Temblando de nervios y con la mirada perdida, sostuve el examen entre mis manos, ignorando el tremendo bullicio a mí alrededor causado por el repiqueteo de la chicharra de salida y los demás alumnos saliendo a toda prisa, sin poder creer lo que me estaba sucediendo…
“N-no puede ser… ¿Reprobada?” Pensé, y la sola palabra se me hacía inverosímil.
Me lo repetía una y otra vez, con la esperanza de que quizás esto fuera solo una pesadilla de la cual me despertaría en cualquier momento, pero no… El enorme 5 marcado con un escandaloso color rojo en la primer hoja del examen no dejaba lugar a dudas de que esto era muy, muy real.
Y con esta humillante calificación mi destino era aun más oscuro y cruel: Repetir el año.
“¡¿Pero cómo puede ser posible?! – Me dije sumergida en un profundo shock – Si he presentado todos los trabajos a tiempo, y en las demás clases mi promedio es excelente. ¡Tiene que haber un error! Si, seguramente solo es eso. Hablaré con el profesor y todo se arreglará. No pasa nada.”
Sin poder contener mi ansiedad me levanté de mi asiento y fui hasta donde el profesor del curso, Héctor, seguía revisando unos papeles, a la vez que los últimos de mis compañeros salían del aula, dejándonos en el más absoluto e incómodo silencio.
“¿P-profesor?” Pregunté con cierta timidez.
“Dígame, Claudia, ¿Qué desea?” Me respondió sin levantar la mirada.
Dudé antes de decirle algo, sintiéndome muy intimidada por su presencia, ya que Héctor no era el típico profesor de escuela. Para empezar, solo tenía 38 años y era guapísimo, lo que aunado a su personalidad intelectual y misteriosa nos traía a todas las chicas de la escuela prácticamente locas por él.
Pero el problema era que también era increíblemente estricto, y sus exámenes siempre nos causaban terror.
“E-es que… -Busqué las palabras adecuadas para expresar mi situación. – E-en mi examen hay un 5 y… y-yo… yo creo que es un error.”
“No hay ningún error, señorita Claudia –Me respondió en voz baja –No estudió y eso se notó claramente en su examen, por lo que lamentablemente tendrá que repetir el año.”
“N-no, mire, lo que pasa e-es que…”
“No hay excusa que valga –Dijo Héctor con cierta exasperación mientras dejaba a un lado un fajo de papeles y me miraba a los ojos. -El examen no miente.”
“N-no, profesor, mire, debe haber un error porque yo…”
Pero Héctor me ignoró y volvió a sus asuntos, con una actitud como si yo fuera la cosa más irritante del mundo, y entonces apreté las manos sin saber qué hacer, casi al borde de las lagrimas.
“P-profesor, por favor…”
“Mire Claudia, -Héctor respondió poniéndose aun más serio -¿No tiene algo mejor que hacer? Tengo que revisar muchos documentos, si no le importa.”
Me mordí los labios con nerviosismo, pero sabía que repetir el año no era una opción para mí, por lo que con verdadero pavor le dije murmurando: “P-profesor, y-yo… e-estoy dispuesta a hacer lo que sea para pasar el año.”
En ese momento Héctor dejó de escribir, y con toda la calma del mundo me respondió: “Claudia, ¿Está usted segura de lo que está diciendo?”
“S-si profesor…”
“Por favor cierre la puerta del aula”
Rápidamente obedecí, y en un segundo ya estaba de nuevo frente a él, pero noté que se había acomodado en su silla en una postura un tanto más relajada, mientras me observaba de los pies a la cabeza. “Se lo repito ¿Está segura de lo que acaba de decir?”
Asentí ligeramente sin atreverme a mirarlo.
“Muy bien. Entonces quítese el uniforme.”
Oír eso fue como sentir un latigazo de calor por todo mi cuerpo, e inmediatamente mi respiración se aceleró visiblemente, cosa que Héctor notó al instante.
“P-profesor, yo…”
“Claudia, no tengo tiempo para juegos –Dijo Héctor con seriedad. -Si no se atreve, por favor no me haga perder mi tiempo. Puede retirarse.”
“N-no, yo… lo haré, pero… me da pena.”
“Tiene 10 segundos para hacer lo que le pedí.”
“P-por favor, yo…”
“Uno… dos…”
Apreté las manos con impotencia sintiéndome atrapada, pero el tiempo seguía corriendo, por lo que con toda la prisa del mundo me desabotoné la camisa blanca del uniforme y me la quité junto con la corbatita que nos hacían usar, y enseguida me quité el bra, dejando mis pequeños pechos al descubierto. Entonces agarré mi faldita negra y de un jalón la bajé al suelo, pero cuando llego el momento de quitarme las panties no pude evitar dudar…
Pero sabía que no tenía otra opción, por lo que, reuniendo todo mi valor las fui deslizando hacia abajo poco a poco por mis piernas hasta dejar mi intimidad completamente expuesta ante Héctor, el cual sonreía con la misma actitud de un lobo al ver una indefensa ovejita.
“¿Quién lo diría? -Dijo Héctor con una sensual expresión – ¿Que debajo de ese atuendo de colegiala inocente estaba una mujercita con un cuerpo tan delicioso?”
“G-gracias. -Respondí titubeante, pero sin poder ocultar una tímida sonrisa. -¿M-me quito también las medias negras y los zapatos?”
“No, lo prefiero así. Pero ahora, Claudia, quiero que se suba al escritorio de rodillas, mirando hacia mí.”
