Mi madre era una mujer alegre, coqueta y fiestera hasta que quedó viuda. Un amigo mío elabora un plan para animarla. Yo confío en sus buenas intenciones pero a medida que soy testigo del desarrollo de su plan comienzo a entender que él quiere animarla mucho más de lo que yo podía imaginar.
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Esta historia ocurrió el verano pasado, cuando yo aún tenía 18 años. Era 1 de agosto, o lo que es lo mismo, era el día en que mi madre y yo nos íbamos al piso que tenemos en la costa. Me llamo Juan y soy de Madrid. Vivo con mi madre, Ana, una secretaria de 36 años. Si habéis hecho las cuentas, os habréis reparado en que me tuvo a los 19 años, cuando todavía era muy joven. ¿La razón? Pues que mi madre se casó nada más terminar el instituto. Ella estaba muy enamorada de mi padre, que era 8 años mayor que ella y que por aquel entonces iniciaba su carrera como abogado. Y digo era porque lamentablemente un derrame cerebral se lo llevó un año y medio antes del comienzo de esta historia.
Perderle fue un golpe muy duro para nosotros. Como ya he dicho, mi madre le quería mucho, y yo también. Yo lo fui superando con el paso del tiempo, pero a mi madre le estaba costando mucho más. A lo largo de ese año y medio ella había tenido bastantes altibajos con varios episodios de depresión y, lejos de pasar página, se había ido encerrando cada vez más en si misma. Sólo salía de casa para ir al trabajo y realizar las compras necesarias, y a penas mantenía el contacto con sus amigas. Ahora su vida se limitaba a su trabajo y a las tareas domésticas. Ya ni siquiera cuidaba su aspecto como antes. Mi madre siempre había estado muy orgullosa de su físico, ya que era una mujer guapa y siempre había tenido un cuerpo que, además de tener unas curvas muy llamativas, había sido trabajado a consciencia en el gimnasio. La desilusión generalizada que sentía por la vida le había llevado a engordar unos pocos kilos que, aunque no llegaban a hacerla rellenita, hubiesen sido impensables antes de la muerte de mi padre. Su forma de vestir también se había visto alterada. Atrás quedaron las minifaldas y pantalones cortos que le permitían exhibir sus largas piernas, los escotes que hacían ver que escondía dos grandes pechos, y los atrevidos vestidos que tanto le gustaba llevar cuando salía. Ahora llevaba ropa menos colorida, más ancha y más discreta. Se maquillaba y peinaba para estar presentable, pero ya no buscaba lucirse como antes. Por supuesto ella no había dejado de ser atractiva, al fin y al cabo era guapa por naturaleza. Seguía siendo una mujer de 1,69, ojos marrones, pelo castaño, piel tirando a morena y un cuerpo en el que dos grandes pechos y unas amplias caderas formaban unas curvas que muchas mujeres envidiarían. Simplemente había pasado de ser una belleza que disfrutaba coqueteando y sintiéndose admirada, a ser una mujer guapa que procuraba pasar desapercibida.
Tanto sus amigas como yo habíamos intentado animarla a que volviese a ser la que era, pero fue imposible. Sin embargo, con la llegada del mes de agosto se avecinaba una posibilidad de mejorar su ánimo. Mi madre siempre tenía 15 días de vacaciones en estas fechas, y siempre las aprovechamos para ir a pasar esas dos semanas a un piso que tenemos en un pueblo del litoral levantino. Esta iba a ser la primera vez que íbamos sin mi padre, ya que el verano anterior, con su muerte tan reciente, fue imposible sacar a mi madre de Madrid. Este año, en cambio, sí que conseguí convencerla para que nos fuésemos. Ella necesitaba desesperadamente un cambio de aires y romper con la rutina, y yo tenía la esperanza de que el viaje consiguiese reactivarla y ayudarla a pasar página. Poco podía imaginar entones lo mucho que se iba a reactivar mi madre en esas vacaciones...
El piso que teníamos en la costa estaba en una zona muy tranquila. Teníamos a cinco minutos de casa una pequeña calita de arena, que se conectaba con una playa de piedras bastante más grande. Al ser playas poco atractivas para el negocio hotelero, solían estar prácticamente vacías, lo cual era todo un lujo teniendo en cuenta que toda la costa mediterránea estaba plagada de playas masificadas.
Durante nuestra estancia en la costa, siempre coincidíamos con otra familia que venía al pueblo a veranear. Ellos vivían justo en el piso de al lado, en el mismo edificio que nosotros. Eran de Zaragoza y venían al pueblo a pasar todo el verano. La familia la formaba una pareja bastante más mayor que mis padres, y sus cuatro hijos. Los tres hijos mayores ya rondaban todos la treintena y habían formado sus propias familias, por lo que hacía varios años que no venían al pueblo a veranear con sus padres. Sin embargo el más joven de los hermanos seguía viniendo todos los veranos. Con el paso de los años, mis padres se hicieron amigos de ese matrimonio y yo me hice amigo del cuarto hijo, que era dos años mayor que yo. El chico se llamaba Gonzalo, y yo siempre le había admirado. Supongo que es lo normal en los niños; cuando un niño mayor te hace caso y juega contigo, pues te encanta y en seguida le ves como a un modelo a seguir. Imagino que Gonzalo, que estaba siempre rodeado de hermanos mayores, estaría encantado de tener a un chaval más pequeño que él por ahí.
La primera semana que pasamos en la costa fue tranquila. Todos los días íbamos a la playa y solíamos cenar con nuestros vecinos. Mi madre parecía estar un poco menos deprimida, aunque lamentablemente seguía aislándose de los demás y no acababa de soltarse, por mucho que todos intentásemos mantenerla animada y ocupada. Ella se lo pasaba bien a ratos, pero no tardaba en “sentirse cansada” y en volverse al piso sola. Además, había cambiado los provocativos bikinis de años anteriores por castos bañadores de una sola pieza. Ya he dicho que a penas había engordado unos kilos en este año y medio, pero para una mujer acostumbrada a estar espectacular, esos kilos de más eran incompatibles con un bikini. Poco le importaba que su cuerpo siguiese dando mil vueltas a la mayoría de chicas que iban a la playa; si ella no se veía perfecta no enseñaba más carne de la estrictamente necesaria.
Yo por mi parte salí un par de noches a una discoteca cercana con Gonzalo. Nos lo pasamos bien y ligamos bastante, al menos para lo que yo estoy acostumbrado. La verdad es que al lado de Gonzalo era fácil ligar. Era un chico guapo y atrevido. Era un poco más alto que yo (debía superar el metro ochenta), moreno de pelo y piel, y tenía un cuerpo bastante musculado, fruto de horas de entrenamiento y competición de capoeira. Su espectacular físico, su traviesa sonrisa, la mirada penetrante que lanzaban sus ojos oscuros y la seguridad en si mismo que mostraba en todo momento, le convertían en todo un seductor. Cada noche que salíamos, él se liaba con una, dos, o prácticamente todas las que ese día le venían en gana, y yo aprovechaba para enrollarme con alguna amiga de la chica que cayese en las redes de mi amigo. Yo me considero un tío bastante normal y en Madrid ligo sólo de tanto en tanto, así que aquí aprovechaba para ponerme las botas a rebufo de Gonzalo. Eso sí, no conseguimos tirarnos a ninguna pues no teníamos ni un coche ni un piso libre al cual llevarnos a nuestras conquistas. Lo máximo que pasó fue con una chica a la que había seducido Gonzalo: tras haber estado enrollándose y metiéndose mano en la pista de baile, se colaron en un baño y ella le hizo una mamada a mi amigo.
Así transcurrió la primera mitad de nuestras vacaciones. La segunda mitad resultó ser muy distinta...
Al octavo día ocurrió algo que daría lugar a una serie de acontecimientos que, aunque entonces no lo sabía, cambiarían mi vida y la de mi madre. Los padres de Gonzalo recibieron una llamada de un hospital de Zaragoza. La abuela de mi amigo, una nonagenaria viuda que vivía sola, se había roto la cadera al caer de un autobús. Esto provocó que los padres de Gonzalo tuviesen que interrumpir sus vacaciones y volver a Zaragoza. Ellos insistieron a su hijo que debía quedarse a disfrutar de la playa. Le dijeron que se bastaban para cuidar de su abuela y que no tenía sentido que él les acompañase. Así pues, ellos se fueron y mi amigo se quedó solo en el piso de sus padres.
A la mañana siguiente, bajamos a la playa mi madre, Gonzalo y yo. Mi amigo y yo nos dimos cuenta de que mi madre estaba más apagada de lo normal. Cuando nosotros dos nos metíamos en el agua, ahora ella se quedaba sola y aburrida al no tener a los padres de Gonzalo para entretenerla. Intentamos estar con ella y animarla, pero no sirvió de mucho y se volvió al piso para “descansar antes de hacer la comida”.
Tío – me dijo Gonzalo – me da mucha pena ver a tu madre así...
Ya lo sé, macho, no hay manera de que pase página – contesté.
Es que me jode muchísimo. Tu madre era el alma de la fiesta y no aguanto verla tan triste...
Joder, ni yo, pero es que ya no sé que hacer
Bueno – me dijo él en tono serio – creo que hay algo que yo puedo hacer...
¿El qué?
A ver, es que puede parecerte raro... es algo que con mis padres aquí no me atrevía a hacer, y quería hablarlo contigo antes de hacer nada.
Ya... – dije sin entender nada – bueno, dime que se te ha ocurrido.
Pues... he pensado que lo que tu madre necesita es volver a sentirse viva. Desde que se murió tu padre, la gente la ha arropado todo lo que ella ha permitido, y eso está bien, pero no es lo que necesita para sentirse viva – me miró fijamente, para ver si estaba de acuerdo.
Ya... – no sabía a donde quería llegar.
Bien, pues a lo largo de estos años, lo que he aprendido de tu madre es que a ella le hace sentirse viva el ser la estrella. Por muy fiel que fuese a tu padre, a ella siempre le ha gustado estar sexy, llevarse miradas de otros tíos, recibir halagos y flirtear. Necesita recuperar eso.
¿Y que propones?, ¿que se busque novio?, ¿crees que mi madre está para eso? – reaccioné medio cabreado. Parecía no haberse fijado en que mi madre no quería saber nada de nadie.
No exactamente, lo que ella necesita es sentirse deseada. Si alguien le hace sentir lo que sentía antes, ella querrá volver a ser la de antes. Alguien tiene que darle esa chispilla... ya sabes, ligar con ella, subirle el autoestima y hacer que se quiera más a si misma. En cuanto vuelva a tener eso, seguro que volverá a ser como ha sido siempre.
Ya, ¿y quien va a hacerla sentir eso?, ¿no ves que intenta pasar desapercibida y evita a la gente? - pregunté irritado
Verás... esta es la parte delicada – me dijo mirándome fijamente a los ojos – tendría que ser yo.
¿¡Qué!? – pensé que debí haber oído mal.
Por eso decía que te parecería raro...
¡Hombre, no te jode!, si es que es normal que tus amigos se liguen a tu madre, ¡no es nada raro! – exclamé sarcásticamente.
Ya, Juan, ya lo sé, pero piénsalo – dijo ignorando mis aspavientos – en Madrid se pasa el día o en el trabajo o encerrada en casa, así que tiene que ser aquí... y aquí sólo yo puedo acercarme lo suficiente a tu madre para ligar.
Pero si te saca 18 años, idiota – dije desesperado – ¿que va a querer saber ella de ti?
Tío, no es por fardar, pero ya has visto que se me dan bien las tías – contestó seguro de si mismo – yo sé hacer que se sientan vivas... esa es la clave
¿Te has creído que mi madre es una cría? – estaba indignado – no te la vas a follar.
Oye, que yo no he hablado de follármela – dijo con cara de sorpresa – ni siquiera digo que ella tiene que desarme a mí, sólo digo que tengo que hacerla sentir deseada y volver a sacar ese lado juguetón que tenía.
Yo no sabía que decir, me quedé en silencio mientras él me miraba expectante.
Tío, tú déjame intentar ligar con ella esta semana, y ya está – insistió – sabes que jamás intentaría hacer algo que ella no quisiese, sólo quiero que deje de estar hecha un alma en pena. Piensa en ella, joder, que es una semana... si sale bien volverá a ser la de antes, y si sale mal pues no habrá pasado nada y punto.
Está bien – cedí mientras cerraba los ojos – si crees que puedes animarla, hazlo porque no puedo seguir viéndola así, pero te juro que como le hagas más daño, te mato.
Tío, tú confía en mí – me dijo dándome una palmada en el hombro – déjame hacer y todo saldrá bien; sabes que soy tu amigo y que nunca le haría daño a tu madre.
Y en eso quedamos. A partir de esa tarde Gonzalo intentaría usar su magia para sacar el lado coqueto de mi madre. Sin duda se me iba a hacer raro ver a mi amigo tirarle los tejos, pero sabía que quizás él estuviese en lo cierto y que esa era la única forma de que mi madre pudiese al fin pasar página.
La tarde transcurrió con sorprendente calma. Imaginaba que Gonzalo pasaría al ataque como le había visto hacer en la discoteca, pero no fue así. Cuando bajamos mi madre, él y yo a la playa, estuvimos charlando los tres en el mismo tono de siempre, sin que él dijese algo que se saliese de lo común. Al rato me apeteció darme un baño y les propuse que nos metiéramos en el agua, pero mi madre no quería y Gonzalo dijo que a él tampoco le apetecía, así que me fui solo. Estuve un rato refrescándome en el mar; luchando contra las olas y buceando cerca de la orilla. De vez en cuando les miraba por si veía algo fuera de lo común, pero no veía nada raro; seguían sentados sobre las toallas, charlando. Decidí que no tenía sentido comerme la cabeza y me aleje a nadar mar a dentro; estuve una hora más o menos. Al volver me fijé en que Gonzalo le decía cosas al oído a mi madre. No tengo ni idea de lo que estarían hablando, pero ambos se reían. Seguí observándoles un rato y no vi nada más, salvo que siguieron pasándolo muy bien. En un momento dado, Gonzalo le dijo una cosa al oído de mi madre que hizo que ella reaccionase riéndose y dándole un suave golpe a modo de reproche, como si mi amigo hubiese hecho una broma inapropiada. Me mosqueaba no saber de que se reían, pero decidí no darle mayor importancia... al fin y al cabo mi madre parecía que estaba de buen humor. Lo cierto es que cualquier otro día mi madre ya se habría vuelto al piso a estas alturas de la tarde, pero allí seguía, y pasándoselo como no la había visto desde la muerte de mi padre. En una hora y media Gonzalo había conseguido más que todos los amigos y familiares de mi madre en un año y medio...
