You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Siete por siete (119): La tarea de Pamela




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Normalmente, no escribo los lunes por la noche. Por lo general, a estas horas estamos “recuperando el tiempo perdido”, pero esta noche Marisol se enojó conmigo.
No ha sido nada grave ni preocupante, pero tampoco quiero contar el motivo, porque es algo que ella misma debe decidir y que yo acataré.
Pienso que son las únicas “desventajas” de estar casado con una gata disfrazada de mujer.
Son pocas las discusiones que tenemos y yo también la amo cuando se comporta así, porque es su manera de ser. Solamente debo dejarla tranquila, aguantar “su mal humor” un par de días y esperar que se le pase, igual como pasa con los gatos.
Pero si la curiosidad te pica antes, Marisol, quiero que sepas que te sigo amando y cada vivencia contigo, sea buena o mala, la disfruto, simplemente porque la comparto contigo.
Retornando a esos maravillosos días de septiembre, Marisol me despertó alrededor de las 8 ese sábado.
“¡Tienes que levantarte!” me dijo. “Anoche, llamó mi prima y me pidió que “te prestara” por unas horas, para que le ayudes con un trabajo de la Universidad.”
Tuvo una ligera y traviesa sonrisa. Todavía no entiendo por qué le gusta tanto prestarme como si fuera un lápiz o una cartera, cuando una chica normal se enojaría si su pololo besa o tiene relaciones con la prima.
“¡No quiero! ¡Está muy helado!” le respondí, cubriéndome con las sabanas.
“¡No! ¡No hace frio! ¡Tienes que levantarte, porque dijo que vendría temprano!” Insistió, pensando que hablaba en serio.
Y me volteé para mirarla.
“Bueno… pero quiero jugar contigo antes.”
“¿Qué?” preguntó sorprendida y sonriendo. “Pero si ella viene luego… y hace tiempo que no la ves.”
“Si, pero quiero estar contigo un ratito…”
“Si… pero estás conmigo todos los días…” Insistió sonriendo, pero con un ligero tono de melancolía por desobedecerle.
“¡Te estoy pidiendo una sola vez!”
“¡Uy! ¡Bueno!” aceptó finalmente, abriendo sus piernas. “¡Eres muy goloso!”
Pero me gusta hacerle el amor a mi esposa. Amo a Pamela, a mi cuñada y a mi suegra. Pero hacer el amor con Marisol es distinto.
Encuentro que mi esposa siempre ha sido bastante sensual, tanto soltera como ahora. Y es lo que me incomoda en estos momentos, que he vuelto de faena.
Pero le respeto su derecho de estar enojada.
¡Pobrecita! ¡Debe estar tan deseosa como yo!
Y lo hicimos de esa manera maravillosa y perfecta que redescubrimos en nuestro antiguo dormitorio.
Yo, sujetándome de su firme y enorme durazno que tiene en la retaguardia y ella, aguantándose los gemidos de placer.
Sus pechitos bamboleantes y regordetes subían y bajaban sin cesar, mientras que la cama crujía con los ruidos propios de la madera y de los resortes.
Sé que ella daría énfasis al tipo de ruido, pero a mí no me nace. Solamente la recuerdo a ella.
Sus pezones hinchados, con sus frutillas clamando porque probaran su leche y las gotas de sudor, que daban un condimento celestial a un ángel tan blanquecino y delicado como mi esposa.
Y sus ojitos cerrados, a medida que la iba metiendo más rápido y mordiéndose los labios, para mantener el silencio y que nuestras hijas no nos sorprendieran fue uno de esos momentos que difícilmente podré olvidar.
Eyaculé como si me hubiese contenido décadas y ella también lo sintió, por el intenso suspiro que dio.
Nos besamos, porque tras eso, lo único que buscábamos era saber que los 2 lo habíamos disfrutado.
Yo sonreía, porque en medio día había completado la terna: había disfrutado de mi cuñada, mi suegra y mi esposa. Y ese día, sería el turno de la prima de mi esposa.
Marisol, en cambio, seguía borracha de placer, suspirando y restregándose el sudor de la cara, como si le costara creer.
“¡Ahora báñate!... Pamela viene en camino.”