Obedecí sin replicar y en un segundo ya estaba con mis rodillas apoyadas sobre la fría superficie de madera, con el cuerpo ligeramente arqueado maximizando el efecto de mis esbeltas formas, y mis senos mostrándose como tiernos frutos que todavía no alcanzan la madurez, todo eso mientras me mordía nerviosamente el labio y apretaba mis manos, tan apenada por estar expuesta de esa manera que ni siquiera era capaz de sostenerle la mirada al profesor Héctor.
Pero él sólo me observaba en silencio, complacido ante la exquisita visión sensual que mi delicado cuerpo le proporcionaba, seguramente imaginando mil y una formas en las que me sometería a su antojo.
Hasta que de repente se levantó de su asiento, y con actitud dominante deslizó su mano por mi nuca y me acercó hasta su boca para besarme agresivamente, con su respiración quemándome el rostro mientras su lengua entraba posesivamente en mi boca, como una intrusa que, sin ser invitada, se servía a su antojo y se enredaba grotescamente contra mi propia lengua, arrancándome tiernos gemidos que no dejaban lugar a dudas de que mi inexperto cuerpo estaba más que dispuesto a someterse y a obedecer lo que él me exigiera. “¡Mmfm… aah… He-Héctor…!”
Y el calor en la habitación parecía aumentar cada vez más, hasta que después de varios minutos de la más perversa batalla dentro de mi boca, mi profesor me dijo al oído con voz firme y autoritaria: “Quiero que se toque frente a mí.”
“H-Héctor.” Gemí con tierna angustia al oír eso, pero obedientemente mis dedos bajaron por mi piel hasta encontrar ese pequeño y mojado punto sexual entre mis piernas, el cual comencé a frotar como desesperada mientras me retorcía sugestivamente. “¡Aaahhh… mmmm… mmmm!”
Pero verme así de excitada fue una escena irresistible para Héctor, que con total voracidad comenzó a besar y lamer mis mejillas y mi cuello hasta llegar a mis pechos, los cuales apretó una y otra vez entre sus manos mientras succionaba y mordía mis pezones sin parar.
Y en respuesta yo abría la boca de forma desvergonzadamente lujuriosa, instintivamente acelerando los movimientos de mis dedos contra mi sexo, el cual ya derramaba deliciosamente su cálido jugo por mi entrepierna. “Ah, P-profesor…”
Pero Héctor no se detenía ni por un segundo, y mordía, besaba, jalaba y lamía cada centímetro de mis pechos con desenfreno, apretándolos una y otra vez con sus poderosas manos como si quisiera devorarlos, hasta que de repente sentí sus dedos deslizándose por mi cabello mientras su voz sonaba contra mi oído: “Claudia, quiero verla mamando verga.”
Y su tono dejaba claro que de ningún modo era una sugerencia, sino una orden.
Inmediatamente su mano comenzó a bajarme lenta pero firmemente hacia su miembro, el cual seguía oculto bajo la gigantesca tienda que se formaba en su entrepierna, y como si fuera posible hacerme sentir más humillada restregó agresivamente mi rostro contra su pantalón durante varios segundos, hasta que dijo: “Ábrame el zipper con los dientes.”
Sin dudar abrí la boca en un gesto descaradamente sexual y apreté el frío metal de la cremallera con los dientes, bajándolo lentamente hasta que sorpresivamente algo muy grueso y duro golpeó mi mejilla, y lo que vi me dejó boquiabierta…
Frente a mí estaba un poderoso miembro viril apuntando directamente hacia mi boca, con sus gruesas venas henchidas de sangre que parecían próximas a reventar, anticipándose a lo que vendría.
“P-profesor…” Intenté decir algo, pero sin darme tiempo a nada él me sujetó firmemente de la cabeza y con un movimiento firme su verga se abrió paso entre mis labios, llenándome la boca por completo. “¡Mfmfmf!”
“Eso, eso, Claudia, se ve más bonita cuando no habla y solo se dedica a mamar.”
Pero yo estaba que ardía, y con desesperación me aferré a su verga como si mi vida entera dependiera de eso, mamándosela sin parar mientras me arqueaba en 4 sobre el escritorio, y entonces Héctor comenzó a mover vigorosamente sus caderas de atrás para adelante, violándome la boca una y otra vez con la mas primitiva cadencia. “Mfmfmf… mffmfmf… mfmfmf.”
- Eso es, Claudia, hasta el fondo, cómasela toda.”
Y mi mundo se redujo a ver el cuerpo de Héctor ir y venir contra mi cara, con sus manos apresando fuertemente mi cabeza mientras su poderoso miembro me atragantaba sin piedad, a la vez que la respiración de mi Profesor se incrementaba visiblemente, inequívoca señal de que estaba a punto de venirse.
Hasta que después de casi 10 minutos de primitiva violación bucal sus manos me apretaron aun más fuertemente mi cabeza, inmovilizándome por completo, y con la voz entrecortada me ordenó: “¡Claudia, tráguesela TODA!”
En ese momento una poderosa explosión de denso y ardiente líquido comenzó a inundar mi boca en cantidades industriales, y yo solo atiné a mirarlo con una carita de angustia mientras tragaba sin parar su perversa leche, aunque no pude evitar que una gran cantidad se escurriera por la comisura de mis labios, dando la errónea impresión de que no me había tragado casi nada.
Pero Héctor evidentemente sabía lo abundante de sus descargas, y al verme sufrir tan penosamente sonrió un poco y entonces sacó lentamente su verga de mi boca.
