You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Siete por siete (109): Democracia del termostato (III)




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Durante el almuerzo, también me preocupo de ellas.
(Ahora, además me preocupa dónde conseguiré otra taza con Snoopy y Woodstock, para lavarme los dientes, pero es un alivio saber que mi ruiseñor no le agarró el pene a Ryan)
Lizzie no sabe cocinar y Marisol tampoco es tan buena cocinando. De hecho, es capaz de comer ramen de 3 minutos toda la semana y no le gusta ordenar comida por teléfono, sabiendo que tenemos comida en el refrigerador o en la despensa.
Pero Lizzie es un elemental de la naturaleza, como ya les mencione.
Mientras que a mí me gustan las galletas con chips de chocolate, las pizzas y las hamburguesas y a Marisol los pasteles y dulces, a Lizzie le gustan las frutas y las verduras, que también fueron incluidas a nuestra canasta mensual.
Nuestra dieta siempre ha sido principalmente rica en legumbres, vegetales y carnes 3 veces a la semana, por lo que no tuvimos demasiados problemas con la alimentación.
Sin embargo, su gusto por las frutas frescas me hizo pensar que las pequeñas no podían estar recibiendo suficientes vitaminas, por lo que también tuve que empezar a preparar postres de frutas y realmente, hemos notado la diferencia, ya que nos sentimos más animosos.
Cuando llegó a vivir con nosotros, era de esas típicas chicas que miraban las calorías de los alimentos y en parte, era entendible, porque como trabajaba de mesera, sus propinas dependían de su físico y carisma.
Pero pienso que soy un buen cocinero y le he abierto el paladar. Aparte de probar las deliciosas tortillas de acelga y de espinaca, que a Marisol le encantan, también le he enseñado a comer alcachofas, brócoli y espárragos.
Para ella, son comidas un tanto exóticas, ya que son más caras, no todos saben cómo prepararlas ni servirlas (a pesar que es tan fácil) y se consumen en restaurants con mayor clase del que ella trabajaba.
Le presenté un mundo nuevo cuando le enseñé a comer alcachofas, algo que a Marisol le divierte mucho. Mi papá me enseñó a ordenar las hojas en fila, por lo que termino armando una especie de castillo, en torno del cuerpo principal y lo que más agradó a Lizzie fue el delicado y suave sabor del corazón de la verdura, entremezclada con la sal, el vinagre y la acidez del limón en la vinagreta.
Por ese motivo, mis protestas fueron desechadas las mañanas del viernes.
“¿Por qué te quejas? ¡He comido frutas por 3 meses y nunca te ha molestado!” señaló Lizzie.
“¡Si, amor! ¿Cómo puedes quejarte, si estamos comiendo sano?” le apoyaba Marisol, comiendo plátano al natural.
Pero nuevamente, desayunaban en ropa interior: Marisol, con una de esas tangas delgadas y negras, que nadie más debe ver, aparte de mí y un sostén de encaje semi-transparente, que traslucían los pezones.
Y Lizzie, con una tanguita delgada blanca, con bordes rojos, más el top que mencioné con anterioridad.
“¿Me estás diciendo… que si hago esto… te molesta?” me desafió Lizzie, lamiendo el trozo de plátano.
Y Marisol, maliciosamente untaba el plátano en el pote con leche condensada, por lo que cuando se lo llevaba a la boca, la comisura de su boca quedaba manchada de blanco.
“¡Sí!” le respondí, haciendo que ellas se rieran en complicidad. “¡Vamos, chicas! ¡No están siendo justas conmigo!”
Lizzie estalló en risa.
“¡Ahora no estamos siendo justas contigo!” rechistó ella con mi comentario. “¿De qué hablas?”
“¡Me refiero a que ustedes me están tentando!”
A ellas les divierte hacerme sufrir, por lo que se hacían las desentendidas.
“¿Tentando?... a ver, dime, ¿Cómo te estoy tentando?” Preguntaba Lizzie, conociéndome lo suficiente para creer que no sabría expresarme.
“Bueno… ¿Hay alguna comida que a ustedes les recuerde alguna parte sensible de su cuerpo?”
Mis ninfas empezaron a pensar seriamente.
“Es decir… existen los mariscos, que pueden hacer una clara alusión a lo que ustedes tienen… ¿Pero piensan que verme comer eso les parezca sensual?”
La pregunta fue ligeramente incomoda, en especial para Marisol.
