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Compendio I
Esa noche, no toqué las puertas del paraíso, pero sí encontré la salida más cercana a él.
Pamela se incorporó rápidamente, robándome un fervoroso beso. Usaba el mismo conjunto que, año y medio atrás, me hacía caer por segunda vez en la infidelidad.
Sus labios suaves y dulces, su piel morena y esa figura imponente, con esos pechos soberbios y desafiantes de la gravedad y ese trasero, digno para ser esculpida por Miguel Ángelo, Da Vinci o cualquiera de los grandes, me apretaba a la pared con toda la pasión de una chica madrileña y fogosa.
El aroma a su perfume me tenía intoxicado y su abrazo, posesivo y envolvente me hacía perder la respiración y el sentido de orientación.
Como si fuera un remolino, me llevó a la habitación de su tía y no paraba de besarme ni de enterrar sus generosos pechos.
A Verónica la sentí recién en el dormitorio, concentrada en soltar mi pantalón de pijama y acariciar mi erección vigilante y en aumento.
Siempre me ha dado la sensación que Verónica le gusta más mi paquete que yo mismo y no me quejo, porque de por sí, ya es una mujer generosa y cariñosa.
Incluso, la mejora que he tenido en el lecho se ha debido principalmente a su entrenamiento. Con Marisol, cuando vivíamos juntos, con suerte lo haríamos 2 veces por la noche. 3 como máximo y una mamada por las mañanas.
Pero cuando me fui a vivir al norte, mi suegra me exigía hasta 5 veces al día: mamadas por la mañana y muy noche, romperle la cola después del desayuno, en la ducha y por la noche también.
A mi esposa le encantó el cambio (porque mi resistencia se incrementó) y la cantidad de semen también había crecido.
Ni siquiera me había podido bien limpiar los jugos de Lizzie, pero lejos de encontrarla repulsiva, deslizó su lengua como si estuviera hecha de manjar y mi suspiro se enterraba en los labios animosos de Pamela.
“¡Mira cómo me tienes, tío! ¡Me vuelves loca!” dijo mi deliciosa amazona española, llevando mi pecaminosa mano bajo sus pantaletas rosadas, que ya estaban bastante frescas.
Verónica, en cambio, entregaba el devoto amor que le tiene a mi verga, chupando de una manera asombrosa.
Nosotros (Marisol, Amelia, Pamela y yo) sabemos que Verónica es “cariñosa” y tiene al menos unos 3 novios por ahí, pero hacemos la vista gorda.
Estar casada por 17 años con un gordo petizo y molesto como Sergio llena de muchas frustraciones y cagarlo con jefes, compañeros, vecinos o incluso, personas como el carnicero o los del gas le daban algo de satisfacción. Pero ella siempre mantuvo ese lado oculto de sus hijas y no perdía las esperanzas que ellas encontraran algo mejor y genuino.
Sé que ella me daría el trote para “jugar con ella” (como dice Marisol) toda la noche, si la oportunidad se nos presentara, pero en esos momentos, pensaba en el número de amantes que habrá tenido bajo la cintura para succionar de esa manera.
Verónica puede hacer verdaderamente una garganta profunda, porque avanzo de su campana y más.
Marisol, en cambio, alcanza a tomar hasta la campana y no es malo, porque el vacío que genera cuando succiona como aspiradora es indescriptible.
Pero Verónica buscaba comérmela entera, hasta con testículos incluidos y me daba una sensación extraña cuando llegaba hasta la base y seguía succionando, por lo que tenía que contenerme lo mejor que podía.
La masticaba suavemente, disfrutando de mi sabor y lamiendo con delicadeza desde la base hasta la punta con su lengua cálida y húmeda, mirándome con lascivia y deseo, al dejarla limpia.
Por eso, no me sorprendí que cuando mi cañón quedó nuevamente en línea, ella se alzara como una diosa de los mares por encima del horizonte de la cama, abrió sus piernas, levantó su suculento baby doll blanco de polyester y empezó a bajar sobre él.
Para sus 43 años, Verónica se sigue manteniendo estupenda. Para que se hagan una idea, es de esas mujeres medianamente rellenitas, con su buena cola y su buen par de pechos, que es extremadamente hacendosa y vive barriendo la vereda o jardineando.
Sus ojos verdes son preciosos, cabellos teñidos de rubio, unos labios finos como los de Marisol, nariz pequeña y respingada. Pero lo que más destaca son sus pechos eternamente bamboleantes.
Y es que mi suegra tiene los pezones tan sensibles, que cualquier sostén le causa incomodidad y no es de esperarse que llame la atención de los vecinos, incluso a mi padre.