“¡Cof, cof!” Tosí débilmente mientras miraba el hilito de semen que colgaba de mis labios hacia el escritorio, sintiendo mi mandíbula entumida por el esfuerzo.
“Claudia, es usted una pequeña aspiradora.” Dijo Héctor dándome una palmadita en la cabeza, del tipo “Bien hecho, Putita. Me la mamaste muy rico”
“S-si.”Sonreí tímidamente sin atreverme a verlo, sintiendo mis entrañas calientes por la leche recién recibida, y con el sabor de su pegajoso semen impregnando cada centímetro de mi garganta. Y con un gesto coqueto e inconsciente usé mi lengua y dedos para comerme lo que había caído al escritorio, cosa que me hizo merecedora a otra palmadita en la cabeza, como si de una cachorrita me tratase.
En ese momento cometí el peor error posible.
Ingenuamente pensé que, por la venida de Héctor, todo había terminado, así que lentamente comencé a bajarme del escritorio, pero el me detuvo con firmeza: “¿A dónde cree que va”
“¿N-no hemos terminado?” Repliqué con una mueca de inocencia.
Héctor señaló su miembro, que seguía firme y caliente, con mi saliva goteando a todo lo largo y con residuos de semen en la punta. “¿Le parece a usted que esto está terminado?”
“Y-yo… n-no…”
Con un gesto dominante Héctor me tomó del cabello y me bajó del escritorio, y contra los débiles forcejeos de mi parte, me empinó agresivamente contra la superficie de madera y puso mis manos en mi espalda, sujetándomelas sólo con una mano.
“¡Ay!” Me quejé débilmente ante tan rudo trato, pero antes de que pudiera decir algo sentí la gruesa cabeza de su verga frotándose entre mis nalgas y contra mi coño, y la sensación fue tan salvaje y animal que me quedé quietecita gimiendo en expectación.
“Ya, quieta, deje de pelear.” Dijo Héctor dándome una poderosa nalgada, y en ese momento su gruesa verga presionó y comenzó a abrirse paso entre mis apretados labios vaginales, llenando mí intimidad centímetro a centímetro, e instintivamente apreté mis nalgas hasta que sus bolas chocaron descaradamente contra mi clítoris.
Oh Dios, me la metió hasta el fondo.
Con un delicioso gruñidito de impotencia me retorcí contra la mesa, pataleando débilmente al notar que Héctor se frotaba suavemente contra mis nalgas, preparando mi cuerpo para ser embestido sin piedad, hasta que de repente sentí como la mano de mi Profesor me cubría la boca. “Calladita, Claudia, no quiero que nadie la oiga cuando la esté montando.”
Oír eso fue increíblemente perverso, sentí como me mojaba aún más, si esto era acaso posible, y un sugerente gemido se me escapó. No sabía como había llegado a esto, pero me había convertido en una hembra sometida por un hombre de la forma más sucia, salvaje y primitiva, y en respuesta a eso paré un poco más las nalgas y contuve la respiración, esperando lo peor….
O lo mejor.
Y todo comenzó brutalmente, sin miramientos. Héctor me jaló el cabello agresivamente y me enterró su verga con brutalidad, arrancándome un gemido, y en menos de un segundo su cuerpo volvió a impactarme, y de nuevo… una vez más… y más, hasta que sus furiosas embestidas alcanzaron un ritmo frenético y el sonido de mis nalgas rebotando contra sus caderas sonaba por toda el aula.
¡Slap, slap, slap, slap, slap!
“¡Ahhh… ahhhhh… ahhhhh… Siiiii, ahhh!” Me mordí los labios con desesperación ante tan cruel castigo, ignorando por completo aquello de “No quiero que la oigan”, sintiendo como el escritorio debajo de mi se agitaba violentamente con cada embestida.
“¡Ufff, ufff!” Gruñía Héctor como si estuviera corriendo un maratón, sudando copiosamente sobre mi espalda, y de repente me dio una tremenda nalgada que casi me hace llorar. “¡Muévase como la puta que es!”
“¡Ay!” Me quejé tiernamente mientras comenzaba a mover mis caderas en círculos, levantando las nalgas con ansiedad en cada embestida, como si pidieran mas, y apretando mis músculos vaginales lo mas que podía.
De repente Héctor se inclinó sobre mi espalda y sin dejar de montarme me dijo imperativamente al oído: “Claudia, ábrase las nalgas con las manos y ofrézcame su ano.”
“P-profesor, yo no… – Respondí tímidamente, sin saber qué hacer – Nunca me han…”
“¿Nunca la han culeado? Pues siempre hay una primera vez. Obedezca.”
El color se me subió al rostro mientras mi corazón latía como si se me fuera a salir del cuerpo, con mil sentimientos alternándose entre la humillación y la excitación, hasta que con un gesto sumiso agarré mis nalgas y las abrí lo más que pude, de par en par, dejando mi apretado y pequeño orificio abierto y completamente vulnerable.
Héctor no perdió el tiempo y comenzó a frotar la gruesa cabeza de su miembro contra mi ano, ensanchándolo con firmes movimientos concéntricos, pero aunque su verga estaba literalmente empapada en mis jugos, pensó que por ser mi primera vez necesitaría mas lubricación, por lo que me introdujo un dedo en la boca y lo mojó con mi propia saliva, después lo dirigió a mi ano y me lo metió profundamente, dando pequeños giros en mi interior para dilatarlo, hasta que después de varios segundos de preparación…
Colocó la gruesa cabeza morada contra mi ano y con un firme empujón comenzó a metérmela por el culo, centímetro a centímetro, ensanchándomelo de tal forma que nunca lo hubiera creído posible.
