HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XVII.
Mi cuñada.
Esa es una vieja historia y no por ello fácil de olvidar.
Hace mucho tiempo estuve en pareja con una hermosa mujer, conviviendo con ella. Era la mayor de tres hermanas. La menor, Carla, estaba en pareja con un tipo bastante pelotudo y hacía unos pocos meses que había tenido familia por segunda vez.
La conocí estando ella embarazada y aunque de las tres era la menos agraciada por la belleza, siempre me calentó mucho y más aún después de dar a luz y no portar con la panza y sí con sus pechos hinchados de leche.
El punto máximo de calentura se dio una vez que descuidadamente se agachó para levantar del cochecito a su beba para amamantarla y pude ver por dentro del escote sus grandes pechos desnudos. Desde ese momento, el deseo de cogerla fue una obsesión que me persiguió por meses.
Con el tiempo mi deseo crecía exponencialmente, agravado con algunas actitudes provocantes de ella. Les cuento algunas:
La hermana del medio tenía una casa quinta muy grande con parque y pileta a la que -sobre todo en verano- íbamos asiduamente a comer un asado y darnos algún chapuzón. Carla ya había recuperado su silueta pre-embarazo, estaba muy delgada y sus tetas se habían achicado considerablemente, aunque seguían siendo objeto de mi deseo. Allí ella siempre usaba una diminuta bikini luciendo un hermoso culo, que recuerdo una vez que estando yo sentado a la mesa se se paró delante de mí, de espaldas, para prepararse un sándwich, poniéndome el culo a no más de treinta centímetros de mi cara. “¿Lo hará para buscarme?” pensaba ilusionado… Cuando se tendía a tomar sol, si lo hacía de espaldas se desprendía el corpiño para evitar las marcas del sol desnudando un hermoso torso bronceado y mostrando su precioso culo apenas cubierto por la tanga; cuando lo hacía boca arriba, también con los breteles desabrochados, bajaba el triángulo de la tanga hasta dejar asomar los primeros pelitos de su vello púbico, que cabe destacar, abultaban su bombacha. Al salir de la piscina, su corpiño impedía disimular sus pezones endurecidos, turgentes y puntiagudos, a los que quería ablandar masajeándolos con sus palmas, sonriendo tímidamente. Alguna vez hizo algún comentario del tipo “…ninguna mujer puede tener mal sexo si tiene un buen culo…” con lo cual sospechaba que adoraba el sexo anal, que quien se acostara con ella no debía pedírselo ya que ella lo entregaría sin más.
Mi ex es médica y más de un fin de semana le tocaba estar de guardia y si íbamos a la quinta, entonces iba solo. Así fue ese domingo, y ésa podía ser mi oportunidad.
Como siempre, la jornada empezaba conmigo haciendo el fuego, los chicos jugando en la pileta y los grandes preparando las ensaladas, picada y tragos. Almorzamos, tomamos unos cafés y luego cada uno a lo suyo: los más viejos junto con el marido de Carla y su beba fueron a hacer una siesta, otros se encargaron de los platos, los chicos a la pileta e inesperadamente en un momento me encontraba sólo con mi cuñadita en medio del jardín, quien estaba estirando una lona en el césped para tomar sol. Carla estrenaba un bikini amarillo flúo que me volvía loco… Se acostó boca abajo, se desprendió el moño de los breteles del cuello y me llamó:
-- Cuña, ¿me ayudás?, desabrochame el corpiño, porfi…
Me acerqué a ella, le deshice el nudo de la espalda y me recosté cerca de ella, no mucho pero sí lo suficiente como para poder hablarle en voz muy baja.
-- Cuñadita, ese bikini te queda un despelote.
-- ¿SI, te gusta?
-- Te queda pintado, el amarillo te sienta muy bien…
-- Jeje, gracias.
Hice una breve pausa, encendí un cigarrillo, y volví.
-- Carli, ¿puedo contarte un secreto?
-- Si, contame, me encanta…
-- Pero tenés que jurarme por tu vida que no se lo vas a contar a nadie, pero a nadie.
-- A nadie, lo juro.