Me vestí de manera casual: Jeans, camisa y un chaleco. Me afeité, lavé los dientes y me peiné, sin arreglarme tanto.
Sin embargo, volver a ver a Pamela fue un tremendo impacto.
Ella es una de esas mujeres que fueron “la chica bonita de la escuela o del curso”, pero que uno nunca podía aspirar o establecer una amistad, porque se encontraba en otro escalafón distinto: su acento español de madrileña que se rehúsa a abandonar, una personalidad fuerte y dominante y un carácter de perros.
Lo más llamativo es el color de su piel, que pareciera un bronceado permanente, con cabellera negra, corta y con algunos rizos, que magnifican su aire sensual y exótico.
Ojos color café; nariz menuda, pero con el tabique largo que corre en todas las mujeres de la familia de mi esposa (incluso en mis hijas), que le dan un aire de elegancia y distinción; Labios gruesos y tentativos y cejas delgadas, que acentúan su personalidad coqueta y seductora.
Pero su cuerpo es simplemente perfecto: un trasero redondito y un par de pechos bien parados y redondos, que compiten codo a codo en tamaño con el esponjoso busto relleno de leche de mi esposa.
En pocas palabras, un bombón digno para ser la esposa de un artista o jugador famoso.
Pero en esta oportunidad, había adoptado un look más universitario y discreto: Jeans; una camisa blanca con franjas rojas y botones, sin cuello y escote moderado y un cortaviento celeste.
No obstante, el motivo de mi sorpresa fue su vehículo.
“¿Te gusta?” me preguntó, al observarlo con tanto entusiasmo.
“¡Me encanta! ¡Un auto así le quiero comprar a Marisol!”
Era un City-car rojo, de 4 puertas: un económico, de marca japonesa, con buena velocidad y muy elegante.
“¿Y por qué no te lo compras, Hermana?” preguntó Amelia, mientras que mi ruiseñor armaba un ligero puchero.
“¡No quiero, porque es muy caro!... y él me mandaría a aprender a manejar.”
“¡Mari, tenéis que pensar en las peques! Si algo pasa, no podéis llamar a Marco en la mina…” trató de convencerla Pamela.
“Y créeme, lo más difícil en esos autos es estacionar de cola.” Le dijo Amelia, como la voz de la experiencia.
“¿Cómo lo sabes?” pregunté, sorprendido por su convicción.
“¡Obvio, tío! ¡Le he tenido que enseñar yo!” me respondió Pamela, mientras que Amelia miraba el suelo avergonzada. “¡Porque su último profe manejaba una camioneta automática!”
Luego de compartir algunas risas, Pamela le hizo la petición a Marisol.
“Bueno, Mari… lo llevo a mi casa… me ayuda a hacer el trabajo… le doy de comer… lo baño… y te lo traigo…”
Fue la primera vez que vi a Pamela tan nerviosa. Pero si lo pienso con más detalle, fue como pedir un perro prestado.
“¡Bueno, pero tráemelo de vuelta, por favor! ¡No quiero dormir sola hoy!” Le encargó mi esposa, a lo que Pamela se comprometió.
Montamos el vehículo y nos fuimos conversando en el trayecto. Se lo había regalado su madre como recompensa, por rendir su primer año de universidad sin reprobar materia alguna.
“Por cierto… Tu madre y Celeste no están, ¿Verdad?” pregunté, con mucha preocupación.
La “Amazona española” que vive en sus furibundos ojos no tardó en aparecer.
“¡No! ¿Por qué? ¿Acaso, queréis también estar con ellas?”
“¡Por supuesto que no!” respondí aliviado. “Sinceramente, prefiero estar solamente contigo.”
Aunque parecía una línea que la hizo enrojecer y enmudecer brevemente, era la verdad.
La relación que tengo con Pamela definitivamente transciende el sexo y su belleza exterior. Los 2 estamos prisioneros en una relación que nos hace sentir culpable por el afecto que tenemos a Marisol.
Lucia, su madre, se hallaba en Milán desde mediados de agosto y no volvería al país hasta esta semana. Por otra parte, a Celeste le concedieron sus vacaciones pagadas, dado que Pamela es autosuficiente y no necesitaba la ayuda de la sirvienta.
