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La ONG De Mamá (1ª Parte)

Las buenas intenciones mal entendidas mueven a todos en mi familia. Para empezar mi madre ayuda de forma desinteresada al primer necesitado que se la cruza por delante.


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El grito llegó de la planta baja de la casa, donde se encontraban mi madre, su amiga Cándida y mi hermana. Creo que al menos dos de las tres fueron las que emitieron el estridente sonido que me apartó de la pantalla del ordenador. Otro grito, esta vez ahogado seguramente contra la palma de una mano, me hizo bajar corriendo. Las encontré a las tres en el salón. Habían estado merendando, dando al acto un repelente aura de clase alta que a mi madre y mi hermana tanto les gustaba, por no hablar de la invitada. Sin embargo algo atraía su atención hacía el jardín trasero, las tres observaban a través de las puertas acristaladas que lo comunicaban con la sala.

Una vez abajo, viendo que no las ocurría nada a ellas, dirigí mi mirada en la misma dirección que las suyas, todas cargadas con una superficial preocupación. La escena que observé me sorprendió, no al extremo de gritar, y me divirtió. Un hombre, negro, corría por el jardín, a su caza los vigilantes de nuestra urbanización, dos de ellos, uno un chico joven, un par de años mayor que yo y en buena forma, el otro era el guardia más gordo, no me imaginaba como había logrado saltar la valla. El negro les driblaba y se escurría dando vueltas a la piscina como si de una escena cómica se tratase. Llamaron a la puerta, me dirigí a abrir yo, nuestra asistenta contemplaba todo con el resto mujeres, yo lanzaba miradas hacia atrás, con una sonrisa en la cara de la que no era consciente. Me encontré con el jefe de los dos patanes que jugaban al pilla-pilla, ataviado con un uniforme azul y la gorra de estilo camionero con un escudo con nombre de la empresa. Le invité a pasar sin necesidad de que dijera nada, seguía riendo y eso le agrió el gesto, que de por sí ya era poco amistoso.

- Buenas tardes.- Cruzó seco por la sala, porra en mano.

Salió y cortó el paso al negro. El joven que venía a su zaga, emocionado y frenético, placó al negro y los dos cayeron a la piscina. De nuevo un rumor de sorpresa se apoderó de las mujeres que había en casa, yo solté una carcajada más alta. El gordo llegó al poco y ayudó a salir a su compañero, empapado, que sujetaba del cuello de la camisa al corredor, igualmente empapado, pero a este la piel negra le brillaba. El jefe con los brazos en jarra contemplaba todo, sin ayudar lo más mínimo. Cuando por fin estuvieron fuera, el jefe dirigió un gesto de desaprobación al chico y su compañero, y como si de un viejo profesor se tratase cogió al negro, casi un palmo más alto que él de la oreja. Caminaron de vuelta a la casa, los tres guardias y su prisionero.

- ¿Qué ha hecho?- No tardó en preguntar Cándida. La amiga de mi madre era una cotilla profesional, y tenía la mejor noticia de la urbanización en semanas delante, como resistirse.

- Este zarrapastroso,- el jefe hinchó el pecho, orgulloso de su captura, como esperando una medalla- se ha colado, seguramente para robar algo.

- Yo no roba, yo querer trabajo, ayudo con jardín, limpio...- Un tirón de oreja detuvo la defensa del joven negro. De cerca pude verle bien, era joven, quizá más que yo, más alto también, seguramente metro ochenta y cinco, y delgado con los músculos marcados, y en la cara los huesos, no le sobraba nada de carne, no era feo, tenía la piel muy oscura.

- ¡Pare!, que le hace daño.- Dijo mi madre para sorpresa de los presentes.- No ve que no ha hecho nada, el pobre- Lo cierto es que solo había intentado huir, en ningún momento se había comportado de forma agresiva con sus persecutores, los cuales no parecían listos para mucha pelea a excepción del joven.

- Pero... ¿No le creerá? Está mintiendo, claramente.- Volvió a la carga el jefe, si bien ya no tiraba de la oreja del negro y se le había desinflado el pecho.

- A ver, ¿cómo te llamas?- Mi madre ignoró al segurata.

- Abduh.- Respondió sin más el negro.

- ¿De verdad buscas trabajo?- Mi madre miraba a los ojos al chico.

- Sí, sí señora. Hago lo que sea...

-Venga ya hombre.- El jefe tiró del chico para dentro de casa, y le empujó hacía la puerta, que yo había olvidado cerrar. La asistenta se fue corriendo y volvió con la fregona, limpiando las huellas de los dos que habían caído a la piscina.

- Déjele.- Mi madre les alcanzó y se puso delante antes de que saliesen.- Él se queda aquí.- El jefe intentó discutir con ella sin éxito y acabo marchándose, dejando al chico en casa.- Imelda, trae una toalla para que se seque.- Ordenó mi madre, tras cerrar la puerta en las narices del jefe, que echaba humo.

La pequeña mujer filipina volvió presta con la comanda. El chico se secó y pasó a la cocina, a indicación de mi madre, mi hermana los siguió y Cándida se despidió entonces. Al marcharse pasó a mi lado y sin que nadie más lo oyese, salvo tal vez la asistenta, me dijo:

- Vigila a ese, que yo no me fio de esta gente.- En la última parte no solo cargaba su xenofobia sino también su clasismo. La despedí asintiendo con una sonrisa.