-- No sé cómo decírtelo así que vpy a ser directo: me calentás mucho…
-- Epa, eso es bien directo.
-- Si, discúlpame, me da un poco de vértigo decírtelo pero…
-- Pero querés saber qué pienso –me interrumpió-.
-- Si, pero antes debés saber que me muero por hacerte el amor…
-- Debería sorprenderme, enojarme, hacer una histeriqueada, pero ¿sabés qué?
-- ¿Qué? –pregunté temeroso-
-- Me alegro muchísimo que me lo hayas dicho vos porque siento lo mismo y nunca me hubiera animado a decírtelo.
Me relajé, me sentía un ganador y tenía muchísimas ganas de besarla, pero no podía en ese lugar.
-- No nos privemos de hacerlo –continuó-. Busquemos un momento y un lugar apropiado.
-- Mañana a la tarde paso a buscarte por tu oficina, ¿te parece?
-- Dale, mañana hablamos y arreglamos. Acá no sigamos que se puede armar un lindo despelote.
Nos dimos algunas “gracias” y ahí la cortamos.
Carla trabajaba por su cuenta diseñando ropa y yo no tenía ningún impedimento para borrarme de la oficina a cualquier hora, así que el lunes al mediodía la llamé y quedamos en que en media hora la pasaba a buscar. Desde que estuve en pareja jamás había engañado y ahora estaba a punto de hacerlo nada menos que con su hermana, qué locura…
Llegué al edificio de su oficina en el mismo momento que ella salía. Estaba hermosa, el cabello morocho recogido en una especie de rodete en la nuca, poco maquillaje, camisa blanca, amplia con lunares negros, pollera corta con un tajo al costado, medias transparentes y zapatos negros con taco muy alto.
-- Hola precioso –dijo al subir al auto antes de besarme-
-- Hola, estás preciosa.
-- Gracias.
-- ¿Estás bien? ¿Estás segura?
-- Sinceramente, me importa un carajo el forro de mi marido, mi familia, todo… Lo único que me inhibe es pensar en que estamos cagando a mi hermana, con todo lo que la quiero.
-- Estamos a tiempo. Podemos suspender todo aquí mismo si no te parece bien –traté de tranquilizarla-.
-- No, vamos…
Fuimos a un hotel del Acceso Oeste, en el viaje casi no hablamos, llegamos y elegí una buena habitación, entré el auto a la cochera y subimos a la habitación. Ella iba delante de mí y yo desde atrás le levanté la pollera para espiarle el culo. Tenía una tanga negra minúscula, apenas un hilo se colaba entre las nalgas y un pequeño triángulo cubría su peluda concha. Los tacos le delineaban unas piernas perfectas, destacando sus pantorrillas.
Apenas cerré la puerta se abrazó a mi como un pulpo, recorriendo sus manos por todo mi cuerpo, deteniéndose frente a mi bragueta. Me acariciaba la polla por sobre el pantalón hasta haber conseguido una importante erección. Fue entonces que se arrodilló delante de mi, bajó el cierre de la bragueta y sacando la chota hábilmente con una mano se la llevó a la boca.
-- Qué suerte tiene mi hermana! –dijo asombrada al comprobar el tamaño del miembro que tenía en su mano-.
Me ofreció una larga mamada haciéndome llegar a casi acabar. Entonces se incorporó y dando algunos pasos hacia atrás comenzó a desnudarse. Me quedé inmóvil apoyado de espaldas a la pared sin querer perderme un solo instante de ese proceso. Lentamente fue quitándose la camisa, la pollera, los zapatos, una a una sus medias, soltó su cabello, se puso de frente a mi para quitarse el corpiño y giró sobre si misma, dándome la espalda, para bajarse lentamente la bombacha. Así, agachada, comenzó a menear el culo muy provocativamente. El espectáculo era alucinante.
Me desnudé rápidamente, la abracé, nos besamos profundamente y nos tiramos en la cama. La penetré de inmediato y noté su placer en sus gemidos. Acompañaba mis movimientos con suaves ondulaciones de cadera permitiendo la completa penetración. Sentía como mis huevos chocaban en su culo y empecé a desearlo.
