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Siete por siete (103): Por un beso…




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Compendio I


Al día siguiente del accidente de Tom decidí acompañar a Hannah en la reunión matinal con el personal de mantenimiento, ya que la encontré emocionalmente sensible.
Mi intuición probó ser correcta a los pocos minutos, luego que uno de los mecánicos le consultó sobre unos filtros de repuesto para Scoops (Scooptrams, que son vehículos para apilar material, con grandes ruedas y una enorme pala, a la cual se debe su nombre) que habrían solicitado anteriormente.
Hannah se congeló al instante, ante la mirada confundida de su personal.
En condiciones normales, es enérgica, ocurrente y proactiva, comandando con autoridad y confianza a los casi 30 hombres que tiene bajo su mando.
Pero en esos momentos, parecía una niña a punto de ponerse a llorar y como es mi “esposa de la mina” y no la puedo dejar quedando mal…
“¿Son muy necesarios esos filtros?” consulté.
“¡Por supuesto! Sin esos repuestos, los túneles se llenaran de humo.” Me respondió uno de los más viejos.
Entonces, dirigí mi atención a ese personaje.
“¡Pero usted debe ser un tipo inteligente! Si tuviéramos que comprar otro, para salir del paso, ¿Dónde podríamos conseguirlos?”
Los halagos, en personas humildes como ellas, a veces logran muchas cosas.
“En Broken Hill vi unos filtros parecidos. Si hago la llamada, los podemos tener hoy por la tarde.” Me respondió el viejito.
“¡Me parece bien!” le respondí, tomando las riendas de la situación. “Mientras Tom no esté, tenemos que improvisar.”
“Pero ¿Qué pasará con los equipos 12 y 23?” Preguntó a Hannah otro de los mecánicos.
“¿Por qué? ¿Qué equipos son esos?”
Eran la perforadora (Boomer) donde se había accidentado Tom y un Scoop en otro túnel.
“Planificación quiere que los tengamos en línea para el viernes.”
“¿Cuál pueden reparar primero?” pregunté.
“La perforadora. La podemos tener en línea para mañana (miércoles), pero nos faltan repuestos para el Scoop.”
“Bien. Hannah y yo iremos a hablar a planificación. ¿Hay algo más?”
“¡Sí!” exclamó otro. “¡Hace un mes que pedimos nuevas orejeras y lentes de seguridad, porque se empañan con el sudor y dejan pasar el humo! ¿Cuándo llegan?”
“¡Eso no lo sé!” le respondí, un poco irritado por la inapropiada pregunta. “¡Eso lo ve la administración y yo soy de otro departamento! ¿Puedes aguantar con el equipo que tienes?”
“Si, pero es molesto.” Me respondió.
“¡Acostúmbrate! ¡La vida del minero es dura!” le dije y el resto del personal se rió, tomando sus labores.
Hannah me miraba más aliviada.
“¡Gracias!”
Y le tomé de la mano, para subir en la camioneta.
Fuera de la mina, fuimos a las oficinas de Planificación, donde me recibieron amistosamente.
El Jefe de Departamento de Planificación, un gordito calvo y alto llamado Nelson, también es un Ingeniero en Minas, por lo que nos llevamos bastante bien.
“Supimos lo que pasó con Tom, Hannah. ¡Lo sentimos mucho!” Se excusó el Jefe.
“Por eso hemos venido a verte. Los chicos nos dicen que quieren unos equipos en línea para el viernes, pero los repuestos para el Scoop no han llegado todavía y el accidente les ha retrasado, por lo que tendrían la perforadora lista para el jueves.” Le expliqué.
Hannah iba a corregirme que lo tendrían para el miércoles, pero afortunadamente comprendió mi guiño que disimulara.
“¡Sí! ¡Tal vez, les pueda conseguir un poco más de tiempo con la administración!” Nos dijo Nelson, comprendiendo la situación.
Mientras la conducía a su punto de mantenimiento, le expliqué el motivo de mi mentira.
“Si los chicos cumplen su palabra, Nelson se sorprenderá. Si surge un imprevisto, tendrán tiempo suficiente para arreglarlo. Como sea, ustedes saldrán ganando.”
“¡Eres bastante hábil!” Dijo, suspirando más relajada. “¡Debo recompensarte de alguna manera!...”