Cándida era un caso, había enterrado a su primer esposo con treinta y cinco, él setenta, y el actual iba por el mismo camino. Si bien ella ahora tenía cuarenta y tres e intentaba mantenerse atractiva para el próximo que pudiese cazar. De metro sesenta, era casi toda piernas, los pechos, retocados en quirófano, se yerguen desafiando a la gravedad con una redondez obra del cirujano, siempre va muy arreglada, y de no ser por un deje altivo que siempre la acompaña sería preciosa, así sus ojos marones, juzgones, y sus labios, ligueramente torcidos, la dan aspecto de bruja de cuento, atractiva pero mala.

Pero como tampoco carezco de prejuicios me asomé, nada más marcharse Cándida, a la cocina. Fingiendo normalidad me acomodé en el marco de la puerta, en la isleta central de la cocina, donde desayunábamos, la cena y la comida la tomábamos en el salón, mi madre interrogaba a Abduh, que contestaba lo mejor que podía a sus preguntas. Mi hermana estaba allí, junto a ellos, asintiendo con su cara para todas las situaciones, la misma tenía en clase, en una cena de familia, o en una discoteca, si aun no había empezado a beber. Cuando, por casualidad, me miró la hice un gesto para que se acercase. Se levantó, disculpándose pomposamente, la encanta ser el centro de atención. Caminó despacio, marcando los pasos, meneando el culo, el chico se lo quedó mirando.

Mi hermana Estibaliz, mi melliza, es una chica objetivamente atractiva, destaca con su más de metro setenta y su figura de modelo, es casi tan alta como yo, tiene la melena rubia y los ojos azules verdosos de mi madre, la tez algo morena, bronceada, los labios carnosos y siempre marcados con pintalabios. Sus formas son propias de sus veintidós años, los pechos no demasiado grandes pero bien parados, el culo por otro lado es de lo que más presume, en el gimnasio solo se dedica a ensalzar su trasero, ha logrado que sea imponente y que se la marque con cualquier prenda. Cuando llegó a mi altura me preguntó con su voz un poco aguda:

- ¿Qué quieres hermanito?- Me daba ese tratamiento aludiendo al par de minutos con que me precedió en este mundo.

- ¿Qué le pasa a mamá?- La pregunté señalando con la barbilla en dirección a mi madre y el negro que charlaban.

- No sé, la habrá dado la vena humanitaria.- Mi madre era muy dada a sufrir periodos de interés inusitado por los temas más variopintos. Una vez convirtió, o lo intentó, el jardín en un huerto. Esta vez la afición parecía más encomiable, pero se la pasaría como todo en unos días.- Eso o que se quiere dar un alegrón con un dulce de chocolate.- Mi hermana me miró pícara.

- Estas salida, Liz, se lo voy a tener que contar a Cesar.- Era su novio, o pretendiente histórico, y vecino.- Además, tampoco es que el chico sea nada del otro mundo.

- Jajaja...- Rió sarcásticamente y se acercó a mí para susurrarme algo.- No has visto lo que se le marca en los pantalones, hermanito. Eso es de otro mundo.- Inmediatamente mi vista buscó su entrepierna, era la primera vez que hacía algo así de forma consciente, allí estaba. Con el pantalón de chándal empapado y pegado al cuerpo, un buen bulto resaltaba. Tragué saliva y mi hermana volvió a reír.- Ya lo has visto, ¿eh?

- Igual si que ha robado algo y se lo ha guardado ahí.- Ella negó con la cabeza.- No me importa, quédate por aquí, yo tengo que seguir con el trabajo de Peláez.

- Siempre voy por delante de ti, yo lo terminé ayer.- Estudiamos la misma carrera, doble titulación de derecho y administración de empresas, idea de mi padre.- Me voy a quedar, pero si mamá quiere intimidad con Abduh, bueno...-Hizo que la última parte fuese casi inaudible.

- Mamá nunca haría eso.- Sentencié, yo adjudicaba el interés de mi madre a las buenas intenciones que el chaval había despertado en ella.

- Pues bien lleno que tienes tu el ordenador de mujeres que lo hacen, y sin un buen motivo.- Mi hermana se metía conmigo desde que tengo uso de razón, con los años solo se había vuelto más perversa.

- Ya basta.- Me giré y me encaminé hacia mi habitación, intentando quitarme de la cabeza la imagen que mi hermana hábilmente había implantado.

Ya en mi cuarto miré la puerta de reojo, intentando imaginar que ocurría abajo, con un espíritu voyeur apoderándose de mí. La idea de mi madre haciendo algo con aquel negro no paraba de rondarme. Mi madre, Sofía, tiene cuarenta y cinco años, pero pasa perfectamente por una mujer de treinta y pocos, como he dicho es rubia con los ojos azules, piel clara, una nariz respingona y los labios más finos que mi hermana. Es más bajita, apenas un metro sesenta, también es más redondeada, pese a ser delgada tiene un par de tallas más de pecho que mi hermana, y de culo no tiene demasiado que envidiarla, tal vez la inusitada firmeza. En conjunto es más guapa que mi hermana, al menos para mí, la edad la hace tener un puntito más caliente. Por otro lado es de mente muy cambiante, y simple, en el mejor sentido, parece no tomarse nada demasiado en serio, su vida, como la de mi hermana y mía, ha sido siempre fácil. Estudió turismo y terminó por enchufe, mi abuelo, su padre está bien relacionado. El acomodo es la particular cruz que cargamos, sin ningún esfuerzo.

