En los últimos años estuve dando clases en varias facultades en CABA y en la provincia de B.A. Suele esa ser una gran oportunidad de conocer mucha gente y, claro está, muchas mujeres. Siempre hablaba con otros colegas respecto de salir o no con alumnas, muchos contaban sus historias y aventuras, incluso también con compañeras profesoras, pero como no me habían sucedido, sinceramente siempre creí que eran puro cuento. La verdad es que uno, parado al frente del aula, puede ver las caras con la que algunas alumnas miran y, también, adonde apuntan sus miradas, pero no había pasado más que un histeriqueo, que siempre atribuyo a buscar la aprobación del curso. Lo cierto es que a comienzos del curso de invierno de una de estas facultades, me encuentro cerca de mi trabajo a una ex alumna de X materia; vamos a llamarla Valeria. Nos saludamos y me dice que se había anotado en invierno para otra de las materias que yo estaba dando. Y efectivamente era así. Valeria tiene 23 años (yo a meses de los 40), rubia (no natural, pero le queda bien), ojos claros y un cuerpo atractivo como consecuencia de toda una adolescencia llena de deportes. La cuestión es que a los dos días de empezado el curso, se acerca y me pregunta si yo iba del centro a la facu directamente, porque ella salía y hacia lo mismo y , si no me molestaba, podíamos hacer el viaje juntos. Le dije que en ocasiones si, así que no había problemas. Hasta ahí, nada. Siempre me le había querido tirar encima pero por el rol en la facu uno tiene que esperar y más que insinuar no puede. Así, hicimos un par de viajes a la facultad hablando de todo un poco. En especial me decía que yo había tenido razón en algo. Valeria se había casado hacia unos meses y se dio cuenta de que había cometido un error. “No por no amar a mi esposo, sino porque me faltaron disfrutar ciertas cosas”. Los días siguientes las charlas fueron en tal sentido, pero cada vez más y más subiendo de tono. Pero siempre con una distancia que ella ponía y que no estaba dispuesto a quebrar; esperaba que ella lo hiciera. Hasta que un día en el auto, me dijo directamente que ella necesitaba otras cosas en la cama, pero que el marido (también de 23) no le hacía porque la respetaba mucho. “Podés creer que no me la chupa. Apenas si pasa la lengua un poco”. Yo me quedé. Nunca había sido tan directa. Y agrega “Ni hablar de otras cosas” Sólo me sonreí. Llegamos a la facu y la clase estuvo como siempre. En el break (son cursadas largas) estaba tomando un café en el aula, y la veo que entra mirándome raro. Se acercó y me increpó. “Yo diciéndote que necesito que me cojan bien y vos nada. Cómo te lo tengo que decir?”. Era obvio todo, pero insisto, a veces uno se tiene que quedar tranquilo porque sino se embarra hasta el cuello. Ingresaron todos los demás alumnos. Siguió la clase y antes de finalizar se acercó para saludarme como siempre. Aproveché para decirle “Te parece si lo hablamos el jueves?”. Sonrió y dijo “Bueno”. Para ese día arreglé para que me cubrieran el curso peor no le dije nada. Viajando para la facultad se extrañó de que la charla yo la hubiera iniciado muy subido de tono “Vale, así que no te la chupa” “No, apenas” A lo que le digo, “Pero vos sabés chupar?” sonriendo casi con sarcasmo. Y me mira. “Porque quizás a vos también te falta. Digo….” “Si si, yo se la chupo y me encanta. Pero a él no le gusta tampoco mucho” Llegado a ese punto, subí la apuesta “Y nunca se la chupaste en el auto?” El marido había sido el primer y único hombre con el que había estado, pese a dar una impresión de comehombres serial. Y supuse que nunca lo había hecho. Ahí la note que se quedó helada. Para descontracturar le dije “Ves, vos también sos una nena que todavía le falta” y me reí. Le cambió la cara. Con timidez pero decidida apoyo su mano en mi bulto, que ya era notorio. Se quedó un rato acariandolo como esperando algo. “Sólo hasta ahí?” le dije y metí su mano por debajo de la ropa. Terminó por sacar mi miembro por completo ella sola. Luego, por unos instantes, se quedó mirándolo hasta que le tomé la mano y empecé a hacer movimientos, los clásicos, sobre mi verga. De a poco se fue animando y siguió sola. Para ese entonces ya había pasado la bajada para la facu y encaraba directo para los hoteles de la zona. La dejé hacer y sola fue inclinándose, acercando su cara, hasta que comenzó a besar mi miembro. Tímida primero pero luego se fue animando de a poco a más. Pero, tal como pensaba, no era ni por asomo lo que ella insinuaba. Lo hacía con ganas. Pasaba su lengua pero era entre torpe, ansiosa y entusiasmada por lo que estaba ocurriendo. La dejé hacer hasta que llegamos a la puerta del hotel. Se incorporó sorprendida. “No pensabas que íbamos para la facultad?!”. “No no… perdoná, estoy algo nerviosa”. Le dije que estaba todo bien, que si quería dábamos marcha atrás y listo. “No, entremos”. Era temprano y quedaba mucho por hacer.
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