De los 150 policias que había apostados en la puerta de la casa de la provincia, sólo una estaba mirando con amor y deseo a aquel hombre calvo que estaba vociferando en contra del gobernador en la tarima improvisada por los sindicales de la educación. Es que, adentro de ese casco, detrás del escudo, debajo del uniforme, había una mujer llamada Amelia y él lo sabía. Hacía no más de 4 horas, Amelia había sentido su pene meterse en cada rinconcito de su vagina, había sentido en todo el cuerpo las manos rugosas producto de la alergía que él le tenía a las tizas, pero que, por amor a la profesión, seguía usándolas.
-¿A vos te parece? Se gasta tanto en seguridad y a nosotros no nos dan algo tan simple como una tiza anti alérgica. No te pido una pizarra con fibron, es algo simple como una puta tiza anti alérgica.
-Yo soy policia. Le dijo Amelía en seco. Mirándolo firme con sus ojitos almendrados y pintados al estilo egipcio.
Y esa había sido el final de su primera charla. No, porque se hayan asustado, no porque nuestro amigo haya terminado en otra mesa horrorizado buscando aventuras, sino porque en los próximos 30 minutos se dijeron pocas cosas, pero se sintieron muchas otras. El zurdito se quedó ahí con ella, besándola, metiéndole la lengua hasta el final. Esa noche fue la primera vez que descubrió la piel parda de Amelia en aquel bar de Ramos. No fue tan dificil tener sexo de pie. Amelia mide 1.70, usaba botas con tacos y tiene la pose firme de un buen policia. Por ende, sólo hizo falta apoyar sus manos en la pared y tirar la cola para atrás, para que el sujeto que profesa ideas de izquierda le bajara el pantalón, le corriera la tanga y le mostrara una versión alternativa del cacheo policial.
Hector estaba muy excitado, había lubricado con saliva la raja de Amelia, distribuyéndola con su pene. Ella inmutada, pero mojada a mil, respiraba profundamente por su nariz aguileña y movía su mandibula de un lado al otro cuando le sonreía a su amante mirándolo de reojo sobre hombros. Los ojos almendra, se acentuaban con el rimel y por las cejas finitas perfectamente depiladas. No pudo resistir mucho más y empezó a dejar al policia de lado. La voz femeninamente segura y gruesa, se transformó en la de una niña en celo, pidiéndo velocidad y en otras ocasiones calma ( esto lo acompañaba con un freno brusco de cintura y un culaso en la humanidad de Hector).
Ella estaba enamorada de su cuerpo, disfrutaba pensar como se estaría viéndo el culo moreno y transpirado, duro por las caminatas y el entrenamiento, a los ojos de su amante. Amelia tenía los hombros y cavidad toráxica chica. No obstante, su envase se agrandaba de repente en la cintura y se volvía a achicar debajo de sus nalgas. Desde adolescente le había costado manejar sus 97 de nalga, convertirse en policia y no achancharse como los demás, fue su meta a seguir, mataba dos pájaros de un tiro, entrenamiento y dinero.
Su abdomen era prominente pero duro. De piernas largas y firmes, con unos sólidos muslos, Amelia era la envidia de la fuerza, rompía corazones tanto en policias como en ladrones y a ella ese cachondeo le encantaba. Lo que más le gustaba de su cuerpo era su piel morena y suave, heredada de su abuelo mendocino. Muchas veces simplemente se acariciaba solita. A tal punto, que en sus ratos de narcisimos descubrió algo que le hizo enamorarse profundamente de sí misma.
Antes de bañarse, se desnudaba delicadamente, tratando de no quitarse la transpiración. La textura de su piel hacía que el perfume le ganara al chivo. Es por eso, que le gustaba usar fragancias fuertes y dulces. Su descubrimiento la empujaba a fascinarse viéndose transpirada. Pensaba, y era cierto, que su color se asentuaba más y su chocalatidad se hacía brillante, irresistible a cualquier hombre o mujer. Su amante de turno, un hombre de ciencia hecho y derecho, estaba confirmando con actos y pruebas esa teoría.
