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El despertar de un hijo

Poco a poco, madre e hijo van descubriendo lo que realmente les gusta.

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Hola, me llamo Enrique y os quiero contar lo que me ocurrió con mi madre, Marta. Aquella locura apenas duró un año, pero fue el tiempo más excitante que he vivido en mi vida.

Todo ocurrió cuando ya tenía los dieciocho años. Estaba en la universidad y pasaba mucho tiempo en la facultad. Mis padres trabajaban, los dos, hacían turnos y muchas veces pasaban largo tiempo sin verse.

Una mañana, creo que era miércoles, acabaron las clases pronto. Sobre las doce llegué a mi casa y entré. No sabía bien la razón, pero por la noche habría soñado algo que me tuvo caliente durante toda la mañana. Así que cuando entré en casa, subí al cuarto de baño para hacerme una buena paja que me bajara el calentón que tenía.

Abrí la puerta y a la izquierda quedaba el inodoro. Me puse frente a él y saqué mi polla. Mis manos empezaron a acariciarla para darme placer mientras mi mente imaginaba una situación erótica con alguna mujer para conseguir correrme pronto. Miré a mi derecha, sobre el lavabo había unas bragas de mi madre. ¡Qué raro que deje unas bragas en cualquier lado! Pensé. ¡Se habrá marchado con prisas al trabajo!

Las cogí sin preocuparme de nada más, las miré y en aquella delicada tela aparecía una mancha. ¡Aquello era lo que necesitaba! Mientras mi mano derecha agitaba mi polla para darme placer, la izquierda llevó la íntima prenda de mi madre a mi nariz.

El olor de su coño inundó mi mente y en mi imaginación apareció el coño de mi madre. Nunca se lo había visto, así que imaginé que sus dedos separaban un montón de pelos negros y sus labios vaginales, ofreciéndome la rosada entrada de su vagina, toda para mí, para mi disfrute. Nunca me había hecho una paja con los olores íntimos de una mujer, y mi corazón latía acelerado por la excitación mientras sentía que el semen de mis huevos quería ser liberado.

Me coloqué dándole la espalda al lavabo, apoyándome levemente contra la pared, era evidente que llegaba mi orgasmo y necesitaba ayuda para no caerme con el placer que estaba sintiendo. Intentaba que mi miembro apuntara al redondo inodoro, pero la dureza que tenía hacía imposible que la apuntara hacia abajo… ¡Qué placer más rico oler el coño de mi madre!

En mi mente, intenté meter la lengua entre sus labios vaginales y saborear los flujos que habían manchado la tela que tenía en mi mano izquierda… ¡No pude! En aquel momento sentí que mi semen subía por mi polla para ser lanzado.

- ¡Sí mamá, sí! – Decía mientras me masturbaba. - ¡Qué bien huele tu coño! ¡Me voy a correr encima de él! – Un gran chorro salió disparado y chocó contra la pared que había al otro lado del inodoro.

- ¡Sí hijo, sigue que me estoy corriendo contigo! – Escuché la voz de mi madre.

Miré a la izquierda, donde estaba la ducha, frente al inodoro. Allí estaba mi madre, mojada, con las piernas levemente entreabiertas y dobladas… con su mano en su coño, con un dedo hurgando dentro de su vagina. ¡Se estaba masturbando!

La sensación que tuve fue la más angustiosa de mi vida. Estaba sintiendo el placer del orgasmo y la eyaculación, a la vez que me sentía descubierto en mis más íntimos y lujuriosos pensamientos. Sentía vergüenza y placer… miedo y excitación al ver el cuerpo desnudo de mi madre… Entre convulsiones y espasmos de placer, conseguí guardar a duras penas mi polla y salir corriendo a mi habitación. Ni que decir que tuve que mandar los calzoncillos y los pantalones a lo sucio, pues aún no había acabado de salir todo el semen que tenía contenido.

No sé cuanto tiempo permanecí en mi habitación, en silencio, pensando en todo lo que mi madre me diría de lo que había visto mientras ella se duchaba. Aquel sentimiento de culpa se mezclaba con la dulce lujuria que me provocaba recordar el cuerpo de ella, desnuda, mojada y masturbándose… Mi inconsciente polla volvía a crecer. ¡Toc, toc! Mi madre llamaba a la puerta y se empezaba a abrir.

- ¡Vamos Enrique, la comida ya está lista! – Ni un comentario a lo que había pasado, ni un reproche… Nada de nada. Asentí con la cabeza y ella se marchó.

Por increíble que pudiera parecer, ella no me hizo referencia a lo ocurrido en el baño nunca. Todo era normal. Pensé que tal vez era consciente de lo mal que lo había pasado al ser descubierto y su sensibilidad de madre le decía que era mejor dejarlo… O tal vez prefería callar pues ella también se masturbaba mientras veía a su hijo en un acto íntimo. No sabía la razón, pero los días pasaban con todo normal y así quedó la cosa.

Una tarde, mi padre marchó a trabajar, tenía guardia durante toda la noche y no volvería hasta la mañana siguiente. Era viernes, de eso sí me acuerdo pues no tenía que ir a la facultad al día siguiente. Mi madre tampoco tenía que ir al trabajo, ella trabajaba de lunes a viernes. Él se despidió de nosotros tras la cena y se marchó. Mi madre quedó en la cocina recogiéndola, mientras yo marché al salón y puse la televisión.

Al rato entró ella, se sentó en el otro sofá. La miré, con su camisón de dormir. Ella miraba la película que echaban, la verdad es que era un poco aburrida y yo apenas la seguía. Dejé de mirar a mi madre y me centré en la película.

No pasaron muchos minutos, cuando en una escena el actor cogía unas bragas que encontraba en un baño y las olfateaba. Miré a mi madre, ella me miraba. Sin duda a los dos nos recordó lo que había pasado días antes, pero ninguno dijimos nada.

