sentimentalismo y pienso si no estaré enamorándome…
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