“¡Ay! Oh Dios, -Abrí los ojos de par en par, boquiabierta. -S-se esta… metiendo, oh Dios, oh Dios.”
Y las sensaciones eran rarísimas, pero excitantes, sintiendo como ese grueso tronco venoso se abría paso entre mis nalgas, dolor mezclado con placer, multiplicado por un imparable avance que me llenaba las entrañas por completo, volviéndose casi insoportable.
Hasta que con un firme empujón su miembro quedó completamente adentro de mi cuerpo.
“¡Ah!” Me quedé completamente inmóvil, disfrutando esa nueva sensación, sintiendo la dureza de su verga en mi interior con cada respiración.
“¡Wow, Claudia! –Me dijo Héctor al oído –Su culo me aprieta durísimo, casi… casi no me puedo mover. ¡Que rica está!”
Gemí y pataleé con un gesto inocente, e inmediatamente Héctor se dejó caer sobre mi espalda y envolvió mi cabeza entre sus fuertes brazos, como un macho que aprisiona a su indefensa hembra para someterla, y entonces comenzó a sodomizarme con poderosas embestidas, profanando mi ano sin piedad mientras el escritorio debajo de mi volvía a sacudirse violentamente.
Slap, slap, slap, slap, slap.
Pero yo estaba en éxtasis, fascinada al sentir el pesado cuerpo de Héctor frotándose de atrás para adelante contra mi espalda en un ardiente mar de sudor, e instintivamente levanté más mi trasero para que la penetración fuera aun mas profunda. “¡Ahh… mmmm… sii, mmmmm…!”
“Eso es, Claudia, apriete así ese culo tan rico, ya casi.” Gruñó Héctor detrás de mí, manteniéndome completamente inmovilizada mientras me empalaba, en un ritual de lo más animal y primitivo, y en respuesta yo me retorcía como serpiente debajo de el, al mismo ritmo con el que su instrumento me golpeaba las tripas, estremeciéndome cada vez que sus bolas rebotaban contra mi clítoris, hasta que finalmente…
“¡Ahhhhhh!” Abrí la boca y me puse increíblemente tensa, con todo mi cuerpo ardiendo en medio del más absoluto éxtasis orgásmico, y solo pude apretar los puños y jadear desvergonzadamente, como una puta, y
justo en ese momento Héctor apretó violentamente sus caderas contra mis nalgas, y pude sentir como su miembro se ensanchaba y comenzaba a escupir violentos chorros de leche caliente dentro de mi ano. “Grrr, ufff, a-asi Claudia, apriete su culo así, grrrr.”
Simplemente, era demasiado placer.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el más exquisito trance sexual, gimiendo suavemente sin poder pensar en nada más que en el goce que esa verga me había brindado, con Héctor firmemente en mi interior y acariciando mi espalda y rostro suavemente con sus dedos, hasta que después de lo que pareció una eternidad finalmente su pene salió lentamente de mi cuerpo, llevándose consigo un tierno suspiro mío.
“Me parece que ha aprobado con honores esta clase, “señorita” Claudia.”
Sonreí débilmente, sintiendo un delicioso ardor en mi culo, pechos, labios y hasta en el estomago, y con todo mi cuerpo cubierto de ardiente sudor mientras mi largo cabello negro se me pegaba a la cara de la forma mas incómoda posible. Entonces apoyé mis manos en el escritorio e intenté levantarme, pero al intentar dar un paso las piernas me fallaron y Héctor tuvo que agarrarme.
“¡Cuidado!” Me dijo con una sonrisa.
Me mordí los labios y los colores se me volvieron a ir al rostro, ya que la culeada que me acababan de poner había ido tan intensa que hasta me sentía débil, y una vez que mi Profesor me soltó me agaché para recoger mi ropa desparramada por el piso y comencé a ponérmela de nuevo, aunque después de buscar un rato vi que mis panties no aparecían por ningún lado…
“¿Busca esto?” Dijo Héctor con un gesto de travesura, mostrándome mi delicada prenda entre sus dedos. Pero cuando intenté tomarla el la alejó de mi y la llevó a su rostro, inhalando profundamente su aroma mientras me veía fijamente, y entonces la metió en la bolsa de su pantalón. “Considérelo como un recuerdo, Claudia, el primero de muchos.”
Me sonrojé ligeramente, señal de que mi habitual timidez estaba regresando, y sin poder mirarlo a los ojos respondí: “S-si Profesor.”
Héctor sonrió ligeramente al ver mi reacción y fue a sentarse de nuevo en su escritorio, tomando unos papeles en su mano para continuar sus tareas pendientes, pero antes de hacer nada me dijo: “Claudia, acaba usted de pasar el curso, pero aún así su desempeño escolar tiene que mejorar muchísimo, por lo que todos los días después de la clase tendremos una sesión de regularización, ¿Entendido?”
“Si Profesor.” Asentí con un gesto infantil.
“E incluso, serán necesarias clases nocturnas.”
“Seguramente son necesarias para mi educación. -Respondí con coquetería, sorprendida por mi inusual “descaro -Entonces Profesor, lo veré mañana, ¿Ok?”
“Adelante.”