-- No acabes adentro, por favor –me pidió-
-- No es el mejor día, ¿no?
-- Mientras no acabes adentro no pasa nada… Seguí por favor, dame más…
Sentía cómo aumentaba la temperatura de su vagina que abrazaba mi pene, la caverna se dilataba y contraía con un ritmo cada vez más ardiente anunciando un orgasmo…
-- Ahhhh, ya llego… -gimió-
Acabó sin que se la saque…
-- ¿Querés hacerme la cola? –me ofreció-
-- Es lo que más deseo…
-- Y es lo que más me gusta… dámela…
Le levanté las piernas para poder embocársela mejor. Sus jugos vaginales derramados por su ano lo lubricaban. Agarré firmemente la pija y arrimándosela al ojete comencé a hacer fuerza hacia adentro. Ella separaba sus cantos con ambas manos para ayudar la penetración. Así y todo, se quejaba:
-- Me duele…
-- Aguantá un cachito, es sólo al principio…
-- Si, seguí…
Un pequeño esfuerzo más y ya estaba la cabeza adentro. En adelante sería más fácil…
-- Ahhhh!!! –gritó- Metela toda!
Un poco más y listo… Comencé a bombear incentivado por sus jadeos. Era un verdadero lujo coger ese culo mientras me deleitaba acariciándole el clítoris que asomaba entre los vellos y apreciando el bamboleo de sus tetas. Mordiéndose los labios acabó nuevamente y un segundo más tarde me tocó a mí, derramando en el interior de su culo un importante chorro de semen caliente…
-- Ay, papito!!! Guardá algo para mi boca –me pidió-
Pero ya no había más. Debíamos empezar de nuevo. Y así fue. Tuve una segunda y tercera vez.
Una molesta chicharra nos avisaba que había terminado el turno. Lamentamos no tener tiempo de bañarnos juntos y prometimos dejarlo para la próxima oportunidad.
Mi cuñada.
Esa es una vieja historia y no por ello fácil de olvidar.
Hace mucho tiempo estuve en pareja con una hermosa mujer, conviviendo con ella. Era la mayor de tres hermanas. La menor, Carla, estaba en pareja con un tipo bastante pelotudo y hacía unos pocos meses que había tenido familia por segunda vez.
La conocí estando ella embarazada y aunque de las tres era la menos agraciada por la belleza, siempre me calentó mucho y más aún después de dar a luz y no portar con la panza y sí con sus pechos hinchados de leche.
El punto máximo de calentura se dio una vez que descuidadamente se agachó para levantar del cochecito a su beba para amamantarla y pude ver por dentro del escote sus grandes pechos desnudos. Desde ese momento, el deseo de cogerla fue una obsesión que me persiguió por meses.
Con el tiempo mi deseo crecía exponencialmente, agravado con algunas actitudes provocantes de ella. Les cuento algunas:
La hermana del medio tenía una casa quinta muy grande con parque y pileta a la que -sobre todo en verano- íbamos asiduamente a comer un asado y darnos algún chapuzón. Carla ya había recuperado su silueta pre-embarazo, estaba muy delgada y sus tetas se habían achicado considerablemente, aunque seguían siendo objeto de mi deseo. Allí ella siempre usaba una diminuta bikini luciendo un hermoso culo, que recuerdo una vez que estando yo sentado a la mesa se se paró delante de mí, de espaldas, para prepararse un sándwich, poniéndome el culo a no más de treinta centímetros de mi cara. “¿Lo hará para buscarme?” pensaba ilusionado… Cuando se tendía a tomar sol, si lo hacía de espaldas se desprendía el corpiño para evitar las marcas del sol desnudando un hermoso torso bronceado y mostrando su precioso culo apenas cubierto por la tanga; cuando lo hacía boca arriba, también con los breteles desabrochados, bajaba el triángulo de la tanga hasta dejar asomar los primeros pelitos de su vello púbico, que cabe destacar, abultaban su bombacha. Al salir de la piscina, su corpiño impedía disimular sus pezones endurecidos, turgentes y puntiagudos, a los que quería ablandar masajeándolos con sus palmas, sonriendo tímidamente. Alguna vez hizo algún comentario del tipo “…ninguna mujer puede tener mal sexo si tiene un buen culo…” con lo cual sospechaba que adoraba el sexo anal, que quien se acostara con ella no debía pedírselo ya que ella lo entregaría sin más.