Los dos sofás que ocupábamos, formaban una ele en el salón, de forma que ella quedaba a mi derecha. Estaba sentada, mirándome en silencio, inmóvil… bueno, inmóvil por un momento, pues sus piernas empezaron a abrirse y al final de sus muslos podía ver sus bragas blancas de encaje.

Mi polla reaccionó al momento, una erección se dibujaba en la fina tela del pantalón corto de mi pijama. Por unos segundos ella permaneció con sus piernas bien abiertas, en silencio, ninguno decía nada, sólo nos mirábamos y nos excitábamos, mi erección era la evidencia.

Entonces cerró las piernas de golpe y con un movimiento rápido, se quitó las bragas. Las tenía en la mano. Seguía sin hablar, sólo me miraba, miraba mi erección. Las lanzó y cayeron junto a mi cara. Mi mano acercó aquellas hermosas bragas a mi nariz y pude sentir y oler la humedad que se había formado sobre la tela. Mi polla creció más.

Ella permanecía quieta, con sus piernas cerradas, parecía esperar algo. Me deleitaba con el olor del coño de mi madre. Ella me miraba a los ojos y después a mi erección, como insinuando que deseaba ver mi polla.

Mientras una mano mantenía las bragas sobre mi nariz, la otra agarró el filo del pantalón y empezó a bajarlo, haciendo que la tela se enganchara en mi endurecida polla, forzándola a poner resistencia a ser descubierta. Los ojos de mi madre observaban con avidez aquella polla que luchaba por no ser liberada y se mordió el labio inferior, aquello le gustaba.

Seguí bajando la tela, forcé a mi polla a que se inclinara hacia el lado contrario para después liberarla de golpe y que chocara contra mi vientre. Mi polla erecta y turgente quedó expuesta a la vista de mi madre. Dio un resoplido poniendo su bonita boca en una mueca que hizo que sus labios formaran un hermoso círculo con sus rojos labios. Sus piernas se abrieron de golpe y por unos segundos su coño se mostró por completo, depilado, con una pequeña hilera de pelos por encima de su raja, con unos labios vaginales hechos un gurruño… ¡Joder, qué coño más bonito!

Seguíamos sin hablar. Su mano empezó a acariciar su caliente sexo, por encima, no dejándome admirarlo. Mi mano izquierda fue a socorrer a la derecha y mantuvo las bragas en mi nariz, mientras la derecha bajaba y comenzaba a tocarme.

Sus ojos no se apartaban de mi polla, mientras veía cómo la acariciaba con mi mano, su boca hacía muecas mostrando el placer que le provocaba aquella visión. Sabía que una de las mejores cosas que tiene mi polla es que tiene un glande muy grueso. La agarré y bajé la piel para liberarlo. En el momento que lo vio libre, su dedo se hundió entre los labios vaginales y comenzó a masturbarse. Yo la seguí con mi paja.

Los dos gozábamos viéndonos en tan excitante situación. Mi madre se masturbaba viendo a su hijo medio desnudo, yo hacía lo propio mientras veía el mojado y caliente coño de mi madre. Ella se acomodó en el sofá, llevó su culo hasta el filo del asiento y sus piernas se abrieron de par en par. Sus dedos jugaban con su brillante sexo, mojado por los flujos que emanaban de su vagina. Seguíamos sin decir nada.

Mis testículos iban a reventar. Deseaba lanzar mi semen, pero el placer de verla allí, masturbándose me hacía aguantar todo lo posible. ¡No te corras, aguanta! Me decía mentalmente para disfrutar de la visión de mi madre. ¡Un poco más!

Me levanté, dejé caer los pantalones al suelo y caminé hacia ella acariciando mi polla con la mano. Me coloqué delante de ella que permanecía recostada mientras sus dedos provocaban un excitante ruido. El chops, chops, que hacían sus dedos al entrar en su mojada vagina me volvían loco, quería correrme mientras ella me miraba.

Mi madre no apartaba los ojos de mi glande, mientras su mano se agitaba entre las piernas, su boca se retorcía y mostraba muecas de placer. ¡Sabía yo que le iba a gustar mi glande! Lo miraba y esperaba que aquella fuente brotara de una vez y le diera el maná blanco que tanto deseaba.

No hizo falta que le dijera nada, mi cara le mostró que iba a correrme, que lanzaría mi semen… sobre ella. Lancé un gruñido y un primer chorro brotó con fuerza. Mi semen quedó en parte de su pelo y en el respaldo del sofá. Mis piernas temblaban cuando iba a llegar el siguiente, su mano libre tiró de sus ropas para dejar al descubierto su barriga. Otro chorro brotó e inundó su ombligo. Tanto placer sentía con aquella corrida, que perdí las fuerzas para mantenerme en pie, puse una mano sobre su muslo y me arrodillé entre sus piernas.

Los gemidos de placer que mi madre daba llenaron toda la casa. Mientras lancé débiles chorros de semen en la mano que la masturbaba, ella se corría. Podía ver como sus flujos se mezclaban con mi blanquecino semen. Al poco tiempo ella estaba exhausta, tumbada con las piernas abiertas y con su sexo lleno de mi semen, mientras yo permanecía de rodillas entre sus hermosos muslos, viendo mi semen deslizarse por su cuerpo, por su barriga, por su coño… Nos miramos durante unos minutos, sin decirnos nada y sin tocarnos. Los jadeos del placer que habíamos sentido era nuestra única forma de comunicarnos, sin palabras. Después, nos levantamos y nos aseamos, para volver después a ver la televisión como si no hubiera ocurrido nada.

Ese ritual de autosatisfacción compartido se repitió muchas veces. Si nos quedábamos solos en casa, en algún momento uno de los dos mostraba su sexo y el otro lo seguía hasta conseguir que ambos tuviéramos un descomunal orgasmo.

Entre “ritual” y “ritual”, podían pasar varios días o semanas. No es que estuviéramos como animales en celo todo el día masturbándonos uno frente al otro, más bien era cuando la lujuria en los dos llegaba a un punto que era insoportable. Y como siempre no decíamos nada, simplemente nos mirábamos y uno comenzaba.