Poco después salí del agua y volví con ellos. No parecía que hubiese interrumpido nada, y estuvimos de cháchara varias horas. Ellos contaban chistes, así que pensé que igual por eso habían estado riéndose tanto. Sabía que tanto mi madre como Gonzalo tenían un buen repertorio de chistes, y que como les diese por empezar con ellos podían estar horas y horas de guasa.
Cuando se puso el sol nos fuimos de la playa. Mi madre y yo volvimos a nuestro piso a ducharnos, y Gonzalo se fue al suyo a hacer lo propio. Como se había quedado solo, quedamos en que se viniese a cenar con nosotros. Y así lo hizo; estuvimos cenando y lo pasamos muy bien. Tan bien que estuvimos de sobremesa hasta pasadas las dos. Había sido un gran día, me sentía aliviado al ver que al menos parte de la madre había tenido año y medió atrás seguía ahí.
La mañana siguiente no bajamos a la playa porque nos despertamos bastante tarde y además no hacía muy buen tiempo. Después de comer volvió a salir el sol y nos animamos a bajar. La tarde se desarrolló de forma parecida a la anterior: estuvimos los tres hablando tranquilamente mientras tomábamos el sol, y después me fui a nadar solo, ya que una vez más mi madre y mi amigo prefirieron quedarse sentados en las toallas.
Al igual que la tarde anterior, estuve nadando hasta alejarme bastante de la costa y tardé un buen rato al regresar. Cuando me acerqué de nuevo a la orilla vi que Gonzalo y mi madre se habían metido en el mar. Estaban riendo y jugando a echarse agua el uno al otro. Creo que era la tercera vez en los diez días que llevábamos ahí que mi madre se bañaba, y desde luego era la primera vez que jugaba en ella; las otras dos veces que se metió en el agua fueron para refrescarse dos minutos y salir. Gonzalo había logrado otro avance.
Al acercarme a ellos, mi madre me recibió salpicándome agua, invitándome a que me uniera a sus juegos. Lo pasamos bien, jugando en el agua, riéndonos, recordando anécdotas de otros veranos... fue otra buena tarde. El resto del día fue prácticamente idéntico al anterior, cenamos juntos en el piso y estuvimos largas horas de cachondeo hasta que Gonzalo se fue.
Cuando bajamos a la playa la mañana siguiente, los tres nos metimos directos al agua. Estuvimos un rato nadando y jugueteando como habíamos hecho el dia anterior, hasta que me apeteció tomar el sol un rato y me volví a mi toalla. Ellos se quedaron jugando en el mar mientras yo les observaba. Noté algo diferente. Había más complicidad entre ellos que en los días anteriores. Ya no sólo se salpicaban agua, sino que también se hacían ahogadillas, se lanzaban uno sobre otro, se rozaban más y más, y, en un momento dado, Gonzalo se sumergió para sorprender a mi madre por detrás y hacerle cosquillas. Las cosquillas no duraron mucho, pero él se mantuvo detrás de ella, abrazándola y diciéndole cosas a mi madre. Yo no podía oír nada de lo que le decía, pero sí podía ver que, fuese lo que fuese, a mi madre le debía hacer mucha gracia porque no hacía más que reírse. Me mosqueé un poco, pero no le di mayor importancia.
La tarde mantuvo la misma tónica y ellos se fueron solos al agua para seguir con sus jueguecitos, que a mí cada vez me parecían más subidos de tono. Aunque me alegraba ver a mi madre pasárselo bien después de todo lo que ha estado sufriendo, no me gustaba lo que veía. Consideraba que Gonzalo se estaba pasando. Habíamos quedado en que tenía que tontear un poco con ella y animarla, no en que le sobase el cuerpo de esa manera. Pensé que había que poner un poco de orden, así que me metí en el agua con ellos para ver si les cortaba el rollo. No se mostraron molestos al ver que me unía a a la fiesta, pero sí que suavizaron el tono del jugueteo. Perfecto. Tras unos diez minutos, ellos se volvieron a las toallas a tomar el sol. Yo les dije que me uniría a ellos en unos minutos, ya que aún quería nadar un poco más. Cuando regresé, estaban hablando. Bueno, más bien flirteando. Y no, esta vez no se cortaron con mi presencia. Yo me senté sobre mi toalla y ellos siguieron tonteando y riéndose a mi lado.
¿Pero porque me vienes con estos bañadores, Ana? – preguntaba en tono burlón Gonzalo – ¿que ha sido de esos bikinis tan sexys?
Ay, chico – decía mi madre, medio avergonzada – eso no me lo preguntes...
¿Porqué? Si te sentaban de maravilla...
Ya... pues eso, me sentaban. Este año no tengo el cuerpo para eso.
Pero que dices, si sigues estando buenísima – asertó mi amigo mientras le ponía una mano en el costado a mi madre – ¿no ves que tienes un cuerpazo bajo toda esta tela?
Ay, calla, adulador – contestó mi madre, sonrojada.
No puedes mantenerme silenciado cuando soy testigo de semejante crimen, ¡ese cuerpo ha sido encarcelado injustamente!– exclamaba Gonzalo en un tono de fingida indignación, a la vez que elevaba el dedo índice.
Jijiji – mi madre reía como una tonta.
Cuando venías en bikini te marcabas unos topless espectaculares, ¿te acuerdas? Hay que volver a liberar esos pechos. ¡Libertad!, ¡libertad!, ¡libertad! – decía en tono payaso mientras alzaba un puño arriba y abajo como si estuviese en una especie de manifestación por la liberación de las tetas de mi madre.
A mí no me hacía ni puta gracia, pero a mi madre le hacía toda la del mundo. Ella se reía mientras el seguía con gilipolleces del tipo “pezón, amigo, el pueblo está contigo”. Finalmente mi madre intentó zanjar el tema diciendo que es que no se había traído bikinis, así que este año no iba a poder ser. Obviamente eso no detuvo a Gonzalo, que dijo que ahora mismo se iban los dos a comprar uno en alguna tienda. Mi madre se negaba, pero él insistió diciendo que iba a ir comprarle uno aunque fuese solo, y que si no le acompañaba entonces quizás acabaría comprándole uno que a ella no le gustaba. “¡No descansaré hasta que se haga justicia con ese cuerpo!” presionaba. ¿De que coño iba mi amigo? Me daban ganas de soltarle una hostia, pero no quise decir nada y montar un número delante de mi madre por miedo a que hiciese retroceder su ánimo y tirar el progreso de estos días por la borda.
Al final mi madre acabó cediendo y, tras ducharse en el piso, se fueron de compras. Por supuesto yo podía haberles acompañado, y quizás debería haberlo hecho, pero en ese momento estaba cabreado y temía que, si iba con ellos, me tocase aguantar a Gonzalo haciendo el gilipollas y cantando consignas reivindicativas sobre las tetas de mi madre. Yo me fui al piso a esperarles. Tardaban mucho. Me llegó un whatsapp de mi madre diciendo que iban a cenar algo en un puesto del centro comercial, y que me hiciese una pizza de microondas si me entraba el hambre. Joder, esto ya no era normal. Al final mi madre no apareció por casa hasta la media noche. Menos mal que vino sola, porque si tenía que seguir tragando las idioteces de Gonzalo... en fin, menos mal que no vino. A todo ésto, mi madre me enseño sus compras. Había comprado dos bikinis, uno color beige y otro negro. Ambos parecían ser de corte atrevido, y la parte de abajo era en plan tanga. Normalmente eso hubiese echado más leña al fuego que tenía en mi cabeza, pero lo cierto es que mi madre siempre había llevado bikinis así. Respiré profundamente y decidí tomármelo como una buena señal; como si fuese un paso más de cara a recuperar a mi madre.
Si ese día me había parecido duro, el siguiente fue mucho peor. Mi madre estrenó su bikini color beige. Por mucho que fuese mi madre, tengo ojos y veía que le sentaba francamente bien. ¿Kilitos de más? Y una mierda. Puede que tuviese un poco más de chicha, pero era mínima; ella seguía teniendo un cuerpazo y ese atrevido conjunto de dos piezas no hacía más que ensalzar sus virtudes. Naturalmente, Gonzalo no perdió un segundo en empezar a piropearla. Pero claro, ver a mi madre en bikini no era suficiente para él. Apenas llevábamos media hora tomando el sol cuando volvió a insistir con el tema del día anterior:
Bueno... ¿y qué pasa con el topless?
Jaja, de eso olvídate, que a estas alturas ya es tarde
¿Cómo que es tarde?
Pues que por ahí no me ha dado el sol y voy a estar rara con la piel blanca. Esto se tiene que hacer el primer día, no en la ultima semana de vacaciones.
Jajaja, no seas tonta, si hasta hace dos días te has pasado las vacaciones o encerrada en el piso o escondida bajo la sombrilla – dijo Gonzalo mientras le ponía una mano en abdomen – mira esta barriguita, ha estado tapada todos estos días y casi no se nota el contraste con el resto de tu cuerpo. Ni ayer ni anteayer ha hecho tanto sol como hoy; es el día perfecto para empezar... además tu coges color enseguida. ¡Venga, ahora no te hagas la estirada, que siempre te ha gustado tomar el sol sin la parte de arriba!
Uff, es que me da pereza, acabo de guardar la crema – mi madre le daba largas
¡Qué vaga!... anda, tranquila que te la saco – dijo mientras metía la mano en el bolso de mi madre – si quieres, te la puedo poner y todo – le guiñó un ojo, con todo el descaro del mundo.
Anda, idiota, pásame el bote – mi madre quitaba hierro al asunto, aunque no parecía molesta por la desfachatez de mi amigo y había acabado accediendo a quedarse en topless.
Bueno, entones imagina que soy yo el que te la pone – le dijo mientras desplegaba su traviesa sonrisa. Mi madre le fulminó con la mirada; ahí se había pasado – aquí la tienes, guapa, toma tu bote – mi madre cogió el bote de su mano sin mirarle a la cara, y se quitó la parte de arriba del bikini.
Al deshacerse de la prenda observé que Gonzalo no se había equivocado, pues el contraste de bronceado no era muy llamativo. Lo llamativo era otra cosa: las grandes tetas que había visto años atrás ahora estaban enormes. Al parecer los kilitos de más habían ido a parar a su pecho, porque daba la impresión de haber ganado una talla o dos desde el último verano que habíamos pasado ahí. Eso sí, no eran ubres desproporcionadas ni dos bolsas de grasa; eran dos pechos firmes y voluminosos que atraerían las miradas de cualquier hombre que pasase por ahí al lado. Desde luego atrajo la mirada de Gonzalo. Vaya si la atrajo. El cabrón se recreaba mirando como mi madre untaba esos melones con la crema solar. Y, claro está, las miradas fueron acompañadas de comentarios imbéciles sobre el gran favor que hacía a la humanidad al mostrar “esas dos obras de arte” al mundo. Mi madre se sonrojaba y reía. A mi no me gustaba nada toda esta mierda, pero estaba claro que a mi madre sí. Y al parecer no solo le gustaba, sino que también le excitaba. Me fije en que los pezones de mi madre se estaban poniendo firmes. Muy firmes. Joder, había visto pocas veces unos pezones así. De repente me vinieron a la cabeza las imágenes que salieron hace un año o dos de Kelly Brook haciendo topless en la playa. Los pechos crecidos por el aumento de peso, los pezones erectos, y el hecho de que mi madre tuviese una complexión, edad y rasgos similares a los de la modelo, hacía inevitable que mi mente las comparase. Creo que fue entonces, al ver el parecido, cuando me di cuenta de hasta que punto estaba buena mi madre. Empecé a entender porque Gonzalo parecía pasárselo tan bien ligando con ella. Y, peor aún, empecé a sospechar que para él el objetivo de todo este plan no era ayudar a mi madre, sino follársela.
La situación se iba calentando más y más, hasta que mi madre debió sentir la necesidad de bajar su temperatura y fue a zambullirse en el mar. Sin embargo, Gonzalo no estaba dispuesto a dejar que la cosa se enfriase y se fue con ella al agua. Al poco estaban jugando igual que el día anterior, sólo que esta vez mi madre tenía las tetas al aire y los roces entre sus cuerpos ya no tenían una tela de por medio. Estaban montando un todo un numerito y algunos bañistas no pudieron evitar mirarles y murmurar cosas entre ellos. A mí se me caía la cara de vergüenza ajena, pero a mi madre y a mi amigo parecía no importarles ser el centro de atención. Ellos seguían tan tranquilos con sus ahogadillas, sus cosquillas, sus roces y flirteos; no se cortaban un pelo. Yo estaba cabreado y, cuando mi madre volvió a su toalla, me fui corriendo al agua para hablar con Gonzalo a solas antes de que se me escapase. Quería saber que coño estaba pasando y dejar las cosas claras de una vez.
Oye, ¿a qué cojones juegas? - le espeté.
¿Que pasa?
No me vengas con esas, dime, ¿qué haces con mi madre?
Ah, eso... va bien, ¿no? – dijo el muy hipócrita – parece que se va animando.
No me vaciles, tío. Te estas pasando mazo – me estaba costando mucho mantener la calma.
¿Qué dices?, si lo estamos pasando bien – me miraba como si le sorprendiese mi enfado – no está pasando nada.
Podrías cortarte un poco... se suponía que tenías que tontear un poco con ella para subirle los ánimos. Pues bien, ya está hecho, no hace falta que sigas con ésto; deja de tirarle los tejos a mi madre.
No puedo hacer eso – puso un tono muy serio.
