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Siete por siete (111): A falta de pan…




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Compendio I


Ahora que lo pienso, extraño bastante el pan de mi tierra. No quiero sonar majadero, pero el pan australiano no es el mismo.
Hay rollos, baguettes, panes de hamburguesa, pan de molde…
Pero nada parecido a una marraqueta o una hallulla caliente. Todavía me acuerdo de esas tardes que iba a comprar el pan y me comía una hallulla delgadita, recién salida del horno y tenía que irme caminando rápido, porque la bolsa plástica sudaba.
El juego de la sal, con la manteca le daba una esponjosidad celestial que llenaba el estómago. En cambio acá, le han dado con la comida “Sin gluten” o con semillas de sésamo.
Afortunadamente, la única que se preocupa de eso es Liz, porque sigue buscando verse bella. Le digo que no es necesario, porque ya lo es. Se sonroja, nos besamos y vamos otra vez.
Aun así, no es eso lo que quiero contar.
Es martes, al atardecer y vuelvo de mi trote diario. Aprovecho de despedirme de mi “compañera deportista”, explicándole que Liz debe ir a clases y mis pequeñas quedaran a solas.
Voy sonriendo, pensando en Marisol, que esa tarde fue al departamento de su amiga.
Estaba ansioso. La noche anterior habíamos conversado y me di cuenta que ella “siente algo” por su amiga y por la manera de expresarse sobre sus besos anticipaban algo ardiente y de connotación sexual.
Mi tierno ruiseñor estaba preocupado que me fuera a sentir celoso o engañado, cuando en realidad, me excitaba al pensar a Marisol acariciando y besando a una mujer como su compañera, que poco podría envidiar a Pamela.
Preferiría 1000 veces que me engañe con su amiga a que con uno de sus compañeros o profesores de la universidad.
Así que llegué a casa, exhausto y cubierto en sudor.
Liz me recibió sonriente, con un beso apasionado.
“¡Mhm! ¡Salado!” exclamó al probar mi sudor. “¡Bien! ¡Tengo que irme!”
La tomo de la cintura y la punteo. Ella se ríe.
“¿No puedes quedarte un poco?”
Se voltea y me da otro beso.
“¿Qué? ¿Todavía quieres más?” me pregunta, con su rostro muy coqueto.
Después de almorzar, lavamos la loza y lo hicimos en el sofá, aprovechando que las pequeñas dormían.
Anteriormente, por la mañana, lo hicimos en la cama y en la ducha.
“¡Oye, oye! ¡Marisol ya va llegar!” me reprendió con coquetería, pero sin parar de rozar mi barra. “¡Guarda energías para ella!”
Y sin decir más, tomó sus cosas y se marchó a clases.
Ahí me quedé, con una erección de proporciones y sin poder parar de pensar en la descripción de ese beso e imaginarme a Marisol, besando a su amiga y agarrándole los pechos.
Necesitaba tomar aire. Tomé el comunicador de las pequeñas, una bebida del refrigerador y salí al patio.
Me senté en la tumbona, mirando las estrellas, pero no paraba de pensar en mi ruiseñor.
Al poco rato, escucho el ruido de metal rozando una piedra, del otro lado de la cerca. Era evidente que alguien estaba en el jardín y me acerqué a saludar.
“¡Hola Fio!”
Se sorprendió al escuchar mi voz y tardó un par de segundos en encontrarme.
“¡Hola! ¡Has vuelto!” me responde, sonriendo con benevolencia. “¿Qué tal la mina?”
“¡Bastante bien! ¿Y tú? ¿Qué tal lo pasaste en mi casa?”
Baja la mirada al instante, pero no es solamente por lo ocurrido con Ryan o sus otros amantes.
Simplemente, es algo que ya ha escapado de mi control.
La veo agachada, de cuclillas, con las piernas abiertas y esos tremendos melones, rebosantes de leche, ocultos bajo ese polerón blanco que le cubre casi completamente.
Esos ojos salvajes. Esa sed insaciable por coger y coger y coger, ocultas bajo un marido sumiso.
“¡Lo siento, Kevin! Pero tu esposa me calienta…” pienso en mis adentros, mandando de vacaciones a mis remordimientos.
Ella también lo siente. Me doy cuenta por el rubor en sus mejillas, que no es solamente de vergüenza.
Puedo ver la electricidad en sus ojos tras sus vanos intentos de ocultar su mirada.
“¡Bien!... aunque te he extrañado…”
Lo dice, con una mirada suplicante.
“Pues… te lo dije… mientras estabas embarazada, nosotros podíamos…” esgrimí mi discurso, cuando en mi mente, ya lo había mandado al carajo.
“¡Lo sé!...” me responde ella, hastiada de mi actitud bonachona. “Pero fue… bueno.”
Ese “bueno” va con una connotación bastante humilde. Conozco bien a Fio y sabía que ese “bueno” era un “excelente disfrazado”.
“Me refiero… a que tú vas… por horas…”
Otra vez esa mirada de loba hambrienta.
La muy puta debe haber probado todo tipo de vergas. Incluso, por lo que le contó a Marisol, debió meterse en algún par de orgias.
Y aun así, me buscaba a mí.
“Pero ya conocí a la nueva niñera… y sé que te has olvidado de mí.” Me sonrío dolida.
Era un cisma para mí: por un lado, Kevin, mi buen amigo, el papá de Scott…
Por el otro, Fio, que al fin me la he podido sacar de encima. No tengo sentimientos por ella y la cojo por placer.