Asentí con ternura y salí del salón, sonriendo mientras repasaba en mi mente lo que acababa de suceder, las sensaciones físicas que aún derretían mi cuerpo, y cada perversa palabra que Héctor me había dicho.
“N-no puede ser… ¿Reprobada?” Pensé, y la sola palabra se me hacía inverosímil.
Me lo repetía una y otra vez, con la esperanza de que quizás esto fuera solo una pesadilla de la cual me despertaría en cualquier momento, pero no… El enorme 5 marcado con un escandaloso color rojo en la primer hoja del examen no dejaba lugar a dudas de que esto era muy, muy real.
Y con esta humillante calificación mi destino era aun más oscuro y cruel: Repetir el año.
“¡¿Pero cómo puede ser posible?! – Me dije sumergida en un profundo shock – Si he presentado todos los trabajos a tiempo, y en las demás clases mi promedio es excelente. ¡Tiene que haber un error! Si, seguramente solo es eso. Hablaré con el profesor y todo se arreglará. No pasa nada.”
Sin poder contener mi ansiedad me levanté de mi asiento y fui hasta donde el profesor del curso, Héctor, seguía revisando unos papeles, a la vez que los últimos de mis compañeros salían del aula, dejándonos en el más absoluto e incómodo silencio.
“¿P-profesor?” Pregunté con cierta timidez.
“Dígame, Claudia, ¿Qué desea?” Me respondió sin levantar la mirada.
Dudé antes de decirle algo, sintiéndome muy intimidada por su presencia, ya que Héctor no era el típico profesor de escuela. Para empezar, solo tenía 38 años y era guapísimo, lo que aunado a su personalidad intelectual y misteriosa nos traía a todas las chicas de la escuela prácticamente locas por él.
Pero el problema era que también era increíblemente estricto, y sus exámenes siempre nos causaban terror.
“E-es que… -Busqué las palabras adecuadas para expresar mi situación. – E-en mi examen hay un 5 y… y-yo… yo creo que es un error.”
“No hay ningún error, señorita Claudia –Me respondió en voz baja –No estudió y eso se notó claramente en su examen, por lo que lamentablemente tendrá que repetir el año.”
“N-no, mire, lo que pasa e-es que…”
“No hay excusa que valga –Dijo Héctor con cierta exasperación mientras dejaba a un lado un fajo de papeles y me miraba a los ojos. -El examen no miente.”
“N-no, profesor, mire, debe haber un error porque yo…”
Pero Héctor me ignoró y volvió a sus asuntos, con una actitud como si yo fuera la cosa más irritante del mundo, y entonces apreté las manos sin saber qué hacer, casi al borde de las lagrimas.
“P-profesor, por favor…”
“Mire Claudia, -Héctor respondió poniéndose aun más serio -¿No tiene algo mejor que hacer? Tengo que revisar muchos documentos, si no le importa.”
Me mordí los labios con nerviosismo, pero sabía que repetir el año no era una opción para mí, por lo que con verdadero pavor le dije murmurando: “P-profesor, y-yo… e-estoy dispuesta a hacer lo que sea para pasar el año.”
En ese momento Héctor dejó de escribir, y con toda la calma del mundo me respondió: “Claudia, ¿Está usted segura de lo que está diciendo?”
“S-si profesor…”
“Por favor cierre la puerta del aula”
Rápidamente obedecí, y en un segundo ya estaba de nuevo frente a él, pero noté que se había acomodado en su silla en una postura un tanto más relajada, mientras me observaba de los pies a la cabeza. “Se lo repito ¿Está segura de lo que acaba de decir?”
Asentí ligeramente sin atreverme a mirarlo.
“Muy bien. Entonces quítese el uniforme.”
Oír eso fue como sentir un latigazo de calor por todo mi cuerpo, e inmediatamente mi respiración se aceleró visiblemente, cosa que Héctor notó al instante.
“P-profesor, yo…”
“Claudia, no tengo tiempo para juegos –Dijo Héctor con seriedad. -Si no se atreve, por favor no me haga perder mi tiempo. Puede retirarse.”
“N-no, yo… lo haré, pero… me da pena.”
“Tiene 10 segundos para hacer lo que le pedí.”
“P-por favor, yo…”
“Uno… dos…”
Apreté las manos con impotencia sintiéndome atrapada, pero el tiempo seguía corriendo, por lo que con toda la prisa del mundo me desabotoné la camisa blanca del uniforme y me la quité junto con la corbatita que nos hacían usar, y enseguida me quité el bra, dejando mis pequeños pechos al descubierto. Entonces agarré mi faldita negra y de un jalón la bajé al suelo, pero cuando llego el momento de quitarme las panties no pude evitar dudar…
Pero sabía que no tenía otra opción, por lo que, reuniendo todo mi valor las fui deslizando hacia abajo poco a poco por mis piernas hasta dejar mi intimidad completamente expuesta ante Héctor, el cual sonreía con la misma actitud de un lobo al ver una indefensa ovejita.
“¿Quién lo diría? -Dijo Héctor con una sensual expresión – ¿Que debajo de ese atuendo de colegiala inocente estaba una mujercita con un cuerpo tan delicioso?”
“G-gracias. -Respondí titubeante, pero sin poder ocultar una tímida sonrisa. -¿M-me quito también las medias negras y los zapatos?”
“No, lo prefiero así. Pero ahora, Claudia, quiero que se suba al escritorio de rodillas, mirando hacia mí.”