¡¿Cómo que no?!
Si paro ahora, después de haberle dado tanta bola, volverá a deprimirse – aseveró con seguridad – pensará que he estado jugando con ella para divertirme un poco a su costa, o que me he fijado en cualquier otra chica. Se sentirá insegura, creerá que ya no es lo suficientemente deseable. Las mujeres son así, se comen la cabeza por tonterías de estas. Tengo que seguir hasta que os volváis a Madrid.
No vas a parar hasta follártela, ¿verdad? – la pregunta la hice cargada de ira y desprecio.
No voy a parar hasta que ella quiera que pare. Pero, ¿qué quieres que te diga?... sí, lo normal es que esto acabe con sexo de por medio – confesó.
¡¿Qué?! – exclamé en alto. Tuve que girarme y comprobar que mi madre no me había oído.
Mira – dijo bajando el tono – ¿qué quieres?, ¿que pare? Ahora no puedo. Es verdad, quizás me he pasado un poco en algún momento, lo siento, pero ahora estoy en un punto sin retorno. Tengo que seguir. Tu madre quiere sexo, o al menos no va a tardar en quererlo; hasta tú te has dado cuenta de ello. Yo ya no puedo pararle los pies y no estoy en situación de rechazarla, porque sino se va a deprimir otra vez.
Ya, que gran sacrificio por tu parte... eres una mierda de amigo.
¡La hostia! – exclamó ofendido – ¿Qué quieres que te diga?, ¿que admita que disfrutaría con ella en la cama? Pues vale: sí. A cualquiera le gustaría acostarse con una mujer así, está claro. Pero te digo de verdad que no esperaba llegar a esto... tu madre estaba fatal y no imaginaba que fuese a ponerse tan receptiva. Y no me vengas con que soy un mal amigo... ¿prefieres arriesgarte a que tu amigo se tire a tu madre o arriesgarte a que ella vuelva a caer en una depresión? ¿Eso no es de mal hijo? ¿No es de mala persona? – me reprochaba – No me jodas y deja de ser egoísta... entiendo que no te guste la situación, pero piensa en ella. Date cuenta de que es mejor que tragues con esto durante los pocos días que os quedan aquí a tener que ver a tu madre echa una mierda todo el tiempo en Madrid.
Me quedé callado. Estaba cabreado, pero él tenía razón. Tenía que haber parado esto antes. Quizás debería haber estado más encima de ellos... no haberles dejado tanto tiempo solos y haber ido hablando del tema con Gonzalo de forma más seguida. Ahora ya... era tarde. No me quedaba otra que apartarme y observar. Quien sabe, quizás al final no pase nada, pensé. Miré a Gonzalo a los ojos y asentí. “Vale, está bien” le dije, derrotado. El me sonrió y me dio una palmadita en el hombro antes de volver con mi madre. Yo me me sumergí en el agua, necesitaba estar solo y tranquilo.
Ni que decir tiene que, después de aquella conversación, Gonzalo no sólo siguió intentando seducir a mi madre, sino que ahora salía a por todas. Los tonteos, jueguecitos, roces y sobeteos fueron en aumento a lo largo de la semana y cada vez eran más descarados. Recuerdo que en nuestra penúltima mañana allí, mi amigo no se cortó dar un fuerte cachete al culo de mi madre y decirle “¿ves lo rápido que has cogido color? Este culazo esta bien morenito”. La otra mano no se quedó atrás y pellizcó uno de sus erectos pezones “y estas dos maravillas también” dijo guiñándole un ojo. Mi madre se reía y le dejaba hacer. No importaba que estuviese yo al lado, ni que les pudiese ver toda la playa; el cabrón la tenía en la palma de su mano.
Yo me consolaba recordando que al día siguiente a medio día nos volvíamos a Madrid. En unas 24 horas todo habría acabado, así que me quedaba poco suplicio por delante. Además, a pesar de lo caliente que se había puesto el tema, no habían follado. Empecé a tener la esperanza de que no iban a dar ese paso. Tal vez mi madre no estaba preparada para entregarse por completo a otro hombre, o tal vez a Gonzalo había recapacitado un poco y ahora pensaba que no sería apropiado llegar a esos extremos con mi madre. “Ojalá lo dejen aquí y luego ya en Madrid mi madre se busque a un hombre con el cual pasar página”, me decía a mi mismo. Quería que mi madre fuese feliz, y veía bien que lo fuese con un hombre a su lado, pero me repateaba que ese hombre pudiese ser un chaval dos años mayor que yo.
Recuerdo muy bien aquella tarde. Era mi última visita a la playa pues eran las fiestas del pueblo y esa noche habría verbena hasta bien entrada la madrugada. Como seguramente nos despertaríamos tarde al día siguiente, no íbamos a tener tiempo de volver a la playa antes de irnos a medio día a Madrid. Gonzalo y mi madre estaban bañándose mientras yo estaba sentado en mi toalla, absorto en mis pensamientos. Cuando salí de mi mundo me di cuenta de que les había perdido de vista. Me levanté y miré hacia el mar. No les veía. Me gire a mi alrededor y tampoco les localizaba. Era la primera vez que se me escapaban de esta forma... me puse un poco nervioso. Entonces se me ocurrió que a lo mejor se habían ido nadando hacia la playa de piedras que había al lado. Ambas calas estaban separadas por una formación rocosa que se podía o bordear a nado o cruzar a pie. Me decanté por la segunda opción.
Estaba a mitad del camino entre las dos playas cuando empecé a oír unos ruidos a bajo volumen. No sabía muy bien lo que era, los ruidos eran casi inaudibles pero parecía que había alguien en el agua, justo al lado de donde estaba yo. Me asomé por las rocas y miré hacia abajo. El corazón me dio un vuelco. Vi a mi madre y a Gonzalo enrollándose en el agua. Debían tener una plataforma de roca debajo, pues estaban de pie y el agua les llegaba a la cintura. Fundidos en un abrazo, se comían la boca el uno al otro. Las manos de Gonzalo se aferraban a los cachetes del culo de mi madre, y ella le rodeaba con sus brazos para empujar sus enormes pechos contra él. No sabía cuanto tiempo llevarían así, pero desde luego siguieron en esa posición un rato, hasta que él decidió dar un paso más. Interrumpió el morreo y violentamente le dio la vuelta a mi madre. Entonces él ataco desde atrás, pasando sus manos al rededor del cuerpo de mi madre y posándolas sobre sus tetas. Jugaba con sus pezones a la vez que le mordisqueaba la oreja y el cuello. Ella jadeaba, totalmente entregada. Y más jadeó cuando Gonzalo deslizó una de sus manos dentro de la parte de abajo del bikini para empezar a masturbarla.
Te gusta, eh – le decía él, lo suficientemente alto como para que yo pudiese oírle.
Mmmm, sííííí... – mi madre gemía de placer
Vas a ser mía... joder que coño tan caliente tienes, me moría por tocártelo... te lo voy a reventar de un pollazo.
Uff, me muero de ganas, pero ahora no – mi madre hablaba entre gemidos – espera a después de la verbena que quiero hablar con Juan... él merece saberlo antes de que pase. Además, si le da por buscarnos ahora, nos podría pillar... tenemos que acabar esto rápido.
Está bien, preciosa, pero si quieres correrte ahora, más vale que me compenses bien esta noche...
Uff, sí, no me dejes así, por favor – imploraba la muy zorra – esta noche podrás hacer lo que quieras conmigo, no te arrepentirás de dejarlo para luego, te lo prometo.
Nada más decir eso, Gonzalo aumento el ritmo que imprimían sus dedos sobre el sexo de mi madre y, unos segundos después, ella se corrió como sólo hubiese podido la más guarra. Tuvo que apretar sus dientes para no gritar de placer. No había vuelta atrás: esta noche iban a follar.
Se estuvieron besando un rato más antes de volver hacia la playa. Yo tuve que correr para llegar a la toalla antes de que ellos pudiesen ver que me había movido de mi sitio. Cuando se sentaron a mi lado actuaron como si nada hubiese pasado. Yo era de lejos el que más tenso estaba, pero lo disimulé bien y estuvimos charlando tranquilamente como habíamos hecho en días anteriores. Ya de noche, en el piso, cené solo con mi madre. Estábamos tomando el postre cuando sacó el tema:
Oye, Juan, quería hablarte de una cosa...
Dime.
Es sobre Gonzalo...
Dime – trague saliva - ¿qué pasa?
Bueno... él y yo nos lo estamos pasando muy bien juntos, ¿sabes?
Sí – dije casi sin voz – os lleváis muy bien – puse el tono más inocente que pude, para evitar que sospechase que sabía más de lo que ella creía.
Eso es – estaba nerviosa – nos llevamos muy bien... y hacía tiempo que no me llevaba así de bien con alguien, ¿entiendes?
Sí, mamá – joder, que conversación más incómoda; tenía que acabar con ella cuanto antes – lo entiendo, de verdad, y me parece bien.
¿Sí? – me miraba con cara de no estar segura de que lo entendiese del todo
Sí – insistí – tienes que pasar página, ya lo hemos hablado otras veces – le dije para que viese que entendía de lo que estábamos hablando.
¿Te parece bien? – me miró a los ojos – ¿No te molesta?
No, de verdad – mentí – en realidad me parece genial que te hayas fijado en alguien como Gonzalo. Sabes que, además de ser mi amigo, siempre le he admirado y me ha parecido un tío guay. Me alegra que hayas elegido a alguien como él para empezar a pasar página – sentía como un puñal se clavaba en mis entrañas mientras vomitaba esas mentiras, pero pensé que era lo que debía decir. Total, iban a follar igualmente. Quería que al menos mi madre tuviese la conciencia tranquila. Lo último que necesitaba era que se me deprimiese después de todo esto porque pensase que me había hecho daño.
Y así les di mi bendición. Ella parecía sorprendida por mi reacción, pero creyó mis palabras. Incluso se emocionó y vino a darme un beso y un abrazo; estaba agradecida, aliviada y orgullosa por la madurez de mis palabras. Joder, casi me pongo a soltar lágrimas yo también... aunque no sabía si por lo bonito que era volver a verla tan feliz, la vergüenza de haberla mentido tan descaradamente, o la rabia que sentía al pensar que Gonzalo se la iba a tirar esa noche. Puta vida.
Tras la cena, nos arreglamos para ir a la verbena. A mi me bastó media hora para ducharme, afeitarme y vestirme, pero mi madre se esmeró en arreglarse lo mejor que pudo. Por mucho que a mí me pesase, ella quería deslumbrar al que iba a ser su amante. Se puso un vestido verde oscuro que tenía un escote de infarto y con un bajo corto que permitía lucir sus torneadas piernas. No lo había visto antes, debió comprarlo aquí. Su pelo, aunque suelto, estaba muy bien peinado; y su maquillaje resaltaba sus ojos y sus labios carnosos de forma que parecía completamente natural. Mi madre era una mujer muy guapa, pero pocas veces había llegado al nivel de esa noche. Estaba espectacular.
Cuando Gonzalo la vio, casi se le salen los dedos de las órbitas. Le hizo saber que estaba guapísima mientras le saludaba con dos besos. Mi madre entonces le dio un pico en los labios, indicándole que yo estaba al tanto de lo que pasaba. Gonzalo me miró y yo le devolví la mirada y asentí con la cabeza. El sonrió y yo sentí de nuevo que se me clavaba un puñal en las tripas. Tomó la mano de mi madre y fuimos hacia la plaza del pueblo, que era donde se celebraba la verbena.
La plaza estaba a rebosar. La fiesta había empezado hacía unas horas por lo que ya había mucho ambiente. Estuvimos los tres bailando, aunque claro está que más bien yo estuve bailando solo mientras ellos dos bailaban juntos. Poco a poco nos fuimos separando, aunque yo les observaba de vez en cuando. Se frotaban el uno contra el otro en los bailes y se daban besos. A medida que avanzaba la noche, bailaban menos y se besaban más; y al rato empezaron a morrearse y a tocarse el uno al otro de una forma que rayaba con escándalo público. Yo quería que me tragase la tierra.
Sobre las tres y media se me acercó mi madre.
Juan... Gonzalo y yo nos hemos cansado un poco de bailar. Vamos a tomar una copa a su piso... no te preocupes por nosotros, tú sigue pasándotelo bien. Ya nos vemos mañana.
Osea: “Gonzalo y yo vamos a follar, quédate aquí y no nos molestes. No me esperes despierto que vamos a darle como conejos toda la noche”. Me tragué el cabreo y le dije que genial, que lo pasasen bien. Le di un beso de despedida y alce mi mano hacia donde estaba Gonzalo para despedirme de él también. Cuando se fueron estuve bailando un rato, pero no podía relajarme. Me estaba rayando con la idea de que un chaval sólo un par de años mayor que yo, mi amigo, iba a tirarse a mi madre de un momento a otro. No había pasado ni un cuarto de hora cuando decidí irme a casa.
El volver al piso me sirvió de poco. No podía quitarme de la cabeza lo que estaba pasando en la vivienda de al lado. ¿Qué estarían haciendo en ese momento?, ¿Estarían en medio de un polvo?, ¿Obligaría Gonzalo a mi madre a que le hiciese una mamada para compensarle por no haberle dejado metérsela en la playa? Joder, no sabía porque pensaba en esas cosas, pero no podía evitarlo. Entonces me di cuenta de una cosa. El dormitorio grande de nuestro piso (el que usaba mi madre), se conectaba por la terraza con la terraza del piso de Gonzalo, que a su vez daba al dormitorio grande de ese piso. En ese dormitorio dormían los padres de Gonzalo y era, por tanto, el dormitorio que tenía una cama de matrimonio. Lo lógico sería que estuviesen follando en esa habitación, y yo podría colarme en el balcón a echar un vistazo. Lo único que podía impedírmelo era que tuviesen las cortinas echadas, pero al ser una piso que daba al mar y no tener vecinos en frente, era posible que las hubiesen dejado abiertas. Joder, espiarles estaba mal, pero no podía seguir así... tenía que ver lo que pasaba. Sabía que verlo sólo iba a joderme más, pero yo que sé, quizás sea masoca... el caso es que necesitaba verlo. Me fui corriendo a la terraza y me colé en la suya. Bingo, las cortinas no estaban echadas. El ventanal estaba entreabierto; el corazón me latía a mil cuando me asomé.