Mi ex es médica y más de un fin de semana le tocaba estar de guardia y si íbamos a la quinta, entonces iba solo. Así fue ese domingo, y ésa podía ser mi oportunidad.
Como siempre, la jornada empezaba conmigo haciendo el fuego, los chicos jugando en la pileta y los grandes preparando las ensaladas, picada y tragos. Almorzamos, tomamos unos cafés y luego cada uno a lo suyo: los más viejos junto con el marido de Carla y su beba fueron a hacer una siesta, otros se encargaron de los platos, los chicos a la pileta e inesperadamente en un momento me encontraba sólo con mi cuñadita en medio del jardín, quien estaba estirando una lona en el césped para tomar sol. Carla estrenaba un bikini amarillo flúo que me volvía loco… Se acostó boca abajo, se desprendió el moño de los breteles del cuello y me llamó:
-- Cuña, ¿me ayudás?, desabrochame el corpiño, porfi…
Me acerqué a ella, le deshice el nudo de la espalda y me recosté cerca de ella, no mucho pero sí lo suficiente como para poder hablarle en voz muy baja.
-- Cuñadita, ese bikini te queda un despelote.
-- ¿SI, te gusta?
-- Te queda pintado, el amarillo te sienta muy bien…
-- Jeje, gracias.
Hice una breve pausa, encendí un cigarrillo, y volví.
-- Carli, ¿puedo contarte un secreto?
-- Si, contame, me encanta…
-- Pero tenés que jurarme por tu vida que no se lo vas a contar a nadie, pero a nadie.
-- A nadie, lo juro.
-- No sé cómo decírtelo así que vpy a ser directo: me calentás mucho…
-- Epa, eso es bien directo.
-- Si, discúlpame, me da un poco de vértigo decírtelo pero…
-- Pero querés saber qué pienso –me interrumpió-.
-- Si, pero antes debés saber que me muero por hacerte el amor…
-- Debería sorprenderme, enojarme, hacer una histeriqueada, pero ¿sabés qué?
-- ¿Qué? –pregunté temeroso-
-- Me alegro muchísimo que me lo hayas dicho vos porque siento lo mismo y nunca me hubiera animado a decírtelo.
Me relajé, me sentía un ganador y tenía muchísimas ganas de besarla, pero no podía en ese lugar.
-- No nos privemos de hacerlo –continuó-. Busquemos un momento y un lugar apropiado.
-- Mañana a la tarde paso a buscarte por tu oficina, ¿te parece?
-- Dale, mañana hablamos y arreglamos. Acá no sigamos que se puede armar un lindo despelote.
Nos dimos algunas “gracias” y ahí la cortamos.
Carla trabajaba por su cuenta diseñando ropa y yo no tenía ningún impedimento para borrarme de la oficina a cualquier hora, así que el lunes al mediodía la llamé y quedamos en que en media hora la pasaba a buscar. Desde que estuve en pareja jamás había engañado y ahora estaba a punto de hacerlo nada menos que con su hermana, qué locura…
Llegué al edificio de su oficina en el mismo momento que ella salía. Estaba hermosa, el cabello morocho recogido en una especie de rodete en la nuca, poco maquillaje, camisa blanca, amplia con lunares negros, pollera corta con un tajo al costado, medias transparentes y zapatos negros con taco muy alto.
-- Hola precioso –dijo al subir al auto antes de besarme-
-- Hola, estás preciosa.
-- Gracias.
-- ¿Estás bien? ¿Estás segura?
-- Sinceramente, me importa un carajo el forro de mi marido, mi familia, todo… Lo único que me inhibe es pensar en que estamos cagando a mi hermana, con todo lo que la quiero.