Pero yo seguía anonadado con la soltura de Pamela al conducir con una mano y pasar los cambios con entera facilidad con la otra.
“¿Aun os sorprende que maneje así? ¡Tú mejor que nadie sabéis lo buena que soy con las palancas!” exclamó, al percatarse que la observaba con tanto detalle.
Llegamos hasta las afueras de su casa y aparcó sin complicaciones. Mientras sacaba sus llaves para abrir la puerta, la tensión entre nosotros crecía a niveles críticos.
Solamente, cuando cerró la puerta dejamos salir los sentimientos que teníamos reprimidos por tantos meses, de la manera particular que tenemos nosotros.
“¡Por favor!... ¡No creas que soy un pervertido, obsesionado por tus pechos, por levantarte la camiseta!” me disculpé, mientras devoraba sus labios regordetes y sensuales, aprisionándola contra la puerta y descubriendo su maravillosa delantera.
“¡Está bien, tío!... ¡Solo, no me juzguéis como una guarra pervertida… por sacarte el cinturón!” me respondió ella, mientras que sus manos me palpaban con impaciencia la entrepierna y tenían una lucha descarnada con mi pantalón y mis calzoncillos.
“¡Por supuesto que no, Pamela! ¡Sabes bien que te amo!” Exclamé, mientras soltaba el seguro de su negro sostén.
“¡Claro, tío! ¡Esto es solo calentura, de no vernos en tantos meses!” decía ella, mientras desabrochaba mi camisa.
Su “tío esto” y “tío aquello” me volvían loco. Es una de las pocas muletillas que le quedan del tiempo que no confiaba en mí por ser el novio de Marisol y es un constante recordatorio de lo mucho que me despreciaba.
Pero ahora, esa diosa era mía y mientras nos íbamos desnudando como un remolino imparable de placer, lo único que buscábamos era una superficie para poder aliviarnos de nuestra ardiente calentura.
“¿Sigues durmiendo en la misma habitación?” pregunté los breves segundos que pude contenerme.
“¡Siiii!” respondió, con un suspiro intenso de deseo y una sonrisa ansiosa porque fuésemos.
Creo que los 2 trotamos de impaciencia. Ni siquiera destapé las sabanas, sino que me tendí inmediatamente.
Y ella, como una afrodita deliciosa, abrió sus piernas y fue colocándose sobre mí de una manera suave y delicada.
El solo momento de sentir mi glande rozando su rajita le hizo estremecerse y tener el primer orgasmo directo de ese día.
Seguía siendo extremadamente sensible en esa área y la humedad era tal, que no necesitaba de mayor lubricación.
Pero a pesar que mi esposa es bellísima y me encanta montarla cuando hacemos el amor, Pamela es de esas mujeres que deben ir al principio arriba, porque uno no las merece.
Yo tenía que contemplar esos pechos perfectos, esa cintura de avispa y esos muslos amplios y maravillosos encima de mí, para saber que no estaba soñando.
Y es que la compleja y altiva personalidad de Pamela no da lugar a insubordinaciones para que alguien como yo pueda seducirla y hacerle el amor, cosa que no pasa con Marisol o el resto de las mujeres de su casa.
Pamela, en cambio, lo disfrutaba bastante y se notaba solamente por su lengua y su mirada agradecida.
“¡Hace tiempo que la quería!” me confesó, muy aliviada.
“¡Yo también!”
Se acostó sobre mí y nos besamos, moviéndonos suavemente. Mujeres como ella deben disfrutarse y me perdía en su perfume, que mi cuerpo añoraba por tantos meses y en la dulzura de sus besos.
“¿Has estado con muchas?” me preguntó, con una mirada tierna que quería mi honestidad, pero que sabría perdonarla.
“¡No tantas, como podrías pensar!” Le respondí, ahora incapaz de mentirle. “Desde que te fuiste, solamente la niñera que vino conmigo, mi compañera en el trabajo y un par de chicas, durante las vacaciones.”
Ella se río suavemente.
“Entonces… me habéis sido fiel.”
Depositó un suave y tierno beso en mis labios, mientras nos movíamos despacio.
“Si no te hubiese marchado… lo habría sido más.” Dije, subiendo levemente la intensidad.
