Cuando sonó el teléfono era la madrugada. Un amigo me avisaba de la muerte de Roberto, uno de mis mejores amigos, en un accidente. El dolor que me embargó fue tremendo, y, semidormido, quise darme vuelta para avisarle a Patricia, mi mujer. En ese momento caí en la cuenta que con ella me había separado hacía dos meses.
Mi mujer y yo éramos muy amigos de Roberto y Mariel, su esposa. De ir de vacaciones juntos, de charlar infinitas veces, de salir a cenar en muchas ocasiones. Fue raro pensar que debía ir al velorio de Roberto, sin mi mujer. Hice un par de llamados, averigüé cuando lo enterraban, y decidí ir al velorio después del almuerzo.
Cuando llegué a la casa velatoria, lo primero que vi fue a Mariel, con su permanente elegancia, esa distinción que la hacía única aún en un momento como ese. Siempre me atrajeron su porte y su estilo. Alta de cabello oscuro y lacio. Su melena recortada y su flequillo rebelde que lleva con naturalidad enmarcan un rostro de nariz perfecta y ojos oscuros achinados que reflejan picardía, inteligencia y personalidad. Elegante de caderas estrechas, más bien delgada, de senos voluminosos aún firmes y piernas largas torneadas, la hacen deseable para cualquier hombre. Cuando la abracé para solidarizarme, sentí su profundo abrazo como un pedido de auxilio. No estaba desconsolada, pero evidentemente aún no había reaccionado ante la tragedia. Me dijo que sus dos nenes menores estaban con una hermana, y que esperaba la llegada de su hija, que estaba en Canadá en esos momentos. Su perfume me envolvió, pensé locuras.. me fue contando cómo había sido el accidente, que ella tenía un presentimiento, me preguntó por Patricia… su mano estaba entre mi mano, sus rodillas tocaban las mías, ahí, en medio del velorio, rodeados de amigos y deudos, parecíamos entrañables compañeros, pero yo estaba decididamente excitado por su cercanía, por las veces que la deseé y jamás lo dije, por ese respeto que siempre le tuve por ser esposa de mi amigo.
Ella luego siguió saludando gente, yo estuve con algunos amigos, no salíamos de nuestro asombro, ellos por la muerte de Roberto, yo por la pasión que sentía que me transportaba. Cerca de las seis de la tarde vino y me preguntó si no la llevaba a la casa, quería cambiarse un poco, traer un amuleto que Roberto siempre tenía, y quería ponérselo entre sus manos antes de cerrar el cajón.
El viaje hasta su departamento fue de nervios, de miradas, un llanto de ella, su mano en mi rodilla, mi sexo pidiéndome freno… una vez entrados al departamento, no hubo necesidad de palabras, de explicaciones. Primero fue el abrazo interminable, hasta que nuestros huesos crujieron. Después fueron mis manos que temblaban, mi mente concentrada en la tentadora mujer que tenía entre mis brazos. Me desesperaba por hacerle el amor. Los ojos de Mariel estaban vidriosos y su respiración, entrecortada. Esperaba pacientemente mi próximo movimiento. Mis manos temblaban, apenas pude abrir los botones de su blusa.
--Sí. . . así, sí --gemía ella, mientras yo desnudaba sus senos a mis ojos hambrientos. La visión de sus pezones perfectos y rosados me sacudió de la cabeza a los pies.
Cuando tomé uno de esos duros pezones suavemente entre mis labios ella se estremeció y acercó lentamente una mano hacia mi pierna, que no se detuvo hasta que sus dedos envolvieron mi sexo. Yo llevaba la boca de uno al otro de sus hermosos tesoros, mientras ella acariciaba y tironeaba de mi verga.
--Sé que juntos puede ser más divertido --murmuró mientras su pequeña mano bajaba el cierre de mi pantalón.
Era demasiado hermoso para ser cierto. Contuve el aliento mientras Mariel jugaba en mi bragueta sacando el miembro. Mi lengua nunca se detuvo de lamer y chupar sus sensibles pezones. Mucho más pronto de lo que hubiese gustado ella apartó mi cara de sus pechos deliciosos. Suspiró y se inclinó hacia atrás en el sofá con el pelo oscuro descansando en un hombro. Su mano no había abandonado mi verga. Después quedó completamente desnuda. --Primero quiero saber qué gusto tenés vos --me dijo inclinándose hacia adelante y estirando la punta de mi miembro con su lengua aterciopelada. Después de lamer el líquido preeyaculatorio que asomaba en la puntita, tiró la cabeza para atrás y se relamió los labios.