Pero un día hubo un cambio sustancial. Habíamos estado casi un mes sin masturbarnos en pareja, yo me autosatisfacía en soledad y a ella mi padre le tenía la vagina bien satisfecha. Aquel día, nos miramos y todo empezó. Estábamos en la cocina después de comer. Ella vestía una camisa y una falda que le quedaba por encima de las rodillas, con algo de vuelo. Yo una camiseta y unos vaqueros.

Me puse de pie y liberé mi polla que estaba algo erecta para indicarle lo que quería. Echó su silla atrás sin levantarse, abrió las piernas y levantó su falda. Me mostró sus bragas… ¡No puedes ser! Pensé. Llevaba una compresa pues tenía el periodo. Entonces empecé a guardar mi polla decepcionado por la situación en la que se encontraba mi madre.

- ¡Espera!

Esa era la primera vez que me hablaba mientras estábamos en una de esas “situaciones”. No dijo más. Se levantó y se colocó de rodillas en el asiento, de espalda a mí. Con sus manos levantó la falda y me mostró su culo redondo, grande, con aquellas anchas caderas. Me acerqué agitando mi polla, la visión de su hermoso culo era nueva para mí y muy excitante. No lo pude remediar, sin pensarlo, mi mano izquierda se posó sobre su redondez. Dio un pequeño respingo al sentir que la tocaba, pero volvió la cabeza para mirarme con una sonrisa de aprobación.

Me coloqué tras ella sin que ella dejara de mirarme. Mis dos manos se aferraron a sus nalgas y las acaricié con deleite, miraba a su cara por si lo que hacía le producía desagrado… ¡Sigue sonriendo! Pensé. Con aquellas caricias, mi polla se puso más dura, sentía en mi mano el redondo culo de mi madre y mi polla anhelaba sentirse acariciada.

Me pegué a ella y mi polla tocó su culo. La cara de excitación y placer que puso mi madre al sentir mi endurecida polla empujar contra ella era lo más lujurioso que he visto en toda mi vida. Me moví suavemente mientras mis manos no paraban de acariciarla. Mi polla se deslizaba levemente contra la raja de su culo, sobre la suave tela de sus bragas. Era como si la follara y mejor que mi mano. Ella entró en el juego y agitaba su culo suavemente, ofreciéndome un placer que nunca había conocido, no sólo me excitaba hacer cosas impropias de un hijo y una madre, o ver a mi madre medio desnuda y masturbándose, no, ahora nuestros cuerpos se agitaban el uno contra el otro.

Después de un buen rato, en el que disfruté del culo de mi madre, tocándolo y frotando mi polla contra él, ella me empujó con su parte trasera haciéndome retroceder un paso. Se giró y se sentó en la silla. Poco a poco, sin dejar de mirarme a los ojos, se abrió la camisa y se levantó el sujetador, liberando sus hermosas tetas de oscuros y erectos pezones.

Mientras mi mano agitaba mi polla, vi como se quitó el sujetador sin quitarse la camisa, se desabrochó un botón más, y separó aquella prenda para ofrecerme una buena vista de sus pechos. Mientras mi mano seguía masturbándome, ella se acarició las tetas cómo si las amasara, terminando por jugar con sus dedos en los endurecidos pezones. ¡Mi polla iba a estallar!

Sus tetas no eran muy grandes, pero las juntó y quedó un buen canalillo entre ellas. Echó saliva allí y con su sonrisa comprendí lo que quería. Solté mi polla y me acerqué a ella, dirigiendo mi polla hacia la unión de aquellas dos hermosas tetas. Ella la recibió y nuestros movimientos se sincronizaron para que mi polla fuera masturbada.

Me miraba y sonreía, yo podía ver como mi glande salía de entre sus pechos y casi le llegaba a la barbilla, aquella imagen me iba a hacer estallar los huevos en una gran corrida. ¡Aguanta, aguanta! Me decía a mi mismo. Llevé mis manos a sus pezones y comencé a acariciarlos. ¡Dios, que duros estaban! Mi madre estaba tan caliente con aquello…

Ella sintió mis caricias en sus pezones y agachó la vista para ver qué le hacía. No lo pude evitar, su boca bajó y yo empujé con fuerza mi polla para que llegara lo más alto posible. ¡Y vaya si llegó! Noté en mi grueso glande sus labios, como un beso. Ella no levantó la cabeza, parecía esperar. Empujé otra vez y sentí la suave caricia de su lengua, parecía dispuesta a mamarla. Otro empujón y ahora fue una leve succión en la punta de mi glande. ¡Me iba a correr con aquello!

Sus tetas liberaron mi polla y una de su mano la sujetó. No podía creerlo, aquel día era el día en que empezábamos a tocarnos, yo me deleité con su culo y ella ahora agarraba mi polla… ¿Se la iba a tragar? No sé que fue lo que ocurrió, pero en el momento en que su mano se deslizó dos veces a lo largo de mi polla, un gran chorro de leche salió de mi glande cogiéndonos desprevenidos a los dos, a ella le llenó toda la cara, entrando parte en su boca. Mis piernas temblaron al sentir aquel tremendo placer y el semen salía descontrolado con una fuerza que nunca antes había tenido.

Mi madre aguantaba con los ojos cerrados tal torrente de semen. Agitaba la mano y más semen brotaba. Su cara estaba prácticamente cubierta de semen y con sus dedos tuvo que apartarlo de sus ojos. Mi polla temblaba en su mano cuando ya no salía más semen. Ella me miró, cubierta como estaba con mi blanquecina leche y me regaló una sonrisa. ¡Le ha gustado! Pensé. Se levantó y fue a limpiarse al baño. Yo me volví a vestir y me senté agotado mientras ella volvía. Como siempre, después de aquello ni se habló ni se hizo ningún comentario, todo siguió normal.

Durante varios días, pensé sobre la posibilidad de haber follado a mi madre si no hubiera tenido el periodo, pero aparté esa idea de mi cabeza, pues como ella no podía mostrarme su sexo, decidió masturbarme directamente.