La cara de alivio que puso al sentirme dentro de ella era digna para un poema y sus movimientos, lentos y parsimoniosos, con sus manos restregándose por la cintura y por los pechos, para magnificar su placer, eran increíbles.
“¡Vamos, tío! ¡Tócame más!... ¡También te deseo!” me dijo Pamela, antes de estamparme otro beso.
Mi amazona española serpenteaba, en anhelantes gemidos, a medida que incrustaba mis deditos en su conchita y le robaba unos cuantos suspiros, mientras jugueteaba con su clítoris.
“¡Si, Marco!... ¡Así, Marco!... ¡Ahí!... ¡Ahí!” replicaba mi amazona española.
En cambio mi suegra permanecía en silencio, moviendo su cintura de manera incesante. Se notaba que le dolía y que le gustaba, por la manera de remecerse.
Repentinamente, uno de sus colgantes se deslizó por su hombro y uno de sus maravillosos senos quedó completamente expuesto.
Mi dureza era comparable con el Titanio en esos momentos, porque los pechos de Pamela masajeaban y envolvían mi codo, como si se tratara de una bufanda y mis movimientos de cadera empezaron a volverse mucho más fuertes.
“¡Ahh, Marco!... ¡Ahh, Marco!... ¡Qué fuerte!... ¡Qué fuerte!” empezaba a gritar mi suegra.
“¡No pares, tío!... ¡No pares!... ¡Más fuerte!... ¡Más fuerte!” gritaba Pamela, mientras que su gruta empapaba mi mano y abría completamente sus piernas, para facilitar mi acceso.
La cama entera se sacudía como en un verdadero terremoto, porque inconscientemente, empezaba a sincronizar a las chicas en sus movimientos.
“¡Ahh!... ¡Ahhh!... ¡Me quemas!... ¡Me quemas!” aullaba mi suegra, sin reparo alguno.
“¡Ahh, Marco!... ¡Ahh, Marco!... ¡Me vas a matar!” anunciaba Pamela, quien había deslizado sus suculentos pechos hasta la altura de mi cara, mientras que mi mano tenía la palma completamente mojada, ante su incesante flujo.
Finalmente, no pude aguantar más y acabé junto con Verónica. Su rajita se seguía contrayendo, buscando succionar más y más de mi miel y Pamela no tardó muchos segundos en alcanzar el mismo resultado.
“¡Marco, te amo!” decía Pamela, besándome con ternura y con lágrimas en sus ojitos.
Mi suegra, en cambio, resoplaba como pez, mientras intentaba zafarse de mí.
“¡Chiquillo desvergonzado! ¿Hasta cuándo me tienes así?” protestaba ella, con una amplia sonrisa de contenta por no poder despegarse.
Se acostaron a mi lado y su respiración me daba cosquillas en el pecho.
Cuando pude sacarla, las 2 la miraban como si brillara en la oscuridad.
“¡Tío, sois terrible!... ¡Aun no te baja!” exclamaba Pamela, palpándola con su mano.
Verónica, en cambio, me daba besos en las mejillas.
“¡Por eso, él siempre será mi yerno favorito!”
Pamela cambió posición con Verónica y una vez más, iba encajándose en mi trozo de carne.
Marisol se ríe de mi cara, pero es que Pamela es un sueño. Le digo que no la merezco y que ni siquiera me merezco a mi esposa, a su madre o a su hermana, pero ella dice que sí. Que me las merezco a todas y más.
Y Pamela fue bajando sobre mi pene como una diosa: su mirada seria, soberbia y desafiante no existía y me miraba con deseo y anticipación.
Lentamente, mi glande fue entrando en ella y a medida que su cuerpo proseguía la marcha, su rostro resplandecía en alivio y felicidad.
Estoy muy consciente de su adolescencia sexual fue extremadamente activa, donde novios y parejas de todos tamaños y portes nunca le faltaron. Pero me cuesta creer que le guste tanto la mía.
Sus pezones negritos estaban hinchados y muy parados y su interior, húmedo, ardiente y apretado. Exhalaba lentamente, como si apenas se pudiera mover. Su rajita seguía siendo extremadamente sensible y pude sentir 2 orgasmos seguidos, una vez que la metió hasta el fondo.
“¡Me encanta tu polla, tío!” exclamaba, mordiéndose el labio inferior. “¡Hace meses que la extrañaba!”
Y mientras Pamela empezaba a moverse, Verónica me miraba con una amplia sonrisa.
“¡Hola, tío! ¿Cómo te sientes?” preguntó, en un susurro, recordando lo que la profe de Violetita había dicho de mí.
Pamela alcanzó a escucharlo y pude sentir su hendidura contraerse en enojo, pensando que se burlaba de ella. Pero nunca tanto para detener el movimiento.