Todo esto me servía de munición para el debate interno sobre la posibilidad de que se liase con el negro. Atractivo no la faltaba, de no haber sido mi madre yo..., pero estaban en ella, como en el resto de nuestra familia, y la mayor parte de nuestro circulo social, enraizados unos valores, por así decirlo, que negaban ese tipo de aventuras. Si bien celebraban otras a cargo de entrenadores personales, profesores particulares, vecinos, secretarias, etc. Pero un desconocido, así como así, escapaba a la norma de la alta suciedad, o sociedad. Con todo no pude resistirme a tirar del anteriormente citado material en mi ordenador, y ,mentalmente, superponer la imagen de mi madre en la de las mujeres que aparecían. Fue terriblemente perturbador lo que llegué a excitarme, aunque, finalmente, logré apartar aquello y centrarme en la tarea que me apremiaba.

Perdí la noción del tiempo ahogándome en textos jurídicos, densos y soporíferos, hasta que mi madre golpeó en mi puerta. Asomó la cabeza, sonriente y me dijo que Imelda estaba sirviendo la cena. La acompañé abajo, mi padre y mi hermana ya estaban a la mesa. La asistenta deambulaba atendiendo las necesidades de los comensales. Estaba interna, ella sola. Tenía menos de treinta, era filipina, como mandan los cánones, diligente, libraba los fines de semana, no la conocía novio, no sabíamos casi nada de ella, que era de fiar, como hubiese dicho Cándida. Tenía una cara agradable, de rasgos orientales, el cuerpo no se lucía demasiado bajo el uniforme color crema con delantal blanco. Mi abuelo, el padre de mi madre, decía que eso era para que el empleador no tuviese malas ideas, todo un personaje mi abuelo.

Mi padre presidía la mesa, discutía del trabajo con mi hermana, él era un hombre hecho a sí mismo que sabía de todo, el problema es que casi siempre era así, algo un poco pedante. Me invitó a unirme a la conversación, y antes del segundo plato ya me dejaron, Liz y él, claro que tenía que rehacer casi la mitad. Fue con la llegada del segundo que mi madre sacó a relucir la anécdota del día, mi padre no se escandalizó lo más mínimo, a diferencia de nosotros él pisaba el mundo real cada día. Escuchó atento cómo mi madre exponía el caso de Abduh, hacía unos meses que logró llegar a España, con la única esperanza de labrarse un futuro mejor... Lo narraba como la típica periodista de informativos, se extendió unos minutos más de lo que lo hacían estas. La conclusión fue pedirle a mi padre un trabajo para el chico, a lo que él contestó:

- No.- Rotundo, siguió cenando.

- ¿Por qué?- Preguntó mi madre que no había tocado su plato.

- Por tres razones: no estamos contratando a nadie, no voy a coger para trabajar a alguien que se cuela en mi casa sin más, y nunca he colocado a nadie que no se lo mereciera en ningún puesto.- Enumeró levantando los dedos de la mano derecha empezando por el pulgar.- Si algún día nuestros hijos quieren un trabajo tendrán que ganárselo.- Mi madre se quedó con cara de disgusto.

Así es mi padre, Carlos, yo me llamó como él, y él como su padre, es dos años mayor que mi madre. Como dije un hombre hecho a sí mismo, le crió su tío, militar de carrera, sus padres murieron cuando era un niño, es disciplinado, siempre lo ha sido, asegura que es la clave del éxito. Empezó de mensajero y ahora dirige una empresa de logística, propia, se pagó los estudios currando como un negro, palabras textuales. Él siempre intenta recordarnos el valor de las cosas que tenemos, pero a lo largo de los años no ha podido evitar mimarnos aunque solo sea un poco. Es un hombre de espalda ancha, pelo ralo, siempre corto y de perfecto afeitado, ni feo ni guapo, normal, con una mirada severa cuando lo desea. Era esa mirada la que castigaba el gesto torcido de mi madre.

- Pero yo quiero ayudarlo.- Se quejó mi madre.

- Me parece bien, pero no será a costa de la empresa.- Intentó volver a conversar con mi hermana.

- Pues le cogemos para casa.- Mi padre volvió a ella.

- No, Sofía, ya tenemos de todo, además volvemos a lo mismo no tiene referencia alguna salvo el incidente de hoy.

- Mamá, si quieres ayudar a la gente monta una ONG.- Intervine. Tengo un don para meter la pata y entonces lo hice.

- Pues lo haré.- Mi padre me fulminó con la mirada en cuanto ella habló.- ¿Cómo lo hago?- Lanzó la pregunta esperando que alguien la recogiese, yo guardé silencio a sabiendas.

- No lo haces.- Sentenció mi padre.

Mi madre estalló en quejas, pidiéndome que me implicase en la discusión, ya que la idea había sido mía. Mi padre de hecho me metió en la discusión apuntando que había sido una idea propia de un crio. Mi hermana salió en mi ayuda, o al menos puso paz:

- Papá, no es mala idea, no del todo. Piénsalo como una especie de obra social de la empresa.- Mi padre la escuchaba, mi madre también, yo me conformaba con haber salido del fuego cruzado.- Además, acabamos las clases esta semana, y tú has dicho que teníamos que probarnos, esta puede ser una forma, será nuestro proyecto. Nos ocupamos de la parte directiva, y de paso ayudaremos a mamá.- Que asumiésemos responsabilidades era el punto débil de mi padre, Liz sabía explotarlo, sabe explotar el de cualquiera.