Y unos días después, me mostró hasta que punto estaba dispuesta a llevar su lujuria. Un día por la tarde, me dijo que teníamos que ir a visitar a mi abuela Marta, su madre. Y así lo hicimos, cogimos el coche y sobre las ocho de aquella fría tarde, estábamos con mi abuela. Después de los saludos y besos, nos sentamos los tres en el salón. La casa de mi abuela es antigua y muy fría, así que ella tiene un brasero bajo la mesa camilla. Mi madre y yo nos sentamos en el sofá y nos tapamos con la ropa camilla, mi abuela se colocó en su sillón al otro lado de la mesa.

Ellas charlaban mientras yo intentaba ver algo en la televisión. Entonces sentí la mano de mi madre que se colocaba sobre mi muslo. No le di mucha importancia, hasta que noté que iba subiendo y empezó a acariciarme la polla por encima del pantalón. ¡Era increíble! Masturbaba a su hijo mientras hablaba con su madre. No entendía la razón por la que llegaba a tanta perversión, pero disfrutaba con sus tocamientos.

Alargué mi mano con disimulo y empecé a subirle su falda al resguardo de la ropa camilla. Acaricié su muslo y sus piernas se abrieron para ofrecerme su sexo. Seguramente ya no tenía el periodo y su coño estaba muy caliente para aguantar varios días en los que pudiéramos estar solos. Así que, allí, delante de su propia madre, decidió que era hora de que su hijo la satisficiera. Y eso hice.

Aparté su mano y me dediqué por completo a ella intentando que mi abuela no descubriera los movimientos que yo hacía. Era una postura algo dificultosa, tenía que forzar un poco la mano para buscar el filo de sus bragas y llegar hasta su coño. Así que una de sus manos vino a ayudarme. En un movimiento disimulado, su mano apartó las bragas a un lado, colocándolas de forma que la raja de su coño quedara libre.

Mis dedos empezaron a acariciarla. Primero jugué con los pocos pelos que tenía por encima de su raja para después bajar y empezar a acariciar sus labios vaginales. Se recostó en el sofá sin dejar de hablar con su madre y sus piernas totalmente abiertas me permitían masturbarla.

Yo no dejaba de mirar la televisión, mis dedos intentaban separar sus labios que ya estaban bastante mojados. Nunca había tocado el coño de una mujer, así que una vez que pude meter un dedo, disfruté de la suavidad y la humedad de la entrada de su vagina. La acariciaba y busqué su clítoris, no sabía bien lo que tenía que encontrar, pero en lo alto de su raja, un erecto y prominente bulto me esperaba para que le diera todas mis caricias.

Ella disfrutaba con mis caricias y hacía un gran esfuerzo para que no se notara que su hijo la estaba masturbando. Así estuve un buen rato. Ella deseaba correrse dejando estallar ese orgasmo que tanto estaba conteniendo. Mis dedos estaban totalmente mojados de sus flujos, y el asiento también debería estarlo. La miré y ella aprovechó que mi abuela no miraba para poner gesto de que le estaba dando mucho placer y se iba a correr. Su mano sobre la mía me marcaba el ritmo de las caricias mientras intentaba disimulas las lujuriosas sensaciones que sentía.

- ¡Voy al servicio! – Dijo mi abuela y se levantó.

Dejé mi mano parada mientras la anciana salía del salón. Tendría algunos minutos para hacer que mi madre estallara de placer. Me giré hacia ella y hundí mi otra mano en su coño. Mis dedos entraron en su vagina sin dificultad y la masturbé violentamente. Ella se agitaba y gimoteaba sutilmente. Me acerqué a su boca y la besé. ¡Mi madre estalló en un colosal orgasmo! Sentí en mi mano la inmensa cantidad de flujos que lanzó. Su cuerpo se agitaba por el placer. Sus resoplidos sonaban en mi oído y los dos botamos al escuchar la puerta del baño de mi abuela abrirse. Al momento, la anciana se sentó frente a nosotros. Mi madre se recompuso las bragas y seguimos con la visita.

Después de varias horas, nos marchamos a casa. Durante el camino no hablamos de nada de lo que había ocurrido frente a mi abuela, como siempre, silencio y una actitud normal. Al llegar a casa, en el garaje, antes de entrar en el hall, me detuvo.

- ¡Espera! – Me dijo y se subió la falda y se quitó las bragas. - ¡Toma, te las has ganado! ¡Esta noche mastúrbate con mi olor más íntimo! – ¡Y vaya si lo hice!

Pasé varios días pensando en los favores que mi madre me había regalado. Aquella paja con sus tetas mientras tenía el periodo, aquella felación frustrada por mis impacientes testículos que no contuvieron mi semen… La excitante masturbación que le hice en casa de mi abuela. Tenía que devolver tanto placer. Durante varios días busqué y vi muchos vídeos pornográficos para intentar aprender a hacerle una buena comida de coño.

Y por fin llegó el día en que tenía la oportunidad de demostrar lo que había aprendido tras ver más de cien películas. Era sábado por la mañana, mi padre había quedado con un amigo suyo para irse con las bicicletas por una ruta. Nos había pedido a mi madre y a mí que lo acompañáramos, pero tanto ella como yo deseábamos estar solos para liberar nuestras incestuosas lujurias y darnos placer.

Sobre las diez de la mañana llegó Juan, el amigo de mi padre. Lo cargaron todo en el coche y se montaban cuando mi madre los miraba desde la ventana de la cocina, despidiéndolos. Estaba junto a ella despidiéndome, pero no esperé a que se pusieran en marcha. Bajé mi mano y empecé a acariciar el redondo culo de mi madre. Noté como su cuerpo se estremeció al sentir mis caricias, como si mi padre pudiera ver que su hijo tocaba el culo de su mujer. Seguí tocándola y su culo se puso un poco más en pompa para que la tocara más.