Y mientras me derretía en el interior cálido de Pamela, Verónica, con una actitud coqueta y seductora, empezaba a jugar con sus dedos en mi pecho.
“¿Sabes, Marco?... estaba pensando lo mucho que extraño a mis nietas.” Empezó a besarme por las mejillas. “Tal vez, podría cerrar un tiempo la tienda… y ¿Qué se yo?... irme de visita con ustedes… por un tiempo.”
Pamela protestó con un gemido, afirmándose de mi vientre para poder meterla mejor.
“Podría cocinar, cuidar a las niñas… y recibirte como lo sé hacer yo cuando llegues del trabajo.” Me hechizaba, suspirando por mi pecho.
Pamela gemía más fuerte al sentirme endurecer nuevamente y Verónica, sabiéndolo, proseguía con sus deseos.
“Claro… no podría dejar a mis niñas solas… y Amelita me podría ayudar a cuidarte.”
Para ese entonces, Pamela gemía desbocada. Marisol no me pondría problemas y yo viviría cogiendo como loco.
“¡Eso… no es… justo!” se quejaba Pamela, subiendo y bajando incesable y con lágrimas en los ojos.
Verónica, en cambio, sonreía con picardía.
“¿Por qué no?” preguntó. “¿Acaso no te gustaría venir con nosotras y entrar a trabajar para Marco?”
¡Y en esos momentos, nos abrió una nueva frontera de placer!
Era cierto. Como Pamela está estudiando Ingeniería en Minas, puedo mover las cuerdas a su favor y contratarla como una trainee legal, si completa un par de años de carrera.
Tuve que voltearla y meterla más adentro, mientras Verónica seguía metiéndonos ideas en la cabeza.
“¡No sé! Podrías citarla para reuniones o qué sé yo y ustedes podrían jugar en el trabajo…”
Pamela posaba su mejilla sobre la mía, susurrando por piedad.
“Incluso, podrías contratar a mi Amelita… como tu secretaria…”
Marisol se mata de la risa, diciendo que con eso alcanzaba “Transformación nivel 2”.
Y era la verdad. Pensar que podría tomar a las 2 en el trabajo, más su reunión ocasional con Sonia y Elena y tal vez, alguna otra secretaria en la oficina, para mantener a Marisol entretenida, me ponía extremadamente caliente.
“¡Hala, Marco!... ¡Hala, Marco!... ¡No tan fuerte!... ¡No tan fuerte!... ¡Se siente enorme!” se quejaba Pamela, enterrándome sus sudorosos, opulentos y blandos senos en mi pecho, deseándome más y más en su interior.
Verónica nos miraba morbosamente, sabiendo que también lo haría con ella de esa manera, si me lo hubiese pedido, rozando su pecho y su botón, de manera circular, lo que me hizo acabar más pronto de lo esperado.
Mientras Pamela se recuperaba, Verónica preguntó.
“¿Y bien? ¿Te cansaste?”
Pamela, con una gran sonrisa y un afectuoso beso en mi mejilla, respondió.
“¡No, tía! Siento que no.”
Una vez que nos despegamos, las 2 presentaron las colitas meneándose como perritas.
“¡Sois muy guarro, Marco!” se reía Pamela. “¡Te casaste con la pobre Mari y te coges a su madre y a su prima!”
“Más guarras somos nosotras, que queremos que nos coja por la cola” agregó Verónica en mi defensa.
Separé los sudorosos muslos de mi suegra y unté un par de gotitas de saliva en la entrada, para lubricarla, lo que le hacía estremecer y gemir por lo bajo.
Pamela contemplaba el rostro de su tía con perplejidad. Probablemente, nunca la había visto con esa cara antes o en otro contexto.
Mi pene, infatigable, permanecía duro como un garrote y con el glande picando por volver a la acción y fui entrando en ella despacio. Su esfínter fue lentamente dilatándose, recibiendo mi pene con agrado, a medida que empezaba a devorarlo por la oquedad posterior.
Verónica gemía suavemente, como si la experiencia le causara un relajamiento placentero y lo mismo pasaba con Pamela, que disfrutaba de mis dedos por su cola.
“¡Si, tío! ¡Si, tío! ¡Tenéis que romper mi culo después! ¡Sois el único que he dejado y mi culito es todo tuyo!” comentaba Pamela, a medida que empezaba a estimularla.
Verónica, en cambio, gruñía y jadeaba, a medida que mis sacudidas adquirían mayor velocidad. Empezaba a llegar a lo más profundo, afirmándome de su cintura y mis testículos rozaban ya sus carnosos muslos.