“¡No podía quedarme, Marco y bien lo sabéis!... ¡Te amo demasiado y me duele compartirte con Mari!”
Su interior estaba ardiendo y me envolvía en una sensación húmeda y maravillosa, que me hacía fantasear.
“Pues… a Mari no le molesta compartirme.” Le confesé. “¡Pamela, tú también me conoces!… y sabes que soy hombre de una mujer.”
Nos dio risa la tremenda falacia que había dicho, porque justamente estaba demostrando lo contrario con ella.
Sin embargo, Pamela me entendía. A pesar de las muchas oportunidades que tuvimos para tener una relación a espaldas de Marisol, yo siempre me escabullí e intenté resistirme.
Solamente caí cuando Pamela se mudó con nosotros y porque Marisol nos facilitó el espacio y oportunidades para que esa relación naciera.
“¿Sabes?... aún recuerdo esas tardes… cuando solamente quería bailar contigo… y tú llamabais a Mari para que te viniera a rescatar…” exclamaba, meneándose más fuerte y cerrando los ojos al sentirme adentro.
En efecto, en esas oportunidades, Pamela nos invitaba a fiestas y Marisol aceptaba a nombre de nosotros, pero tardaba infinidades de horas en llegar.
Y la única razón por la que me resistía era porque intuía que Pamela haría algo indebido con el pololo de su prima.
“¡Me volvíais loca!... Y te odiaba… porque me ignorabais… mientras que los otros chicos seguían mis tetas… y mi culo… y tú…”
Se meneaba frenéticamente y le di un beso para calmarla.
“¡Pero ahora… son otros tiempos!”
“¡Si, tío!... pero lo único que quería… era coger contigo… y tú…”
La volví a interrumpir, abrazándola y besándola con mayor pasión.
“Pero yo nunca he cogido contigo. Siempre te he hecho el amor.”
Y lagrimas comenzaron a brotar de sus ojitos castaños.
“¡Por eso no podía quedarme, Marco!... ¡Sois el chico más lindo que he encontrado!... y ahora te veo con Mari, las pequeñas… y…”
No era necesario que siguiera. Yo también muchas veces fantaseé tener hijos con Pamela.
De ahí en adelante, solamente dejamos nuestros cuerpos hablar. Sus ardientes y sudorosas caderas se movían con una impetuosa violencia, haciéndome retozar más y más en el fondo de su ser.
Estrujaba sus maravillosos pechos, como si fueran panecillos hechos de masa y degustaba sus tiernos y pujantes pezones, que anhelaban amamantar a un hijo al igual que lo hace mi ruiseñor, quien ahora duerme.
Finalmente, alcanzamos el éxtasis, con ella alzándose erguida como la maravillosa diosa guerrera que siempre le he visto, disfrutando de la humilde lanceta que este miserable mortal le podía ofrecer.
Ella sollozaba, fatigada por el cansancio y por la infinidad de orgasmos que alcanzó en esos momentos.
“¡Te extrañaba, tío!... ¡Extrañaba sentirte duro y atrapado en mí!” me decía, apoyándose en mi pecho.
“¡Yo también te extrañaba! Porque tú me celas.” Le respondí.
Pamela sonrió divertida.
“¡Sois tan extraño, tío!... fuerais otro chico, me habrías dejado la primera noche por celosa y molesta.”
“Es porque no te aman, como te amo yo…”
Y ahí, empezamos de nuevo: ese jugueteo que nos amamos, pero no podemos amarnos porque también nos preocupa Marisol.
La volteé para ir yo arriba. A Pamela también le encanta que lo haga de esa manera, porque aparte de penetrarla más profundo como sucede con Marisol, también le gusta que la envuelva con mi cuerpo.
Luego de otra hora más de besos y caricias, volví a acabar en su interior, porque esa es otra de las ventajas de hacer el amor con Pamela: que ella es muy responsable de sus anticonceptivos y no debo preocuparme.
“¡Vamos, tío!... ¡Ya basta!... ¡Aun sigues duro!” resoplaba Pamela, sonriendo de placer.
“¡No puedo evitarlo, Pamela!... ¡Han sido muchos meses sin ti!” le respondí, al verme incapaz de perder la erección.