Ellos se despedían, diciéndose las típicas cosas que se dicen en estos casos, y yo me retiré de la ventana y me arrodillé detrás de ella. Levanté la falda que llevaba y me coloqué bajo su ropa. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se notara que estaba turbada por lo que su hijo hacía. El redondo culo estaba delante de mi cara, con aquellas bragas que lo cubrían por completo, marcando su hermosa forma. Mis manos se colocaron sobre él, cada mano en cada cachete, amasando y disfrutando del cuerpo de mi madre.

Con mis dedos hice que las bragas se estrecharan y se colocaran dentro de la raja de su culo. La vista de los desnudos cachetes del culo de mi madre hizo que saltara un resorte en mi mente y pusiera en práctica todo lo que había visto en tantas películas. Mi boca mordió suavemente y con deleite tan deliciosas carnes. Mientras mi boca y mi lengua recorrían toda la extensión de su culo, escuché que bajaba la persiana de la ventana. ¡Por fin estábamos totalmente solos!

- ¡No seas perverso! – Me dijo agitando levemente su redondo culo. - ¡¿Acaso eres un perro para andar oliendo el culo de tu madre?!

Aquella pregunta me excitó más aún. Salí de su falda y la llevé de la mano hasta el salón, delante del sofá.

- ¡Quítate los zapatos! – Le pedí.

- ¡¿Qué perversión pretendes hacer?!

- ¡Si te parezco un perro, seré un perro! – Ella ya estaba descalza. - ¡Ahora sube en el sofá, a cuatro patas!

- ¡¿Te excita el culito de mamá?! – Me dijo mientras subía al sofá. No le contesté, me dediqué a trabajarla.

A cuatro patas, mi madre giró la cabeza para mirar atrás, donde yo acariciaba su culo. Cuando la miré, ella sacó la lengua y jadeó como si fuera una perra agradecida por las caricias de su amo. Levanté su falda y allí estaba el objeto de mi deseo. Las bragas aún estaban metidas por la raja de su culo y lamí con mi lengua sus cachetes.

Podía escuchar los gruñidos y leves gemidos de placer que ella daba. Agarré sus bragas y se las bajé hasta las rodillas. Pasé mi mano por su raja hasta notar los labios vaginales, mojados y calientes. Los acaricié mientras nos mirábamos, viendo el placer que sentíamos.

Entonces recordé “mis estudios” y con ambas manos separé los cachetes. Ante mis ojos apareció el apretado esfínter de su ano. Lo acaricié con un dedo mientras ella protestaba un poco por aquello.

- ¡No hijo, eso es guarro! – Protestaba medio gimiendo al sentir mi dedo en su ano. - ¡Eso está sucio!

No me molestaba en contestarle, simplemente le hacía lo que me daba la gana. Me coloqué tras ella y separé bien sus cachetes. Ella me miró y no pudo acabar la frase que iba a decir. Escuché “¡Qué piensas…!” Supongo que quería saber que tenía pensado hacerle, pero en ese momento hundí mi cara en su culo y mi lengua mojada empezaba a lamer su esfínter. Los gemidos de mi madre no tardaron de aflorar en su garganta. Mientras me pedía que dejara de hacerle aquello tan sucio, sus gemidos mostraban el placer que le daba mi lengua en su apretado ano.

Pegó su pecho al asiento del sofá y su culo quedó más en pompa, podía lamerla perfectamente. Sus protestas desaparecieron, ahora todo lo que había eran gemidos de placer. Su cuerpo se agitaba excitado, con la lujuria sacudiéndola por dentro. Me separé y acaricie sus nalgas mientras admiraba aquella vista de mi madre.

Entre sus piernas estaban los labios vaginales, perfectamente húmedos, perfectamente calientes y perfectamente ofrecidos a mi boca. Me acerqué y mi lengua comenzó a lamerlos. Era imposible separarlos, pero podía oler y saborear el coño de mi madre. Todo empezó con los flujos de mi madre en aquellas bragas que olí en el baño y ahora podía olerlos y saborearlos directamente de la fuente que manaban.

- ¡¿Quieres que mamá disfrute?!

- ¡Quiero hacer que te corras con mi lengua!

No dijo nada, se puso en pie, se quitó las bragas y la falda. Se sentó, abrió las piernas todo lo que su cuerpo permitía y sus manos separaron los labios vaginales. No tuvo que decirme nada, sabía lo que ella necesitaba y había “estudiado” mucho para dárselo. Acaricié con mis manos sus muslos y hundí mi boca en aquel mojado y caliente coño. Sentí en mi lengua la suavidad de la entrada de su vagina, movía la lengua recorriendo toda su dilatada raja. Busqué su clítoris, allí, en lo alto de su raja. Y allí estaba, erecto y grande, sobresaliendo de los pliegues de los labios. Mi lengua jugó y jugó con él, sin descanso, sintiendo como las caderas de ella se agitaban de forma descontrolada por el placer.

- ¡Dios, me corro! – Gritó mi madre.

Seguí lamiéndola y mi boca se inundó de los flujos de su maduro coño. Puse mis manos en su culo y hundí con fuerza mi boca en aquella raja para que no se escapara con los botes que su cuerpo daba al sentir el orgasmo. Mi lengua seguía moviéndose hasta que su mano me empujó y me pidió que la dejara descansar.

Me senté junto a ella, sentía mi boca y barbilla empapada de sus flujos. El sabor y el olor de su coño inundaban la mente. Ella aún se agitaba junto a mí. No sabía si tocarla o no. Me sonrió medio recostada.

- ¡Has hecho muy feliz a mamá! – Alargó la mano para que yo le diera la mía. - ¡Ahora mamá te hará feliz a ti!

Tal como estaba, se arrodilló delante de mí. Ni siquiera se limpió, simplemente me quitó los pantalones y sacó mi erecta polla. La miré, vi como ella disfrutaba al tener aquel enorme glande al alcance de su boca. Lo acarició con suavidad, después escupió un poco de saliva y me masturbó suavemente. Su lengua jugó, acariciándolo con deleite. Sus labios rodearon mi glande y succionó. Sentí un gran placer y mi semen se preparó para salir. Ella sabía que no tardaría en lanzarlo.