Ahí estaba ella. Mi madre estaba tumbada boca arriba sobre la cama; un tanga negro era la única prenda que le quedaba puesta. Me fijé en sus pezones. Estaban tiesos, igual que cuando Gonzalo le calentaba en la playa, pero esta vez parecían brillar. Daba la impresión de que las tetas de mi madre estaban ensalivadas; el cabrón de mi amigo se las debía haber estado comiendo mientras yo estaba en el piso de al lado. En ese momento apareció él. Entró por la puerta del dormitorio vistiendo únicamente unos calzoncillos rojos, abultados por lo que debía ser una erección. Se detuvo a los pies de la cama, contemplando a la mujer que iba a hacer suya esa noche. Mi madre levantó un pie y empezó a restregarlo por el paquete de Gonzalo. Alternaba movimientos circulares con movimientos de arriba-abajo mientras el bulto que escondía la tela roja parecía crecer aún más. El otro pie comenzó a jugar con el elástico de los calzoncillos, haciendo ver a Gonzalo que ya era el momento de despedirse de ellos. Mi amigo se apartó unos centímetros y se despojó de su ropa interior, liberando su herramienta. Era grande... no era en plan actor porno, pero desde luego tenía un tamaño como para que él pudiese sentirse orgulloso, tanto por su longitud como por su grosor. Y si el podía sentirse orgulloso, mi madre parecía sentirse encantada. Se relamió como una puta hambrienta al ver las dimensiones de la polla que tenía frente a ella. Sus plantas acariciaban ahora directamente sobre el rabo y las pelotas de Gonzalo. El cabrón sonreía, disfrutando de la suavidad de esos pies que se deslizaban por todo su sexo.
Un minuto después, las manos de Gonzalo tomaron los tobillos de mi madre. Sujetándolos bien, apartó los pies de su mástil y los separó para abrirle las piernas. Súbitamente, tiró de los tobillos de mi madre hacia él, arrastrándola hasta llevar todo su cuerpo a los pies de la cama. La brusquedad del movimiento sorprendió a mi madre, pero no redujo ni un ápice su excitación. No, desde luego que no lo redujo porque, al ver tan cerca la tranca de Gonzalo, no perdió tiempo en metérsela en la boca. Ella estaba ahora sentada en el borde inferior de la cama y, desde esa posición, se inclinó hacia delante y rodeó el glande que tenía frente a ella con los labios. Al principio lo metía y sacaba de su boca... jugueteaba con él, dando lametones y besitos; pero su hambre de polla fue a más y no tardó en empezar a mamársela con ganas. La muy zorra cerraba los ojos, disfrutando del sabor de la barra de carne que se deslizaba entre sus labios. La cabeza de mi madre subía y bajaba mientras succionaba con esmero la verga de su amante. No se como lo hacía, pero era capaz de llegar hasta prácticamente la base de ese tronco. Y por si no llegaba hasta el final, el cerdo de Gonzalo le ayudaba, empujando la cabeza de mi madre con sus manos y realizando movimientos pélvicos como si se estuviese follando la boca que rodeaba su polla.
Estuvieron así varios minutos, aunque a mí me parecieron horas. “Sigue así, Ana, que me debes un orgasmo” le decía el muy perro, haciéndome recordar la grotesca escena que había visto en la playa, “muy bien, joder, te voy a dar una buena ración de leche”. Yo pensaba que esto haría que mi madre se apartase, asqueada ante la idea de que se corriesen en su boca, pero me equivocaba. Vaya si me equivocaba. Al parecer había subestimado lo guarra que era mi madre, porque esas palabras parecían haberla encendido aún más. Ella se la chupaba con todo el vicio del mundo, cada vez más rápido; cada vez más al fondo. La muy puta no sólo no paraba, sino que aceleraba el ritmo. Me parte el alma admitirlo pero mi madre parecía saber como comerse una polla mejor que cualquier actriz porno que yo haya visto. Gonzalo empezó a resoplar; debía estar a punto. Mi madre se dio cuenta y se aferró a las nalgas de mi amigo, como para asegurarse de que ese pollón no se le fuese a escapar y privarle del néctar que tanto ansiaba probar. Y entonces llegó. “¡Sííííí, me corro!” exclamaba Gonzalo mientras disparaba su lefa en la boca de mi madre. El orgasmo pareció durar unos diez segundos, pero mi madre mantuvo el cipote en su boca mucho más tiempo. Ella le miraba a los ojos mientras le limpiaba el capullo con su lengua; la muy zorra no quería desperdiciar ni una sola gota.
Una vez concluida la mamada, Gonzalo se tiró en la cama boca arriba.
Anda, ven aquí – le ordenó – quiero volver a comerme esas tetazas.
Mi madre se rió y se acercó a él con obediencia. Se puso a cuatro patas sobre la cabeza de su amante, dejando que sus enormes melones cayesen sobre la cara de Gonzalo. Él le chupaba un pezón mientras magreaba la otra teta con una de sus manos. La lengua de Gonzalo recorría ahora por toda la superficie del busto de mi madre. Flexionaba la cabeza para hundir su cara en el canalillo, besaba sus pechos, le chupaba los pezones y los lamía en círculos; estaba usando todo tipo de técnicas para comerle las bufas.
Uff – resoplaba mi madre – ¡me encanta como me comes las tetas!
Y a mí me encanta comértelas, nena – le replicaba Gonzalo – pero ahora que ya las ha probado mi boca, es hora de que las pruebe otra parte de mi cuerpo.
Mi madre entendió a la perfección lo que le estaba pidiendo mi amigo. Con una lasciva sonrisa en la boca, ella se desplazó hacia abajo, deslizando sus domingas por todo el cuerpo de Gonzalo. La verga de ese cabrón ya se había vuelto a empalmar. Sin más dilación, mi madre la encerró entre sus melones y empezó a hacerle una cubana. Se me revolvían las tripas al mirar la cara de placer de ese hijo de puta... aunque viendo la de mi madre, que se mordía los labios de lo cachonda que estaba, quedaba claro que aquí el único hijo de una auténtica puta era yo. Tras estar unos minutos disfrutando de como las tetas de mi madre le pajeaban la tranca, Gonzalo decidió de que ya era hora de pasar a mayores.
Con un gesto indicó a mi madre que se quitase el tanga. Ella así lo hizo y acto seguido lo restregó juguetonamente por la cara de aquel cerdo.
Mira lo mojada que me tienes – decía mi madre con lujuria.
Pues súbete encima y verás lo que disfrutas.
No hizo falta pedírselo dos veces. Ella se colocó sobre el vientre de Gonzalo y con una mano le dirigió la polla hasta la entrada de su cueva. Mi madre tenía el coño tan lubricado que sólo tuvo que dejarse caer para sentir como esa espada de carne se clavaba en lo más hondo de sus entrañas. Ella soltó un gemido de placer al sentir como esa gruesa barra le llenaba. Tras cruzar una mirada cómplice con mi amigo, comenzó a cabalgarle. No se anduvo con delicadezas; estaba tan cachonda que empezó a botar sobré él con todas sus ganas. El ritmo del coito era rápido y las enormes tetas de mi madre se bamboleaban para deleite de Gonzalo, que no se perdía ni un detalle mientras movía sus caderas para acompañar el movimiento de la jineta que tenía encima. Los jadeos de mi madre retumbaban en mi cabeza; sonaban más fuertes con cada segundo que pasaba. Gemía como una puta entregada a medida que se acercaba al orgasmo y, cuando éste por al fin llegó, soltó un tremendo alarido de placer y se derrumbó rendida sobre su amante.
Tras quedar en éxtasis, sus labios buscaron a los de Gonzalo. Se besaron con pasión, morreándose profundamente. No duraron mucho así, pues él aún no se había corrido y no estaba dispuesto a esperar mucho más. Con un movimiento rápido, volcó a mi madre a un lado y pasó a quedar encima de ella; adoptaron la posición del misionero y reanudaron el ejercicio de pasión. Ahora era él el que estaba desbocado. Movía la pelvis con fuerza, clavando toda su estaca en mi madre con cada embestida. Ella lo disfrutaba como una perra en celo; se abrazaba a él y abría más sus piernas para facilitarle el acceso. Los gritos de placer de mi madre indicaban que se estaba volviendo a correr, lo cual parecía envalentonar más a Gonzalo, que cada vez le daba más fuerte y más rápido. El tío tenía un taladro entre las piernas. Un taladro con las pilas bien cargadas porque el cabrón aguantó como un jabato el ritmo durante varios minutos hasta que ya no puedo más y anunció que se iba a correr. Para mi sorpresa, y la de Gonzalo también por lo que veía en su cara, mi madre enroscó sus piernas al rededor de la cintura de su amante, invitándole a que se corriese dentro, a pesar de que lo estaban haciendo sin condón. Atrapado por las piernas de mi madre, que de nuevo se estaba corriendo, Gonzalo continuó bombeándole el coño hasta que su polla estalló en un potente orgasmo y vomitó todo su semen.
Ambos se miraban a los ojos, extasiados. Tras intercambiar miradas y risas con complicidad, sus bocas volvieron a fundirse en otro largo y apasionado beso. Gonzalo se quitó de encima y se recostó a un lado; ambos se abrazaron y estuvieron unos minutos compartiendo mimos y besos en silencio, hasta que él habló.
Que coño más estrecho tienes. ¡Qué maravilla!
Jajaja – a mi madre le gustó el cumplido – bueno, es que claro, llevaba año y medio sin hacer esto...
Pues eso no está bien, Ana. Eres un espectáculo de mujer; no sólo estás buenísima sino que en la cama follas como una leona. Tienes que hacer esto más a menudo...
Jaja, eres un adulador. – mi madre se puso colorada – Es que todo ha sido muy difícil para mí desde que murió mi marido.
Ya, pero lo hemos pasado bien juntos, ¿no?
Sí... ha sido una semana increíble – mi madre le dio un pico a Gonzalo – tú has estado increíble; casi había olvidado lo que era ser feliz, pero tú me lo has recordado.
Y te lo pienso seguir recordando toda la noche – le guiñó un ojo
Jajaja, no me refería a eso tonto – dijo ruborizándose – tu compañía a lo largo de estos días ha sido muy especial... eres un cielo – los ojos de mi madre brillaban; empecé a temer que se había encoñado.
Para mí también ha sido muy especial... me encanta volver a verte sonreír. – Ahora era él el que le daba un pico a ella – Oye, y ¿como es que sigues tomando la pastilla si no has tenido relaciones en todo este tiempo?
¿Qué pastilla? – mi madre le miraba extrañada
La anticonceptiva... me has dejado que me corra dentro, así que supongo que la tomas, ¿no?
¡JODER! – exclamó mi madre – no había caído. Es que mi marido tuvo unas paperas que le dejaron estéril poco después de que me quedase embarazada... nunca he tenido que preocuparme por eso y claro, no he caído...
¡Joder, qué cagada! – Gonzalo estaba agitado – ¿qué hacemos?
Bueno, no te preocupes – mi madre parecía un poco más serena – estoy en un momento seguro de mi mes. Creo que podemos estar tranquilos.
¿Estás segura?
Sí, tranquilo... no te agobies, anda, sigamos disfrutando de la noche – volvió a besar los labios de su amante – la próxima vez córrete fuera si quieres y ya está.
En esas tetazas me voy a correr yo – dijo mientras se aferraba a ellas, olvidando completamente sus preocupaciones – mira, ya me la has vuelto a poner dura... ponte a cuatro que quiero a seguir reventando ese estrecho conejo de colegiala.
Mi madre sonrió excitada y se acomodó en posición de perrita. Yo por mi parte no podía seguir aguantando esto. Me retiré de la terraza y volví sigilosamente a nuestro piso mientras me maldecía por haber ido a espiarles. Más de tres horas después escuché a mi madre entrar en casa. Eran casi las nueve... ¿habían estado follando durante 5 horas?, ¿era eso posible?. La verdad es que no quería saberlo; lo único que quería en ese momento era conciliar el sueño de una vez, pero me resultó imposible. Ya no era tanto por el trauma de ver a mi madre comportarse como una auténtica guarra, sino por el miedo de que se hubiese enamorado de ese cerdo y de que se hubiese quedado preñada.
Sobre las doce de la mañana, mi madre entró en mi habitación para ver si ya estaba despierto y recordarme que en una hora teníamos que ir a la estación de autobuses para volver a Madrid. Recogimos todo, nos arreglamos y nos fuimos a la estación en compañía de Gonzalo. Ellos seguían con su rollo de pareja; iban de la mano y se daban besos. El camino se me hizo eterno... no podía evitar sentir humillación e impotencia por lo que había pasado. Cuando llegó el momento de despedirse, Gonzalo me un buen apretón de manos. Yo no pude mirarle a los ojos. Mi madre y él se despidieron con un largo e intenso morreo que casi nos hace perder el autobús.
Ya sentados en el vehículo, observé como mi madre se limpiaba unas lágrimas. Me horroricé pensando que en efecto se había enamorado de ese capullo y que ahora la distancia iba a hacer que se volviese a deprimir. Si mi madre volvía a estar como antes del viaje, yo habría estado tragando toda esta mierda para nada...
Por fortuna, me equivoqué. Las lágrimas debieron ser sólo cosa del momento porque ella no volvió a deprimirse. En las siguientes semanas comprobé con alegría como mi madre retomaba sus antigua vida. Volvía a ver a sus amigas, vestía sexy, volvió al gimnasio, y se pasaba el día riendo. La sensación de frustración que yo sentía fue remitiendo al ver que el plan, por muy duro que hubiese resultado, había funcionado y que ella volvía a ser feliz. Tampoco perdió el tiempo en encontrar pareja: no llevábamos ni un mes en casa cuando empezó a salir con su jefe, que había estado rondándola sin éxito desde hacía mucho. Eso fue lo que más me alegró de todo, pues sabía que si tenía novio no volvería a caer en las redes de Gonzalo al verano siguiente. Por muy guarra que ella pudiese llegar a ser, no era una mujer infiel. Eso seguro.