Varios eran los indicios que a Héctor le gustaba. Él la empujaba para sí tomándola fuerte de la cintura y además, de tanto en tanto, subía con sus manos hasta por encima del ombligo, acariciándole el contorno delicadamente. Con sus pulgares recorría las vértebras como si las contara, aunque en realidad, Héctor, se estaba haciéndo cosquillas en sus manos con el pelo castaño de Amelia que caía hasta la cintura y que, en esa posición, gran parte caía en las nalgas y se colaba en la raja. Algo le arancó una risa extrema además del orgásmo.
-Bombón, ¿Cómo te entra el pelo debajo de la gorra?
Esa noche terminó de maravilla. Se desquitó de sentirse tan mujer y tan poco bonarense. Aprovechó el mambo y la debilidad sexual de Héctor para someterlo contra la pared con las manos en la espalda. Mientras le sostenía las manos en la espalda, comenzó apretarle los huevos por detrás, apoyandole la pancita en la espalda y la vagina desnuda en las nalgas. Los dedos largos apretaban con vigor, las uñas rojas con Francesita se clavaban con fuerza y dejaban marca. La pija del zurdito estaba tan dura y lubricada, que con sólo el hecho de estirar el escroto, se producía el movimiento masturbatorio. Los cachetes de la cara de Héctor se deformaban en el roce con los azulejos y por la sonrisa provocada por la situación.
El perfume de Sándalo hindú que usaba Amelia y que inundaba el cúbiculo en ese momento, fue el disparador, el gatillo del arma de Héctor. La leche no se notaba, pero quedó pegada en los azulejos del aquél baño. De camino a la mesa, Amelia, mientras se acomodaba el pelo en un rodete para mostrarle como hacía para que entré en la gorra, escuchó una de las primeras frases que conmoverían su mundo para siempre: Eso dedos tendrían que estar sosteniéndo una tiza, no una pistola automática".
Volvió a la realidad, se encontró que aferraba su cachiporra con vehemencia y decisión, los recuerdos de la pija de Héctor la habían distraído. Pero no era ellos los que había provocado ese accionar. El sexto sentido de Amélia detectó los disturbios. La vaya había cedido y sus compañeros repetían insistentemente:
"Fueron los zurdos, fueron los zurdos vamos a darle".
Ella sabía que no. Eran los provocadores de la lista oficial, que se estaban avivando que en cualquier momento perderían la dirigencia. Es raro, pero Amelia, había aprendido a ver las diferentes versiones de las cosas. Había que reaccionar, pero estaba mojada por sus pensamientos de su primera noche con Héctor. Algo parecido al pánico corrió por su ser. Vértigo, angustia. Amelia estaba petrificada.
"Que verguenza, que incomodidad, este disfraz de anti disturbio no me gusta ni un poquito, me sofoca, no me deja mover, no me deja pensar". No obstante, verlo en el piso sacó de ella la fuerza necesaria.
Antes de que un palazo destrozara esa calva perfecta, Amelia corrió y con su escudo empujó al compañero. Para disimular la acción, apresó a Héctor y se lo llevó al camión, al tiempo que le pedía disculpas al compañero:
-Perdón me tropeze, a este zurdito me lo llevó yo....es mio.
Al efectivo mucho no le importó. Héctor trató de resistirse, hasta que sintió la mano del policía que se había quitado el guante. Esa temperatura, ese toque, esas uñas le eran conocida. Algo le dijo al oido y luego le cortó el precinto de seguridad.
-No vuelvas, pero anda avisar, van a estar en la comisaría primera.
Ella sabía que sería su ultima acción pero no le importaba.Eran muchos los testigos viendo la liberación y con celular en mano, escena digna de una peli pochoclera. No obstante, un Sumario, una suspensión, alcanzaba para anotarse en una nueva carrera. No le importaba tampoco, el hecho de que Héctor le hubiera dado un piquito a la fuga. Ver la sonrisa en su cara y su cuerpo sano correr atolondradamente por la diagonal, era más que suficiente. En breve, volverían a hablar, a discutir y amarse.