“¡Me encantaría, pero debo volver a mi oficina! ¡No he trabajado hoy!”
“¡No puedes dejarme! ¡Te necesito!” Exclamó nerviosa y muy preocupada.
“¡Pero Hannah!” traté de protestar.
“¡Por favor! ¡No puedes dejarme! ¡Es sólo por hoy! ¡Haré lo que pidas, pero no me dejes!”
Su oferta era demasiado tentadora, ya que Hannah es lindísima, con sus ojitos celestes, su trasero bien formado y su cabello color dorado.
“¡Está bien! ¡Pero aun así, debo pasar a mi oficina!” le expliqué.
Informé a mi grupo la situación y les pedí que remitieran todos los informes que debía revisar a mi cuenta de correo.
“¡Pero señor, la mina no está iluminada en ese sector!…” me informó uno de ellos, refiriéndose a la cobertura de la intranet.
“¡Y yo no creo en horarios de oficina!” Le respondí, dándole a entender que los revisaría por la noche.
Aproveché de compilar algunos reportes del día, unos pendientes del día anterior y les dejé en completa libertad, tomando mi portátil.
Durante la tarde, serví de chofer de Hannah, quien tan entretenida como siempre se metía debajo de cada armatoste a revisar y reparar, mientras yo trabajaba en mi computador.
Cuando terminó nuestro turno, ni siquiera me pude bañar.
“¿Hoy comeremos en la casa de huéspedes?” preguntó, secándose el cabello, envuelta en su toalla.
“¡No tengo otra opción! ¡Debo ponerme al día!” respondí, enfrascado en mi trabajo.
“¡Disculpa por causarte molestias!”
“¡No es problema!”
Y se acercó, caminando gatunamente…
“¿Y has pensado en cómo quieres que te de las gracias?”
“Pues… estaba pensando en algunos besos.” Respondí, desabrochando mi pantalón.
“¿Solamente besos?” preguntó, con labios sugerentes.
“Solamente besos…” respondí, pero en lugar de presentar mis labios, le di una sacudida a lo que afirmaba con mi mano.
“¿Besar eso?” preguntó horrorizada.
Moví la cabeza afirmativamente.
“¡Es repulsivo!... ¡No lo haré!” exclamó ofendida.
“¿Por qué no? ¡Yo te ayudé hoy!”
“Si, pero estaba pensando en agradecerte… haciendo algo juntos.” Miró hacia la cama.
“Pues, para mí no es agradable tener que ponerme al día ahora.”
La tenía entre la espada y la pared y no estaba dispuesto a tranzar.
“¡Vamos, Marco! ¡Debe haber algo más!” protestaba ella, mirándome con ganas de ponerse a llorar.
“Pues si no quieres hacerlo…”
Me abroché el pantalón y volví a mi trabajo.
“¡No te enojes!... es solo que… siempre me ahogo.” Intentaba congraciarse.
“¡Hannah, te lo hago todo el tiempo y nunca me he quejado!” le dije, sin siquiera mirarle. “¡Dijiste que harías lo que quisiera y eso es lo que quiero!”
“Pero eso…” sonrió y se dio vuelta, destapando la toalla. “¿No prefieres hacerlo por detrás? ¡Siempre te ha gustado mi culo!”
Apenas levanté una ceja…
“Solamente… debo besarla… ¿Cierto?... ¿No debo tragar… nada?” me preguntó, al ver que no le prestaba atención.
“Solo besarla. No pido más.” Le respondí, con una sonrisa de oreja a oreja.
Y desabroché mi pantalón.
“Así… se ve enorme…” exclamó ella, al tenerla frente a su cara.
“¡Gracias!”
“Es decir… comparada con la de Dougie… se ve gigante…” me decía, contemplándola con respeto.
Y la estudiaba al detalle, como si fuera el primer pene que viera.
“¿Cuántos besos debo darle?”
“¡Los que tú quieras!” Respondí cordial.
“Entonces… si le doy uno… ¿No te enojarás?”
“No, pero considerando lo que he hecho por ti hoy…” Respondí, más desanimado.
Ella seguía suplicando con la mirada.
“¡No seas así! ¡Debe haber algo más que tú quieras!”
“¡Si te molesta tanto, dale solamente uno!” exclamé, más enfadado.
No iba a exigirle si ella no quería.
Ella sonrió más aliviada.