- ¿Os veis capaces?- Nos miró alternativamente, Liz asentía con seguridad, yo procuraba hacer lo mismo.- Mañana lo consultaré, para ver si es siquiera posible, ahora dejamos el tema.

- Te quiero mi niña, y a ti cariño.- Mi madre se dirigió a mi hermana y después a mi padre.- Ya verás cómo te sorprendemos.- Agarró las manos de Liz y mía, sobre la mesa.

Nada más cenar volví a mi habitación a corregir y terminar el que era el último trabajo de aquel año. Era más de media noche y yo seguía tecleando en mi portátil, sobre la cama. Estaba acabando, y a punto de desfallecer. Mi hermana irrumpió entonces en mi habitación.

- ¿No terminas? No me creo que seamos hermanos.- Me saludó. Llevaba una camiseta de tirantes y un pantaloncito corto ceñido al culo, los pezones se la marcaban bajo la camiseta.

- Déjame trabajar, en paz.- Levanté la cabeza de la pantalla dedicarla una falsísima sonrisa.

- Vengo para dejar las cosas claras con esto que se le ha ocurrido a mamá.- La miré de reojo mientras escribía, ahora más despacio.- Si lo llevamos bien puede ser una referencia muy buena para el futuro, se que tú te conformas con poco, yo aspiro a metas más altas.- Con la mano trazó una especie de podio donde ella estaba en la cima.- Quiero que te esfuerces, te voy a poner encima de mamá, yo dirijo todo, a ti por supuesto, y tu vigilas a mamá, te aseguras de que no se la pase el interés a la mitad.- Mientras hablaba se movía de lado a lado de mi cuarto, el pantaloncito la escalaba dejando cada vez más de sus nalgas expuestas. Yo desvié la mirada, ella hizo un gesto de desesperación con la cabeza.- Tú harás lo que yo te diga, no vales para más.- Se dirigió de vuelta a la puerta.

- ¿Y si papá dice que no se hace?- Pregunté para molestarla.

- Papá me hará caso, como siempre, soy su ojito derecho.- Esperaba esa respuesta.

Me dejó solo, y con la atención perdida. Entrada la madrugada acabé el trabajo, caí dormido al instante. Mi hermana sacó notable en el trabajo, en revisión, logró el sobresaliente, yo obtuve un suficiente.

Mi padre nos comunicó que estaba todo dispuesto para el proyecto. Él lo llamaba obra social, como mi hermana, mi madre su ONG. Nos pasó un USB con todos los datos técnicos, el presupuesto con que contamos y la dirección de la sede. A la mañana siguiente él nos acompañó hasta el lugar donde se iba a erigir la ONG. Se trataba de la antigua nave en que había estado la empresa, era la mitad de grande que la de ahora, alta, con un forjado de vigas por todas partes, estaba sucia y llevaba años cerrada, tan solo disponía de una oficina interior de no más de veinte metros cuadrados y unos servicios. Nos dijo que todo estaba dado de alta de nuevo, pero que había que conectar el agua y la luz, amablemente y con cierta sorna nos indicó como hacerlo. Mi hermana y mi madre eran las más contrariadas, yo me esperaba una jugada así de mi padre. De momento no había más personal que nosotros y nos dijo que tardaría en asignar a alguien, cosas de recursos humanos dijo. Nos apremió a buscar voluntarios, al fin y al cabo era un proyecto solidario.

Por dentro estaba bastante sucio, mi padre nos dejó productos de limpieza para que nos ocupásemos. Mi madre andaba prácticamente de puntillas, y si tocaba algo lo hacía con dos dedos. Ni de lejos era agradable para mi hermana tampoco, siguió a mi padre hasta el coche de este quejándose, él la respondió con un beso y saliendo de allí. Yo me temía que las dos princesitas me cargaran a mí la tarea de limpiar, lo que no me hacía ninguna gracia, ni había hecho nunca. Mi hermana me llamó y empezó a dar órdenes, primero conectamos la luz, no fue tan difícil, grandes y ovales lámparas que colgaban del techo se encendieron con un zumbido, también la oficina. El agua fue otro cantar, tuve que levantar una pesada tapa de metal que daba a la caja de registro, meter la mano en aquel agujero húmedo y oscuro no me resulto agradable, en un par de ocasiones la retiré de golpe al sentir alguna clase de roce que no identifiqué. Cuando abrí el grifo del baño, para lavarme, el agua salió marrón durante un rato, hasta volverse de un color blancuzco fruto de la cal.

Por fin nos encontrábamos en condiciones de empezar a trabajar, a mancharnos, pero mi hermana y mi madre estaban desaparecidas. Las busqué. Encontré a mi hermana, con el móvil y el ordenador, sentada en el coche de mi madre, con el climatizador, el todocamino tenía una agradable sensación de veinte y pocos grados, fuera la mañana empezaba a calentar. Me hizo un gesto para que la dejase en paz, me susurró tapando el micrófono del teléfono que empezase a limpiar, que estaba buscando gente para ayudarnos. Me alejé y atisbé a mi madre. Caminaba por la calle principal del polígono, con una falda por encima de la rodilla y una blusa, los pocos talleres y negocios que quedaban tenían a su personal masculino en la puerta mirando con atención. El polígono estaba tan abandonado que no quedaban ni las habituales chicas que poblaban otros. Eché una carrerilla para alcanzarla, al llegar a su altura hablaba con uno de los grupillos, de tres personas, frente a lo que parecía un taller mecánico.