“Bueno… ¡No sé!... casi nunca te veo cuando… tú comes… ahí…” respondió mi ruiseñor, muy avergonzado.
Lizzie, en cambio, quería seguir dando la pelea.
“Entonces… si me ves comiendo esto… ¿Quieres decir… que quieres que coma algo… de tu cuerpo?” preguntaba, con mayor interés.
El desayuno se tornaba a mi favor.
“¡No lo sé!” le respondí. “Si te gusta verme comer mariscos, ¿Significa que hay alguna parte de tu cuerpo que quieras que coma?”
Mis 2 ninfas estaban muy abochornadas, porque lo hago bastante bien y ninguna de las 2 se armaba de valor para responderme.
Al declararme vencedor, no me dio tanta vergüenza ir al baño a orinar y finalmente, pude ser la primera persona que mis pequeñitas veían ese día.
Luego de almorzar, Marisol subió a dormir la siesta, mientras que Liz y yo lavábamos la loza.
Usaba una falda de mezclilla larga, con hawaianas y una polera blanca, con líneas rojas, naranjas y amarillas en paralelo, emulando un arcoíris, que cruzaban desde su hombro izquierdo hasta la cintura.
En cambio yo, usaba Jeans, una polera roja y zapatillas.
“Lizzie, quería preguntarte ¿Por qué no sales tus días libres?”
Por unos breves segundos, sus simpáticas pecas rosadas se escondieron bajo el rubor de sus mejillas.
“¿No es obvio?... Marisol y tú me pueden necesitar… y las pequeñas pueden llorar si no me ven.” Respondió, secando los platos con mayor animosidad.
Paré de restregar el sartén y le miré directamente a los ojos.
“Lizzie, esos días libres son tuyos por derecho. Eres una chica joven, bonita… deberías tener un novio de tu edad.”
Y con la coquetería que se puso a conversar la primera vez, se dobló apoyando una mano en su cintura.
“¿Piensas que soy bonita?” preguntó, tratando de sonar desafiante, pero con solo mirarla a los ojos parecía una hoja temblando al viento. “¿No te molestaría que conociera un chico más?”
Volví a resumir mi labor.
“¡Por supuesto que no! ¡Es tu derecho!”
“Ya veo…” dijo más desanimada.
“Aunque me pondría triste.” Añadí.
“¿En serio?” preguntó, recuperando su ánimo coqueto.
Ahora que lo escribo, me he dado cuenta que siempre hago esto: de lograr un momento relativamente romántico con alguien más, desanimarla con mis palabras al decir que la relación no es posible, pero añadir algo que recupere las esperanzas.
Pienso que va muy asociado con la idea que yo no sirvo para esto y me sale de forma espontánea. Soy feliz con el amor de Marisol, pero soy incapaz de rechazar el cariño de otra mujer y no pienso que se deba a que soy lujurioso.
En mi juventud, me declaré un par de veces, pero siempre tuve negativas. Quizás, lo peor fue la burla de hacerla frente a mis amigos o bien, no ser lo suficientemente discreto con mis sentimientos.
Pero ya he estado de ese lado de la cerca (El lado del rechazado) y es muy incómodo. Me habría encantado que hubiesen sido dulces conmigo y me explicaran en buenos términos que mis sentimientos no eran correspondidos.
Desafortunadamente, no todas las mujeres son tan románticas como lo es Marisol o si lo son, no lo eran conmigo antes de conocerla.
“¡Me preocuparías mucho, Lizzie!” Le dije, acariciando sus caritas con mis manos espumosas. “Una disco en la noche, tú, por ti sola. Si algo te pasara…”
“¡Oye, soy una adulta!” exclamó sonriente. “¡No me pasará nada!”
“¡Es que he aprendido mucho de ti!” le respondí.
Y nos dimos un beso.
También había notado que Lizzie no se tomaba sus días libres, pero aprovechamos de salir con ella en un par de ocasiones a los museos de arte.
Honestamente, hasta antes de conocerla, ver cuadros para mí era equivalente a ver una foto. No les prestaba mucha atención al paisaje o las personas retratadas, porque terminaba olvidando el momento tras miles de otras fotos.
Pero ver un cuadro acompañado por alguien que entiende de arte es completamente distinto.
Me maravillaba al ver la cantidad de información que Liz podía deducir de un cuadro, ya fuera moderno, un retrato o un paisaje.
Los detalles que ella se percataba nos pasaban completamente desapercibidos para Marisol y a mí y nos ayudaban a entender sobre la época, las personas y los tipos de personalidad de los modelos, plasmados en los retratos.