“¡Gracias!”
Y se salió con la suya, dándole un pequeño beso y limpiándose los labios como si hubiese besado al diablo.
“De cualquier manera, Marisol lo hará cuando vuelva.” Le dije, subiéndome la cremallera.
Por supuesto, sabía que sus celos harían lo demás…
“¿Marisol lo hace a menudo?”
“¡Todas las mañanas, con mi erección matinal! Y se lo bebe entero…”
Hannah nunca ha querido ser menos que Marisol.
Sin embargo, me miraba como si le hubiese engañado, mientras se agachaba entre mis piernas una vez más.
“Solamente, unos pocos besos…” me dijo y empezó su labor.
Su rubia cabellera, sus suaves labios y su sensual cuerpo envuelto en la toalla me tenían al punto.
Pero sus besos torpes, con ojos bien cerrados y sin intención alguna de meter la punta en la boca terminaron fregando mi fantasía.
“¡Está bien! ¡Ya no sigas!”
“¿En serio? ¿Fue suficiente?” preguntó, con una cara de alivio.
“No, pero sigo duro. ¿Te molestaría masturbarme?”
“¿Qué? ¿Estás loco?”
“¡Yo no puedo! ¡Sigo trabajando!” le dije, mostrándole que seguía con el portátil encendido.
“¡Marco!” protestó entre iracunda y desamparada.
“¡Al menos, dame eso!” Le imploré.
Y al parecer, movida por piedad, accedió a mi propuesta.
La envolvió en un paño y la empezó a sacudir.
No era lo ideal, pero al menos me aliviaba un poco.
“¡Hannah, sigue así! ¡Lo haces bien!”
“¡Ya cállate!” me decía, sin siquiera mirarla en un comienzo.
Pero comenzaba a crecer de tamaño y me ponía más caliente.
Hannah observaba muy interesada cómo se iba humedeciendo e hinchando cada vez más y más.
Sus manos eran tan agiles, que el pañuelo a ratos me quemaba, pero afortunadamente se le soltó y empezó a meneármela con su tibia y delicada mano, ocasionándome maravillosas sensaciones.
“¡Hannah, lo haces muy bien! ¡Debería habértelo pedido hace tiempo!” le dije, disfrutando de su agarre.
“¡No exageres!” se reía ella, pero sin quitarle el ojo de encima.
Puesto que ella maneja llaves y taladros todos los días, puede mover las manos con gran agilidad y su agarre era fuerte y apretado.
Su mano se empezaba a embarrar con mis jugos y ella contemplaba la punta, cada vez más interesada.
“¡Hannah, espera! ¡Detente!” le alcancé a decir, pero fue demasiado tarde.
Mi cuerpo no pudo más y estallé como una bomba.
Embarré la cara, sus pechos y su toalla, mientras que seguía botando esperma en su mano, sin mencionar que toda la habitación estaba inundada con el olorcito dulzón.
“¡Marco idiota! ¡Acababa de bañarme!” protestó ella, al palpar la enorme gota de semen que empezaba a colgar de su mejilla.
Traté de sentirme culpable, pero fui impedido por la impresión de recibir una de las mejores pajas que me han dado en la vida, la sorpresa de ver su rostro cubierto con mi semen y el relajo natural que viene tras una corrida como esas.
Luego de bañarse otra vez y ponerse pijama, me esperó enfadada a que fuera a acostarme.
“¡Fue lo peor que pudiste hacerme!” me dijo, sin siquiera dejar que le abrazara.
“¡Lo siento!... ¡No tengo excusa, pero lo hacías muy bien!”
“¿Ves por qué no me gusta besarla? ¡Cada vez que lo hago, explotas de esa manera y me ahogas!” dijo, finalmente volteándose para verme los ojos.
“¡Lo siento! ¡No volveré a pedírtelo!” me disculpé una vez más, muy arrepentido.
Sin embargo, hubo un leve resplandor en su mirada…
“Si lo intentara otra vez, por la mañana… ¿Te quedarías conmigo un día más?”
Bastó una sonrisa para responderle y que durmiéramos nuevamente abrazados.


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1 comentarios - Siete por siete (103): Por un beso…

pepeluchelopez
Jaja algo injusto de su parte si no lo hacia xD saludos
metalchono
Pues lo compensó con creces, jajaja