-¿A vos te parece? Se gasta tanto en seguridad y a nosotros no nos dan algo tan simple como una tiza anti alérgica. No te pido una pizarra con fibron, es algo simple como una puta tiza anti alérgica.
-Yo soy policia. Le dijo Amelía en seco. Mirándolo firme con sus ojitos almendrados y pintados al estilo egipcio.
Y esa había sido el final de su primera charla. No, porque se hayan asustado, no porque nuestro amigo haya terminado en otra mesa horrorizado buscando aventuras, sino porque en los próximos 30 minutos se dijeron pocas cosas, pero se sintieron muchas otras. El zurdito se quedó ahí con ella, besándola, metiéndole la lengua hasta el final. Esa noche fue la primera vez que descubrió la piel parda de Amelia en aquel bar de Ramos. No fue tan dificil tener sexo de pie. Amelia mide 1.70, usaba botas con tacos y tiene la pose firme de un buen policia. Por ende, sólo hizo falta apoyar sus manos en la pared y tirar la cola para atrás, para que el sujeto que profesa ideas de izquierda le bajara el pantalón, le corriera la tanga y le mostrara una versión alternativa del cacheo policial.
Hector estaba muy excitado, había lubricado con saliva la raja de Amelia, distribuyéndola con su pene. Ella inmutada, pero mojada a mil, respiraba profundamente por su nariz aguileña y movía su mandibula de un lado al otro cuando le sonreía a su amante mirándolo de reojo sobre hombros. Los ojos almendra, se acentuaban con el rimel y por las cejas finitas perfectamente depiladas. No pudo resistir mucho más y empezó a dejar al policia de lado. La voz femeninamente segura y gruesa, se transformó en la de una niña en celo, pidiéndo velocidad y en otras ocasiones calma ( esto lo acompañaba con un freno brusco de cintura y un culaso en la humanidad de Hector).
Ella estaba enamorada de su cuerpo, disfrutaba pensar como se estaría viéndo el culo moreno y transpirado, duro por las caminatas y el entrenamiento, a los ojos de su amante. Amelia tenía los hombros y cavidad toráxica chica. No obstante, su envase se agrandaba de repente en la cintura y se volvía a achicar debajo de sus nalgas. Desde adolescente le había costado manejar sus 97 de nalga, convertirse en policia y no achancharse como los demás, fue su meta a seguir, mataba dos pájaros de un tiro, entrenamiento y dinero.
Su abdomen era prominente pero duro. De piernas largas y firmes, con unos sólidos muslos, Amelia era la envidia de la fuerza, rompía corazones tanto en policias como en ladrones y a ella ese cachondeo le encantaba. Lo que más le gustaba de su cuerpo era su piel morena y suave, heredada de su abuelo mendocino. Muchas veces simplemente se acariciaba solita. A tal punto, que en sus ratos de narcisimos descubrió algo que le hizo enamorarse profundamente de sí misma.
Antes de bañarse, se desnudaba delicadamente, tratando de no quitarse la transpiración. La textura de su piel hacía que el perfume le ganara al chivo. Es por eso, que le gustaba usar fragancias fuertes y dulces. Su descubrimiento la empujaba a fascinarse viéndose transpirada. Pensaba, y era cierto, que su color se asentuaba más y su chocalatidad se hacía brillante, irresistible a cualquier hombre o mujer. Su amante de turno, un hombre de ciencia hecho y derecho, estaba confirmando con actos y pruebas esa teoría.
Varios eran los indicios que a Héctor le gustaba. Él la empujaba para sí tomándola fuerte de la cintura y además, de tanto en tanto, subía con sus manos hasta por encima del ombligo, acariciándole el contorno delicadamente. Con sus pulgares recorría las vértebras como si las contara, aunque en realidad, Héctor, se estaba haciéndo cosquillas en sus manos con el pelo castaño de Amelia que caía hasta la cintura y que, en esa posición, gran parte caía en las nalgas y se colaba en la raja. Algo le arancó una risa extrema además del orgásmo.