Obedecí sin replicar y en un segundo ya estaba con mis rodillas apoyadas sobre la fría superficie de madera, con el cuerpo ligeramente arqueado maximizando el efecto de mis esbeltas formas, y mis senos mostrándose como tiernos frutos que todavía no alcanzan la madurez, todo eso mientras me mordía nerviosamente el labio y apretaba mis manos, tan apenada por estar expuesta de esa manera que ni siquiera era capaz de sostenerle la mirada al profesor Héctor.
Pero él sólo me observaba en silencio, complacido ante la exquisita visión sensual que mi delicado cuerpo le proporcionaba, seguramente imaginando mil y una formas en las que me sometería a su antojo.
Hasta que de repente se levantó de su asiento, y con actitud dominante deslizó su mano por mi nuca y me acercó hasta su boca para besarme agresivamente, con su respiración quemándome el rostro mientras su lengua entraba posesivamente en mi boca, como una intrusa que, sin ser invitada, se servía a su antojo y se enredaba grotescamente contra mi propia lengua, arrancándome tiernos gemidos que no dejaban lugar a dudas de que mi inexperto cuerpo estaba más que dispuesto a someterse y a obedecer lo que él me exigiera. “¡Mmfm… aah… He-Héctor…!”
Y el calor en la habitación parecía aumentar cada vez más, hasta que después de varios minutos de la más perversa batalla dentro de mi boca, mi profesor me dijo al oído con voz firme y autoritaria: “Quiero que se toque frente a mí.”
“H-Héctor.” Gemí con tierna angustia al oír eso, pero obedientemente mis dedos bajaron por mi piel hasta encontrar ese pequeño y mojado punto sexual entre mis piernas, el cual comencé a frotar como desesperada mientras me retorcía sugestivamente. “¡Aaahhh… mmmm… mmmm!”
Pero verme así de excitada fue una escena irresistible para Héctor, que con total voracidad comenzó a besar y lamer mis mejillas y mi cuello hasta llegar a mis pechos, los cuales apretó una y otra vez entre sus manos mientras succionaba y mordía mis pezones sin parar.
Y en respuesta yo abría la boca de forma desvergonzadamente lujuriosa, instintivamente acelerando los movimientos de mis dedos contra mi sexo, el cual ya derramaba deliciosamente su cálido jugo por mi entrepierna. “Ah, P-profesor…”
Pero Héctor no se detenía ni por un segundo, y mordía, besaba, jalaba y lamía cada centímetro de mis pechos con desenfreno, apretándolos una y otra vez con sus poderosas manos como si quisiera devorarlos, hasta que de repente sentí sus dedos deslizándose por mi cabello mientras su voz sonaba contra mi oído: “Claudia, quiero verla mamando verga.”
Y su tono dejaba claro que de ningún modo era una sugerencia, sino una orden.
Inmediatamente su mano comenzó a bajarme lenta pero firmemente hacia su miembro, el cual seguía oculto bajo la gigantesca tienda que se formaba en su entrepierna, y como si fuera posible hacerme sentir más humillada restregó agresivamente mi rostro contra su pantalón durante varios segundos, hasta que dijo: “Ábrame el zipper con los dientes.”
Sin dudar abrí la boca en un gesto descaradamente sexual y apreté el frío metal de la cremallera con los dientes, bajándolo lentamente hasta que sorpresivamente algo muy grueso y duro golpeó mi mejilla, y lo que vi me dejó boquiabierta…
Frente a mí estaba un poderoso miembro viril apuntando directamente hacia mi boca, con sus gruesas venas henchidas de sangre que parecían próximas a reventar, anticipándose a lo que vendría.
“P-profesor…” Intenté decir algo, pero sin darme tiempo a nada él me sujetó firmemente de la cabeza y con un movimiento firme su verga se abrió paso entre mis labios, llenándome la boca por completo. “¡Mfmfmf!”
“Eso, eso, Claudia, se ve más bonita cuando no habla y solo se dedica a mamar.”
Pero yo estaba que ardía, y con desesperación me aferré a su verga como si mi vida entera dependiera de eso, mamándosela sin parar mientras me arqueaba en 4 sobre el escritorio, y entonces Héctor comenzó a mover vigorosamente sus caderas de atrás para adelante, violándome la boca una y otra vez con la mas primitiva cadencia. “Mfmfmf… mffmfmf… mfmfmf.”
- Eso es, Claudia, hasta el fondo, cómasela toda.”
Y mi mundo se redujo a ver el cuerpo de Héctor ir y venir contra mi cara, con sus manos apresando fuertemente mi cabeza mientras su poderoso miembro me atragantaba sin piedad, a la vez que la respiración de mi Profesor se incrementaba visiblemente, inequívoca señal de que estaba a punto de venirse.
Hasta que después de casi 10 minutos de primitiva violación bucal sus manos me apretaron aun más fuertemente mi cabeza, inmovilizándome por completo, y con la voz entrecortada me ordenó: “¡Claudia, tráguesela TODA!”
En ese momento una poderosa explosión de denso y ardiente líquido comenzó a inundar mi boca en cantidades industriales, y yo solo atiné a mirarlo con una carita de angustia mientras tragaba sin parar su perversa leche, aunque no pude evitar que una gran cantidad se escurriera por la comisura de mis labios, dando la errónea impresión de que no me había tragado casi nada.
Pero Héctor evidentemente sabía lo abundante de sus descargas, y al verme sufrir tan penosamente sonrió un poco y entonces sacó lentamente su verga de mi boca.
“¡Cof, cof!” Tosí débilmente mientras miraba el hilito de semen que colgaba de mis labios hacia el escritorio, sintiendo mi mandíbula entumida por el esfuerzo.
