Comenzaba la primavera y llegaba a su término mi paso por la escuela Secundaria.
Mis dieciocho años hacían que la sangre se agitara en mi cuerpo y viviera en constante excitación sexual; eran pocos los momentos en los que mis pensamientos se alejaban de ese tema tan atractivo y tan misterioso todavía para mí.
Me sentía una mujer plena y aunque aún no había tenido sexo en forma completa con nadie, ya tenía la experiencia de placenteros juegos con algunos chicos y, por sobre todo, conmigo misma.
Esa tarde, como siempre lo hacía, esperaba la llegada del ómnibus que me llevaría de vuelta a casa, luego de la jornada escolar.
Vestía mi uniforme compuesto por falda escocesa tableada -mas corta de lo que aconsejaban en la escuela- camisa blanca, zoquetes del mismo color y zapatos negros sin tacos.
Debajo, solo una diminuta tanga blanca; no usaba sujetador porque mis pechos pequeños me permitían prescindir de esa prenda.
Me sabía atractiva y me sentía mirada y admirada por los hombres que en la parada, al igual que yo, esperaban el transporte público.
Me encantaba la sensación de ser deseada por ellos.
El bus llegó repleto como ocurría todos los días.
Subí y me deslicé por el pasillo hacia atrás, para estar cerca de la puerta trasera cuando tuviera que bajar.
Quedé ubicada delante de un hombre de unos treinta y cinco años, de buen aspecto físico y muy bien vestido.
Me impactó su presencia.
Delgado y bastante mas alto que yo, pude apreciar que tenía un rostro verdaderamente hermoso.
Apreté con una mano los libros contra mi pecho y con la otra me tomé del pasamanos.
Casi enseguida, por la cantidad de gente que continuaba ascendiendo, nuestros cuerpos quedaron pegados el uno al otro.
Noté claramente que, comportándose como un caballero, llevaba hacia atrás la zona baja de su cuerpo para evitar rozar mis nalgas con su pubis.
Su prudencia me conmovió; pero a pesar de ello, su proximidad comenzó a hacer que me excitara con solo saber que él estaba detrás de mí y mientras mis pezones se endurecían, mi sexo se humedeció sin que yo pudiera ni quisiera evitarlo.
Me agradaba mucho tener a ese hombre tan próximo a mí y comencé a desear que rozara mis nalgas con su sexo.
Necesitaba comprobar que la cercanía de nuestros cuerpos no le era indiferente, y como él no se acercaba a mí, me agache fingiendo mirar por la ventanilla y eché hacia atrás mi culito para que él no pudiera evitar el contacto.
De a poco, al ver que yo no solo no me alejaba, sino que por el contrario me ofrecía a él, comenzó a dejar que su cuerpo se pegara al mío.
Su bulto fue creciendo rápidamente y en pocos segundos pude sentir su pene presionar entre mis glúteos.
Podía notar como segundo a segundo crecía su tamaño y aumentaba su dureza.
Mi falda tan corta, mi ínfima tanga y la fina tela de su pantalón contribuían para que pudiera notar la tibieza de su miembro en el canal que separa mis nalgas.
Con el roce de nuestros cuerpos, tanto mi respiración como la suya comenzaron a acelerarse.
Giré mi cabeza un poco hacia atrás y levanté mi vista hasta que mis ojos se encontraron con los suyos; cuando me miró y sonrió levemente, sentí que el rubor invadía mis mejillas.
Su mirada me hizo comprender que él sentía y deseaba lo mismo que yo.
Bajé mi vista y él, inclinando su cabeza hacia abajo, rozó con sus labios suavemente mis cabellos
Con una mano continuó tomado del pasamanos que pendía del techo y despaciosamente fue bajando su otro brazo hasta acercarse con su mano a mi cadera.
Excitada y nerviosa por la situación miré alrededor mío, y me tranquilicé cuando noté que ningún otro pasajero, por la posición de sus cuerpos, podía observarnos.
Posó su mano delicadamente sobre mi costado derecho y la deslizó lentamente hacia abajo hasta alcanzar el borde de la falda; luego la elevó hasta mi vientre e introdujo sus dedos por debajo, dejándola caer nuevamente.
Con la punta de sus dedos alcanzó mi monte de venus y muy hábilmente los introdujo entre los labios de mi sexo desplazando hacia un lado mi prenda íntima.
Mientras el índice y el anular separaban los labios de mi vulva, comenzó a masajear lentamente mi clítoris con su dedo medio.
Me invadió un deseo tan intenso como nunca antes había experimentado.
Me erguí sobre las puntas de mis pies para facilitar la tarea de sus dedos y permitir que su miembro quedara mejor ubicado entre mis nalgas.
No pude evitar el estremecimiento que produjo en mi cuerpo el repentino e intenso orgasmo que alcancé en segundos.
Me sentí desmayar.
Casi en estado de inconsciencia noté que el bus se detenía en la parada en la que debía descender.
Me lancé hacia acera cuando ya casi recomenzaba su marcha.
Corriendo, llegué a mi casa, sintiendo que por mis piernas se deslizaban los jugos que mi casual compañero de viaje había echo brotar del interior de mi sexo.
Llegué a la habitación, me arrojé boca arriba sobre mi cama y corriendo mi tanga hacia un lado, tal como había hecho mi desconocido amante, me di placer con mis dedos hasta quedar agotada.
Cuando mas tarde llegaron mis padres, debieron despertarme para que hiciera mis tareas y me preparara para la cena.