Pero mi mente empieza a balancearse a favor de Fio: Kevin sigue siendo un cornudo. Si no me la cojo yo, se la coge Ryan, los del supermercado y quien sabe cuántos otros…
“Si Marisol estuviera acá…” pensé en esos breves momentos.
Pero a Marisol nunca le ha importado mucho lo de Fio. En realidad, mientras ella se ocupe de Scott, no tendría problemas con que la fuera a ver todos los días.
Y luego me pega: Marisol, con su amiga, jugueteando…
Ni siquiera me doy cuenta cuando me bajé el pantalón. El bóxer, hasta la mitad y me deslizo hacia la cerca.
“¡Fio, te olvidaste de algo!” le digo, con la verga hinchada y venosa.
No se dio cuenta, porque se volteó para no verme, pero me obedeció.
Su rostro se llena de una mezcla de sorpresa y alegría al reconocerla.
“¡Marco!... es tu…”
“¡Fio, no hables y ayúdame! ¿Sí?” le interrumpí.
Se abalanzó y la devoró de un golpe. Su lengua ardiente la saborea y gime de agrado al sentir mi sabor.
“¡Está deliciosa! ¡Con sabor a sal!” alcanza a decir la muy puta, empezando a subir y bajar ardorosamente.
“¡Lo siento, Kevin! Yo también te pondré los cuernos…” pienso, ya resignándome.
Su cabeza se azota en el espacio de la cerca, pero aun así, no deja de chuparla. La ha ansiado por meses.
Con dificultad, deslizo los brazos entre la cerca. Quiero afirmar su cabeza y follar su boca, como lo hacía antes, pero no es necesario, porque ella mama sin parar.
Su lengua lame mi glande y lo chupetea ansiosa. La quiere adentro, lamiendo con gula. Quiere que le rellene las mejillas.
Subía y bajaba rápidamente, ahogándose, pero resignada a hacerlo bien. No la había tenido en un par de meses y no quería decepcionarme.
Su mirada de zorra viciosa parecía disfrutar la maestría con la que me chupaba.
Me estremecí y acabé en su garganta. Me miró satisfecha y se lo tragó, sin botar gota alguna.
“¡Deliciosa!” me dice, relamiéndose con una sonrisa alegre de puta al ver que no me ha bajado un ápice.
Le ordené a que se volteara.
Desesperada, se desabrocha el pantalón y ese culo blanquecino aparece, con una tanga negra de la cual chorreaba un líquido viscoso y transparente.
“¡Guarda silencio!” le ordené, porque sus gemidos empiezan a ponerse más ardientes.
Una puta como ella se merece que jugueteen con su culo y le tiento, mientras que la muy viciosa apoya su cuerpo para que la ensarte.
Pero la obligo a doblarse de cintura.
Sorprendida, lanza un leve gemido al sentirla entre sus piernas y otro breve alarido de sorpresa al sentir mi glande entre sus labios.
Se afirma de la reja, mientras me sacudo con violencia, quejándose suavemente. Sigue estrecha, por lo que muy gruesas no debe haber probado.
Ella fluye sin cesar y yo la meto hasta el fondo.
Manoseo sus tetazas, con sus pezones duros como diamantes, mientras ella sigue afirmándose fuertemente a la reja. Su respiración agitada, conteniendo su placer, es un manjar para mis oídos.
La meto más fuerte, pensando en lo que ocurrirá después: si acaso besará a su marido con mis restos de semen y sudor en sus labios.
¿Qué excusa le dará a Kevin para bañarse (si es que se baña), si ha estado trabajando en el jardín un rato?
¿Será tan puta para meterse con su marido sin lavarse (porque no hay manera que acabe afuera), con los jugos del vecino rellenando su conchita?
Y la puta sigue gimiendo y gimiendo, dejando que la manosee entera.
Me corro en ella y deja escapar un gemido ahogado. Su cuerpo está ardiente y sudoroso y la sigo agarrando de sus tetas, que botan unas gotas de leche.
Me despego y jugos siguen cayendo en su tanga. La muy puta los unta en sus dedos y los lame, mirándome a los ojos, subiéndose enérgicamente la prenda y los pantalones.
Se arregla el polerón y me da la misma mirada de antes: quiere más. Le muestro el intercomunicador de las pequeñas y me entiende.
“¡Oh, Kevin querido!” es lo último que le escucho decir al entrar en la casa.
Bebo el resto de mi jugo y lo echo en el tacho de la basura.
Para Fio, a falta del pan, rica es la leche del vecino.


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2 comentarios - Siete por siete (111): A falta de pan…

marianitomonaco2
JAJAJAJA! Mate con el comentario de omar jaja!
metalchono +1
jajaja, gracias por comentar.
marianitomonaco2
@metalchono gracias a vos por aportar!
pepeluchelopez
Solo me preocuparía que la muy puta coja alguna bacteria con sus amantes ocasionales. Pero ya con la calentura a full tambien le rellenaba la concha. Que por como describes que buenas teleras tiene. (Teleras parte del lenguaje mexicano refiriéndose a parte femenina al igual que " rico bizcocho" jeje) saludos
metalchono
En realidad, por lo mismo debo cuidarme yo. Fue un verdadero riesgo meterme con Liz, porque ella misma me confesó que tenía varias parejas ocasionales. Pero a medida que la he ido conociendo, también es limpia y cuidadosa. Por otra parte, Hannah se cuida por su marido, pero no me animo de meterme con Fio muy seguido.