- Necesitamos ayuda., estamos empezando...- Explicaba mi madre a los hombres que la devoraban con los ojos. No tenían un solo coche dentro del taller, tan solo una carrocería vieja y oxidada.

- Mamá, ven.- La cogí por la cadera, sentía que acudía en su ayuda, en mi mente la nube de escenas porno, temía que se materializasen.- Liz ya está buscando gente.

Me miró sorprendida, tuve que tirar un poco de ella para que reemprendiese el camino de vuelta. Mientras nos alejábamos, escuché como farfullaban algo así como: "yo sí que la ayudaba". De nuevo en la sede, por así llamarla, mi hermana nos puso tareas a ambos, a mi limpiar, a mi madre supervisarme. Había llamado a una empresa de limpieza, pero hasta después de comer no podían venir, pensó que cuanto más tuviésemos listo mejor, cobraban por horas. Ya había hecho números, preparado encargos de mobiliario necesario, mesas largas donde podría llegarse a servir comida, estanterías para almacenar alimentos y rops, e incluso había pensado en dedicar una zona a dormitorio, para los casos de mayor necesidad. Mientras lo explicaba iba señalando cada zona en la planta rectangular de la nave, dibujada sobre un folio. No me quedó más remedio que dar la razón a mi madre cuando dijo aquello de: "que niña más lista tengo". Sin embargo objeté que se me cargase a mí todo el trabajo físico, mi hermana se excusó diciendo que le quedaban gestiones que hacer, y mi madre alegó que el calzado y la ropa que llevaban no eran los adecuados, que la próxima vez vendría más informal.

Llené le cubo, que nos había dejado mi padre, con agua rica en cal, añadí alguno de los productos de limpieza y con la fregona empecé a restregar el suelo. Decir que me daba poca maña sería quedarse corto, pero además en apenas cinco minutos el agua ya estaba negra y el suelo de la oficina, por donde empecé, no había mejorado demasiado. Repetí el proceso desde el principió un par de veces para lograr dejarlo presentable. En ese rato mi madre había abandonado su puesto de supervisora, se encontraba en la nave, el gran espacio vacío hacía que su voz sonase con eco, hablaba con alguien por teléfono, con su característica alegría casi infantil. Volvió conmigo sonriente, miró dentro de la oficina y dijo:

- Le hace falta otro repaso, ¿no?- Me encogí de hombros e hice caso.

Cuando terminé el lugar estaba bastante limpio, yo volvía a estar solo. Mire alrededor hasta encontrarme con mi hermana y mi madre que caminaban junto a un chico negro, hablando como cotorras las dos. Llegaron a mi altura y nos presentaron formalmente:

- Abduh, este es Carlos, mi hijo.- Me tendió la mano, se la estreché, ambos sonreímos por la circunstancia.- Este es Abduh, el chico del otro día.- Mi madre finalizó la innecesaria presentación.- Le he llamado, al piso en el que vive, le he pedido que viniese a ayudarnos, si quería, y ha querido, es un buen chico, como le dije a tu padre.- Se atropellaba a sí misma mientras hablaba, el lado bueno es que si él había venido a ayudar tal vez yo podía escaquearme.

- Bueno Abduh, de momento estamos adecentando esto un poco, si nos ayudas ahora será de voluntario, luego miro todo lo que hace falta para hacerte algún tipo de contrato.- Mi hermana llevaba en la mano el móvil, no apartaba la vista de él.- Adelante, manos a la obra.

- Ahora que Abduh está aquí yo podría ayudarte a ti, hermanita.- Sonreí tendiendo la fregona al recién llegado y limpiándome las manos en los vaqueros.

- No, yo me basto solita.- Me sonrió con suficiencia y me devolvió la fregona.- Hace falta más ayuda aquí. Mirad a ver si podéis quitar esos escombros.- En una esquina había una torre de hierros y chapas, hacia allí señaló ella.

Nos pusimos a ello, Abduh con más diligencia que yo. La pila de trastos no parecía tener fin, mi madre nos observaba a una distancia prudencial de tres metros, regalándonos algunos ánimos de vez en cuando. Cuando llevábamos un rato el chico gruñó y dejó caer un hierro con cierto estrepito. La sangre corría desde el índice de la mano izquierda por toda la palma. Al percatarse mi madre se llevó la mano a la boca con gesto, casi teatral, de preocupación. No tardó en acudir en ayuda del negro:

- ¿Qué te ha pasado?¿Estás bien?- Se le echó encima y le cogió la mano herida.

- No pasa nada. Está bien.- El chico no perdía la sonrisa.

- No, no, no, esto hay que curarlo, vamos al hospital.- Mi madre intentó tirar de él sin éxito.

- No hace falta. Solo limpia y ya está.- Lo cierto es que el corte parecía bastante superficial.

- En el servicio hay un botiquín, se puede curar con eso, digo yo.- Intervine, viendo allí una oportunidad para dejar el trabajo lo que restaba de mañana.

- Bien vamos.- De nuevo mi madre tiró del chico, esta vez se movió acompañándola.

Mientras se alejaban yo fui bajando el ritmo, y una vez entraron en la oficina paré de mover los trastos por completo. Quería sentarme, mirar el móvil y perder el tiempo un rato. Ya que el suelo en aquella zona estaba hecho un asco decidí unirme a mi hermana en el coche. Entré y me senté atrás con ella. El espacioso habitáculo estaba fresco y los asientos me resultaron más cómodos que de costumbre. Al verme allí ella preguntó:

- ¿Qué haces? Te he dicho que avances el trabajo, no pienso dejarme el presupuesto que tenemos en limpieza.- Seguía pendiente de todo lo referente a ese proyecto florero, eso sí sin salir de su burbuja de comodidad.