Me excité más cuando mi polla se perdió por completo dentro de su boca. No sé hasta donde le llegaría, pero al sacarla chupaba endiabladamente queriendo extraer todos mis flujos. Otra vez se la tragó por completo… ¡Me iba a correr! Ella lo notó. Su boca se quedó aferrada a mi glande mientras su mano se agitaba a lo largo de mi polla para masturbarme. Las caricias unidas a la succión de aquella maternal boca, hicieron que me corriera al momento.

- ¡Me corro, me corro! – Pude decir.

Su mano se movió con más destreza y su boca se mantuvo succionando. Un gran placer recorrió todo mi cuerpo cuando sentí como el semen era liberado, más aún cuando podía ver como mi madre lo recibía deseosa en su boca, sin liberar mi polla para que no se perdiera nada. Cada espasmo lanzaba más semen en la lujuriosa boca de mi madre que lo tragaba con deseo y placer. La lamió hasta dejarla totalmente limpia. Después se levantó y se marchó al baño para asearse. Como todas las veces, cuando volvió fue como si no hubiera pasado nada, actuando como una madre totalmente normal.

Durante más de un mes todo cambió. Habíamos tenido sexo oral y aquello me había lanzado a una lujuria que no había conocido, y que realmente aún no he conocido, pero siempre evitaba quedar a solas conmigo, y si en alguna ocasión podía mostrarle mi sexo, ella se excusaba con algún dolor para evitar tener la más mínima pizca de sexo conmigo. Tanta era mi desesperación, que al final di por finalizada aquella locura incestuosa que habíamos tenido.

Y todo acabó aquel sábado por la tarde. Mi padre se marchaba para hacer una guardia de veinticuatro horas, un día completo en que mi madre y yo estaríamos solos. Si ella no quería nada conmigo, no podría aguantar estar allí, en nuestra casa, en mi habitación, deseando como deseaba a aquella mujer.

Serían las cuatro de la madrugada cuando llegué de estar con mis amigos. Entré en la casa y al dirigirme a mi habitación, pasé por delante de la de mi madre. Ella estaba totalmente dormida. Me metí en la cama y en poco tiempo quedé dormido, por supuesto mientras pensaba y recordaba a mi madre. En sueños, mi madre me hacía una buena mamada. Podía sentir cómo mi polla se hundía en su boca, cómo desaparecía por completo dentro de ella. Era una mamada que me estaba dando un gran placer y deseaba correrme. En cierta manera, sabía que aquello era un sueño, así que me llevé por el placer y empecé a lanzar mi semen. En ese momento empecé a despertar y a sentir que realmente me corría. Abrí los ojos.

Ya era de día, la luz entraba por la ventana. Aún podía sentir como ella se tragaba mi polla y mi semen. Miré.

- ¡Dios, mamá, qué bueno!

Fue lo único que pude decir. Mi madre estaba de rodillas en el suelo y se tragaba mi polla. Realmente me estaba mamando y se tragaba mi semen. Aquella visión hizo que mi polla no redujera su tamaño. Todo lo contrario, aún habiéndome corrido, la dureza de mi polla no bajó. Ella no dejó de mamar y, con dificultad, se quitó las bragas. Se colocó sobre mí y me ofreció su coño mientras aún lamía y agitaba mi polla.

De nuevo tenía su mojada raja delante de mi boca, mi lengua la lamía y la saboreaba. Mi polla dura entraba en su boca, pero ahora no deseaba correrse, podía lamerla todo lo que quisiera. Pero su coño estaba tan caliente y deseoso de mi lengua, que en poco tiempo sintió un gran orgasmo. Su gemidos eran exagerados, demasiados estridentes, pero era señal del placer que estaba sintiendo. Y sólo dijo una frase que me hizo desbocarme.

- ¡¿Quieres follar a tu madre?!

No hizo falta contestarle. Ella soltó mi polla y se desnudó por completo. Yo me levanté y quedé desnudo. Me miró desde la cama, a cuatro patas. Su mirada preguntaba cómo quería meter mi polla en su coño. No hablé, agarré su culo y ella supo que postura tenía que adoptar.

Se colocó en el filo de la cama a cuatro patas, de forma que su culo quedaba bien en pompa y ofreciéndome su coño totalmente. Me acerqué por detrás a ella, que me miraba con su cara pegada a la cama, deseosa de que llenara por completo su vagina, la vagina de mi madre. Puse mis manos en su culo, lo acaricié y acerqué mi polla, restregándola por la raja que separaba sus cachetes. Podía ver mi glande aprisionado entre sus glúteos.

Dejé caer saliva sobre mi polla y después la cogí con una mano. La primera vez que mi polla tocó el coño de mi madre, fue como un sueño. Sentí el calor de sus flujos, mi glande resbaló entre sus labios y le frotó toda su raja, arrancándole un leve gemido. La volví a agarrar y la dirigí de nuevo a su coño. Otra vez falló en su intento de entrar y recorrió la húmeda entrada de su vagina, sin penetrarla, pero dándole un enorme placer.

Entonces sus dedos rodearon mi glande y lo dirigieron a la entrada de su vagina. Un “despacio” fue toda su indicación. Agarrado a sus caderas, empujé mi polla contra su coño. Podía sentir como mi glande se abría paso en el interior de mi madre, como sus paredes se separaban y se dilataban poco a poco. Podía escuchar sus leves gemidos y quejidos al ser penetrada por mí, por su hijo.

Seguí empujando un poco más y ella echó su cuerpo atrás hasta que mis huevos chocaron con su cuerpo. ¡La había penetrado por completo! Pude ver como mi polla había desaparecido dentro de aquella caliente vagina. Quedamos quietos por unos segundos, ella con su vagina completamente llena, yo con mi polla totalmente hundida.

- ¡Hoy es el único día que follaremos! – Me dijo mirándome a los ojos. - ¡Aprovecha bien el día que te doy!