Incluso, era capaz de percibir el sentimiento del artista al momento de pintar, tanto en obras abstractas como en cuadros de paisajes, fijándose solamente en las formas de esparcir el pincel y el juego de luces ambientales de la obra, de una manera que me recordaba a los test de Rorscharch.
Por supuesto, hombres como Fred son “demasiado machos” para entrar en museo, pero para personas como nosotros, forasteros de tierras lejanas y asombrados por la idiosincrasia de la cultura australiana, un museo no era un espacio vedado.
Se acomodó nuevamente en el mueble y otra vez, mis remordimientos en la cabeza.
“¡Lo siento, Lizzie! ¡Siempre te tomo así!”
Ella sonreía, mientras le soltaba el sostén.
“¡Está bien!...” suspiraba, al enterrarme en sus pechos. “¡Eres un hombre casado!”
Le bajé el calzón con impaciencia. Se rasgó un poco y ella se quejó, sorprendida.
“Pero tú… una cama…” le decía, aliviándome al introducir la punta en su húmeda y apretada rajita, con el mismo sentimiento de culpa que días atrás había tomado a Hannah en la camioneta.
“¡Ahhhh!... ¡Descuida!...” decía ella, suspirando a medida que la iba metiendo. “¡No es tan malo!”
Y entraba al fondo.
A Marisol también le gusta hacerlo de esa manera, porque dice que mis movimientos son más rápidos e intensos.
No estoy seguro si la intensidad será mayor, pero al no depender de la gravedad para mover la cadera agiliza bastante la frecuencia de embistes.
En una posición vertical, la retirada es mucho más agotadora, ya que en mi caso, además del roce que ejerce el canal vaginal sobre mi pene y la succión generada por la mujer, también debo cargar con el peso de mi cintura.
Sin embargo, en esta posición, el peso de mi cintura es irrelevante, lo que proporciona una mayor eficiencia a los movimientos de la pelvis.
Disculpen por descargar mis pensamientos de ingeniero en estos momentos.
Las embestidas de mi cuerpo eran tan potentes, que las carnosidades de Liz se sacudían con violencia y sus maravillosos pechos parecían vibrar como gelatinas.
“¡Es tan fuerte!... ¡Es tan fuerte!...” exhalaba, afirmándose de mi cuello con firmeza, a medida que la iba quemando.
En cambio yo, me disculpaba con ella, sin parar de bombear.
“¡Siento hacerte esto, Lizzie!... ¡Realmente, te traje aquí… para cuidar a mis hijas!... ¡Soy un mal jefe!...” le decía, bombeando cada vez más fuerte.
“¡Gah!... ¡No te preocupes!...” respondía ella. “¡Yo acepté… porque quería… cogerte… otra vez!”
Le agarraba los pechos, que ardían en pasión y sus pezones estaban muy hinchados.
Los 2 estábamos al borde de la excitación. Finalmente, cuando sentíamos que no podíamos aguantar más, nos dimos un beso para acallar nuestro fragor.
“¡Tanta… leche!” me decía ella, jugueteando con mis labios. “¡Nunca… me han llenado así!”
Arrepentido, intentaba sacarla.
“¡Lo siento! ¡Se hincha demasiado!”
Pero ella me abrazaba fuerte, para que no me moviera.
“¡No, no! ¡Está bien así!” me decía, feliz de tenerme en su interior. “Freddy se achicaba al ratito… pero tú…”
Daba un suspiro libidinoso. Le gusta tenerme adentro.
Luego de despegarnos, se puso en cuclillas, sin importar que mis jugos salieran de su dilatada rajita.
“¡La tuya es diferente, minero!” me decía, lamiendo los restos que quedaban. “¡Tú no bajas tan rápido!... ¡Coges por horas y horas y no te cansas!”
Y fue subiendo gatunamente por mi cintura, mirándome a los ojos.
“Y eres tierno…” me dijo, dándome un pegajoso beso. “Te he visto todo este tiempo… y me gustas. Es por eso que no salgo.”
Nos empezamos a besar otra vez y ella me la empezaba a sobar.
“¡No, Lizzie, no!” le pedía, aunque su mano era asombrosa. “¡Mis niñitas… ya van a despertar!”
Ella sonreía, ante mi resistencia.
“Un buen padre… todo el tiempo…”
Y diciendo eso, se puso a chupar, hasta hacerme acabar.


Post siguiente

0 comentarios - Siete por siete (109): Democracia del termostato (III)