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Esta historia ocurrió el verano pasado, cuando yo aún tenía 18 años. Era 1 de agosto, o lo que es lo mismo, era el día en que mi madre y yo nos íbamos al piso que tenemos en la costa. Me llamo Juan y soy de Madrid. Vivo con mi madre, Ana, una secretaria de 36 años. Si habéis hecho las cuentas, os habréis reparado en que me tuvo a los 19 años, cuando todavía era muy joven. ¿La razón? Pues que mi madre se casó nada más terminar el instituto. Ella estaba muy enamorada de mi padre, que era 8 años mayor que ella y que por aquel entonces iniciaba su carrera como abogado. Y digo era porque lamentablemente un derrame cerebral se lo llevó un año y medio antes del comienzo de esta historia.
Perderle fue un golpe muy duro para nosotros. Como ya he dicho, mi madre le quería mucho, y yo también. Yo lo fui superando con el paso del tiempo, pero a mi madre le estaba costando mucho más. A lo largo de ese año y medio ella había tenido bastantes altibajos con varios episodios de depresión y, lejos de pasar página, se había ido encerrando cada vez más en si misma. Sólo salía de casa para ir al trabajo y realizar las compras necesarias, y a penas mantenía el contacto con sus amigas. Ahora su vida se limitaba a su trabajo y a las tareas domésticas. Ya ni siquiera cuidaba su aspecto como antes. Mi madre siempre había estado muy orgullosa de su físico, ya que era una mujer guapa y siempre había tenido un cuerpo que, además de tener unas curvas muy llamativas, había sido trabajado a consciencia en el gimnasio. La desilusión generalizada que sentía por la vida le había llevado a engordar unos pocos kilos que, aunque no llegaban a hacerla rellenita, hubiesen sido impensables antes de la muerte de mi padre. Su forma de vestir también se había visto alterada. Atrás quedaron las minifaldas y pantalones cortos que le permitían exhibir sus largas piernas, los escotes que hacían ver que escondía dos grandes pechos, y los atrevidos vestidos que tanto le gustaba llevar cuando salía. Ahora llevaba ropa menos colorida, más ancha y más discreta. Se maquillaba y peinaba para estar presentable, pero ya no buscaba lucirse como antes. Por supuesto ella no había dejado de ser atractiva, al fin y al cabo era guapa por naturaleza. Seguía siendo una mujer de 1,69, ojos marrones, pelo castaño, piel tirando a morena y un cuerpo en el que dos grandes pechos y unas amplias caderas formaban unas curvas que muchas mujeres envidiarían. Simplemente había pasado de ser una belleza que disfrutaba coqueteando y sintiéndose admirada, a ser una mujer guapa que procuraba pasar desapercibida.
Tanto sus amigas como yo habíamos intentado animarla a que volviese a ser la que era, pero fue imposible. Sin embargo, con la llegada del mes de agosto se avecinaba una posibilidad de mejorar su ánimo. Mi madre siempre tenía 15 días de vacaciones en estas fechas, y siempre las aprovechamos para ir a pasar esas dos semanas a un piso que tenemos en un pueblo del litoral levantino. Esta iba a ser la primera vez que íbamos sin mi padre, ya que el verano anterior, con su muerte tan reciente, fue imposible sacar a mi madre de Madrid. Este año, en cambio, sí que conseguí convencerla para que nos fuésemos. Ella necesitaba desesperadamente un cambio de aires y romper con la rutina, y yo tenía la esperanza de que el viaje consiguiese reactivarla y ayudarla a pasar página. Poco podía imaginar entones lo mucho que se iba a reactivar mi madre en esas vacaciones...
El piso que teníamos en la costa estaba en una zona muy tranquila. Teníamos a cinco minutos de casa una pequeña calita de arena, que se conectaba con una playa de piedras bastante más grande. Al ser playas poco atractivas para el negocio hotelero, solían estar prácticamente vacías, lo cual era todo un lujo teniendo en cuenta que toda la costa mediterránea estaba plagada de playas masificadas.
Durante nuestra estancia en la costa, siempre coincidíamos con otra familia que venía al pueblo a veranear. Ellos vivían justo en el piso de al lado, en el mismo edificio que nosotros. Eran de Zaragoza y venían al pueblo a pasar todo el verano. La familia la formaba una pareja bastante más mayor que mis padres, y sus cuatro hijos. Los tres hijos mayores ya rondaban todos la treintena y habían formado sus propias familias, por lo que hacía varios años que no venían al pueblo a veranear con sus padres. Sin embargo el más joven de los hermanos seguía viniendo todos los veranos. Con el paso de los años, mis padres se hicieron amigos de ese matrimonio y yo me hice amigo del cuarto hijo, que era dos años mayor que yo. El chico se llamaba Gonzalo, y yo siempre le había admirado. Supongo que es lo normal en los niños; cuando un niño mayor te hace caso y juega contigo, pues te encanta y en seguida le ves como a un modelo a seguir. Imagino que Gonzalo, que estaba siempre rodeado de hermanos mayores, estaría encantado de tener a un chaval más pequeño que él por ahí.
La primera semana que pasamos en la costa fue tranquila. Todos los días íbamos a la playa y solíamos cenar con nuestros vecinos. Mi madre parecía estar un poco menos deprimida, aunque lamentablemente seguía aislándose de los demás y no acababa de soltarse, por mucho que todos intentásemos mantenerla animada y ocupada. Ella se lo pasaba bien a ratos, pero no tardaba en “sentirse cansada” y en volverse al piso sola. Además, había cambiado los provocativos bikinis de años anteriores por castos bañadores de una sola pieza. Ya he dicho que a penas había engordado unos kilos en este año y medio, pero para una mujer acostumbrada a estar espectacular, esos kilos de más eran incompatibles con un bikini. Poco le importaba que su cuerpo siguiese dando mil vueltas a la mayoría de chicas que iban a la playa; si ella no se veía perfecta no enseñaba más carne de la estrictamente necesaria.
Yo por mi parte salí un par de noches a una discoteca cercana con Gonzalo. Nos lo pasamos bien y ligamos bastante, al menos para lo que yo estoy acostumbrado. La verdad es que al lado de Gonzalo era fácil ligar. Era un chico guapo y atrevido. Era un poco más alto que yo (debía superar el metro ochenta), moreno de pelo y piel, y tenía un cuerpo bastante musculado, fruto de horas de entrenamiento y competición de capoeira. Su espectacular físico, su traviesa sonrisa, la mirada penetrante que lanzaban sus ojos oscuros y la seguridad en si mismo que mostraba en todo momento, le convertían en todo un seductor. Cada noche que salíamos, él se liaba con una, dos, o prácticamente todas las que ese día le venían en gana, y yo aprovechaba para enrollarme con alguna amiga de la chica que cayese en las redes de mi amigo. Yo me considero un tío bastante normal y en Madrid ligo sólo de tanto en tanto, así que aquí aprovechaba para ponerme las botas a rebufo de Gonzalo. Eso sí, no conseguimos tirarnos a ninguna pues no teníamos ni un coche ni un piso libre al cual llevarnos a nuestras conquistas. Lo máximo que pasó fue con una chica a la que había seducido Gonzalo: tras haber estado enrollándose y metiéndose mano en la pista de baile, se colaron en un baño y ella le hizo una mamada a mi amigo.
Así transcurrió la primera mitad de nuestras vacaciones. La segunda mitad resultó ser muy distinta...
Al octavo día ocurrió algo que daría lugar a una serie de acontecimientos que, aunque entonces no lo sabía, cambiarían mi vida y la de mi madre. Los padres de Gonzalo recibieron una llamada de un hospital de Zaragoza. La abuela de mi amigo, una nonagenaria viuda que vivía sola, se había roto la cadera al caer de un autobús. Esto provocó que los padres de Gonzalo tuviesen que interrumpir sus vacaciones y volver a Zaragoza. Ellos insistieron a su hijo que debía quedarse a disfrutar de la playa. Le dijeron que se bastaban para cuidar de su abuela y que no tenía sentido que él les acompañase. Así pues, ellos se fueron y mi amigo se quedó solo en el piso de sus padres.
A la mañana siguiente, bajamos a la playa mi madre, Gonzalo y yo. Mi amigo y yo nos dimos cuenta de que mi madre estaba más apagada de lo normal. Cuando nosotros dos nos metíamos en el agua, ahora ella se quedaba sola y aburrida al no tener a los padres de Gonzalo para entretenerla. Intentamos estar con ella y animarla, pero no sirvió de mucho y se volvió al piso para “descansar antes de hacer la comida”.
Tío – me dijo Gonzalo – me da mucha pena ver a tu madre así...
Ya lo sé, macho, no hay manera de que pase página – contesté.
Es que me jode muchísimo. Tu madre era el alma de la fiesta y no aguanto verla tan triste...
Joder, ni yo, pero es que ya no sé que hacer
Bueno – me dijo él en tono serio – creo que hay algo que yo puedo hacer...
¿El qué?
A ver, es que puede parecerte raro... es algo que con mis padres aquí no me atrevía a hacer, y quería hablarlo contigo antes de hacer nada.
Ya... – dije sin entender nada – bueno, dime que se te ha ocurrido.
Pues... he pensado que lo que tu madre necesita es volver a sentirse viva. Desde que se murió tu padre, la gente la ha arropado todo lo que ella ha permitido, y eso está bien, pero no es lo que necesita para sentirse viva – me miró fijamente, para ver si estaba de acuerdo.
Ya... – no sabía a donde quería llegar.
Bien, pues a lo largo de estos años, lo que he aprendido de tu madre es que a ella le hace sentirse viva el ser la estrella. Por muy fiel que fuese a tu padre, a ella siempre le ha gustado estar sexy, llevarse miradas de otros tíos, recibir halagos y flirtear. Necesita recuperar eso.
¿Y que propones?, ¿que se busque novio?, ¿crees que mi madre está para eso? – reaccioné medio cabreado. Parecía no haberse fijado en que mi madre no quería saber nada de nadie.
No exactamente, lo que ella necesita es sentirse deseada. Si alguien le hace sentir lo que sentía antes, ella querrá volver a ser la de antes. Alguien tiene que darle esa chispilla... ya sabes, ligar con ella, subirle el autoestima y hacer que se quiera más a si misma. En cuanto vuelva a tener eso, seguro que volverá a ser como ha sido siempre.
Ya, ¿y quien va a hacerla sentir eso?, ¿no ves que intenta pasar desapercibida y evita a la gente? - pregunté irritado
Verás... esta es la parte delicada – me dijo mirándome fijamente a los ojos – tendría que ser yo.
¿¡Qué!? – pensé que debí haber oído mal.
Por eso decía que te parecería raro...
¡Hombre, no te jode!, si es que es normal que tus amigos se liguen a tu madre, ¡no es nada raro! – exclamé sarcásticamente.
Ya, Juan, ya lo sé, pero piénsalo – dijo ignorando mis aspavientos – en Madrid se pasa el día o en el trabajo o encerrada en casa, así que tiene que ser aquí... y aquí sólo yo puedo acercarme lo suficiente a tu madre para ligar.
Pero si te saca 18 años, idiota – dije desesperado – ¿que va a querer saber ella de ti?
Tío, no es por fardar, pero ya has visto que se me dan bien las tías – contestó seguro de si mismo – yo sé hacer que se sientan vivas... esa es la clave
¿Te has creído que mi madre es una cría? – estaba indignado – no te la vas a follar.
Oye, que yo no he hablado de follármela – dijo con cara de sorpresa – ni siquiera digo que ella tiene que desarme a mí, sólo digo que tengo que hacerla sentir deseada y volver a sacar ese lado juguetón que tenía.
Yo no sabía que decir, me quedé en silencio mientras él me miraba expectante.
Tío, tú déjame intentar ligar con ella esta semana, y ya está – insistió – sabes que jamás intentaría hacer algo que ella no quisiese, sólo quiero que deje de estar hecha un alma en pena. Piensa en ella, joder, que es una semana... si sale bien volverá a ser la de antes, y si sale mal pues no habrá pasado nada y punto.
Está bien – cedí mientras cerraba los ojos – si crees que puedes animarla, hazlo porque no puedo seguir viéndola así, pero te juro que como le hagas más daño, te mato.
Tío, tú confía en mí – me dijo dándome una palmada en el hombro – déjame hacer y todo saldrá bien; sabes que soy tu amigo y que nunca le haría daño a tu madre.
Y en eso quedamos. A partir de esa tarde Gonzalo intentaría usar su magia para sacar el lado coqueto de mi madre. Sin duda se me iba a hacer raro ver a mi amigo tirarle los tejos, pero sabía que quizás él estuviese en lo cierto y que esa era la única forma de que mi madre pudiese al fin pasar página.
La tarde transcurrió con sorprendente calma. Imaginaba que Gonzalo pasaría al ataque como le había visto hacer en la discoteca, pero no fue así. Cuando bajamos mi madre, él y yo a la playa, estuvimos charlando los tres en el mismo tono de siempre, sin que él dijese algo que se saliese de lo común. Al rato me apeteció darme un baño y les propuse que nos metiéramos en el agua, pero mi madre no quería y Gonzalo dijo que a él tampoco le apetecía, así que me fui solo. Estuve un rato refrescándome en el mar; luchando contra las olas y buceando cerca de la orilla. De vez en cuando les miraba por si veía algo fuera de lo común, pero no veía nada raro; seguían sentados sobre las toallas, charlando. Decidí que no tenía sentido comerme la cabeza y me aleje a nadar mar a dentro; estuve una hora más o menos. Al volver me fijé en que Gonzalo le decía cosas al oído a mi madre. No tengo ni idea de lo que estarían hablando, pero ambos se reían. Seguí observándoles un rato y no vi nada más, salvo que siguieron pasándolo muy bien. En un momento dado, Gonzalo le dijo una cosa al oído de mi madre que hizo que ella reaccionase riéndose y dándole un suave golpe a modo de reproche, como si mi amigo hubiese hecho una broma inapropiada. Me mosqueaba no saber de que se reían, pero decidí no darle mayor importancia... al fin y al cabo mi madre parecía que estaba de buen humor. Lo cierto es que cualquier otro día mi madre ya se habría vuelto al piso a estas alturas de la tarde, pero allí seguía, y pasándoselo como no la había visto desde la muerte de mi padre. En una hora y media Gonzalo había conseguido más que todos los amigos y familiares de mi madre en un año y medio...