Luego me coloqué en el suelo y me arrodillé entre sus muslos separados. Mariel gimió y cerró los ojos mientras yo colocaba sus piernas sobre mis hombros y dirigía la boca hacia su orificio húmedo y rosado. Era la primera vez que gustaba ese sabor. En mi más loca fantasía jamás soñé que podía ser tan perfecto. Tomé sus nalgas entre mis manos y deslicé la lengua por la resbaladiza raya. Se estremeció y apretó aún más los muslos alrededor de mi cara. Dejé la lengua adentro de la temblorosa hendidura hasta que ella dejó de temblar y se relajó. Mientras recuperaba el aliento, le besé todo el cuerpo, junto con su ombligo y luego sus dulces pechos. Cuando nuestros labios se encontraron Mariel gustó su propio y cremoso jugo; me pidió que la penetrara. Las palabras sólo sirvieron para agregar más presión a la ya insoportable que sentía en mi entrepierna.
--Penetrame --murmuró--, haceme llegar de nuevo.
Mi verga hinchada separó los labios resbaladizos de su anhelante vagina, avanzando centímetro a centímetro hacia el centro hirviente. Los músculos de su vagina se aferraban a mi sexo mientras yo avanzaba y retrocedía sobre su cuerpo tembloroso. Cada estocada me acercaba más al orgasmo que deseaba con desesperación. Y también cada estocada recibía como respuesta un nuevo embate de sus caderas. Cuando ella terminó, cerró las piernas con fuerza alrededor de mi cintura e hizo que mi verga entrara hasta el final en su canal.
--¡Llegá conmigo! --me gritó, mientras me arañaba la espalda y cabalgaba salvajemente.
Cuando comencé a derramarme, pensé que nunca podría detenerme. Ella gritaba cada vez que mi miembro lanzaba su leche caliente contra las paredes de su vagina empapada. Cuando terminé quedé acostado sobre su cuerpo un largo rato, hasta recuperar la energía. Me dijo suavemente que me levante, que debíamos volver al velorio, pero que esto recién comenzaba.
Mi mujer y yo éramos muy amigos de Roberto y Mariel, su esposa. De ir de vacaciones juntos, de charlar infinitas veces, de salir a cenar en muchas ocasiones. Fue raro pensar que debía ir al velorio de Roberto, sin mi mujer. Hice un par de llamados, averigüé cuando lo enterraban, y decidí ir al velorio después del almuerzo.
Cuando llegué a la casa velatoria, lo primero que vi fue a Mariel, con su permanente elegancia, esa distinción que la hacía única aún en un momento como ese. Siempre me atrajeron su porte y su estilo. Alta de cabello oscuro y lacio. Su melena recortada y su flequillo rebelde que lleva con naturalidad enmarcan un rostro de nariz perfecta y ojos oscuros achinados que reflejan picardía, inteligencia y personalidad. Elegante de caderas estrechas, más bien delgada, de senos voluminosos aún firmes y piernas largas torneadas, la hacen deseable para cualquier hombre. Cuando la abracé para solidarizarme, sentí su profundo abrazo como un pedido de auxilio. No estaba desconsolada, pero evidentemente aún no había reaccionado ante la tragedia. Me dijo que sus dos nenes menores estaban con una hermana, y que esperaba la llegada de su hija, que estaba en Canadá en esos momentos. Su perfume me envolvió, pensé locuras.. me fue contando cómo había sido el accidente, que ella tenía un presentimiento, me preguntó por Patricia… su mano estaba entre mi mano, sus rodillas tocaban las mías, ahí, en medio del velorio, rodeados de amigos y deudos, parecíamos entrañables compañeros, pero yo estaba decididamente excitado por su cercanía, por las veces que la deseé y jamás lo dije, por ese respeto que siempre le tuve por ser esposa de mi amigo.
Ella luego siguió saludando gente, yo estuve con algunos amigos, no salíamos de nuestro asombro, ellos por la muerte de Roberto, yo por la pasión que sentía que me transportaba. Cerca de las seis de la tarde vino y me preguntó si no la llevaba a la casa, quería cambiarse un poco, traer un amuleto que Roberto siempre tenía, y quería ponérselo entre sus manos antes de cerrar el cajón.