“¡Vale, tío, Vale!...” aceptaba ella, con una tremenda sonrisa. “¡No me han hecho el amor tantas veces desde las vacaciones!”
Nos despegamos y le pedí que levantara su trasero, para hacérselo a lo perrito.
“¡Creí que me harías el culo!” exclamó, un tanto decepcionada.
“¡Lo siento, pero todavía no tengo suficiente!”
Ella se reía.
“¿También… eres así… con la pobre Mari?”
“¡Por supuesto!” respondí, metiéndola más adentro de su inundada rajita. “Por eso… por las mañanas… me deja con la niñera… y por la noche… lo hago con ella.”
“¡Sois bárbaro, tío!... nadie me ha follado tanto… como lo haces tú.”
“¿Incluso ahora?”
“¿De qué hablas? …Si ahora, no estoy… con nadie.”
Lanzó un alarido al sentir mi incremento de vigor.
“He querido… he querido… ¡Ay, calma, tío!... pensar mejor… ahhh… las cosas a solas… no me he… mhmh… metido con nadie… desde las vacaciones…” me explicaba, mientras la azotaba con frenesí.
“¿O sea… te has estado guardando?” pregunté, con un ardor incesante en la punta de mi glande, pero con las caderas moviéndose a máxima potencia.
“¡Claro… tío!... cuando… te follan… así… ahh… lo único que… te queda… es tocarte… pensando en el tío que te coge… ¡Ahhh!”
La sola idea que una mujer tan sexy como Pamela no haya tenido relaciones por más de 8 meses, por pensar en mí, recuperaba mi vigor y los multiplicaba por 10.
Para cuando terminé, Pamela estaba deshecha.
“¡Ay, tío!... ¡Ay, tío!... ¡Pobre Mari!...” resoplaba sonriente.
Eran las 4 y nos moríamos de hambre. Me preguntó por la mina y le conté lo ocurrido con Tom y que ahora se estaba recuperando, a quien también le mando saludos que me fueron difíciles de entregar, porque Hannah andaba constantemente a su lado.
Luego de comer y que ella recuperara las fuerzas (porque la mía se rehusaba a bajar la guardia), me hizo una petición alocada: que lo hiciéramos en la cama de su mamá.
No tenía problemas, pero el motivo era porque Lucia todavía se acordaba de mí y que sería como un escarmiento, por haberse ido a Europa por tanto tiempo.
La lujuria de pensar que podría hacerlo con su madre una vez más, una dupla entre madre e hija e inclusive, la idea de hacerlo con Verónica y Lucia al mismo tiempo, hizo que me desbordara una vez más.
Después, y en vista que no me bajaba, me dijo que le hiciera la cola en el dormitorio de Celeste. La atmosfera todavía tenía una esencia a mujer tropical y una vez más, la volví a desbordar.
Finalmente, y en vista que eran cerca de las 8 y pronto tendría que ir a dejarme, me hizo un paizuri con mamada incluida en el baño e hicimos el amor una última oportunidad, en la ducha.
Para esas alturas, ninguno de los 2 tenía ganas para nada más y era de milagro que no nos dormíamos.
De vuelta en casa, mi esposa nos esperaba en la puerta.
“¿Y qué tal te hizo la tarea? ¿Todo bien?” preguntaba Marisol, con una sonrisa de oreja a oreja.
“¡Si, Mari! ¡Me ayudó un mundo!... pero tú sabes que siempre quedan detallitos por afinar.” Respondió Pamela, con una mirada picarona.
“Bueno… si lo necesitas, me lo pides y te lo vuelvo a prestar.” Le dijo Marisol, sin siquiera pensarlo.
Era obvio que en esos momentos, mis sentimientos no eran considerados.


Post siguiente

2 comentarios - Siete por siete (119): La tarea de Pamela

pepeluchelopez
Tan buenos relatos y que marisol este molesta es triste. Bien podrías estar dándole hasta para llevar. (Expresión local) saludos y que pronto estén dándose duro
metalchono
Gracias, amigo. Pero está bien. Creo que mañana nos pondremos en la buena, para compensar el tiempo perdido. Además, ella es como una gatita y a ratos, le dan sus arrebatos locos. Saludos