“Claudia, es usted una pequeña aspiradora.” Dijo Héctor dándome una palmadita en la cabeza, del tipo “Bien hecho, Putita. Me la mamaste muy rico”
“S-si.”Sonreí tímidamente sin atreverme a verlo, sintiendo mis entrañas calientes por la leche recién recibida, y con el sabor de su pegajoso semen impregnando cada centímetro de mi garganta. Y con un gesto coqueto e inconsciente usé mi lengua y dedos para comerme lo que había caído al escritorio, cosa que me hizo merecedora a otra palmadita en la cabeza, como si de una cachorrita me tratase.
En ese momento cometí el peor error posible.
Ingenuamente pensé que, por la venida de Héctor, todo había terminado, así que lentamente comencé a bajarme del escritorio, pero el me detuvo con firmeza: “¿A dónde cree que va”
“¿N-no hemos terminado?” Repliqué con una mueca de inocencia.
Héctor señaló su miembro, que seguía firme y caliente, con mi saliva goteando a todo lo largo y con residuos de semen en la punta. “¿Le parece a usted que esto está terminado?”
“Y-yo… n-no…”
Con un gesto dominante Héctor me tomó del cabello y me bajó del escritorio, y contra los débiles forcejeos de mi parte, me empinó agresivamente contra la superficie de madera y puso mis manos en mi espalda, sujetándomelas sólo con una mano.
“¡Ay!” Me quejé débilmente ante tan rudo trato, pero antes de que pudiera decir algo sentí la gruesa cabeza de su verga frotándose entre mis nalgas y contra mi coño, y la sensación fue tan salvaje y animal que me quedé quietecita gimiendo en expectación.
“Ya, quieta, deje de pelear.” Dijo Héctor dándome una poderosa nalgada, y en ese momento su gruesa verga presionó y comenzó a abrirse paso entre mis apretados labios vaginales, llenando mí intimidad centímetro a centímetro, e instintivamente apreté mis nalgas hasta que sus bolas chocaron descaradamente contra mi clítoris.
Oh Dios, me la metió hasta el fondo.
Con un delicioso gruñidito de impotencia me retorcí contra la mesa, pataleando débilmente al notar que Héctor se frotaba suavemente contra mis nalgas, preparando mi cuerpo para ser embestido sin piedad, hasta que de repente sentí como la mano de mi Profesor me cubría la boca. “Calladita, Claudia, no quiero que nadie la oiga cuando la esté montando.”
Oír eso fue increíblemente perverso, sentí como me mojaba aún más, si esto era acaso posible, y un sugerente gemido se me escapó. No sabía como había llegado a esto, pero me había convertido en una hembra sometida por un hombre de la forma más sucia, salvaje y primitiva, y en respuesta a eso paré un poco más las nalgas y contuve la respiración, esperando lo peor….
O lo mejor.
Y todo comenzó brutalmente, sin miramientos. Héctor me jaló el cabello agresivamente y me enterró su verga con brutalidad, arrancándome un gemido, y en menos de un segundo su cuerpo volvió a impactarme, y de nuevo… una vez más… y más, hasta que sus furiosas embestidas alcanzaron un ritmo frenético y el sonido de mis nalgas rebotando contra sus caderas sonaba por toda el aula.
¡Slap, slap, slap, slap, slap!
“¡Ahhh… ahhhhh… ahhhhh… Siiiii, ahhh!” Me mordí los labios con desesperación ante tan cruel castigo, ignorando por completo aquello de “No quiero que la oigan”, sintiendo como el escritorio debajo de mi se agitaba violentamente con cada embestida.
“¡Ufff, ufff!” Gruñía Héctor como si estuviera corriendo un maratón, sudando copiosamente sobre mi espalda, y de repente me dio una tremenda nalgada que casi me hace llorar. “¡Muévase como la puta que es!”
“¡Ay!” Me quejé tiernamente mientras comenzaba a mover mis caderas en círculos, levantando las nalgas con ansiedad en cada embestida, como si pidieran mas, y apretando mis músculos vaginales lo mas que podía.
De repente Héctor se inclinó sobre mi espalda y sin dejar de montarme me dijo imperativamente al oído: “Claudia, ábrase las nalgas con las manos y ofrézcame su ano.”
“P-profesor, yo no… – Respondí tímidamente, sin saber qué hacer – Nunca me han…”
“¿Nunca la han culeado? Pues siempre hay una primera vez. Obedezca.”
El color se me subió al rostro mientras mi corazón latía como si se me fuera a salir del cuerpo, con mil sentimientos alternándose entre la humillación y la excitación, hasta que con un gesto sumiso agarré mis nalgas y las abrí lo más que pude, de par en par, dejando mi apretado y pequeño orificio abierto y completamente vulnerable.
Héctor no perdió el tiempo y comenzó a frotar la gruesa cabeza de su miembro contra mi ano, ensanchándolo con firmes movimientos concéntricos, pero aunque su verga estaba literalmente empapada en mis jugos, pensó que por ser mi primera vez necesitaría mas lubricación, por lo que me introdujo un dedo en la boca y lo mojó con mi propia saliva, después lo dirigió a mi ano y me lo metió profundamente, dando pequeños giros en mi interior para dilatarlo, hasta que después de varios segundos de preparación…
Colocó la gruesa cabeza morada contra mi ano y con un firme empujón comenzó a metérmela por el culo, centímetro a centímetro, ensanchándomelo de tal forma que nunca lo hubiera creído posible.