El viaje hasta su departamento fue de nervios, de miradas, un llanto de ella, su mano en mi rodilla, mi sexo pidiéndome freno… una vez entrados al departamento, no hubo necesidad de palabras, de explicaciones. Primero fue el abrazo interminable, hasta que nuestros huesos crujieron. Después fueron mis manos que temblaban, mi mente concentrada en la tentadora mujer que tenía entre mis brazos. Me desesperaba por hacerle el amor. Los ojos de Mariel estaban vidriosos y su respiración, entrecortada. Esperaba pacientemente mi próximo movimiento. Mis manos temblaban, apenas pude abrir los botones de su blusa.
--Sí. . . así, sí --gemía ella, mientras yo desnudaba sus senos a mis ojos hambrientos. La visión de sus pezones perfectos y rosados me sacudió de la cabeza a los pies.
Cuando tomé uno de esos duros pezones suavemente entre mis labios ella se estremeció y acercó lentamente una mano hacia mi pierna, que no se detuvo hasta que sus dedos envolvieron mi sexo. Yo llevaba la boca de uno al otro de sus hermosos tesoros, mientras ella acariciaba y tironeaba de mi verga.
--Sé que juntos puede ser más divertido --murmuró mientras su pequeña mano bajaba el cierre de mi pantalón.
Era demasiado hermoso para ser cierto. Contuve el aliento mientras Mariel jugaba en mi bragueta sacando el miembro. Mi lengua nunca se detuvo de lamer y chupar sus sensibles pezones. Mucho más pronto de lo que hubiese gustado ella apartó mi cara de sus pechos deliciosos. Suspiró y se inclinó hacia atrás en el sofá con el pelo oscuro descansando en un hombro. Su mano no había abandonado mi verga. Después quedó completamente desnuda. --Primero quiero saber qué gusto tenés vos --me dijo inclinándose hacia adelante y estirando la punta de mi miembro con su lengua aterciopelada. Después de lamer el líquido preeyaculatorio que asomaba en la puntita, tiró la cabeza para atrás y se relamió los labios.
Luego me coloqué en el suelo y me arrodillé entre sus muslos separados. Mariel gimió y cerró los ojos mientras yo colocaba sus piernas sobre mis hombros y dirigía la boca hacia su orificio húmedo y rosado. Era la primera vez que gustaba ese sabor. En mi más loca fantasía jamás soñé que podía ser tan perfecto. Tomé sus nalgas entre mis manos y deslicé la lengua por la resbaladiza raya. Se estremeció y apretó aún más los muslos alrededor de mi cara. Dejé la lengua adentro de la temblorosa hendidura hasta que ella dejó de temblar y se relajó. Mientras recuperaba el aliento, le besé todo el cuerpo, junto con su ombligo y luego sus dulces pechos. Cuando nuestros labios se encontraron Mariel gustó su propio y cremoso jugo; me pidió que la penetrara. Las palabras sólo sirvieron para agregar más presión a la ya insoportable que sentía en mi entrepierna.
--Penetrame --murmuró--, haceme llegar de nuevo.
Mi verga hinchada separó los labios resbaladizos de su anhelante vagina, avanzando centímetro a centímetro hacia el centro hirviente. Los músculos de su vagina se aferraban a mi sexo mientras yo avanzaba y retrocedía sobre su cuerpo tembloroso. Cada estocada me acercaba más al orgasmo que deseaba con desesperación. Y también cada estocada recibía como respuesta un nuevo embate de sus caderas. Cuando ella terminó, cerró las piernas con fuerza alrededor de mi cintura e hizo que mi verga entrara hasta el final en su canal.
--¡Llegá conmigo! --me gritó, mientras me arañaba la espalda y cabalgaba salvajemente.
Cuando comencé a derramarme, pensé que nunca podría detenerme. Ella gritaba cada vez que mi miembro lanzaba su leche caliente contra las paredes de su vagina empapada. Cuando terminé quedé acostado sobre su cuerpo un largo rato, hasta recuperar la energía. Me dijo suavemente que me levante, que debíamos volver al velorio, pero que esto recién comenzaba.
29 comentarios - Mientras velan a mi amigo, yo me cojo a la viuda.
Espectacular historia y perfectamente relatada, un lujo !!!
Gracias por compartir 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...
Te invito a pasar x mis post