Su recto estaba extremadamente caliente y me deslizaba con facilidad, pero a medida que empezaba a hincharme nuevamente, sus gruñidos se volvían más intensos.
“¡Me encanta!... ¡Me encanta!” repetía una y otra vez.
Pamela, por otro lado, sollozaba meneándose imparable sobre mis dedos.
“¡Te quiero, Marco! ¡Me vuelves loca!” decía Pamela, mientras enterraba su rostro en la sábana.
“¿Lo está disfrutando, suegrita?”
“¡Si… yerno querido!... ¡Me encanta… tu polla!”
Mis movimientos tomaron mayor velocidad.
“¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡No te cansas!... ¡No te cansas!... ¡Tan dura!”
Y seguí meneándome y meneándome, hasta que sentí que el glande me ardía como un incendio. Solté el trasero de Pamela y me afirmé con ambas manos de la cintura de Verónica, que lanzó un tremendo grito de sorpresa, cuando sintió mi leche en su interior.
Yo estaba casi en la lona. Verónica y Pamela suspiraban, con sus ojos resplandeciendo de alegría y satisfacción en la tenue luz.
Divisé un reloj y marcaba las 5:42 am. Mi cañón tenía carga para un disparo más.
“¡Me toca!” sonreía Pamela, con la felicidad de Violetita.
Nuevamente, para ella también tuve que lubricarla con un par de gotas y estimular un poco más su esfínter, para que diera el tamaño, lo que le causó un orgasmo adicional, en una noche donde perdía la cuenta.
Verónica, agotada, se acariciaba el trasero, pensando si iba al baño o no, para botar el relleno que le había dado. El cansancio le hizo decidirse por lo segundo.
Pero para recuperar algo de fuerzas y hostigar a Pamela, le hice el jugueteo que a veces hago con Marisol: dejar mi pene enhiesto sobre sus cachetes, quieto y sin moverlo.
“¡Carajos, Marco! ¡No seáis injusto! ¡Métela por mi culo de una vez!”
“¿La quieres en tu culo de una vez?” la desafié.
“¡Si, carajos! ¡Quiero que me folles por la cola, de una vez!”
Entonces, rápidamente, como una mangosta atacando una serpiente, tomé mi pene, metí la punta del glande en su esfínter y la enterré de golpe, como si fuera una estaca.
Si bien le dolió, no podía quejarse tanto.
“¡Hijo… de puta!” profirió por lo bajo, al sentirme quemándola por dentro, pero aun así, meneándose para facilitar el movimiento.
Tuvo que acostarse, porque le estaba dando mis últimas y potentes estocadas y se quejaba de manera brutal, lanzando sus acostumbrados insultos de siempre.
“¡Pendejo!... ¡No tan fuerte!... ¡No tan fuerte!... ¡Animal!” se quejaba, pero con un tono de satisfacción en lugar de protesta.
Al igual que Verónica, llegó un momento que también tuve que afirmarme de sus caderas perfectas y rellenar sus intestinos con mis jugos. El estampido que salió de su boca fue fenomenal y como una posesa, resoplaba sin parar.
“¡Tío!... ¡Todavía me quemas!... ¡Y sigue igual de dura!... ¿Cómo le haces?” preguntaba, cuando yo mismo sentía que la entrepierna me ardía incontrolablemente y con algo de dolor.
Cuando pude despegarla y en vista que casi eran las 7 de la mañana, con el sol a vísperas de amanecer, decidí tomar mis pantalones, volver al dormitorio de Amelia y acostarme en su cama, para no levantar sospechas.
Dormí hasta las 11 de la mañana y mientras desayunaba, Violetita llegó muy enfadada a reprenderme.
“¡Marco, tú no puedes jugar con mi mami hasta tan tarde! Si tú quieres jugar a “las luchitas”, tienes que hacerlo más temprano, porque a mami le da tuto.”
“¿Cómo dices?”
“Que si quieres jugar con mi mami y Pamelita a “las luchitas”, tienes que hacerlo más temprano.” Respondió. “Y tienes que acordarte que ellas son niñas y no puedes hacerlo con toda tu fuerza.”
Desconcertado, tardé en entender que para su inocente mente, los gemidos que provenían del dormitorio de su madre se debían a que yo estaba jugando a la lucha libre con ellas.
Pamela, que al igual de las otras, había amanecido de excelente humor, se sentó a mi lado a tomar su café con leche, divertida por la situación.
“¿Lo ves, tío? ¡Si queréis jugar a “las luchitas” con nosotras, tenéis que hacerlo más temprano!” Añadió, con una gran sonrisa, deslizando su mano por debajo de la mesa, para darme una sobada mientras desayunábamos.
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1 comentarios - Siete por siete (126): “Las luchitas”