- El negro se ha cortado, así que voy a descansar un rato.- Me recosté exageradamente.

- ¿Está bien?- Preguntó un poco alterada.

- Es un rasguño, de verdad que me preocupa que a ti y mamá os importe más él que yo.- Solté un poco celoso.

- A mí cualquiera me preocupa más que tú. Ahora vuelve al trabajo, o le diré a papá que pasas olímpicamente. - Era mala hasta la médula, y la charla que mi padre me iba a dar era peor que un poco de trabajo.

La luz de la oficina, con sus cristales aun sucios de polvo, yo solo había fregado el suelo, seguía encendida. De vuelta en la pila continué sacando cosas afuera. Al abrirme paso entre los hieros más pequeños me encontré con un trozo de chapa grande y demasiado pesado para mí, era cuadrado de dos por dos. Fui en busca de ayuda a la oficina, y es aquí donde la historia dio un giro que no me esperaba.

Antes de entrar me asomé por uno de los sucios, casi opacos, cristales, aproveche una zona limpia en una esquina. La oficina estaba desierta, entré, y escuché las voces que venían del servicio. Tendría que haberme anunciado, o haber hechor algún ruido. Sin embargo sigilosamente, me acerqué a la fuente de los sonidos. Me movía con un instinto espía que no podía remediar. Saqué la cabeza y afiné el oído cuando alcancé el pasillo de dos metros que conducía al baño anexo.

La puerta estaba abierta, de par en par. Mi madre daba la espalda al lavabo, Abduh se sentaba en el váter. Tenía un vendaje algo aparatoso en la mano. Los dos se miraban, incluso sentado la cabeza del chico quedaba casi a la altura de los pechos de mi madre. Allí pasaba algo, una tensión les agarrotaba a ambos. La conversación que capté me hizo entender que había ocurrido:

- Yo siento.- Se disculpaba el chico que parecía el más afectado.- Hace mucho que no taca una mujer.- Aquello elevó mi nivel de alerta.

- No pasa nada...- Mi madre tenía cara de circunstancia.- Es halagador, en cierto sentido.- Seguí la línea de sus ojos, para encontrar donde estaban fijos.

El negro tenía una erección. El bulto, que se le marcaba el primer día en los pantalones, estaba a punto de romperlos esta vez. No entendí como lo había pasado por alto, se elevaba entre sus piernas apuntando al cielo.

- Eres joven, estas cosas pasan.- Mi madre seguía intentando quitar hierro al asunto, pero no apartaba la vista.- ¿Tenías veinte?- Él asintió.- Si es que podría ser tu madre.- Parecía intentar convencerse a sí misma.

- Usted más guapa,- dijo él, con su sonrisa sempiterna, captando la atención de mi madre de nuevo en su cara- además mi madre es negra.- La risa, falsa de ambos, ante el conato de broma resonó en el servicio.

Mi madre retornó al oscuro objeto de deseo, respiraba despacio pero de forma exagerada, hinchando mucho el pecho y juntando los labios al soltar el aire. Abduh seguía el sube baja de sus tetas dentro de la blusa. Los dos sudaban, mi madre tenía las mejillas encendidas. Yo también sudaba, el calor era tremendo y la situación no ayudaba.

- Mis hijos están ahí fuera, trabajando para ponerlo todo en marcha.- Intentaba a la desesperada cambiar de tema.- Será mejor que no salgas así,- señalo con la mano la erección, estuvo a punto de tocarla- a ver si van a pensar lo que no es.- Río nerviosa, pero paró al ver la cara de él, no la había entendido.- Ya sabes...- Hizo un explicativo gesto de masturbación con su mano.

El negro comprendió, y ni corto ni perezoso, se bajó un poco los pantalones y los calzoncillos dejando todo al aire. Mi madre volvió la cara de golpe, procurando no dejar de mirar. Empezó a masturbarse, miraba a mi madre, en ese momento aquello no me pareció una malinterpretación o costumbres distintas, sino más bien algo deliberadamente cabrón. Ella poco a poco perdió la vergüenza inicial, y le miró de frente, se humedeció los labios inconscientemente.

- Es muy grande.- Dijo mi madre medio en trance.

Con la mano herida Abduh cogió la mano derecha de mi madre, ella se estremeció un segundo. Lentamente, al menos a mi me pareció una eternidad, la condujo hasta su polla. Mi madre acarició con un reflejo la cabeza del miembro del negro, él paró de masturbase. Se miraron a los ojos. Un ruido, una pisada más fuerte, un carraspeo y hubiese puesto fin a aquello, pero quería ver hasta donde llegaban.

- No puedo, mis hijos, mi marido...- Suplicó mi madre.

Él extendió su largo brazo hasta cogerla por la nuca, mi madre ya se encontraba algo encorvada sobre él. La llevó hasta su boca, una de esas bocas de negro, grandes y llenas de blancos dientes. Se besaron. Durante lo que duró el beso el sube baja del pecho, de la respiración, de mi madre se detuvo. Bastó aquel beso para que la mano de mi madre cobrase vida propia y empezase a recorrer, de forma automática la polla del negro.