Poco después salí del agua y volví con ellos. No parecía que hubiese interrumpido nada, y estuvimos de cháchara varias horas. Ellos contaban chistes, así que pensé que igual por eso habían estado riéndose tanto. Sabía que tanto mi madre como Gonzalo tenían un buen repertorio de chistes, y que como les diese por empezar con ellos podían estar horas y horas de guasa.
Cuando se puso el sol nos fuimos de la playa. Mi madre y yo volvimos a nuestro piso a ducharnos, y Gonzalo se fue al suyo a hacer lo propio. Como se había quedado solo, quedamos en que se viniese a cenar con nosotros. Y así lo hizo; estuvimos cenando y lo pasamos muy bien. Tan bien que estuvimos de sobremesa hasta pasadas las dos. Había sido un gran día, me sentía aliviado al ver que al menos parte de la madre había tenido año y medió atrás seguía ahí.
La mañana siguiente no bajamos a la playa porque nos despertamos bastante tarde y además no hacía muy buen tiempo. Después de comer volvió a salir el sol y nos animamos a bajar. La tarde se desarrolló de forma parecida a la anterior: estuvimos los tres hablando tranquilamente mientras tomábamos el sol, y después me fui a nadar solo, ya que una vez más mi madre y mi amigo prefirieron quedarse sentados en las toallas.
Al igual que la tarde anterior, estuve nadando hasta alejarme bastante de la costa y tardé un buen rato al regresar. Cuando me acerqué de nuevo a la orilla vi que Gonzalo y mi madre se habían metido en el mar. Estaban riendo y jugando a echarse agua el uno al otro. Creo que era la tercera vez en los diez días que llevábamos ahí que mi madre se bañaba, y desde luego era la primera vez que jugaba en ella; las otras dos veces que se metió en el agua fueron para refrescarse dos minutos y salir. Gonzalo había logrado otro avance.
Al acercarme a ellos, mi madre me recibió salpicándome agua, invitándome a que me uniera a sus juegos. Lo pasamos bien, jugando en el agua, riéndonos, recordando anécdotas de otros veranos... fue otra buena tarde. El resto del día fue prácticamente idéntico al anterior, cenamos juntos en el piso y estuvimos largas horas de cachondeo hasta que Gonzalo se fue.
Cuando bajamos a la playa la mañana siguiente, los tres nos metimos directos al agua. Estuvimos un rato nadando y jugueteando como habíamos hecho el dia anterior, hasta que me apeteció tomar el sol un rato y me volví a mi toalla. Ellos se quedaron jugando en el mar mientras yo les observaba. Noté algo diferente. Había más complicidad entre ellos que en los días anteriores. Ya no sólo se salpicaban agua, sino que también se hacían ahogadillas, se lanzaban uno sobre otro, se rozaban más y más, y, en un momento dado, Gonzalo se sumergió para sorprender a mi madre por detrás y hacerle cosquillas. Las cosquillas no duraron mucho, pero él se mantuvo detrás de ella, abrazándola y diciéndole cosas a mi madre. Yo no podía oír nada de lo que le decía, pero sí podía ver que, fuese lo que fuese, a mi madre le debía hacer mucha gracia porque no hacía más que reírse. Me mosqueé un poco, pero no le di mayor importancia.
La tarde mantuvo la misma tónica y ellos se fueron solos al agua para seguir con sus jueguecitos, que a mí cada vez me parecían más subidos de tono. Aunque me alegraba ver a mi madre pasárselo bien después de todo lo que ha estado sufriendo, no me gustaba lo que veía. Consideraba que Gonzalo se estaba pasando. Habíamos quedado en que tenía que tontear un poco con ella y animarla, no en que le sobase el cuerpo de esa manera. Pensé que había que poner un poco de orden, así que me metí en el agua con ellos para ver si les cortaba el rollo. No se mostraron molestos al ver que me unía a a la fiesta, pero sí que suavizaron el tono del jugueteo. Perfecto. Tras unos diez minutos, ellos se volvieron a las toallas a tomar el sol. Yo les dije que me uniría a ellos en unos minutos, ya que aún quería nadar un poco más. Cuando regresé, estaban hablando. Bueno, más bien flirteando. Y no, esta vez no se cortaron con mi presencia. Yo me senté sobre mi toalla y ellos siguieron tonteando y riéndose a mi lado.
¿Pero porque me vienes con estos bañadores, Ana? – preguntaba en tono burlón Gonzalo – ¿que ha sido de esos bikinis tan sexys?
Ay, chico – decía mi madre, medio avergonzada – eso no me lo preguntes...
¿Porqué? Si te sentaban de maravilla...
Ya... pues eso, me sentaban. Este año no tengo el cuerpo para eso.
Pero que dices, si sigues estando buenísima – asertó mi amigo mientras le ponía una mano en el costado a mi madre – ¿no ves que tienes un cuerpazo bajo toda esta tela?
Ay, calla, adulador – contestó mi madre, sonrojada.
No puedes mantenerme silenciado cuando soy testigo de semejante crimen, ¡ese cuerpo ha sido encarcelado injustamente!– exclamaba Gonzalo en un tono de fingida indignación, a la vez que elevaba el dedo índice.
Jijiji – mi madre reía como una tonta.
Cuando venías en bikini te marcabas unos topless espectaculares, ¿te acuerdas? Hay que volver a liberar esos pechos. ¡Libertad!, ¡libertad!, ¡libertad! – decía en tono payaso mientras alzaba un puño arriba y abajo como si estuviese en una especie de manifestación por la liberación de las tetas de mi madre.
A mí no me hacía ni puta gracia, pero a mi madre le hacía toda la del mundo. Ella se reía mientras el seguía con gilipolleces del tipo “pezón, amigo, el pueblo está contigo”. Finalmente mi madre intentó zanjar el tema diciendo que es que no se había traído bikinis, así que este año no iba a poder ser. Obviamente eso no detuvo a Gonzalo, que dijo que ahora mismo se iban los dos a comprar uno en alguna tienda. Mi madre se negaba, pero él insistió diciendo que iba a ir comprarle uno aunque fuese solo, y que si no le acompañaba entonces quizás acabaría comprándole uno que a ella no le gustaba. “¡No descansaré hasta que se haga justicia con ese cuerpo!” presionaba. ¿De que coño iba mi amigo? Me daban ganas de soltarle una hostia, pero no quise decir nada y montar un número delante de mi madre por miedo a que hiciese retroceder su ánimo y tirar el progreso de estos días por la borda.
Al final mi madre acabó cediendo y, tras ducharse en el piso, se fueron de compras. Por supuesto yo podía haberles acompañado, y quizás debería haberlo hecho, pero en ese momento estaba cabreado y temía que, si iba con ellos, me tocase aguantar a Gonzalo haciendo el gilipollas y cantando consignas reivindicativas sobre las tetas de mi madre. Yo me fui al piso a esperarles. Tardaban mucho. Me llegó un whatsapp de mi madre diciendo que iban a cenar algo en un puesto del centro comercial, y que me hiciese una pizza de microondas si me entraba el hambre. Joder, esto ya no era normal. Al final mi madre no apareció por casa hasta la media noche. Menos mal que vino sola, porque si tenía que seguir tragando las idioteces de Gonzalo... en fin, menos mal que no vino. A todo ésto, mi madre me enseño sus compras. Había comprado dos bikinis, uno color beige y otro negro. Ambos parecían ser de corte atrevido, y la parte de abajo era en plan tanga. Normalmente eso hubiese echado más leña al fuego que tenía en mi cabeza, pero lo cierto es que mi madre siempre había llevado bikinis así. Respiré profundamente y decidí tomármelo como una buena señal; como si fuese un paso más de cara a recuperar a mi madre.
Si ese día me había parecido duro, el siguiente fue mucho peor. Mi madre estrenó su bikini color beige. Por mucho que fuese mi madre, tengo ojos y veía que le sentaba francamente bien. ¿Kilitos de más? Y una mierda. Puede que tuviese un poco más de chicha, pero era mínima; ella seguía teniendo un cuerpazo y ese atrevido conjunto de dos piezas no hacía más que ensalzar sus virtudes. Naturalmente, Gonzalo no perdió un segundo en empezar a piropearla. Pero claro, ver a mi madre en bikini no era suficiente para él. Apenas llevábamos media hora tomando el sol cuando volvió a insistir con el tema del día anterior:
Bueno... ¿y qué pasa con el topless?
Jaja, de eso olvídate, que a estas alturas ya es tarde
¿Cómo que es tarde?
Pues que por ahí no me ha dado el sol y voy a estar rara con la piel blanca. Esto se tiene que hacer el primer día, no en la ultima semana de vacaciones.
Jajaja, no seas tonta, si hasta hace dos días te has pasado las vacaciones o encerrada en el piso o escondida bajo la sombrilla – dijo Gonzalo mientras le ponía una mano en abdomen – mira esta barriguita, ha estado tapada todos estos días y casi no se nota el contraste con el resto de tu cuerpo. Ni ayer ni anteayer ha hecho tanto sol como hoy; es el día perfecto para empezar... además tu coges color enseguida. ¡Venga, ahora no te hagas la estirada, que siempre te ha gustado tomar el sol sin la parte de arriba!
Uff, es que me da pereza, acabo de guardar la crema – mi madre le daba largas
¡Qué vaga!... anda, tranquila que te la saco – dijo mientras metía la mano en el bolso de mi madre – si quieres, te la puedo poner y todo – le guiñó un ojo, con todo el descaro del mundo.
Anda, idiota, pásame el bote – mi madre quitaba hierro al asunto, aunque no parecía molesta por la desfachatez de mi amigo y había acabado accediendo a quedarse en topless.
Bueno, entones imagina que soy yo el que te la pone – le dijo mientras desplegaba su traviesa sonrisa. Mi madre le fulminó con la mirada; ahí se había pasado – aquí la tienes, guapa, toma tu bote – mi madre cogió el bote de su mano sin mirarle a la cara, y se quitó la parte de arriba del bikini.
Al deshacerse de la prenda observé que Gonzalo no se había equivocado, pues el contraste de bronceado no era muy llamativo. Lo llamativo era otra cosa: las grandes tetas que había visto años atrás ahora estaban enormes. Al parecer los kilitos de más habían ido a parar a su pecho, porque daba la impresión de haber ganado una talla o dos desde el último verano que habíamos pasado ahí. Eso sí, no eran ubres desproporcionadas ni dos bolsas de grasa; eran dos pechos firmes y voluminosos que atraerían las miradas de cualquier hombre que pasase por ahí al lado. Desde luego atrajo la mirada de Gonzalo. Vaya si la atrajo. El cabrón se recreaba mirando como mi madre untaba esos melones con la crema solar. Y, claro está, las miradas fueron acompañadas de comentarios imbéciles sobre el gran favor que hacía a la humanidad al mostrar “esas dos obras de arte” al mundo. Mi madre se sonrojaba y reía. A mi no me gustaba nada toda esta mierda, pero estaba claro que a mi madre sí. Y al parecer no solo le gustaba, sino que también le excitaba. Me fije en que los pezones de mi madre se estaban poniendo firmes. Muy firmes. Joder, había visto pocas veces unos pezones así. De repente me vinieron a la cabeza las imágenes que salieron hace un año o dos de Kelly Brook haciendo topless en la playa. Los pechos crecidos por el aumento de peso, los pezones erectos, y el hecho de que mi madre tuviese una complexión, edad y rasgos similares a los de la modelo, hacía inevitable que mi mente las comparase. Creo que fue entonces, al ver el parecido, cuando me di cuenta de hasta que punto estaba buena mi madre. Empecé a entender porque Gonzalo parecía pasárselo tan bien ligando con ella. Y, peor aún, empecé a sospechar que para él el objetivo de todo este plan no era ayudar a mi madre, sino follársela.
La situación se iba calentando más y más, hasta que mi madre debió sentir la necesidad de bajar su temperatura y fue a zambullirse en el mar. Sin embargo, Gonzalo no estaba dispuesto a dejar que la cosa se enfriase y se fue con ella al agua. Al poco estaban jugando igual que el día anterior, sólo que esta vez mi madre tenía las tetas al aire y los roces entre sus cuerpos ya no tenían una tela de por medio. Estaban montando un todo un numerito y algunos bañistas no pudieron evitar mirarles y murmurar cosas entre ellos. A mí se me caía la cara de vergüenza ajena, pero a mi madre y a mi amigo parecía no importarles ser el centro de atención. Ellos seguían tan tranquilos con sus ahogadillas, sus cosquillas, sus roces y flirteos; no se cortaban un pelo. Yo estaba cabreado y, cuando mi madre volvió a su toalla, me fui corriendo al agua para hablar con Gonzalo a solas antes de que se me escapase. Quería saber que coño estaba pasando y dejar las cosas claras de una vez.
Oye, ¿a qué cojones juegas? - le espeté.
¿Que pasa?
No me vengas con esas, dime, ¿qué haces con mi madre?
Ah, eso... va bien, ¿no? – dijo el muy hipócrita – parece que se va animando.
No me vaciles, tío. Te estas pasando mazo – me estaba costando mucho mantener la calma.
¿Qué dices?, si lo estamos pasando bien – me miraba como si le sorprendiese mi enfado – no está pasando nada.
Podrías cortarte un poco... se suponía que tenías que tontear un poco con ella para subirle los ánimos. Pues bien, ya está hecho, no hace falta que sigas con ésto; deja de tirarle los tejos a mi madre.
No puedo hacer eso – puso un tono muy serio.
¡¿Cómo que no?!