“¡Ay! Oh Dios, -Abrí los ojos de par en par, boquiabierta. -S-se esta… metiendo, oh Dios, oh Dios.”
Y las sensaciones eran rarísimas, pero excitantes, sintiendo como ese grueso tronco venoso se abría paso entre mis nalgas, dolor mezclado con placer, multiplicado por un imparable avance que me llenaba las entrañas por completo, volviéndose casi insoportable.
Hasta que con un firme empujón su miembro quedó completamente adentro de mi cuerpo.
“¡Ah!” Me quedé completamente inmóvil, disfrutando esa nueva sensación, sintiendo la dureza de su verga en mi interior con cada respiración.
“¡Wow, Claudia! –Me dijo Héctor al oído –Su culo me aprieta durísimo, casi… casi no me puedo mover. ¡Que rica está!”
Gemí y pataleé con un gesto inocente, e inmediatamente Héctor se dejó caer sobre mi espalda y envolvió mi cabeza entre sus fuertes brazos, como un macho que aprisiona a su indefensa hembra para someterla, y entonces comenzó a sodomizarme con poderosas embestidas, profanando mi ano sin piedad mientras el escritorio debajo de mi volvía a sacudirse violentamente.
Slap, slap, slap, slap, slap.
Pero yo estaba en éxtasis, fascinada al sentir el pesado cuerpo de Héctor frotándose de atrás para adelante contra mi espalda en un ardiente mar de sudor, e instintivamente levanté más mi trasero para que la penetración fuera aun mas profunda. “¡Ahh… mmmm… sii, mmmmm…!”
“Eso es, Claudia, apriete así ese culo tan rico, ya casi.” Gruñó Héctor detrás de mí, manteniéndome completamente inmovilizada mientras me empalaba, en un ritual de lo más animal y primitivo, y en respuesta yo me retorcía como serpiente debajo de el, al mismo ritmo con el que su instrumento me golpeaba las tripas, estremeciéndome cada vez que sus bolas rebotaban contra mi clítoris, hasta que finalmente…
“¡Ahhhhhh!” Abrí la boca y me puse increíblemente tensa, con todo mi cuerpo ardiendo en medio del más absoluto éxtasis orgásmico, y solo pude apretar los puños y jadear desvergonzadamente, como una puta, y
justo en ese momento Héctor apretó violentamente sus caderas contra mis nalgas, y pude sentir como su miembro se ensanchaba y comenzaba a escupir violentos chorros de leche caliente dentro de mi ano. “Grrr, ufff, a-asi Claudia, apriete su culo así, grrrr.”
Simplemente, era demasiado placer.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el más exquisito trance sexual, gimiendo suavemente sin poder pensar en nada más que en el goce que esa verga me había brindado, con Héctor firmemente en mi interior y acariciando mi espalda y rostro suavemente con sus dedos, hasta que después de lo que pareció una eternidad finalmente su pene salió lentamente de mi cuerpo, llevándose consigo un tierno suspiro mío.
“Me parece que ha aprobado con honores esta clase, “señorita” Claudia.”
Sonreí débilmente, sintiendo un delicioso ardor en mi culo, pechos, labios y hasta en el estomago, y con todo mi cuerpo cubierto de ardiente sudor mientras mi largo cabello negro se me pegaba a la cara de la forma mas incómoda posible. Entonces apoyé mis manos en el escritorio e intenté levantarme, pero al intentar dar un paso las piernas me fallaron y Héctor tuvo que agarrarme.
“¡Cuidado!” Me dijo con una sonrisa.
Me mordí los labios y los colores se me volvieron a ir al rostro, ya que la culeada que me acababan de poner había ido tan intensa que hasta me sentía débil, y una vez que mi Profesor me soltó me agaché para recoger mi ropa desparramada por el piso y comencé a ponérmela de nuevo, aunque después de buscar un rato vi que mis panties no aparecían por ningún lado…
“¿Busca esto?” Dijo Héctor con un gesto de travesura, mostrándome mi delicada prenda entre sus dedos. Pero cuando intenté tomarla el la alejó de mi y la llevó a su rostro, inhalando profundamente su aroma mientras me veía fijamente, y entonces la metió en la bolsa de su pantalón. “Considérelo como un recuerdo, Claudia, el primero de muchos.”
Me sonrojé ligeramente, señal de que mi habitual timidez estaba regresando, y sin poder mirarlo a los ojos respondí: “S-si Profesor.”
Héctor sonrió ligeramente al ver mi reacción y fue a sentarse de nuevo en su escritorio, tomando unos papeles en su mano para continuar sus tareas pendientes, pero antes de hacer nada me dijo: “Claudia, acaba usted de pasar el curso, pero aún así su desempeño escolar tiene que mejorar muchísimo, por lo que todos los días después de la clase tendremos una sesión de regularización, ¿Entendido?”
“Si Profesor.” Asentí con un gesto infantil.
“E incluso, serán necesarias clases nocturnas.”
“Seguramente son necesarias para mi educación. -Respondí con coquetería, sorprendida por mi inusual “descaro -Entonces Profesor, lo veré mañana, ¿Ok?”
“Adelante.”
Asentí con ternura y salí del salón, sonriendo mientras repasaba en mi mente lo que acababa de suceder, las sensaciones físicas que aún derretían mi cuerpo, y cada perversa palabra que Héctor me había dicho.
4 comentarios - Reprobada otra vez.