Mis dieciocho años hacían que la sangre se agitara en mi cuerpo y viviera en constante excitación sexual; eran pocos los momentos en los que mis pensamientos se alejaban de ese tema tan atractivo y tan misterioso todavía para mí.
Me sentía una mujer plena y aunque aún no había tenido sexo en forma completa con nadie, ya tenía la experiencia de placenteros juegos con algunos chicos y, por sobre todo, conmigo misma.
Esa tarde, como siempre lo hacía, esperaba la llegada del ómnibus que me llevaría de vuelta a casa, luego de la jornada escolar.
Vestía mi uniforme compuesto por falda escocesa tableada -mas corta de lo que aconsejaban en la escuela- camisa blanca, zoquetes del mismo color y zapatos negros sin tacos.
Debajo, solo una diminuta tanga blanca; no usaba sujetador porque mis pechos pequeños me permitían prescindir de esa prenda.
Me sabía atractiva y me sentía mirada y admirada por los hombres que en la parada, al igual que yo, esperaban el transporte público.
Me encantaba la sensación de ser deseada por ellos.
El bus llegó repleto como ocurría todos los días.
Subí y me deslicé por el pasillo hacia atrás, para estar cerca de la puerta trasera cuando tuviera que bajar.
Quedé ubicada delante de un hombre de unos treinta y cinco años, de buen aspecto físico y muy bien vestido.
Me impactó su presencia.
Delgado y bastante mas alto que yo, pude apreciar que tenía un rostro verdaderamente hermoso.
Apreté con una mano los libros contra mi pecho y con la otra me tomé del pasamanos.
Casi enseguida, por la cantidad de gente que continuaba ascendiendo, nuestros cuerpos quedaron pegados el uno al otro.
Noté claramente que, comportándose como un caballero, llevaba hacia atrás la zona baja de su cuerpo para evitar rozar mis nalgas con su pubis.
Su prudencia me conmovió; pero a pesar de ello, su proximidad comenzó a hacer que me excitara con solo saber que él estaba detrás de mí y mientras mis pezones se endurecían, mi sexo se humedeció sin que yo pudiera ni quisiera evitarlo.
Me agradaba mucho tener a ese hombre tan próximo a mí y comencé a desear que rozara mis nalgas con su sexo.
Necesitaba comprobar que la cercanía de nuestros cuerpos no le era indiferente, y como él no se acercaba a mí, me agache fingiendo mirar por la ventanilla y eché hacia atrás mi culito para que él no pudiera evitar el contacto.
De a poco, al ver que yo no solo no me alejaba, sino que por el contrario me ofrecía a él, comenzó a dejar que su cuerpo se pegara al mío.
Su bulto fue creciendo rápidamente y en pocos segundos pude sentir su pene presionar entre mis glúteos.
Podía notar como segundo a segundo crecía su tamaño y aumentaba su dureza.
Mi falda tan corta, mi ínfima tanga y la fina tela de su pantalón contribuían para que pudiera notar la tibieza de su miembro en el canal que separa mis nalgas.
Con el roce de nuestros cuerpos, tanto mi respiración como la suya comenzaron a acelerarse.
Giré mi cabeza un poco hacia atrás y levanté mi vista hasta que mis ojos se encontraron con los suyos; cuando me miró y sonrió levemente, sentí que el rubor invadía mis mejillas.
Su mirada me hizo comprender que él sentía y deseaba lo mismo que yo.
Bajé mi vista y él, inclinando su cabeza hacia abajo, rozó con sus labios suavemente mis cabellos
Con una mano continuó tomado del pasamanos que pendía del techo y despaciosamente fue bajando su otro brazo hasta acercarse con su mano a mi cadera.
Excitada y nerviosa por la situación miré alrededor mío, y me tranquilicé cuando noté que ningún otro pasajero, por la posición de sus cuerpos, podía observarnos.
Posó su mano delicadamente sobre mi costado derecho y la deslizó lentamente hacia abajo hasta alcanzar el borde de la falda; luego la elevó hasta mi vientre e introdujo sus dedos por debajo, dejándola caer nuevamente.
Con la punta de sus dedos alcanzó mi monte de venus y muy hábilmente los introdujo entre los labios de mi sexo desplazando hacia un lado mi prenda íntima.
Mientras el índice y el anular separaban los labios de mi vulva, comenzó a masajear lentamente mi clítoris con su dedo medio.
Me invadió un deseo tan intenso como nunca antes había experimentado.
Me erguí sobre las puntas de mis pies para facilitar la tarea de sus dedos y permitir que su miembro quedara mejor ubicado entre mis nalgas.
No pude evitar el estremecimiento que produjo en mi cuerpo el repentino e intenso orgasmo que alcancé en segundos.
Me sentí desmayar.
Casi en estado de inconsciencia noté que el bus se detenía en la parada en la que debía descender.
Me lancé hacia acera cuando ya casi recomenzaba su marcha.
Corriendo, llegué a mi casa, sintiendo que por mis piernas se deslizaban los jugos que mi casual compañero de viaje había echo brotar del interior de mi sexo.
Llegué a la habitación, me arrojé boca arriba sobre mi cama y corriendo mi tanga hacia un lado, tal como había hecho mi desconocido amante, me di placer con mis dedos hasta quedar agotada.
Cuando mas tarde llegaron mis padres, debieron despertarme para que hiciera mis tareas y me preparara para la cena.
4 comentarios - Aventura en el bus