Si paro ahora, después de haberle dado tanta bola, volverá a deprimirse – aseveró con seguridad – pensará que he estado jugando con ella para divertirme un poco a su costa, o que me he fijado en cualquier otra chica. Se sentirá insegura, creerá que ya no es lo suficientemente deseable. Las mujeres son así, se comen la cabeza por tonterías de estas. Tengo que seguir hasta que os volváis a Madrid.
No vas a parar hasta follártela, ¿verdad? – la pregunta la hice cargada de ira y desprecio.
No voy a parar hasta que ella quiera que pare. Pero, ¿qué quieres que te diga?... sí, lo normal es que esto acabe con sexo de por medio – confesó.
¡¿Qué?! – exclamé en alto. Tuve que girarme y comprobar que mi madre no me había oído.
Mira – dijo bajando el tono – ¿qué quieres?, ¿que pare? Ahora no puedo. Es verdad, quizás me he pasado un poco en algún momento, lo siento, pero ahora estoy en un punto sin retorno. Tengo que seguir. Tu madre quiere sexo, o al menos no va a tardar en quererlo; hasta tú te has dado cuenta de ello. Yo ya no puedo pararle los pies y no estoy en situación de rechazarla, porque sino se va a deprimir otra vez.
Ya, que gran sacrificio por tu parte... eres una mierda de amigo.
¡La hostia! – exclamó ofendido – ¿Qué quieres que te diga?, ¿que admita que disfrutaría con ella en la cama? Pues vale: sí. A cualquiera le gustaría acostarse con una mujer así, está claro. Pero te digo de verdad que no esperaba llegar a esto... tu madre estaba fatal y no imaginaba que fuese a ponerse tan receptiva. Y no me vengas con que soy un mal amigo... ¿prefieres arriesgarte a que tu amigo se tire a tu madre o arriesgarte a que ella vuelva a caer en una depresión? ¿Eso no es de mal hijo? ¿No es de mala persona? – me reprochaba – No me jodas y deja de ser egoísta... entiendo que no te guste la situación, pero piensa en ella. Date cuenta de que es mejor que tragues con esto durante los pocos días que os quedan aquí a tener que ver a tu madre echa una mierda todo el tiempo en Madrid.
Me quedé callado. Estaba cabreado, pero él tenía razón. Tenía que haber parado esto antes. Quizás debería haber estado más encima de ellos... no haberles dejado tanto tiempo solos y haber ido hablando del tema con Gonzalo de forma más seguida. Ahora ya... era tarde. No me quedaba otra que apartarme y observar. Quien sabe, quizás al final no pase nada, pensé. Miré a Gonzalo a los ojos y asentí. “Vale, está bien” le dije, derrotado. El me sonrió y me dio una palmadita en el hombro antes de volver con mi madre. Yo me me sumergí en el agua, necesitaba estar solo y tranquilo.
Ni que decir tiene que, después de aquella conversación, Gonzalo no sólo siguió intentando seducir a mi madre, sino que ahora salía a por todas. Los tonteos, jueguecitos, roces y sobeteos fueron en aumento a lo largo de la semana y cada vez eran más descarados. Recuerdo que en nuestra penúltima mañana allí, mi amigo no se cortó dar un fuerte cachete al culo de mi madre y decirle “¿ves lo rápido que has cogido color? Este culazo esta bien morenito”. La otra mano no se quedó atrás y pellizcó uno de sus erectos pezones “y estas dos maravillas también” dijo guiñándole un ojo. Mi madre se reía y le dejaba hacer. No importaba que estuviese yo al lado, ni que les pudiese ver toda la playa; el cabrón la tenía en la palma de su mano.
Yo me consolaba recordando que al día siguiente a medio día nos volvíamos a Madrid. En unas 24 horas todo habría acabado, así que me quedaba poco suplicio por delante. Además, a pesar de lo caliente que se había puesto el tema, no habían follado. Empecé a tener la esperanza de que no iban a dar ese paso. Tal vez mi madre no estaba preparada para entregarse por completo a otro hombre, o tal vez a Gonzalo había recapacitado un poco y ahora pensaba que no sería apropiado llegar a esos extremos con mi madre. “Ojalá lo dejen aquí y luego ya en Madrid mi madre se busque a un hombre con el cual pasar página”, me decía a mi mismo. Quería que mi madre fuese feliz, y veía bien que lo fuese con un hombre a su lado, pero me repateaba que ese hombre pudiese ser un chaval dos años mayor que yo.
Recuerdo muy bien aquella tarde. Era mi última visita a la playa pues eran las fiestas del pueblo y esa noche habría verbena hasta bien entrada la madrugada. Como seguramente nos despertaríamos tarde al día siguiente, no íbamos a tener tiempo de volver a la playa antes de irnos a medio día a Madrid. Gonzalo y mi madre estaban bañándose mientras yo estaba sentado en mi toalla, absorto en mis pensamientos. Cuando salí de mi mundo me di cuenta de que les había perdido de vista. Me levanté y miré hacia el mar. No les veía. Me gire a mi alrededor y tampoco les localizaba. Era la primera vez que se me escapaban de esta forma... me puse un poco nervioso. Entonces se me ocurrió que a lo mejor se habían ido nadando hacia la playa de piedras que había al lado. Ambas calas estaban separadas por una formación rocosa que se podía o bordear a nado o cruzar a pie. Me decanté por la segunda opción.
Estaba a mitad del camino entre las dos playas cuando empecé a oír unos ruidos a bajo volumen. No sabía muy bien lo que era, los ruidos eran casi inaudibles pero parecía que había alguien en el agua, justo al lado de donde estaba yo. Me asomé por las rocas y miré hacia abajo. El corazón me dio un vuelco. Vi a mi madre y a Gonzalo enrollándose en el agua. Debían tener una plataforma de roca debajo, pues estaban de pie y el agua les llegaba a la cintura. Fundidos en un abrazo, se comían la boca el uno al otro. Las manos de Gonzalo se aferraban a los cachetes del culo de mi madre, y ella le rodeaba con sus brazos para empujar sus enormes pechos contra él. No sabía cuanto tiempo llevarían así, pero desde luego siguieron en esa posición un rato, hasta que él decidió dar un paso más. Interrumpió el morreo y violentamente le dio la vuelta a mi madre. Entonces él ataco desde atrás, pasando sus manos al rededor del cuerpo de mi madre y posándolas sobre sus tetas. Jugaba con sus pezones a la vez que le mordisqueaba la oreja y el cuello. Ella jadeaba, totalmente entregada. Y más jadeó cuando Gonzalo deslizó una de sus manos dentro de la parte de abajo del bikini para empezar a masturbarla.
Te gusta, eh – le decía él, lo suficientemente alto como para que yo pudiese oírle.
Mmmm, sííííí... – mi madre gemía de placer
Vas a ser mía... joder que coño tan caliente tienes, me moría por tocártelo... te lo voy a reventar de un pollazo.
Uff, me muero de ganas, pero ahora no – mi madre hablaba entre gemidos – espera a después de la verbena que quiero hablar con Juan... él merece saberlo antes de que pase. Además, si le da por buscarnos ahora, nos podría pillar... tenemos que acabar esto rápido.
Está bien, preciosa, pero si quieres correrte ahora, más vale que me compenses bien esta noche...
Uff, sí, no me dejes así, por favor – imploraba la muy zorra – esta noche podrás hacer lo que quieras conmigo, no te arrepentirás de dejarlo para luego, te lo prometo.
Nada más decir eso, Gonzalo aumento el ritmo que imprimían sus dedos sobre el sexo de mi madre y, unos segundos después, ella se corrió como sólo hubiese podido la más guarra. Tuvo que apretar sus dientes para no gritar de placer. No había vuelta atrás: esta noche iban a follar.
Se estuvieron besando un rato más antes de volver hacia la playa. Yo tuve que correr para llegar a la toalla antes de que ellos pudiesen ver que me había movido de mi sitio. Cuando se sentaron a mi lado actuaron como si nada hubiese pasado. Yo era de lejos el que más tenso estaba, pero lo disimulé bien y estuvimos charlando tranquilamente como habíamos hecho en días anteriores. Ya de noche, en el piso, cené solo con mi madre. Estábamos tomando el postre cuando sacó el tema:
Oye, Juan, quería hablarte de una cosa...
Dime.
Es sobre Gonzalo...
Dime – trague saliva - ¿qué pasa?
Bueno... él y yo nos lo estamos pasando muy bien juntos, ¿sabes?
Sí – dije casi sin voz – os lleváis muy bien – puse el tono más inocente que pude, para evitar que sospechase que sabía más de lo que ella creía.
Eso es – estaba nerviosa – nos llevamos muy bien... y hacía tiempo que no me llevaba así de bien con alguien, ¿entiendes?
Sí, mamá – joder, que conversación más incómoda; tenía que acabar con ella cuanto antes – lo entiendo, de verdad, y me parece bien.
¿Sí? – me miraba con cara de no estar segura de que lo entendiese del todo
Sí – insistí – tienes que pasar página, ya lo hemos hablado otras veces – le dije para que viese que entendía de lo que estábamos hablando.
¿Te parece bien? – me miró a los ojos – ¿No te molesta?
No, de verdad – mentí – en realidad me parece genial que te hayas fijado en alguien como Gonzalo. Sabes que, además de ser mi amigo, siempre le he admirado y me ha parecido un tío guay. Me alegra que hayas elegido a alguien como él para empezar a pasar página – sentía como un puñal se clavaba en mis entrañas mientras vomitaba esas mentiras, pero pensé que era lo que debía decir. Total, iban a follar igualmente. Quería que al menos mi madre tuviese la conciencia tranquila. Lo último que necesitaba era que se me deprimiese después de todo esto porque pensase que me había hecho daño.
Y así les di mi bendición. Ella parecía sorprendida por mi reacción, pero creyó mis palabras. Incluso se emocionó y vino a darme un beso y un abrazo; estaba agradecida, aliviada y orgullosa por la madurez de mis palabras. Joder, casi me pongo a soltar lágrimas yo también... aunque no sabía si por lo bonito que era volver a verla tan feliz, la vergüenza de haberla mentido tan descaradamente, o la rabia que sentía al pensar que Gonzalo se la iba a tirar esa noche. Puta vida.
Tras la cena, nos arreglamos para ir a la verbena. A mi me bastó media hora para ducharme, afeitarme y vestirme, pero mi madre se esmeró en arreglarse lo mejor que pudo. Por mucho que a mí me pesase, ella quería deslumbrar al que iba a ser su amante. Se puso un vestido verde oscuro que tenía un escote de infarto y con un bajo corto que permitía lucir sus torneadas piernas. No lo había visto antes, debió comprarlo aquí. Su pelo, aunque suelto, estaba muy bien peinado; y su maquillaje resaltaba sus ojos y sus labios carnosos de forma que parecía completamente natural. Mi madre era una mujer muy guapa, pero pocas veces había llegado al nivel de esa noche. Estaba espectacular.
Cuando Gonzalo la vio, casi se le salen los dedos de las órbitas. Le hizo saber que estaba guapísima mientras le saludaba con dos besos. Mi madre entonces le dio un pico en los labios, indicándole que yo estaba al tanto de lo que pasaba. Gonzalo me miró y yo le devolví la mirada y asentí con la cabeza. El sonrió y yo sentí de nuevo que se me clavaba un puñal en las tripas. Tomó la mano de mi madre y fuimos hacia la plaza del pueblo, que era donde se celebraba la verbena.
La plaza estaba a rebosar. La fiesta había empezado hacía unas horas por lo que ya había mucho ambiente. Estuvimos los tres bailando, aunque claro está que más bien yo estuve bailando solo mientras ellos dos bailaban juntos. Poco a poco nos fuimos separando, aunque yo les observaba de vez en cuando. Se frotaban el uno contra el otro en los bailes y se daban besos. A medida que avanzaba la noche, bailaban menos y se besaban más; y al rato empezaron a morrearse y a tocarse el uno al otro de una forma que rayaba con escándalo público. Yo quería que me tragase la tierra.
Sobre las tres y media se me acercó mi madre.
Juan... Gonzalo y yo nos hemos cansado un poco de bailar. Vamos a tomar una copa a su piso... no te preocupes por nosotros, tú sigue pasándotelo bien. Ya nos vemos mañana.
Osea: “Gonzalo y yo vamos a follar, quédate aquí y no nos molestes. No me esperes despierto que vamos a darle como conejos toda la noche”. Me tragué el cabreo y le dije que genial, que lo pasasen bien. Le di un beso de despedida y alce mi mano hacia donde estaba Gonzalo para despedirme de él también. Cuando se fueron estuve bailando un rato, pero no podía relajarme. Me estaba rayando con la idea de que un chaval sólo un par de años mayor que yo, mi amigo, iba a tirarse a mi madre de un momento a otro. No había pasado ni un cuarto de hora cuando decidí irme a casa.
El volver al piso me sirvió de poco. No podía quitarme de la cabeza lo que estaba pasando en la vivienda de al lado. ¿Qué estarían haciendo en ese momento?, ¿Estarían en medio de un polvo?, ¿Obligaría Gonzalo a mi madre a que le hiciese una mamada para compensarle por no haberle dejado metérsela en la playa? Joder, no sabía porque pensaba en esas cosas, pero no podía evitarlo. Entonces me di cuenta de una cosa. El dormitorio grande de nuestro piso (el que usaba mi madre), se conectaba por la terraza con la terraza del piso de Gonzalo, que a su vez daba al dormitorio grande de ese piso. En ese dormitorio dormían los padres de Gonzalo y era, por tanto, el dormitorio que tenía una cama de matrimonio. Lo lógico sería que estuviesen follando en esa habitación, y yo podría colarme en el balcón a echar un vistazo. Lo único que podía impedírmelo era que tuviesen las cortinas echadas, pero al ser una piso que daba al mar y no tener vecinos en frente, era posible que las hubiesen dejado abiertas. Joder, espiarles estaba mal, pero no podía seguir así... tenía que ver lo que pasaba. Sabía que verlo sólo iba a joderme más, pero yo que sé, quizás sea masoca... el caso es que necesitaba verlo. Me fui corriendo a la terraza y me colé en la suya. Bingo, las cortinas no estaban echadas. El ventanal estaba entreabierto; el corazón me latía a mil cuando me asomé.