Mi madre terminó por hincar las rodillas desnudas en el suelo del baño, algo sucio como el resto. En aquella postura era Abduh el que inclinaba la cabeza hacia abajo para besarla, ella seguía pajeándole. Cuando sus bocas se separaron la de mi madre ocupó una nueva tarea. Sin dejar de mirarle a los ojos colocó sus labios sobre el glande del negro, que era más claro que el resto de la piel, de un color casi rosado.

Como si su boca estuviese cosida y aquella fuese la única forma de abrirla mi madre hizo presión, su boca empezó a abrirse y avanzar por la polla del negro. Debía de medir más de 20 centímetros, y un grosor de al menos cuatro dedos, por no decir que era como el antebrazo de mi madre. La costaba pero poco a poco hacía desaparecer más y más en su garganta. Cuando parecía llegar a su límite reculaba, dejaba tras de sí un rastró de saliva, cogía aire y volvía a la carga. Abduh lo disfrutaba, poniendo muecas y ayudándola con la mano buena. En un momento dado, pasada la mitad de polla bien mamada, mi madre tosiendo dijo:

- No puedo más, es demasiado grande.- Miraba al negro con cierta adoración.

La ayudó a levantarse, yo pensé que había terminado aquello, pero me equivocaba. La colocó sobre el lavabo sin aparente esfuerzo, la remangó la falda, ella se lo facilitó moviendo el trasero sobre la pila. La falda, arrugada, estaba ahora a la altura de las caderas de mi madre, a la vista unas bragas de encaje negras. No duraron mucho, el negro se las bajó hasta los tobillos y terminó sacándoselas. Estaba listo para follársela, pero nos sorprendió hundiendo la cabeza en la entrepierna de mi madre. Mi madre gritó, tapándose a todo correr la boca, la lengua o los dedos, o ambos, habían encontrado su coño. Ella empezó a dar ligueros respingos, y gemidos, que como podía ahogaba. Llegó al punto de morderse el dorso de la mano izquierda, para alejar las ganas de gritar. Sollozó, no de pena, de puro placer, y se echó hacia atrás. El espejo a su espalda, lleno de polvo, marcó su silueta, revuelta, en cierta forma grabó el primer orgasmo de mi madre. Solo al final gimió alto.

La cosa no podía terminar ahí, el negro seguía palote. Esta vez sí se la iba a follar. El negro se incorporó y se colocó entre las piernas de mi madre, las sujetó de los tobillos para abrirlas bien. El grifó se la debía estar clavando en la espalda, o en el culo, y no se quejaba. Avanzó, y su polla como un ariete le precedió en el asedio. Al notar el glande mi madre ya se tensó, y bufó. Por suerte para ella el negro no la clavó de golpe. Con cada centímetro ella gemía un poco, era imposible que mi padre tuviese un pollón así, y dudo de que algún hombre con el que ella había estado lo tuviese. Pasada la marca donde mi madre había detenido su mamada Abduh paró, dejó claro que ese iba a ser el límite. Colocó la mano buena a forma de tope y empezó a bombear.

Aunque fue despacio al principio estaba claro que el tamaño importaba a mi madre, que temblaba con cada golpe. Conforme aumentó el ritmo mi madre intentó morderse la mano, de nuevo, para ahogar sus gemidos, pero no sirvió, terminó enroscada al cuello del negro mientras este la martilleaba. Respiraba y gemía cada vez más fuerte, en un acto de piedad, con la mano herida, el negro la desbrochó la blusa. El sujetador, a juego con las bragas, fue el siguiente objetivo, por suerte tenía el broche delante. No tuvo que pelearse demasiado con este para, con un tirón elástico hacia los lados, dejar las dos tetas de mi madre al aire. Su piel era especialmente clara en ellas, una ligera línea de contraste las remarcaba. Los pezones rosados y grandes estaban completamente erectos. El negro no se pudo resistir, quién podría, y empezó a comerle las tetas a mi madre.

Sus gemidos cobraban un volumen importante, yo los oía como si estuviese gritándome al oído. Mi madre se debió dar cuenta, y a ciegas, estirando el brazo, alcanzó la puerta y la giró para cerrarla. No podía haberme visto, sin embargo era consciente de que podía ser pillada, su respuesta se limitó a cerrar la puerta. Debo confesar una profunda decepción, por suerte aun con la puerta cerrada sus gemidos me seguían llegando, más apagados. De forma estúpida, con el pecho pegado a la pared, que me serbia de escondite, estire el cuello cuanto pude hasta que mi cabeza asomó por completo en el pasillo.

La colleja me estremeció, e hizo que me girase para encontrar a mi hermana en el otro lado del acceso al servicio. Liz y yo parecíamos unos guardias, cotillas, apostados para defender el pasillo. Me miró con desaprobación pero no dijo nada, hasta se llevó un dedo a los labios en señal de silencio. Eso me hizo darme cuenta de que ella había sido testigo, como yo del espectáculo. Especulé con la idea de cómo había llegado hasta allí, y se me vino a la cabeza todo eso que dicen de los gemelos, los mellizos y demás. Por otro lado era prueba suficiente de que éramos hermanos, pues habíamos reaccionado igual ante la situación.

Los gemidos no cesaban, y de nuevo se oían más altos. Estuvieron así casi diez minutos, luego mi hermana calculó que todo había durado algo más de media hora, a mí me parecieron varias. Al final los sonidos que emitía mi madre solo podían calificarse de alaridos, e incluso el negro gruñó para acentuar que había acabado.