-- Estamos a tiempo. Podemos suspender todo aquí mismo si no te parece bien –traté de tranquilizarla-.
-- No, vamos…
Fuimos a un hotel del Acceso Oeste, en el viaje casi no hablamos, llegamos y elegí una buena habitación, entré el auto a la cochera y subimos a la habitación. Ella iba delante de mí y yo desde atrás le levanté la pollera para espiarle el culo. Tenía una tanga negra minúscula, apenas un hilo se colaba entre las nalgas y un pequeño triángulo cubría su peluda concha. Los tacos le delineaban unas piernas perfectas, destacando sus pantorrillas.
Apenas cerré la puerta se abrazó a mi como un pulpo, recorriendo sus manos por todo mi cuerpo, deteniéndose frente a mi bragueta. Me acariciaba la polla por sobre el pantalón hasta haber conseguido una importante erección. Fue entonces que se arrodilló delante de mi, bajó el cierre de la bragueta y sacando la chota hábilmente con una mano se la llevó a la boca.
-- Qué suerte tiene mi hermana! –dijo asombrada al comprobar el tamaño del miembro que tenía en su mano-.
Me ofreció una larga mamada haciéndome llegar a casi acabar. Entonces se incorporó y dando algunos pasos hacia atrás comenzó a desnudarse. Me quedé inmóvil apoyado de espaldas a la pared sin querer perderme un solo instante de ese proceso. Lentamente fue quitándose la camisa, la pollera, los zapatos, una a una sus medias, soltó su cabello, se puso de frente a mi para quitarse el corpiño y giró sobre si misma, dándome la espalda, para bajarse lentamente la bombacha. Así, agachada, comenzó a menear el culo muy provocativamente. El espectáculo era alucinante.
Me desnudé rápidamente, la abracé, nos besamos profundamente y nos tiramos en la cama. La penetré de inmediato y noté su placer en sus gemidos. Acompañaba mis movimientos con suaves ondulaciones de cadera permitiendo la completa penetración. Sentía como mis huevos chocaban en su culo y empecé a desearlo.
-- No acabes adentro, por favor –me pidió-
-- No es el mejor día, ¿no?
-- Mientras no acabes adentro no pasa nada… Seguí por favor, dame más…
Sentía cómo aumentaba la temperatura de su vagina que abrazaba mi pene, la caverna se dilataba y contraía con un ritmo cada vez más ardiente anunciando un orgasmo…
-- Ahhhh, ya llego… -gimió-
Acabó sin que se la saque…
-- ¿Querés hacerme la cola? –me ofreció-
-- Es lo que más deseo…
-- Y es lo que más me gusta… dámela…
Le levanté las piernas para poder embocársela mejor. Sus jugos vaginales derramados por su ano lo lubricaban. Agarré firmemente la pija y arrimándosela al ojete comencé a hacer fuerza hacia adentro. Ella separaba sus cantos con ambas manos para ayudar la penetración. Así y todo, se quejaba:
-- Me duele…
-- Aguantá un cachito, es sólo al principio…
-- Si, seguí…
Un pequeño esfuerzo más y ya estaba la cabeza adentro. En adelante sería más fácil…
-- Ahhhh!!! –gritó- Metela toda!
Un poco más y listo… Comencé a bombear incentivado por sus jadeos. Era un verdadero lujo coger ese culo mientras me deleitaba acariciándole el clítoris que asomaba entre los vellos y apreciando el bamboleo de sus tetas. Mordiéndose los labios acabó nuevamente y un segundo más tarde me tocó a mí, derramando en el interior de su culo un importante chorro de semen caliente…
-- Ay, papito!!! Guardá algo para mi boca –me pidió-
Pero ya no había más. Debíamos empezar de nuevo. Y así fue. Tuve una segunda y tercera vez.
Una molesta chicharra nos avisaba que había terminado el turno. Lamentamos no tener tiempo de bañarnos juntos y prometimos dejarlo para la próxima oportunidad.
3 comentarios - Historias Reales - Cap. XVII
Excelente historia y muy bien relatada. Un lujo !!
Gracias por compartir 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...