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El "hervidero" del edificio

Historia ficticia, que nunca sucedió.

Julio de 2003. Tiempos duros, y vaya que lo eran. Días invernales, donde el sol no pega tan fuerte y pareciera corresponder a los momentos difíciles que se vivían. Cada día nublado era una locura que incitaba a deprimir. De trabajo se hablaba poco, y se pedía por favor a todos los jóvenes que estudien. Rodrigo Garzón no tenía ningún problema con estudiar, no sabía hacer otra cosa más que eso, y se consideraba apto para lo que se le presente (en el campo laboral, por supuesto). Un gran fracasado en el amor, con muchos problemas para hablarles a las mujeres, pensaba en dejar un nuevo intento para más adelante, pues ahora concentraría su mente en seguir con la carrera universitaria. Descripto en algunos términos: escuálido, de lentes grandes, 1,80cm, 19 años, el “traga” del curso y con un pequeño grupo de fieles amigos que conocía desde tercer grado. Feo por donde se lo mire, creía que sólo siendo lindo y hueco, como su compañero Facundo Marín, llegaría a conquistar a alguien. La noche del día 18, Rodrigo, Elías, Carlitos y Adrián se reunieron en la casa de uno de ellos para joder, divertirse, mirar películas, jugar en la PlayStation y quedarse a dormir. Hubo carcajadas hasta el hartazgo en dos momentos: el primero fue cuando Carlitos casi rueda por las escaleras intentando hacer una acrobacia (la vertical), y el segundo cuando, a la hora de la cena, en el informativo pasaron una noticia sobre tres pendejos que afanaron una inmobiliaria y se fueron a gastar la guita en el shopping y en la peluquería de Roberto Giordano. La vida de todos pasaba por esa maldita consola, los juegos eran su pasión y por ellos incluso iban sin pegar un ojo a la secundaria. Aprendieron a sustituir el amor que no encontraron con la adicción que el aparato les generaba: los cuatro eran “losers”, muy orgullosos de serlo, pero a veces se sentían culpables. Las películas que vieron eran comedias puras (nada de pornografía, ni siquiera eran consumidores de ella) e Internet sólo les servía para buscar información en lo que necesitasen. Se despertaron a las 11 de la mañana del sábado 19 un poco enloquecidos y llenos de alegría. Estaban solos y nadie les rompería las pelotas. Guerra de almohadones, golpes bajos y patadas voladoras fueron las locuras que hicieron a lo largo de toda esa tarde, además de correr como locos por el barrio con temperaturas de 10 grados o menos. Y Rodrigo tenía otro motivo más para celebrar: al igual que Elías, lo dejaron de “cuidador” y exprimiría su casa por dos semanas. No sabía qué hacer. Tenía docenas de libros acomodados en la biblioteca, ejercicios de álgebra, mapas de Argentina, planisferios, mapas carreteros, o quizás la tentación le ganaría y jugaría en exceso con la consola. Eran las 4 de la tarde. Restaban 5 cuadras para llegar, pero sin percibir ningún movimiento, es abducido por una camioneta blanca que tenía tres ocupantes. Fue vendado en la boca y en los ojos, maniatado y brutalmente agredido por los chorros. Cabe destacar que en esta época los secuestros eran moneda corriente, y como seguidor de los hechos del mundo, estaba atento por si llegaba a ocurrirle. Lo llevaron con discreción a un edificio del centro, al segundo piso y lo lanzaron casi como a una bolsa de papas adentro de uno de los departamentos. Tenía el rostro hinchado por el sufrimiento, las lágrimas salían a mares de sus ojos y en la boca se notaba el sonido gutural del intenso dolor. Dentro del cuerpo sentía como una división, que sus huesos podían estar corridos del lugar, pero al no poder expresarse, el destino era incierto. Los delincuentes estaban vestidos de negro y utilizaban pasamontañas. Le destaparon la boca y los gritos de piedad salieron, pedía por sus lentes (no tenía otro par) y obviamente porque le dejen volver a ver a su familia. El cabecilla dijo que ya no sería responsable de esta operación (no argumentó sus razones), y junto a otro de los secuaces se retiraron. Subieron al ascensor y se esfumaron. Rodrigo creyó que tendría que luchar para salir, que estaba solo, abandonado, que los tres se habían ido. El faltante de uno de sus sentidos le jugó una mala pasada. El que se quedó era uno al que no llegó a divisar muy bien, sospechaba que era quien manejaba la camioneta, pero sólo lo supo al quedar pasmado oyendo su voz. Hipnótica e intencionalmente sensual, le sonaba extraña, que no era de un “hombre”. Pensó que podía ser un transexual, pero “el hampón” admitió que era una persona de sexo femenino.