Mi hermana me golpeó en el brazo y la seguí fuera. Conforme nos alejábamos yo recuperaba la compostura y digería lo visto. Llegamos al coche y nos metimos dentro. Los dos sudábamos, y tiritamos un segundo al entrar. Ella rompió el silencio:

- Madre mía.- Gesticuló con las manos para apuntillar la expresión de sorpresa.

- Y mía.- Corregí y no pude contener lo que siguió.- Sera puta. Con el puto negro de mierda. Cuando papá se entere le mata, y a ella también.

- Pero qué dices.- Me miró como si fuese mucho mayor que yo, y no solo unos minutos.- Nadie se va a enterar.

- Hostias no.- Salté.

- No.- Mi hermana fue tajante.- ¿Quieres cargarte nuestra vida?- La miré contrariado.- Si te vas de la lengua, se liara una gordísima, esto nos lo callamos.

- Pero tú la has visto, joder, no se ha cortado un pelo.- Respiraba una bocanada de ira tras otra.- Y papá un cornudo, cornudo por un negro. Y a pelo, que puede tener el otro cualquier cosa, y a saber donde se la ha corrido...

- No me salgas con ese prepotente machismo de mierda, como si papá fuera un santo. Su secretaría tiene diecinueve y no sabe ni hacer la o con un canuto, pero bien que se pasa todo el día con él. ¿Te cree que no se la ha tirado? ¿O que la otra no le ha hecho una mamada?- Esas sospechas eran vox populi, pero no lo había visto con mis ojos.- Esto ha sido un desahogo de mamá y punto. Ya me aseguraré de que cuando esto marche no la quede tiempo para descuidos.

- Así sin más me lo como todo, ¿cómo ella?- La pregunté fuera de mí.

- Mírate.- Me agarró el paquete, tenía una erección.- Si tan mal te parecía haber hecho algo. Tenía razón.- Ahora te callas, esto es importante para mí,- me miraba a los ojos, su mano aun sobre mi polla dura- ya me aseguraré de que te compense estar callado.

Una parte de mí malinterpretó el comentario e hizo avanzar mi mano en dirección a sus pechos. La irrupción de mi madre en el coche puso fin a aquello. Apareció por la puerta del conductor, nosotros estábamos atrás, estaba empapada en sudor, la faltaba un botón de la blusa.

- ¿Lleváis aquí mucho rato?- Preguntó con cierto nerviosismo, el coche podía ser el único lugar de alrededor donde no hubiesen retumbado sus gemidos.

- Sí, arreglando cosas, y este echándose una siesta.- Contestó mi hermana.

- Bien.- Soltó un suspiro de alivio.- Pero hay mucho que hacer. Voy a llevar a Abduh a su piso, para que descanse de lo de la mano. ¿Te ha dicho tu hermano que se ha cortado?

- Sí. Se lo he contado.- Intervine.- Sería mejor que cogiese un taxi, que el coche nos puede hacer falta en cualquier momento.- No iba a servirle en bandeja el segundo polvo, con mi madre, al negro.

- No creo que tenga dinero, además seguro que es un momento...- Continuó mi madre.

- ¿Cómo ha venido?- Pregunté con cierto rin tintín.

- En autobús me ha dicho. -Contestó ella.- Pero por aquí no pasa muy a menudo...

- Pues no te preocupes, que se vuelve en taxi, yo se lo pago, y la comida.- Mi hermana me dio un codazo por como dije la última parte.- Se ha hecho daño por nuestra culpa, que menos.

Me costó que cediese. Personalmente pedí el taxi y acompañé a Abduh dentro. Me devoraba la idea de donde había vaciado sus huevos negros, en que parte de la anatomía de mi madre. Directamente en su coño, o sobre las tetas y la cara, para posteriormente ella extenderlo sobre su piel, como en las pelis porno, o en su boca y ella lo había tragado como una buena zorra. La mera idea hizo que la erección continuase amenazando en mis pantalones, por suerte, supongo, no se me marcaba tanto como al otro.

Para salir de dudas inspeccioné el baño. En el espejo, sobre el polvo que lo cubría, el primer orgasmo de mi madre había sido emborronado por el segundo. Fue sobre la misma superficie cristalina donde encontré la prueba del delito, en un lado, a media altura colgaba el rastro de semen. Aquello me dejo más tranquilo, suponiendo que lo habría echado todo lejos de mi madre.

Después de comer aparecieron los de limpieza, les llevó casi cuatro horas terminar. Mi hermana regateó el precio de su trabajo. Les hizo fírmala todo tipo de documentos, que yo ignoraba de donde había sacado. A los currantes les pareció una cría prepotente.

La cena de aquel día fue la peor de mi vida, la más tensa. Cada vez que miraba la cabecera de la mesa mi imaginación colocaba unos cuernos a mi padre. Preguntó por el día mi madre y mi hermana le informaron, una orgullosa cornamenta de ciervo le coronaba. Hizo un comentario sobre la herida del negro, sobre una posible denuncia por su parte, mi madre dijo que no se preocupase, ahora eran un par de pitones. Para cuando la cena terminó lo imaginé con un casco vikingo, había agotado los animales. El día había acabado, y la erección al recordar lo ocurrido se me venía sin remedio.

CONTINUARÁ

2 comentarios - La ONG De Mamá (1ª Parte)

viades15 -1
Hey muy buena historia! 😃
FranMartinelli
@JBares rEALMENTE! TREMENDA HISTORIA SE MANDO!