Aquellas palabras me espolearon a follarla. La empecé a penetrar despacio y poco a poco aumenté la velocidad de las penetraciones. Aferrado a sus caderas, en poco tiempo clavaba mi polla con furia en mi madre, mientras que ella gemía y se retorcía de placer. No podía parar de follarla, no quería parar… El placer aumentaba y mis ganas de correrme eran más fuertes que mi deseo de penetrar a mi madre. Se retorcía, gemía… Tenía una cara de placer que la hacía más hermosa aún. Deseaba lanzar mi semen. En unos segundos mi deseo pasó a ser un reflejo incontrolable. Sin poder avisarla, mi semen empezó a salir con grandes chorros dentro de la vagina de mi madre. Aquello le provocó un gran orgasmo, en vez de separarse de mí, se hundió mi polla todo lo que pudo para sentir como brotaba mi semen en el interior de su coño.

Los dos caímos agotados en la cama tras el orgasmo. Me giré hacia ella y la abracé. Me besó suavemente en los labios y después se giró para darme la espalda. Su culo tocaba mi polla que tenía el glande mojado de los flujos de ella y mi semen. La acaricié cariñosamente y en poco tiempo mi polla se endureció de nuevo al contacto de su culo.

Me separé un poco de ella y la empujé suavemente para que se colocara boca arriba. Sus ojos me miraron, sus brazos me rodearon por el cuello y nuestras bocas se unieron. Me coloqué sobre ella con un largo beso. Sus piernas se abrieron y nuestros cuerpos se acoplaron perfectamente. Mi polla estaba sobre la raja de su coño, sin penetrarla, pero restregándose contra ella.

Por momentos me movía con más fuerza, haciendo más intenso el contacto de nuestros sexos. Y entonces, con un movimiento de sus caderas, consiguió que mi glande encajara en la entrada de su vagina. Permanecimos quietos por unos segundos, mirándonos a los ojos. Entonces la besé con pasión y hundí de golpe toda mi polla en ella. Unas frenéticas penetraciones consiguieron arrancar un primer orgasmo de mi madre, que se agitaba bajo mi cuerpo, arañándome la espalda, gimiendo junto a mi oído. Éramos como dos animales en celo, yo la follaba con fuerza y pasión, ella gemía y gritaba de placer. Su cuerpo se tensó por completo y un tremendo orgasmo la volvió a invadir, haciendo que perdiera las fuerzas.

Entonces me separé de ella. Sentí como mi erecta polla abandonaba el calor de su vagina. Ella estaba exhausta, con sus piernas abiertas de par en par. Su coño brillaba por la cantidad de líquidos que habían salido de su vagina, por la cantidad de líquidos que mi polla había metido en su vagina. Separé sus labios vaginales para explorar y comencé a acariciar su clítoris. Ella me miró y sonrió. Me agaché y le lamí la su raja para acabar jugando con su erecto clítoris.

Su mano acariciaba mi cabeza, con dulzura, con cariño, con pasión, con lujuria… Mi lengua jugueteaba con aquel excitado bulto. Las caderas de mi madre se agitaban descontroladamente, iba a tener otro orgasmo, seguro.

Su mano agarró mi pelo y me separó de su caliente coño. Un desesperado “¡Túmbate, túmbate!” brotó de su boca. Tenía que obedecer a mi madre y me coloqué en medio de la cama, boca arriba, con mi polla totalmente erecta para satisfacer todos los deseos de mi incestuosa madre. Ella abrió las piernas y se sentó sobre mi polla, poco a poco, sintiendo cada centímetro de polla que le entraba.

- ¡Me gusta sentir cómo tu polla abre mi vagina!

Estaba como ida, ella estaba en otro mundo, en el que sólo importaba tener mi polla dentro de ella, sentirse llena. No importaba que fuera su hijo, no importaba si mi padre regresaba antes del trabajo y nos pillaba, no importaba si me corría dentro de su vagina, nada importaba aquel día, sólo tener mi polla dentro de ella, follándola, llenándola por completo, sintiendo mi semen…

Se echó hacia delante y sus pechos quedaron expuestos a la acción de mi boca. Al momento lamía y mamaba aquellos oscuros pezones. Mientras su culo se agitaba y mi polla la penetraba, mi boca mamaba las tetas que me habían criado y mis manos acariciaban sus nalgas.

Dejé sus pechos y descubrí algo que me calentó más aún. Junto a la cama estaba el ropero, tenía tres puertas con un espejo en cada una. Podía observarnos mientras follábamos. Mi madre cabalgaba descontrolada, gimiendo, agitando su culo cuyas carnes trepidaban con cada penetración. Agarré su cabeza y la hice girar para que se viera reflejada. Sonrió al verse allí, con el placer y la lujuria en su cara y en su cuerpo. No paraba de follarme, de clavarse mi polla hasta el fondo de su vagina. Sus pechos colgaban y se agitaban con cada movimiento de su cuerpo.

Me miró a los ojos y me besó con pasión, hundiendo su lengua en mi boca y jugando con la mía. Puse una mano en su nuca para que nuestras bocas no pudieran separarse. Sus pezones se clavaron en mi pecho. La otra mano frenó el movimiento de su culo y mis caderas se movieron todo lo rápido que podían.

Mi polla entraba y salía de su húmedo coño, producía chasquidos al agitar los fluidos que su vagina lanzaba. Apartó su boca de la mía y su rostro mostraba el gran placer que estaba sintiendo. No reduje el ritmo de mis penetraciones, ella necesitaba que la penetrara ferozmente, con fuerza, hasta lo más profundo de su caliente coño.