Diálogo entre el joven y la ladrona
R: - Mi familia es de clase media, no tenemos plata. Por favor, dejame ir.
L : - No. La verdad es que agarramos al primer pelotudo que vimos. Se nota que te educaron bastante bien.
R: - Fui a un colegio común, el resto lo hicieron mis viejos. Dejame ir, ya te dije que no tenemos plata.
L: - No, aparte creo que olí un secreto que escondés. Pero no me lo vas a esconder a mí, pendejo boludo. Me contó un pajarito que vos y los tontos de tus amigos no “desembucharon”.
R: - ¿Desembuchar qué? No entiendo.
L: - Sabés muy bien de qué hablo. (le lanza una trompada, pero no tan fuerte)
R: - ¿Te volviste loca? Ustedes me molieron, me están haciendo mierda. Nosotros no desembuchamos plata en los bancos, te lo aclaro, porque no confiamos en ellos y porque no la tenemos.
L: - Hablo de otra cosa, que no tiene nada que ver con la guita, pibe.
R: - ¿Qué?
L: - El pajarito me contó que no tuviste una “primera vez”.
R: - ¿Y eso te incumbe? Para mí no es importante hablar de esto. ¿Querés negociar un rescate? Que sea barato, así lo garpan.
L: - Mucho cerebro, pero poco sentido común, eh. No quiero cobrar rescate de nada, boludo.
R: - Entonces, ¿qué vas a hacer? No me mates, por favor te lo pido. No le hice nunca nada malo a nadie, ni siquiera a vos y a tus amigos.
L: - Por ahí ves lo que te voy a hacer, como por ahí no.
R: - Dejame grabar una despedida, aunque sea para enviársela a mis viejos. Te pido que seas compasiva, nada más. (entre lágrimas)
L: - No me canso de decir que sos un cagón, un flor de cagón. Ya pensás en tu muerte, pero no te voy a matar. Voy a hacer otra cosa.

La ladrona le quitó el buzo y la remera muy despacio. Para hacerlo lo desató y lo volvió a atar a la silla en donde estaba. Comenzó a sentirse despejado, y un cosquilleo lo atravesó a la mitad. Percibía como algo se desplazaba entre el inicio del cuello hasta el ombligo. Sólo había silencio, y por eso la llamó, pero ella le pegó una bofetada que lo calló. Sus pantalones se extendían para salirse del cuerpo, y las piernas casi lampiñas quedaban expuestas. Ahora la localización de esas cosquillas era allí, desde el costado de las piernas hasta la planta de los pies. Luego vino la vulnerabilidad total: el calzoncillo le fue arrancado y el joven se sentía casi muerto. No dejaba de haber silencio, y el placer que sentía en la piel lo asociaba al buen dormir, que podría ser como no existir. Creyó que flotaba, que no estaba adherido a ninguna superficie, pero era un engaño sencillo. La ladrona ya se había deshecho de la ropa de ambos. Ahora era él quien debía hacer sentir. Sus labios pasaron por un escote pronunciado, de una piel extremadamente suave, mientras ella le aprisionaba la cabeza en el torso. Demostraciones de excitación podían oírse con más fuerza, y le arrastró el cráneo hasta la vulva, un lugar que en su vida juró que nunca iba a lamer; tuvo que recibir amenazas de muerte para poder sacar la lengua y hacerle caso. Puteadas debía haber, para incentivar el respeto y la sumisión. Lo desató, y le quitó las vendas. Rodrigo estaba de rodillas, alabando el abdomen de esta bellísima jovencita, rubia natural, cabello corto, de ojos claros, que determinó que sería su esclavo. Fueron a la cama, y se arrojaron apurados. Después de haberla visto, hizo en su mente una especie de mapa conceptual, donde asoció todos los rasgos que la caracterizaban. La consideró perfecta, y puso los brazos firmes en la espalda. Sentía que de la belleza delicada y, al mismo tiempo, impactante de esta delincuente, salía un calor agobiante. Sus cuerpos estaban en un estado de calentura producido tan sólo por lo visual y lo auditivo. Ella se sentía muy bien al conseguir lo que quería (de a poco se ganó la empatía del pibe), y él la observaba como si fuese una diosa, y que por ese motivo, tenía que ser inferior a ella. La noche hizo que todo se convierta en paz. La ladrona redactó un pedido de disculpas y él lo aceptó. Se “reconciliaron” y jugaron al truco. Perdieron casi por igual, y le autorizó la “liberación”, no sin antes preguntarle si ya se había recuperado de los golpes. Estaba de 10, y en la madrugada vacía volvió a su casa sin olvidarla. Necesitaba servirle, estar en contacto con su voz, su piel, su alegría, su fuerza. Ella fue quien lo inició, y la recordará con mucho cariño.

2 comentarios - El "hervidero" del edificio

KaluraCD
El "hervidero" del edificio


Si, me encantó

Gracias por compartir 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...