Ahí estaba ella. Mi madre estaba tumbada boca arriba sobre la cama; un tanga negro era la única prenda que le quedaba puesta. Me fijé en sus pezones. Estaban tiesos, igual que cuando Gonzalo le calentaba en la playa, pero esta vez parecían brillar. Daba la impresión de que las tetas de mi madre estaban ensalivadas; el cabrón de mi amigo se las debía haber estado comiendo mientras yo estaba en el piso de al lado. En ese momento apareció él. Entró por la puerta del dormitorio vistiendo únicamente unos calzoncillos rojos, abultados por lo que debía ser una erección. Se detuvo a los pies de la cama, contemplando a la mujer que iba a hacer suya esa noche. Mi madre levantó un pie y empezó a restregarlo por el paquete de Gonzalo. Alternaba movimientos circulares con movimientos de arriba-abajo mientras el bulto que escondía la tela roja parecía crecer aún más. El otro pie comenzó a jugar con el elástico de los calzoncillos, haciendo ver a Gonzalo que ya era el momento de despedirse de ellos. Mi amigo se apartó unos centímetros y se despojó de su ropa interior, liberando su herramienta. Era grande... no era en plan actor porno, pero desde luego tenía un tamaño como para que él pudiese sentirse orgulloso, tanto por su longitud como por su grosor. Y si el podía sentirse orgulloso, mi madre parecía sentirse encantada. Se relamió como una puta hambrienta al ver las dimensiones de la polla que tenía frente a ella. Sus plantas acariciaban ahora directamente sobre el rabo y las pelotas de Gonzalo. El cabrón sonreía, disfrutando de la suavidad de esos pies que se deslizaban por todo su sexo.
Un minuto después, las manos de Gonzalo tomaron los tobillos de mi madre. Sujetándolos bien, apartó los pies de su mástil y los separó para abrirle las piernas. Súbitamente, tiró de los tobillos de mi madre hacia él, arrastrándola hasta llevar todo su cuerpo a los pies de la cama. La brusquedad del movimiento sorprendió a mi madre, pero no redujo ni un ápice su excitación. No, desde luego que no lo redujo porque, al ver tan cerca la tranca de Gonzalo, no perdió tiempo en metérsela en la boca. Ella estaba ahora sentada en el borde inferior de la cama y, desde esa posición, se inclinó hacia delante y rodeó el glande que tenía frente a ella con los labios. Al principio lo metía y sacaba de su boca... jugueteaba con él, dando lametones y besitos; pero su hambre de polla fue a más y no tardó en empezar a mamársela con ganas. La muy zorra cerraba los ojos, disfrutando del sabor de la barra de carne que se deslizaba entre sus labios. La cabeza de mi madre subía y bajaba mientras succionaba con esmero la verga de su amante. No se como lo hacía, pero era capaz de llegar hasta prácticamente la base de ese tronco. Y por si no llegaba hasta el final, el cerdo de Gonzalo le ayudaba, empujando la cabeza de mi madre con sus manos y realizando movimientos pélvicos como si se estuviese follando la boca que rodeaba su polla.
Estuvieron así varios minutos, aunque a mí me parecieron horas. “Sigue así, Ana, que me debes un orgasmo” le decía el muy perro, haciéndome recordar la grotesca escena que había visto en la playa, “muy bien, joder, te voy a dar una buena ración de leche”. Yo pensaba que esto haría que mi madre se apartase, asqueada ante la idea de que se corriesen en su boca, pero me equivocaba. Vaya si me equivocaba. Al parecer había subestimado lo guarra que era mi madre, porque esas palabras parecían haberla encendido aún más. Ella se la chupaba con todo el vicio del mundo, cada vez más rápido; cada vez más al fondo. La muy puta no sólo no paraba, sino que aceleraba el ritmo. Me parte el alma admitirlo pero mi madre parecía saber como comerse una polla mejor que cualquier actriz porno que yo haya visto. Gonzalo empezó a resoplar; debía estar a punto. Mi madre se dio cuenta y se aferró a las nalgas de mi amigo, como para asegurarse de que ese pollón no se le fuese a escapar y privarle del néctar que tanto ansiaba probar. Y entonces llegó. “¡Sííííí, me corro!” exclamaba Gonzalo mientras disparaba su lefa en la boca de mi madre. El orgasmo pareció durar unos diez segundos, pero mi madre mantuvo el cipote en su boca mucho más tiempo. Ella le miraba a los ojos mientras le limpiaba el capullo con su lengua; la muy zorra no quería desperdiciar ni una sola gota.
Una vez concluida la mamada, Gonzalo se tiró en la cama boca arriba.
Anda, ven aquí – le ordenó – quiero volver a comerme esas tetazas.
Mi madre se rió y se acercó a él con obediencia. Se puso a cuatro patas sobre la cabeza de su amante, dejando que sus enormes melones cayesen sobre la cara de Gonzalo. Él le chupaba un pezón mientras magreaba la otra teta con una de sus manos. La lengua de Gonzalo recorría ahora por toda la superficie del busto de mi madre. Flexionaba la cabeza para hundir su cara en el canalillo, besaba sus pechos, le chupaba los pezones y los lamía en círculos; estaba usando todo tipo de técnicas para comerle las bufas.
Uff – resoplaba mi madre – ¡me encanta como me comes las tetas!
Y a mí me encanta comértelas, nena – le replicaba Gonzalo – pero ahora que ya las ha probado mi boca, es hora de que las pruebe otra parte de mi cuerpo.
Mi madre entendió a la perfección lo que le estaba pidiendo mi amigo. Con una lasciva sonrisa en la boca, ella se desplazó hacia abajo, deslizando sus domingas por todo el cuerpo de Gonzalo. La verga de ese cabrón ya se había vuelto a empalmar. Sin más dilación, mi madre la encerró entre sus melones y empezó a hacerle una cubana. Se me revolvían las tripas al mirar la cara de placer de ese hijo de puta... aunque viendo la de mi madre, que se mordía los labios de lo cachonda que estaba, quedaba claro que aquí el único hijo de una auténtica puta era yo. Tras estar unos minutos disfrutando de como las tetas de mi madre le pajeaban la tranca, Gonzalo decidió de que ya era hora de pasar a mayores.
Con un gesto indicó a mi madre que se quitase el tanga. Ella así lo hizo y acto seguido lo restregó juguetonamente por la cara de aquel cerdo.
Mira lo mojada que me tienes – decía mi madre con lujuria.
Pues súbete encima y verás lo que disfrutas.
No hizo falta pedírselo dos veces. Ella se colocó sobre el vientre de Gonzalo y con una mano le dirigió la polla hasta la entrada de su cueva. Mi madre tenía el coño tan lubricado que sólo tuvo que dejarse caer para sentir como esa espada de carne se clavaba en lo más hondo de sus entrañas. Ella soltó un gemido de placer al sentir como esa gruesa barra le llenaba. Tras cruzar una mirada cómplice con mi amigo, comenzó a cabalgarle. No se anduvo con delicadezas; estaba tan cachonda que empezó a botar sobré él con todas sus ganas. El ritmo del coito era rápido y las enormes tetas de mi madre se bamboleaban para deleite de Gonzalo, que no se perdía ni un detalle mientras movía sus caderas para acompañar el movimiento de la jineta que tenía encima. Los jadeos de mi madre retumbaban en mi cabeza; sonaban más fuertes con cada segundo que pasaba. Gemía como una puta entregada a medida que se acercaba al orgasmo y, cuando éste por al fin llegó, soltó un tremendo alarido de placer y se derrumbó rendida sobre su amante.
Tras quedar en éxtasis, sus labios buscaron a los de Gonzalo. Se besaron con pasión, morreándose profundamente. No duraron mucho así, pues él aún no se había corrido y no estaba dispuesto a esperar mucho más. Con un movimiento rápido, volcó a mi madre a un lado y pasó a quedar encima de ella; adoptaron la posición del misionero y reanudaron el ejercicio de pasión. Ahora era él el que estaba desbocado. Movía la pelvis con fuerza, clavando toda su estaca en mi madre con cada embestida. Ella lo disfrutaba como una perra en celo; se abrazaba a él y abría más sus piernas para facilitarle el acceso. Los gritos de placer de mi madre indicaban que se estaba volviendo a correr, lo cual parecía envalentonar más a Gonzalo, que cada vez le daba más fuerte y más rápido. El tío tenía un taladro entre las piernas. Un taladro con las pilas bien cargadas porque el cabrón aguantó como un jabato el ritmo durante varios minutos hasta que ya no puedo más y anunció que se iba a correr. Para mi sorpresa, y la de Gonzalo también por lo que veía en su cara, mi madre enroscó sus piernas al rededor de la cintura de su amante, invitándole a que se corriese dentro, a pesar de que lo estaban haciendo sin condón. Atrapado por las piernas de mi madre, que de nuevo se estaba corriendo, Gonzalo continuó bombeándole el coño hasta que su polla estalló en un potente orgasmo y vomitó todo su semen.
Ambos se miraban a los ojos, extasiados. Tras intercambiar miradas y risas con complicidad, sus bocas volvieron a fundirse en otro largo y apasionado beso. Gonzalo se quitó de encima y se recostó a un lado; ambos se abrazaron y estuvieron unos minutos compartiendo mimos y besos en silencio, hasta que él habló.
Que coño más estrecho tienes. ¡Qué maravilla!
Jajaja – a mi madre le gustó el cumplido – bueno, es que claro, llevaba año y medio sin hacer esto...
Pues eso no está bien, Ana. Eres un espectáculo de mujer; no sólo estás buenísima sino que en la cama follas como una leona. Tienes que hacer esto más a menudo...
Jaja, eres un adulador. – mi madre se puso colorada – Es que todo ha sido muy difícil para mí desde que murió mi marido.
Ya, pero lo hemos pasado bien juntos, ¿no?
Sí... ha sido una semana increíble – mi madre le dio un pico a Gonzalo – tú has estado increíble; casi había olvidado lo que era ser feliz, pero tú me lo has recordado.
Y te lo pienso seguir recordando toda la noche – le guiñó un ojo
Jajaja, no me refería a eso tonto – dijo ruborizándose – tu compañía a lo largo de estos días ha sido muy especial... eres un cielo – los ojos de mi madre brillaban; empecé a temer que se había encoñado.
Para mí también ha sido muy especial... me encanta volver a verte sonreír. – Ahora era él el que le daba un pico a ella – Oye, y ¿como es que sigues tomando la pastilla si no has tenido relaciones en todo este tiempo?
¿Qué pastilla? – mi madre le miraba extrañada
La anticonceptiva... me has dejado que me corra dentro, así que supongo que la tomas, ¿no?
¡JODER! – exclamó mi madre – no había caído. Es que mi marido tuvo unas paperas que le dejaron estéril poco después de que me quedase embarazada... nunca he tenido que preocuparme por eso y claro, no he caído...
¡Joder, qué cagada! – Gonzalo estaba agitado – ¿qué hacemos?
Bueno, no te preocupes – mi madre parecía un poco más serena – estoy en un momento seguro de mi mes. Creo que podemos estar tranquilos.
¿Estás segura?
Sí, tranquilo... no te agobies, anda, sigamos disfrutando de la noche – volvió a besar los labios de su amante – la próxima vez córrete fuera si quieres y ya está.
En esas tetazas me voy a correr yo – dijo mientras se aferraba a ellas, olvidando completamente sus preocupaciones – mira, ya me la has vuelto a poner dura... ponte a cuatro que quiero a seguir reventando ese estrecho conejo de colegiala.
Mi madre sonrió excitada y se acomodó en posición de perrita. Yo por mi parte no podía seguir aguantando esto. Me retiré de la terraza y volví sigilosamente a nuestro piso mientras me maldecía por haber ido a espiarles. Más de tres horas después escuché a mi madre entrar en casa. Eran casi las nueve... ¿habían estado follando durante 5 horas?, ¿era eso posible?. La verdad es que no quería saberlo; lo único que quería en ese momento era conciliar el sueño de una vez, pero me resultó imposible. Ya no era tanto por el trauma de ver a mi madre comportarse como una auténtica guarra, sino por el miedo de que se hubiese enamorado de ese cerdo y de que se hubiese quedado preñada.
Sobre las doce de la mañana, mi madre entró en mi habitación para ver si ya estaba despierto y recordarme que en una hora teníamos que ir a la estación de autobuses para volver a Madrid. Recogimos todo, nos arreglamos y nos fuimos a la estación en compañía de Gonzalo. Ellos seguían con su rollo de pareja; iban de la mano y se daban besos. El camino se me hizo eterno... no podía evitar sentir humillación e impotencia por lo que había pasado. Cuando llegó el momento de despedirse, Gonzalo me un buen apretón de manos. Yo no pude mirarle a los ojos. Mi madre y él se despidieron con un largo e intenso morreo que casi nos hace perder el autobús.
Ya sentados en el vehículo, observé como mi madre se limpiaba unas lágrimas. Me horroricé pensando que en efecto se había enamorado de ese capullo y que ahora la distancia iba a hacer que se volviese a deprimir. Si mi madre volvía a estar como antes del viaje, yo habría estado tragando toda esta mierda para nada...
Por fortuna, me equivoqué. Las lágrimas debieron ser sólo cosa del momento porque ella no volvió a deprimirse. En las siguientes semanas comprobé con alegría como mi madre retomaba sus antigua vida. Volvía a ver a sus amigas, vestía sexy, volvió al gimnasio, y se pasaba el día riendo. La sensación de frustración que yo sentía fue remitiendo al ver que el plan, por muy duro que hubiese resultado, había funcionado y que ella volvía a ser feliz. Tampoco perdió el tiempo en encontrar pareja: no llevábamos ni un mes en casa cuando empezó a salir con su jefe, que había estado rondándola sin éxito desde hacía mucho. Eso fue lo que más me alegró de todo, pues sabía que si tenía novio no volvería a caer en las redes de Gonzalo al verano siguiente. Por muy guarra que ella pudiese llegar a ser, no era una mujer infiel. Eso seguro.
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