Giré la cabeza mientras ponía todo mi empeño en hacerla gozar, podía verla en el espejo, retorciéndose de placer, gimiendo y chillando mientras la follaba. Todo su cuerpo se agitaba, sus tetas, su culo… Estalló en un gran orgasmo, se dejó caer contra mí y mordió mi cuello por el placer que agitaba su cuerpo. Mis penetraciones fueron más lentas, pero no dejé de follarla. Sus manos intentaban acariciarme, pero el placer sólo le permitía dar manotazos contra mi cuerpo. Quedó rendida sobre mi cuerpo, con mi polla erecta aún dentro de ella. Sentía mis testículos totalmente mojados por sus flujos. Había tenido un gran orgasmo y una gran corrida. Se separó de mí jadeando. Se colocó a cuatro patas en el filo de la cama, mirando hacia el ropero.

- ¡Quiero ver cómo me follas por detrás! – Dijo recuperando poco a poco la respiración.

Me levanté y me coloqué tras ella. Mi polla estaba empapada y la dirigí hacia su coño. Sus labios vaginales estaban dilatados y podía ver parte de su rosada vagina. Un hilo de flujos brotaba suavemente de su interior.

Puse mis manos en sus nalgas, las acaricié y la amasé, me encantaba ver cómo se movían aquellas redondas nalgas. Acerqué mi glande a la entrada de su vagina. En la punta de mi polla podía sentir de nuevo el calor que brotaba de su vagina. No la penetré. Nos miramos a los ojos en el reflejo del espejo, ella esperaba a que la penetrara y yo deseaba ver de nuevo su rostro poseído por el placer y la lujuria.

Empujé con fuerza y toda mi polla entró en ella, hasta lo más profundo de su vagina, hasta que mis huevos chocaron con su cuerpo. Sus hermosos ojos se cerraron de golpe al sentirse invadida por mi sexo, su boca se abrió y lanzó un leve gemido de placer. Volvió a abrir los ojos y a mirarme mientras comenzaba a follarla con rápidos movimientos de mis caderas.

Mis manos en sus caderas, la atraía y la separaba de mí, haciendo que mi polla entrara y saliera una y otra vez de su vagina. Miré hacia abajo y podía ver como mi endurecida polla dilataba los labios de su coño, frotándose contra las paredes de su vagina, entrando hasta lo más profundo de mi madre.

Ella gruñía y se retorcía, su culo se agitaba cada vez que mis caderas chocaban contra él. Sus tetas se agitaban adelante y atrás con cada embestida que le daba. A veces sacaba mi polla hasta que mi glande quedaba medio enterrado entre los labios, agarraba con fuerza sus caderas para que fuera consciente que la iba a penetrar con fuerza y miraba su cara. Ella me miraba esperando la fuerte embestida. Cuando empujaba hasta que no quedaba polla que meterle, su boca se abría y lanzaba un gemido que me excitaba y me invitaba a que repitiera de nuevo esa forma de penetrarla.

Y lo hacía varias veces, sacaba mi polla suavemente y la volvía a penetrar con fuerza. Y cuando menos lo esperaba, la follaba violentamente, rápido y sin parar durante un minuto, provocándole más placer. Ella se agitaba, apoyaba su pecho en el colchón, se levantaba sobre sus brazos, se volvía a echar, se tocaba el coño como queriendo darse más placer.

Entonces sus gemidos se hicieron más fuertes y su cara mostró el inminente orgasmos que iba a tener. Me aferré con fuerza a su cuerpo y me agitaba tras su culo para que se corriera. Su mueca se retorció mostrándome el placer que estaba sintiendo. No pude más, clavé mi polla con fuerza y lancé un gran chorro de semen.

Mi semen la volvió loca y entre gemidos y golpes en la cama con la mano, tuvo otro orgasmo. Volví a clavar mi polla y más semen salió. Ella gemía y se agitaba de placer. Mi cuerpo cedió y caí sobre ella. Mi peso la hizo quedar boca abajo en la cama, con su hijo encima, con su polla dentro de su madura vagina, sintiendo el semen que se derramaba en su interior y cómo poco a poco iba saliendo aquel sexo que tanto placer le había dado.

Hasta la vuelta de mi padre, aquel día follamos unas cuantas veces más. Después de hacerlo, ella esperaba a que mi polla se recuperara, tocándola, lamiéndola… Cuando empezaba a tomar cierto volumen, ella se sentaba sobre mi polla y se la colocaba entre los labios de su coño. Con unos movimientos sensuales, me masturbaba suavemente con su coño. Cuando sentía que había tomado el volumen y la dureza que a ella le gustaba, se movía y conseguía que mi glande se clavara de nuevo en su coño. Y ahí estábamos, en una u otra postura, en una u otra habitación. Follábamos hasta que me corría, para después esperar a que de nuevo se despertara.

Cuando quedaba dos horas para la vuelta de mi padre, ella me llevó a la ducha y nos duchamos juntos. No tuvimos sexo, ya habíamos tenido suficiente ese día, simplemente nos acariciamos y besamos disfrutando del tacto de nuestros cuerpo. Cuando terminamos, nos vestimos y ella me besó apasionadamente. Desde aquel día no hemos vuelto a tener sexo, ni siquiera hemos hablado de ello. Los siete días posteriores, intenté que se masturbara conmigo, pero ni siquiera sacando mi polla conseguí que ella se uniera a mí. Después dejé de intentarlo y hasta hoy vivimos como si nunca hubiera pasado nada, ni mi padre sabe nada, ni ella comenta nada. Yo tengo el recuerdo de aquel día y en más de una ocasión, follando con otras mujeres, he utilizado estos recuerdos para excitarme y tener un gran orgasmo. Gracias por leerme y hasta pronto.

9 comentarios - El despertar de un hijo

maximo2199 +2
Prestarme a tu mamá un rato le voy a pegar una vojida hermosa
Hedegaar +2
uuuufff me has dejado muy caliente!! van los puntos
pacovader +2
Te dejé mis 10, aún no lo termine de leer, luego vendré a por más. 😀
ProxyCatalan +2
Muy pero muy excitante relato, me encanto!!!
power320 +1
Muy buen relato me lo dejo re duro
pacovader +1
Leído y disfrutadísimo. 😀 te dejé mis 10.^^
mcrazor7
Gracias por los puntos y el comentario