-Bombón, ¿Cómo te entra el pelo debajo de la gorra?
Esa noche terminó de maravilla. Se desquitó de sentirse tan mujer y tan poco bonarense. Aprovechó el mambo y la debilidad sexual de Héctor para someterlo contra la pared con las manos en la espalda. Mientras le sostenía las manos en la espalda, comenzó apretarle los huevos por detrás, apoyandole la pancita en la espalda y la vagina desnuda en las nalgas. Los dedos largos apretaban con vigor, las uñas rojas con Francesita se clavaban con fuerza y dejaban marca. La pija del zurdito estaba tan dura y lubricada, que con sólo el hecho de estirar el escroto, se producía el movimiento masturbatorio. Los cachetes de la cara de Héctor se deformaban en el roce con los azulejos y por la sonrisa provocada por la situación.
El perfume de Sándalo hindú que usaba Amelia y que inundaba el cúbiculo en ese momento, fue el disparador, el gatillo del arma de Héctor. La leche no se notaba, pero quedó pegada en los azulejos del aquél baño. De camino a la mesa, Amelia, mientras se acomodaba el pelo en un rodete para mostrarle como hacía para que entré en la gorra, escuchó una de las primeras frases que conmoverían su mundo para siempre: Eso dedos tendrían que estar sosteniéndo una tiza, no una pistola automática".
Volvió a la realidad, se encontró que aferraba su cachiporra con vehemencia y decisión, los recuerdos de la pija de Héctor la habían distraído. Pero no era ellos los que había provocado ese accionar. El sexto sentido de Amélia detectó los disturbios. La vaya había cedido y sus compañeros repetían insistentemente:
"Fueron los zurdos, fueron los zurdos vamos a darle".
Ella sabía que no. Eran los provocadores de la lista oficial, que se estaban avivando que en cualquier momento perderían la dirigencia. Es raro, pero Amelia, había aprendido a ver las diferentes versiones de las cosas. Había que reaccionar, pero estaba mojada por sus pensamientos de su primera noche con Héctor. Algo parecido al pánico corrió por su ser. Vértigo, angustia. Amelia estaba petrificada.
"Que verguenza, que incomodidad, este disfraz de anti disturbio no me gusta ni un poquito, me sofoca, no me deja mover, no me deja pensar". No obstante, verlo en el piso sacó de ella la fuerza necesaria.
Antes de que un palazo destrozara esa calva perfecta, Amelia corrió y con su escudo empujó al compañero. Para disimular la acción, apresó a Héctor y se lo llevó al camión, al tiempo que le pedía disculpas al compañero:
-Perdón me tropeze, a este zurdito me lo llevó yo....es mio.
Al efectivo mucho no le importó. Héctor trató de resistirse, hasta que sintió la mano del policía que se había quitado el guante. Esa temperatura, ese toque, esas uñas le eran conocida. Algo le dijo al oido y luego le cortó el precinto de seguridad.
-No vuelvas, pero anda avisar, van a estar en la comisaría primera.
Ella sabía que sería su ultima acción pero no le importaba.Eran muchos los testigos viendo la liberación y con celular en mano, escena digna de una peli pochoclera. No obstante, un Sumario, una suspensión, alcanzaba para anotarse en una nueva carrera. No le importaba tampoco, el hecho de que Héctor le hubiera dado un piquito a la fuga. Ver la sonrisa en su cara y su cuerpo sano correr atolondradamente por la diagonal, era más que suficiente. En breve, volverían a hablar, a discutir y amarse.
8 comentarios - Ying Yang (Amor y anarquía)
Gracias kalura, por pasar, leer y puntuar!
Pd: Exactemente el amor o el deseo es más fuerte, y pueden más que las ideas, justamente eso es lo que quería expresar en los dos relatos de los opuestos ( a mí me pasa seguido fichar a alguien "opuesto"). Lady Godyvall, no podía terminar feliz ese relato, no podía dejar de imaginarme a Amelia, sin renunciar a la fuerza, jugandosela por alguién que le abre la cabeza...bueno, ya me fui de mambo, un saludo para todos!